Las Escuelas De La Sabiduría Ancestral
()
Información de este libro electrónico
Me levanté rápido al alba, como era mi costumbre, y tras desperezarme realizando algunos movimientos de estiramientos, me preparé para la oración a través de la ablución, el ritual del agua, lavándome cara y manos. Tras esto cerré los ojos e inicié mis oraciones, no sin antes tomar las precauciones debidas para asegurarme que nadie me viese en aquellos momentos de recogimiento, ya que todavía pesaba sobre nosotros ese atroz edicto faraónico, por el que se nos condenaba a ser prófugos de nuestra propia tierra, pero ¿quién en nuestras circunstancias se quedaría para sufrir uno de los castigos más cruentos?
Relacionado con Las Escuelas De La Sabiduría Ancestral
Libros electrónicos relacionados
De profundis - La balada de la cárcel de Reading Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLas memorias de un extraño Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa cima inalcanzable Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesDe la vida feliz Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesHistoria de una gárgola Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesIrene de Atenas Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa Divina Comedia Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Comenzando a vivir de nuevo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLas ilusiones del doctor Faustino Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLágrimas de nieve: De humanos y monstruos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesRéquiem de La Dama de Castro Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesPeter Hös y la Aldea del Infinito Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesNacido de un error. Volumen I Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl Misterio Del Lago Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl Patio del Diablo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesManantiales de Niebla Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesDiabolus in Anima «El desolado» Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Antología Poética Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesPeón Rey Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLas puertas del alma Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesDe profundis - La balada de la cárcel de Reading / De Profundis - The Ballad of Reading Gaol Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl diario de Sabina Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCanciones (Anotada) Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLas Cartas de la Restauración Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesA secreto agravio secreta venganza Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEllos, otros y nosotros: Acontecimientos desde una Ciudad Invisible. La hecatombe, la ilusión y la incert Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa Divina Elección Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLerna: El legado del Minotauro Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl Gran Orador Un Viaje Al Más Allá... Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLos Sellos Secretos: Superación, realización y éxito personal Calificación: 5 de 5 estrellas5/5
Historia para niños para usted
Li Song, mujer china Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Hipatia de Alejandría: Edición Estudiante - Maestro: Mujeres Legendarias de la Historia Mundial, #9 Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesJinetes de Tlatelolco. Marcelino García Barragán y otros retratos del Ejército Mexicano Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesDiario de Ana Frank Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El camino del guerrero Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl Antiguo Egipto y Mesopotamia Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMITOLOGÍA HINDÚ: Brahma, Shiva y Vishnú Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa Cabaña del Tío Tom Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El festín de la muerte Calificación: 5 de 5 estrellas5/5La leyenda del Rey Errante Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La historia de Iqbal Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El gran libro de los exploradores Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl secreto de la nana Jacinta Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl Arte de la Guerra: Edición completa (con ilustraciones) Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesDiario de guerra del coronel Mejía Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Historia Poética, Mitología Griega Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesErnest Shackleton: El explorador que desafió al hielo para salvar a sus compañeros Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesRenace de las sombras Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El Yugo Zeta: Norte de Coahuila, 2010-2011 Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Ngen Mapu, el dueño de la tierra Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El diario de Noelia Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El códice perdido Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Cuentos secretos de la historia de Chile Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El último mohicano Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl descubrimiento del río de las Amazonas Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesBalarian Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa caligrafía secreta Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El renacimiento Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Robin Hood Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesHija de las tinieblas. Reclama el trono Calificación: 5 de 5 estrellas5/5
Comentarios para Las Escuelas De La Sabiduría Ancestral
0 clasificaciones0 comentarios
Vista previa del libro
Las Escuelas De La Sabiduría Ancestral - Juan Moisés De La Serna
Capítulo 1. Un Futuro Incierto
Los primeros atisbos de claridad empezaron a rasgar el frío cielo de la noche arropada en oscuridad, atravesando los luminosos rayos de sol de aquella extensa llanura, devolviendo el color ocre a esta tierra inhóspita, habitada únicamente por pequeños roedores y alimañas que se guarecen durante el día entre los escasos matorrales espinosos.
Me levanté rápido al alba, como era mi costumbre, y tras desperezarme realizando algunos movimientos de estiramientos, me preparé para la oración a través de la ablución, el ritual del agua, lavándome cara y manos. Tras esto cerré los ojos e inicié mis oraciones, no sin antes tomar las precauciones debidas para asegurarme que nadie me viese en aquellos momentos de recogimiento, ya que todavía pesaba sobre nosotros ese atroz edicto faraónico, por el que se nos condenaba a ser prófugos de nuestra propia tierra, pero ¿quién en nuestras circunstancias se quedaría para sufrir uno de los castigos más cruentos?
No conforme con el escarmiento que supondrían penas menores, como el recibir golpes de bastón, el encarcelamiento o incluso la pérdida de las pocas propiedades que poseíamos, se nos condenó a la pena capital.
Por eso no nos quedó más remedio que abandonar a todos los que conocíamos y queríamos, e iniciar una huida apresurada de aquel vasto imperio, intentando alcanzar tierras donde no llegasen noticias del nuevo Faraón.
Cada uno de nosotros tomamos caminos diferentes, sabiendo que, si éramos capturados, sin mediar juicio alguno y sin posibilidad de apelación, nos darían la peor de las muertes, a manos precisamente de aquellos a los que con tanta benevolencia habíamos tratado.
A pesar de ser un castigo prohibido por su extrema crueldad, propio de otros pueblos que existían más allá de las fronteras conocidas, se aplicaba excepcionalmente como humillación pública hacia el reo y a lo que éste representaba, haciendo partícipe en la ejecución, de aquella inhumana sentencia, a una muchedumbre airada, previamente arengada por las autoridades que permanecían impasibles ante las súplicas del condenado.
Piedra a piedra, va recibiendo aquel brutal castigo, que le va quitando la vida poco a poco, golpe a golpe, hasta que su cuerpo queda semienterrado e inmóvil.
Una visión turbadora de mi futuro, que me hacía difícil concentrarme en estos momentos de oración y recogimiento personal.
Inspiré profundamente y cerrando los ojos empecé a dar gracias por la bendición de la luz que estaba recibiendo en esta hermosa mañana que simbolizaba un nuevo día, una esperanza renovada para poder seguir adelante, dejando atrás el sufrimiento y la sinrazón, centrado únicamente en atravesar aquellas inhóspitas tierras, en busca de cobijo antes de adentrarme en las rocosas y escarpadas montañas que serían mi destino final, de allí salí y allí quisiera regresar, donde todo empezó hace ya muchas lunas.
Nadie merecería ser condenado a tan cruento castigo, ni siquiera los generales de los ejércitos enemigos atrapados en el campo de batalla se vieron nunca sometidos a tal degradación, permitiéndoles morir delante de los suyos con la cabeza bien alta, otorgándole una muerte limpia y rápida. Y menos cuando no cometimos delito alguno ni siquiera habíamos provocado mal a nadie.
Como todos los demás, me había limitado a cumplir con mi función lo más eficazmente posible, tratando de ser rápido y certero en mis tareas. Y por eso, soy reo de muerte, por el sólo hecho de existir, por representar a un tiempo glorioso que llegó a su final y del que nadie puede ya ni hablar por estar prohibido.
Según he podido saber a través de los comentarios procedentes de los mercaderes de las caravanas, y muy a mi pesar, muchos de mis compañeros, desde los más jóvenes e impetuosos, hasta los más sabios y ancianos, ya han sufrido este fatal revés del destino, pagando el precio más alto que se puede pedir, del cual estoy tratando de huir desde hace meses, y por el que ni siquiera soy capaz de mirar hacia atrás, a sabiendas de que en cualquier momento, alguien me puede reconocer y delatar.
Por lo que intento pasar lo más desapercibido posible allá por donde voy, siempre tapado con mi túnica que me cubre de la cabeza a los pies, y únicamente deja entrever una esbelta silueta, exponiendo a los rayos del sol parte de la faz y mis ahora agrietadas y curtidas manos. Discurriendo por los polvorientos caminos con paso calmado y pausado, con la única compañía y ayuda de un cayado que a modo de muleta me recuerda mis orígenes y mi futuro.
Cuando se hace inevitable mi encuentro con alguien, mientras transito por los desolados senderos o los yermos caminos, ya sea otro caminante solitario, algunos soldados de patrulla o una caravana en busca de un buen acuerdo, trato de no levantar la cabeza para que nadie fije su mirada en mi rostro, sin atreverme a contestar cuando se dirigen hacia mí, haciendo como si nada oyese y continuando mi camino.
A pesar de la nueva vida a la que me he visto abocado a adoptar, en la que me he tenido que acostumbrar a comer lo que nunca hubiese imaginado, y a dormir en las más duras y frías camas de piedra, a veces al raso y otras a resguardo en la guarida de alguna alimaña que previamente había espantado. Aun cuando mi piel se había ido curtiendo por el aire y el sol, endureciendo y encallando lo que antes era una tersa y delicada piel, cuidada con ricas fragancias.
Todavía quedan en mi cuerpo imborrables marcas de mi pasado, que se realizaron para que los demás supiesen de mi posición y se inclinasen al pasar, portándolas ahora tapadas con vendas para evitar que sean vistas, y debo de ser yo quien ahora baje la cabeza, ocultando así cualquier vestigio de un remoto esplendor al que nunca volveré.
Igualmente, mis pulidas y refinadas maneras, que tanto me costaron aprender y que se han hecho parte esencial de mí, cual costumbres grabadas a fuego en mi alma, pueden despertar sospechas y ser motivo para delatarme, por lo que tengo que prestar especial atención a no decir ni hacer nada distinto del resto, pero esta esmerada formación no se puede eliminar de un día para otro.
Ni siquiera, aquella profesión para lo que me entrenaron y que tan buen servicio traté de dar siempre, un regalo del cual nunca me consideré lo suficientemente digno, que cambió mi vida por completo, incluso eso tengo que mantenerlo oculto, como si me avergonzase de lo que soy, sin poderlo usar en beneficio de los demás, ni siquiera ante el padecimiento ajeno.
Son muchas las ciudades, pueblos y aldeas que he tenido que dejar tras de mí, en este penoso y solitario discurrir hacia el exilio, faltando, muy a mi pesar, a una de las más importantes premisas, que algunos consideraban hasta sagrada, por la que no hace tanto nos regíamos, y que guiaba y daba sentido a nuestra vida de servicio.
En circunstancias normales se solía festejar mi llegada, siendo motivo de júbilo entre los habitantes, en cambio ahora, darme cobijo o ayuda de algún tipo es motivo suficiente para sufrir mi misma pena de muerte.
Antes eran ellos los que me buscaban y solicitaban, formando colas para agasajarme, trayéndome y ofreciéndome el mejor ganado o parte de su cosecha. Un hospitalario tributo, que ni necesitaba ni requería, pero que en muchos casos debía de aceptar para no insultar las buenas intenciones de aquellos habitantes. Una generosidad que se veía recompensada con creces con mi presencia en aquel lugar, y de lo cual no podíamos quedarnos con nada, tal y como nos habían enseñado, repartiéndolo junto con el principal, con los más desfavorecidos.
Antes tenía un nombre, una vida… en cambio ahora desconozco lo que me depara cada nuevo amanecer, un futuro demasiado incierto que se abre delante de mí, proscrito de por vida, condenado a pena de muerte, huyendo de mi pasado, aquel que me buscó con tanto ahínco.
Si tan siquiera existiese la posibilidad de recuperar algo del esplendor perdido, y poder volver a disfrutar, aunque sea por un instante un poco más de aquellas mieles del pasado, ajeno por completo a tan desdichado futuro.
Pero ahora de todo aquello únicamente queda un esquivo recuerdo, que a veces se confunde con el mundo de los sueños. En ocasiones, en la buscada soledad de mi largo caminar, me cuesta trabajo distinguir entre aquella maravillosa vida pasada y lo soñado,
Gracias al ímpetu de algunos, que creímos firmemente en nuestro deber y nos entregamos por completo a nuestra labor, conseguimos tener nuestro momento de esplendor, pero éste duró relativamente poco y quedó completamente eclipsado por la demencia de unos pocos, que consiguieron movilizar en nuestra contra al pueblo, cual rebaño enfrentado a su pastor.
De la noche a la mañana, cual mancha de aceite, se extendió inexorablemente una gran marea de protesta y descontento, que iba acaparando cada vez a más poblaciones y aldeas. Los pacíficos ciudadanos que hasta ahora habían vivido contentos, salían ahora a la calle vociferando y exigiendo cambios. Arengados y movilizados por aquellos que desde la envidia deseaban usurpar el poder que no les correspondía, y que, usando al pueblo como punta de lanza en contra nuestra, trataban de conseguir arrebatarnos lo que nos había sido concedido por derecho.
Una situación explosiva difícil de contener, donde las buenas palabras pronunciadas para tranquilizarlos, no hacía sino alimentar la ira de aquellos que aprovechaban el descontento generado para criticarnos y poner en tela de juicio nuestra importante labor y que a tantos había beneficiado, muchos de los cuales ahora nos reclamaban cambios.
Una fugaz, pero intensa, historia de magnificencia sin final feliz, que tal y como les ocurriese a anteriores faraones, dejó tras de sí a muchos de sus servidores, regando con sus vidas el terreno que con tanto amor y mimo habían cuidado y respetado. Un trabajo arduo de preparación, en el que se invertían varios años antes de estar suficientemente listos para poder realizar nuestra función sobre el pueblo, y todo eso fue arrebatado de la noche a la mañana, cual zorro que espera en la oscuridad de su guarida para usurpar lo que no le corresponde.
Despojados de cualquier cargo o título, sin mayor destino que el de las bestias salvajes, obligados a vagar, evitando entrar en los poblados y aldeas por miedo a las represalias.
Tras terminar mis oraciones, recogí las pocas pertenencias que aún mantenía, y que a veces utilizaba para negociar a cambio de comida o de información, y atándolo en un pequeño hatillo, me lo eché sobre el hombro mientras con la otra mano recogía mi rígido, robusto y fiel compañero de viaje, único testigo mudo de mis carencias y privaciones.
Por un instante, antes de iniciar camino, tuve la tentación de mirar atrás, pero con tesón conseguí retener mi deseo, que no era otro que el de añorar mejores momentos y resignándome, empecé a andar siguiendo el sendero empedrado de un curso extinto, del que únicamente quedaban los restos de sus actos, aquellos cantos rodados que tan difícil hacían el camino.
Ni me avergüenzo de lo que fui, ni puedo renunciar a lo que soy, a pesar de que eso, en un tiempo no tan lejano supusiese algo, de lo que ahora parece nadie acordarse ni importarle.
Mis maneras, mi forma de actuar e incluso mis marcas, ahora vendadas rudimentariamente, me pueden delatar enseguida, por lo que tengo que limitar mis contactos a las caravanas, a las que me debo de acercar como pordiosero, implorando misericordia, ocultando el rostro, portando una túnica sucia, cual ropaje haraposo, que nunca hubiese ni imaginado llevar antes, acostumbrado a las mejores telas, al lino más puro y de extrema blancura. Agasajado a veces con finas telas de sobrada suavidad procedentes de países más allá de las fronteras del imperio, con nombres impronunciables.
Mi piel ahora quebrada y cuarteada, estaba en su momento pulcra y limpia, ricamente adornaba con abalorios que recorrían mis antebrazos, y que guardaba tanto simbolismo ahora dejado en el olvido.
Quizás esos fueron mis mejores momentos, aquellos en los que seguía una rutina diaria de actos y ritos, acompañado de cánticos y música, que, en estos momentos, en mitad de éste inhóspito paraje, me pueden parecer algo opulentos e incluso superfluos, pero que entonces eran de estricto cumplimiento. Unas vistosas y elaboradas ceremonias recreadas para mantener la tradición a la vez que para perpetuar el estatus en el que vivíamos.
De repente encontré delante de mí una pequeña piedra que me llamó la atención porque resaltaba entre las demás por su forma puntiaguda. Recogiéndola comprobé que era suave y fría, parecida al cuarzo, pero de gran brillo que contrastaba con su intenso color negro. Aquello me devolvió a un tiempo anterior, en que era aún muy joven y tenía grandes aspiraciones en la vida, hasta que llegué a las Escuelas, aquellas que suponían el principio de todos mis sueños y que tanto significó en mi vida. Si alguien me hubiese prevenido sobre todo lo que iba a vivir, no le hubiese dado crédito alguno.
Ha sido una sorprendente vida, llena de altibajos, pues surgiendo de una modesta posición, como era la de ser hijo de cabrero, he