Cuentos (Anotada)
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Un sepulcro en los bosques
El combate de la tapera (1892)
El primer suplicio (1901)
Desde el tronco de un ombú (1902)
Eduardo Acevedo Díaz
Eduardo Acevedo Díaz (Villa de la Unión, Montevideo, 20 de abril de 1851 – Buenos Aires, Argentina, 18 de junio de 1921), escritor, periodista y político uruguayo perteneciente al Partido Nacional. Es considerado como el iniciador de la novela nacional de su país, tomó parte activa en la política y sufrió varios destierros.
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Cuentos (Anotada) - Eduardo Acevedo Díaz
El combate de la tapera
- I -
Era después del desastre del Catalán, más de setenta años hace.
Un tenue resplandor en el horizonte quedaba apenas de la luz del día.
La marcha había sido dura, sin descanso.
Por las narices de los caballos sudorosos escapaban haces de vapores, y se hundían y dilataban alternativamente sus ijares como si fuera poco todo el aire para calmar el ansia de los pulmones.
Algunos de estos generosos brutos presentaban heridas anchas en los cuellos y pechos, que eran desgarraduras hechas por la lanza o el sable.
En los colgajos de piel había salpicado el lodo de los arroyos y pantanos, estancando la sangre.
Parecían jamelgos de lidia, embestidos y maltratados por los toros. Dos o tres cargaban con un hombre a grupas, además los jinetes, enseñando en los cuartos uno que otro surco rojizo, especie de líneas trazadas por un látigo de acero, que eran huellas recientes de las balas recibidas en la fuga.
Otros tantos, parecían ya desplomarse bajo el peso de su carga, e íbanse quedando a retaguardia con las cabezas gachas, insensibles a la espuela.
Viendo esto el sargento Sanabria gritó con voz pujante:
—Alto!
El destacamento se paró.
Se componía de quince hombres y dos mujeres; hombres fornidos, cabelludos, taciturnos y bravíos; mujeres-dragones de vincha, sable corvo y pie desnudo.
Dos grandes mastines con las colas borrosas y las lenguas colgantes, hipaban bajo el vientre de los caballos, puestos los ojos en el paisaje oscuro y siniestro del fondo de donde venían, cual si sintiesen todavía el calor de la pólvora y el clamoreo de guerra.
Allí cerca, al frente, percibíase una tapera
entre las sombras. Dos paredes de barro batido sobre tacuaras
horizontales, agujereados y en parte derruidas; las testeras, como el techo, habían desaparecido.
Por lo demás, varios montones de escombros sobre los cuales crecían viciosas las hierbas; y a los costados, formando un cuadro incompleto, zanjas semi-cegadas, de cuyo fondo surgían saúcos y cicutas en flexibles bastones ornados de racimos negros y flores blancas.
—A formar en la tapera—dijo el sargento con