Regenerando el valor de la empresa: Una visión holística de las teorías empresariales
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Toda empresa debería ser gestionada hacia un desarrollo con sostenibilidad, si no el colapso de nuestra especie es inevitable.
A través del análisis de siete aspectos de la gestión empresarial, el autor nos da las claves de cómo debe ser dirigida cualquier empresa, asociación u organización humana.
Desde profundizar en el sentido de los conceptos de «empresa», «emprendimiento» y «liderazgo», hasta el estudio de la gestión de los recursos, sistemas de organización y «dirección operativa», se describen distintos postulados y pensamientos que nos ayudarán a regenerar la cultura de las empresas, recuperando valores perdidos como la misión social, la cooperación y la sostenibilidad, valores que nos han servido para evolucionar como especie en este planeta finito.
José Valcárcel Sánchez
José Valcárcel Sánchez es Licenciado en Bioquímica por la Universidad Autónoma de Madrid, Máster en Dirección Comercial y Marketing por el Instituto de Empresa de Madrid. Distinguido como uno de los 100 empresarios de futuro por Actualidad Económica en 1992. Su carrera profesional se ha formado desde 1985 tanto en España como en Latinoamérica desde México, Brasil, Argentina y Chile, en la dirección y desarrollo de diversos proyectos de formación en liderazgo, desarrollo de equipos y marketing, trabajando con más de 100 empresas (IBM, General Motors, Grupo L'Oréal, Scania, Lego, Tetra Pak, Grupo Pepsico, Banco Santader, etc.). Actualmente es Consultor/Coach Internacional en Desarrollo Organizacional y Empresarial, enfocándose en el cambio hacia un marketing más ético y en el desarrollo de un liderazgo de equipos más humano. Es socio fundador de ReGenera Consciencia de Cambio, coordinador del Movimiento de la Economía del Bien Común y profesor en ENAE Business School.
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Regenerando el valor de la empresa - José Valcárcel Sánchez
Prólogo
21 de junio. Después de una semana de ocio, en la que he descubierto la cultura inca a través de mi visita a Cuzco y a Machu Picchu, me encuentro en las termas de Jahuel, en Chile, para iniciar un nuevo taller de liderazgo con un grupo de jóvenes mánager.
Esta noche será la más larga del año en este hemisferio; la luna llena luce con todo su esplendor. Las antiguas civilizaciones celebraban en esta fecha el nacimiento del sol como fuente de energía fundamental para su sociedad.
En estos últimos meses, he pasado por México, Guatemala, Panamá, Colombia, Brasil, Perú, Paraguay y Argentina, como vengo haciendo desde hace ya veinticinco años, trabajando como facilitador en el desarrollo de la habilidad de dirección y liderazgo para distintas empresas. Al asumir la responsabilidad de liderar grupos en las distintas organizaciones donde trabajan, paso mucho tiempo de mi vida observando lo que hacen los profesionales que dirigen equipos de trabajo. Con ellos he compartido las satisfacciones, dificultades y sinsabores que lleva el dirigir un equipo. Esta profesión me ha enriquecido tanto, me ha dado tanta sabiduría que, por fin, me decido a trasladar todos mis pensamientos en estas páginas. Quiero dejar constancia de las ideas y herramientas que la experiencia me ha ido aportando a lo largo de estos años, para que sirvan como una humilde contribución hacia las personas que, de una forma u otra, lideran o gestionan una organización o un emprendimiento.
Aunque llevo algún tiempo pensando en escribir, lo he estado demorando por no saber cómo transmitir estos conocimientos. Escribir siempre es un riesgo, pues no siempre los resultados son como uno espera, y escribir un libro sobre el tema empresarial es todo un reto, es más fácil reaccionar emitiendo un juicio de lo que otros han escrito. Quizás me decido ahora por esta escasez de liderazgos éticos que hay en muchas organizaciones y por la insatisfacción que existe de los sistemas organizativos conforme avanzan los tiempos. No solo son las organizaciones empresariales, sino también políticas y sociales, las que defraudan a todos los que pertenecemos o participamos de alguna manera con ellas.
En los últimos tiempos, posturas extremistas en muchos países del mundo nos están demostrando la incapacidad de los políticos para llegar a consensos de coalición, llevando a situaciones de desgobiernos en estados llamados democráticos. El individualismo y la defensa de posturas parciales nos están abocando a una radicalización de posicionamientos que prevén un grave enfrentamiento. Hace falta un nuevo sol que dé luz a verdaderas democracias, nos hacen falta liderazgos nuevos que sepan gestionar la diversidad y establecer una colaboración hacia objetivos comunes que nos ayuden a evolucionar.
Todos, y por todos lados, estamos pidiendo un cambio, no solo de clase política, sino también de clase social, con liderazgos que actúen con pragmatismo, más participativos y enfocados al bien común de los grupos que se lideran.
Creo que se necesita en todas las organizaciones un sistema democrático más colaborativo, que facilite un avance de regeneración a la participación y a la responsabilidad compartida. No se puede seguir en esta continua división que existe en todos los estamentos sociales; por un lado, nos vemos sometidos a decisiones que no nos gustan y, por otro, nos quedamos paralizados y resignados pensando en cómo luchar contra ellas. Los esfuerzos que a veces se gastan en distanciarse y pelear contra el otro son necesarios para colaborar y construir con el otro.
Esta falta de liderazgos también nos está llevando a una época de mediocridad cultural, con pocos ideales transcendentales; una cultura centrada en el consumismo, con más deseo de tener y no de ser, con un ambiente poco reactivo y comportamientos evasivos ante los problemas. Una cultura ignorante que, además, pone de moda la ignorancia como vocación, con desprecio al saber; una cultura social de hostilidad hacia el mérito de la sabiduría y la búsqueda de la excelencia, una cultura donde renace la magia de las religiones y supersticiones con la mirada más hacia el exterior que hacia el interior. La moda y la obsesión por las prácticas de técnicas mágicas de sanación, de meditación como aislamiento, de hedonismo desmedido, unido al interés por el fútbol, las telenovelas, las historias y vidas de los famosos y el Gran Hermano, definen una cultura casi escatológica. Como dice Antonio Muñoz Molina: «Pero demasiadas veces la chulería se celebra como coraje, la mala educación como campechanía, lo desgreñado como signos de rebelión; cada vez es más virulenta la agresividad contra quien ejerce su derecho soberano a no rendirse a lo ofensivo o lo grosero por el simple motivo de que parezca ser mayoritario»¹. Lo que está mal, sigue estando mal, aunque lo practique mucha gente; y lo que está bien, seguirá bien, aunque no lo practique nadie.
Llevo tiempo observando y anotando opiniones y lecturas con el objetivo de aprender y realizar un compendio para darlo a quien le sirva. Todos estos pensamientos se acumulan en mi cabeza como si quisieran salir juntos de golpe y sin control. No podría escribir este libro como si de un guion se tratase, porque las ideas se forjaron en mi mente a lo largo de muchos años y en distintas circunstancias; ideas que se formaron a veces de una dualidad contrapuesta de opiniones, que surgieron mientras diseñaba programas demandados por los clientes o mientras dictaba algún seminario en momentos de tensión ante dudas y cuestionamientos. Son ideas que no siempre he defendido, mi vida y mi filosofía están llenas de contradicciones, pues «las cosas no las vemos como son, si no como somos» —Tamud—, y no somos siempre los mismos… ¿o sí? «Yo, a los veinte años quería ser rico y famoso, ahora, a los cuarenta, quiero ser sabio», dice Osmay, un buen amigo mío.
He decidido estructurar el libro en capítulos como pensamientos críticos en el amplio sentido de la palabra, aunque no es un libelo. Está redactado resaltando más lo que es «no» que lo que es «sí». Fruto de esta cultura facilista y positivista, hay muchos libros de autoayuda y de recetas triunfalistas, perdiéndose el sentido de crítica con tanto positivismo. Ahora mismo me encuentro recibiendo un curso por Internet, formación on-line tan de actualidad; la mayoría de los profesores se limitan a leer las páginas de las anotaciones que nos han pasado con anterioridad. Como la asociación que lo promueve tiene el positivismo como uno de sus valores, esto se malinterpreta no admitiendo ningún sentimiento negativo, no hay una sola crítica; hasta se felicita a los profesores, quienes, a veces, quedan perplejos, pues saben el poco esfuerzo que han hecho para enseñar.
Marx decía que el verdadero desarrollo de una persona es su capacidad de análisis crítico, de repensar, de cambiar de ideas. Como expone Byung-Chul Han, «La negatividad alimenta la vida del espíritu […]; carece de espíritu quien se limita a zapear a través de lo positivo […]. Aquella tensión del alma en la infelicidad es lo que le inculca su fortaleza, su inventiva y valentía en soportar, perseverar, interpretar»².
Para redactar este libro he querido evitar los tecnicismos empleando un lenguaje sencillo que pueda comprender cualquier lector. Existe una tendencia usual en la actualidad de diseñar procesos complejos para vender ideas simples, miles y miles de teorías nuevas que no son más que interpretaciones complejas de las mismas ideas. En todos estos años de comunicador, mi capacidad de simplificar los conceptos, en el sentido de buscar lo esencial, lo básico, lo importante, ha sido una de mis competencias diferenciadoras.
He centrado mis pensamientos en el mundo de la empresa y he titulado esta obra Regenerando el valor de la empresa por mi deseo de transmitir mi gran experiencia con personas en este ámbito, que es como más he aprendido. En los últimos cinco años he estado colaborando con organizaciones sociales en misiones hacia el bien común —como Cruz Roja, Economía del Bien Común, Red de Economías Alternativas y Solidarias, etcétera—, pero yo considero a estas organizaciones como empresas y como tal las trato.
En 2011, fruto de mi motivación impulsora, fundé, junto con otros compañeros, la asociación, ReGenera Consciencia de Cambio, como un emprendimiento cuya misión es ir transformando poco a poco la consciencia social, y también ahí inculqué el espíritu de trabajo empresarial.
Creo que el ambiente en el trabajo influye en un alto porcentaje en la felicidad del ser humano; el objetivo de trabajar para sentirse útil, de realizar algo que sea realmente bueno en sí mismo, algo valioso para los demás, es un derecho inalienable de todos los seres humanos. El quehacer nos aporta identidad y es la principal forma de incluirse y participar en la sociedad. No es solo una actividad necesaria para vivir, sino un recurso para la seguridad, la relación, la autoestima y el desarrollo personal, que, además, contribuye a la sociedad.
Finalmente, mi decisión de escribir está motivada por cumplir el sentido de mi vida: «Amar mi labor para poder transmitir mi experiencia como una forma de transcender», escribimos para morir un poco menos. Dar mi opinión sobre el mundo empresarial es no quedarme neutral, la neutralidad no existe; frente a los asuntos públicos solo caben dos comportamientos: decir tu opinión para intentar dar lucidez o callar, sabiendo que quien calla otorga.
Espero que mi opinión sirva, la intención es hacer el mayor bien posible con el menor mal consciente. ¿Qué otra cosa puede desear una persona, qué más le puede honrar que la declaración de que la vida ha sido útil? ¡Bien hecho!, ha servido; es bueno.
¹ MUÑOZ MOLINA, Antonio. Perder las formas. Babelia, El País. Recuperado desde: https://elpais.com/cultura/2017/02/21/babelia/1487694527_724035.html
² HAN, Byung-Chul. La sociedad de la transparencia. Herder Editorial, 2013, p. 18.
Sobre la empresa
El principio
De la naturaleza se aprende todo, ya que somos parte de ella. Mis estudios en biología y bioquímica me ayudaron a realizar una profunda reflexión sobre la esencia de la vida, con una conclusión transcendental: somos un eslabón más en la cadena energética del universo. La historia de la vida es una narración de desapariciones masivas, seguida de diferenciación de unos cuantos supervivientes.
El ser humano, como cualquier otra especie viva, se pone en el centro de su mundo por un instinto de supervivencia, un instinto natural de sostenibilidad para perdurar. Todas sus acciones se orientan a su desarrollo, su reproducción y su legado. Cuando la energía se transforma en vida, su objetivo es crecer y reproducirse; es imposible escapar al mandato biológico de sobrevivir y perdurar.
El instinto nos impulsa a vivir más tiempo y a ser cada vez más numerosos; el éxito evolutivo de una especie se mide por el número de copias de su ADN. El tiempo nos confirma si lo consigue o no. No obstante, hemos llegado a pensar que somos la única especie que en su evolución ha violado los límites de la física y la biología. Nada más lejos de la realidad. Hemos entrado en la era de la revolución científica, pero seguimos amarrados a las leyes naturales. Somos parte de la naturaleza aun con todos los descubrimientos tecnológicos que obtengamos, ya que estos, por ende, también son naturales.
En esa evolución natural en la que estamos inmersos, la principal estrategia que la especie humana ha utilizado ha sido la sociabilidad. Darwin, en su postulado de la ley de la selección natural, afirmó que sobrevive el que más se adapta al medio. Aclara que la lucha por la existencia debe entenderse en sentido amplio y metafórico; primero, incluyendo la dependencia de un ser vivo con otro; segundo, teniendo en cuenta la posibilidad de transcender a través de la descendencia, no solo en la vida momentánea.
Kröpotkin remarcó en su teoría del apoyo mutuo que los más aptos, los mejor dotados contra todos los elementos hostiles son los animales sociales, de manera que se puede reconocer la sociabilidad como el factor principal de la evolución, tanto indirecto, porque asegura el bienestar de la especie junto con la disminución del gasto inútil de energía, como directo, porque favorece el desarrollo de las facultades intelectuales. El mandato cultural de formar grupos y la fuerte tendencia al apoyo mutuo ha sido lo que nos ha mantenido en este planeta, y quizás nos lleve hacia otro.
Interpretando bien las diferentes teorías de la evolución y el sentido de adaptabilidad al medio, queda claro que la existencia y la explosión de la humanidad han sido posibles debido a una estrategia de coexistencia entre las personas, de una convivencia constante y de una colaboración entre ellas. Este instinto de sociabilidad no se refiere al sentimiento moral del amor o la simpatía, va más allá: es la consciencia de la dependencia recíproca para la felicidad de todos. El sentimiento social, a su vez, no debe evitar la autoafirmación individual, aunque ello conlleve a veces abuso de unos sobre otros, como nos relata toda la historia desde sus comienzos.
La vida en sociedad se ha organizado desde siempre en grupos de personas que trabajan con un fin, a veces para emprender algo nuevo. Las empresas son construcciones humanas, criaturas creadas por nuestra especie y, como tales, una acción más del ser humano; por un lado, tienen los mismos problemas que las personas y, por otro, se ajustan al mandato natural de la reproducción y su legado.
Desde los inicios del Homo sapiens ha habido grupos de personas unidas en pos de un objetivo, ha habido empresas. En apariencia, su organización sería similar a otras especies de la naturaleza, que también forman grupos con un objetivo común, pero que se diferencian por la característica de la consciencia, siendo esta una ventaja evolutiva. Como dice Yuval Noah Harari, la primera revolución que marcó el despegue del Homo sapiens fue la revolución cognitiva hace unos setenta mil años, que conlleva a un desarrollo único de un lenguaje capaz de transmitir información de cosas que no existen, información imaginada, con la que aparecieron las leyendas, los mitos y los