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El Patio del Diablo
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Libro electrónico193 páginas3 horas

El Patio del Diablo

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Un hombre perdido en el dolor causado por los actos de su especie.
Un arma, la más peligrosa jamás creada.
Un plazo de 365 días para que todo cambie.
El planeta Tierra deja atrás el siglo veinte para verse inmerso no solo en los problemas ya existentes, sino en la posible amenaza de sucumbir a los excesos de la raza humana. Todor, cansado de que nada cambie, urde un complejo plan para secuestrar la estación espacial militar MISS, una poderosa arma de destrucción nuclear que orbita en el espacio. Su objetivo: dar un plazo de trescientos sesenta y cinco días para que las políticas gubernamentales cambien a una dirección más correcta.
¿Logrará cambiar el destino de la humanidad?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento12 jun 2018
ISBN9788468523804
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    El Patio del Diablo - Vico Ortega

    El patio del diablo

    Vico Ortega

    © Vico Ortega

    © El patio del diablo

    ISBN formato epub: 978-84-685-2380-4

    Impreso en España

    Editado por Bubok Publishing S.L.

    Reservados todos los derechos. Salvo excepción prevista por la ley, no se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos conlleva sanciones legales y puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

    Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

    Al delicado mundo que nos da vida

    y a aquellos que intentan que sea un lugar mejor.

    ÍNDICE

    Preludio

    Año 2002 – El corazón que sentía demasiado

    Día 1 – El corazón del colibrí, la mirada del cerdo y el nido del águila calva

    Día 8 – El juicio del falso dios

    Día 52 – La conciencia de los que depredan

    Día 100 – Amar lo que uno hace

    Día 101 – Involución

    Día 156 – La parábola de los talentos

    Día 213 – El camino a la locura

    Día 334 – El hijo pródigo

    Epílogo

    Preludio

    Fragmento de audio perteneciente al bitácora de la estación espacial MISS, a 3 de Junio de 2033. Autor: Todor. Posición: 294.594.067 Km del Sol.

    «A día de hoy no entiendo porque las personas abrazan la discriminación antes que la igualdad. No entiendo porque cultivan el dinero y no la ecuanimidad. No entiendo porque se hacen tantos abusos de la ética y de la moral, de la violencia física y verbal. Supongo que siempre pueden alegar falta de obligación, puesto que, incluso los obligados por su fe o su posición social, infligen de igual manera este tremendo daño a nuestra especie.

    Voy a escribir lo que podría ser la última referencia de esta humanidad en el libro de la historia. Si de mis actos obtengo la victoria, fácil será señalar al culpable de esta extorsión, pero, tras esa obviedad, estará el hecho de que no traspasaré ninguna línea que no haya sido ya traspasada a lo largo de nuestra crónica. Si fracaso, espero que los documentos, publicados en los medios de comunicación, sobre esta estación espacial militar y mis actos al menos impelen al mundo a cambiar de dirección, pues por la que se encamina solo lleva a la perdición.

    Desde el discernimiento de que mis decisiones presentes y futuras no albergan justicia alguna, esgrimo la creencia de que se nos agota el tiempo y que pronto mataremos a este planeta o nos mataremos nosotros mismos. El materialismo ha traído la destrucción de la naturaleza y la alienación del hombre, siendo cuestión de décadas que cualquiera de los dos finales sean una realidad.

    En esta tesitura, me planteo ofrecerle al mundo dos alternativas claras: evolución o erradicación. Si el mundo no se ha parado a recapacitar antes, no ha sido por falta de tiempo, conocimiento o recursos. Ahora, a través de la MISS, alcanzo la posición necesaria para lo que era un imposible se convierta en posible.

    Por último, quiero hacer énfasis en que hasta la fecha muchas tierras han sido regadas con sangre, mucho conocimiento ha sido quemado y pisoteado por una sola idea, dominar a cualquier precio. Ha llegado el momento, por lo tanto, de que nos alcancen nuestros pecados y se nos enjuicie por ellos. Es nuestra decisión si asumirlos o negarlos.»

    Año 2002 – El corazón que sentía demasiado

    El día que desperté fui consciente de mi mayor necesidad y de que se me había dado aquella vida para ser guiado por un claro objetivo. No era apenas más que un corazón recién creado y, aunque lo hice asustado y confuso por la ingente cantidad de información que me llegaba desde el exterior, aquella experiencia inicial acabó siendo gobernada por los tambores de mis primeros latidos. Abarcaron todo lo que necesitaba percibir de mí mismo y de lo que me rodeaba en aquel mágico milagro de la vida para guiarme hasta el final de mis días.

    Los años pasaron y, joven, busqué la razón de la sensación imponente de aquellos latidos, que transmitían fuerza, honor y compromiso. Salía cada día en busca de las cosas que me hacían sentir, comprendiendo que las emociones que vibraban en mí eran adictivas, sin importar que derramase lágrimas o sonrisas por ellas. La madurez estimuló y guió mis sentidos, permitiéndome analizar mejor el objetivo al que me sentía empujado, incluso cuando lo rechazaba por inalcanzable. Seguí creciendo mientras se creaba una bella, pero inflexible, personalidad. Siendo cada vivencia parte del caldo de cultivo que derivó en el inicio de mi aventura más descabellada, acepté que, independientemente que los actos de este cuerpo y esta mente fueran comprendidos, tendría que esforzarme por acompasarlos a lo largo del tiempo.

    Por eso, ya hoy, desgastado por todos los esfuerzos, me doy cuenta de que fue una epopeya llevar aquellos deseos tan alto como su poseedor exigió y que todos sufrimos más de lo deseado. Sé que serví con lealtad allí donde otros corazones hubieran visto un imposible o una razón para abandonar antes de lo contratado. Ya que, tan pronto como entendí lo que significaba vivir y sentir a través de este cuerpo y esta mente, supe que no podía ser una cosa más de la vida que los fallara. No voy a decir que nunca me vi en la tesitura de rendirme, discrepamos numerosas veces sobre lo que mi dueño quería del mundo y lo que el mundo le daría, siendo, para tristeza de todos los que le rodearon, tal discrepancia la que le hiciera no amar la vida.

    Así, sufrí cuando el cuerpo sufrió, lloré con él y también me alegré, incluso cuando conseguí llevarle hasta la cima que se planteó firmemente en su existencia. Una idea que resultó, inesperadamente, no traerle la misma paz que quería que otros tuvieran. Ahora que estoy viviendo el final, flotando a unos metros de la estación espacial militar, con todo lo que se vino a hacer hecho, sé que él está internamente satisfecho del tiempo que le he otorgado. Algunos dirán que fue una mala persona o un inadaptado, pero, aunque poco objetivo, yo siempre diré que fue una personalidad buena que se negó a participar con los ojos cerrados en un mundo que no entendía y que pensaba que no acabaría bien. Que por sus continuos enfrentamientos con los sistemas y las mecánicas sociales de muchas personas, acabó poniéndolos a todos contra la misma pared que ellos le habían arrinconado a él en otras ocasiones.

    Pero independientemente de lo que los demás piensen, ya todo va perdiendo importancia a medida que la vida de este cuerpo desaparece. Es ahora cuando más recuerdo los momentos de mi nacimiento y, por encima de todas las sensaciones, rememoro el calor del instante, el mismo que ahora me va abrigando del frio vacío del espacio sideral. Ya queda menos, pues logro atisbar en mi máxima debilidad la luz que todo lo envuelve y la que apartará el dolor de una vida entera.

    Día 1 – El corazón del colibrí, la mirada del cerdo y el nido del águila calva

    La expectación desencadenó en Todor una brusca subida de pulsaciones por minuto y, al agarrar por primera vez el asidero de la puerta estanca, lo hizo con un temblor en la mano. Estaba tan impaciente como un niño pequeño abriendo su regalo de cumpleaños, pero el estrés que estaba generando por detrás era abrumador. Tenía la mandíbula tensa y apenas era capaz de pensar con claridad. No fluían ideas por su cerebro, sólo entraban emociones cuyos susurros le saturaban. Frente a que lo más complicado ya había quedado atrás, ahora pudo jurar que cruzar aquella puerta, que unía el transbordador de la clase Endeavour II con el resto de la estación espacial, le exigiría tanto esfuerzo como el realizado para llegar hasta allí. Cerró entonces los ojos y escuchó lo que tenían que decirle los latidos de su corazón para poder así tranquilizarlos. Querían paz. Eso era fácil de pedir.

    No era tan fácil de conseguir. No en él, que estaba viviendo una de las experiencias más reales de su vida y eso no había aprendido a controlarlo nunca antes. También había una gran carga sobre sus hombros, pues si en algún punto su plan había adquirido unas implicaciones directas sobre el mundo, era a partir de ese mismo instante. Poco a poco terminó por encontrarse mejor y, desplazándose en un entorno de ingravidez, atravesó la entrada pasando a un habitáculo donde se encontraban los instrumentos de la cámara de presurización. Esta cámara representaba un anexo previo al módulo central de la estación espacial militar. Donde se disponía a entrar, la presión atmosférica variaba respecto a la del transbordador en el que había llegado, por lo que aquel proceso era algo inevitable para normalizar la presión, de nuevo, con la de la estación espacial. Recordó los tiempos recogidos en el manual que había leído semanas atrás y trasladó el adecuado a la consola existente en aquel anexo de la MISS (Military International Space Station). Iban a ser cuatro largas horas y, teniendo por delante la libertad de estar encerrado, se fue quedando dormido mientras observaba los trajes de astronauta. Se preguntó si finalmente tendría valor para ponerse uno y salir al exterior a dar un largo paseo.

    Una vez que concluyó la explicación de las normas, la clase aguardó la pregunta que precipitaría el debate a su inicio. Era de obligado cumplimiento no menospreciar opiniones, salvo que vayan contra la integridad o los derechos de las personas. No insultar ni discriminar por credo, raza u opinión. Interrumpir sólo si se tiene permiso, si se está seguro de aportar algo constructivo. Entender que hablar es fácil, calcular las consecuencias no tanto.

    —¿Qué supone la política para nuestras vidas? — preguntó al fin el profesor.

    —Es la ciencia que trata del gobierno y la organización de las sociedades humanas.

    —Bien, ya sabemos que al menos uno ha memorizado la definición técnica. Si la olvidamos durante nuestro debate, él nos servirá de referencia. — los presentes rieron brevemente ante el mal chiste de su maestro — ¿Sólo hacen política los políticos? ¿De ser así, nos hace menos responsables a los que componemos la sociedad? ¿Es así como nos sentimos, menos responsables? — una mano se levantó y dio paso a la opinión de quien la alzaba.

    —Respetando o violando las normas y las leyes hacemos política. Al opinar sobre política o al educar a los hijos, mostrando unos valores concretos, hacemos política. — otra mano se levantó brevemente, pidiendo ser el siguiente en intervenir — De hecho, creo que somos política en continua expresión.

    —No creo que sea falso, pero pienso que los políticos se guían antes por la ideología que sujetan que por lo que su madre y padre trataron de transmitirle. Además, al estar endeudados con los lobbies que los apoyaron, gran parte de sus decisiones se guían por la visión de esos lobbies de la sociedad y no por otras influencias. Por ejemplo, como la que hacen los ciudadanos.

    —Los miembros de lobbies también tienen hijos y no creo que los alimenten con los deseos rotos de personas, ni mucho menos que los eduquen como a despiadados tiranos. — intervino un tercero, que se había vuelto hacia sus dos compañeros situados a su espalda.

    —No me extrañaría nada que todos ellos aprendieran a sacar el mayor beneficio propio de todo lo que les rodea. ¿Acaso los poderosos se vuelven más sociales en tiempos de crisis o pobreza? — se defendió el segundo en opinar.

    —Pero, ¿deben volverse más sociales? Se ganaron ese dinero con su esfuerzo. — respondió el tercero.

    —¡Ah, claro!, perdona, que estamos hablando de una sociedad donde el reparto de los beneficios es justo, donde las riquezas siempre llegan limpias a nuestras manos.

    El sarcasmo podía arruinar un buen debate, mas el profesor se mantuvo inmutable en la distancia de su arbitraje. Respirar y reflexionar, quiso decirle al receptor del comentario. La pluma puede a la espada.

    —No puedes responsabilizar a elementos externos de las decisiones de un individuo libre, porque incluso los individuos prisioneros siempre tienen la libertad de elegir si revelarse o someterse. — insistió vehementemente — Las decisiones de los políticos son responsabilidad de los políticos. La elección de estos es responsabilidad de la población que los vota. La única culpable es la sociedad que no se inmuta ante las injusticias.

    Un ancho silencio se marcó entre ellos dos que, firmes en sus creencias, esperaban que alguien los apoyara en sus ideas. Esta vez, el profesor les echó una mano para desencallar una argumentación infinita de las opiniones.

    —Habéis tocado de soslayo un tema que afecta directamente a esas conjeturas y no quisiera que se perdiera en el fervor del debate.

    Sonrió mientras lo decía, era una forma poética de decirles que no había necesidad de elevar los debates a lo personal, fuera cual fuera la opinión de cada uno.

    —Entonces... ¿es nuestro sistema de elección democrática ecuánime en la forma de representar a la población? — quiso saber el profesor directamente de él.

    —Eso es lo que parece, mas en lo único que creo fielmente, es que todo sistema debería ser cuestionado periódicamente para poder ser mejorado. — dijo el último en contestar. — respondió el segundo alumno.

    —Es una buena afirmación, aunque no te hayas mojado con la respuesta. — su profesor miró a lo ancho y largo del aula — ¿Alguien cree que no hacemos política en nuestra vida diaria? Que sólo los políticos y los lobbies pueden hacer política...

    —La política no debería existir, es una herramienta para defender ideologías unitarias y repartir a placer los recursos existentes.

    Toda la clase se quedó en completo silencio ante aquella repentina afirmación, expulsada cuando ya nadie parecía querer añadir algo. Podía decirse que ese comentario contribuía al debate, pero, sin lugar a error, se dirigía exclusivamente a su maestro.

    —Es valiente expresarte en esos términos con tanta firmeza. — dijo al mismo tiempo que animaba a su alumna a explicar su visión con un gesto de la mano.

    —Las cosas se pueden hacer bien de unas pocas formas. — algún comentario desde las sombras intentó fracturar su seguridad, nadie estuvo atento a su contenido — Las ideologías nos engañan, nos hacen creer que nos traerán la felicidad social, e incluso algunas, la personal, cuando solo ofrecen poder a cambio de apoyo ciego. No creo en la política porque en lo que creo es en la existencia de una forma de integrar, con equilibrio, todos los aspectos de la vida que nos mejoran por igual, aunque aún no lo hayamos encontrado. Dar el poder de elección a las masas es un error, es confrontarlas. Podría incluso utilizar una frase de Heródoto muy al caso.

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