Féminas, féminas
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El feminismo no empezó ayer.
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Mujeres fuertes y con valores propios siempre las ha habido. Un grupo de ellas dan fe de que esto ha sido así y se demuestra eneste relato. No se juzga lo que han sido, se valora lo que hicieron. Más o menos importantes, pero siendo ellas. Desde el heroísmo de alguna, hasta la presunción de otra. Pero todas ellas haciendo aquello que no era negociable. En absoluto sumisas, siempre valientes. A veces, para bien, otras, no tanto. Historias nada iguales, pero fueron las suyas. Estos relatos son hechos reales, las protagonistas los vivieron. No las juzguemos, solo entendámoslas.
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Féminas, féminas - Enrique Rodriguez Gomez
Féminas, féminas
Primera edición: abril 2018
ISBN: 9788417382407
ISBN eBook: 9788417426552
© del texto:
Enrique Rodríguez Gómez
© de esta edición:
, 2018
www.caligramaeditorial.com
info@caligramaeditorial.com
Impreso en España — Printed in Spain
Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Exordio
Marianne Ihlen, Annie Nico, Suzanne Verdal, Rebeca de Mornay, Joni Mitchell, Dominique Issermann, Anjani Thomas, Janes Joplin, Suzanne Elrod. Todas ellas fueron de una u otra manera mujeres de Leonard Cohen. Hay más, pero detengamos aquí la lista. El genial cantautor, era también genial mujeriego e hizo de la música, también de la escritura, sus banderas y de todas estas féminas su ejército de amor.
So long Marianne es una canción que narra los amores de Cohen y de la propia Marianne Ihlen. Suzanne se basa en los sentimientos del cantante hacía Suzanne Verdal y Chelsea Hotel es un canto al erotismo de una sola noche entre el canadiense y Janes Joplin.
¿Todas estas mujeres eran sujetos pasivos de la vida de Cohen? No, claro que no, pero un halo parece desprenderse de todas ellas: son famosas por sus intimidades con el cantante de voz aterciopelada y no por sus propios merecimientos. ¿Pero ciertamente Janes Joplin, Anjani Thomas o Rebeca de Mornay necesitaban el asidero de Leonard para ser ella mismas?
Pero cuando una señora por virtud de un casorio se convierte en Reina de España y aparece en las revistas del corazón tan alegre por enseñar a sus ¿súbditos? la trenza que convierte en moño y su vestido rojo más señorial que el azul de antes de ayer. O cuando otra señora a la que se le llama la reina del pueblo
, vaya usted a saber por qué, exhibe como merito su participación en un programa, donde se riñe y discute ¿con guión previo? lo malvados que son los otros y otras que comparten esa barahúnda. Y donde una presentadora, Paz Padilla, de ese mismo vodevil, manifiesta sin pudor alguno las virtudes de su negrita
tan servicial y majilla ella, se puede llegar a pensar que la mujer está hecha para la estulticia y la bufonada.
Mujeres con valores cívicos, sociales, políticos… hay tantas como hombres, pero a veces eso se olvida en favor del sexo masculino. En los relatos que componen este libro se muestran un puñado de ellas que hicieron sayos de sus capas. No son las más famosas, no las mayores intelectuales, no las que más se conocen y estudian; alguna ni siquiera tuvo la honestidad como faro y norte, pero fueron ellas mismas. Vivieron su vida con los valores con los que ellas mismas se dotaron. Y no son personajes que este tímido autor se haya inventado, son tal reales como usted mi querido lector. ¡Ya empezamos! Como usted también mí querida lectora.
Oración para Marta
Hasta aquí hemos llegado
. ¿Cuál de los cinco líderes reunidos en Varsovia dejó claro qué se había terminado? Los checos y los eslovacos habían llegado a donde no era posible llegar. Habría que decirles que no, que no era ese el camino y que si lo intentaban tomar, las consecuencias serían imprevisibles y seguro que dolorosas. Los presidentes de la URSS, Hungría, Bulgaria, Polonia y la RDA habían llegado a la conclusión que el máximo mandatario checoslovaco, Dubcek, tendría que acatar y hacérselo saber a los ciudadanos checos y eslovacos. No se sabe si la reunión de esos cinco próceres se había refrendado con vodka; de eso no se habla en la historia de ese cónclave.
Adam, Edzen, Maxmiliám y Tomás, tienen en común las ganas de vivir, la ilusión de una nueva y mejor vida y esperan con que ambas cosas se conjuguen en lo que ya parece que va a llegar. ¿Será posible que el final de lo que ellos creen que ha sido una larga marcha se convierta en un camino que lleve hasta unos tiempos mejores? ¿Verá esta hermosa primavera que inunda de luz la ciudad de Praga el final de una larga noche? Los líderes reunidos allá en la capital polaca son cinco; ellos son cuatro, pero se creen un millón y son jóvenes.
Los reunidos en Varsovia tal vez terminarían su sesión con unos vodkas; los cuatro jóvenes checos mientras tanto vagaban por el puente de Carlos, jugueteando con las estatuas y deteniéndose ante la de la San Juan Nepomuceno, colocando luego sus manos izquierdas en la base del pedestal, pidiendo un deseo tal y como mandaba la tradición. Los cuatro con la misma suplica: libertad. Unos minutos después cruzaron hasta Malá Strana trotando por todo el viejo y bello puente, hasta acabar en una pequeña taberna donde pidieron cuatro vasos de vino.
En el castillo de Praga, en su residencia oficial, el presidente Alexander Dubcek piensa que el socialismo de rostro humano es posible; que el nuevo espíritu de esta Primavera de Praga puede posibilitar la introducción de reformas, sin que ello perturbe las relaciones con el Kremlin. No obviando el socialismo sino reforzándolo. Es muy poco el tiempo que ejerce de presidente, pero está cargado de esperanzas y tomando decisiones, que hacen ver una apertura tanto en el interior del país como allende de las fronteras checoslovacas. Había sido restablecida la libertad de prensa, los estudiantes se podían reunir, se hablaba de democracia directa. Las presiones de las bases conducían a los partidarios de las reformas, que iban ocupando puestos claves en la cúpula del Partido. Pero era cierto que otros se oponían con firmeza; Drahomir Kolder reunía a su alrededor a aquellos que rechazaban todas la medidas reformistas. También los había en posiciones intermedias como el general Svoboda o el indescifrable viceprimer ministro Husak.
Todor Zhivkov presidia Bulgaria desde 1962 sabía labrar y sembrar dado su trabajo de campesino en Pravets su pueblo natal. Cuando emigró a Sofía empezó a sembrar amistades en el Konsomol, el partido comunista búlgaro. No era un hombre fácil. No lo fue en la Escuela Secundaria de Artes Gráficas y Litografía. Tremendamente eficaz desde su dureza en la resistencia búlgara. Tampoco fue benévolo en la eliminación de la oposición política desde su jefatura de la policía de Sofía. Se abrió camino a codazos y se convirtió en un hombre poderoso sin parar en barras. Ahora no estaba por la labor de escuchar quimeras de primaveras ni veranos en Praga ni en ningún otro lugar de la órbita soviética. Así que pocos días antes de la reunión de los cinco de Varsovia expresó claramente su opinión. No habló a humo de pajas cuando recordó su reunión con el camarada
Drahomir Kolder. Se lo expuso a los otros cuatro participantes en la reunión de Varsovia:
—El camarada Kolder me ha dicho que ellos no pueden cambiar la situación solo con medios políticos. Me pidió ayuda enérgica de los camaradas soviéticos, ya que sin ayuda exterior las fuerzas sanas no pueden resolver la situación.
Lisa y llanamente el presidente búlgaro solicitaba la intervención armada en Checoslovaquia y lo hacía con la solicitud de los buenos checoslovacos
. Daba el pistoletazo de salida murmurando enfadado por la lenidad de Ceascescu, que por encima de diferencias debía estar en la reunión y que no participaba en ella haciendo gala de su independencia.
—Es demasiado liberal para mí gusto —había gruñido el presidente soviético Brézhnev.
El coqueto e impresionante teatro de la Casa Municipal de Cultura de la ciudad de Praga luce en todo su esplendor. La explosión de belleza del magnífico edificio tiene en su auditorio su máxima expresión. El edificio, reconstruido tras un incendio en 1689, que llegó a ser la residencia de los reyes, se había convertido en una obra puntera del arte modernista checo. Situado al lado de la Torre de la Pólvora, casi pared con pared, contrastaba con el gótico de ese edificio austero, que terminó siendo torre defensiva en lugar de una puerta atractiva de la ciudad.
En uno de los camerinos del auditorio Marta Kubisová se maquilla y peina su larga melena morena. Marta tiene una belleza austera, una mirada fuerte pero a la vez dulce, una atractiva figura, pero sobre todo una espléndida voz que le ha llevado a ser una cantante de fama a la que en esos días los representantes del Olimpia de Paris han hecho una oferta para cantar en ese templo de la música. Marta piensa que tal vez sea pronto para ella actuar en tan exigente escenario, pero ahora mientras el cepillo pasea por su cabello, solo tiene en su mente la actuación que va a tener lugar y que protagonizará ella.
Tomás, en esta ocasión no está acompañado por sus tres amigos sino por Vanda, una guapa rubia que estudia Medicina, pero que para él como si fuera contrabandista. Solo entiende que la quiere y está seguro que, si bien ella no parece corresponderle con la misma intensidad, un día y no muy lejano le concordará en la misma medida.
Tomás: alto, delgado y risueño, juega en el equipo de futbol DuKla de Praga. Para ello ha ingresado en el ejército solo de forma nominal, ya que su aportación militar es jugar al futbol; acaba de cumplir la veintena de años y si bien en muchas ocasiones no es titular se le augura un gran porvenir futbolero, no en