Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Reinar por ‘relación y noticia’: Cinco informes del Obispado de Michoacán.
Reinar por ‘relación y noticia’: Cinco informes del Obispado de Michoacán.
Reinar por ‘relación y noticia’: Cinco informes del Obispado de Michoacán.
Libro electrónico458 páginas6 horas

Reinar por ‘relación y noticia’: Cinco informes del Obispado de Michoacán.

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

¿Cómo fue posible que la monarquía de España haya durado tanto tiempo? Una de las respuestas radica en la importancia de los escritos que describían territorios sumamente lejanos en todo el planeta que se hicieron llegar a la corte del rey. El español fue, pues, un imperio gobernado por ‘relación y noticia’. Todos, autoridades y grupos locales, pod
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 dic 2021
ISBN9786078666041
Reinar por ‘relación y noticia’: Cinco informes del Obispado de Michoacán.

Relacionado con Reinar por ‘relación y noticia’

Libros electrónicos relacionados

Historia de América Latina para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Reinar por ‘relación y noticia’

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Reinar por ‘relación y noticia’ - Jean∼Pierre Berthe

    Proemio

    Durante la década de 1990, el profesor Jean-Pierre Berthe, quien dirigía mis estudios de doctorado en París, me invitó a trabajar en la edición de una serie de textos de la primera mitad del siglo XVII que describen la diócesis u obispado de Michoacán; propuesta que acepté muy honrado, pues además coadyuvaba a la elaboración de mi tesis sobre el cabildo catedral de Valladolid. Efectuamos, pues, el acopio de los manuscritos y de las ediciones ya disponibles de algunos de esos testimonios. Enseguida procedimos a transcribir los primeros y, en su caso, a cotejarlos con las segundas. También reunimos materiales para contar con los contextos indispensables de época. Nuestro trabajo se insertó en el marco de un seminario permanente de investigación cuyas sesiones semanales tenían lugar en el hogar-biblioteca del profesor Berthe. A él acudíamos varios de sus alumnos para discutir temas de historia de España y de Hispanoamérica. Ahí se exponían los avances de diversos proyectos docentes y de publicación de fuentes.

    Los años pasaron, cada uno debimos asumir y llevar a término otros compromisos académicos, también sobrevinieron circunstancias imprevistas. Por todo lo cual nos vimos precisados a aplazar la culminación de un proyecto cuyos materiales, no obstante, habían alcanzado un avance hasta de 70 por ciento. Dos hechos me han determinado a ponerle término a la empresa: el lamentable deceso de mi profesor, acaecido el 10 de agosto de 2014 y el habérseme designado titular de la cátedra Primo Feliciano Velázquez de El Colegio de San Luis a lo largo del año 2017. Además del seminario de investigación que conduje, del curso de posgrado que impartí y del ciclo de conferencias que dicté, contraje con esta casa de estudios el compromiso de entregar un producto editorial. Es, pues, este volumen, a la vez homenaje al maestro y primicia de la honrosa invitación de que fui objeto por parte de El Colegio de San Luis.

    En fecha reciente se sumaron a la culminación de este proyecto dos colegas: los doctores Armando Hernández Soubervielle, de El Colegio de San Luis y Thomas Hillerkuss, de la Universidad Autónoma de Zacatecas. Ellos han elaborado la cartografía del obispado de Michoacán en la primera mitad del siglo XVII aquí publicada. Quiero también hacer patente mi agradecimiento al profesor Hillerkuss por la confección del índice de nombres y de lugares, herramienta indispensable para los lectores de estas páginas.

    San Luis Potosí, 6 de enero de 2018

    Óscar Mazín

    El Colegio de México

    Introducción general

    Porque entendiendo la obligación que tenemos de procurar que esos reynos y provincias de las nuestras Indias sean bien regidos y gobernados en lo espiritual y temporal, y habiendo esto de ser por relación y noticia por estar tan distantes de estos reynos, deseamos que se tenga muy particular para que mejor pueda acertarse y principalmente a lo que toca a la predicación evangélica y administración de los santos sacramentos, como cosa más importante y a que más procuraremos que se acuda […].¹

    ¿Cómo fue posible que las Indias de Castilla, tan vastas y lejanas, se hayan mantenido en el seno de la monarquía española durante tres siglos? La historiografía ha avanzado varias respuestas. Como tierras de conquista incorporadas a Castilla de manera accesoria, es decir, en tanto que extensión o parcela de ella, carecieron en principio de una constitución propia.² Se las percibía, no obstante, de manera un tanto desmembrada a causa de su lejanía.³ Entre las respuestas descuella la cristianización de esos dominios, el sentido de lealtad al monarca que esa tarea supuso. También es importante considerar un régimen de autonomía relativa logrado mediante la capacidad de negociación de los grupos locales de poder en esos y en otros dominios del Rey Católico. Pero, en cualquiera de estos casos, probó su eficacia un sistema de información a miles de kilómetros. Un imperio, pues, gobernado a distancia y por ‘relación y noticia’. Hoy es cada vez más difícil apreciar la importancia de lo escrito en aquel mundo. Plasmar en papel una descripción primeramente oral fue, durante siglos, la única manera de visualizar realidades inaccesibles a 2 000 leguas de distancia. De ahí que las relaciones para la descripción de los dominios fueran auténticas ventanas abiertas. Pero, ¿cómo ordenar los territorios visualizados por escrito para no confundirlos con los adyacentes? El imperio romano, por ejemplo, se apoyó de manera original sobre una sólida trama de poderes locales organizados en torno a la ciudad como unidad básica en el ámbito local y por provincias en uno más general.⁴ De entre varias unidades político-geográficas se privilegió la diócesis para reconocer los vastos dominios, es ella la que aquí nos interesa.

    La demarcación diocesana no es exclusiva de las fuentes de origen eclesiástico. No lo es, dado que, en las Indias, y desde luego en Nueva España, ella llenó el vacío que suscitaba la estrechez del territorio comprendido por las alcaldías mayores y la jurisdicción sumamente vasta de las reales audiencias de México y de Guadalajara. No obstante las importantes diferencias entre el clero regular y el secular, la diócesis se perfiló como una unidad intermedia. Ya desde los contornos de 1570 se impuso como unidad en las descripciones de cronistas, funcionarios y viajeros.⁵ La Corona también se sirvió de ella para allegarse información sobre sus vastos dominios.⁶ La conveniencia de la escala diocesana en las Indias resulta aún más comprensible si pensamos que en los reinos de España el territorio de los obispados fue considerablemente menor, sobre todo tras el aumento del número de sedes episcopales durante el último tercio del siglo XVI. En 1590 había en la Península hasta unas 60 diócesis.⁷

    El conjunto de textos que aquí presentamos describe los parajes del antiguo Michoacán, tercera en importancia entre las diócesis de las Indias, así en cuanto a rentas como acaso por la extensión de sus territorios.⁸ No obstante la importancia de la demarcación eclesiástica, ésta no constituyó una unidad geográfica en sí misma. Las diócesis fueron erigidas en las Indias aproximadamente según los límites de las provincias ganadas por la conquista a los antiguos señoríos o principados prehispánicos y de acuerdo con dos criterios de los que resultaron no pocas ambigüedades: un ámbito de quince leguas a la redonda de la ciudad sede del obispado y el territorio restante, llamado cercanías, dividido por la mitad entre las diócesis vecinas según el punto cardinal. Para el caso que nos ocupa, la diócesis se estableció sobre el antiguo reino tarasco y ulterior provincia de Michoacán, aunque sin coincidir exactamente con el ámbito del primero salvo en algunos puntos, ni con el agregado de las comarcas de encomiendas de los conquistadores.⁹ A partir de 1538, en que se tomara posesión del nuevo obispado erigido por bula de 1536, Mechoacan ya no designó el espacio de un corregimiento, de una alcaldía o de una provincia, sino el cada vez mayor de una diócesis.

    La configuración de esta última se dio en un tiempo relativamente corto. Si hacia 1580 comprendía ya una superficie aproximada de 130 000 km², a mediados del siglo XVIII, cuando alcanzó su máxima extensión, tenía unos 175 000 km². La inmensidad de este territorio, equivalente a casi una cuarta parte de la actual Francia, no encuentra paralelo con ninguna diócesis europea.¹⁰ La superficie promedio de una diócesis en la Península ibérica de la época oscilaba apenas en 10 000 km². Para dar cuenta de la variedad de gentes, de parajes y de climas, las descripciones echan mano de comparaciones que abarcaban la Península ibérica de una punta a otra

    Hay de todos temples en diversas partes; tierra fría aunque no tan fría como Burgos y Soria; hay templada como la vega de Plasencia, y hay caliente más que Sevilla.¹¹

    La unidad tampoco caracterizó a las comarcas comprendidas en la diócesis de Michoacán desde el punto de vista de su composición étnica y de su desarrollo histórico. Sobre aquella delimitación mayor se fueron configurando diversos espacios según el tipo de asentamientos, de pueblos de indios y de actividades económicas. Sin unidad propiamente geográfica y ante un panorama humano muy variopinto, la denominación obispado de Michoacán aludió entonces a una unidad geográfica pastoral y administrativa que, pese a todo, tuvo vigencia durante varios siglos. Por el oriente y el poniente quedó confinada respectivamente por las diócesis de México y Guadalajara, con quienes no dejó de tener problemas para fijar sus linderos prácticamente a todo lo largo de la era de la monarquía hispánica. Al sur quedó ceñida por la costa del océano Pacífico y, en cambio, fue el norte el rumbo hacia el cual desplegó con mayor ímpetu su expansión. Lo hizo a partir de las comarcas de los antiguos señoríos de Mesoamérica, a la altura del paralelo 19 en que el eje neovolcánico atraviesa el continente. Los territorios diocesanos fueron abriéndose fronteras en las áreas que, por su población india, nómada, belicosa y dispersa, recibieron el nombre genérico de Chichimecas. Esta penetración transcurrió en Michoacán entre los siglos XVI y XVII y formó parte de los avances sucesivos de pacificación y población hispánica de la tierra. Los beneficios y doctrinas de cura de almas se extendieron por los parajes más diversos y pasaron sobre los límites de las alcaldías mayores y de los corregimientos. Sin virrey, sin gobernador y a distancia de la Real Audiencia de México, en el espacio comprendido por la inmensa diócesis la presencia de la autoridad eclesiástica diocesana fue ganando terreno y se impuso sobre las autoridades seculares. Los obispos ejercieron, de facto, como verdaderos magistrados públicos.

    Los informes y descripciones de cosmógrafos y viajeros, no pocas veces realizados a iniciativa de la Corona son, en realidad, sólo un tipo de textos. Una segunda índole de descripciones es aquélla surgida de la pluma del propio clero catedral. La gestión de su iglesia sede, mayormente a cargo del cabildo eclesiástico o senado de los obispos, estuvo marcada por una continuidad difícil de igualar por otros cuerpos. En ella se ubican las estrategias para la recaudación del diezmo y otras inspecciones de la diócesis de las que resultó una trayectoria de informes, minutas y relaciones en que se describen los territorios.

    Son éstos los testimonios de esa geografía pastoral y administrativa en que el diezmo aparece como uno de los objetos de interés. Por derecho, la mayor parte de las rentas decimales tenía por destino la iglesia sede o catedral. Este hecho explica la importante intervención de su clero en la elaboración de dicha geografía, la cual pasa generalmente insospechada.¹² Y es que los investigadores sólo han querido ver en el diezmo un indicador de la economía. Si lo vemos no sólo como un gravamen anual sobre la producción agropecuaria, sino como una entidad vinculada a un proyecto histórico más amplio y unitario, es decir, el de la iglesia diocesana, sus implicaciones geográficas saltan a la vista. Por eso no es posible entender el diezmo fuera del contexto histórico geográfico de la diócesis en la que se recauda.

    Consideremos, pues, este segundo tipo de descripciones. Se trata de minutas, informes y relaciones escritas por los obispos y por algunos miembros del cabildo catedral. Las de los primeros describen el obispado en ocasión de sus visitas pastorales o bien responden al Consejo de Indias a consecuencia de alguna real cédula que les pedía información sobre su iglesia. Tal es el caso, por ejemplo, de la Relación del obispado de Michoacán dirigida al rey por el obispo fray Juan de Medina Rincón, firmada por el prelado en Valladolid el 4 de marzo de 1582.¹³ Las de los capitulares realizan inspecciones de la diócesis, pero las hay también que cumplimentan las disposiciones de los prelados para la redacción de sus propios informes. Unas y otras actualizaban el conocimiento de los ministerios pastorales de los curas beneficiados, pero asimismo las posibilidades de la producción agropecuaria o la subdivisión de los parajes en orden a la recaudación del diezmo. Ciertas minutas o informes presentan otra característica, la de poderse adicionar y corregir según cambiaran las condiciones agrícolas de los territorios, tal y como ocurrió con la minuta de 1631, reformada en 1651.¹⁴ Este procedimiento mostraba el dinamismo de la producción y los principales cambios en la propiedad. No todas las descripciones persiguen los mismos fines ni incluyen variantes de un mismo tipo de información. Más bien responden a las circunstancias del momento en que se elaboran.

    Los textos aquí publicados fueron escritos entre los años de 1619 y 1649. En ninguna otra época encontramos tantas descripciones y, hasta donde sabemos, no se conservó un número equivalente en las demás diócesis de la Nueva España. Veamos de qué testimonios se trata e intentemos, en un segundo momento, explicar por qué se concentran en aquellos años. El primero es del año 1619 y se desprende del resto, que corresponde a las décadas de 1630 y de 1640. Es la Relación del obispado de Michoacán por el obispo fray Baltasar de Covarrubias O.S.A., firmada y fechada por el prelado en Valladolid a 20 de septiembre de 1619. No es un testimonio inédito. Ha sido objeto de dos publicaciones: la primera a cargo de los propios padres agustinos. La segunda es póstuma y se debe a Ernesto Lemoine Villicaña, en la propia ciudad de Morelia.¹⁵ Varias razones que el lector hallará expuestas en la introducción particular al documento, nos decidieron a volver a publicar esta carta-relación. En ella, el obispo Covarrubias responde a una petición de Felipe III de 18 de marzo del mismo año, es decir, de 1619, en orden a saber lo común y particular del obispado. En realidad se trata de una carta a la vez que de una rica y extensa descripción del estado del gobierno espiritual de la diócesis, acompañada por la defensa que de sí mismo hace el prelado. El original de este texto se halla entre las fojas 1 y 24v del volumen de manuscritos número 2579 de la Biblioteca del Palacio Real de Madrid.

    Al final de la sede vacante que va de septiembre de 1637 a marzo de 1640, aunque muy probablemente en 1638, el deán de Valladolid, García Dávalos Vergara, escribió una muy sucinta e inédita descripción de todo el obispado de Michoacán. Está dirigida, según parece, a Juan Díez de la Calle, oficial segundo de la secretaría de Nueva España del Consejo de Indias.¹⁶ Es un recuento somero, efectivamente, de la diócesis. En él destacan sobre todo sus haberes, así en rentas como en número de beneficios de cura de almas y de doctrinas y conventos de religiosos. Este texto procede de los documentos del funcionario mencionado y su original se halla actualmente en el volumen número 3047 de manuscritos de la Biblioteca Nacional de España, a fojas 9-11.

    Procedente de la de Chiapa y, en camino hacia la de Michoacán, el nuevo obispo fray Marcos Ramírez de Prado O.F.M. pidió al cabildo eclesiástico, en octubre de 1639, que le hiciera una descripción de su nueva diócesis, de sus lugares, confines y rentas. Firmada en Valladolid a 1 de noviembre del mismo año, corrió por cuenta del chantre Andrés de Ortega Valdivia, quien averiguó aspectos complementarios a los que ya obraban en su poder. El original manuscrito forma parte de la colección Ayer de la Biblioteca Newberry de Chicago y se halla a fojas 122-135v, del volumen 1106 C3.

    En respuesta a una carta misiva del 2 de mayo de 1645, en la que el cronista mayor del rey, Gil González Dávila, pedía información para su historia eclesiástica de las Indias, el obispo fray Marcos Ramírez de Prado O.F.M., dictó en Valladolid una breve relación y noticias del obispado de Michoacán el 26 de abril de 1646. Ese testimonio enumera una serie de realizaciones dignas de realce de aquel prelado y exalta las virtudes de varones ejemplares en la historia de la iglesia de Michoacán. Su original se halla resguardado en el volumen de manuscritos 3048, a fojas 75 a 78v, de la Biblioteca Nacional de España. Agustín Millares Carlo consigna una Relación… de los obispos de Michoacán y cosas naturales de ella, también enviada en 1646 por el obispo Ramírez de Prado al mismo cronista. Dice haberse publicado ese testimonio por Marcos Jiménez de la Espada en el volumen II de su edición de las relaciones geográficas de las Indias.¹⁷ Debe tratarse de un error, ya que la referencia citada corresponde a una relación de la ciudad del Cuzco de 1649.¹⁸

    Una real cédula de 26 de abril de 1648 dirigida al obispo fray Marcos Ramírez de Prado y a su cabildo, se quejó de la falta que en el Consejo de Indias hacían los documentos constitutivos de la iglesia de Michoacán para poder resolver pretensiones del cabildo catedral.¹⁹ Pero también reconoció haber poca luz… [tocante] a la demarcación de esta diócesis, poblaciones que tiene, curatos y número de feligreses que hay en ella. Se ordenó en consecuencia que se copiaran, por un lado, la erección, bula y cédulas con que se aprobó la iglesia […] y que, por el otro, se hiciera la demarcación y descripción ajustada, distinta y clara de la diócesis. La respuesta a esa real cédula es la más larga y rica de las relaciones aquí publicadas. Su autor fue el canónigo Francisco Arnaldo de Ysassy, quien la firmó en Valladolid a 25 de abril de 1649. Fue ya objeto de una primera publicación de editor anónimo y circulación sumamente restringida.²⁰ Lleva por título Demarcación y descripción del obispado de Michoacán y fundación de su iglesia catedral. Número de prebendas, curatos, doctrinas y feligreses que tiene, y obispos que ha tenido desde que se fundó. El original de este testimonio se localiza en el volumen de manuscritos 1106 C3 de la colección Ayer perteneciente a la Biblioteca Newberry de Chicago. Comprende 77 folios, es decir, 154 páginas. Lo publicamos de nuevo por las razones que el lector hallará expuestas en la introducción correspondiente.

    Dos prelados de Michoacán, uno en 1619, el otro en 1646; y tres capitulares de la misma iglesia, respectivamente en 1638, 1639 y 1649, describen la diócesis. Las cinco descripciones parecen responder a fines diferentes. El obispo Covarrubias proporciona información requerida por la Corona y, a la vez, da cuenta de su conducta como pastor, al parecer en defensa a las denuncias de sus detractores. Fray Marcos Ramírez de Prado, en cambio, cumplimenta en forma breve la petición del cronista mayor de las Indias. Por su parte, el deán García Dávalos informa acerca de los beneficios eclesiásticos vacantes al oficial segundo de la secretaría de Nueva España del Consejo de Indias. El chantre Andrés de Ortega Valdivia describe la diócesis a su nuevo pastor, el obispo fray Marcos Ramírez de Prado, quien se hallaba en camino rumbo a Valladolid. Finalmente, el canónigo Arnaldo de Ysassy escribe la más rica y extensa relación de este conjunto en respuesta a una nueva petición de la Corona. Cada uno de los cinco testimonios va precedido de una introducción particular. En ellas se aborda el perfil biográfico del autor y se presenta el texto en cuestión con un análisis somero de su contenido.

    Intentemos ahora caracterizar el periodo comprendido por los cinco testimonios, tanto desde el ámbito local en que surgen, como en el de la monarquía. Desde los contornos de 1620 se advierten en la catedral de Valladolid varios intentos de reorganización. Los propiciaron no sólo los diferendos constantes entre los obispos y el cabildo, sino también deficiencias crónicas en la administración de rentas. Consecuentemente tuvo lugar una revisión generalizada de criterios que remontaba por lo menos a 1585, es decir, que buscaba apoyo en la memoria histórica. Tal revisión precisó, a su vez, de una inspección inusitada de la geografía del obispado capaz de optimizar la recaudación de diezmos. Conviene asimismo tomar en cuenta que en Valladolid la presencia y poder de las autoridades seculares, es decir civiles, experimentaba un proceso de disminución del que da buena cuenta la descripción del canónigo Arnaldo de Ysassy. El clero catedral, sin duda condicionado por la presencia de las iglesias de los conventos alentaba, no obstante, un predominio local aún en ciernes.

    Esta última situación había encontrado su correspondencia respectiva en el plano geográfico. La antigua provincia de Michoacán, que incluía la alcaldía mayor del mismo nombre, vio reducida su extensión entre 1560 y 1580 con la creación de las provincias de Zacatula y Colima al sur, Tuzantla al oriente y Tuxpan al poniente. Hacia el norte también fue limitada con la creación de las alcaldías mayores de Guanajuato y San Miguel el Grande y más tarde por las de Celaya y León. En contrapartida, el territorio de la diócesis se fue agrandando cada vez más y los beneficios o cargos asociados al ministerio eclesiástico de la cura de almas en numerosos asentamientos de población, tendieron a consolidarse.

    Veamos ahora las cosas desde la sede del virrey. Al presentar al monarca la situación del cabildo eclesiástico de Michoacán en 1598, el conde de Monterrey se había valido de una comparación entre las catedrales. Otro tanto hizo al enviar al Consejo las relaciones de candidatos al episcopado. Se iban definiendo los criterios de la promoción y el tránsito del clero a lo largo y ancho de los dominios, que el propio Consejo acabó de perfilar hacia finales de la década de 1620. Pero también se definía una escala de prestigio, una jerarquía entre las diócesis.²¹ Dos elementos, por cierto presentes en las descripciones aquí publicadas, contribuyeron a fijarla: la antigüedad de su fundación y la importancia de sus rentas. El lugar ocupado por cada iglesia en esa jerarquía figuró como prenda para el honor de los obispos, los cabildos y sus miembros. Finalmente, a lo largo de la primera mitad del siglo XVII se fueron precisando los límites territoriales de las inmensas diócesis. La precisión suscitó, sin embargo, litigios con las diócesis vecinas que reforzaron el prurito por la inspección geográfica.²²

    Pero si las décadas de 1620 a 1640 fueron en la catedral de Valladolid de intenso reconocimiento y reorganización de la geografía pastoral y administrativa, esto respondió en parte a la iniciativa de la Corona. Consecuente con sus afanes de revitalización y de reforma, el Consejo de Indias se propuso un mejor conocimiento de los vastos dominios bajo su jurisdicción. Con el propósito de hacer escribir una historia eclesiástica de las Indias, se dirigió una real cédula de 31 de diciembre de 1635 a todos los prelados encargándoles que remitiesen relaciones de su diócesis al cronista Tomás Tamayo de Vargas.²³ El deceso de este último en 1641 no parece haber interrumpido la empresa, que recayó en su sucesor, Gil González Dávila, antiguo prebendado de Salamanca y cronista mayor de los reinos de Castilla desde 1617. La labor de éste en ambos cargos consistió, por una parte, en llevar a buen término la refundición de sus historias parciales de las iglesias castellanas en una sola obra cuyo primer tomo vio la luz primera en 1645.²⁴ Por la otra, en hacer avanzar el proyecto sobre las iglesias de las Indias. En respuesta a la primera petición de la Corona, el cabildo catedral de Valladolid de Michoacán ordenó en 1637 a Miguel García Paramás y Quiñones, su maestrescuela, recabar información para aquel propósito. Debía hacer llegar a Madrid la situación de la iglesia, su fundación, obispos, capitulares y demás clero del obispado, gobiernos, sedes vacantes, obras pías, capellanías, rentas, cofradías, hospitales con todo lo demás.²⁵ No sabemos si García Paramás envió esa información.

    Antes de salir a luz en 1649 el primer tomo completo del Teatro eclesiástico de la primitiva Iglesia de las Indias Occidentales de Gil González Dávila, parece haberse impreso en 1644 el Teatro eclesiástico de la Iglesia de Michoacán. No se conocen de esta edición sino tres folios. No obstante, se trata quizá del primer fruto de su autor como cronista de las Indias, cargo que ocupara apenas meses antes, en 1643. Fue acaso don Lorenzo Ramírez de Prado, miembro influyente de los Consejos de Indias y de Castilla, quien se lo anunció mediante una misiva.²⁶ Es posible suponer que, en un gesto de deferencia para aquél, González Dávila haya determinado comenzar su historia de las iglesias de Indias por la de Michoacán. La razón no podía ser otra sino la presencia en ella del obispo fray Marcos, hermano del consejero. Este procedimiento no debe sorprender. Como vimos, González Dávila había antes publicado, por separado, historias de iglesias locales que ulteriormente refundió en su teatro de las iglesias de España. Es probable que, aun cuando se sirviera de la relación del chantre Ortega Valdivia, sus fuentes para la diócesis de Michoacán le parecieran todavía insuficientes, de ahí que haya pedido más informes al obispo Ramírez de Prado el cual, según dijimos, respondió en 1646.

    El primer tomo del Teatro eclesiástico de la primitiva Iglesia de las Indias Occidentales, publicado en Madrid el año 1649, está dedicado a las diócesis de la Nueva España, es decir, de las Indias septentrionales, que comprendían aun las de la actual Centroamérica. No incluye sino un mapa, precisamente el de Michoacán. Hasta donde sabemos, dicho mapa no ha sido hasta ahora objeto de algún estudio técnico preciso. Fue diseñado por el cartógrafo Marcos Luçio, de origen flamenco, nacido en Gante. Su carrera es bien conocida gracias a los trabajos de José Antonio Calderón Quijano y de José Omar Moncada Maya. Ella transcurrió en la Nueva España entre 1642 y 1671.²⁷ Estuvo en Sinaloa, donde declaró en 1648 haber trabajado, descrito y reducido todo lo que propiamente se dice de la Nueva España a un mapa grande y general, dividido éste en otros seis que comprenden las provincias [de] Nueva Galicia, Nueva Vizcaya, Nuevo León, Nuevo México y Sinaloa con su población, distancias y alturas.²⁸ Su mapa de Michoacán es quizá uno de los elementos de dicha obra cartográfica que, al parecer, se ha perdido. Grabó en España este mapa de la diócesis de Michoacán en 1649 Juan de Noort, otro flamenco residente en Madrid, donde trabajó entre los años de 1628 a 1652.

    Hemos examinado rápidamente dicho mapa en la edición facsimilar del Teatro eclesiástico…, publicada en México por Condumex (1982) que, por cierto, no proporciona las dimensiones del original. Es probable que el facsímil haya sido agrandado: 35 cm en lugar de 32. La escala en leguas que figura en el ángulo inferior izquierdo del mapa no se puede utilizar a causa de la imprecisión sobre las leguas empleadas y de la falta de indicación del meridiano de origen. Para evaluar la escala de manera aproximada, hemos empleado las indicaciones en grados de latitud que figuran en el marco de la carta (7° de meridiano de norte a sur), lo cual da una escala aproximada —para esta reproducción— de 1: 3 794 000.

    Es preciso reconocer que el mapa es técnicamente mediocre. En él las latitudes de las ciudades de México, Valladolid y Guadalajara son manifiestamente inexactas, tanto de manera absoluta como por lo que hace a sus posiciones respectivas.²⁹ El juicio del padre José Bravo Ugarte en su Historia sucinta de Michoacán (México, 1964, tomo II) se halla plenamente justificado: los límites de la diócesis son inexactos, por defecto hacia el norte, por exceso hacia el oeste. De hecho, la frontera trazada por Marcos Luçio abarca la ribera poniente del lago de Chapala, que nunca estuvo comprendida dentro de la diócesis de Michoacán y deja fuera de esta última la región del Río Verde, en el norte.

    Poco más de un siglo después, el mapa de Luçio era visto con cierta desconfianza en la propia catedral de Valladolid de Michoacán. Como en 1759 la Corona pidiera a los prelados de la Nueva España enviar un mapa respectivo de su diócesis, el obispo Pedro Anselmo Sánchez de Tagle se refirió a aquella primera carta geográfica. Primero preguntó si ya había algún mapa de la diócesis. No se encontraron sino fragmentos de uno u otro parecidos al que está inserto en el teatro eclesiástico del cronista maestro Gil González Dávila. En consecuencia el prelado decidió que, con base en estos delineamientos y otros que se tuvieran a la mano", se hiciera un nuevo mapa de la diócesis de Michoacán.³⁰

    Un conjunto de circunstancias de orden local a escala de Nueva España, vinculadas a la elaboración de una historia eclesiástica de las Indias en la corte de Madrid, explican la elaboración de los testimonios aquí publicados. Parecen comunes al menos a las diócesis centrales de las Indias septentrionales. Consecuentemente, no hay razón para hacer de la de Michoacán una excepción histórica. La presencia de un número importante de relaciones que describen los territorios de esa diócesis entre 1619 y 1649 debe atribuirse a la feliz preservación de los manuscritos en las bibliotecas que actualmente los custodian. Cabe, por lo tanto, esperar hallazgos que rescaten los testimonios de otras diócesis que, como la de Michoacán, también dieron al rey relación y noticia de sus territorios.

    CRITERIOS EDITORIALES

    Para la presente edición hemos optado por la transcripción directa a partir de los originales. Creímos asimismo conveniente cotejar los testimonios con las ediciones anteriores en el caso de la relación del obispo Covarrubias y del canónigo Arnaldo de Ysassy. Hemos decidido desatar las abreviaturas, facilitar la puntuación y modernizar la ortografía, excepto la de los topónimos. Ahora bien, al lado de los nombres de lugar que encabezan secciones, hemos indicado entre corchetes su ortografía actual para identificarlos en el índice. Finalmente, hay que decir que no es ésta una edición anotada. Sólo aparecen notas a pie de página cuando una palabra precisa de indicaciones para su comprensión.

    NOTAS A LA CARTOGRAFÍA HISTÓRICA DEL OBISPADO DE MICHOACÁN

    THOMAS HILLERKUSS (UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE ZACATECAS)

    ARMANDO HERNÁNDEZ SOUBERVIELLE (EL COLEGIO DE SAN LUIS)

    Este ejercicio es producto de la necesidad de reflejar, por primera vez, un mapa que concentre las cabeceras y pueblos sujetos que conformaron, en el siglo XVII, ese territorio en expansión que era el obispado de Michoacán. Para ello hemos tomado como base la Demarcación y descripción del obispado de Michoacán del canónigo Francisco Arnaldo de Ysassy, el quinto documento comprendido en este libro. No obstante, hemos querido incluir aquellas poblaciones que Ysassy no contempló o dejó de incluir en su relación, pero que sí aparecen en las otras cuatro relaciones; esto con la finalidad de ofrecer un acercamiento cartográfico lo más completo posible para el siglo XVII.

    Si tomamos como base el texto de Arnaldo de Ysassy fue por la minucia con que elaboró la ‘demarcación y descripción’ del obispado. Esto permite entender que aparezcan poblaciones como Sierra de Pinos, en franca alusión a los largos litigios entre obispados por la división jurisdiccional. Sobre esto último, nos dimos a la tarea de definir el polígono que demarcaba el obispado de Michoacán, tomando para ello las cinco relaciones, pero particularmente la de Arnaldo de Ysassy, pues en ella encontramos referencias muy específicas; aunque, en la práctica, veremos que no eran del todo exactas. Asimismo, contrastamos nuestros resultados con los mapas del obispado del siglo XVIII, por ejemplo, la Carta Geográfica que comprende en su extensión mucha parte del arzobispado de México y alguna de los obispados de la Puebla, Valladolid de Michoacán, Guadalajara y Durango confinantes entre sí…, delineada por el ingeniero Miguel Costanzó en 1779. Encontramos que en cada una las discrepancias eran significativas. Por lo tanto, el mapa aquí presentado es un ejercicio de interpretación de los diversos documentos que componen este trabajo. En contraste con la cartografía histórica disponible, es una propuesta de lo que fue aquel obispado según las relaciones y en consonancia con las localizaciones geográficas actuales de muchos de los puntos localizados.

    Inicialmente pensamos que la relación de Arnaldo de Ysassy, por ser la más completa y compleja en referencias y alusiones geográficas, pudo haberse apoyado en algún mapa que circuló por la época. El único mapa contemporáneo conocido que abarcaba, con excepción de la parte más septentrional, todo el obispado de Michoacán, y que era suficientemente preciso, fue el Hispanae Novae Sivae Magnae, Recens et Vera Descriptio, publicado en 1579 por Abraham Ortelius en su atlas Mundi Theatrum Orbis Terrarum, basado en informaciones y en varios bosquejos muy precisos que habían sido recolectados y dibujados hasta el año de 1560. Sin embargo, a pesar de ser un verdadero bestseller de su época con difusión incluso en Nueva España, ninguno de los autores aquí incluidos lo tuvo a la mano. Por lo tanto, los cinco documentos aquí publicados fueron redactados probablemente sin el apoyo de alguna obra cartográfica. Las pruebas de este aserto consisten, en primer lugar, en que menos de 15 por ciento de las distancias entre las diferentes poblaciones mencionadas en los textos corresponden a las del mapa de Ortelius. Con todo, hay que destacar que las direcciones estimadas y anotadas por los autores entre uno o varios poblados, según la rosa de los vientos, resultan bastante precisas, muy al contrario de lo que se puede observar en el mapa de Ortelius.

    Si esta fidelidad da un gran valor a estos textos, lo contrario sucede con las distancias mencionadas, especialmente si éstas rebasan 50 km, puesto que no hay claridad en lo tocante a qué tipo de legua emplearon. Por momentos suponemos que se usó la legua castellana, de 4 190 m; y en otras la legua común o vulgar, de 5 572.7 m. Además, la accidentada topografía del actual estado de Michoacán y de partes del sur de Guanajuato, del sureste de Jalisco y de la Sierra Madre Oriental, para cruzar a la Huasteca, hacen casi imposible calcular con suficiente precisión tales distancias, lo que hubiera sido tarea de agrimensores experimentados que estaban formándose apenas durante la primera mitad del siglo XVII en Inglaterra, Flandes, Francia, Alemania, Suiza y, para el caso de España, en la Escuela Real de Matemáticas que por 1625 tomó a su cuidado la Compañía de Jesús.

    Suponemos que los cinco autores presentados tuvieron a la mano documentos del archivo catedral de Valladolid, en primer lugar descripciones y listados de diezmos, porque en ningún caso mencionan pueblos que para el año de la redacción de su texto habían ya desaparecido a consecuencia de una de las múltiples pestes o en razón de las congregaciones establecidas a principios del siglo XVII en la provincia de Michoacán. Eso se confirma con la exactitud del número de vecinos que se anota (pero no de habitantes o moradores) españoles e indios que para muchos poblados fueron incluidos, datos que solamente se manejaban en la Real Hacienda o por los recaudadores del diezmo en el obispado.

    Son de especial valor los textos del obispo Covarrubias y del canónigo Francisco Arnaldo de Ysassy, el primero y el último, por su habilidad de relacionar elementos geográficos tales como ríos, lagunas, serranías, el Volcán y el Nevado de Colima, la costa del Mar del Sur, las grandes planicies de la Chichimeca, clima y vegetación; así como la distribución de la población y su situación económica regional tanto real como potencial en todo el obispado, lo que denota amplios conocimientos y una visión crítica de ese espacio.

    No menos importante es el orden o secuencia con que se presentaron las informaciones en los primeros cuatro documentos. Todo inicia con la sede del obispado: la ciudad de Michoacán

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1