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Mariposas a Claire
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Libro electrónico381 páginas5 horas

Mariposas a Claire

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Quizá tus planes no se cumplan.

Mariposas a Claire es una novela en la que podemos sentir la vida misma en muchas de sus facetas. Al leerla te conviertes en Claire y revives el primer amor y su magia. Pero también hay decepciones y despedidas. A Claire, la vida le sorprende y, como a todos, le obliga a tener esperanza. El amor puede con todo algunas veces, y otras veces, se queda en el camino.

Llorar, despedirse, desaparecer y equivocarse son solo formas de amar.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento15 feb 2018
ISBN9788417382773
Mariposas a Claire
Autor

Paloma Blázquez

Paloma Blázquez nació un 29 de octubre de 1996 en Madrid, donde actualmente cursa sus estudios en Administración y Dirección de Empresas. Desde pequeña mostró su interés en escribir. Mariposas a Claire es su primera novela.

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    Mariposas a Claire - Paloma Blázquez

    Capítulo 1

    —Fíjate en él —dije, pasando el dedo índice sobre la figura de uno de los chicos que aparecía en la foto de fin de curso—, es perfecto —afirmé—. No es solo por el mechón de pelo que le resbala sobre la frente, ni por el color chocolate de su cabello, ni por su tez de color café. No es por su mirada seria, pero con una dulzura escondida, ni por tener los ojos más bonitos del mundo.

    —¡Estás loca por él, Claire! —Aunque estaba dispuesta a continuar con la descripción de Matt, mi amiga me interrumpió. Supongo que debía estar cansada de escucharme hablar de él a todas horas—. Pienso que no estaría nada mal que le sacases un poco de tu cabeza. Ya sabes, hay más chicos. Además, llevas años así y aún no os habéis ni dirigido la palabra.

    Helen tenía toda la razón del mundo, solo estaba diciendo la verdad, una verdad que tenía que aceptar. Pero por algún motivo no quería hacerlo, en mi cabeza tenía una esperanza y hace unos días que esa esperanza se había convertido en presentimiento. Uno que alimentaba diariamente con mis pensamientos. Ella prosiguió:

    —Quizá has olvidado que aparte de todo eso tiene novia. Otra más en su lista.

    Otra verdad. Otro puñal. Todo el mundo veía a Matt como un chico conflictivo que andaba por ahí con unas y con otras. Todos menos yo, yo encontraba algo más en él, y desde hacía tiempo que me había prometido buscarlo. Sin embargo, ahora había comenzado el verano y era mucho más difícil. Durante el invierno no tuve el valor.

    Miré a mi amiga como en forma de derrota, como aceptando que había perdido esta batalla. Me tiré sobre la cama de nuevo cerca de donde ella estaba, con la cabeza bocabajo, contra un cojín, como intentando ahogar un grito de desesperación. Después de unos minutos levanté la cabeza, despeinada. Helen me estaba mirando, confirmando que efectivamente no tenía nada que hacer. Las dos nos miramos y al fin pronuncié yo las siguientes palabras que se escucharon en esa habitación.

    —De acuerdo, tienes razón. Intentaré sacármelo de la cabeza.

    —Deberías, Claire, deberías.

    Estábamos las dos en silencio. Helen estaba hojeando un libro que había cogido de mi estantería y yo me mordía las uñas nerviosamente sin saber exactamente por qué. De pronto sonó mi móvil, tenía una canción de tono de llamada que me encantaba: All you need is love, era una canción muy antigua, lo sabía, pero adoraba esas canciones antiguas que dicen tanta verdad. «Amor es todo lo que necesitas». Yo siempre he pensado que es así, puedes no tener demasiado dinero o estar un poco enfermo, pero si no hay amor, ¿qué queda? Lo que quiero decir es que de qué sirve tener salud si no tienes con quién compartirla o tener dinero si no amas o no te aman. La verdad es que yo no sabía demasiado del amor, solo tenía quince años y jamás me había enamorado. La gente debe pensar que es pronto, pero nunca es pronto para que una persona que no es de tu familia se enamore de ti. Ya sabes, tu familia te ama porque, aparte de lo que eres, es tu familia y tiene que hacerlo. Pero que llegue alguien, de la nada, alguien que conociste en la calle, que no tiene ninguna obligación de amarte y de verte bonita y, sin embargo, lo haga con todo su corazón, es precioso.

    Alcancé el móvil que estaba encima en la mesa y me tumbé en la cama. No reconocía el número, ¿quién sería a las dos y media de la mañana? Helen me miró, muy extrañada, las dos estábamos algo tensas porque ninguna reconocía el número y era demasiado tarde para llamar.

    Le di a contestar y en voz baja pregunté:

    —¿Quién es?

    —Hola, Claire, soy Mike, voy contigo a la clase de ciencias, ¿recuerdas?

    ¿¿¿Mike??? Pero ese chico no había hablado conmigo en mi vida, ¿cómo había conseguido mi móvil? Y, sobre todo, ¿qué querría? Me quedé en silencio, esperando alguna explicación por su parte. Al cabo de unos segundos escuché de nuevo su voz.

    —Bueno, yo quería disculparme por llamar a estas horas, pero es que voy a hacer una fiesta de fin de curso pasado mañana, están todos invitados, y la verdad es que ayer por la tarde estuve llamando a todo el mundo, tú eres la única que no conseguí localizar, es que la fiesta es pasado mañana y necesito saber si podríais venir tú y… Helen es como se llama tu amiga, ¿no?

    Miré a Helen pensativa. Espera, ¿qué? No me creo que un tío con el que solo coincido en el laboratorio un día a la semana esté tan desesperado por invitarme a mí a su fiesta cuando no nos conocemos de nada.

    —Ha dicho que va todo el curso —dije en susurros a Helen.

    Realmente me interesaba muchísimo acudir a esa fiesta. Me esforcé por sonar simpática:

    —Vaya, Mike, te agradezco muchísimo tu invitación y no te preocupes por haber llamado a estas horas porque la verdad es que no estaba durmiendo, me alegro de que me invites, pero todavía no tengo segura mi asistencia, mañana te llamaré para confirmarte mi decisión, si no te importa.

    —Bueno, Claire, la verdad es que si pudieras decírmelo mañana no te hubiese llamado a las tres de la mañana para preguntártelo, es que es necesario que me lo digas porque tengo prisa en ponerme a prepararlo todo mañana por la mañana, ya sabes, son casi trescientas personas, hay mucho que organizar.

    La verdad es que Mike es un chico interesante, es simpático y no es feo, aunque no es mi estilo, además, saca muy buenas notas y parece responsable, no sé por qué nunca he cruzado demasiadas palabras con él.

    —No sé, es que es demasiado precipitado —dije. Y lo decía por Helen, ni siquiera le había consultado nada. Hice una pausa para mirarla que aún seguía observándome con el ceño fruncido. La miré una vez más y sonreí—. ¡Mike! Cuenta conmigo y con Helen para ir a tu fiesta. Allí estaremos.

    Colgué el teléfono sin darle tiempo a contestar, quizá estaba demasiado emocionada por contárselo todo a Helen. Mi decisión había sido tan rápida porque recordé que Helen es una amante de las fiestas y no habría razón por la que negarse a venir. Además, es una fiesta a la que vendrá todo el curso.

    Capítulo 2

    Y allí estábamos Helen y yo. En un autobús repleto de gente, tanto que habíamos tenido que ir de pie todo el camino. Pero en ese momento no nos importaba demasiado, toda nuestra atención estaba enfocada en lo que venía dentro de un rato. ¡Y es que nos estábamos yendo de compras! Teníamos claro a dónde nos dirigíamos: a esa parte del centro de la ciudad en la que había una tienda tras otra y se hubiesen necesitado varios días para verlas todas. Creo que a mi amiga solo con pensar en la cantidad de ropa, bolsos y zapatos que íbamos a encontrar por allí se le erizaba la piel.

    Bueno, se me olvidaba decir que a Helen le había parecido genial la idea de la fiesta, tal y como pensaba, se volvió loca de contenta cuando le conté la conversación que había tenido con Mike por teléfono en la que nos invitaba a su gran fiesta. Y por esa razón estábamos ahora mismo camino al paraíso, en busca del vestido perfecto para la ocasión. Aunque jamás se lo confesé a ella, mi objetivo era claro en esa fiesta, por una vez sacaría ese valor que necesitaba y haría eso que tenía que haber hecho hace tiempo.

    Yo estaba con la cabeza apoyada en el cristal, mirando al exterior. No había un paisaje con un lago y flores, pero me gustaba mirar a la gente. Eran felices o al menos lo parecían, tenían prisa, andaban rápidamente, hablaban sonrientes por el móvil, todos parecían tener un objetivo esa mañana. Quizá ver a alguien, enamorarse de alguien, dar una sorpresa a esa persona que les corresponde o, simplemente, vivir en su rutina matutina diaria. Realmente me hacía feliz el hecho de ver a gente de ese modo. Sentía que eso era la esencia de la ciudad de Londres: ese ajetreo, esas prisas... De pronto noté cómo me dieron un tirón del casco que tenía sujeto en la oreja izquierda. Miré hacia ese lado, resoplando.

    —¡Claire! ¿Qué estás mirando? Esta es nuestra parada, venga —dijo Helen más apurada que sonriente.

    Me pasaba a menudo, me distaría y luego me daba cuenta de que me había pasado un buen rato sumida en mis pensamientos sin ser realmente consciente del tiempo que había transcurrido.

    —¡Ups, perdona! —dije entre risas mientras me apresuraba por llegar a la puerta del autobús para bajarme.

    —Perdonada —me contestó ella con una sonrisa de oreja a oreja.

    Me gustaba ver a Helen alegre y hoy lo estaba. A pesar de que no habíamos dormido demasiado, el acontecimiento de la noche nos alegró tanto que apenas recordábamos que habíamos dormido cinco horas. Bajamos del autobús y me puse las gafas de sol que me había traído mi padre de su último viaje de negocios. Hoy no habíamos dedicado demasiado tiempo al cuidado personal con la emoción por las compras, así que llevaba el pelo suelto, sin peinar, algo descolocado. Ella, en cambio, llevaba su melena rubia recogida en un moño, algunos bucles sobresalían alrededor del adorno que llevaba para sostenerlo. Siempre había admirado el pelo de Helen, bueno, en general envidiaba el pelo rubio, y mucho más con esa forma tan bonita que adoptaban sus ondulaciones.

    Me di la vuelta al darme cuenta de que no estaba a mi lado, de que había desaparecido.

    —¿Qué tal si vamos a esa tienda? Parece preciosa y además... —dije mientras me giraba para el otro lado. Parpadeé extrañada al ver que tampoco estaba detrás de mí.

    Miré hacia todos los lados buscándola.

    —¡Helen! —grité quitándome las gafas de sol para ver con más claridad.

    De pronto, alguien se abalanzó hacia mí por detrás, con sus brazos sobre mis hombros. Era ella, podía notar la calidez de su cuerpo y su aroma a fresas, lo sé porque yo le regalé esa colonia por su cumpleaños y desde entonces la usaba siempre. Volteé la cabeza y allí estaba ella.

    —¡Claire! He encontrado una tienda en la acera de enfrente y he ido corriendo, he visto un vestido desde el escaparate que no se nos debería escapar hoy. Me estaba llamando, te lo prometo —me contó, ansiosa. Yo me eché a reír.

    —¿En serio? Pues venga, ¡vamos allá! —contesté, contagiada por su entusiasmo.

    Estuvimos horas en aquella tienda. No era una tienda normal, era una tienda increíble de tres plantas y la última era toda de tacones, además, no era demasiado cara y mi madre me había dado suficiente dinero. Fui probándome todos los vestidos que encontré por el camino y que llamaban mi atención, no me encontraba segura con ninguno. En cambio, Helen se decidió por uno nada más probárselo. Fue prácticamente de los primeros, ella era mucho más decidida que yo. Y lo cierto es que se encontraba preciosa dentro de ese vestido. Tenía buen tipo y cualquier cosa le sentaba bien. Aquel era un vestido azul cielo, tenía unos tirantes finos y delicados, llegaba por la rodilla, tenía algo de vuelo y unos botones en la parte del pecho que mezclaban la sensualidad con la elegancia.

    Yo al fin me decidí por uno, era rosa fucsia, pero no era demasiado vistoso, cosa que me alegraba, ya que yo solía ser de esas que prefieren pasar desapercibidas antes de captar demasiado la atención. Era un vestido de palabra de honor, la parte del pecho se recogía en un lazo que le daba un estilo más desenfadado. Helen decía que me quedaba muy bien y si ella lo decía tenía que fiarme, porque ya sabéis que su sinceridad va siempre por delante.

    Lo próximo fueron los zapatos, cada una nos habíamos decantado por el mismo estilo de tacones, ambos muy apropiados para nuestros respectivos vestidos. Íbamos cargadas de bolsas porque nos habíamos parado a comprar también un bolso y joyas del tipo anillos y pulseras. Compramos también algo de maquillaje y unas tenacillas de pelo para hacer bucles, estaba claro que eran para mí, que era la única que los necesitaba. Quedaba un día para la fiesta, estábamos ansiosas y eso podía verse desde lejos.

    Capítulo 3

    La espuma de la bañera había llegado a cubrirme hasta la barbilla, saqué la mano del agua y me aparté un poco el jabón de la cara. Me puse en pie y comencé a quitarme todo el jabón con el agua que caía suavemente desde arriba. Cada gotita iba cayendo poco a poco por cada parte de mi cuerpo, desde mi pelo hasta mis pies. Me sentía infinitamente cómoda. Muchas veces solía cantar en la ducha mis canciones favoritas, pero ese día me había decantado por pensar en mis cosas.

    Esa noche era la fiesta. Mi madre dijo que nos llevaría a Helen y a mí en coche hasta allí, porque la casa de Mike estaba lejos y además íbamos con tacones. Me encontraba muy nerviosa, sabía que esa noche lo vería, Matt estaría allí. De acuerdo, no me saludaría ni nada por el estilo. Pero ya estaba acostumbrada. Él siempre solía verme, pero ver es diferente a mirar y, aunque me viese, jamás me miraba. Pero esa noche me prometí que lo haría diferente. Matt me iba a mirar.

    Apagué el grifo y cogí la toalla desde dentro, me la coloqué alrededor del cuerpo y salí de la ducha. Miré mis pies y recordé que había elegido los zapatos abiertos, tendría que pintarme las uñas.

    Me acerqué al espejo, completamente empañado por el vapor, y escribí un nombre. Dejé que la toalla se deslizara por mi cuerpo hasta llegar a mis pies y caer en el suelo. Busqué mi crema hidratante y comencé a esparcirla por mi piel. Poco a poco el espejo se iba desempañando y pude contemplar mi cuerpo desnudo. Pasé mi mano por la cadera, subiendo hacia la cintura y me di cuenta de que mamá tenía toda la razón, desde luego, ya no era una niña y apenas me había dado cuenta de ese salto que había dado hacia un cuerpo con curvas mucho más marcadas y femeninas. Me puse la ropa interior y me sequé el pelo. Después, empecé a colorearme con mi pintauñas favorito las uñas de los pies. Con las tenacillas que había comprado empecé a hacerme tirabuzones en el pelo, suavemente, para que queden ondulaciones bonitas pero naturales. Mi pelo estaba listo, la verdad, no había quedado nada mal. Me puse el vestido y miré la hora.

    «¡No puede ser, he quedado con Helen en el quiosco en quince minutos!», grité para mí misma.

    Cogí los zapatos y me los puse, apresurada. Me miré de arriba abajo en el espejo. Utilicé rímel para las pestañas, un poco de colorete y una pizca de gloss de labios. Me gustaba sentirme natural, decidí que así iba bien. Sonreí satisfecha de mí misma y me dirigí al salón donde encontré a mis padres recostados en el sofá. Mi padre me miraba, parecía querer hablar, pero finalmente no lo hacía, no le salían las palabras. Mi madre fue la que habló.

    —Estás preciosa, cariño, cada día te veo más mayor —dijo, mientras me observaba sonriendo. Su sonrisa no me terminaba de gustar, no era una de esas que transmitían alegría, sino una de las que escondían tristeza. Lo que mi madre debía sentir era algo así como «mi hija se hace mayor, ya no hay vuelta atrás».

    Sentía unas ganas tremendas de abrazarla y decirle: «Mamá, te quiero, no me has perdido, seguiré dejando que cuides de mí». Aunque esa parte me la reservé, sí que le di un abrazo.

    Mi padre se levantó del sofá y se unió al abrazo.

    —Estás hecha una mujercita —añadió tras una sonora carcajada.

    En ese momento, con mi madre a un lado y mi padre al otro, me doy cuenta de lo que significa tener una familia y que te quieran pase lo que pase y seas como seas. Los abracé con fuerza y les dije cuánto los quería.

    Íbamos en el coche mi madre, Helen y yo. Ella estaba preciosa, Llevaba el vestido azul que se compró el día anterior, el pelo suelto, al natural, mostrando su pelo rizado al mundo. El coche se paró en seco.

    —Hemos llegado —dice mamá girando la cabeza hacia atrás para mirarnos—. Que lo paséis bien, portaos bien.

    —Tranquila, mamá —contesté—, seremos buenas —añadí.

    —A la una y cuarto paso a buscaros —nos dijo antes de marcharse.

    Helen me observaba, sabía que estaba muy nerviosa, pero ansiosa por verle. Tomé aire y comenzamos a caminar hacia la puerta, y allí estaba él.

    Él era el chico que estaba justo en la puerta de entrada, sosteniendo una hoja de papel y un bolígrafo, hablando con la gente. Entonces lo comprendí: Matt era el que se encargaba de la entrada de los invitados, había que pasar por él sí o sí para que nos dejara entrar. Eso quería decir que esa noche todo estaba de mi lado, era obligatorio que hablásemos con él para decirle nuestros nombres y que él comprobase que estábamos en la lista. Entonces, mis piernas comenzaron a temblar.

    Estábamos demasiado cerca de él, yo andaba muy despacio, Helen mucho más deprisa. Aunque quisiera, no podía evitarlo, habíamos llegado hasta él. Tragué saliva.

    Capítulo 4

    —¿Nombres?

    —Helen Christensen y Claire Weasley.

    Me había quedado paralizada y Helen había tenido que dar los nombres por las dos. Matt comprobó que nuestros nombres estuvieran en la lista y con el bolígrafo marcó algo que le haría saber que nosotras habíamos asistido a la fiesta.

    En ese momento él me estaba mirando, pero solo era para decir:

    —Adelante, podéis pasar. —A continuación, miró a Helen, lo que me hizo confirmar que su mirada hacia mí no había sido nada especial.

    Mis piernas aún temblaban, llegamos dentro, estaba todo lleno de conocidos. La música, muy alta, no me desagradaba en absoluto.

    —Claireeeeeeeeeee —alguien detrás de mí me llamó. Me di la vuelta y sentí un fuerte abrazo, tan deprisa que no pude verle la cara—, ¿qué tal el verano? ¿Cómo fueron las notas? Te he echado de menos.

    No estaba completamente segura de la persona que se escondía tras la voz, así que no contesté lo mismo hasta que no verificase que se correspondía con Stephanie. La aparté cuidadosamente de mí para ver su cara. Efectivamente, era ella.

    —¡Stephanie! —dije muy contenta nada más verla—. Hacía tiempo que no sabía nada de ti —la miré con curiosidad y alegría—, mi verano va de maravilla. ¿Te apetece quedar un día para tomar algo? —pregunté. Estaba segura de que Stephanie entendía perfectamente que no era un buen momento para hablar. Yo estaba acompañada de Helen y hacía tiempo que ellas no tenían relación por un problema que tuvieron el último año. Yo no me quise meter demasiado, por lo que tampoco perdí mi contacto con Stephanie.

    —Claro que sí, Claire —contestó con una amable sonrisa—, te llamaré. —Stephanie miró a Helen y entendió perfectamente lo que pasaba.

    Mi mejor amiga y yo fuimos hacia la pista de baile. Nos encontramos en el camino a varios conocidos más que iban de un lado a otro y se cruzaban con nosotras, nos preguntaban todos sobre el verano y decían que se alegraban de vernos.

    Siempre me había encantado mi instituto, me llevaba bien con todo el mundo y, aunque algunos no nos conocíamos, se percibía muy buen ambiente en esa fiesta. Exceptuando un grupo que no se mezclaba con los demás, estaban siempre juntos y miraban a los demás con superioridad. Aunque no todos los del grupo eran así.

    Puse la vista en Giselle y las demás, las amigas de Matt. También pude ver a Carl, John y Eric. Estaban sentados en unos sofás que Mike habría puesto para que la gente se sentase cuando quisiese dejar de bailar. La miré especialmente a ella. Giselle estaba impresionante. Aunque ella siempre lo estaba, tenía un pelo oscuro precioso, un cuerpo estupendo y, en fin, ¿qué podría esperar de la novia de Matt?, era perfecta físicamente. Yo nunca había hablado con ella, pero decían que era muy prepotente y superficial, lo que no me encajaba nada con él que, aunque tampoco lo conociese, creía saber cómo era.

    Helen y yo nos pusimos a bailar en medio de la pista. Quería bailar hasta que me doliesen los pies, pero la verdad es que no dejaba de pensar en que Matt estaba por allí, y en cualquier momento podría estar muy cerca.

    —Hola, chicas —Mike nos saludó.

    —Hola, Mike, gracias por la invitación, tu fiesta está fenomenal.

    —De nada, para cualquier cosa estaré por aquí cerca.

    —Gracias —contestamos Helen y yo al mismo tiempo. Mike desapareció entre la gente.

    Seguimos bailando, me lo estaba pasando bien, aunque notaba a Helen algo dispersa. Se acercó para decirme algo:

    —Acabo de ver a Tom, iré a hablar con él. ¿Te importa?

    Pero en el fondo le daba igual que me importara o no, Tom era el chico que le gustaba y esta era una oportunidad para ellos. Helen lo tenía más fácil que yo, eran amigos, al menos, hablaban y ese es un buen paso para empezar algo.

    —No, en absoluto —le dije al oído—, además, creo que iré a por algo de beber.

    En ese momento me fui disparada a donde se servían las bebidas, pedí un refresco cualquiera y me fui a sentar a los sillones de fuera de la pista. Esos sofás ya no estaban ocupados por los amigos de Matt, ya no había nadie por allí, además las puertas estaban cerradas, ya no entraba nadie más a la fiesta. Ni siquiera él estaba allí. ¿He dicho que no estaba? Perdón, sí que estaba. Con la oscuridad no se había dado cuenta de que estaba sentada en el sofá, había pasado por delante de mí y se disponía a abrir la puerta, tenía un cigarro en la mano por lo que supuse que salía a fumar. Matt había repetido un par de cursos, por lo que era unos años mayor que yo. Antes de salir por la puerta se paró en seco, como si se hubiese acordado de algo. Vi su figura de espaldas, esbelta, buscando algo en los bolsillos, algo que no encontró. En ese momento se giró y me vio. Se acercaba. No lo podía creer, se estaba acercando. Me miraba mientras venía hacia mí. Mi corazón latía a mil por hora.

    —Perdona, ¿tienes fuego? —No había mucha luz, pero podía ver que estaba sonriendo.

    —Yo... bueno, en realidad, es que... pues... —no me salían las palabras— No fumo —dije secamente.

    —Gracias. —Se dio la vuelta para salir.

    Entonces recordé las palabras que Mery, una de mis amigas de clase me había dicho el último día de instituto a la hora del recreo: «Si quieres empezar algo con él, tienes que hablarle primero, por ahí se empieza, ten valor».

    —¡Oye! Había olvidado de que es posible que tenga un mechero en el bolso —grité, tratando de que Matt me escuchase, pero no se dio la vuelta.

    Me volví a sentar.

    —¿Y cómo puede tener un mechero en el bolso alguien que no fuma? —Ahora sí, me estaba hablando a mí, se había dado la vuelta de nuevo.

    No, no puede ser, no puedo haber dicho esa estupidez. ¡Dios! La he dicho, tiene razón, ¿cómo iba a tener un mechero en el bolso alguien que no fuma? Eso no es posible. Me empecé a poner más nerviosa aún, pero decidí relajarme y hablar con tranquilidad.

    —Tienes razón, de hecho, no lo tengo, pero ¿por qué sales solo? ¿No te gusta la fiesta? —Le miré cambiando de tema, esperando respuesta, nerviosa.

    —Pues no, no me gusta. De todas formas, tú también estás sola.

    —Pero preferiría no estarlo, es que mi mejor amiga ha visto a su... —hice una pausa. ¿Su qué? No le iba a contar toda la historia— su amigo.

    —Pues entonces sal conmigo.

    —¿Qué? —me quedé boquiabierta. «¿S-a-l c-o-n-m-i-g-o?», repetí una y otra vez para mis adentros.

    —Que salgas fuera conmigo, si no quieres estar sola.

    —Ah, claro.

    «Sal conmigo» era una frase que desde siempre había soñado que Matt me dijese y me lo estaba diciendo, pero no del modo que yo soñaba. Aun así, había conseguido más que nunca. Estaba allí, en la calle con él. Parecía preocupado, había pedido fuego a un señor de la calle. Se encendió el cigarrillo con soltura, lo puso entre sus labios y no tuve más remedio que mirarlo. Por un instante él también lo hizo. Nos quedamos mirándonos. Solo se oían nuestras respiraciones y el sonido lejano de la

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