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Volver a mis recuerdos
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Libro electrónico290 páginas4 horas

Volver a mis recuerdos

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Información de este libro electrónico

Una persona del pasado, una caja, y una nota avisando tu muerte en un mes.

¿Te atreves a seguir?

Elena tiene una vida tranquila, un trabajo, una pareja estable, sus amigas de siempre, y un pequeño piso en una buena zona de la ciudad.

Un día recibe una caja misteriosa que no puede abrir y una nota que la acompaña. En la nota un mensaje que cambiará su vida para siempre, si no logra abrir la caja en un mes, morirá.

Una historia de amor e intriga donde todos los personajes cobran vida.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento16 oct 2019
ISBN9788417947804
Volver a mis recuerdos
Autor

Toñy Valle

Turista de vocación y de medio de vida, Toñy Valle trabaja en un touroperador hotelero, y ha trabajado en hoteles y agencias de viajes. A Toñy Valle le apasiona viajar, el teatro y el arte en general. En uno de esos viajes empezó su andadura con la escritura y dejó volar su imaginación para rellenar estas páginas. Poco a poco fue creando una historia que recibió buena acogida entre su círculo de lectores, y esto fue lo que la animó a publicarla.

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    Volver a mis recuerdos - Toñy Valle

    Volver a mis recuerdos

    Volver a mis recuerdos

    Primera edición: 2019

    ISBN: 9788417947330

    ISBN eBook: 9788417947804

    © del texto:

    Toñy Valle

    © de esta edición:

    Caligrama, 2019

    www. caligramaeditorial. com

    info@caligramaeditorial. com

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial. com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    Volver, Sentir, Vivir

    A Ana Mora,

    la primera, una de mis incondicionales Amalia.

    19 de marzo 2016

    Sábado

    Tengo que poner cortinas. Eso es lo que pienso todos los fines de semana que no me apetece levantarme a las ocho de la mañana, hora en la que el sol inunda mi habitación y me pide levantarme y salir a disfrutar del día.

    Hoy, sin embargo, no quiero… Prefiero un día lluvioso con una manta y mucha variedad de galletas y frutos secos, y tres o cuatro películas de las que te hacen llorar, reír y todo a la vez. He tenido una pesadilla de las que te hacen sudar mucho, estaba Amalia. Será de la resaca.

    Es raro que mis amigas quieran salir un viernes, pero ayer todos los planetas se alinearon y la pena de dos de ellas también, y decidimos salir a «darlo todo». Para algunas de mis amigas darlo todo significa aparecer hasta que su novio la llame al móvil y ponga una buena excusa para salir pitando. Así somos las treintañeras, sales de fiesta solo por cumplir, como ir al entierro de la prima lejana de tu abuela, ni siquiera la conoces, pero tienes que ir, o eso dice mi madre.

    Tras beberme una cantidad ingente de cerveza y ron y escuchar a mi amiga que se quiere separar por milésima vez, cogí un taxi y me fui a las dos de la mañana a dormir. Él no me esperaba, pero eso se me había olvidado contarlo…

    Había pasado tres meses planeándolo, suelo planearlo todo, aunque luego nunca lo lleve a cabo, pero me gusta planificar. Siempre he querido ser hippy, una persona que gana un dinero durante tres meses, y el resto del año «mendiga», con perdón de los hippies, por todos los sitios del mundo con los que había soñado conocer. Pero después de dejar el trabajo, comprar el primer billete, dejar de pagar el alquiler y dejarle a «él», no quería irme, ¡así soy yo!, ¡Olee yo!

    Sonó el timbre y no tuve más remedio que levantarme, me miré en el espejo y vi que me había convertido en un oso panda mientras dormía. Es lo que tiene no haberte desmaquillado la noche antes. Me coloqué lo primero que cogí, unos pantalones de chándal suyos, y la camisa transparente que llevaba anoche, sí señor, súper conjuntada. Abrí la puerta y un jovencito muy calvo para su edad y con un moco asomando entre los pelos de su nariz, también demasiados para su edad (creo que la repartición de su vello corporal había sufrido algún trastorno), me pidió firmar un documento para entregarme un paquete.

    —¿De dónde viene?

    —No tengo ni idea, no hay remitente. Si firma lo comprobará enseguida. —Me dijo con ganas de irse.

    —Claro. —Me tendió un bolígrafo que llevaba enganchado a una cadena que tenía colgada en el pantalón. Pobre, le habrían robado miles de bolígrafos…

    Me senté en el sofá y me fijé en el paquete. Era una caja del tamaño de una de zapatos, pero aquello pesaba mucho para ser un par de zapatos, además hacía un mes que no pedía nada por internet, supuestamente, no iba a estar allí, por lo que no debería recibir nada a mi nombre. Abrí la caja y me encontré con otra más pequeña. La caja pequeña era una caja fuerte, de estas antiguas que se escondían dentro del armario. Era verde camuflaje, de hierro, y tenía una cerradura, al contrario que este tipo de cajas, la cerradura era para una llave grande, nada de esas llaves que servían para abrir el diario de tu hermana. Intenté buscar dentro de la caja grande y entre el papel que la envolvía, una nota, una llave, o algo que me ayudara a saber qué era aquello. No había nada.

    Empecé a ponerme muy nerviosa, todo el mundo sabe lo curiosa que soy, esto para mí era una tortura. Cogí el teléfono y llamé a Amalia, anoche fue la única que me acompañó bebiéndonos el agua de los floreros…Estuvimos hablando de ir hoy a uno de estos sitios de moda que hay ahora, consiste en una habitación donde te meten y tienes que intentar salir resolviendo enigmas. Quizás quería animarme haciendo que me estrujara el cerebro mientras sufría una resaca treintañera, de las que se van a los tres días…

    —¿Puedes decirme qué carajo me has enviado? —le pregunté sin darle los buenos días. A estas alturas ya estaba casi despierta, aunque aún seguía siendo familia de los oso panda.

    —¿¿¿Ehhhhhhh??? —carraspeó— Joooderr, ¿¿¿qué hora es???

    —Son…casi las once —mentí— bueno, falta una hora y media, pero no pasa nada. Dime Amalia, ¿tú me has enviado un paquete? —Escuché respirar fuerte al otro lado del teléfono, por lo que entendí que estaba dormida de nuevo. — Amalia por favor, ¡¡¡¡Amaliaaa!!!! —grité.

    —¡¡¡Quéee!!! Escucha Ele, sabes que tengo mal despertar, ¿por qué no me llamas a una hora decente? ¿Qué dices de un paquete?

    —Ha llegado un paquete a mi nombre, y dentro hay una caja fuerte sin llave ni nada, y pensé que me la habías podido enviar tú.

    —¿¿Qué dices?? ¿De verdad piensas que tengo imaginación para eso? —Ciertamente no, ahora me estaba dando cuenta. — Oye Ele, me visto y voy a tu casa a desayunar, prepárame un buen café negro con chorrito amigo —eso es bayleis. Nunca puede tomarse un café sin baylies, ni en realidad casi nada sin alcohol, así de alcohólica la compramos.

    —Nooo, nos vemos en... — Antes de terminar la frase ya había colgado.

    Esa era Amalia, nunca se despedía por teléfono y siempre te dejaba con la palabra en la boca. Si venía, se iba a dar cuenta que él ya no vivía aquí, y no tenía ganas de dar explicaciones ni de contar todo lo que tenía en la cabeza. Realmente ahora me inquietaba muchísimo más la caja, ¿quién la habría enviado? ¿Por qué sin llave? Pensé que quizás debía preguntarle, él podía saber algo sobre esto.

    Busqué en mis contactos de WhatsApp, estaba el primero en la lista, eso quiere decir que es el último al que le escribí anoche... diossss, ¡putas facilidades de comunicación de la nueva era! Lo abrí y vi que ya lo había leído, doble tic azul, otra ayudita para saber si pasan o no de ti…Mi última frase fue:

    Bonita declaración de amor en verso.

    Escribiendo, escribiendo, escribiendo… ¡diosss! ¡Cómo odio esto! Sé perfectamente que me va a escribir OK, esa es su respuesta para todo, y esa es una de sus cosas que me saca de mis casillas. Sé que soy muy quejicosa, pero decirle que has reservado en uno de los mejores restaurantes de la ciudad para celebrar nuestro tercer aniversario y recibir un «OK» es algo francamente desquiciante. Él opina que el teléfono sólo sirve para esto. Las explicaciones y muestras de afecto o no afecto se tienen que dar a la cara…Otro hippy. . .

    Sin comentarios…

    Tras el primer tono Samu contestó.

    —Hola cariño. —A pesar de insistirle en llamarnos por nuestro nombre de pila, él continuaba haciendo como si nada conmigo. Es cierto que yo no ayudaba mucho, le escribía o llamaba cada día, y seguíamos viéndonos casi todos los días en casa para «despedirnos», y de esto, hacía tres semanas ya.

    —Hola Samu, ¿cómo estás?

    —¿Te has levantado con ganas de marcha? ¿Quieres que vaya? Ya he visto que anoche lo pasaste bien.

    Estaba juguetón, y sabía que podía conseguirme de forma fácil, pero ahora no me interesaba eso, o sí…

    —No Samu, acabo de recibir un paquete, es una caja fuerte de llave sin llave. ¿¿Sabes algo?? ¿La pediste tú? ¿Me la has enviado? ¿Contiene algún veneno para deshacerte de mí?

    —No cariño, prefiero darte el veneno yo mismo, a lo Romeo y Julieta. Estaba saliendo de casa, voy hacia allí y vemos la cajita misteriosa.

    —Nooo, viene Amalia, y no sabe nada aún, me lo pondrías muy difícil.

    —Si quieres lo hacemos juntos, será más fácil. Además no creo que Amalia aparezca antes de las doce, sabes cómo es. Mientras podemos jugar un poquito. Ahora nos vemos.

    —Samuu ¡¡no!! —Ya había colgado, ¡¡como siempre!! ¿¿Por qué todo mi entorno no sabe despedirse por teléfono?? Puffff.

    Samu se había ido a un piso de un amigo que estaba en Argentina mientras esperaba a que a mí se me pasara la fiebre y volviera con él. Estaba a dos calles de nuestro piso, por lo que tardaría en llegar menos que yo en ponerme decente. Me metí corriendo en la ducha y pensé en la caja misteriosa… ¿Qué habría dentro? Últimamente no me había relacionado con mucha gente nueva, y tampoco tenía mucho contacto con mis amigos de siempre. De mi familia lo dudaba. Mi hermano vivía felizmente en Japón, con su mujer Toyota, así la llamaba yo porque su nombre es impronunciable, pero se parece a este, y su bebé al que aún no había conocido. Mi padre y mi hermana pequeña imposible, no me mandaron mi abrigo desde el pueblo cuando empezó el invierno en la ciudad a pesar de llorarles durante semanas y terminar haciendo yo sola 400 km para recogerlo, dudo muchísimo que me envíen una cajita para hacer la puñeta.

    Cuando Samu llegó ya no pertenecía a la familia de los panda, y me había puesto un conjunto nuevo de ropa interior que me compré dos días antes en Intimissimi. Últimamente gastaba más dinero en ropa interior que cuando vivíamos juntos, las bragas de cuello alto habían pasado de ser mi top daily, al fondo de mi cajón. Había entrado con sus llaves y ya se había hecho un café y otro para mí mientras yo me vestía. Tenía la puerta entreabierta, y podía verlo apoyado en la barra de la cocina que pertenecía al salón. Llevaba esos vaqueros rotos que quise tirarle hace mucho pero que me ponían a mil, su pelo rizado caía por su frente y le daban ese aire de no me preocupo para nada por mi aspecto pero estoy buenísimo. La camiseta que yo le regalé de Nirvana le quedaba como un guante, diosss, cómo me ponía. Estaba a punto de salir y darle directamente mis bragas cuando sonó el timbre. Mierda…Amalia.

    —¡Hola bombón! Joderr, ¡cada día estás más bueno! — Amalia tenía predilección por Samu, sobre todo después de contarle la talla que calzaba. Decía que no podía existir un tío guapo, con gusto, simpático, con un buen trabajo, y que tuviera «esa talla» ¡y no ser para ella!

    —Hola Amalia, ya veo que anoche no bebiste nada, ¿quieres un café? —Le dijo mientras besaba su mejilla y le daba una palmadita en el trasero.

    —Con regalito por favor. ¡¡Ele!! ¡¡Sal ya coño!! Por cierto, ¿qué pasa aquí?, ¿Os mudáis y no me habéis dicho nada?, ¿Vais a casaros?, ¿Estás embarazada? ¿Vais a casaros y a vivir a una casa al pueblo porque estás embarazada? Diiossss Samu, ponme más regalo que café sino no voy a poder soportarlo. Me quedaré sola con las penas de Jack (es una chica, sí) y Rachel (Raquel para el resto del mundo), y créeme, terminaré suicidándome.

    —¿Qué hablas loca? —Salí del baño con una camiseta ancha de pico enseñando parte de mi nueva adquisición de intimissimi, y unos vaqueros apretados tipo leggins que me marcaban la silueta.

    A pesar de haberlo dejado, me encantaba cómo me miraba Samu, y a decir verdad, seguía queriendo que me mirara así, lo dicho…muchos planes pero sigo sin hacer nada.

    Mi pelo seguía mojado y me estaba empapando la camiseta. Samu me besó en los labios tras mirarme con lujuria y yo no pude más que dejarme llevar.

    —Amalia, tenemos que hablar contigo, pero ya te lo contaré. Y olvídate, no vamos a casarnos ni nada de las sandeces que has dicho. Ahora necesito que me ayudéis con la caja.

    En ese momento sonó el timbre, miré a Amalia que estaba tomándose su regalo con café y a Samu, que me miraba con ganas de echar a Amalia y a quien quiera que estuviese llamando. Cuando abrí la puerta volví a ver al jovencito con trastorno del vello corporal que seguía teniendo el moco en la nariz.

    —Disculpe Señora —puffff, ¡qué horror!, ¡Señora dice! —había otro paquete para usted que se me pasó entregárselo, jejeje. ¿Me firma de nuevo?

    Este paquete era un sobre de estos marrón pequeño, sin nada de peso, pero acolchado. Lo abrí cerrando la puerta con el pie y sin decirle adiós al de la correspondencia. Dentro había un sobre…una caja con dentro una caja, y un sobre con un sobre dentro…muy original. Este sobre era el típico sobre blanco que se usa para enviar cartas o papeletas electorales, que en estos tiempos, es la única correspondencia que recibía en sobres de ese tamaño, las facturas siempre vienen en uno más grande.

    —¿Qué es Elena? —Me preguntó Samu acercándose a mí.

    —No lo sé, estoy abriéndolo.

    —¡¡Venga coño!! ¡¡Nos tienes en ascuas!! —Gritó Amalia mientras se descalzaba y se sentaba en el sofá con las piernas dobladas.

    Dentro del sobre había una nota escrita a mano que decía:

    «Querida Helen,

    Tienes hasta el día 16 de abril a las 20:00h para encontrarme. Si lo haces, te ayudaré a que se cumplan tus sueños, si no lo consigues, morirás. Todo lo que necesitas saber está en esa caja, pero no puedo abrirla por ti. Busca dentro de ti. Siete».

    Dios, dios, dios, parece el guion del principio de una película de…de ¿qué? Me tiré en el sofá y caí encima de Amalia, ésta me empujó hacia el lado y tiró de la nota para poder leerla en voz alta mientras Samu asomaba la cabeza entre su brazo y el papel para poder leerla a la vez. Yo estaba en estado de shock mirando la pared.

    —¡¡Buagg!! ¿De verdad te vas a creer esto? ¿Te has inscrito a alguna mierda de internet? Seguro que ahora te llega otro sobre diciéndote: Si quieres saber lo que hay en la caja llama al 902 201 y mierdas en vinagre. Ele, olvídate, esto son tonterías, ¿para esto me despiertas a las siete de la mañana?

    —¡No eran las siete! Y no me he inscrito a nada de nada, es más, hace un mes que ni siquiera me compro nada por internet... pero bueno, llevas razón, será una tontería.

    —Amor, olvídate, ¡por una vez Amalia lleva razón! —Samu tiró a la mesa el papel que le había quitado a Amalia de las manos, y se sentó a mi lado acariciándome la pierna y acercando su boca a mi cuello— dile a Amalia que se vaya, quiero jugar un ratito.

    Samu sabía erizar todo los vellos de mi piel y hacer que me entrara mucha sed, mucha mucha sed. Hacía mucho tiempo que no me estremecía de esta forma, pero tenía que cortarlo. Además lo del paquete, aunque pareciera una tontería, me había puesto los pelos de punta. ¿Helen? Solamente me llamaba así una persona.

    —Chicos, será mejor que os vayáis, voy a salir, y me gustaría holgazanear un poco cuando vuelva. ¡Laaaargooo!

    —¿Chicos? Entiendo que me eches a mí, pero ¿al otro inquilino de esta casa también? ¡Qué cara más dura! ¿De verdad le permites que te trate así? —Refunfuñó Amalia.

    —Amalia, no es el momento. Ya te contaré, ¡fuuueraaa!

    —¿Cómo? —Amalia no entendía nada, pero debido a su resaca tampoco pretendía indagar mucho más. Dejó su taza en la encimera de la cocina y salió tirando varios besos al aire.

    —Me parece mentira que a estas alturas no sepáis decirme claro que me vaya para echar un polvo. Adiós cabrones. —Cerró la puerta y yo me levanté del sofá.

    Samu me cogió de la cintura por detrás y empezó a bajar con sus manos hasta mi vértice, frotando suavemente y pegando su boca a mi cuello sin hablar y sin tocarme, solo notaba su respiración entrecortada. Lo sabía muy bien, sabía hacerme caer ante él.

    —Samu no por favor, sabes que no debemos.

    —No debemos pero podemos. Déjame entrar en ti una vez más.

    Con una maniobra improvisada consiguió darme la vuelta y pegar su boca a la mía. Ya estaba perdida. Me colocó las piernas alrededor de su cintura y empezó a besarme alrededor del cuello, mientras, con una mano, desabrochaba mi sujetador. Podía sentir lo excitado que estaba y me ponía a mil. Me tiró en el sofá y me quitó la camiseta para recorrer con su lengua mis pechos, recreándose en los pezones y apretando sus dientes alrededor de estos. Como pude me quité el pantalón y desabroché el suyo, que se lo bajó a patadas y lo tiró junto al sofá. Le agarré su cara para besarle y juntamos nuestras lenguas que se buscaban incansablemente. Sabía a café, y su olor hacía que me derritiese. Me agarró por la cintura y me giró para ponerme de rodillas mirando hacia abajo. Sin tiempo para pensarlo, me la metió de una vez fuertemente haciendo que mis pezones se endurecieran y gimiera de placer. Coloqué mi mano en mi vértice y bajé hasta notar lo húmeda que estaba acariciándome rápidamente.

    —No pares por Dios, más fuerte Samu, dame más. —Su polla dentro de mí encajaba a la perfección, notaba como me contraía cuando él me embestía, y me volvía loca.

    —Nena, me voy…como sigas apretándome así no voy a poder aguantar más. —Apreté todo lo que pude porque yo estaba a punto de correrme y me encantaba notar cómo se iba dentro de mí.

    —Me corro Samu, no pares…

    Samu me embistió lo más fuerte que pudo y sin dejar de masajear mis pechos se fue entre jadeos. Nada más sentir cómo se iba, no pude controlar mi estallido y me hundí en el cojín mientras agarraba con fuerza el brazo de Samu que me sujetaba para no caer.

    20 de marzo 2016 Domingo

    Cortinas. ¡Otra vez no!

    Ayer no pudo ser peor. Después de convencer a Samu para que se fuera de casa y de tres polvazos increíbles, uno en el sofá, otro en la ducha y otro en la entrada antes de que se fuera, me quedé mirando la caja y pensando en cómo conseguir el número de Isabel. Ella era la única persona que me llamaba Helen, mi tía. Después me duché y vi todas las películas que nadie debería ver un sábado por la tarde si no quiere morir de depresión. Pero allí lo pasé hasta que caí en coma tras beberme dos litros de cerveza yo solita, y pensar durante horas en llamar a Samu para hacerme despertar de nuevo.

    —Hola mamá, ¿cómo estás?

    —Hola Ele, ¿qué te pasa? — Me preguntó alarmada.

    —Pero bueno mamá, ¿me tiene que pasar algo para llamarte?

    —Un domingo a las ocho de la mañana creo que sí. ¡No me digas que estás embarazada! ¡Antonio! ¡Que la niña está embarazadaaa!

    —Mamáaa por favorrr —intenté decir.

    —Ay cariño, ¡qué alegría más grande! Pensé que nunca me darías esta noticia, como eres tan rarita.

    —Mamá, ¡que no! ¡Qué manía!

    En mi familia todos querían que sentara la cabeza en ese aspecto. No les valía con que tuviera un trabajo estable y que me gustara, una pareja también estable, y un sueldo que me ayudaba a vivir en un estatus medio aceptable. Ellos querían lo que no iban a poder conseguir de mis otros hermanos, uno en Japón, a mucha distancia, y la otra pensando entre ser monja o budista, así era mi familia. Suerte que aún no les había contado mis planes…

    —Pues vaya hija, qué triste noticia. Entonces cuéntame, ¿qué te pasa? Venga que vamos a salir. No te lo he contado, pero tu padre y yo nos hemos comprado un huerto en la ciudad.

    —Pero mamá, si vivís en el pueblo y ¡ya tenéis huerto!

    —Pero hija, así vamos y conocemos gente urbanita, así como tú. Hacemos como que no tenemos ni idea de huerto y quedamos con ellos para comer en restaurantes de la ciudad, ¡lo estamos pasando en grande!

    —Dios mío…bueno mamá, nada…te llamaba para que me des el teléfono de la tía Isabel, necesito hablar con ella y no tengo su teléfono.

    —¿Tu tía Isabel? Cariño, lo siento, pero tu tía murió hace cinco años.

    —¿Perdona? —Mi madre sabía sorprenderme. Había pasado de llamarme cada día para preguntarme si iba bien al baño, a no contarme absolutamente nada, está claro que estábamos en el momento de no contarme absolutamente nada desde hace tiempo. —Pero ¿cómo no me lo habéis dicho? Mamá, entiendo que no fuese la hermana carnal de papa, pero los abuelos la criaron y ¡ha sido siempre de la familia!, ¿cómo

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