burro, la mejor garantia, Un
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burro, la mejor garantia, Un - Silvio Bautista Maldonado
Contenido
Prólogo
Capítulo I
Entre seises
El niño monstruo
Tzaráracua y Cupatitzio
Camachito… ¿el diablo?
La negrita y el paraíso
Capítulo II
Casimiro y don Tomás
Nomás mis chicharrones truenan¿Acaso no soy como su hijo?
¿Acaso no soy como su hijo?
Pertenezco a la familia del burro que tocó la flauta
Un burro, la mejor garantía
Uste’s l’amo, uste’s la ley
Estadista, padre de la patria
Capítulo III
La Montaña de la Serpiente
Al principio del inicio del comienzo
Su primer par de zapatos
Prólogo
Los cuentos, unos encierran la gracia en ellos
mismos, otros en el modo de contarlos.
Cervantes: El coloquio de los perros
El arte de narrar cuentos es tan antiguo y espontáneo como el hombre mismo, ha sobrevivido gracias al comprometido oficio de quienes, a través de sus relatos, nos dan a conocer con sus diferentes matices y versiones el carácter tradicional y costumbrista del mundo y de nuestra bella y contrastante provincia mexicana. La obra de Silvio Maldonado no sólo nos seduce por medio de sus personajes y su acción, sino también por el estilo y el lenguaje empleado que es, en sí mismo, una excitante aventura que nos produce la misma impresión que debieron de sentir los exploradores al descubrir nuevas tierras.
Desde la portada, el escritor da el primer aviso de algo que promete ser atractivo, interesante y que se va a disfrutar. En ella se ven los personajes principales de la trama: el burro Casimiro y el amo don Tomás, amén de otros que participan en la urdimbre. Casimiro y don Tomás son dualidad repetida por los años de los años, desde el inicio de los siglos hasta la modernidad de hoy, en el mundillo al revés de Ningunaparte y Santa María Todoelmundo. El primero es la marioneta que recibe el poder, la autoridad y la investidura que habrá de transmitir mañana en igual forma; el segundo es el amo, el dedo que señala y otorga, el gran dador, el cacique que en plenitud de yo soy yo, y mareado ya en las alturas de la omniciencia y omnipotencia, y el ejercicio del sagrado privilegio de transmitir el poder, busca …la mejor garantía
para perpetuarse y protegerse. En los variados personajes del relato —ameno de principio a fin— el lector podrá identificar a muchos de la vida cotidiana de su entorno social, porque el capítulo central, Casimiro y don Tomás
, es ni más ni menos que la narración de la vida y peripecias de esa dualidad dígito asnal.
Los otros cuentos y relatos —capítulo I y III— no desmerecen, en el primero se paladean platos de distintos contenidos y sabores, tales como la numerología de los seises; el niño monstruo con su ingenuidad y filosofía, y la fantástica historia del río de Uruapan en aquellos intrincados bosques michoacanos, hoy inexistentes. Dos relatos y un cuento conforman el capítulo tercero, ambos igualmente entretenidos, para nuestro gusto sobresale el último, por su contenido anecdótico sobre sucesos acaecidos en los años de la génesis del Politécnico y su Internado.
La pluma del escritor es firme y ágil, se desliza entrelazando fantasías y realidades, sin dobleces ni rebuscamientos que resten amenidad e interés. Creemos que es una obra madura y bien lograda que supera con creces su novela anterior, El médico de Baztán.
Adolfo González Flores
Capítulo I
Entre seises
El niño monstruo
Tzaráracua y Cupatitzio
Camachito… ¿el diablo?
La negrita y el paraíso
Entre seises
Nunca me gustaron los seises, por más que los griegos decían, razones que desconozco, que el seis era un número perfecto.
Un día 6 de enero, inolvidable Día de reyes, descubrí en las agujetas de mis zapatos, que había dejado de ser niño. A los 6 años de edad perdí con mi abuelita las bolitas de leche que sus huesudas manos me inventaron tantos días en las tardes de mi pueblo. Siempre le huí a la mula de seises del dominó, mula de seises le decían al gerente de las minas de Baztán del Cobre en Michoacán, aquél que se levantaba por las 2 o 3 de la madrugada y me decía:
—Véngase médico, acompáñeme a ver a quién chingamos.
Y así, nunca me gustaron los seises.
Pero un día… un día 6 del mes número 6, a las 6 de la tarde, el teléfono de mi oficina repiqueteó 6 veces.
—¿Qué vas a hacer? —alcancé a escuchar… y en ese instante mi latir acelerado me hizo recordar con rapidez lumínica algunos ayeres de mi vida. Reflexioné: "Sí, en el hoy que ahora vivo no me gusta mi ayer y no quiero conocer mi mañana. Vivo la plenitud de este presente, y es que este presente no tiene discusión: es, lo vivo, existe, es cierto. Mi ayer, hoy es nebuloso, mi mañana es incierto, mi presente es realidad…
Si pienso en el mañana, tiempo absoluto, verdades absolutas, me obligaré a cambiar tiempos y conjugaciones para decir hoy, que me morí mañana. Si recorro mis ayeres almacenados, en presente y futuro será mi pasado sufrimiento, tendré que decir que fueron muchos los dolores que ayer padeceré…"
—¿Me oyes?.. Te he preguntado qué vas hacer; ¿escuchas?, quiero que vengas.
"¿Acaso estoy loco? Recordar ayeres y mezclar mañanas; sumar pasados con futuros, anclado en el presente que vivo a intensidad…
"Navegar mis reflexiones, este día seis, remache de los seises que me desagradan…
"¿Por qué no me gustan los seises? El seis de cabeza, al revés o hacia abajo, hace el nueve, mi número preferido…
"Nací en día 9, en una casa que lucía el 9 en su fachada…
"¿Por qué este día 6 liga mi hoy y mi mañana? Lo cierto es que mi vida, hoy, se desliza entre ayeres y mañanas. Hoy, este día 6, se vuelve nada para volver a nacer…
"¿Contradicción? Hay dualidades contradictorias, se necesita morir para empezar nueva vida, mucho hay que muere para nacer la vida. He vivido tanto que siento que morí mil veces y en cada muerte sufrida volví a nacer.
—¡Contéstame por favor!, ¿estás ahí? Déjate de bromas, quiero que vengas, estoy en el hotel de la calle 6, piso 6, número 66.
"Puedo pensar, aquí hoy y allá mañana, que volví a morir para volver a nacer.
—¡Apresúrate! Tengo poco tiempo.
"Y al fin entre vuelta y vuelta de tiempo y vida…
—Sólo estaré este día. ¿Me oyes?
"Entre locura y locura…
—¿Estas ahí?
"Morir para nacer. Sí, ahora lo recuerdo, aquel día 6 me empezó a gustar el 6. Morí ese día 6 y volví a nacer el mismo 6…
"Seis de la muerte y seis del nacimiento, ambos final, presente y principio… y, aquí estoy, sí, claro, ¡claro!, ¡aquí estoy!..
—¡Claro!, aquí estoy —al fin contesté—. Estaré contigo en 6 minutos.
"Aquel día 6 que la conocí, morí para el ayer y nací para su amor en el mañana que, por cierto hoy, ya es ayer…
Desde entonces me gustan los seises. Hoy, que esto escribo, mañana del ayer y ayer del mañana, curiosamente, también día 6…
El niño monstruo
Anoche viajé a las estrellas, una a una las recorrí sin saber cuáles ni cuántas. En el espacio infinito, más allá de la dimensión humana, no hay edades ni tiempos, ayeres o mañanas. Yo no lo sabía, soy un enano de esta Tierra, ahora lo sé, me lo dijo un niño monstruo.
Fui más rápido que la luz, monté en pensamiento. En esas inmensidades muy rápido se debe ser para ser y no dejar de ser. Atravesé nebulosas y me deshice en agujeros negros, bocas espaciales, oscuras, donde todo desaparece y domina la nada.
Fui mi propio guía y conductor universal, deslicé mi pensamiento recorriendo inimaginables magnitudes, distancias infinitas desde mis propias dimensiones enanas de la Tierra.
En uno de esos recodos interestelares encontré al niño monstruo…
—¿Qué haces?
—Mariposas.
—Mariposas, ¿por qué?
—Me gustan las mariposas. Las he fabricado de cera, plastilina o mastique, de papel y de paja, ahora quiero hacer una de sueños.
—¿Por qué has de hacerla de sueños?
—Es simple, tejiendo sueños habré de hacerla más rápida que la luz para que pueda vivir mucho o la haré de tal manera que viva mucho para que pueda viajar más rápido que la luz.
—La luz ya no viaja más —le interrumpí— Está vieja y cansada, no tiene más ganas de viajar.
—¿Por qué dices eso?, no te entiendo— inquirió el niño monstruo.
—Pues porque la luz está tullida, vieja, pobre y sin moverse, no da un paso. Está apoltronada en una vieja y descompuesta silla de ruedas.
—¡¿Silla de ruedas?! Acaso la luz necesita silla de ruedas. No comprendo.
—Sí, alguna vez en esa silla se podía mover y la luz ágil e inquieta se desplazaba por todas partes, entre los límites de su casa y de su pueblo.
—¡Más me confundes!; ¿hablas de casa y pueblo en estas dimensiones siderales?
—Acaso me podrás decir, niño, que se compre otra, pero la luz está añosa y miserable; los años se le han colado por los huesos y los han rellenado de tiempo. Hoy, tullida, está inmóvil.
—No te entiendo, pero en todo caso, yo no hablo de esa luz llena de años, tullida y limitada. Yo hablo de otra luz y de una mariposa hilada con mis sueños para volar rápido, muy rápido, para viajar tanto o más allá donde esta luz va, más allá, espacio tras espacio de este infinito, donde no hay tiempos ni miserias, años o pertenencias, distancias o estaturas.
Así dijo el niño monstruo y, entonces, con él, yo quise hacer una mariposa.
Tzaráracua y Cupatitzio
De las innumerables filtraciones que la tierra porosa de la meseta tarasca produce al caer del agua, nace, en estrecho relativamente corto, un majestuoso río, el Cupatitzio, el Río de Uruapan, el río que canta.
Río abajo, y a la recepción de numerosas corrientes, las aguas del Cupatitzio se despeñan en anchurosa caída de gran desnivel: la Tzaráracua cualquier ángulo de vista permite su visión siempre hermosa, majestuosa. Desde arriba se antoja filtro o cedazo de agua, mechones brillantes de pelo sedoso y negro, cabellera deshilachada en la pendiente. A contraluz el agua parece romperse en miríadas de cristales, prisiones multicolores de rayitos de sol, y a lo lejos se ve cual cortina vítrea, ora gris, ora negruzca, desgarrada en variadas formas, todas ellas entre reflejos permanentes del sol.
Pero no siempre han existido Cupatitzio y Tzaráracua, alguna vez tuvieron su inicio como el todo universal. Dicen los que saben que así acontecieron los hechos o los que venturosos fantasiosos imaginan que así ocurrieron… que un día… aquello era un extenso y feraz valle, verde, boscoso, abundante de vegetación. Ahí los habitantes señoreaban por doquier y al mismo tiempo cultivaban suelo y animales, mientras sus manos, morenas y milagrosas, lo mismo tejían hilos dorados de plata y cobre que grababan con colores naturales las maderas finas que traían desde la tierra caliente, kilómetros abajo, desniveles profundos y abruptos de las serranías del sur inmediato.
De las flores hermosas de Uruapan, ya desde entonces así llamado, lugar de cogollos o de las chirimoyas, sobresalía una princesa; dicen que bajita de estatura, dicen que regular; dicen que más que regular, alta, acaso producto genético incidental de aquella gente. Alta y hermosa, pelo negro, sedoso y abundante, que enredaba como cúpula altiva en su cabeza y que le daba aire grave y de majestad, al fin princesa, o dejaba flotar ligero a sus espaldas para representar así voluptuosidad y atractivo sexual. Su piel morena cubría las ondulaciones suaves de su cuerpo e impregnaba su inmediata cercanía de aromas exquisitos y ser privilegiado, consentida de sus dioses.
Antziri, consentida de los dioses, tenía ojos de mirar profundo, sinceros, abiertos. Su mirada caleidoscópica, cambiante, atraía fuertemente en la risa, en la tristeza, en la ternura, en la ira o en la pasión; ojos cafés pero raros, poco comunes, variantes según el curso del sol.
Y cómo no iba a ser hermosa Antziri, la de los ojos cambiantes, si vida y no vida la mimaban desde sus años infantiles, le brindaban frescura en el habitual y cotidiano baño de su cuerpo; el viento jugueteaba su pelo y acariciaba sus oídos, al mismo tiempo que le decía cantos y leyendas o le llevaba los mejores aromas de plantas y flores; en fin, Antziri, la de los ojos cambiantes, era centro de vida y fuerza, de todo y de todos.
Llegaron noticias de un ser poderoso, amo del mundo,