Un Diálogo En Mi Abismo
Por Domingo Franco
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Un Diálogo En Mi Abismo - Domingo Franco
Copyright © 2011 por Domingo Franco.
Número de Control de la Biblioteca del Congreso: 2010942127
ISBN: Tapa Dura 978-1-6176-4408-5
Tapa Blanda 978-1-6176-4410-8
Libro Electrónico 978-1-6176-4409-2
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.
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327607
Contents
INTRODUCCIÓN
DEDICATORIAS
CAPITULO I
EL ENCUENTRO
CAPITULO II
FOBIA A LA LOCURA
CAPITULO III
FOBIA SOCIAL
INTRODUCCIÓN
Es común aceptar entre los investigadores modernos la idea de que, si un conocimiento no es cuestionable, es porque sencillamente no está en el campo de la ciencia, y es la historia quien nos enseña que, las explicaciones de la ciencia no están concluidas; ya que ella se sujeta a muchas correcciones o tesis que invalidan su versión. Proceso mismo que nos permite avanzar en el grado de certeza de aquello que se estudia. Y no por eso niega irremediablemente que todos los filósofos del pasado estuvieran equivocados, y por lo que no merezcan tomarse en cuenta para recientes axiomas o proposiciones.
Como prueba tenemos el caso concreto del inventor de la lógica, Aristóteles, del que sus ideas quedaron plasmadas con los siglos. Grandes pensadores desde el 280 A. De C. hasta el pasado siglo XX, la cultivaron y abonaron, y por más que otros la objetaron, está vigente en la moderna lógica simbólica, o lógica matemática, o logística, que trata procesos deductivos aplicables a las matemáticas, y a cualquier terreno científico; mediante un lenguaje de símbolos mayormente riguroso que llega a nuestro días, con el perfil de un instrumento para desarrollar, fundamentar y criticar a las Matemáticas. Y el punto de vinculación con la lógica aristotélica prevalece en la estructura del pensamiento y sus reglas deductivas.
También el Griego Demócrito de Abdera, que en el siglo V
A. de C. formuló la teoría del atomismo, donde consideró que la realidad estaba compuesta por dos únicos elementos, el vacío y los átomos; y que estas partículas se mueven perpetuamente en el vacío, y según su forma y tamaño, constituyen los diferentes estados de los cuerpos físicos. Y en oposición a 25 siglos de olvido, resurge un nuevo auge en el siglo XVII D. de C., en el cual, se ratifica con la entonces hipótesis de la energía atómica.
Y para quien desea estudiar hoy día la mecánica de fluidos, ¿no empieza con: el principio de los cuerpos flotantes
?, y en otra parte de la física, ¿no continua enseñándose por su utilidad, el equilibrio de los planos
?; los cuales fueron enunciados inicialmente por el sabio griego Arquímedes de Siracusa, en el siglo III A. de C. Así, tantos más hombres de la antigüedad entregados a la ciencia, al arte, a la filosofía, a la política, etc., mismos de los que nos seguimos sirviendo de su legado. En fin, cuanto menos conocemos de lo pasado, menos sabríamos aprovecharnos de los tesoros que reserva la historia, y asombrosamente, no los descubre únicamente al erudito investigador, son todavía para aquel que, sin reservas, se propone encontrarlos.
Este es el punto de partida de mis indagaciones, el muelle por donde me hice a la mar, para explorar el inmenso océano de mis miedos y confusiones, las que se hicieron sentir implacablemente por la depresión; enfermedad que moderadamente padecí desde los 24 años de edad, pero que antes de los 30 años resentí sin misericordia.
No niego que probablemente por mi ignorancia, no me refugié en la psicología moderna, sino en aquello que a pesar de ser puramente arqueología para muchos, para mí, lejos de eso, son portentosos cimientos que, han permanecido tan asombrosamente inalterables como despreciados. Haya sido por la costumbre de tener la mirada vuelta hacia atrás, o por ser sencillamente un romántico, o por alguna razón que no reconozco, es el caso que con el fervor de quien suplica el perdón en un tormento, y con la fe de quien se sabe seguro de la verdad, me aferré en los peores momentos de mi vida, apostando por completo mi futuro, a las reflexiones que algunos han llamado, el despertar de la ciencia moral; el antes y el después en la historia de la filosofía universal.
DEDICATORIAS
A la memoria de mis padres: Domingo Franco Sánchez y Dolores Assad Rivera, por quienes apliqué toda la fuerza de mi espíritu, con tal de no ser advertido por ellos, como un hombre severamente deprimido; debido a que en todo ese tiempo consideré que, mi mejor proceder consistía en evitarles la pena de hacerles partícipes de los males que aquejaban mi pensamiento; pues creía contundentemente en el prejuicio de que, un hombre enfermo de la mente, era un hombre acabado sin remedio; con el menoscabo con que se señala al ladrón que ha sido descubierto y exhibido ante la sociedad.
A mi esposa: María de la Paz Hernández Orozco, de quien he recibido su comprensión, su alegría de vivir y el impulso que necesitaba para decidirme a iniciar con la medicación psiquiátrica. Así por el importante respaldo moral que de ella he tenido siempre en los días complicados.
A mis hermanos: María Guadalupe, Leticia, Sonia, Rafael y Salvador: en quienes encuentro siempre su apoyo y la felicidad cuando nos vemos reunidos.
CAPITULO I
EL ENCUENTRO
Semejante al mar cuando impelido por la secuela de alguna fuerza natural, repentinamente se retira de la costa para regresar con devastación a su paso, así así, me veo rodeado de las aguas agitadas, sin saber cómo o por qué me encuentro acá. Quisiera que fuese una pesadilla, aunque sé perfectamente que no lo es. Floto en un océano oscuro y apartado, pareciera estar dentro de un infierno, de esos terribles infiernos en los que de alguna manera existen dentro de nosotros, en algún rincón del alma; no sé si pocos lo conocen, porque en vida, están reservados exclusivamente para las almas trastornadas; lugares destinados a padecer abrasadoras angustias. No se necesita pasar por una puerta—tal como lo describe el Dante-, en la cual, se inscribe con letras de fuego: Quien entre aquende, que pierda toda esperanza de salir jamás
, ni hace falta la amenaza de Cerbero—el perro de 3 cabezas-, guardián eterno de la puerta de los infiernos". De aquí adónde, es quizá la pregunta más terrible que pueda soportar. Será eterna la estancia en esta tormenta silenciosa, en un vaivén de portentosas olas, en la oscuridad, solo; no presiento el cambio, ni por las promesas de la muerte misma. No quisiera que nadie me acompañara, pues a ninguno desearía tanto sufrimiento, y no creo que haya nadie que pueda ayudarme. Alejado por la inmensidad, tengo contadas las fuerzas para mantenerme en la superficie. Hay sin embargo momentos de calma, espacios de poca agitación, lapsos para un respiro físico y espiritual, durante los cuales, pienso si la fortuna me será propicia para abrir camino; únicamente, por la esperanza o la resistencia que sostiene siempre mi espíritu de lucha; pasión, sin duda, obtenida de los ideales formados por la admiración de las hazañas épicas. Algún propósito habrá, me pregunto, por el hecho de haber llegado a mis manos, las historias de las acciones nobles de personajes heroicos, y que tanta impresión me causaran; cuestionamiento, sin duda, con denotada egolatría o de exacerbada vanidad; que en realidad poco me importa en este estado, bien recibida sea la fuerza de donde venga. Sé que con otro hado, no habría yo resistido tantos ataques; los cuales son comparables con espíritus despiadados que persiguen con delirio furioso a la víctima, y de la que están obsesionados por acabarla; simulando una serpiente encantadora que escurre por mi cuerpo indefenso y paralizado, emponzoñando el pensamiento, y ya desquiciado, engendra la idea de quitarme la vida. Quizá por mi fe y el propósito de resistir hasta el último soplo, o por mero terror a la eternidad, es de suerte que me he mantenido con vida.
No hay estrellas, al universo mismo lo engulle la oscuridad, y con ello la desesperanza absoluta de quien va perdiendo una batalla decisiva. ¡Con razón le llaman el negro Tártaro! Me adelanto sobre el agua, como si se tratase de un náufrago que quiere salvarse, y avanzo; mas yo sé que en este caos no se llega a ninguna parte, importa acaso la dirección que llevo, a qué sitio pretendo llegar, para qué me esfuerzo. Y nuevamente me derrumbo. Tantas batallas y en un sólo día. Convéncete, es sencillo, es cuestión de tiempo, nadie puede resistir tanto. Es preciso estar muerto para soportar los trabajos de Sísifo—quien fue condenado a permanecer en los infiernos, con el castigo incesante de tener que empujar una roca hasta la cima de una montaña, y que perpetuamente volvía a caer antes de llegar a la cumbre-.
Irrefrenablemente aumenta mi desesperación. Me pregunto, és éste el infierno, simplemente la zozobra inconcebible, donde nadie ha averiguado el fin; la peor de las angustias, la que no termina nunca
. Es posible que hubiésemos sido creados para resistir siempre los más intensos tormentos.
Sin hacer partícipe a nadie de mi dolor, a grito herido, imploro a Dios se apiade de mi alma: ¡escúchame y socórreme!, ¡o Dios o mi Dios! Contrapuesto a lo imposible, me sigo moviendo, a pesar de que cada vez es más difícil continuar; como si unas manos fantasmales asieran de mis tobillos. Aborrezco lo que me rodea, me aborrezco a mí sin excluir lo inútil de mi pujanza. Me siento extenuado. No pararé, es mi único y más encarecido propósito. Si habré de sobrepasar, es porque voy a resistir. ¡Sirva esta soledad para no transmitir a