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Tiempo de soledad: Mi amante del alba I
Tiempo de soledad: Mi amante del alba I
Tiempo de soledad: Mi amante del alba I
Libro electrónico402 páginas6 horas

Tiempo de soledad: Mi amante del alba I

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Información de este libro electrónico

Al divorciarse, la vida de Emilio se acaba, y se marcha lejos para vivir una nueva vida.

El protagonista, funcionario de 50 años, se marcha a Madrid tras divorciarse. Su mundo actual: hijos, hermanos, amigos y grupo familiar queda atrás. Su nueva vida, al principio, es muy dura, con solo las relaciones de trabajo, sus libros y sus discos.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento25 ene 2020
ISBN9788417533786
Tiempo de soledad: Mi amante del alba I
Autor

Manuel Rodríguez de La Zubia

Manuel Rodríguez de La Zubia nació en La Zubia, su paraíso perdido, y estudió la carrera en Madrid. Ya casado, vivió en Madrid y después en el Albaicín, su paraíso de los años de plenitud. Ahora, ya jubilado, vive en Marbella, su paraíso final, donde mira el mar cambiante, pasea y escribe. En Madrid escribió folletos y libros técnicos de divulgación. En Granada, artículos en el periódico Ideal.

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    Tiempo de soledad - Manuel Rodríguez de La Zubia

    Tiempo de soledad

    Mi amante del alba I

    Primera edición: 2019

    ISBN: 9788417533281

    ISBN eBook: 9788417533786

    © del texto:

    Manuel Rodríguez de La Zubia

    © de esta edición:

    CALIGRAMA, 2019

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    A María Luisa, mi amor de siempre.

    Agradezco las lecturas del manuscrito y sus comentarios a mis hijos, Alejandro y Celia, y a mis hermanos, Enrique, Lola, Maribel y Ludwig.

    1

    Viaje sin vuelta

    La nueva oficina

    Cuando vi aquel sobre, cerrado y sin remite en mi mesa, presentí que podría ser el gozne sobre el que pivotaría mi vida, en un giro vertiginoso. Cuando por fin lo abrí, confirmé lo que había pensado y me quedé mudo e inmóvil mucho tiempo. Mi mujer me pedía el divorcio. La demanda venía con una carta de ella. La abrí, era un folio entero, pero solo contenía dos frases: Cariño, nuestro desamor reciente es un infierno y es mejor terminar. Abajo, su firma. Entre aquellas dos frases y su firma había un gran espacio en blanco, como si las dos frases fueran solo el principio de una larga carta de despedida. Se quedaron en blanco, quizá porque comprendió que todo estaba ya dicho y sabido entre nosotros y que era de más intentar expresarlo. Había firmado al final del folio, bajo todas aquellas razones omitidas que era innecesario repetir una vez más.

    Era demasiado el tiempo que habíamos pasado los dos en soledad, pero acompañados, muchas semanas, y meses, llenos de dolor y amargura, en que nuestra vida de pareja se fue agriando más y más por la incomprensión y la falta creciente de armonía.

    Todo comenzó cuando el último de nuestros hijos se fue de la casa y quedamos mi mujer y yo, los dos solos; los abuelos ya habían desaparecido de este mundo, si hubieran nacido pronto los nietos, quizá hubiera cambiado la situación, ante la nueva ilusión sobrevenida. Ella comenzó a quejarse de todo y también de mí, «que había aceptado la nueva situación demasiado pronto» «que nadie ni nada me importaba demasiado, salvo yo mismo», «que siempre había vivido en mi mundo», etc. Sus quejas se repitieron una y mil veces, si no replicaba se enfadaba muchísimo, si contestaba su enfado alcanzaba proporciones tremendas. Con el tiempo comenzó a decirme que debería vivir solo. Fue muy doloroso vivir día tras día la desaparición paulatina de todo aquel entramado de afectos y complicidades que hubo entre nosotros, después de tantos años juntos, aquella carta y la demanda adjunta eran el paso decisivo que faltaba dar, el reconocimiento, al fin, de que no había ya ningún margen para la esperanza, que era preciso iniciar un rumbo nuevo, diferente en nuestras vidas, aunque yo sintiera que, para mí, era ya demasiado tarde para comenzar nada.

    Me faltaba consumir la última copa amarga hasta que aquella demanda se convirtiera en un documento final y oficial, y en ese tiempo tuve que plantearme qué haría con el resto de mi vida. Muy pronto supe que tenía que irme a otra ciudad y que sería horrible, porque no solo me divorciaba de mi mujer, me distanciaría también de mis hijos, de mis amigos, de mis costumbres, de todo mi mundo actual en el que habíamos pasado los dos, mi mujer y yo, tantos y tan buenos ratos. Pero, si no estaba con ella, sabía que tendría que poner tierra por medio, porque era incapaz de seguir mi vida allí, con los mismos hábitos, saludando a las mismas personas, viendo a mi mujer frecuentemente y sin tener nada que ver con ella.

    ¿A dónde iría? Una pregunta tremenda, pero su contestación era fácil. Hasta ahora había vivido solo en dos ciudades. Granada y Madrid. Había recorrido gran parte de España, incluso pasado temporadas, por trabajo y, por otras circunstancias, en distintas ciudades; también habíamos viajado mucho, en coche si era posible y si no con transporte público, pero solo eran viajes; vivir, tener casa, era algo bien distinto y solo ocurrió en esas dos ciudades. Tenía incluso una casa en Madrid, de cuando era estudiante, que había tenido alquilada, pero se acababa de quedar libre, luego mi destino estaba claro.

    En el tiempo triste y vacío que, me quedaba aún por permanecer en Granada, para ultimar los trámites, me fui despidiendo de mis hermanos y de mis amigos y pedí un nuevo destino en los servicios centrales del Ministerio en Madrid, dejando libre el que ocupaba. Fue una suerte no figurar entre los funcionarios ya transferidos a la Comunidad Autónoma, porque de haber sido así no habría tenido ninguna posibilidad de trasladarme. De mis hijos no me despedía, solo les diría hasta cuando queráis, en una reunión difícil, que iba postergando, no era fácil decirles que nuestro matrimonio había llegado al final, aunque ya eran conocedores. Fue en casa de Blanca, a las seis de la tarde, nos sentamos los cuatro en la mesa cuadrada para comer en su apartamento, nos había preparado unas piñas coladas en una jarra grande, para servirnos y repetir.

    —Father, nos ha dicho Blanca que os separáis y que te marchas a Madrid. No lo puedo comprender, eres muy importantes para nosotros; puedo incluso comprender lo del divorcio, aunque me costó dos meses aceptarlo, pero, ¿porqué te vas lejos? Dijo Carlos, el mayor, casi con un grito de dolor.

    —Sí, ¿por qué tienes que irte?, intervino Blanca, aquí estamos toda tu familia, todos tus amigos. Puedes venirte un tiempo a mi casa, mientras encuentras algo que te guste; cuando te instales, estarás solo, pero en tu tierra, donde están tus amigos, tu grupo familiar, donde estamos tus hijos, nos veremos y hablaremos. Si te vas a Madrid, es como si te perdiéramos.

    —Habláis con razón. Lo que más me dolerá será alejarme de vosotros, pero mi decisión está tomada, ya firmé mi traslado.

    —¿Por qué no hablamos antes?, lamentó en aquella pregunta-protesta, mi hijo menor, Álvaro. No nos diste ninguna opción de ayudarte a tomar otra decisión.

    —Veréis, cuando me siento mal lo primero que pienso es en aislarme. Es una constante de mi carácter o de mis genes, y de toda mi vida; es como un mandato del cogollo mismo de mi ser, que debo obedecer y siempre lo hice.

    —Pero, es un error, si te sientes mal, donde mejor estarás es con los tuyos, aquí encontrarás comprensión y cariño. Bastará que salgas a la calle para encontrar amigos, gente conocida, para tomar un café, hablar mal del Gobierno, de La Junta en nuestro caso, reíros un poco de la vida, ¿No comprendes? Continuó Álvaro, médico y profesor en la Facultad

    —Sí, hijo, es de lo más apetecible esa vida que dices; el ideal, para otra persona diferente a mí, o, quizá, para mí mismo dentro de unos años. Yo no puedo aspirar a eso en estos momentos.

    —No te comprendo papá, dijo Blanca

    —Bueno, Father, cuéntanoslo ya. Tienes una mujer esperándote en Madrid, ¿verdad?, dijo Carlos

    Me entró la risa, más por el tono confidencial que empleó, que por lo dicho. Aquello distendió la reunión, todos rieron, le dije a Blanca, piensa dónde podemos cenar después, me gustaría invitaros. Ella puso más hielo en la jarra, nos servimos de nuevo y seguimos.

    —Si fuera cierto lo que dices, no estaría tan jodido, y os lo habría contado; alguna surgirá, pero si construyo un nido de nuevo, no será con la primera que se presente, tendría que volver a enamorarme antes.

    —No puedo pensar que tengas una mujer distinta a mamá, protestó Álvaro. ¿No es más fácil que os reconciliéis?

    —Mira hijo, tu madre y yo, a estas alturas de nuestras vidas, ya no somos compatibles, me ha costado mucho comprenderlo; pero en este último tiempo, que hemos pasado juntos, no ha quedado ninguna duda. Ha sido un tiempo interminable de recriminaciones que acabó con nuestros sentimientos anteriores. Creo que nunca volveremos a ser pareja, porque no es una pelea, de la que puedes reconciliarte.

    —Eres muy tajante, has estado feliz tantos años con ella, que no entiendo tus palabras, dijo Blanca

    —Eso es un ataque, querida, tengo que contestar. Ella es la mujer que más he querido, pero algunas personas suavizan las aristas de su carácter con los años, otras, parece que se complacen en afilarlas. No digo media palabra más.

    —Te aseguro Father, que aquí pasan por la calle mujeres con un tronío y un caderamen que es para perderse en sus vericuetos media vida, insistió Carlos.

    —Por Dios, deja esas cuestiones y ese tono esta tarde, pidió Álvaro, molesto.

    —No pienso en mujeres ahora, Carlos, antes tengo que encajar el golpe, digerirlo a solas.

    —¿Te vas a encerrar en un Monasterio? Preguntó Blanca.

    —Estaría bien, no me faltan ganas, pero sería un error; no debo aislarme de la vida de otras personas. Lo que no pienso ser, desde luego, es el pobre papá, ni Emilio, divorciado y triste. Lo seré un tiempo, pero entre desconocidos, o sea, solo.

    —Nunca serías el pobre papá para nosotros, eres joven todavía, te quedan muchos años que vivir, felices y agradables. Además, al irte, también nos castigas a nosotros, nos privas de ti, ¿por qué? Dijo Blanca

    —Cariño, los tres sois adultos, estáis viviendo el tiempo de triunfar en el trabajo, de enamoraros, es la más apasionante aventura del ser humano, yo no tengo ningún papel en esos deslumbrantes momentos vuestros. ¿No sabéis eso de «matar al padre», como una obligación de todo hijo? Además, no me perderéis, voy a seguir de lejos vuestras vidas, hablaremos por teléfono, podremos visitarnos. Has dicho que soy joven aún, gracias, lo que necesito es aprovechar estos últimos arrestos de juventud para afrontar el reto de hacerme una nueva vida, solo, sin ayudas, por mí mismo y porque el mismo yo mío, me marca el camino, aislarme de mi mundo anterior. Pero vais a seguir disponiendo de mí como siempre. Ahora tendréis una casa en Madrid, donde quiera que yo vaya, mi casa será siempre vuestra casa.

    —Papá, puedes encontrar las razones que quieras, pero yo siento tu marcha como una herida, me duele mucho que te alejes de nosotros, dijo Blanca triste.

    —Lo siento mucho, pero yo también me voy herido y estoy en peores condiciones que vosotros, voy a comenzar una vida nueva, cuando ya pienso que es tarde para mí; vuestro dolor será pasajero, mi desvalimiento será más largo, pero tengo que afrontarlo y vivirlo solo. Siempre lo hice, no puede ser de otro modo.

    —¿Por qué solo?, insistes una y otra vez.

    —Son reacciones que salen de dentro de uno, no tienen explicación, ni puedo hacer que lo comprendáis, solo os pido que lo aceptéis. Cuando me jubile, lo primero que haré es vender mi casa de soltero y venirme, pero faltan bastantes años, Dios sabe lo que pasará dentro de diez, quince años.

    Seguimos hablando horas, nos fuimos juntos a cenar. Repetimos las mismas razones una y otra vez, pero, el bienestar de la cena nos reconfortó. Al despedirnos, Carlos el mayor, me dijo: papá te comprendo muy bien, pienso que yo haría como tú. Blanca, dijo: te voy a visitar y controlar, no te vas a librar de mí. Álvaro me dio un abrazo eterno, muy afectuoso, callado. Les dije, al irme, venid a verme, vuestras visitas serán una bendición, estoy muy orgulloso de los tres y os quiero hasta no poder más. Hubo una nueva tanda de abrazos y nos separamos.

    Hasta el momento de abandonar Granada, estuve viviendo en la que había sido mi casa, en el dormitorio de Carlos. Al marcharme abracé a Teresa en silencio, le dije emocionado, te deseo lo mejor.

    Dos meses después de recibir aquel sobre, con una maleta y mi viejo coche, me puse en camino. Se me hacía muy cuesta arriba aquel viaje solo, iba con un nudo de angustia, por todo lo que dejaba atrás. Conocía la carretera, sus curvas, sus puertos y su paisaje cambiante, porque había recorrido ya aquellas tierras muchas veces, en viajes felices, acompañado de los míos. Siempre habían sido viajes de ida y vuelta, entre Granada y Madrid. Ahora era un viaje sin vuelta. Mis hijos, poco a poco, fueron llenando mi mente.

    El mayor, Cárlos, se estaba convirtiendo en un buen empresario y estaba ahora en un momento de plenitud, porque su negocio va bien y está emparejado con una chica que colabora en su empresa desde el principio, eficazmente. Siempre tuve una identificación profunda con él; habíamos hablado largo algunas ocasiones, conocí y comprendí sus motivaciones en algunos momentos de su vida, tenía además un maravilloso sentido del humor que utilizaba sabiamente; por último, había recibido de su madre la facilidad para el contacto con desconocidos.

    Blanca es abogado penalista, es abierta, conecta muy fácil con las personas, como su madre, es simpática, guapa y segura de sí misma. Empieza a ser bastante conocida en el mundo de la abogacía de Granada, lo que refuerza aún más su confianza en sí misma. Es muy tierna, arriesga su corazón cuando le gusta un hombre de verdad, pero no ha tenido suerte. Es impaciente, pero es muy valiente para vivir, y tiene un profundo sentido de lo que es justo e injusto.

    Álvaro, el más joven, el más alto de los tres, guapo, eficiente, trabaja en el Clínico y da clases en la Universidad. Siempre estuvo muy unido a su madre. Tiene una mujer, profesional, pero no hablan de casarse. Es el más paciente de los tres, reflexivo, inteligente, una gran cabeza. Es la gran esperanza de su madre y mía, pero lo que deseo para él, más que nada es que sea feliz. Me preocupa porque se ha acostumbrado a exigirse demasiado.

    Me fui concentrando en la carretera, que tan bien conocía. Recordaba con nostalgia, algunos tramos arbolados de las antiguas carreteras españolas, cuyos bordes lucían soberbios ejemplares de viejos plátanos, magníficos eucaliptos, grandes olmos y otras especies arbóreas. Murieron todos aquellos árboles bajo las máquinas de Obras Públicas, al ensancharlas primero y convertirlas en autovías después. Sería la solución más fácil y rápida, para ampliar una carretera, pero en Francia se han conservado muchos tramos de esas veteranas carreteras arboladas de otros tiempos y alguna vez las recorrí, sin prisa y con sana envidia. Los viajes rápidos y el ahorro de tiempo, son las normas que rigen nuestras vidas, es fantástico recorrer grandes distancias en poco tiempo, me confieso un adepto. Pero dejar restos de vías sombreadas, de otros tiempos pasados, también hubiera sido importante, porque eran monumentales testimonios de un tiempo ido. Cuando veía caer aquellos hermosos árboles bajo las máquinas arboricidas, lo sentí como la pérdida de seres queridos.

    Había pasado ya Jaén, viajaba pendiente mecánicamente de la carretera. Me sorprendí al ver que el día era muy bueno, con nubes dispersas que daban profundidad al paisaje celeste, y en cuanto al terreno, estaba en medio de una masa de olivos cuyas copas formaban un hermoso mar ondulado y verde. Eran los mismos olivos que llenaron de asombro a tantos viajeros legendarios.

    Dejé atrás Almuradiel y fui entrando en la Mancha, la llanura que ha quedado en la memoria de millones de personas que jamás la han visitado, gracias a Cervantes y su glorioso caballero. Una planicie de dimensión humana, porque casi siempre ves sus límites en el horizonte, una llanura de color cambiante, según las estaciones. Las otras grandes llanuras que conozco, la centroeuropea y la pampa argentina, eran inabarcables por la vista humana; su mayor monocromía y sus, aparentemente, interminables dimensiones las hacen más monótonas, y menos atractivas para el viajero.

    Cerca de Madridejos, el paisaje deja adivinar viejos ruedos de olmos, ahora incompletos, que caracterizaban la comarca y casi nadie sabe que rodeaban las venerables norias que permitieron a los musulmanes crear riqueza y poblar aquellas tierras. Aquellos anillos de árboles, hoy rotos, darían cobijo sombreado a los trabajadores para comer un bocado o para descansar, en sus largas jornadas, durante las calorinas de la canícula. Recordé el día que tuve la fortuna de ver una noria, en perfecto estado de funcionamiento y muy a la mano, pues quedaba muy cerca de la carretera. Iba con toda la familia, en el desvío que hice, en Madridejos hacia Consuegra, para ver los molinos de viento, atraídos por su silueta gigante, que se veían desde la carretera. Paramos cerca de aquella noria, la hicimos funcionar empujando al palo y nos maravillamos al ver de cerca aquel mecanismo, tan simple y tan complejo, tan ingenioso y tan importante en tiempos pasados. Siempre pensé que aquella tierra le debía un gran monumento a la noria, que podía ser una hermosa fuente.

    Ahora las norias han sido sustituidas por bombas de agua y el campo está casi vacío de agricultores a pie; solo se ven algunos tractores, que junto a los coches y camiones de la carretera cada vez más rápidos y cada vez con menor contacto con los pueblos, parecerían ser los principales habitantes de esta llanura para un eventual visitante de otros mundos. Los campos de La Mancha solo adquieren, en nuestros días, presencia humana abundante durante las labores de la viña, y muy especialmente en la vendimia.

    Al ir abandonando La Mancha recordé el sinsentido de llamar Canal de la Mancha, al estrecho que separa Inglaterra de Francia, una lengua de mar, alargada como una manga y que por eso se denominó Canal de la Manche. Nombre que tradujo algún ilustre zoquete y así se quedó, para confusión, asombro e indignación de muchos. Disparate imperdonable precisamente en España que cuenta entre sus comarcas con La Mancha, conocida en todo el mundo por el Quijote; intenté recordar qué texto leí donde se explicaba esto. Tampoco he comprendido nunca por qué no se corrige este estúpido error de una vez por todas, y en los sucesivos mapas y atlas que se editan se pone, Canal de la Manga.

    Llegué a Madrid a mediados de junio de 1996, para enfrentarme a la soledad, en mi vieja vivienda de soltero. Al entrar en la casa donde había vivido en mi juventud, en la Calle D. Ramón de la Cruz, el mundo se me cayó encima; la desolación de aquella casa vacía me hizo un nudo en el estómago, que no pude soportar. Con inesperada fuerza, se materializó de repente ante mí, la nueva vida que me esperaba, triste y con el frío de la soledad en el alma. Abrí algunas ventanas para ventilar y me fui a la calle, para animarme con el bullicio de la gente. Pensé animoso, que, aquella vida que comenzaba hoy, quizá me depararía también emociones nuevas y otras esperanzas de felicidad.

    Era una tarde deliciosa de verano. Me reafirmé en la idea de que no pensaba ser el pobrecito divorciado triste y solo. Estaba en una ciudad que siempre me deparó alegrías y nuevas panorámicas vitales. Las amplias aceras de Conde de Peñalver, estaban muy animadas, eran cerca de las seis de la tarde, en aquel momento, y había jóvenes alegres en grupos mixtos, que se reían solo con mirarse, y había madres e hijas viendo tiendas. ¡Cómo habían cambiado esas tiendas!, los escaparates ahora llegaban casi del suelo al techo y toda la decoración era pura modernidad: la iluminación, el suelo corrido, los exhibidores de metal niquelado etc. Algunas cafeterías también renovadas, habían puesto mesas en la acera, con toldillas contra el sol y separadas del resto de la calle por jardineras. Estuve paseando, intentando contagiarme de aquella alegría bulliciosa que veía en la gente a principios de aquel verano. Pero estar en Madrid me trajo muchos recuerdos en los que me fui sumergiendo poco a poco, tropecé con una señora, me disculpé y entré en una cafetería para sentarme y dar rienda suelta a mis evocaciones. Pedí un café y me fui ensimismando.

    Primero, como estudiante, estuve en la zona de Argüelles, con frecuentes escapadas vespertinas a Reina Victoria; una vida apasionante, porque la juventud siempre vive en un universo luminoso, preñado de ilusiones, inquietudes, ambiciones, amores locos y noches en blanco, ante los libros o ante las copas; además me sentí por vez primera, verdaderamente libre, en una gran ciudad, donde el anonimato está garantizado, sin ningún control de familia o pariente, lo que me daba una sensación a flor de piel de respirar mi libertad a pleno pulmón; podía hacer exactamente lo que quisiera, ir a clase o ir a una sesión doble de cine matinal, estudiar, o bien irme de pendoneo; siempre dentro del muy limitado presupuesto con que contaba. Esas y otras opciones eran mi privilegio y también mi responsabilidad. En aquel tiempo de mi juventud, Madrid era centro de reunión de jóvenes de todos los puntos cardinales de España. Fue algo que descubrí maravillado, en el Colegio Mayor, donde había pamplonicas, asturianos, bilbaínos, gallegos, vallisoletanos, valencianos, extremeños, murcianos, malagueños, canarios etc. etc. Cada cual, con sus propias experiencias vitales, sus ideas, y convicciones; hablar, con todos ellos, en el comedor, el bar, etc., incluso discutir había sido enriquecedor, casi siempre. La mayoría de las carreras superiores de ingeniería solo se podían estudiar en Madrid, y algunas facultades de la única Universidad de Madrid de entonces, tenían tal prestigio que atraían a ellas muchos estudiantes de otras ciudades. En nuestros días, esto es muy diferente, porque, ahora el empeño de todos es estudiar cada uno en su ciudad, incluso en su propio pueblo. Lo cierto es que, en aquellos años, se conocían los españoles jóvenes de distintas provincias y regiones en dos ocasiones principales: al hacer la mili y al estudiar la carrera. Ambas han desaparecido. Ahora nos convertimos a pasos de gigante en un país de catetos, si sabemos lo que ello significa: unas personas que no han perdido su ámbito de referencia local en toda su vida. Confiemos en que con el mayor nivel de vida, los españoles conozcan bien España, sus ciudades, sus paisajes y, especialmente, su gente.

    Mi segundo mundo madrileño fue el de mi primer trabajo, en Cuatro Caminos, eran los años de esforzarse, de demostrar, ante mí mismo y ante todos, que era capaz de ser útil y demostrar a mis jefes que era fiable y que podía hacer frente a cualquier responsabilidad que se me encomendaran. Finalmente, mi mundo de casado fue el Barrio de Salamanca, Ventas y zonas cercanas. Años más tarde, Granada, y más concretamente, el Albaycín. Ahora volvía a Madrid, cuando ya empezaba a mirar hacia atrás, a la altura de mis años.

    Pensé después en nuestra actual dispersión del poder político y administrativo, con las Autonomías. Se nos vendió como la solución para una mayor eficacia en todos los órdenes, pero el Gasto Público se ha disparado, las cosas no funcionan mejor y lo único conseguido es que un mayor número de políticos vivan del Presupuesto. La Administración en España tiene una larga historia: la copiosa documentación que ha quedado en los archivos detalla todo lo que hacíamos ya los funcionarios en la Época del Imperio. Todo tiene un porqué y unos controles en la Administración. Siempre hay algo que corregir y mejorar, como en toda obra humana, pero una elemental prudencia en un gobernante, hubiera aconsejado, trabajar con los organismos transferidos, conocer sus puntos fuertes y sus fallos, y,al cabo de unos años, ir corrigiendo y mejorando. Se comportaron como modernos Faetones, conduciendo sin pericia el carro del Sol de su padre Helios, y causando desastres a diestra y siniestra, quemando cosechas cuando se acercaba mucho a la Tierra o matando de frío animales y plantas, cuando se alejaba demasiado.

    Recordé entonces el consejo de D. Quijote al narrador del retablo de Maese Pedro: Llaneza, muchacho, que toda afectación es mala. Eso me hizo pisar tierra, y dejarme de divagaciones políticas y mitológicas. Había caído la noche pedí la cena en la misma cafetería, en la que había entrado. Volví a mi casa y me senté en una butaca, tras ponerle un trapo encima. En aquella casa había vivido de joven, recién terminada la carrera. Volvía casi treinta años después, era como si se hubiera cerrado un círculo en mi vida, ahora iba a vivir a mi casa de soltero cuando estaba solo nuevamente. No me apetecía nada hacer la cama y acostarme, me quedé allí sentado horas y horas pensando en aquellos años, y para evitar la nostalgia personal, pasé a recordar los trascendentales cambios políticos que se habían producido en España en los años transcurridos..

    Mi juventud y primeros años de casado coincidieron con los años de la dictadura. Franco, entró en su larga agonía, cuando me trasladaron a Granada, estábamos aún, mi familia y yo entre las dos ciudades.

    Estaba cenando con unos amigos en Madrid, en un restaurante de la ciudad vieja, «La Tabla Redonda» Habíamos ido allí porque conocíamos a uno de los dueños. Vinieron a darnos la noticia de la muerte de Franco, a la mesa, cuando estábamos a media cena, vimos cómo el encargado iba dando la misma noticia de mesa en mesa. La mayoría de los comensales pagaron y salieron a la mayor brevedad, debían temer que hubiera disturbios aquella misma noche, o bien se marcharon solo por la inquietud sobre los acontecimientos venideros. También nos preguntamos nosotros qué ocurriría próximamente, pero hablamos y decidimos terminar la cena. Aquella noche era improbable que hubiera disturbios, dado el control que había, de la policía y la guardia civil, y la clandestinidad obligada de casi toda la oposición política.

    La pregunta ¿qué pasará ahora? debió anidar aquella noche en la mayoría de los españoles. ¿A qué tiempos nos enfrentaremos? Podía ocurrir todo lo que se pueda imaginar, habían comenzado los años inciertos y temidos del postfranquismo en España. No se conocían los verdaderos proyectos del que iba a ser el Rey, y aún, esperando de él lo mejor, desconocíamos si podría llevarlos a término, en una situación en la que había tanta gente que querían cosas contrapuestas, y donde muchos parecían tener poder para lograrlo.

    La izquierda se pronunciaba claramente por la ruptura, es decir, abrir un periodo revolucionario y abierto. Sería un caos muy peligroso. La gente de Franco se aferraba a sus Principios Fundamentales, para intentar que El Régimen siguiera sin Franco, intento imposible. Debían ser una gran minoría del país, pese a su notoriedad en los medios. Todos intuíamos que las ideas contrarias, eran mayoritarias, pese a que circulaban en corrientes subterráneas. Cuando salimos de aquella cena, la ciudad estaba desierta, todos estaban recogidos en sus casas con las mismas inquietudes. Los días siguientes siguieron llenos de incertidumbre, pese a la coronación del Rey y a su discurso aperturista. ¿Sería verdad? ¿Sería posible? Una mayoría deseábamos que aquellos planes se cumplieran, pero podían surgir complicaciones y aplazamientos. Cuando, tras un breve Gobierno de circunstancias, El Rey nombró presidente del muevo gobierno a un perfecto desconocido, Adolfo Suárez, cuya única ejecutoria conocida había sido el cargo de Gobernador Civil franquista en Segovia, cundió el desconcierto y el pesimismo. Muchos habíamos pensado en Areílza, como el político mejor preparado.

    Asistimos después con estupor, a una serie de cambios políticos trascendentales, que fueron pasos decisivos para desmontar el Antiguo Régimen y abrir paso a la nueva democracia. Vivíamos todos estos rápidos acontecimientos, felices, sorprendidos, algo incrédulos, y fuimos rápidamente convocados a un Referéndum para aprobar la Ley de la Reforma Política. Todos íbamos por la calle con un gesto gozoso preñado de cierta desconfianza. Era como si nos preguntáramos unos a otros ¿Será verdad? No hubo un solo disturbio, la normalidad diaria era absoluta, pero estábamos pasando de la Dictadura a la Democracia. Hasta al partido socialista le debió llegar aquel Referéndum con el pie cambiado. No olvidemos que este partido no había hecho aún su renuncia a la lucha de clases y otros principios marxistas. Le faltaba su «Bad Godesberg» particular. Solo así se explica su voto negativo y que pidiera el voto en contra. Se aprobó, no obstante, por una amplia mayoría y nos vimos abocados a unas nuevas elecciones para una Asamblea Constituyente.

    Leopoldo Calvo Sotelo, fue la figura clave que aglutinó a los pequeños partidos conservadores para concurrir en coalición, así nació la UCD, que se presentó a las elecciones bajo la obligada presidencia de Suárez, el político con más prestigio y popularidad, que no era de izquierdas. Este conjunto de corrientes políticas, hilvanadas bajo las siglas de UCD, ganó las elecciones y se consiguió el objetivo perseguido. Después vinieron los Pactos de la Moncloa y la nueva Constitución. Fue nuestra Transición modélica, que causó asombro en el ámbito internacional.

    Cuando Calvo Sotelo fue nombrado Presidente, la situación estaba ya demasiado deteriorada, en la UCD y su mandato tuvo que ser necesariamente muy breve, pero en tan escaso espacio de tiempo tomó decisiones importantes: 1º) Entramos en la Organización de defensa de Occidente, la NATO, u OTAN y allí nos quedamos, porque era donde debíamos estar. 2º) D. Leopoldo acabó definitivamente con el golpismo militar español, haciendo que todos los implicados en el 23 F, se enfrentaran a la Justicia y a las penas judiciales que les impusieron, cosa que tampoco era fácil en aquellos años, teniendo todos tan reciente el recuerdo de la poderosa dictadura militar.

    Se ha dicho y todavía alguien lo dice, que Suárez fue traicionado por su partido; algo sin sentido, porque la UCD nunca fue un verdadero partido, sino una coalición y menos aún fue el partido de Suárez, que era Presidente solo porque las circunstancias históricas lo habían colocado en un papel protagonista al haber triunfado en su dificilísimo desafío anterior, con increíble facilidad y en tan breve tiempo. Un éxito clamoroso, por lo que toda España le debe honores y agradecimiento.

    Pasaron después los Gobiernos del PSOE y la entrada a la CEE otro de los grandes méritos de Felipe González. Ahora, hacía poco que Aznar gobernaba, pero el triunfo del PP se había recibido sin esa inmensa ilusión que hubo cuando ganó Felipe González, entre el entusiasmo general; una alegría tan inmensa que flotaba en el aire y casi se podía tocar con las manos. Viví en Granada, el primer triunfo de la izquierda, después de tantos años de dictadura, y, al salir a la calle, el contento general se respiraba, se notaba en la sonrisa callada de todo el mundo, hipnotizados por aquel gran mago de la comunicación que era Felipe, cuando se dirigía al público, con su voz impregnada de sinceridad y honestidad, con sus mensajes sencillos y convincentes. Felipe había hecho cosas importantes para España, quizá la mayor de ellas, haber refundado aquel Partido Socialista, antes marxista y convertirlo en un partido socialdemócrata que tranquilizó a los españoles y a nuestros socios europeos.

    Pasé la noche con un somnífero, me levanté tarde y con hambre, después de asearme, salí a la calle, comí algo en una cafetería y volví. Con la luz de la mañana la casa me pareció menos inhóspita. El salón era luminoso, y amplio, deshice mi maleta y coloqué mi ropa en el armario, recubriendo, de momento, los cajones con papel. Como tenía casi quince días antes de incorporarme a mi nuevo trabajo, los gasté en sustituir y arreglar muebles, renovar la cocina y comprar ropa de casa. Cuando terminé esta labor se me había ido un pico de mis ahorros mayor del que había pensado, pero había valido la

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