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Los Diez Mandamientos: Reglas Razonables Para La Vida
Los Diez Mandamientos: Reglas Razonables Para La Vida
Los Diez Mandamientos: Reglas Razonables Para La Vida
Libro electrónico143 páginas2 horas

Los Diez Mandamientos: Reglas Razonables Para La Vida

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Los Diez Mandamientos hoy no son populares. Los ateos no quieren ni verlos. Muchos cristianos dicen que están desactualizados. Sin embargo, Dwight L. Moody nos desafía a mirarlos más de cerca. ¿De cuál de los Diez Mandamientos podemos decir con sinceridad que no es bueno? ¿Cuál de los Diez Mandamientos podemos quebrantar, sin sufrir las consecuencias tanto aquí como en la eternidad?

Este libro te presentará el desafío de examinar las reglas de Dios para la vida. Dios no nos pide nada que sea difícil o ilógico, y por cierto con Jesucristo como fuerza nuestra y con el Espíritu Santo como guía es así. Este libro es una mirada que desafía y refresca algunas de las palabras de Dios más conocidas y antiguas.

IdiomaEspañol
EditorialAneko Press
Fecha de lanzamiento1 ago 2022
ISBN9781622458523
Los Diez Mandamientos: Reglas Razonables Para La Vida
Autor

Dwight L. Moody

Dwight L. Moody, determined to make a fortune, arrived in Chicago and started selling shoes. But Christ found him and his energies were redirected into full-time ministry. And what a ministry it was. Today, Moody's name still graces a church, a mission, a college, and more. Moody loved God and men, and the power of a love like that impacts generations.

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    Los Diez Mandamientos - Dwight L. Moody

    Contenidos

    Introducción

    El Primer Mandamiento

    El Segundo Mandamiento

    El Tercer Mandamiento

    El Cuarto Mandamiento

    El Quinto Mandamiento

    El Sexto Mandamiento

    El Séptimo Mandamiento

    El Octavo Mandamiento

    El Noveno Mandamiento

    El Décimo Mandamiento

    Una Ley, No Diez

    Dwight L. Moody - Una Breve Biografía

    Introducción

    Los Diez Mandamientos

    Éxodo 20:3-17

    I. No tendrás otros dioses delante de mí.

    II. No te harás ídolo, ni semejanza alguna de lo está arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No los adorarás ni los servirás; porque yo, el SEÑOR tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y muestro misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos.

    III. No tomarás el nombre del SEÑOR tu Dios en vano, porque el SEÑOR no tendrá por inocente al que tome Su nombre en vano.

    IV. Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, mas el séptimo día es día de reposo para el SEÑOR tu Dios; no harás en él obra alguna, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu ganado, ni el extranjero que está contigo. Porque en seis días hizo El Señor los cielos y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay, y reposó el séptimo día; por tanto, el SEÑOR bendijo el día de reposo y lo santificó.

    V. Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días sean prolongados en la tierra que el SEÑOR tu Dios te da.

    VI. No matarás.

    VII. No cometerás adulterio.

    VIII. No hurtarás.

    IX. No darás falso testimonio contra tu prójimo.

    X. No codiciarás la casa de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo.

    Pesado en las balanzas

    En el quinto capítulo de Daniel leemos la historia del rey Belsasar. Un capítulo nos dice todo lo que sabemos sobre él. Una pequeña imagen de su carrera es todo lo que tenemos. Él irrumpe en la escena y luego desaparece.

    Se nos dice que Belsasar hizo una gran fiesta para mil de sus nobles y todos los presentes bebieron vino. En aquellos días, una fiesta a veces duraba seis meses en los países de Oriente. No se nos dice cuánto tiempo había durado esta fiesta, pero en medio de ella Belsasar dio orden de traer los vasos de oro y plata que Nabucodonosor, su padre, había sacado del templo que estaba en Jerusalén para que el rey y sus nobles, sus esposas y sus concubinas pudieran beber de ellos. Luego trajeron los vasos de oro que habían sido sacados del templo, la casa de Dios que estaba en Jerusalén; y el rey y sus nobles, sus esposas y sus concubinas bebieron en ellos. Bebieron vino y alabaron a los dioses de oro y plata, de bronce, de hierro, madera y piedra (Daniel 5:2-4).

    Mientras se cometía este acto impío, de pronto aparecieron los dedos de una mano humana y comenzaron a escribir frente al candelabro sobre lo encalado de la pared del palacio del rey, y el rey vio el dorso de la mano que escribía (Daniel 5:5). No se nos dice a qué hora del día o de la noche sucedió. Quizás era medianoche. Quizás casi todos los invitados estaban más o menos bajo la influencia embriagadora del vino, pero no estaban tan borrachos como para que no pudieran volverse sobrios de repente, ya que vieron algo que era sobrenatural — una mano escribiendo en la pared, justo encima del candelabro dorado.

    Cada rostro se puso mortalmente pálido. Entonces el rostro del rey palideció, y sus pensamientos lo turbaron, las coyunturas de sus caderas se le relajaron y sus rodillas comenzaron a chocar una contra otra (Daniel 5:6). A toda prisa mandó llamar a sus hombres más sabios para que vinieran y leyeran lo escrito en la pared. Entraron uno tras otro e intentaron entenderlo, pero no pudieron interpretarlo. El rey prometió que cualquiera que pudiera leerlo sería nombrado tercer gobernante del reino y recibiría regalos y una cadena de oro sería puesta alrededor de su cuello. Pero los sabios lo intentaron en vano. El rey estaba muy preocupado.

    Finalmente, en medio de su consternación, entró la reina y le dijo al monarca que si mandaba llamar a aquel que solía interpretar los sueños de Nabucodonosor, éste podría leer el escrito y contarle la interpretación de los mismos. Entonces llamaron a Daniel. Él estaba muy familiarizado con eso. Él conocía la letra de su Padre.

    Y esta es la inscripción que fue trazada: ‘MENE, MENE, TEKEL, UFARSIN.’ Esta es la interpretación de lo escrito: MENE: Dios ha contado tu reino y le ha puesto fin. TEKEL: has sido pesado en la balanza y hallado falto de peso. PERES: tu reino ha sido dividido y entregado a los medos y persas (Daniel 5:25-28).

    Si alguien le hubiera dicho al Rey una hora antes que había llegado el momento en que debía pisar la balanza y ser pesado, se habría reído de la idea. Pero había llegado la hora vital.

    El pesaje terminó pronto. Se anunció el veredicto y se ejecutó la sentencia. Aquella misma noche fue asesinado Belsasar, rey de los caldeos. Y Darío el medo recibió el reino cuando tenía sesenta y dos años (Daniel 5:30-31). Darío y su ejército llegaron marchando por esas calles. Hubo un choque de armas. Gritos de guerra y victoria desgarraron el aire. Esa noche la sangre del rey se mezcló con el vino del salón de banquetes. El juicio le sobrevino inesperada y repentinamente; quizá noventa y nueve de cada cien juicios se produzcan de esta manera. La muerte nos sobreviene inesperadamente; viene sobre nosotros de repente.

    Quizás tú digas: Espero que el señor Moody no me vaya a comparar con este rey pagano.

    Yo te digo que un hombre que hace el mal en estos días del evangelio es mucho peor que ese rey. Vivimos en una tierra donde abundan las Biblias. Puedes obtener el Nuevo Testamento por un quinto, y si no tienes un centavo puedes obtenerlo a cambio de nada. Muchas sociedades bíblicas se complacerán en proporcionarte uno de forma gratuita. Vivimos en pleno resplandor del Calvario. Vivimos de este lado de la cruz, pero Belsasar vivió más de quinientos años del otro lado. Nunca escuchó de Jesucristo. Nunca escuchó sobre el Hijo de Dios. Nunca escuchó acerca de Dios excepto, quizás, en relación con la extraordinaria visión de su padre. Probablemente no tuviera noción de la Biblia, y si la tenía es probable que no la creyera. No tenía un ministro piadoso que le enseñara del Cordero de Dios.

    No me digas que eres mejor que ese rey. Creo que se levantará en juicio y condenará a muchos de nosotros.

    Todo esto sucedió hace muchos siglos. Miremos este siglo, este año y mirémonos a nosotros mismos. Vayamos al tiempo presente e imaginemos que ahora, mientras estoy predicando, unas balanzas descienden del trono de Dios. Están sujetas al trono mismo. Es un trono de equidad y justicia. Tú y yo debemos pesarnos. Me atrevo a decir que esta sería una audiencia muy solemne. No habría trivialidades. No habría indiferencia. Nadie sería desconsiderado.

    Algunas personas tienen sus propias balanzas. Muchos están haciendo balanzas para ser pesados en ellas. Pero después de todo, debemos ser pesados en la balanza de Dios, la balanza del santuario. Los infieles tienen como cosa favorita establecer su propio estándar y medirse a sí mismos al compararse con otras personas. Pero eso no servirá en el día del juicio. Ahora usaremos la ley de Dios como contrapeso. Cuando los hombres encuentran faltas en la vida de los que profesan ser cristianos, es un tributo a la ley de Dios.

    Tekel. Es un texto muy breve. Es tan breve que estoy seguro de que lo recordarás, y ese es mi punto: hacer que la gente recuerde la propia Palabra de Dios.

    Escritura de la mano de Dios

    Permíteme llamar tu atención sobre el hecho de que Dios escribió en las tablas de piedra del Sinaí, así como en la pared del palacio de Belsasar.

    Estos son los únicos mensajes para los hombres que Dios escribió con Su propia mano. Escribió los mandamientos dos veces y los pronunció en voz alta a oídos de Israel.

    Si se supiera que Dios mismo va a volver a hablarle al hombre, qué gran expectativa y entusiasmo habría. Durante casi mil novecientos años, Dios ha permanecido en silencio. No se ha agregado ningún mensaje inspirado a la Biblia durante más de mil novecientos años. Cuán ansiosamente estarían dispuestos a escuchar todos los hombres si Dios hablara una vez más. Sin embargo, olvidan que la Biblia es la propia Palabra de Dios, y que es tan verdaderamente Su mensaje hoy como cuando lo entregó hace mucho tiempo. La ley que se dio en el Sinaí no ha perdido nada de su solemnidad. El tiempo no puede desgastar su autoridad ni el hecho de su autoría. Los hombres olvidan que la Biblia es la propia palabra de Dios, y es tan verdaderamente Su mensaje hoy como cuando lo entregó hace mucho tiempo.

    Puedo imaginarme a alguien diciendo: No me pesarán según esa ley. No creo en eso.

    Ahora, los hombres pueden objetar tanto como quieran sobre otras partes de la Biblia, pero nunca he conocido a un hombre honesto que haya encontrado faltas o fallas a los Diez Mandamientos. Los infieles pueden burlarse del Legislador y rechazar a Aquel que nos ha librado de la maldición de la ley, pero no pueden evitar admitir que los mandamientos son correctos. Ernest Renan dijo que son para todas las naciones y seguirán siendo los mandamientos de Dios durante todos los siglos.

    Si Dios creó este mundo, también crearía leyes para gobernarlo. Para que la vida sea segura debemos tener buenas leyes; no hay un país sobre el que brille el sol que no posea leyes — la ley de Dios. Ha venido de lo alto, y los infieles y los

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