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Asfixia y algunos cuentos
Asfixia y algunos cuentos
Asfixia y algunos cuentos
Libro electrónico139 páginas1 hora

Asfixia y algunos cuentos

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Información de este libro electrónico

Un asesinato; se conoce al asesino, hay que buscar a la víctima.

Asfixia es una nouvelle de suspenso cuyo plot gira en torno a un hombre, Mariano Agüero, de 40 años, quien confiesa haber matado accidentalmente durante un juego sexual a Ángela Murúa, pero los peritos no encuentran ningún rastro del crimen: no hay cuerpo, no hay huellas, Ángela Murúa es otra persona que la mujer descrita por Mariano, y está viva... Mariano buscará a Ángela para dar con la identidad de quien asegura haber dado muerte por asfixia.

Al volumen lo completan cuentos, relatos ambientados en diferentes contextos, cuyo hilo conductor discurre menos en las circunstancias que en los tonos, los ambientes y los giros inesperados de sus tramas. Producto de una labor de tres décadas en la escritura de guiones de cine, la prosa de Gerscovich es directa, se concentra en la acción y los personajes, no se pierde en digresiones, no hay declamación, prescinde de la catarsis y el devaneo.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento14 jul 2021
ISBN9788418722967
Asfixia y algunos cuentos
Autor

Maximiliano Gerscovich

Maximiliano Gerscovich nació en Buenos Aires en 1969, es egresado del Colegio Nacional de Buenos Aires (UBA) y de la Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica (ENERC) del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales de Argentina (INCAA), cursó estudios de Filosofía en la UBA y de Escenografía en la Escuela Superior de Bellas Artes de la Nación. En más de treinta años de carrera realizó productos en la industria audiovisual, desde largo y cortometrajes a TV, publicidades y videoclips, obteniendo premios internacionales y nacionales. Ha compuesto, producido, interpretado y grabado música en Buenos Aires, Londres y Nueva York, y su labor en las artes plásticas fue tempranamente reconocida con un importante premio internacional. Como narrador, tiene una vasta trayectoria en la redacción de guiones. Su poema «Carnaval» y su cuento «La mueca de Hades» fueron seleccionados para integrar sendas antologías publicadas por la editorial Dunken.

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    Asfixia y algunos cuentos - Maximiliano Gerscovich

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    Asfixia

    y algunos cuentos

    Maximiliano Gerscovich

    Asfixia y algunos cuentos

    Primera edición: 2021

    ISBN: 9788418722448

    ISBN eBook: 9788418722967

    © del texto:

    Maximiliano Gerscovich

    © del diseño de esta edición:

    Penguin Random House Grupo Editorial

    (Caligrama, 2021

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com)

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    Prólogo

    Los textos que integran este libro fueron, inicialmente, guiones, sinopsis o escenas para cine, a los que despojé de indicaciones técnicas como encuadres o movimientos de cámara, para que puedan ser leídos como relatos literarios. No obstante, en todos ellos permaneció la limitación propia de la escritura para cine, que es la descripción de lo que se ve y lo que se escucha, imágenes, sonidos y diálogos; el guion cinematográfico no puede contener conceptos o abstracciones, debe someterse a la expresión audiovisual. El resultado de esta transformación es un involuntario «estilo» despojado, seco, limitado fundamentalmente a describir los ambientes en que se desenvuelven los personajes, los rasgos de estos y sus acciones. La prosa no se adentra en digresiones ni en devaneos, no hay declamación, no hay introspección, prescinde de páginas al servicio de la catarsis del autor, para lo cual he reservado el próximo párrafo de este breve prólogo.

    No soy un literato. Soy un cineasta formado académicamente en la escritura de guiones, oficio que he venido practicando desde el primer guion que escribí a los diecinueve años, con el que tuve la fortuna y la sorpresa de debutar obteniendo el premio al mejor guion de cine en la Bienal Iberoamericana de Arte Joven de Buenos Aires del año 1989. Desde entonces, ya sea como ejercicios en la escuela de cine o los seminarios que cursé, o como trabajos profesionales, he escrito decenas de guiones, la mayoría de los cuales tuvieron destino de cajón. Algunos de ellos son los que elegí para convertirlos en los textos de este libro.

    Maximiliano Gerscovich

    Asfixia

    ¿Podemos sofocar al cruel remordimiento

    que pulula, se agita y vive

    nutriéndose en nosotros como larva en el muerto,

    como hormiga en el árbol?

    ¿Podemos sofocar al cruel remordimiento?

    Charles Baudelaire,

    Lo irreparable

    El cuello de una mujer de unos treinta y tantos, su rostro armónico, envuelto en una tenue penumbra, ostenta esmero y prolijidad en su cuidado, la mujer tiene los ojos apaciblemente cerrados y la cabeza apoyada en una almohada de un blanco inmaculado; junto a ella, en la cama, hay un hombre, se dan las espaldas como dos paréntesis en orden inverso. Los débiles hilos de luz del alba que se filtran a través de persianas no del todo bajas, marcados en las cortinas y en las paredes, apenas brillan en los ojos abiertos y llorosos del hombre, ojos que, estoicamente, no derraman lágrimas. Mariano Agüero tiene unos cuarenta años, su tez es blanca, su cabello y sus pensamientos son oscuros como los de su mujer. El ambiente sonoro cubre la amplia e impecable habitación como una apacible capa de silencio atravesada por lejanos piares, que reproduce la falta de luz de la madrugada y de un matrimonio taciturno aferrado a lejanas felicidades.

    ***

    Mariano desayuna en el amplio comedor, vestido con traje negro, con una camisa blanca y corbata oscura, bebe de una taza blanca mientras mira a su mujer, que en la cocina lava un plato con las manos enfundadas en unos guantes de goma rosas. Desde el punto de vista de ella, se ve a Mariano empequeñecido por la distancia entre los ambientes, que le obsequia la sonrisa más esmerada de la que es capaz. Ella le retribuye una mueca que trata de emular una sonrisa y vuelve la mirada hacia el exterior, una zona parquizada que se despliega a través de los amplios ventanales de la cocina. El verde del pasto se refleja y se entremezcla en los ojos también verdes de la mujer, oscurecidos por la pesadumbre, vaciados por lo irreparable. Mariano deja la taza sobre un platito y observa a su alrededor: la casa, de una onerosa sobriedad, luce impoluta, ordenada, previsible; cada adorno, cada picaporte, los pisos, los herrajes, todo brilla bajo la tersa luz de la mañana. En la parte superior de un aparador de madera hay una serie de imágenes de casamiento enmarcadas en portarretratos de plata, que muestran a Mariano transpirado dentro de un esmoquin, bailando con su mujer de un blanco inalterable, entre un tumulto de risas joviales y desaforadas. Una última fotografía, casi escondida al borde del mueble, retrata a la pareja en una playa: a diferencia de las fotos de la boda, se los ve genuinamente sonrientes, la puesta del sol resplandece con un dulce ámbar en sus ojos cándidos y les llena de futuro los rostros radiantes, él la abraza rodeando con sus brazos la panza, y ella toma con ternura una de las manos de su marido. Esta imagen de una calidez idílica se hace trizas en el trágico contraste con el orden marcial de una casa adulta que en su gélida perfección no tiene —ni jamás llegó a tener— juguetes.

    ***

    La mujer sostiene un sobretodo oscuro. Mariano llega con una valija, la apoya en el suelo y se pone el sobretodo ayudado servicialmente por su esposa. Se dan un tímido beso en la boca. Mariano toma su valija y sale.

    Mariano atraviesa la puerta de entrada y se encamina hacia un auto estacionado sobre un camino de ripio adyacente a la casa. El entorno es el de un elegante y agreste barrio cerrado. Del auto desciende un hombre con anteojos oscuros, se acerca a Mariano y toma la valija. Mientras el hombre de anteojos guarda la valija en el baúl, Mariano ingresa a la parte trasera del auto.

    Desde el punto de vista de Mariano, se ve a la mujer que lo mira desde el vano de la puerta de entrada de la casa. Cuando el auto arranca, Mariano esboza una sonrisa y la saluda con la mano. A medida que el auto se aleja, la figura de la mujer se va empequeñeciendo. El conductor mira a Mariano por el espejo retrovisor y pregunta:

    —¿Ezeiza o Aeroparque?

    Mariano gira su cabeza hacia atrás. Desde su punto de vista se ve la casa, que ya ha quedado lejos, con la puerta de entrada cerrada. Mariano vuelve a girar la cabeza en sentido contrario, quedando de frente, y responde secamente:

    —A Tribunales.

    ***

    Un bajorrelieve se inscribe en lo alto del frente del Palacio de Justicia: un rostro tallado en piedra, que representa la figura de un hombre gritando desesperadamente. Desde la altura se divisa a Mariano que sube las escalinatas cargando la valija, entre la gente que entra y sale del edificio.

    Mariano se detiene frente a una hornacina que alberga una gran estatua de bronce de una mujer con los brazos extendidos hacia delante. Durante unos segundos contempla con aflicción el rostro lánguido y las manos de la figura, que, desde un ángulo cenital de visión, parecen buscar el cuello de Mariano. A su alrededor hay un gran ajetreo, en su mayoría hombres de traje que pasan caminando raudamente. Tras unos instantes prosigue su marcha y se interna en uno de los pasillos laterales.

    Mariano camina por un pasillo pobremente iluminado. Llega hasta una puerta de doble hoja de madera y vidrios esmerilados. Sobre la pared, una placa de bronce reza «Juzgado Criminal y Correccional Nro. 14». Mariano posa su mano en el picaporte e inclina la cabeza, aguarda unos instantes con los ojos cerrados, inspira profusamente y entra.

    Mariano ingresa a la oficina, una típica dependencia pública habitada por expedientes, estanterías, escritorios. Una escuálida araña que pende del cielorraso proyecta una luz mortecina, entre anaranjada y ocre, que se mezcla con la austera luz natural que ingresa a través de un par de ventanas cubiertas por cortinas blancas. Mariano deja la valija en el suelo y se acerca hasta uno de los escritorios donde un empleado joven, flaco y pálido acomoda una pila de carpetas.

    —Disculpe —murmura Mariano.

    El empleado contesta con displicencia sin apartar su vista de las carpetas.

    —¿Sí?

    —Necesito que me tomen declaración.

    El empleado, enfrascado en su lucha con las carpetas, tarda en responder:

    —¿Cómo?

    —Por favor, quiero declarar —reitera Mariano sin elevar el tono de voz.

    Sin mirar en ningún momento a Mariano, el empleado lo interrumpe para proferir con un tono nasal y autoritariamente didáctico:

    —Señor, para que se le tome declaración lo tiene que requerir su señoría.

    Mariano lo sorprende agarrándolo de un brazo con firmeza, provocando la caída estruendosa de varias carpetas, y le

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