A la espera del octavo día
Por Láska Levine
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Se encontrará en un camino de auto sanación, reconociendo en sí misma sus caídas, reconociéndose también en todo lo que le rodea.
Se embarcará en una búsqueda de la libertad de su mente y del control de sus emociones; liberándose de creencias ajenas que habían vuelto su realidad a su antojo. Aprendiendo a reconocer lo que significa sentir amor verdadero, transitará un camino que le enseñará a reconocer las propias sombras acumuladas que le habitan, teniendo la posibilidad de retomar el control y tomar la decisión de crear algo nuevo para su vida.
Los miedos y las sombras poco a poco irán quedando atrás, pues después de las tormentas, siempre viene la calma, y al amanecer siempre le sigue un despertar.
≈
A sus veintiocho años, una mujer tiene su vida más o menos resuelta, según los estándares con los que ha crecido desde la infancia. Aparentemente, un trabajo estable, una pareja, un futuro halagüeño… pero también un vacío del que se siente incapaz de marcar los confines, y que la reclama cada vez con más insistencia. Es entonces cuando la pandemia de 2020 llegará para darle a su vida un giro de ciento ochenta grados.
En forma de diario que abarca los siete primeros días del mes de abril, la protagonista irá narrando intercaladas con flashbacks de sus vidas anteriores. Culpas, vergüenzas, malas decisiones, recuerdos y sabores amargos adquiridos a lo largo de los años; junto con el desequilibrio emocional, las inquietudes. Las extrañas visiones y los sueños que empiezan a acecharla, amenazando con hacerle perder la capacidad de discernir entre realidad y fantasía, pero que con cierta fuerza, significarían abrirse a escuchar los variados lenguajes del universo y abrirse a nuevas perspectivas, a nuevas soluciones.
Emprenderá así un viaje de exploración de su propia espiritualidad, cuyas decisiones y determinación son vitales, ya que podrían poner en riesgo su futuro; quizá dejándola a la deriva, vagando entre los mismos parajes nublados que ya bien conocía; o tal vez incluso, impulsándole hacia los caminos de la sanación, conduciéndola a un renacimiento desde las cenizas hacia la búsqueda de la felicidad y la vida.
Este viaje le llevará a ir descubriendo con el tiempo, las sombras de su propia psique y programaciones acechándole, logrando poco a poco controlarlas y eliminar el miedo.
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A la espera del octavo día - Láska Levine
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© Láska Levine
Diseño de edición: Letrame Editorial.
Maquetación: Juan Muñoz Céspedes
Diseño de portada: Rubén García
Supervisión de corrección: Celia Jiménez
ISBN: 978-84-1181-761-5
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No siempre fui una maniática de los números repetidos, ni de las señales que las aves envían al dejar sus plumas de colores en el jardín.
En realidad, no siempre fui una aficionada a los jardines, ni a las aves, ni a escuchar los mensajes que emite el sol si se acallan todos los pensamientos.
Tampoco era de las que aguardan las fases culminantes de la luna para confabularse con ella.
Hoy, a pesar de los pasajes difíciles, agradezco al cúmulo de enseñanzas y a las circunstancias que con sus bendiciones me condujeron, a aprender sobre el arte de admirar y comprender la divina danza del universo.
Hubo por lo menos una vez, que alguien en solo siete días presenció el movimiento de una energía suprema, saliendo desde la Tierra hacia el cielo en un vaivén, que se asemeja a un palpitar; que eventualmente cambia su ritmo para convertirte en alguien diferente.
Prólogo
Toda época de la historia cuenta con al menos un gran evento que la define, marcando el punto de inflexión entre el pasado conocido y un futuro que aún está por imaginar. Acontecimientos que a través de los tiempos han determinado un cambio de era. Algo que, como no podía ser de otra forma, se ve reflejado en los productos culturales del tiempo.
Sin duda, para nuestros contemporáneos el gran evento, o uno de los grandes eventos que dentro de siglos podrá decirse que ha determinado un antes y un después en la historia, es la pandemia de coronavirus que paralizó el planeta en el año 2020. Aunque aún es algo muy reciente, ya empiezan a encontrarse productos culturales que reflexionan, directa o indirectamente, en torno a la pandemia y sus consecuencias.
Disponemos ya de libros, películas y series de televisión, algunos creados durante el mismo confinamiento, y sin duda son solo la punta del iceberg de lo que podría estar por venir, que bien podría ser una catástrofe mundial creada por nosotros mismos, o la creación de un mundo vivo y renovado. Esto depende por completo del punto de vista del espectador y su elección.
Así mismo es que la interpretación de este escrito depende por completo del lector. Pues si bien se trata de un relato corto y simple, se trata de un texto de sabores variados que puede llegar a tocar muchas fibras sensibles; fantasmas que aniden en el interior de cada uno. Pudiera dar a lugar a cientos de interpretaciones según el nivel en que se encuentre cada consciencia transitando este camino de infinito autoconocimiento; insistiendo así en el hecho de que cada lector podría hacer conjeturas de cada texto dependiendo de su psique, sus creencias y su forma de ver la vida.
A la espera del octavo día, si bien no dedica muchas páginas específicamente al virus y su repercusión, sí se centra en los efectos que su llegada supuso a nivel individual para muchas personas. La protagonista, cuya vida se sustenta en los mismos pilares que la frenética vida contemporánea del siglo XXI, descubre su fragilidad —la de este estilo de vida y la de ella misma— cuando toda actividad se paraliza y la población debe permanecer en sus casas. No se trata de que la nueva situación sea el origen de sus problemas, sino que es el brusco cambio el que le permite ver todo aquello que ya estaba en crisis en su vida, y a lo que quizás anteriormente no estaba prestando la suficiente atención.
El relato comienza en las tinieblas: tras una intervención médica que requiere que la narradora permanezca un tiempo con los ojos vendados, se verá forzada a ir poco a poco haciendo la luz por sus propios medios. Esta metáfora con ecos bíblicos guiará a lo largo del resto del texto el cambio de paradigma al que se enfrenta la protagonista a nivel personal, pero también el planeta entero: un momento bisagra que permite reflexionar sobre el mundo que hemos creado y nuestras expectativas de lo que constituye una existencia plena, haciendo evidente la necesidad de replantearnos nuevas formas de relacionarnos con nuestra espiritualidad, con nuestro entorno y con nosotros mismos. En suma; repensar lo que supondrá para nuestra especie, una vez agotados los siete días de la Creación, el octavo amanecer de nuestra estancia en la Tierra, si es que pretendemos seguir habitándola.
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Despertar a la vida o darle la espalda es siempre una decisión.
Ir en búsqueda de propio destino anhelado es la determinación.
La libertad se encuentra en nuestra mente, al escuchar la propia voz.
A la espera del octavo día
Un sendero de transformación
A mis veintiocho años me sentía relativamente conforme con lo que había logrado en mi vida.
A tal punto, ya me había encargado de tachar la mayoría de los recuadros en mi lista de cosas por hacer. Gratamente contaba con cierta estabilidad financiera; un empleo bien pagado en vísperas de mejores tiempos. Tenía una vida hecha, con una pareja y un futuro prometedor a la vista.
Volteé a mirar mi vida y todo iba aparentemente bien. No me hacía falta nada.
Sin siquiera darme cuenta, había alcanzado la cúspide de mis expectativas, que hasta el momento me mantenían en una comodidad al punto del aburrimiento.
De pronto lo tenía todo; incluyendo un vacío dentro que no se llenaba con nada.
El exterior era lo único que había tenido prioridad en importancia hasta el momento.
Las apariencias se habían vuelto prioridad; y el dinero, una obsesión. Supongo que en realidad, como un medio de escape para los problemas personales que no quería afrontar y, para disipar al menos la sola idea de esa depresión permanente que me acosa por temporadas, desde la adolescencia.
No obstante, a tal punto ya comenzaba a cuestionarme si todas esas horas de esclavitud, del oficio que no era precisamente mi pasión, valían la pena. Porque además, ser ese tipo de persona implicaba un precio alto a pagar en muchos aspectos de mi vida, que comenzaba a no querer seguir costeando más.
En esa etapa de mi vida pensaba que ya lo tenía todo claro, solucionado. Pero algo dentro de mí deseaba buscar todavía más allá. Algo diferente, y con un sentido mayor del que ya había conocido hasta ahora.
¡No podía ser que esto fuera toda la vida misma! Había tantos misterios que descubrir y tanto más por aprender. Mi destino no podía ser aquella oficina de cuatro paredes y las escapadas de los fines de semana que me liberan temporalmente de una condena de por vida.
Y de pronto, ¿qué era aquello, que de la noche a la mañana, todos se empeñaban en llamar «espiritualidad»? ¿Se trataba acaso de alguna nueva religión? ¿Se trataba de algún tipo de magia? ¿De teología? ¿Psicología? No podía decirlo con exactitud en ese momento.
Pudiera tener que ver simplemente con el arte de aprender a recordar el lenguaje del universo, que somos nosotros mismos.
Fácil no es encontrar el sentido verdadero de esta palabra a menos que el alma busque por sí sola; y yo, ya comenzaba a sentir que la mía estaba despertando rápidamente una innata curiosidad.
Entendía con el tiempo, que el tema de la espiritualidad es una búsqueda constante que, explicándolo de forma decadente, se conforma por una amplia gama de enseñanzas, que parten del entendimiento mismo de la complejidad humana, hasta la inmersión en múltiples ideologías, prácticas y nuevos conceptos de amplitud considerable que prometen ser de ayuda en el transitar y el entendimiento del ser, junto con el cosmos como un mismo organismo. Entendía también, que es un solo camino con diferentes vertientes; tantas, como personas existen en la Tierra.
Conforme vivía una suerte de caos interno; y en un intento por alcanzar la superficie por encima del pantano turbio que me devoraba, la variedad de temas me parecía intrigante y me dediqué a aprender sobre ellos con el tiempo; aun entendiendo poco y con lentitud. A la par de lo que el nivel de mi misma consciencia me iba permitiendo captar, de entre tanta información nueva y por demás interesante; distinta.
Por alguna razón que seguramente tiene que ver con la religión que me había sido impuesta desde pequeña, sumando mi rebeldía ante las figuras de autoridad y mi curiosidad; leía y releía con frecuencia, algunos pasajes de la biblia haciendo mis propias y únicas conjeturas que, de ser escuchadas por mi madre, tal vez me hubiese querido cruzar la cara en un intento desesperado por llevarme de vuelta al corral.
Mi madre me había instruido según su propio juicio, y había tendido frente a mí un camino a seguir, pero; sé que no hay una sola forma de llegar a Roma. Más importante aún, ¿quién aseguró de todos modos, que esa era la dirección que yo deseaba seguir?
A escondidas, dentro de mí, un deseo de aprender mucho más; anclada a la variedad de libros que devoraba con presteza, de contenido muy diferente. Relativos al universo; a la completitud del ser humano; su misteriosa psicología y mente. Que abarcaban también todo tipo de misterios sobre el mundo de la metafísica; acerca de lo oculto, lo paranormal; lo que en general no se percibe a simple vista, pero que se percibe con algún otro sentido, y se sabe de alguna manera que está ahí.
Y, en cierto modo, fue así como todo comenzó.
∞
Nunca nadie lo supo, pero yo temblaba de pavor por dentro.
Nerviosa, enfoqué mi atención solo a mirar hacia la luz roja que apuntaba directo a mi pupila izquierda, como el médico me había indicado.
Mi ojo derecho, cubierto.
Oscuridad total.
A pesar de que ya había sido advertida, la sensación de perder la vista por unos momentos me provoca querer aventarme por un barranco, de desesperación ante un sinfín de riesgosas posibilidades. Mi mente maquinaba lo peor.
Más alarmante aún, fue lo inaudito de ver desaparecer la realidad en instantes. Poco a poco los trozos de mi realidad se desvanecieron y fueron suplantados por un vacío negro.
Escucho las voces del exterior, en las que solo queda confiar mis siguientes movimientos.
Solo el vendaje que cubre mis ojos se vuelve testigo de una realidad que yo no puedo comprobar del todo.
Pero he recordado los amaneceres que, sin ayuda de los anteojos, se volvieron una pintura borrosa sin mucho sentido. Pensé también, en que me he perdido todo el esplendor de los instantes; y eso tampoco es ser un