Las parábolas de Don Nadie
Por Salvador Sainz
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Salvador Sainz
Nacido en la ciudad de Colima, México el 21 de Febrero de 1972. Diseñador gráfico y publicista egresado de la Universidad del Valle de México. Cofundador y director general de la agencia Sainz Branding (2001). Con diplomados en mercadotecnia, programación neurolingüística, ética, desarrollo empresarial y creatividad. Ex-catedrático de la Universidad de Colima en la Facultad de Arquitectura y Diseño y la Facultad de Pedagogía de 1998 a 2005. Cofundador del Colegio de Diseñadores del Estado de Colima (CODICOL).Consultor y creativo. Participante en numerosos cursos, conferencias y talleres en relación con el diseño gráfico, la creatividad, calidad y competitividad.
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Las parábolas de Don Nadie - Salvador Sainz
Hombre nuevo
Al día siguiente caminaban para salir de la ciudad, cuando un hombre tropezó al dar vuelta en una esquina y cayó golpeándose la cabeza mientras obstruía el camino del maestro. El maestro lo tomó del antebrazo, le ayudó a incorporarse y le regaló un pañuelo para que se cubriera el raspón sobre su frente. Aquel hombre se sacudió el polvo y se retiró sin decir palabra.
—¡Maestro, el hombre al que acabas de ayudar es el mismo que ayer te injurió en el mercado!
El maestro respondió:
—El hombre que ayer fue ofendido y el que ofendió murieron un instante después. El insulto ha quedado en el olvido, ha quedado en la nada… fue regalo que decidí no recibir y que el agresor deberá resolver qué hacer con dicho obsequio. Hoy soy otro, hoy soy un nuevo hombre.
La barca vacía
—Sé como un barco vacío —le dijo el sabio.
—¿Qué intentas decirme? —preguntó el discípulo.
—Sí, escucha con atención. Te contaré…
Unos pescadores navegaban en su barca, de noche y sin precaución, por un caudaloso río… cuando de pronto, chocaron con una pequeña embarcación que se encontraba de frente. Sufriendo algunos daños para su barca y enfurecidos, los imprudentes pescadores vociferaron todo tipo de insultos e improperios. Al ver que nadie respondía, abordaron furiosos la otra embarcación para arreglar cuentas con la tripulación. Grande fue su sorpresa y frustración, cuando se dieron cuenta de que en dicho barco no había tripulante alguno.
La mujer del río
Muy de mañana, al llegar a la orilla de un río, el discípulo y su maestro se encontraron con una bella dama de cabello sedoso y estilizada silueta, que quería cruzar el río pero se lo impedía una lesión en su tobillo.
—¿Por favor me podrían ayudar a cruzar el río? Necesito ir al pueblo cercano y no puedo cruzarlo, la corriente es fuerte y mi tobillo está lastimado —solicitó la dama.
—Maestro… nuestra religión nos prohíbe tener todo contacto físico con las mujeres. —Le susurró el joven a su maestro.
—Venga mujer. —Le dijo el maestro.
Flexionó las rodillas y la cargó sobre su espalda. Cruzaban el río mientras ella se abrazaba con fuerza al cuello del maestro, a la vez que el maestro se sujetaba de los hombros del joven discípulo, quien iba adelante. Al llegar a la otra orilla del río, la mujer muy agradecida se despidió de sus benefactores, los bendijo y todos continuaron por su camino.
Horas después y visiblemente perturbado, el joven preguntó:
—Maestro, has faltado a nuestros principios y a nuestra religión, ¿cómo pudiste?
—¿Tanto te abruma? —preguntó el maestro—. La carga, si bien era pesada, no la llevabas tú sobre los hombros y eso fue hace varias horas y… ¿aún cargas a esa mujer sobre tu espalda?
Le respondió el maestro, mientras al frente del camino caía el atardecer.
Las manos
—Maestro, las ofensas son comunes entre los hombres, pero algunos hechos son difíciles de perdonar. ¿Cómo podemos perdonar?
Comentaba el joven, mientras en la plaza del pueblo transitaba un viejo mal encarado. Tiempo atrás, dicho hombre había sido un fanático religioso, y un perverso criminal acusado, y condenado a muchos años de prisión por intentar asesinar al maestro defendiendo sus creencias religiosas.
—Te lo explicaré. Ayer, al tratar de reparar una silla, tomé un martillo y un clavo; en un descuido de mi parte, mi mano derecha golpeó con el martillo a mi mano izquierda y me provocó una herida. Sin embargo, mi mano derecha tomó conciencia y curó momentos después a mi mano izquierda. Mi mano izquierda no le guarda rencor a mi mano derecha y tampoco le dio las gracias por haberla curado. Algo así debe ser el perdón. ¿Has escuchado aquello que dice: «que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu mano derecha»? Pues bien, toda acción buena o mala que hicieras, mantenla en lo privado, sé discreto. Si fue una acción errónea no la hagas pública, pues serás señalado, si fue una buena acción, serás visto como un fanfarrón, pues una buena acción, como la de mi mano, no debe buscar el reconocimiento público —dijo el viejo sabio mientras acariciaba su mano vendada.
Ganar y perder
—Maestro...¿qué ganas con orar?
El maestro respondió:
—Nada, de hecho, he perdido... la ira, el ego, la avaricia, la inseguridad y el miedo a la muerte. La respuesta a nuestra oración y meditación, a veces no está en lo que ganas, sino en lo que