Prisión... Principio o fin
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Prisión... Principio o fin - Ernesto José Villalba Castro
© Derechos de edición reservados.
Letrame Editorial.
www.Letrame.com
info@Letrame.com
© Ernesto José Villalba Castro
Diseño de edición: Letrame Editorial.
Maquetación: Juan Muñoz Céspedes
Diseño de portada: Rubén García
Supervisión de corrección: Ana Castañeda
ISBN: 978-84-1181-017-3
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.
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AGRADECIMIENTOS
Nada es más honorable que un corazón agradecido
Con el corazón a doña Nancy Castro Stevenson, por darme
la vida y por dar hasta la vida misma por mí.
A mis hijos, un eterno perdón por mi ausencia.
A mis hermanos, por su apoyo y cariño.
A mis grandes amigos de siempre.
A quienes creyeron en mí y a los que no; porque ellos me
retaron a hacer posible este sueño.
A mi prima Dannys Castro Camargo: muchos pueden dar;
pocos con entusiasmo y desinterés, como tú..
A mi curso, Dairo José Paredes Polo: por creer con fe en este gran sueño.
PRÓLOGO
La libertad es como la vida: solo la merece
quien sabe conquistarla todos los días.
Johann Wolfgang von Goethe
Escribir puede parecer fácil. Escribir de manera tal que las ideas tengan una ilación coherente, es una tarea menos fácil. Pero capturar al lector es realmente difícil, y eso hace Ernesto Villalba en su libro Prisión...principio o fin.
En Colombia ha sido común la producción de libros que narran, desde una tercera persona omnisciente, lo que se vive dentro de una cárcel. Algunos autores lo han hecho por medio de un enfoque periodístico y sociológico —Alfredo Molano, por ejemplo—; otros, como Fernando Soto Aparicio, han recreado la realidad de una prisión a través de la novela.
Pero hay algo en este libro de Ernesto Villalba ―un hombre sobre quien pesan condenas que suman 104 años― que lo hace sui generis, quizás porque se trata de historias reales contadas por su protagonista o por personas que han compartido con él. Pero pienso que no es ahí donde radica el valor de esta obra, sino en los propósitos con que se escribió.
El primero: servir de estímulo para otras personas que, por una u otra razón, han ‘caído’ como él a una cárcel ―y vaya lo fácil que es llegar allí—; y el segundo, quizá el más importante, por el impacto social que comporta: hacer pedagogía desde el error humano; mostrarle, especialmente a los jóvenes, por qué delinquir no paga, por qué el delito, contrario a lo que culturalmente se podría pensar, no es una alternativa de vida, por más difíciles que sean las circunstancias.
A finales de 2005, cuando la Asesoría de Noviolencia del Plan Congruente de Paz estaba realizando la prueba piloto del proyecto Delinquir...no paga en el Establecimiento Penitenciario de Mediana y Alta Seguridad de Itagüí, dos estudiantes agentes dinamizadores del proyecto me contaron que habían escuchado una crónica que ‘Villalba’ había escrito.
Una de los estudiantes, a quien siempre le ha apasionado el periodismo, me dijo que lo que había oído era realmente bueno. No niego que al comienzo tuve curiosidad, pero en medio de los avatares diarios olvidé el tema. Supuse que se trataba de una innovación de los internos para hacer más atractivo el seminario que impartirían en el penal a los estudiantes de Antioquia.
Días después me enteré de que se trataba de un libro que habría de editarse en pocos días. Juliana —le dije a la chica—: dile a Villalba que cuente conmigo si necesita ayuda. Yo puedo revisar los textos, si él lo considera necesario: muchas veces se pueden escapar tildes y dicen por ahí que cuatro ojos ven mejor que dos.
Vaya sorpresa cuando me envió los textos digitales, organizados por capítulos: me impresionó su narrativa limpia, sencilla y por momentos jocosa; su ingenio para contar historias con un nivel de descripción plástica tal que pareciera estar leyendo un guion cinematográfico; su capacidad para despertar emociones; la visión sobrenatural con que asume sus errores y el entusiasmo con que enfrenta la vida, a pesar de las condiciones en que se encuentra. No en vano, etimológicamente entusiasmo significa «en Dios, lleno de Dios».
Villalba: Si Kant estuviera vivo y leyera su libro, seguramente corroboraría con más fuerza ese sapere aude ―atrévete a pensar― que tanto promovió, para que la sociedad de entonces aun la nuestra entendiera cuan valiosa es la libertad humana. Esa es la utilidad que le encuentro a su obra: permite pensar en aquello que muchas veces no pensamos y valorar aquello que muchas veces no valoramos, pero desde la conciencia ética, no desde el miedo.
Georgie Echeverri Vásquez
Coordinador Delinquir... no paga
Gobernación de Antioquia
PRESENTACIÓN
El libro que reposa en tus manos es el resultado del esfuerzo y la buena voluntad de un hombre que ha querido poner a disposición de todas aquellas personas privadas de la libertad, de sus familias y de jóvenes interesados en conocer historias y anécdotas de prisión convertidas en crónicas; historias sencillas, reales, que nacen desde adentro, con el sentimiento propio de lo vivido: historias de vida que permiten al lector en general un ingreso virtual a la cárcel; una cárcel distinta, humanizada, ejemplo de convivencia y tolerancia; descrita desde una perspectiva diferente y positiva.
Un escrito que busca dar una voz de aliento a aquellos recién privados de la libertad, para ayudarlos a asimilar rápidamente y de manera práctica la vida en prisión; además, orientar a las familias sobre cómo, de manera acertada, se debe afrontar esta nueva experiencia; pero más allá de esto, el principal objetivo es crear conciencia en los jóvenes a partir de nuestras vivencias y enseñarles a valorar el bien más preciado: LA LIBERTAD.
Este libro muestra el corazón y el pensamiento libre de un hombre en prisión, un libro hecho para motivar y sensibilizar, realizado instintivamente, sin conocimientos literarios ni pretensiones sociológicas ni antropológicas. Una creación fundamentada en mi experiencia personal, propia de la vida tras las rejas; una obra con estilo original, sin influencias externas y con una sabiduría que denomino: FILOSOFÍA CANERA
, en la que hago un reconocimiento sutil a un Dios vivo, que siempre ha estado en mi vida, que me ha permitido mantener viva la esperanza y la fortaleza: un Dios que me acompañó en todas y cada una de las páginas de este libro.
Una idea acertada, que busca multiplicar la semilla que sembrara en mí, el doctor LUIS JAVIER BOTERO, un viernes 14 de junio del año 2003, cuando llegó a esta penitenciaría con una propuesta de PAZ, que la Gobernación de Antioquia estaba asumiendo con un concepto filosófico denominado NOVIOLENCIA: una cultura que invita al respeto y la tolerancia, una palabra nueva que niega totalmente su raíz. Un concepto que determinó el horizonte de mi propuesta; una propuesta que brinda al lector la oportunidad de crear libremente su propio juicio, y decir si vale o no la pena el camino de los violentos.
I
SIN ALAS
La libertad, un bien preciado con un valor incalculable, imposible de cifrar. Ser libre es poder ponerle alas grandes y vistosas al espíritu, al alma y a nuestra imaginación; a nuestro pensamiento y a nuestro corazón; es soñar volando, es permitir que tus sentimientos vuelen tan alto como Dios lo admita, sin interferir con el vuelo de los demás... ¡Esa es la libertad! Poder extender tus alas sin tropezar con otras.
Quien pueda entender lo anterior y aplicarlo, podrá disfrutar siempre de su libertad. Porque está dicho: «La libertad del hombre se extiende hasta donde comienza la de otros».
La gran mayoría de los que hoy, como yo, están privados de la libertad, son aquellos que osaron volar más alto de lo permitido, arriesgando, como Ícaro, que el sol derritiera sus alas. Hoy no se nos permite volar, como consecuencia de atentar contra el vuelo de los demás.
Intolerancia
Octubre de 1993, viernes tres de la tarde. Bañado y vestido luego de un merecido descanso. La noche anterior el intenso trabajo no dio tregua al reposo; el fuerte frío hizo más largas las nueve horas de patrullaje; gracias a Dios finalizaron sin novedad a las siete de la mañana.
Esa tarde ardía en deseos por salir, cambiar de rutina. Hoy estaba dispuesto a dar una vuelta por el centro de Medellín, aceptando la invitación hecha por Vargas y Granados: dos compañeros oriundos de Barranquilla, quienes al igual que yo estaban obligados a pernoctar en las instalaciones del comando. Una regla para todos los policías solteros. Este era, por ahora, nuestro hogar; una gran casa que compartíamos con más de cien huéspedes.
Pasear era el plan de cada descanso, un plan que representaba un gran peligro; por eso, muchos de mis compañeros optaban por quedarse en el comando, viendo televisión o simplemente acostados, recuperando energías.
Mis descansos eran relativamente escasos. Por esa razón salir se convertía en una especie de terapia, de respiro; era también la oportunidad de ir hasta Telecom (centro de comunicaciones), y escuchar la voz de mi querida madre. Un peligroso desplazamiento que realizaba observando todas las recomendaciones que el comando central ordenaba; además, siguiendo un ritual de vida que yo mismo había diseñado. Seguirlo y respetarlo significaba vivir un poco más, una estrategia creada para contrarrestar lo ordenado por el cartel de Medellín: «precio a la cabeza de todos los uniformados, principalmente en Antioquia, Pablo Escobar».
Ahora a disfrutar de las pocas horas que le quedan al día. Deprisa salí del alojamiento, al encuentro con mis compañeros. Acordamos reunimos en la cafetería. Sin embargo, poco antes de llegar, algo me obligó a regresar más deprisa de lo que iba; un elemento que ya la costumbre había convertido en una absurda extensión de mi cuerpo... Un revólver calibre 38, un arma asignada para mi defensa. Así que regresé, abrí la cómoda, la tomé; saqué su tambor y le coloqué seis de los diez cartuchos que tenía, los otros cuatro los guardé en mi bolsillo. Ya con el arma en mi pretina partí en busca de Vargas y Granados. Esta vez ellos venían a mi encuentro. Ambos muy elegantes, y al igual que yo, bañados en perfume.
— ¿Qué tal, muchachos? —pregunté―. ¿Para dónde vamos?
—Juguemos billar —dijo Vargas. Granados sonrió, levantó sus manos y las dejó caer al tiempo sobre las nuestras, y dijo:
—¡Tranquilos, cursos! Que hoy el plan corre por cuenta mía. —Vargas y yo nos miramos con extrañeza, y marchamos detrás de él, sin pedir explicación.
Bajamos las escalas que llevan hasta la plaza de armas, llegamos al portón principal y mientras cruzábamos por la parte de abajo de la viga, me persigné y mentalmente traté de recitar una oración que comúnmente hacía; una oración que por fe aseguraba mi regreso y que esta vez quedo a medias, interrumpida por el acoso de Granados, quien ordenaba subir pronto al taxi. Granados estaba sentado en el asiento delantero, dando la dirección al chofer, y Vargas y yo atrás.
«¡Qué ridículo! —pensé―. Debería estar llamando a mi madre y regresar temprano a descansar».
―Granados, ¿para dónde vamos? ―pregunté
―Tranquilo, mi Dragoneante, que le tengo una sorpresa —respondió con malicia. Vargas y yo quedamos desconcertados con la breve respuesta.
―Granados; no es buena idea que entremos a estos barrios —le dije preocupado al ver que el auto iba rumbo al sur. Él sonrió y con tranquilidad, respondió:
―Solo entramos y salimos de una. Vamos a recoger tres amiguitas. No se preocupe tanto, mi drago.
De pronto el taxi se detuvo en una esquina del barrio Aranjuez. Granados se bajó y desde un teléfono público hizo una fugaz llamada y nuevamente se subió. El auto estuvo estacionado por cinco minutos; cinco interminables minutos, en los que sudé más de lo normal. La gente del barrio nos miraba con desconfianza, parecía que tuviéramos una P
en la frente, y así era; nuestra apariencia delataba lo