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Con un poco de tiempo
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Libro electrónico318 páginas4 horas

Con un poco de tiempo

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Información de este libro electrónico

El viaje a casa fue bastante largo. Abandonar la isla para empezar una nueva vida iba a ser de lo menos emocionante. Papá y mamá querían tener algo más de intimidad, por eso eligieron Puente del Rey para vivir. Un pueblo en el norte de la península con grandes playas y un puerto y una universidad con algo de prestigio. Una ciudad tranquila y bien comunicada.

Miré por la ventanilla durante todo el viaje. En mis auriculares se reproducía la canción de «Better than ever» de Billie Eilish.

A mi lado, el imbécil de Nerón mirando su móvil. Finalmente papá detuvo el coche.

—Contemplad este rinconcito.
Mi hermano y yo miramos por nuestras respectivas ventanillas. El paisaje era verde y las casas bajas con paredes de colores. Era alucinante ese pequeño trozo del norte. Puso el freno de mano y nos miró por el retrovisor.

Pausé la canción y guardé los cascos.
Era hora de conocer ese rincón nuevo llamado hogar.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 ago 2022
ISBN9788411441261
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    Con un poco de tiempo - Sonia Chipont

    1500.jpg

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Sonia Chipont

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1144-126-1

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    A mi compañero de viaje y a mi oruga que

    Poco a poco está convirtiéndose en mariposa.

    Gracias por creer en mí.

    Prólogo

    Papá y mamá han decidido mudarse a un pueblo tranquilo debido a la popularidad de su cadena hotelera.

    Llegamos a una mansión situada a las afueras, una universidad céntrica repleta de gente nueva y un equipo de fútbol local. 

    Todo empieza bien hasta que comienzo una relación a escondidas con un amigo de mi hermano y este último me hace la vida imposible. 

    ¿Confiar en el karma? Por supuesto. 

    1. FLAVIA

    —Bueno, ya hemos llegado —dijo mamá mientras abría la puerta del coche.

    Mi hermano y yo nos apresuramos a bajar del todoterreno de papá. Como estábamos sentados en la parte trasera, cada uno salió por su puerta. La de mi hermano estaba justo delante de la casa y la mía al otro lado.

    —Buena choza —dijo mi hermano.

    Me dirigí al lado de mi hermano, me puse justo a su lado derecho.

    —Me gusta más que la de Tenerife —dije finalmente contemplando aquella mansión.

    Papá tardó un poco más en bajar del lado del conductor. Se apresuró al lado de mamá, que se encontraba apoyada en el coche mirando a la casa.

    —Ahora tenéis que elegir habitación —dijo mientras sonreía. Se giró hacia nosotros bruscamente—. A ver si por una vez en la vida os poneis de acuerdo en algo y escogéis habitación sin pelearos. —Puso el brazo por el hombro de mamá. Volvió a mirar a la casa—. Tenéis seis habitaciones. —Mamá le pegó un codazo en las costillas—. Bueno, cinco —dijo soltando aire debido al codazo de mamá—. Una es para nosotros. —La miró embobado mientras mamá le devolvía la mirada.

    Papá y mamá eran la pareja ideal. Ambos trabajaban juntos en la cadena hotelera del abuelo Antonio, el padre de mamá. El primer hotel del abuelo nació en Tenerife, pero después de varios años se expandió por todas las islas Canarias y la península.

    Nosotros vivíamos en Tenerife, teníamos nuestra vida allí. La empresa se había expandido, por lo que nos tocó mudarnos a Puente del Rey, una ciudad del Norte peninsular. Esta ciudad tiene un puerto enorme y todo lo demás es campo y monte. También he leído que las fiestas de junio de esta ciudad son bastante conocidas, es impresionante.

    —Flavia —interrumpe mi hermano—, te dejo elegir habitación si eres mi sirvienta durante una semana.

    —¿Eres gilipollas, Nerón?

    Mi hermano sonrió. Acto seguido Nerón abrió el maletero y sacó su maleta de ropa. Mañana llegaría el camión con todo lo demás. Poca cosa, ya que la casa que habíamos comprado tenía bastante mobiliario, por lo que la casa de Tenerife se quedó casi intacta al venderla.

    —Me subo —dijo mirándome fijamente—, voy a elegir habitación a la de una, a la de dos.

    —¡Ni pensarlo! —exclamé mientras cogía mi pequeña maleta del maletero.

    Nerón echó a correr en dirección a la puerta. Papá y mamá se quedaron donde estaban, supongo que no querían interrumpir la decisión de sus dos hijos.

    Llegamos al vestíbulo donde predominaba una enorme escalera. Nerón subió muy deprisa, saltando escalones y yo lo seguía.

    —Flavia, eres muy lenta —dijo mientras corría hacia arriba sin ni siquiera mirarme.

    —Te odio.

    Una vez arriba, Nerón se limitó a abrir puerta por puerta. Yo miraba las habitaciones que mi hermano dejaba con la puerta abierta con la finalidad de elegir la mejor.

    —¡Esta para mí! —gritó Nerón mientras entraba en una de las habitaciones.

    —Primero quiero verla y después ya veremos si es tuya —dije apresurándome a entrar en la misma habitación.

    La habitación que mi hermano había elegido era una de las más grandes. Tenía una enorme cama, sin sábanas ni nada. Una ventana que daba justo a un pedazo de bosque enorme, ya que vivíamos en las afueras de la ciudad y un baño independiente con entrada justo dentro del dormitorio.

    Nerón lanzó la maleta a un lado y se tiró de espaldas a la cama poniendo sus brazos por detrás de la cabeza.

    —¿Qué te parece? —preguntó con una sonrisa de oreja a oreja.

    —Que te la quedes —dije apretando los dientes—, elegiré yo otra.

    Salí de la habitación dejando al imbécil de mi hermano tumbado en la cama. Volví al principio de la sala, justo donde empezaban las escaleras y me puse a mirar habitación por habitación. Finalmente me decanté por la segunda.

    —Esta para mí —dije en voz alta.

    —Flavia y Nerón, ¿seguís vivos? —preguntó mamá desde el piso de abajo.

    —¡Sí, por ahora! —grité.

    Dejé mi maleta a un lado y me puse a mirar con detenimiento mi cuarto. Tenía una cama igual de grande que la de Nerón, un baño independiente y una ventana con vistas al jardín trasero.

    —Bajad, tenemos que contaros todo lo que tenemos planeado para vosotros —dijo papá en voz alta.

    Unos pasos se escucharon por el pasillo hasta que llegaron a la puerta de mi habitación.

    —Hermanita, ¿te espero o puedes bajar sola? —dijo mi hermano apoyándose en el marco de la puerta.

    —¿Era necesario estar sin camiseta por la casa? —pregunté con cara de asco mientras lo miraba de arriba abajo.

    Mi hermano sonrió y se apresuró a bajar antes que yo al piso de abajo. Yo fui tras él.

    Nerón y yo no teníamos nada en común. Él era mi hermano mayor, tenía veintiún años, repitió un curso en el instituto y ahora estaba en la universidad estudiando segundo de ingeniería. Sinceramente un imbécil como Nerón no sé por qué está estudiando ese tipo de carrera. Nerón siempre ha sido el suspiro de las chicas y de los chicos que le rodeaban. Jugaba al fútbol en Tenerife, era bueno, realmente bueno y cada mes tenía una novia nueva. Era alto, delgado pero fibrado y tenía un par de tatuajes: uno en el pecho en forma de tribal que se lo hizo con diecisiete años y otro en el gemelo, un tributo al Joker, el payaso ese del murciélago de los cómics.

    Yo era todo lo contrario. Tímida, un poco más bajita que él. Me encantaba la ropa de marca y sobre todo leer, me encantaba sumergirme en las historias que leía. Mi pelo era liso, moreno como el de mi hermano y mis ojos eran verdes como los de Nerón o los de mi madre. Aunque mi carácter tímido no me cohibió de haber tenido dos novios formales que a diferencia de Nerón yo sí había presentado a mi familia. ¿El motivo de ruptura? El primero Jonathan, me puso los cuernos y recibió un puñetazo de mi hermano. El segundo simplemente me dejó, por lo que tengo entendido, porque Nerón lo amenazó para que lo hiciera, ya que la diferencia de edad entre nosotros era bastante considerable.

    Y ahora os preguntareis: ¿por qué mi hermano y yo tenemos esos nombres históricos? Por mi madre. Ella es aficionada a la antigua Roma, de hecho, publicó un libro sobre la caída del Imperio romano de Occidente. Mamá me contaba historias de Roma y yo siempre he flipado con ellas. De hecho, hice primero de carrera de historia en Tenerife, así que supongo que ahora aquí tendré que matricularme para hacer segundo.

    Cuando llegué al piso de abajo, encontré a mi padre sentado en uno de los butacones del salón, a mi madre en el otro y a Nerón en el sofá, cómo no, tumbado en él.

    —Aparta —dije quitándole los pies del sofá para poder sentarme.

    Nerón soltó un bufido y bajo la atenta mirada de mamá, a regañadientes, los quitó dejándome sitio.

    Sonreí y el me hizo una mueca. Cómo sabía lo que más le fastidiaba. Qué pesado era, de verdad.

    —Bueno —comenzó papá—, ya hemos solicitado plaza en las universidades de la zona. Empezareis el lunes —continuó—, tenéis el fin de semana libre pero…

    —¡Necesito salir de fiesta! —gritó mi hermano interrumpiendo a mi padre.

    —¿Tú solo? —pregunté irónicamente.

    —Nerón, deberías acercarte al estadio y apuntarte al equipo de fútbol local —dijo mamá.

    —Lo haré. —Se levantó—. Eso es lo primero que voy a hacer. —Miró a papá—. ¿Qué día es?

    Puse los ojos en blanco.

    —Viernes —dije finalmente soltando un bufido.

    —Te quiero como agenda personal, hermanita —dijo mientras me cogía los mofletes apretándolos con los dedos.

    —¡Papá! —grité mientras le daba manotazos en las manos para que me soltara—. Dile que pare.

    Mi padre puso los ojos en blanco y comenzó a masajearse la sien. Mamá soltó una risa que hizo que papá se riera con ella.

    —No puedo con vosotros, de verdad —dijo papá finalmente.

    Un pitido de claxon suena fuera.

    —Deben ser los abuelos —dijo mamá.

    Los padres de mi madre todavía seguían con vida. De hecho, el abuelo fue quien fundó la empresa. Los padres de papá no estaban, pero mis abuelos lo trataron como a un hijo más. A los abuelos paternos no llegué a conocerlos, murieron justo cuando yo tenía un año y, bueno, supongo que Nerón no se acordará de ellos.

    Mamá se levantó a abrir la puerta y Nerón, papá y yo nos pusimos detrás de ella.

    —¡Mamá! —gritó mamá corriendo con los brazos abiertos.

    La entrada de nuestra casa era de adoquín oscuro. Tenía un porche y justo delante unos maceteros gigantes. Los coches se quedaban fuera aparcados. El jardín se encontraba en la parte trasera presidido por una enorme piscina. Supongo que el clima del norte tendría algún parecido con el de las islas. ¿O no?

    —¿Dónde están mis dos nietos preferidos? —preguntó la abuela acercándose a la entrada.

    Mi hermano y yo sonreímos. Abrimos los brazos para que la abuela nos abrazara. Ella vino lo más rápido que pudo, dio un abrazo corto a papá que la esperaba con nosotros y nos abrazó a los dos a la vez.

    —¡Cómo os he echado de menos! —dijo mientras nos apretujaba.

    —Abuela, solo hace unas horas que no nos vemos —dijo Nerón cogiendo el poco aire que la abuela le dejaba debido a su apretujón.

    —¡Cómo está mi familia! —gritaron desde el enorme porche Cayenne negro.

    El abuelo.

    Mi abuelo de joven debió de ser super atractivo. Todavía conservaba en pelo blanco peinado hacia atrás, usaba siempre gafas de sol, porque al tener los ojos claros, la luz solar le molestaba y siempre vestía con chaquetas de paño en invierno y en costosos trajes. Era delgado con barba arreglada y blanca y siempre olía muy bien. Creo que la abuela también tiene algo que ver en que el abuelo vista y se cuide de esa manera.

    Mi abuela era igual. Era una persona que se cuidaba mucho. Era buena y sencilla, aunque siempre le gustaba mucho comer en restaurantes buenos de la zona.

    El abuelo se acercó a nosotros.

    Nos abrazó con ternura.

    —Siempre oliendo tan bien, abuelo —dije sonriéndole mientras se separaba de nosotros.

    —Ya sabes —dijo acercándose a mi oreja—, a la abuela le encanta este perfume —susurró.

    Yo sonreí. Estaba acostumbrada a ese tipo de amor, al de toda la vida, al mágico.

    —Abuelo —dijo Nerón volviéndolo a abrazar—. ¿Puedes dejarme el coche esta tarde? —preguntó casi en un susurro.

    El abuelo se apartó y le sonrió hasta que finalmente asintió con la cabeza.

    —¿Por qué no coges el de papá? —pregunté enarcando una ceja.

    —Porque me gusta el Porche del abuelo. Se liga más.

    Puse los ojos en blanco.

    —Vale, Nerón —dije con un bufido que hizo sonreír al abuelo—. ¡Papá! —grité girándome hacia mi padre—. Nerón le ha pedido el coche al abu.

    —¿Otra vez? —preguntó papá—. Don Antonio. —Se acercó al abuelo y lo cogió por los hombros—. No hace falta que le deje el coche.

    —No es molestia, de verdad —dijo el abuelo mientras le cogía las manos a papá.

    No es molestia, dice. La última vez le destrozó el coche al abu porque se estrelló contra una farola. A ver qué le pasaba hoy.

    El abuelo le lanzó las llaves a Nerón. Este se apresuró a subirse al coche.

    —¡Nerón! —gritó mamá—. Ponte una camiseta, haz el favor.

    Nerón volvió dentro y subió dirección a su cuarto. Yo me quedé abajo con la familia. Entramos a la casa y cerramos la puerta de entrada.

    A los pocos minutos el timbre sonó. La abuela fue a abrir.

    —Buenas tardes —carraspeó—. ¿La familia.. —dijo mientras miraba una nota como si no se acordara de nuestro apellido— De la Torre?

    —Sí —dijo mi abuela con una sonrisa.

    —Somos Clara y Álvaro García —volvió a carraspear—, los trabajadores de…

    —¡Hola! —gritó la abuela—. Bienvenidos a la familia. —Los abrazó.

    La abuela era así de espontánea.

    La abuela acompañó a ambos trabajadores al salón donde estábamos todos para así poder conocerlos.

    —Familia —comenzó—. Estos son Clara y Álvaro. Los nuevos trabajadores de la casa.

    Ambos saludaron con la mano.

    Clara era un poco más mayor que yo. Bajita y con los ojos más negros que el carbón. Su piel era tostada y su pelo largo y negro. Tenía un lunar justo encima del labio. Él se parecía muchísimo a ella, supongo que eran hermanos.

    —Encantados —dijo mamá levantándose para extenderles la mano.

    Ambos la aceptaron sin soltar palabra. Supongo que eran bastante tímidos.

    —¡Volveré tarde! —gritó Nerón abriendo la puerta de entrada.

    —¡Nerón! —gritó papá. Nerón entró y fue al salón—. Estos son los nuevos trabajadores de la casa, Clara y Álvaro.

    La cara de ella se iluminó conforme vio al imbécil de mi hermano. Sus manos seguían cruzadas justo delante de ella, pero su mirada no dejaba detalle de mi hermano.

    —Encantada —dijo Clara extendiéndole una mano a Nerón.

    —Lo mismo digo —le dijo sonriendo. Se volvió a nosotros—. Me voy.

    Nerón salió por la puerta y escuchamos el motor del coche del abuelo. Supongo que traerá el coche de una pieza.

    2. NERÓN

    Conduje hacia el centro de la ciudad. Esta casa estaba totalmente alejada de la zona urbana. Mientras conducía cogí el teléfono.

    ¡Joder, Nerón, podrías parar para poner el GPS!

    Mi conciencia tenía razón, tenía que parar para poder configurar el GPS, así que paré justo en una zona de descanso de camino a la ciudad.

    Cogí el móvil y puse el GPS. Puse el estadio más cercano y lo activé.

    «Dirígete hacia el noroeste por la carretera del Palmar».

    ¡Que voz más desagradable, de verdad!

    Seguí conduciendo hasta que el GPS dijo : «¡Ha llegado a su destino!».

    Apagué la aplicación y aparqué el coche en el parking justo en la puerta del estadio. Me puse las gafas de sol negras que tenía colgadas del cuello de mi camiseta y entré.

    Justo en el campo, vi cómo varios jugadores entrenaban. Unos corrían alrededor del estadio y otros se tiraban la pelota.

    Vi a un hombre de cierta edad con los brazos en jarras, una gorra roja y un pito en la boca. Supongo que ese era el entrenador.

    Me acerqué a él.

    —Buenas tardes.

    El hombre se giró hacia mí y comenzó a mirarme de arriba abajo. Cosa que me incomodó mucho.

    —¿Qué quieres? —preguntó finalmente.

    —Vengo a entrenar con vosotros —dije extendiéndole una mano.

    El hombre empezó a reír.

    —Como los veinte chicos que han venido a lo largo de la semana. —Se giró hacia el campo —Lárgate.

    —Déjeme demostrarle lo que sé —dije casi rogándole.

    El hombre volvió a girarse hacia mí y enarcó una ceja.

    —Está bien. —Se volvió a girar hacia los jugadores que entrenaban. Comenzó a señalar—. Ponte con Luca y Mario a dar toquecitos a la pelota. Luego le haces siete vueltas al campo, corriendo a ritmo constante y después lanzas cuatro veces a la portería. —Soltó el pito, que cayó justo en su pecho ya que estaba cogido por una cuerda—. Si marcas los cuatro después de todo ese entrenamiento, te quedas.

    —Voy en vaqueros —dije mirándome los pantalones—, podrías dejarme algo de ropa de deporte, ¿no?

    El hombre comenzó a reír.

    —Esa es la gracia, muchacho —dijo dedicándome una sonrisa.

    Me dirigí hacia los dos chicos que pegaban toques a la pelota con los pies.

    Me puse enfrente de ellos y me pasaron la pelota. Comencé a tocarla con ambos pies, con la cabeza y se la pasé a uno de ellos.

    Estuve jugando con ellos durante tres cuartos de hora.

    —¡Muchacho! —gritó el entrenador—. Ahora las vueltas.

    Comencé a correr alrededor del campo hasta que completé las vueltas pactadas. Ahora solo quedaban los cuatro tiros a portería.

    —¡José! —gritó el entrenador mientras señalaba la portería.

    José se puso delante de la portería con las manos delante de él.

    ¡Maldito José! ¡Era un tío enorme que llegaba hasta el palo más alto de la portería!

    Me puse en posición y lancé el primer tiro.

    —¡Gooool! —grité agitando las manos.

    El primero ya estaba metido, ahora faltaban los otros tres.

    Todo el equipo dejó de entrenar y se centró en mi prueba.

    Volví a lanzar la pelota contra José y así las tres veces restantes. Todos los tiros acabaron en la red de la portería, por lo que cuando acabé me giré hacia el entrenador, quien enarcó una ceja y caminé hacia él.

    Cuando estuve lo suficientemente cerca, comenzó a aplaudir, sorprendido.

    —Bien hecho, chico —dijo sin dejar de aplaudir—. Bien hecho.

    —¿Entonces —dije mirándolo fijamente— me das tú el equipamiento o lo compro aparte? —dije mientras le sonreía.

    El hombre me extendió la mano.

    —Soy Leo, el entrenador de este equipo.

    —Mucho gusto, me llamo Nerón.

    Dos jugadores se acercaron a nosotros.

    —Hola, soy Luca —dijo con una sonrisa.

    —Encantado, Nerón.

    —Y yo Mario. —Extendió la mano.

    —Bien, señores —comenzó a gritar Leo para todos los jugadores—, os presento a Nerón, nuevo jugador de Puente del Rey Fútbol Club.

    Todos saludaron con la mano.

    —Acompáñame, chico —dijo Leo alejándose del campo.

    Me limité a seguirlo mientras entrábamos en una oficina justo al lado de los vestuarios. Leo comenzó a buscar algún papel en su archivo situado en una de las estanterías detrás de una silla giratoria que presidía una mesa.

    Me senté en una de las sillas que estaba al otro lado.

    —Bueno, Nerón —dijo Leo sin dejar de buscar lo que quiera que buscase—, eres canario, ¿no?

    —Creo que resulta obvio por el acento que me gasto —vacilé.

    Leo rio.

    —Aquí estás —dijo sacando un papel y tendiéndomelo encima de la mesa.

    Cogió un boli y me lo acercó.

    —Tienes que firmar este papel y poner tus datos para poder jugar aquí —continuó—, no es un equipo famoso aquí en Puente del Rey, pero muchos ojeadores vienen a estos pequeños equipos con la finalidad de encontrar una estrella que destaque y llevarlo a un equipo de más categoría.

    Firmé el papel e introduje los datos. Cuando acabé, se lo di a Leo, el cual se había sentado en su silla giratoria. Cuando lo tuvo en las manos, comenzó a leer.

    —De la Torre —dijo enarcando ambas cejas —. ¿De los hoteles De la Torre?

    —Sí —dije mirándolo extrañado—, mi madre es la directora.

    —¿Y por qué llevas el apellido de tu madre primero?

    —Así lo decidieron mis padres —dije poniendo mis manos entrelazadas encima de la mesa—, espero que esto no suponga un problema para el equipo.

    —En absoluto —dijo con una sonrisa—. Aunque me inquieta saber... —Puso sus manos encima de la mesa y me miró con atención—. ¿Por qué eliges jugar aquí? A ver, no me malinterpretes, muchacho, solo que, con el dinero que supongo que tienes... —Sonrió—. Podrías jugar en un equipo mejor si lo quisieras.

    —No quiero —interrumpí—, estoy estudiando ahora mismo una ingeniería y no quisiera centrarme solo en jugar al fútbol.

    Leo sonrió. Comenzaba a hacer un calor horroroso en esa oficina. Las gotas de sudor caían por mi frente y empapaban mi camiseta. Leo estaba justo igual sudando y mojando también sus axilas.

    —Vaya calor hace aquí, ¿no? —pregunté abanicándome con mi mano derecha.

    —Supongo que igual que en

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