La necedad del discreto (Anotado)
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La trama está protagonizada por Laureano, gobernador nombrado por el duque de Ferrara, que consiente en casar con la sobrina del gobernador. Laureano, hombre desconfiado y mujeriego, se ve envuelto en múltiples enr
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La necedad del discreto (Anotado) - Félix Lope de Vega
La necedad del discreto
Lope de Vega
Las personas que hablan en ella.
- LAUREANO.
- CELIO.
- LEVINIA,
- TEODORA.
- El DUQUE DE FERRARA.
- POLIBIO,
- BELETA,
- MONGIL,
- COSTANCIA
- LISARDO,
- MÚSICOS.
- OTAVIO.
- FABIA.
- JULIA.
- CAMILA.
Jornada I
Salen LAUREANO y CELIO con hábito de noche y valonas de estudiantes.
LAUREANO
Llama a este balcón.
CELIO
¿Con qué?
LAUREANO
Con la espada.
CELIO
Fuera en vano,
porque es corta para mano.
LAUREANO
¿Y no alcanzaras?
CELIO
No sé,
aun si trujera montante...
LAUREANO
Busca una piedra.
CELIO
Es fineza,
a mujer de tal dureza,
llamar con su semejante,
aunque cierto que el llamar
a ventana de mujer
con las manos ha de ser.
LAUREANO
Ya entiendo manos por dar,
y es metonimia estremada.
CELIO
Es de su causa el efeto
más eficaz y discreto.
LAUREANO
Sí, Celio, mas no me agrada
que solas a las mujeres
se presuma conquistar
con esta fuerza del dar,
porque, si advertir lo quieres,
pienso que no llamarás
a ventana, si pretendes,
del hombre que más entiendes
que ha de resistirse más,
que el pleito, la pretensión,
el favor, la diligencia,
la amistad, la conferencia,
no se corresponda al dar
si llamas con el dinero,
que no hay hombre tan severo
que el dar no pueda mudar,
y puesto que haberle puede,
será fénix de valor.
CELIO
En las conquistas de amor
nunca yo he visto que quede
rendido el fuerte interés.
LAUREANO
Llama agora a esta señora.
CELIO
Daré con la espada agora,
tú con dinero después,
mas si este después fuera antes,
antes te hubieran abierto.
(Sale LEVINIA, dama.)
LEVINIA
¿Es el doctor?
LAUREANO
Y tan cierto
que es un ejemplo de amantes,
que aquel que con puro amor
desea gozar su gloria,
al reloj de la memoria
le pone despertador,
y así no puede faltar
a la hora concertada.
LEVINIA
Teneisme muy obligada.
LAUREANO
Amor bien puede obligar.
LEVINIA
Agora acabo de ver
que no hay tanta autoridad
que una tierna voluntad
no puede descomponer.
¿Un catedrático, un hombre,
Laureano, mi señor,
de vuestro raro valor,
autoridad, fama y nombre,
no en Bolonia1 solamente,
adonde ya sois oído
con tal aplauso, y tenido
por único y excelente,
con tantas leyes, no sabe
una que tenga valor
contra las leyes de amor?
LAUREANO
Es emperador tan grave
que deroga las demás,
y si de historias sabéis,
otros muchos hallaréis,
porque en poniendo el compás
en el punto del amor,
llegaréis con el segundo
a hacer un círculo al mundo.
LEVINIA
Sin duda, señor doctor,
y así, rey, agradecida,
para mañana os convido
a ese pecho agradecido
y a toda un alma rendida,
que esta noche no es posible
daros en casa lugar.
CELIO
[Aparte a LAUREANO.]
¿Esto, señor, es llamar
a una dureza imposible?
LAUREANO
([Aparte.]
Calla, Celio.) Mi señora,
tanto favor me suspende,
porque aunque el alma pretende
que se satisfaga agora
con palabras de alegría
y muestras de obligación,
para tanta estimación
parece descortesía.
LEVINIA
Quedaos, Laureano, a Dios,
que siento ruido en casa.
(Vase.)
LAUREANO
Adiós, mi bien.
CELIO
¿Esto pasa?
LAUREANO
¡Engañámonos los dos!
CELIO
Vive Dios que imaginé
que si vivieras cien años,
y más que instantes engaños
encarecieras tu fe,
estas puertas cada día
no alcanzaras un favor
de los menores de amor.
LAUREANO
¡Falsa fue la opinión mía!
CELIO
También, señor, puede ser
que tu mucha autoridad,
ciencia, talle y calidad
venciesen esta mujer.
No será flaqueza suya,
que a tu opinión de discreto,
y de tan raro sujeto,
es mejor que se atribuya.
No eres tú de los letrados
que saben solas sus leyes,
que en las artes de los reyes
sabes que son celebrados
tres papeles, y donaires,
y no es mucho que esta dama
se haya rendido a tu fama.
LAUREANO
Por ella anduve en los aires,
y de ver su liviandad
ya estoy desenamorado.
CELIO
¿Qué dices?
LAUREANO
Que me ha cansado
su mucha facilidad.
Nunca, Celio, te confíes
de quien presto dice sí.
CELIO
¿Y no has de volver aquí?
LAUREANO
¡No, por Dios! ¿De qué te ríes?
CELIO
De que, para cosa igual,
dejamos las sopalandas.
LAUREANO
Tres cuando son blandas,
Celio, me parecen mal.
CELIO
¿Cuáles, señor?
LAUREANO
El süelo,
el pescado y la mujer.
CELIO
En fin, ¿te quieres volver
a no volver?
LAUREANO
Y recelo
que no la veré en mi vida.
CELIO
¿Tú eres discreto?
LAUREANO
No sé.
CELIO
¿No es mejor que luego esté
la mujer agradecida?
LAUREANO
Amando sin voluntad,
mejor, mas para tenella,
¿qué discreto ha de ponella
en tanta facilidad?
¿De qué se queja después,
quien tiene a mujer amor,
que le dio presto favor,
si otro gusto, otro interés,
la mudaron de intención?
CELIO
No te quiero replicar,
pero bien puedes llamar
en este verde balcón
adonde vive Teodora,
la que hablaste ayer pasando
a escuelas.
LAUREANO
Voyme acordando,
pero es muy vana señora,
y preciarse de entendida,
y cansar sobre cansado,
es llover sobre mojado.
CELIO
Prueba, prueba, por tu vida,
que no quiero que te acuestes
con el enfado que llevas.
LAUREANO
Andándonos, Celio, en pruebas,
se irán las luces celestes
del manto azul a acostar
antes que nosotros.
CELIO
Llama,
que es una gallarda dama.
LAUREANO
Por ti me atrevo a llamar.
¡Ha del balcón!
(TEODORA en lo alto.)
TEODORA
¿Es Rugero?
LAUREANO
([Aparte.]
Otro aguardaban aquí.)
No soy Rugero, aunque fui
más firme y más verdadero,
y no cerréis el balcón;
mirad que soy Laureano.
TEODORA
¡Jesús, el divino humano!
LAUREANO
Milagros, Teodora, son
del amor y la hermosura.
Hoy os vi, y estoy de suerte.
TEODORA
«Quedo», diréis a la muerte.
LAUREANO
Y dijera verdad pura.
TEODORA
Tengo cierta ocupación,
señor