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El ego de las hormigas
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El ego de las hormigas
Libro electrónico83 páginas42 minutos

El ego de las hormigas

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Ángel Godínez Serrano sabe que la verdadera escritura se relaciona con el asombro, con sentir el mundo por primera vez y, por lo tanto, expresarlo desde lo más estratégico del poder de revelar, del indomeñable ímpetu de permitirse ser poseído por la imaginación.
Las narraciones de Ángel Godínez Serrano vibran. Al leerlas se percibe la alegría y la enjundia de quien las escribe. El lector escucha (al mismo tiempo que acompaña en cada una de las historias) el ruido del teclado al ser creadas. Oye las encendidas intuiciones del autor, el vendaval de su pensamiento asediando a la blancura, su cabalgata mental por alcanzar, a un instante el abismo, las imágenes cargadas de la más intensa nitidez.
Ángel Godínez Serrano concibe al escritor como un aventurero que sigue a la Diosa de la sabiduría por los caminos más intrincados o dolorosos. Él posee la conciencia de que los grandes, inolvidables hallazgos, sólo se logran sin rendirse, surcando y resolviendo dilemas con la dificultad.
Cada texto suyo es una anunciación, el lugar donde el conocimiento no se averigua ascendiendo, sino bajando hacia la pureza de lo no hallado por las pisadas comunes.

Arturo Córdova Just
IdiomaEspañol
EditorialReverberante
Fecha de lanzamiento1 dic 2023
ISBN9786075932187
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    El ego de las hormigas - Ángel Godínez Serrano

    EL EGO DE LAS HORMIGAS

    Ontología del espejo

    Todo el mundo sabe que los espejos odian el cielo y el mar, pero sobre todo a otros espejos. Frente a frente pierden su individualidad, la posibilidad de tener cualquier rostro, el sueño de ser todo. Saben disimular la aversión. Van por ahí, con su cara de mercurio, adueñándose de la luz, personificando al ego, timando al mundo con ser un reflejo de la realidad. Sin embargo, el miedo siempre los acompaña, latente, secreto. El pavor de toparse con otro espejo los estremece, distorsiona sus formas, los tuerce, terminan doblegados y optan por quebrarse.

    Cara a cara encarnan al infinito, el deambular eterno de lo imperecedero y el movimiento estáticamente perdido. Se miran como en realidad son: vacíos, reflejo de todo lo existente. Poco a poco sus miedos más íntimos se apropian de ellos. Saben bien que no hay nada tras la muerte, que sólo tienen una función ornamental para los dioses —si es que existen—, que al final el alma se diluye, que si se halla la vida eterna no habrá de satisfacerlos, que se viene de la nada y a ella pertenecemos, que la vida es un parpadeo frívolo. Que no hay sentido, no hay razones, no hay un motivo, no hay nada.

    Abominan personificar el infinito. Y se preguntan: ¿cómo es que los humanos pueden verse cara a cara todo el tiempo?

    Consecuencias

    Para Madelaine y Dalton

    Ayer le dije que la amaba tan profundamente que temió caer en esa profundidad y no poder salir jamás. Tener que aprender a hacer fuego con piedras esperando que no estuviesen húmedas. Recorrer a solas un terreno inexplorado, sin dueño, a oscuras, y habitarlos espectralmente. Buscar recursos y distinguir las bayas venenosas de las comestibles. Domesticar algo parecido a un can, darle un nombre tierno. Volver a ser instinto, quizá volver a ser bestial. Refugiarse de los peligros nocturnos en las copas de los árboles. Trazar historias de las historias en las cuevas, abrazados —ella y su can— por el fuego. Hallar en su voz algo cercano a lo humano. Dejar pasado y presente, porque el tiempo ya no existe y sólo quedan los días sin noches. Señalar al sol, sentir arder los ojos y pensar que eso es Dios. Encarnar la humanidad paso a paso y con la piel más viva que nunca. Saber que la existencia plena es ser un sistema nervioso que habita una realidad y nada más.

    Ayer le dije que la amaba tan profundo. Hoy se marchó hacia otra profundidad.

    El ego de las hormigas

    El hombre ha envidiado la capacidad de los pájaros desde tiempos inmemoriales. Ellos vuelan, nosotros creamos civilizaciones; ellos caen en picada desde lo innombrable, nosotros edificamos ciudades; ellos rozan las rebabas del cielo, nosotros descubrimos el átomo; ellos encarnan lo más cercano a la divinidad, nosotros llegamos al espacio exterior. La nuestra es una batalla eternamente perdida. Ansiamos que el pájaro nos envidie, nos imite, baje al suelo y camine, pero ellos están ensimismados en planear, surcar y revolotear. Qué poca atención prestan a nuestro ego. Pero dirás, «inventamos el avión para volar». Los pájaros los miran, se extrañan y ríen, diciendo entre sí: «Mira esa ave robusta y torpe que no aletea, vuela más alto que nosotros y a mayor velocidad, pero está llena de esas extrañas hormigas que deambulan atadas al suelo».

    CEO

    Busqué a Dios por todas partes: en la caridad, el ayuno, los antiguos textos, los sacrificios, en el prójimo e incluso en mí mismo. Siempre de un modo concreto, pero religioso:

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