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Carlos de Izak'as
Carlos de Izak'as
Carlos de Izak'as
Libro electrónico329 páginas4 horas

Carlos de Izak'as

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El joven Carlos Kenkó vive en Terminador, capital del planeta Izak'as, en el sistema solar de Hyperion. Un escenario casi apocalíptico y de múltiples incertidumbres. Sus padres, los científicos más importantes de la época, han desaparecido, y él, que dispone de poderes especiales, no es capaz ni siquiera de recordarlos.

Los habitantes de Izak'as viven la mayor parte de su tiempo a través de una realidad virtual, pero ya no saben qué es vivir afuera. En esa realidad es donde realizan sus deseos, trabajan y estudian: es su vida. Pero algo no está funcionando bien, hay temblores de tierra y hasta aparecen algunos muertos. Y eso no puede suceder.

Alguien quiere decirles algo sobre su mundo y el futuro inmediato. Pero no es nada fácil interpretarlo. La consciencia triple de que dispone Carlos le ayudará las más de las veces, aunque muchas otras lo pondrán en nuevos aprietos.

Carlos logra armar un grupo de discrepantes e intentan frenar desastres que no comprenden del todo. Junto a su inseparable amiga científica, Inés; con Sebastian su único amigo y Roxi la niña genio de las Matemáticas y la Robótica, tratarán de descubrir qué y quiénes están detrás de todo esto, aunque deban de llevar a cabo una revolución.

Se les unirán dos personajes muy especiales: Sileo, un extraño experimento de su madre, y Eduardo, para quien el honor y la autoridad deberían estar siempre primero. Así se proponen frenar a los peligrosos autómatas creados, al final de la existencia de la Vieja Tierra, por los que querían dominarlo todo o destruirlo todo.

Todos estos personajes y otros que serán inolvidables, como el pequeño bibliotecario Albert, tratarán de cambiar el gobierno que los oprime y, de paso, salvar su mundo.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 dic 2022
ISBN9788411445214
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    Carlos de Izak'as - J. J. Mazzuco de León

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    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Juan José Mazzuco De León

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1144-521-4

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    Para mis tres Marías…

    Karina, María José y Chiara

    PRÓLOGO

    «Escribir Ciencia Ficción hoy parece en cierta medida redundante. Porque cada vez más, vivimos en un mundo de ficción», nos comentó una vez el autor.

    Tal vez por eso mismo Carlos de Izak’as es una novela futurista y fantástica. Es una historia que entusiasma, bien hilvanada, sorprendente y original. Con elementos profundos que el autor J. J. Mazzuco De León fue incluyendo y que nos preocupan y cuestionan hoy día: la amistad, la lealtad, el ejercicio del poder, la ecología, el futuro del mundo, la libertad, la muerte y el amor.

    Todo logrado sin calzador ni forzadamente sino como debe hacerse: insertándolos con naturalidad en la historia central, dejándolos caer de a poco, en su justa medida, para que hagan su efecto y se expandan, sin falsas morales.

    Una aventura convertida en saga, que nos mostrará varios mundos y donde el protagonista debe ir haciéndose merecedor de las aptitudes especiales que recibe, aunque no las comprenda y de los amigos que confían en él, así como enfrentar sus miedos reales e imaginarios.

    Logra hacer destacar una realidad que nos acecha, que no es solo la de la vida virtual y sus paralelismos con el mundo físico, sino los deseos de lo que queremos tener y lo que queremos ser. Con un inteligente juego de intrigas nos muestra cómo les habían robado parte de sus vidas sin siquiera saberlo.

    En un escenario semiapocalíptico, la ciudad de Terminador, capital del planeta Izak’as, en el sistema solar de Hyperion, no debería ser aún una colonia en desarrollo sino un mundo avanzado. Pero no todo lo que debería ser conviene al Panókratos Ariel V y sus autómatas. Lo incierto y lo múltiple lleva a misterios que deben de ser resueltos urgentemente por un lado, por otro, no es seguro que nada sea lo que parece.

    La forma en que se va organizando un grupo de inadaptados, los «discrepantes» como se los nombra, es todo un proceso de amalgamar diferentes personalidades e intereses en procura de un bien más importante que ellos mismos. Todos deben aportar y también todos deben renunciar. Le acompañan una serie de personajes muy bien perfilados, muy distintos todos pero lo suficientemente compatibles como para arriesgarse a la insolencia de cambiar las cosas y lograr una revolución entre los miembros de sociedad que parecía decadente y a punto de desaparecer.

    Los que se animan a desconfiar del orden en que viven cambiarán sus vidas para siempre. Carlos y sus poderes supuestamente especiales, unas aptitudes que no sabe cómo manejar. Inés, su amiga científica, que no puede dejar algo sin resolver. Su mejor y único amigo, Sebastian, con un pasado demasiado complejo. Y una hermanita adoptiva que cae de improviso y que será clave de un revuelta, la disconforme Roxi, la joven revolucionaria que toca el triolín.

    Otros los acompañarán y se volverán personajes entrañables de esta historia. Sileo, el experimento de reconversión humana, de la madre de Carlos. Eduardo, un Kengen que aún cree en el honor y la autoridad. Y uno de los personajes más fáciles de aficionarse, Albert, un pequeño gran bibliotecario.

    Los padres de Carlos son los científicos más importantes de la época, sin embargo han desaparecido sin dejar rastros, y él, aún con sus poderes especiales, no es capaz ni siquiera de recordarlos.

    Los Eudaimones (los buenos demonios), las tres voces independientes de la conciencia de Carlos, se vuelven impredecibles en esta historia, siempre dispuestos a verbalizar el consejo apropiado o a meterlo en más problemas aún. Los robots, los autómatas, el dios Deustelos, el Epíkratos y el Panókratos van apareciendo para hacer una histórica aventura. Además, la Vieja Tierra solo muestra retazos de por qué estaba condenada a desaparecer.

    Y con todo esto y varias cosas más, J. J. Mazzuco De León cose una historia minuciosa y entretenida, que es lo mejor que puede decirse de una novela.

    En resumen, el autor logra una novela que anima a reflexionar y útil para quien necesita algo que además divierte. Sin duda, va perfilando un encadenamiento de hechos y temas que resultan apasionantes, además de ser los de toda la vida. Algunos nos azuzan hoy día de forma especial. Pero no serán los mismos para todos y cada lector encontrará dónde hacer hincapié en su propia vida de la que ya no podemos escapar.

    Pero, esa es otra historia y ya veremos si tiene remedio; ahora de lo que se trata es de salvar este mundo, el único que nos queda.

    .

    Un especial agradecimiento a Juan de Marsilio, profesor de Literatura, crítico literario, poeta (no sé si en ese orden) y desde septiembre novel Diácono, por sus inmejorables correcciones, su crítica acertada y su constante apoyo.

    .

    My name is... Charles, and I live in Izak’as.

    Bueno, en realidad mi nombre es Carlos, pero así no suena tan importante. Y sí, vivo en Izak’as. No hay otro planeta cercano donde pueda vivir con mis ingresos. Además, no está tan mal como planeta, es un estándar clase 3, tipo T/6, eso lo sabemos desde las vainas¹.

    Un planeta medio, sesenta por ciento de océanos y mares y cuarenta por ciento de tierra firme, fundamentalmente agrícola y minero, con clima medio casi todo el año, la estación cálida llamada Termótita ronda los 25-30°C y la fría, Krío, no suele bajar de 5°C, una rotación cada veintiocho horas (de ahí el dicho de dividir el día en cuatro partes de siete horas, una para cada cosa importante: dormir, estudiar/trabajar, divertirse y aburrirse), bastante poblado porque hay gente por todos lados, bien organizado y dirigido por las Epíkratos² (más conocidas por A.G. o Autoridades Generales, creo que el Panókratos³ actual es el Ariel V) y, bueno, un planeta medio en medio del sistema solar de Hyperion⁴. Todo esto y mucho más lo sabemos desde las vainas.

    Aunque no tengo con qué compararlo, es mi mundo.

    «Y vivimos en el mejor de los mundos posibles».

    G. W. L.

    -I-

    Allí estaba Inés —un poco más llena de lo que la había pensado sobre todo en sus mejillas—, me acerqué sin apuro, estaba parada y esperando en la ETP⁵ a la salida de nuestro CEE⁶, como hacía tantas tardes.

    En esta semana la ETP se vestía de esos Richas⁷ que me hacen pensar que son personas de verdad tirando del carro; a mí no me gustan nada. Me debería haber dado cuenta de que eso no lo pensé yo.

    Ya cerca de donde estaba Inés me asombré de la perfección de detalles que había pensado y de lo bien que lucían. Todo parecía muy completo. Demasiado completo.

    ¡Esta sería una de mis mejores tardes en buena compañía!

    Sin decir palabra, me acerqué, le tomé su mano y la sentí como debía ser: cálida y suave. A pesar de que tembló un poco (y eso me debería haber alertado) le di un beso en la mejilla porque me dio vergüenza hacerlo en los labios desde el comienzo. Sí, ya sé que soy medio stulto⁸ y tarado, que presto atención a bobadas (y que hablo y me respondo a mí mismo a cada rato, además de lo que ya hacen mis queridos Eudaimones⁹, a quienes debería apagar por una semana o más, si supiera cómo se hace).

    En lugar de seguir lo que creía que había programado con tanto cuidado y esmero, o sea, una hermosa sonrisa, un konichiwa y un beso, Inés me estampó un sonoro cachetazo en medio de la cara y con su tono más despectivo me dijo:

    —¿Sos tarado? ¿Qué te está pasando?

    No sé si fue mi rostro de pánico, mis antecedentes públicos o que logré separarme varios pasos, pero me libré de un segundo golpe que me hubiera dejado al borde del coma. Apenas atiné a decir:

    —Pero si yo progra... —No terminé mi frase, cuando Inés, con un gesto de cierto asco me interrumpió.

    —¡¿No me digas que confundiste el ITP* con tu ITP+*?! ¡Idiota!

    La verdad es que me sentí como ella decía. No puedo creer que confundiera los dos ITP de nuevo. No es que hubiera pasado tantas veces, es que no puedo creer que no me diera cuenta de nada.

    Anoté mentalmente que iba a tener que matar a JOG, a BAR y a MEM en forma muy lenta y dolorosa, tal vez eliminar todo el Eudaimon (o al menos sacarme el chip de aviso del lóbulo temporal o actualizarlo o hacer algo para que me avise antes de pasar tan malos ratos).

    No podía creerlo. El ITP (intertubo público) es un sistema de realidad virtual público, donde todos hacemos todo a nivel social: allí estudiamos, trabajamos, vivimos la mayor parte del tiempo, comemos (pero no nos alimentamos) y miles de cosas más. El ITP+ (intertubo personalizable), en mi caso ITPCarlos (seguido de diecisiete caracteres alfanuméricos con mayúsculas, minúsculas y signos), es donde tengo mi realidad virtual, donde hago que sucedan mis deseos como todo el mundo, allí soy genial e irresistible la mayoría de las veces... y allí debía estar Inés esperándome para tener una tarde muy especial.

    Todo lo que hay que hacer es insertar el dedo que tiene el chip de identificación en un intertubo o en otro y digitar ITP para el público (no es tan difícil) o digitar ITPCarlos (seguido de diecisiete caracteres, etcétera) y lográs al instante estar en una realidad o en otra. El resto del tiempo real-real estamos en Izak’as. Allí comemos en serio o nos damos la Parental (alimentación intravenosa mientras estás en tu ITP+ y no querés salir porque estás pasándolo muy bien), respiramos, nos reproducimos (al menos la primera parte, el resto lo hacen las vainas en las salas maternales), también nacemos, morimos y reciclamos allí. Entre muchas otras cosas.

    Pero los gritos de Inés me hicieron volver al momento de sus despectivos dichos hacia mi persona, que me habían dolido realmente mucho (o tal vez fuera el efecto de su certero golpe en mi cara). Cualquiera que fuera la causa, estaba en medio de otro lío sin saber cómo salir y sin intervención de ninguno de mis amigos Eudaimones (cuando los agarrara de nuevo), solo y muy mal parado.

    Estaba ensayando mentalmente algún tipo de disculpa que no sonara demasiado tonta y, como no se me ocurría absolutamente nada, probé con mi mejor cara de «no sé que está pasando pero yo no fui», una especie de mezcla entre intelectual herido, estúpido arrepentido y cándido desorientado; me sale bastante bien, hasta he pensado en patentarla. Creo sinceramente que eso la despistó un poco, no sé.

    Entonces apareció por fin uno de mis Eudaimones. Fue el escéptico de MEM sin lugar a dudas porque me preguntó:

    Carlos, ¿cómo sabes si esto es real o estás en pleno sueño y en esta pesadilla estás viviendo algo más real que en vigilia? ...

    Mis pensamientos al respecto fueron poco variados y bastante insultantes, pero hice un esfuerzo sobrehumano para no verbalizarlos delante de Inés y de las demás personas que se estaban congregando —algunos conocidos de cursos de estudio— porque hubiera sido un desastre aún peor. Aunque no se considera de mal gusto hablar con el Eudaimon, no creí que sirviera más que para empeorar la situación, si es que era posible.

    Pero MEM quería seguir con sus intervenciones fuera de lugar...

    —Carlos, debes tomarte un tiempo y pensarlo todo con detalles. Antes de responder consúltalo con la almohada...

    Realmente Michel me estaba molestando, pero en algo tenía razón: no debía decir nada sin pensarlo mucho. Pero nada se me ocurría.

    Si algo había aprendido de mis despistes anteriores era que si no sabía qué debía decir, lo mejor era callar. Aunque rara vez seguía mis propios aprendizajes, esa vez no dije nada.

    En realidad hubo un ruido tan fuerte y extraño que pareció que no dije nada pues tapó mis pobres y olvidables palabras.

    ¡Ni yo recuerdo qué dije! Entonces fue BAR quien quiso recordármelo,

    —Carlos, lo que dijiste fue...

    Logré callarlo a tiempo porque ni yo recuerdo qué dije. Y me lo repetí varias veces hasta creerlo seriamente.

    Ese ruido tan fuerte provenía de algo a unos cincuenta metros de nosotros. Un accidente de tránsito impresionante, espectacular, totalmente increíble. Imposible, además.

    Sí, un accidente de tránsito que no era posible en el ITP. Este intertubo lleva a la realidad donde convivimos todos y está protegida por un sinfín de programas automáticos y cien por ciento seguros para que no sucedan accidentes... porque todos sabemos desde las vainas que si mueres en una realidad virtual tu cerebro no sabe que es virtual y no logra despertarse nunca más. Se cuentan espeluznantes y exageradas historias de los comienzos de los intertubos cuando no habían colocado todos los sistemas de seguridad actuales y algunas personas no pudieron despertarse nunca más en Izak’as y debieron ser recicladas.

    Recuerdo con escalofríos los cuentos de mi abuela, le encantaba inventar historias de miedo para los más chicos, en que un asesino sin piedad se introducía en el ITP+ de otras personas habiendo jaqueado sus códigos y los mataba en una realidad y luego veía cómo morían por descomposición en el mundo real-real. Pasé muchas noches sin dormir por estas hazañas de la buena abuela. Que esté bien reciclada, Deustelos¹⁰.

    Los que nos rodeaban comenzaron a evanescer¹¹ (la nueva palabra que se había puesto de moda entre los jóvenes para decir que estabas dejando la ITP), pero Inés se quedó mirando como petrificada el accidente. Yo no podía menos que quedarme cerca de ella.

    Un accidente extraño, no solo porque no existen los accidentes de tránsito en el ITP, sino porque me pareció excesivo en los detalles. Al fin y al cabo era nuestra realidad virtual, pero lo más real posible.

    Solo al rato, mucho rato después de pensarlo con detalles, como dice Michel, es que me di cuenta de que no parecía del todo real. O fue cuando Inés dijo en voz alta:

    —Me pareció en baja velocidad...

    Luego de esto evanesció. No le entendí qué quiso decir.

    Pero yo me quedé pensando algunos minutos más y vi la nave semidestruida y al pobre conductor muerto o algo así. La cabeza deforme por el golpe recibido no permitía ver bien de quién se trataba. Parecía bastante joven, no más de treinta años, alto, delgado, piel oliva y pelo blanco como todo el mundo, con un rostro sonriente y parecía muerto bien muerto.

    Entonces me evanescí.

    -II-

    Si ese hecho, el accidente en el ITP, hubiera quedado solo en eso, tal vez lo habría terminado borrando de mi memoria real aunque siempre quedara grabado, igual que todo lo que me sucede, en la memoria de mis queridos Eudaimones. Pero podría sin problemas decirles a mis amigos que no me lo recordaran y nada hubiera pasado... pero no fue así.

    Habían sucedido demasiadas cosas que me intrigaban, que no terminaba de entender y eso me frustraba.

    Entonces JOG ensaya una de sus frasecitas.

    —Carlos, recuerda que nuestras convicciones más arraigadas son las más sospechosas...

    No entendí nuevamente a qué se refería José con exactitud, pero no podía irme y listo, así que me preparé una gran taza de chocofé y pensé en todo lo sucedido.

    Pero nil de nil¹².

    Fui hasta la ETP más cercana de mi domatio¹³, que esta vez vestida de trenes —por supuesto que revisé dónde ponía el dedo del chip identificador, solo digité ITP— y en unos minutos estaba llegando.

    Así que nuevamente volví a nuestro centro de estudios especiales. Había pensado dejar los estudios tras el bochorno con Inés, pero una cosa es vergüenza y otra necesidad. Me resultaba muy difícil dejar de recibir el Akademos¹⁴, de algo hay que vivir.

    El nuestro no es el mejor CEE de Izak’as pero es realmente bueno. Llegas a un CEE luego de recibirte de Ingeniero como todo el mundo, yo me recibí de Ingeniero Medio a los diecisiete años (hoy en día debe de ser más fácil porque cualquier jovencito entre los catorce o quince años ya tiene su título).

    Nuestro CEE lleva el extraño nombre de Academia Platón y no tiene ni esa forma ni he podido encontrar a alguien que sepa por qué se le puso ese nombre. A los que vamos allí nos dicen «platitos», en forma algo despectiva, sobre todo a los que no hacemos ciencias duras (como si hubiera blandas).

    Pero es un gran centro de estudios y de los pocos que ofrece una especialidad en CMSE¹⁵, ideal para buenos estudiantes como yo. No es demasiado estructurado, puedes cambiar los contenidos si no te satisfacen, cursar cuantas veces quieras los cursos que más te gusten (aunque a los treinta y cinco años te obligan a egresar y te quedas sin Akademos). Yo estaba cursando ese año solo tres disciplinas: Expresión Libre, Confección y Armado Básico, y mi preferida, Cocina Molecular. Recuerdo cuando vi pasar por el patio del CEE a Inés. ¡Hace tanto tiempo, parece!

    En ese momento todo cambió...

    El tiempo se detuvo, lo recuerdo muy bien.

    Ella iba hacia el laboratorio de Biofísica Molecular Superior y pensé que debía apuntarme en esa disciplina también, después de todo ya hacía Cocina Molecular y me iba muy pero muy bien.

    Recuerdo las palabras de Bertrand, mi inestimable Eudaimon consejero y amigo que sabe animarte siempre, diciéndome:

    —Carlos, en esa disciplina deberás estudiar y esforzarte en serio y tú no estás acostumbrado a ello...

    Lo tomé como una meta a cumplir, una prueba a superar, una batalla que debía ganar si quería poder ver a Inés. Como de costumbre BAR tenía mucha razón. Después de no más de tres días de Biocosas Moleculares Súpersuperiores, no tenía la más mínima idea de qué se trataba. Y nunca en mi vida hubiera creído que se pudiese escribir tanto sobre esas cosas en ese idioma tan raro que usan.

    Había conocido a Inés hacía solo unos días, aunque empezaba a dudarlo.

    Pero creo que ella no llegó a darse cuenta de mi existencia hasta el día en que la computadora del laboratorio, en lugar de esas intrincadas fórmulas, comenzó a mostrar muy buenas recetas de Cocina Molecular. Tal vez debí cerrar la boca en lugar de mostrar que era el único que sabía de qué se trataba.

    Su risa era muy agradable. Las de las demás, no.

    No me gustaron para nada los torpes comentarios despectivos que varias de sus compañeras hacían refiriéndose a las recetas que aparecían y a mis inteligentes intervenciones al respecto.

    Ella no dijo nada.

    Aunque hubiera preferido que dijera algo, al menos.

    Así pasaron otras dos semanas más, que si quiero ser sincero y detallista estuvieron llenas de otras anécdotas poco importantes para mí, pero que hicieron crecer mi reputación pública entre los estudiantes de Ciencias. Debo incluir el fallido encuentro amoroso con Inés, que terminó con el muerto bien muerto en el imposible choque de tránsito.

    Creo que fue JOG quien me dijo una mañana apenas estaba despertando:

    —Carlos, de querer ser a creer que se es, va la distancia de lo trágico a lo cómico...

    Creo que me trataba de decir que aquello no era para mí.

    Con el abandono de las Biocosasfísicas Moleculares Superfluas y con los días que no había concurrido a mis clases de CMSE por estar pensando solo y abandonado en mi domatio y reflexionando junto a mis queridos Eudaimones, estaría debiendo unos días extras de trabajo en la Academia.

    Por pura casualidad —sin que mediara en absoluto la ración extra de licor que le regalé a un compañero para que me diera cierta información—, me había enterado de que varias de las jóvenes estudiantes de Ciencias iban a ir a la playa en el ITP. Me gustó la idea, me gustó mucho.

    Pero no creía que fuera bien recibido por mis excompañeras de clase. Después de todo yo las había abandonado. Claro que tal vez eso fuera lo que más les había agradado de mí.

    La verdad, no creía que iba a ser recibido como merecía... a lo que José me respondió:

    —Carlos, hay tantas realidades como puntos de vista. El punto de vista crea el panorama...

    Y esa vez sí que le entendí. Creo.

    Como era mi tarde libre decidí irme yo también a descansar a la playa. Pero en mi ITPCarlos, por las dudas, para no llegar a hacer algún otro embrollo. Además podía tener mi propia versión de la playa y de quienes quería poner en ella.

    La playa es uno de los lugares que más me gusta visitar; el mar y ese arrullo continuo del agua en la orilla, el cielo despejado y límpido, ese sol que templa nuestro espíritu y además podía poner a Inés en bikini en medio de ese panorama tan bello. Tal vez pudiera sacarme de la cabeza la forma en que me había tratado la última vez.

    Parecía que todo marchaba a las mil maravillas. Todo el escenario estaba muy bien planeado y ejecutado. Debo agradecerles a mis queridos Eudaimones cuando saben dar buenos consejos y hacen las cosas bien por mí.

    Yo estaba tumbado, tomando sol y escuchando el mar en una playa con muy pocos visitantes. De un momento a otro debía aparecer Inés y en forma totalmente casual nos cruzaríamos las miradas y nos pondríamos a charlar como buenos compañeros de

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