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Scribere Humanum est
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Libro electrónico350 páginas5 horas

Scribere Humanum est

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Científico ateo, con una reputación inquebrantable y una inteligencia superior a la media de la población, Sófocles cambiará con su clonación no solo el rumbo de la humanidad, sino también el suyo.

Año 2046. En la ciudad de Aristóteles, lugar donde se imparte la segunda formación académica, solo acuden aquellos que tienen hambre de conocimiento e inquietud intelectual. Se debate sobre temas de ciencia, teología, lo sagrado y la fe.

Sófocles -científico ateo- llega en un momento de hastío por clonar humanos y manipular a los recién nacidos para tenerlos en una base de datos. Pero conoce a su profesor Dante, un ser creyente que, con su capacidad, sensibilidad a las letras y a la creación de poesía despertará su admiración; además, entablarán una amistad.

Pero esa amistad entrará en asperezas por diferencias ideológicas. Se verá reflejada la puja de sus pensamientos y creencias, sin lugar para la abnegación.

El científico Sófocles, de buena reputación, intentará cambiar el curso de la historia llegando hasta las últimas consecuencias. Demostrando que lo sagrado es solo un hecho cultural producto de las necesidades humanas.

Sin embargo, en sus investigaciones no encuentra la paz consigo mismo. Sófocles, no sintiéndose satisfecho, llegará a ser víctima de su fruto: el clon que le cambiará la vida para siempre.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento26 jun 2018
ISBN9788417447892
Scribere Humanum est
Autor

Gustavo Marcelo Farias

Gustavo Marcelo Farias es bioquímico por la Universidad Nacional de San Luis (1999). Profesor en Química (2001) y doctor en Bioquímica por la misma universidad (2004). Realizó el posdoctorado en la Facultad de Ciencias Exactas en la Universidad Nacionalde La Plata (2010). Fue docente e investigador en la Facultad de Ciencias Exactas (Universidad Nacional de La Plata) en el área de Química para la Correlación y Biología.Como investigador científico realizó publicaciones en revistas científicas y presentó trabajos en congresos internacionales. Realizó estudios filosóficos en la Universidad Católica de La Plata; Narración Audiovisual en la Universidad de La Punta (ULP); Fotografía Cinematográfica en la misma universidad, y Curso Integral de Dirección de Cine.Realiza estudios e investiga la psique humana para comprender el comportamiento del hombre. Está escribiendo su plan de tesis para realizar el doctorado en Filosofía en la Universidad Nacional de Cuyo. Ha escrito En busca de mi otro Yo.También es profesor de tenis y ha sido coreógrafo, bailarín de danza contemporánea y actor.

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    Scribere Humanum est - Gustavo Marcelo Farias

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta obra son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados de manera ficticia.

    Scribere Humanum est

    Primera edición: junio 2018

    ISBN: 9788417447038

    ISBN eBook: 9788417447892

    © del texto:

    Gustavo Marcelo Farias

    © de esta edición:

    , 2018

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    A los que sufren en su búsqueda sin encontrar respuestas satisfactorias.

    A los que por las circunstancias de la vida, nacieron en un hogar desprotegidos sin el cobijo de los afectos y el cuidado.

    A los que han perdidos seres queridos no encontrando consuelo.

    A los que padecen hambre de paz y justicia.

    A los niños y viejos por ser los más vulnerables y los más necesitados de cariños.

    A los que por su situación de indigente se los explota y se le impide contemplar la inmensidad de la vida.

    A Adela René De Dios, mi madre.

    Capítulo I

    Era una mañana fría de invierno con un sol radiante, en un cielo azul intenso. A lo lejos se escuchaba la melodía de algunos pájaros que, como habitué de ese lugar, pasaban por un hermoso espacio que se podían distinguir los distintos perfumes de sus flores y árboles que caracterizaban a esa ciudad, dándole un aroma que pasaban por todas las notas, desde cítrico, floral, amaderado hasta el penetrante perfume de Aristóteles, una especie típica de esta ciudad que llevaba su nombre. Esta especie como otras, había sido creada por los biólogos de la ciudad.

    Esta ciudad de nombre Aristóteles, venían estudiantes de todos los países ya que quien quisiera saber de determinados tópicos tenía que dirigirse a ella para formarse. Estaba constituida por tribunales en los cuales se debatían los temas después de haber pasado por clases con un profesor que debía cumplir con el requisito básico de pasar por las dos instancias de aprendizaje. El primer nivel de estudio era el clásico y el segundo nivel era de los estudios universales. Estos estudios correspondían al segundo periodo de formación, que es el estudio universal, pero era condición necesaria haber obtenido ciertas licencias.

    Los mismos se podían realizar ya que el promedio de vida es de cien años. Muchos hombres elegían hacerlo ya que buscaban algunas respuestas que por el paso del tiempo se había de dejado de transmitir. Dándose cuenta de que el hombre a través de los mismos podía volver a estar encaminando e ir descubriendo que desde que el ánthropo tiene uso de razón, se cuestionó por ciertos temas, que por más que pasasen los años no dejaban de inquietarlo.

    Cuando uno ingresaba a la ciudad estaba dividida por sectores, según los tópicos que se impartían, con sus respectivos parques y la mayoría lo circuncidaba un lago.

    Estas ciudades estaban separadas de la urbe que lo convertía en una ciudad aislada envuelta de su naturaleza natural con algunos ornamentos artificiales como también naturales. En la que no había contaminación sonora de ningún tipo. Reinaba la armonía en todas las dimensiones que circunscribía el lugar.

    Un cierto día, un hombre iba a recabar información, dado que se enteró por algunos e-mails que le había mandado un amigo. Cuando caminaba en busca de su nuevo interés y viendo los distintos carteles que señalaban cada sector no podía encontrar el que él estaba buscando.

    Este desconocido hombre, quería algo complementario a las ciencias experimentales, buscaba algo de humanidades, pero no tenía claro lo que andaba buscando. Llegaba ahí por su amigo que le había hablado del lugar y por cierta curiosidad al respecto.

    Este hombre seguía caminando lentamente, cada vez que caminaba, aminoraba sus pasos, mientras contemplaba la brisa del aire perfumado que le acariciaba su plateada cabellera. Se dejaba atrapar, el ambiente lo estaba provocando. En su rostro reflejaba que empezaba a respirar con cierto equilibrio gozando de ese aire puro y de ciertas notas que le presentaba la naturaleza que se dejaba percibir. Se empezaba a agudizar otro sentido, el sentido auditivo, que le llegaba ciertas melodías de las aves de los lejos donde él se encontraba.

    Ya se daba cuenta y comenzaba a vislumbrar que el lugar, al menos, era encantador, a pesar de que él no tenía nada decidido ni que seguir. Pero si ya se daba cuenta que el lugar sereno y con una paz envidiable ya lo empezaba a atrapar. El hombre que entró con cierta inquietud ya se encontraba henchido después de haber experimentado el lugar.

    La ciudad está emplazada a 50 kilómetros de la urbe y a 20 km es condición necesaria que las personas se tienen que transportar para llegar a ese lugar con vehículos totalmente silencioso, ecológico dado que su propulsión es eólica y otros son movidos por los sensores que captan la energía lumínica.

    Todo este panorama había conquistado a su espíritu inquieto que quería seguir estudiando. Esta vez sobre humanidades.

    Luego de un recorrido extenso ese hombre se sentó, mientras escuchaba el sonido proveniente de una cascada, seguía deleitando con la maravilla y el encanto del lugar. Luego de un buen rato de permanecer sentado y de observar la belleza a su alrededor, el paisaje lo invitaba a seguir caminando.

    Se levantó y siguió caminando lentamente contemplando el paisaje que no lo dejaba pensar. Solo lo contemplaba. Prosiguió hasta que llegó luego de haber visitado algunos peristilos y alguna fuente a un banco. Aminoró su perturbado espíritu y se sentó. Se tomó algunos minutos mientras seguía contemplando toda la belleza que presentaba el jardín a su alrededor.

    Minutos después, un hombre de cabellos blanco como la nieve se le sentaba a su costado. En ese momento al hombre extasiado por el encanto de la naturaleza le vibra su cuerpo, el dispositivo está emitiendo una señal, era una llamada. Se levantó y se fue a una cabina natural que es una caja de vidrio —donde desde el exterior no se puede ver nada— que está aislada para que el sonido de quien está hablando no contamine el silencioso ambiente donde está emplazada la ciudad. Ahí empezaba la comunicación.

    —Hola, papá. ¿Cómo estás? —le decía el hombre artificial.

    Este hombre artificial hacía todos los gestos y pronunciaba todo lo que saliese de la mente del hijo. Para ello el hijo se ponía unas gafas con dos electrodos en la cabeza.

    De esa manera, la comunicación virtual procedente del hijo se transmitía al robot produciendo una comunicación como si estuviese la persona de dónde provenía la comunicación. Dado que el robot aceptor tomaba la imagen y pensamiento que venían del niño. Este invento, que le aportaba la inteligencia artificial en el androide y que tomaba la forma de quien estuviese hablando, era otro invento de la ciudad de Aristóteles.

    El padre no podía distinguir entre el robot y el chico. Era como si el hijo estuviera en la cabina donde estaba el padre.

    El hombre artificial era ordenado por quien hablase. Automáticamente se proyectaba la imagen, en este caso del niño.

    Estuvieron hablando aproximadamente cinco minutos, luego se dieron un abrazo y se terminó la comunicación y el padre abandonó la cabina.

    Saliendo de la cabina regresando hacia el banco, en su pensamiento se le cruzó un cierto asombro, y se cuestionó: «¿Por qué mi hijo me dio un abrazo? ¿Significara algo eso?», prosiguió pensando el padre.

    Volvió al banco donde estaba sentado ese hombre que cuando aquel se levantó para atender la llamada, ese hombre de pelo blanco como la nieve se sentaba. Esta vez empezaban a conversar.

    —Qué hermoso día —contestaba el hombre de pelo blanco como la nieve.

    —Así es.

    —¿Qué le trae por aquí? —replicaba el hombre de pelo blanco como la nieve.

    —¡Bien, gracias por preguntar! —decía el hombre el que hacía poco había hablado con su hijo—. En primer lugar, el encanto y la belleza del lugar es un placer.

    —Me alegro de que goce —replicaba el hombre de pelo blanco como la nieve—. ¡Es un gusto conocerlo!

    —También digo lo mismo. ¿Le puedo hacer una pregunta? —continuó preguntando el otro hombre—. ¿Qué es aquel lugar que tiene una fuente en el medio y los bancos cuelgan a la manera como el columpio es sostenido por las cuerdas en un árbol?

    —Bien. Le contestaré. Veo que es muy observador —decía el hombre de pelo blanco como la nieve—. Ahí en ese lugar donde está la fuente y esos bancos, y si usted continúa observando, ahí empiezan las clases peripatéticas los alumnos con el maestro. Continuando por el peripato que se puede observar al costado, que se va perdiendo en el horizonte donde se topa con el lago.

    —¿Y sobre qué temas hablan? —preguntaba asombrado el otro hombre.

    —De temas filosóficos, teológicos, principalmente, pero también de otros tipos de conocimiento —decía el hombre de pelo blanco como la nieve.

    —Muchas gracias por toda la información que me ha brindado. Y, por último, ¿me podría decir cuál es su función aquí? —preguntaba el otro hombre.

    —Por supuesto, con gusto que lo haré —decía el hombre de pelo blanco como la nieve —Yo soy el encargado de dar toda la información para quien esté interesado seguir con los estudios universales en esta institución.

    —Le agradezco por el tiempo brindado y por toda la información de la institución —decía el otro hombre.

    —¡No tiene que darme las gracias! Estoy para ayudar a los futuros ingresantes. Y si quiere puede venir a presenciar algún tipo de algunas clases que quiera tomar —decía el hombre de pelo blanco como la nieve—En cada aula se dicta un tipo de conocimiento. En el dintel de la puerta en latín está grabado cada tópico.

    —Muy amable —repetía el otro hombre, lo saludaba y continuaba su rumbo.

    El día siguiente, como todo ansioso, quería saber de qué se trataba lo que le había dicho el encargado de la ciudad, volvía, pero esta vez a presenciar una clase. Como no sabía a cuál se dirigía, ingresó en la primera aula que vio cuando ingresó a la institución.

    Abrió la puerta, la clase había empezado veinte minutos atrás. Mientras caminaba a ubicarse para escuchar la clase que estaba en plena discusión, el hombre escuchaba que el profesor les preguntaba a los alumnos.

    —¿Para qué están las cuerdas vocales?

    —Para que el hombre hable —contestaba un alumno.

    —¿Y para qué quiere que hable? —proseguía preguntando el profesor.

    —Para que el hombre se pueda comunicar —contestaba otro alumno.

    —Pero para eso necesita oído y poder ver, para saber con quién se está comunicando—afirmaba el profesor.

    Ese hombre que había entrado tarde a clase y era la primera vez que concurría, estaba un poco confuso de lo que se estaba discutiendo y cuál era realmente el tópico de interés. Igual continuaba escuchando la clase tratando de comprender de qué se estaba hablando.

    —¿Para qué la naturaleza, quiere que se comunique? —preguntaba el profesor—. Si todo esto es al azar, ¿cómo la evolución puede partir del azar y continuar con un orden? ¿En qué momento se produce la organización? ¿Por qué necesita comunicarse el hombre? Si somos materia, ¿de dónde viene esa necesidad? Porque si es una necesidad, es porque estamos en falta. ¿Por qué todos los sentidos concluyen en el cerebro? Si la materia ha evolucionado hasta ahora y sigue un patrón genético y biológico. Ese patrón y esas leyes biológicas son las causas. Ahora bien, ¿eso fue azar? —concluía el profesor.

    —Podría ser —contestaba un alumno.

    —Y el orden, ¿puede ser producto del azar? —preguntaba el profesor—. Miren, giren a su derecha. Tomen un minuto en contemplar las flores, el jardín con sus ornamentos, los pájaros revoloteando. ¿Les produce algo? —continuaba preguntando el profesor—. Acaso, ¿no les provoca eso algo a ustedes? ¿Tomarían una fotografía a esa belleza? ¿Para qué lo harían?

    —Para recordar, para mostrar —contestaba un alumno.

    —¿Por qué el hombre quiere recordar? —preguntaba el docente.

    Entre el silencio producido, juntos con los pensamientos de los alumnos, que miraban al docente como esperando que la respuesta viniera por parte de él, el silencio continuaba.

    —Para vivir de nuevo los mismos acontecimientos —respondía otro alumno con un tono bajo.

    —¿Alguien descubre alguna emoción en esos acontecimientos? —volvía a preguntar el profesor.

    —Sí, claro que sí —respondía el mismo alumno.

    —¿De qué se trata? —preguntaba el profesor.

    —No lo puedo explicar —respondía el alumno.

    —¡Bien! —contestaba el profesor—. Es que se lo percibe y se sigue sintiendo hasta que continúe la percepción. Pero después desaparece. Es por eso que lo queremos recordar luego en la foto, para que de esa manera vuelva a surgir esa sensación.

    Dicho esto, los alumnos quedaban asombrados escuchando al profesor. Mientras que ese hombre que había llegado tarde iba entendiendo un poco más de qué se trataba el nuevo desafío que quería emprender, la clase llegaba a su fin.

    Luego salían los alumnos y cada uno se iba a su casa y cada uno seguía reflexionado sobre lo que habían visto en clase.

    Llegaba a su casa ese hombre que era su primera clase que asistía. Y de costumbre se dirigía a saludar a su esposa quien le decía.

    —Hola, cariño. ¿Cómo te fue en el nuevo emprendimiento?

    Mientras se iba acomodando para tomarse unos minutos en la sala de estar, un poco absorto, mirando hacia el piso dado que su rostro reflejaba un poco de cansancio no le contestaba.

    Medea volvía a preguntar.

    —¿Cómo te fue hoy, Sextus?

    Entre el silencio que envolvía la sala, Sextus con una afirmación dudosa contestaba.

    —Bien, Medea.

    —Hola, papá —lo saludaba el hijo, entrando a la sala—. ¿Cómo estuvo la clase?

    —Bien, hijo —contestaba el padre, bajo la anestesia del cansancio.

    —¿Y a ti cómo te ha ido? —le preguntaba el padre.

    —Bien, muy bien, papá.

    —Me alegro mucho —respondía el padre, mientras se levantaba para darse un baño.

    Al día siguiente retornaba a la ciudad de Aristóteles. Mientras se dirigía al ala derecha de la ciudad se encontraba al encargado de la ciudad, y este le decía.

    ¡Ave! Disculpe, el otro día estuvimos hablando y no le pregunté su nombre. Me lo podría decir si es muy amable, el mío es Augusto.

    —¡Ave, Augusto! Por supuesto se lo daré. Me llamo Sextus.

    —Sextus, ¿cómo te fue ayer con la nueva experiencia? —le preguntaba Augusto.

    —Bien, me gustó la clase —contestaba Sextus—. El profesor nos hacía pensar bastante. Me costó entender la metodología, pero luego de un tiempo fui entendiendo.

    —Me agrada escuchar eso —decía Augusto—. ¿Te has decidido a qué tipos de conocimientos acudir?

    —Creo que, por ahora, voy a ir a varias, hasta que decida luego con cuál me quedo —decía Sextus.

    —Aquí, en esta ciudad de Aristóteles tienes varios tópicos —comentaba Augusto—. También tienes la ciudad de Platón, con otros tipos de conocimientos. Cada ciudad tiene sus propios tribunales, donde en cada asamblea se discuten los distintos tópicos.

    —¿Cómo es eso? —preguntaba Sextus—. ¿Me podría explicar un poco más?

    —Por supuesto, es un placer hacerlo —decía Augusto—. Como te habrás dado cuenta, si es que ya has recorrido gran parte de esta ciudad. Estos tópicos, que aquí se discuten, son todos los temas que la humanidad todavía no ha podido solucionar. El hombre se dio cuenta de que la ciencia y la tecnología lo estaba superando en cuanto no podía saciar nada de lo que se proponía, por no resolver los temas fundamentales. Por lo tanto, su alma no encontraba paz ni felicidad y ese malestar le producía gran inquietud.

    »Aquí en esta ciudad de nombre Aristóteles es de carácter virtual o presencial las discusiones y ponencias de los distintos temas, y entre sus tópicos se encuentran: el Bien y el Mal, la Libertad, el Talento, el Dolor y el Placer, entre otros. En cambio, en la ciudad de Platón las clases son presenciales solamente y los tópicos son: Poema y Literatura Clásica, Historia Universal, Oratoria, Escritores, Directores de Cine, entre otros —comentaba Augusto.

    —Por lo que veo, parece muy interesante —decía Sextus—. Otra pregunta: ¿qué otra información me podría dar?

    —Por lo que veo, estás muy interesado en esta institución —decía el encargado—. Bien, te comentaré un poco más.

    —Gracias por su atención y su tiempo —decía Sextus.

    —La educación que se imparte es universal —empezaba diciendo Augusto—. Cada uno elige las materias que quiere cursar. Son libres y de acuerdo con la cantidad de materia y cuales han optado es la licencia que le dan. Cada uno se arma su propio currículo.

    —¡Que interesante eso! —decía Sextus.

    —Otra cosa interesante —decía el Augusto—, cuando no se pueden resolver algunos tópicos quedan en cuarto intermedio. Si continúan, pasan a otras ciudades para ser tratados, como las ciudades de Hegel, Heidegger, Karol Wojtyla, Einstein o Calderón de la Barca.

    —¿Cómo es eso? —preguntaba Sextus—. ¿Para qué están las otras ciudades?

    —Todo va a depender a que ciudad se dirige, si los problemas que no se pueden solucionar son de filosofía, teología, literatura clásica o ciencia —respondía Augusto.

    —Muy interesante esa actitud de la institución que tienda a la aristocracia —comentaba Sextus—. Eso me alienta que siga con la segunda instancia de formación, y esta vez mas entusiasmado ya que los conocimientos son universales y uno puede optar a formarse en lo que tengamos más inquietudes —terminando el diálogo, Sextus decía—: Como siempre es un gusto y un placer conversar con usted.

    »Muchas gracias por los asesoramientos recibidos y por su atención que me ha brindado desde que lo conocí. Me ha servido muchísimos y me ha ayudado a adaptarme en esta etapa de mi vida que creo que va a ser de gran utilidad para aprender y saber un poco más.

    Dicho esto, Sextus empezaba su retiro de la institución.

    —A sus órdenes —decía Augusto—. Yo estoy aquí para ayudarlo y para todas las cosas que usted necesite y esté a mi alcance, aquí estaré para satisfacer sus inquietudes.

    —Muchísimas gracias —decía Sextus.

    —¡No es necesario las gracias! —contestaba Augusto.

    —¡Salve, Augusto! —decía Sextus.

    —¡Salve, Sextus! —decía Augusto.

    Habiendo pasado cinco meses desde que Sextus estaba concurriendo a la ciudad, una mañana cálida en su retiro de la misma se encontraba a Augusto por el sendero que conducía a una estatua esculpida en un material que según las condiciones climáticas variaba su color. Y, como de costumbre, se ponían a conversar.

    —¡Ave, Augusto! —decía Sextus—. ¡Bello día hoy!

    —¡Ave, Sextus!, ¡así es, hermoso día! —decía Augusto—. ¿Cómo van sus clases? ¿Qué le parece la ciudad?

    —Me pareció fascinante, las clases presenciales me satisficieron mucho. Lo encontré más atractivo. Podíamos dialogar en clase, discutir ciertos tópicos y lo más importante que me llamó la atención es que nos podíamos ver las caras, los gestos. Ya sea de asombro, curiosidad, preocupación, alegría. Descubrí que las emociones se pueden transmitir cuando estamos en contacto con otras personas. Cuando los rostros se enfrentan expresan más que cuando se está a la distancia y la comunicación es virtual —continuaba Sextus—. Quedé maravillado con las clases presenciales, tienen otra dimensión. Se podía palpar cierta calidez entre alumnos y el docente —comentaba muy entusiasmado.

    —Eso lo he escuchado de varios discípulos que pasan por acá —decía Augusto—. La mayoría descubren emoción y eso comentan que lo motivan a continuar con su segunda instancia de formación.

    —Aquí se descubre otra dimensión en esta ciudad emplazada dentro de una belleza natural donde se puede gozar de las maravillas, que eso implica ir descubriendo otras cosas que para mí hasta ahora era desconocida —decía Sextus—. Mi primera formación fue e-learning. Todo era virtual. No teníamos contacto con el profesor y con los demás alumnos en forma presencial. No podíamos gozar de lo que se percibe estando en una clase presencial, no hay palabras que lo explique. Solamente tenemos la experiencia vivida.

    »Otra cosa muy interesante en esta institución es que hay recreo, que hay un descanso donde podemos conversar y hacer vida social. También compartir algunos alimentos y algo de beber en eso espacios. Un compañero ya me pasó su dirección de e-mail y su número de identificación para que lo llame. Todo esto era distinto cuando realicé mis primeros estudios. Y al no podernos ver en clase como ahora, no teníamos amigos de estudios Yo tuve verdaderos amigos en el trabajo porque compartíamos más tiempos juntos y podíamos conversar, pero no en mi primera formación en los estudios —decía Sextus.

    —Es un placer escuchar esas aladas palabras hacia la institución —decía Augusto—. Me alegro de que disfrute de su nueva estancia en esta ciudad y descubra nuevos conocimientos para luego poder servir a la comunidad.

    Concluida su argumentación con el fervor que no podía disimular su rostro, empezaba su retiro de la institución saludando.

    —Hasta la próxima clase, ¡salve, Augusto! —decía Sextus, mientras se retiraba de la ciudad con una alegría plena en su rostro.

    —¡Salve, Sextus! —decía Augusto.

    Unos minutos más tarde tomaba el transporte que lo llevaba a la salida de la ciudad.

    —¡Ave, Héctor! —saludaba Sextus al chofer del vehículo transportado por energía solar, totalmente silencioso.

    —¡Ave, Sextus! —le saludaba Héctor, emprendiendo el viaje hacia las afuera de la ciudad.

    Una vez llegada a la urbe, descendía Sextus del vehículo y saludaba al chofer.

    —¡Salve, Héctor! —decía Sextus.

    —¡Salve, Sextus! —decía Héctor, mientras regresaba su recorrido hacia la ciudad.

    Después de un largo trayecto por la urbe regresaba a su casa Sextus. Sentía mucha ansiedad de regresar para compartir con su familia este nuevo período de su vida que estaba viviendo.

    Llegaba a su domicilio Sextus, ponía el dedo pulgar al costado de la puerta en el lector de huellas digitales, luego de que la cámara lo registrara se abría la puerta y entraba a su hogar. Se sacaba su saco, se sentaba y aparecía su esposa que junto se sentaba en la mesa mientras bebían un café.

    —¿Cómo te fue hoy? —preguntaba Medea.

    —¡Bien, Medea!, me fue muy bien —contestaba Sextus.

    —¡Se nota en tu rostro! Parece que te satisface mucho lo que estás haciendo ahora. Llegas mejor que cuando venías del laboratorio, de tus tareas. Parece que te renueva este nuevo emprendimiento que has decidido continuar —comentaba Medea.

    —Tienes toda la razón —contestaba Sextus—. Me está atrapando esta nueva formación que estoy realizando. Voy descubriendo otros horizontes hasta ahora dormidos en mi persona. Que las clases sean presenciales y poder mantener conversaciones con mis pares y el profesor, todas esas acciones nos hacen más humano. Te ayudan a descubrir que hay otras personas con las mismas ganas y entusiasmos. Yo, que me formé en una educación a distancia, con clases virtuales, se perdía lo humano, las posibilidades de conocer nuevas personas y descubrir sentimiento de interés y preocupación hacia el otro.

    »También el lugar donde está ubicado es un privilegio concurrir ahí. Esa naturaleza, ese aire puro que se respira, ese cielo azul intenso, la armonía dada por los sonidos y el equilibrio con el silencio te da la posibilidad de empezar a viajar hacia el interior de nosotros mismos y experimentar otras sensaciones —comentaba Sextus.

    Empezaba a sonar el teléfono fijo, «Atiendo yo», dijo Sextus.

    —¡Sí, hable! —contestaba Sextus.

    —¿Sextus? ¿Eres Sextus? —volvía a preguntar el que estaba en línea.

    —¡Mi querido amigo! ¿Cómo estas, Sófocles? —preguntaba Sextus, después de haberlo reconocido—. ¡Tanto tiempo! ¿Cómo van tus cosas?, ¿qué es de tu vida, mi querido amigo?

    —Aquí estoy, trabajando con algunos proyectos y en el laboratorio con nuevos resultados —decía Sófocles.

    —¡Qué alegría escucharte! —decía Sextus—. ¡Tengo cosas para contarte! Una es que empecé la segunda instancia de conocimiento, ni te imaginas lo que significa. Tú que eres de espíritu inquieto te atraparía —comentaba Sextus.

    —Me parece muy bien tu nuevo proyecto —decía Sófocles—. Mientras no sea nada de literatura, poemas, ni dada de esas cosas me parece interesante. Esas cosas ya fueron superadas. Los antiguos se interesaban por los poetas, escritores, por la historia universal. Todo va en su debido tiempo. Ahora, no podemos negar que la ciencia y la tecnología han crecido de una manera exponencial y ha llegado a su máximo esplendor. Ya hemos superados todo tipo de doctrina que eran autoritarias y el pueblo se subordinaban a ellas —decía Sófocles.

    —¡Mi querido amigo! Siempre igual, tus pensamientos no han cambiado. Siempre fuiste racionalista y seguís siéndolo. Llevas la ciencia en la sangre —decía Sextus—. Tendrías que darle una oportunidad a la literatura, a la poesía, a los mitos. Descubriría un mundo distinto, un mundo sensible.

    —Parece que a ti, Sextus, te está atrapando ese nuevo estudio de conocimiento. Te agradezco tu interés puesto en mí que me lo ofreces como una alternativa. Pero yo siempre quise ser un científico y me gusta lo que hago. La literatura, los poemas, todas esas cosas sentimentales para mí, corresponde a una esfera inferior del hombre. La razón es lo más sublime que tenemos. Ahora gracias a la ciencia ya hemos superado y erradicado muchas enfermedades que antes no se podían controlar.

    »¿Ves, mi apreciado amigo, como la ciencia tiene la última verdad y es la única con autoridad para argumentar cualquier tópico que le interese al hombre? —concluía Sófocles—. Bueno, mi querido Sextus, no te

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