Sobrevolando lo inmaterial
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En el cielo hay algunas almas que detentan el poder y otras almas que cuestionan ese poder y sus reglas y ansían mayor libertad, porque entienden que permanecer para siempre en el cielo es abrumador. Los renegados rechazan pasarse una eternidad en el cielo y tras una temporada quieren volver cuanto antes a la vida conocida.
María aparece en escena describiendo otros cielos posibles, dice conocer grandes espacios donde la gente se reúne y evita aburrirse en una vastedad tan inmensa. Mientras algunos desean buscar otros cielos, hay quienes buscan controlar las entradas al cielo y obtener rédito permitiendo el acceso a almas a las que les estaría vedado su ingreso. Esas almas conspirativas se pertrecharán, buscarán cambiar las reglas eternas.
Todo puede suceder, allá arriba no hay límites y las posibilidades son eternas e infinitas, el ángel de la guarda de María se enamora de su aura, confesándole su protección eterna, él nunca la abandonará y será su acompañante y custodio en cada momento de la historia.
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Sobrevolando lo inmaterial - Ricardo Hirschfeldt
© Derechos de edición reservados.
Letrame Editorial.
www.Letrame.com
info@Letrame.com
© Ricardo Hirschfeldt
Diseño de edición: Letrame Editorial.
Maquetación: Juan Muñoz Céspedes
Diseño de portada: Rubén García
Dibujos de portada y contraportada: Ricardo Hirschfeldt
Supervisión de corrección: Celia Jiménez
ISBN: 978-84-1068-230-6
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.
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1
Lo único que hice fue haberme ido, ¿pero ido a dónde? El cuerpo persiste, no se va por cualquier cosa. Uno se escarapela por fuera, pero no por dentro. Allí todo se hallaba de una manera viscosa; cada órgano comprometía al otro en un sinfín de leyes, controlando y dando diversidad a lo que parecía autónomo y, por demás, juzgaba constantemente a contrariar al que se oponía. Había una voz que se escuchaba con lentitud en el cerebro, posicionado entre esas volutas torneadas y, según algunos, emitían ondas sin alterar su propia dinámica. Los hechos más sorprendentes se dieron al salir el sol después de haber pasado toda una noche desprotegido hasta el extremo, congelado por las nocturnas horas, los fluidos que pernoctaban en la oscuridad, estableciendo mensajes recurrentes en una criptología avanzada. Siempre me pregunté si lo dicho tendría alguna fisura, escondiendo otros mundos posibles. Sin embargo, no me pareció acertado confiar en mí mismo y creer que me había fugado por algún error previsible. Aunque la tarde había pernoctado con una sensación de noche aventajada, de noche omnipresente y eterna. Desplazado mis riñones de su ubicación habitual confirmé haberme ido, si esto hubiera sido cierto tendría que haber viajado a través de la columna vertebral, entrando despacio en cada chakra, revitalizando un verdadero organigrama hasta llegar sin darme cuenta al inequívoco centro de mi cabeza; desde ahí habría salido al exterior con asombro y premura. El afuera me esperaba. Por un buen tiempo no encontré a nadie; obviamente, cada uno había decidido su propio destino. Al transcurrir lo impensable nos vimos por casualidad. En mi caso, siendo muy ansioso pregunté sin aclarar demasiado; realcé mi presencia con el inconveniente que cuando hallé lo inesperado la visión se paralizó. Los demás me enseñaron a desacomodar ciertas vibraciones interiores para ajustar los impulsos elementales que tiene cada uno que convive con los otros de manera irregular, en un espacio indefinido, recalco, sin fronteras.
Los paisajes estaban hechos de diversas maneras. No obstante, acostumbrado a las cuatro estaciones aquello era una mezcla de calores y fríos para que no nos sintiéramos abandonados. Si me preguntan cómo nos habíamos trasladado de un sitio al otro no lo habría podido dilucidar. Aquello era el oasis asignado y a uno en estas circunstancias todo le parecía un sueño. Cuesta creer lo que se veía estando en ese lugar, pues las acciones empezaban en un cúmulo de pensamientos creativos. Un día de esos que me parecieron eternos cayó delante de mí una sombra exacta a la de un pájaro grande. Otro día Gustavo se acercó tratando de saludarme, digo tratando porque ya no éramos los de antes; las sombras y los otros nos alertaban, dándonos una idea de cómo actuar, sabiendo reconocer cada paso a seguir.
María preguntó por mí, pero eran tantas las marías que habría que hacer una búsqueda de la que me buscaba, aquella que correspondía a ésa que coincidía conmigo. Medio globo se llamaba María, tratando de seducir a Dios y a todos los que pretendían pasarse al otro lado. Herrera era el tipo que no creía en que un buen diálogo se tendría que confrontar con imágenes que resplandecieran por sí solas.
—¿Seducción o deleite insuperable? —me preguntó sin dudar después de pasarse un buen rato tratando de que lo dejaran ingresar al cielo.
Luego de aquel percance lo vi exhausto. Quise preguntarle para no dejarlo en el aire, pero de inmediato caí en la cuenta de que lo suyo no era tan fácil de resolver. Teníamos un acuerdo cada vez que a alguien se le escapaba el aliento y no hacía otra cosa que respirar un tanto pausado, y tendría que exhalar todo el resto que le quedaba en los pulmones. A partir de ahí debía reconocerse el ánima o alma en trance.
Cada tanto veo a Herrera complicado porque entrar y salir de su lugar no lo hace cualquiera, como si fuera tan fácil de lograr en un mundo dispuesto de otro modo. No sé si creerle lo que me cuenta; a veces quiere tomarse de un hombro ajeno. Antes que le advierta nuestra condición de etéreos, la que nos permite comunicarnos sin necesidad de vernos; ahí precisamente retira lo que debe ocupar sin apoyarse en ninguna parte, pero queda tambaleando sin moverse ni un centímetro de donde estaba parado. Lo suyo había sido nada más que un amague y ahí quedó con toda su intención, un tanto arriesgada.
El día que lo tuve delante mío creyó que era el que no lo dejaba transitar libremente, si bien la escaramuza se solucionó con la ayuda de dos hombres al empezar la búsqueda, dispuestos a darle una mano a los que recién llegaban, en el caso de que hubiera que hacerlo. Digo dos hombres porque es lo primero que me viene a la cabeza; también podrían haber sido dos ejemplares diversos, queriendo darle una recomendación a quien la necesitara.
No tengo idea cómo llegó María, de un envión me abrazó sin que sintiera nada, aunque percibí una sensación que recorrió mi espalda, dejando esa impresión todavía fresca en mi cerebro.
—¿Desde cuándo estás aquí? —preguntó, como si nunca me hubiera visto en mucho tiempo, yendo por un camino lleno de recovecos y bruscas apariciones inesperadas.
No hubo que esperar mucho tiempo para darme cuenta dónde estaba, siempre con esa sensación de estar flotando todo el tiempo.
Después de esa primera sorpresa inicié una caminata, dándome cuenta que cada paso aquí se transformaba en huellas sin fin, desapareciendo cada una cuando pisaba sin mucha presión. A veces, alguna sombra se interponía fugazmente, pero no es lo habitual en un espectro tan inmenso, donde hay miles de almas por abrirse paso, queriendo entrar, apuradas de conocer el cielo, tantas veces oído en la tierra.
—Yo, por motivos que desconozco, me pareció una eternidad llegar a destino. ¿Pero de qué destino hablo? —se preguntó María, interrumpiendo su discurso un tanto nihilista—. Yo misma no sabría explicar cómo con tantas dificultades dejé todo para liberarme de mi peso corporal, insignificante para mí, si bien en los días calurosos no supe qué hacer para desahogarme de aquello que parecía bañarme por dentro, me sacaba de quicio, sudándome entera pese a no tener un cuerpo. Ahora, los cambios de temperatura no me afectan. Hay alguien encargado de activar las estaciones del año, de transportarnos a sitios que deseamos con solo sentir la primera brisa caliente o fría, así nos dan a entender los orígenes de aquellos avisos incondicionales.
Yo y nosotros, digo nosotros porque éramos una unidad indisoluble, no precisamos marchar juntos, aunque a veces si nos despegamos, corremos la suerte de confundirnos con otros que se dirigen a diferentes rumbos. El cielo tiene infinidad de caminos, pero, además, crecen otros nuevos sin saber aún la razón por qué se desarrollan sin prisa. Parecería que ciertas razones fomentan el crecimiento de las sendas, sin conocer el motivo o la necesidad de hacerla. Herrera había caído en desgracia. Desde hacía mucho tiempo se abandonaba él mismo, aunque también se apocaba solo; sin que nadie lo impulsara a sentirse un mártir, tenía una obsesión, una gran ambición, de superar barreras y llegar a ese otro mundo, tantas veces contado a quien lo quisiera oír, envuelto en aires sorpresivos; entonces perdía el miedo exponiendo su inquietud innata de derribar fronteras.
Todos sabíamos que había un vacío que nos rodeaba, ahora por fuera y por dentro. Sin embargo, unos cuantos actuaban como si aún pudieran cruzar esa tenue línea imaginaria que nos llevaba a creer que podíamos salir de ese velo traslúcido. Dicha sensación nos ayudaba a que mantuviéramos la distancia necesaria para no lastimarnos, y, ante todo, para poder ingresar de plano a otra realidad. Pero para nosotros sin duda era un acontecimiento difícil de explicar y más que nada ir a los papeles, sin intelectualizar demasiado. Antes se pasaba todo el día preguntando el nombre de cada uno que llegaba cargando solamente una claridad tan pura que brillaba en los ojos.
A Fuentes lo pusieron en un sitio destacado, por ya haber pagado su karma en otras vidas anteriores. La verdad que había cuatro entradas al cielo y los que la custodiaban se habían ganado el derecho de estar en ese lugar, rechazando el ingreso de cientos de miles que pujaban por un sitio cerca de donde ocurrían los hechos más celebrados, no los más aglutinantes, donde el Santo Padre aparecía por unos segundos para luego retornar a su recinto.
Herrera se quejaba de que en vez de ubicarlo en alguna de las entradas más deseadas, lo habían dejado que se encargara de uno de los pasadizos más secretos, que si bien no era un punto estratégico era una de las zonas más entrelazadas de aquel sitio, donde todos sin excepción terminarían el viaje con un boleto de ida y jamás de vuelta.
Con lo que respecta a mí, estaba en