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Al cadáver 3 de la fosa 4 de San Fernando, Tamaulipas, le hicieron un examen dactilar de una mano el 15 de abril, y el 22 de la otra. El 4 de la fosa 1, registrado como de identidad desconocida, llevaba entre sus artículos personales un rosario metálico con cuentas de plástico rojo, d
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Los buscadores - Ezequiel Flores
Índice de contenido
Portada
Portadilla
Pagina legal
Dedicatorias
Introducción
Carátula texto José Gil Olmos
Capítulo 1. El origen del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad
Fotos Texto José Gil Olmos
Carátula textos Marcela Turati
Capítulo 2. #Masde72: Las dudas de Jovita
Capítulo 3. Caso San Fernando: Las torpezas de la PGR
Capítulo 4. Negligencia que lleva a la fosa común
Capítulo 5. Los embrollos de la procuraduría
Capítulo 6. Terror en la carretera 101
Fotos textos Marcela Turati
Carátula textos Noé Zavaleta
Capítulo 7. Veracruz, la gran narcofosa
Capítulo 8. Forenses
por necesidad
Capítulo 9. Prensa fantasma
Capítulo 10. Los infames secretos de Calderón y Duarte
Capítulo 11. Mentiras oficiales
Fotos textos Noé Zavaleta
Carátula textos Juan Alberto Cedillo
Capítulo 12. Tamaulipas es un hoyo negro
Capítulo 13. Nuevo León: cifras maquilladas
Capítulo 14. Las víctimas invisibles
de Coahuila
Fotos textos Juan Alberto Cedillo
Caratula textos Jaime Luis Brito
Capítulo 15. Los cementerios de Graco
Capítulo 16. Me enseñaron a rascar la tierra
Capítulo 17. Jojutla: inhumaciones clandestinas
Fotos textos Jaime Luis Brito
Carátula textos Ezequiel Flores Contreras
Capítulo 18. Guerrero, otro tiradero de cadáveres
Capítulo 19. La historia de Saira
Capítulo 20. La búsqueda de los 43
Fotos textos Ezequiel Flores Contreras
Carátula textos Noé Zavaleta
Capítulo 21. Don Fernando no se rinde
Capítulo 22. Los novios que salieron y no regresaron
Capítulo 23. Cruzó a San Diego y tampoco volvió
Capítulo 24. Sinaloa, en las fauces del narco
Fotos Textos Noé Zavaleta
Epílogo
portadillabuscaLos buscadores
Primera edición: Octubre, 2018
D.R. © 2018, Comunicación e Información, S.A. de C.V.
Fresas 13, Colonia del Valle, delegación Benito Juárez,
C.P. 03100, Ciudad de México
D. R. © José Gil Olmos / Marcela Turati / Jaime Luis Brito
Juan Alberto Cedillo / Ezequiel Flores
Foto portada: Germán Canseco
Diseño portada: Alejandro Valdés Kuri
Diseño y formación: Fernando Cisneros Larios
Corrección tipográfica: Daniel González, Jorge González, Serafín Díaz,
Patricia Posadas
Edición: Cuauhtémoc Arista
Coordinación editorial: Germán Canseco y Noé Zavaleta
edicionesproceso@proceso.com.mx
Queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía, el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares de la misma mediante alquiler o préstamo públicos.
ISBN: 978-607-7876-78-6
Impreso en México / Printed in Mexico
¿Y cuándo vuelve el desaparecido?
Cada vez que lo trae el pensamiento.
¿Cómo se le habla al desaparecido?
Con la emoción, apretando por dentro.
Rubén Blades
El principio de la muerte es el olvido.
Germán Canseco
Conoces el amor de madre cuando ves en ellas
el dolor de su ausencia.
Noé Zavaleta
Introducción
¿Dónde están nuestros hijos? ¿Dónde están?
Cierre los ojos por tres segundos. Imagine el Estadio Azul, el autódromo Hermanos Rodríguez o el Palacio de los Deportes, llenos a su máxima capacidad e incluso con sobrecupo: 30 mil personas cubriendo esas planchas de concreto. Agregue esa misma cantidad de gente en un plantón en el Monumento a la Revolución. ¿Ya la visualizó? Ahora levante su mano derecha, con los ojos todavía cerrados, truene los dedos y mentalmente vacíe el estadio, el autódromo, el foro de conciertos y el inmueble histórico. Que no quede nada: ni una persona, ni sombras, ni huellas, ni basura, ni ecos, ni una carta de despedida.
No hay un viento que sople, pistas ni prendas de vestir olvidadas en el camino que lleven al punto del encuentro, tampoco murmullos a las orillas del río y del mar, que como canto de sirenas conduzcan al encuentro prometido. Son los desaparecidos de México: más de 30 mil ausencias entre 2007 y 2017 en las 32 entidades federativas, según cifras del Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas (RNDPED), que engloba aproximadamente mil desapariciones
en el ámbito federal y 29 mil en el fuero común.
En las desapariciones de México convergen la impunidad, la corrupción, los cárteles del crimen organizado y las pugnas entre los barones de la droga, así como el tortuguismo de las corporaciones policiacas y la pasividad de las instituciones de procuración de justicia. En algunos casos esto se debe a omisiones, pero la mayoría es por complicidad.
Los reporteros de Proceso recorrieron la Costa Chica de Guerrero para documentar las desapariciones masivas; las zonas montañosas y de la cuenca en Veracruz, para dar testimonio de las desapariciones forzadas; en Morelos, constataron la protección oficial y las negligencias en los camposantos; en Tamaulipas, la masacre silenciada de migrantes y el silencio gubernamental; en Sinaloa, el extravío de cuerpos en Culiacán y Los Mochis, pero también el desaseo del manejo de los restos de los no identificados
en la fosa común.
En Coahuila y Nuevo León se recogieron testimonios de los desaparecidos y de fosas que la autoridad pretende minimizar; en Baja California, historias de familiares amenazados por el crimen organizado para que dejen de buscar a sus desaparecidos o inexplicables extravíos en suelo estadunidense.
Son los desaparecidos de México y los no identificados
de las fosas clandestinas, una emergencia nacional en la cual los últimos dos presidentes de México, el panista Felipe Calderón Hinojosa y el priista Enrique Peña Nieto, han mostrado ceguera política, sordera social y autismo en sus sistemas de procuración de justicia, con trastornos de impunidad y complicidad, lo que ha orillado a miles de familiares de desaparecidos en todo el país a salir de su dolor para cavar la tierra y buscar huesos y otros restos de los suyos.
La indiferencia oficial también los obligó a plantarse en los Servicios Médicos Forenses y en las procuradurías locales para revisar fotografías de cuerpos en descomposición, así como a tener los pantalones bien puestos y las faldas bien fajadas para encarar a alcaldes, diputados, gobernadores, comandantes policiacos, agentes del Ministerio Público, procuradores, peritos, investigadores, comisionados y fiscales especiales cuyo trabajo ha sido nulo.
La búsqueda con fortaleza y corazón corresponde únicamente a quienes lloran esas ausencias.
Germán Canseco y Noé Zavaleta
A01La Caravana al Sur, del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad. Veracruz
Capítulo 1
El origen
del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad
José Gil Olmos
Antes de preguntarles les pedí que me perdonaran por lo que quería saber. Teresa Carmona había perdido a su hijo cuando un grupo de delincuentes lo asesinó en su casa de la Ciudad de México y a María Herrera le desaparecieron a sus dos hijos las manos criminales de Veracruz y Guerrero.
–Sentí un vacío en las entrañas –contestó Teresa mientras sus manos se aferraban a su estómago cuando le inquirí lo que había sentido cuando le anunciaron la muerte de su hijo.
–Nos mataron el miedo –respondió doña María, con la mirada triste y acuosa que ya nunca perdería.
Una vez que las escuché, les pedí una vez más que me perdonaran, sin poder contener el llanto por el dolor que les estaba provocando. Las dos me abrazaron y dijeron: No nos pidas perdón, tenemos tanto amor que podemos darte consuelo
.
Entendí que cuando desaparecían sus hijas o hijos sentían que se los arrancaban de las entrañas, desde donde tuvieron la vida, y salieron al mundo donde se los habían arrebatado salvajemente.
Como nunca en la historia reciente de México, desde finales del siglo XX y principios del XXI ha habido violencia y muerte, desapariciones y desplazamientos en un corto periodo, sin tener una situación de guerra formal, aunque en los hechos la haya.
En estos tiempos malditos, que el poeta Javier Sicilia describe como demoniacos, hemos sufrido los peores horrores del infierno de una guerra no convencional en la que el ejército y las policías del país se enfrentan vanamente a un número mayor de hombres, mujeres y niños que integran las decenas de hordas criminales que controlan varias zonas del territorio nacional.
Desde la guerra cristera de 1926-1929, cuando según algunos historiadores murieron más de 150 mil personas, México no tenía registrado un periodo tan violento como el que detonó Felipe Calderón cuando declaró la guerra contra el narcotráfico en 2006: más de 200 mil muertos, 50 mil desaparecidos y 350 mil desplazados.
El total de las víctimas de la violencia y la guerra contra el narcotráfico en México rebasa con mucho la suma de víctimas que arrojaron las dictaduras en Argentina y Chile.
La primera persona a la cual se le reconoció oficialmente la condición de desaparecido, en 1969, fue el profesor Epifanio Avilés Rojas. Se trató de la primera víctima de la guerra sucia en la cual el Estado mexicano era el principal responsable de atentar contra todos aquellos que estaban inconformes con el régimen del PRI.
Décadas después la lista extraoficial de desaparecidos es de 50 mil y continúa incrementándose, haciendo de esta etapa el periodo más oscuro y violento de la historia reciente del país.
Con el arranque del nuevo siglo y del nuevo milenio, el fenómeno de los desaparecidos brotó de manera salvaje y cruda. Aquella frase de Vargas Llosa de la dictadura perfecta se hacía patente ya no sólo desde el gobierno, sino a partir del predominio de un sistema de corrupción e impunidad en el que gobierno y crimen organizado se fundieron en un solo cuerpo. Esto es, el narcoestado, en el que ningún partido ni gobierno se escapa.
Para el inicio del siglo aún no se tenía clara la magnitud ni la profundidad del fenómeno de los desaparecidos. Pero entonces 15 mujeres que integraban en Tijuana la organización Nuestras Hijas de Regreso a Casa se asomaron para denunciar que en esa ciudad fronteriza con Estados Unidos se tenían registradas 4 mil 476 desapariciones entre diciembre de 1993 y enero de 2003, además de que se habían encontrado 320 cadáveres.
En estos primeros 10 años del siglo XXI el fenómeno de las desapariciones forzadas fue ignorado por el gobierno federal y la mayor parte de los medios de comunicación, que lo registraban de manera aislada e intrascendente.
Tijuana y Ciudad Juárez aparecían en los noticiarios y periódicos como ciudades violentas pero muy alejadas del resto del país. Los asesinatos y desapariciones forzadas en el norte parecían sucesos aislados, propios de la frontera con Estados Unidos. Una década después este fenómeno ya se había extendido como un cáncer maligno haciendo metástasis por todo el país; a la par surgieron 37 organizaciones compuestas por familias que se impusieron la misión de buscar a sus seres queridos, ante la indolencia cómplice de las autoridades.
El amanecer del domingo 27 de marzo de 2011, los cuerpos de Juan Francisco Sicilia y de otras seis personas fueron localizados en la entrada del fraccionamiento Las Brisas, en Cuernavaca, Morelos, con signos de que fueron ejecutados. Este hecho dio un vuelco a las protestas aisladas de familiares muertos y desaparecidos de todo el país.
La voz del poeta Javier Sicilia, que denunció la muerte de su hijo y de miles de personas más, retumbó en el país y en el extranjero. Fue la voz que unió otras voces hermanadas por el dolor.
El 6 de abril siguiente miles de personas marcharon por las calles de la capital morelense para exigir a las autoridades que detuvieran la espiral de violencia, que en cinco años había provocado 425 ejecuciones criminales. Tres semanas más tarde ya se habían unido 250 organizaciones sociales, eclesiásticas, empresariales, sindicales, de derechos humanos, campesinas y estudiantiles para realizar la primera Marcha por la Paz de Cuernavaca a la Ciudad de México, que duró tres días.
El 8 de mayo cientos de miles de personas acompañaron paso a paso a Javier Sicilia durante decenas de kilómetros, desde la llamada Ciudad de la Eterna Primavera hasta la entrada de la capital del país, y luego marcharon al Zócalo, donde más de 20 oradores exigieron paz.
A pesar de la gran manifestación aún seguía siendo invisible el fenómeno de los desaparecidos en todo el país.
Un mes después, ya ganada la atención de la opinión pública nacional y extranjera, con el interés provocado en los partidos políticos y en el gobierno de Felipe Calderón debido a las denuncias de los familiares de miles de muertos en el marco de la guerra contra el narcotráfico, el 4 de junio se inició la Caravana del Consuelo, la Justicia, la Dignidad y la Paz, que partió de Cuernavaca para llegar el día 10 a Ciudad Juárez. También la encabezó Sicilia.
Conformaron la caravana varios autobuses en donde viajaban familiares de víctimas, reporteros, activistas y defensores de los derechos humanos. Durante una semana recorrió 3 mil kilómetros. Pasó por la Ciudad de México, el Estado de México, Michoacán, Guanajuato, San Luis Potosí, Zacatecas, Coahuila, Durango, Nuevo León y Chihuahua.
El objetivo era firmar un Pacto por la Paz, generar lazos de comunicación entre los ciudadanos para interpelar al gobierno de Calderón y a los partidos políticos. Pero al final se logró visibilizar el infierno por el que estaban pasando los familiares de miles de desaparecidos.
Hasta esos días la prensa no tenía registrada en sus páginas la profunda gravedad de la desaparición de miles de personas a manos del crimen organizado e incluso de las fuerzas del Estado. Lo que se registraba en los medios de comunicación era el número de asesinatos diarios a través de un mecanismo conocido como el ejecutómetro
.
Los partidos políticos y el gobierno tampoco tenían a los desaparecidos en sus agendas, saturadas por los tiempos electorales marcados por la sucesión presidencial. Las pocas organizaciones de desaparecidos en Michoacán, Coahuila, Baja California y Chihuahua no tenían una voz que repercutiera y sus denuncias se topaban con la burocracia de los gobiernos y la indolencia de los medios, acostumbrados a registrar las matanzas.
Sin embargo, al paso de la Caravana por la Paz comenzó a develarse el infierno de una guerra en la cual los grupos del crimen organizado, asociados con la policía, se llevaban a miles de personas, muchos jóvenes, para desaparecerlos sin pedir rescate en muchos de los casos.
La maldad brotó con toda su magnitud a través de los gritos de dolor de muchas familias que por primera vez salieron públicamente a exigir la aparición de sus hijas, hijos, padres, tíos, primos, amigos que un día ya no habían regresado a sus casas. Algunas se subieron a los autobuses de la caravana arropados por el grito de bienvenida: ¡No están solos!
.
Cada plaza a la que llegaba el convoy se convertía en anfiteatro. Los gritos, la angustia y el dolor brotaban de las gargantas con historias similares: hombres armados se habían llevado a la gente en una calle o la detuvo la policía y después ya no apareció.
Una señora contó la historia de un vecino al que prefirió no identificar: Regresó a su casa después de semanas que nadie sabía de él. Estaba muy golpeado y herido. Duró semanas sin querer salir, no quería hablar. Después le contó a su familia que Los Zetas se lo habían llevado lejos de Saltillo, en un paraje donde tenían una plaza donde organizaban peleas a muerte y apostaban. Si ganabas te mantenían encerrado hasta que te sacaban de nuevo a pelear. Ganó varias veces y le dijeron que como premio lo regresarían a su casa, pero que si hablaba lo matarían y también a su familia. Ya no quiere salir a la calle porque si lo ven se lo llevan de nuevo a pelear
,
Las voces que hasta entonces salían al público no tenían un respaldo de organizaciones que las ampararan, por lo que Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos en Coahuila (Fundec), fundada en 2009 por el obispo de Saltillo, Raúl Vera, fue una pieza clave para cobijar el movimiento de desaparecidos en todo el país y también para el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad.
Los vínculos de Javier Sicilia con las comunidades eclesiales de base creadas desde los años ochenta por los sacerdotes de la Teología de la Liberación, entre ellos el obispo Sergio Méndez Arceo, también fue esencial para la estructura que apoyó a la caravana a su paso por las ciudades mencionadas. Fueron las monjas, sacerdotes y laicos de dichas comunidades eclesiales quienes alimentaron y hospedaron a los integrantes de la marcha.
La llegada a Ciudad Juárez no fue como lo que esperaban los familiares de las víctimas. La animadversión de las organizaciones locales en contra del movimiento que venía del centro del país dividió a los integrantes. A pesar de esto, el problema de los desaparecidos ya se había visibilizado y los familiares comenzaron a organizarse con una fuerza inusitada que obligó al presidente Felipe Calderón a que los escuchara en un encuentro público en el Castillo de Chapultepec.
Después vinieron dos caravanas más, una al sur del país y otra en Estados Unidos, donde por primera vez en la historia de México un grupo de connacionales, apoyado por agrupaciones estadunidenses, realizó una gira para denunciar la situación de violencia, el desamparo de la ciudadanía, así como la muerte y desaparición de miles de mexicanos como parte de la guerra contra el narcotráfico.
Después de esa gira por el país del norte, el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad comenzó a declinar. Javier Sicilia rechazó las propuestas de convertirse en el líder de las víctimas y las ofertas de partidos políticos de postularlo a un puesto legislativo.
Pero el fenómeno de desaparecidos ya se había hecho visible. Comenzaron a surgir agrupaciones locales, encabezadas principalmente por mujeres que se convirtieron en investigadoras, forenses y buscadoras de sus seres queridos en fosas clandestinas diseminadas en cerros, montañas, desiertos, parajes, pueblos y ciudades de todo el país.
A02Javier Sicilia en la salida de la Marcha por la Paz a la Ciudad de México (05/05/11)
A03María Herrera en la Caravana a Estados Unidos
A03bLa Caravana al Sur. Chiapas
A04Nancy Raquel