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Ángel Infernal
Ángel Infernal
Ángel Infernal
Libro electrónico700 páginas10 horas

Ángel Infernal

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ngel Infernal

Es la historia de un demonio que, siguiendo los designios de Lucifer, busca a un hombre para que escriba el libro sagrado del infierno y lidere su cuesta para conquistar la humanidad. El escogido deber ser justo y merecedor del amor del creador; para que despus de ser convencido y adoctrinado por el demonio, su fe y sus creencias sean quebrantadas, renunciando a Dios y entrando en las huestes del maligno. Para lograr este cometido, el demonio teje durante generaciones una telaraa macabra de eventos. En el transcurso de la historia toma posesin de un inocente, para de esta manera, en cuerpo ajeno, persuadir a su elegido, quien contrario a sus planes, resulta ser un hombre con una fe slida e inquebrantable.
Esta es una novela con matices de horror, accin, religin, misterio, y posesin satnica.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento15 ene 2015
ISBN9781463394974
Ángel Infernal
Autor

Mauricio Restrepo

Mauricio Restrepo es un autor colombiano, nacido un 27 de noviembre de 1962 en la ciudad de Medellín, quien desde su adolescencia ha residido en Miami, Estados Unidos y que en el presente pertenece a la facultad de Florida National University en el área odontológica. Aunque la escritura no es su profesión, ésta siempre ha sido su pasatiempo más preciado, habiendo escrito varios ensayos dentro del ámbito de la educación, la odontología, cuentos cortos y publicado con esta, cinco novelas. Mauricio Restrepo presenta en su quinto proyecto literario “Cuentos de mis abuelos”, una compilación de nueve cuentos costumbristas de fantasmas, como el bien lo manifiesta, heredados de sus abuelos, demostrando con esta obra su habilidad natural como relator de historias y su gran afición por este género.

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    Ángel Infernal - Mauricio Restrepo

    Capítulo 1

    PECADO CAPITAL

    Era una noche lluviosa y oscura, un automóvil transitaba por la carretera desierta. Se escuchaba a lo lejos el rugir de los truenos, que iluminaban repentinamente el horizonte. Al volante iba un hombre de unos treinta y cinco años de edad, caucásico, atractivo, de ojos celestes, cabello oscuro. Tenía un aspecto serio y circunspecto. Su rostro reflejaba preocupación, que por momentos lo llevaba a la distracción. Cambiaba constantemente las estaciones en la radio, al tiempo que frotaba con una servilleta el cristal del parabrisas tratando de combatir la condensación que limitaba su visibilidad. De repente, el timbre de su teléfono lo sacó de su ensimismamiento. Buscaba su teléfono móvil en la penumbra del vehículo, tratando de mantener sus ojos en la vía. Palpaba impaciente el asiento del pasajero, hasta finalmente encontrarlo. Lo tomó ya contrariado y contestó:

    ¿Hola, quién es?

    Escuchó la voz de un hombre con acento hispano, que hablaba con lenguaje callejero, propio del ambiente pandilleril y con marcada agresividad:

    ¡Ey! Es Carlos, ¿Qué pasa?, creí que no iba a contestar. Detesto cuando mis clientes me ignoran, especialmente los morosos que me deben dinero.

    El conductor del carro contestó nervioso y tartamudeando:

    No, no. Lo siento, conduzco en mal tiempo y no encontraba el teléfono. Estoy tratando de reunir el dinero; le prometo que pronto se lo tendré completo.

    La voz en el teléfono respondió:

    ¡Más le vale! no creo que usted quiera recibir una visita de uno de mis peones. La experiencia podría resultarle muy dolorosa, sin contar con su vergüenza que va a pasar cuando la gente se entere de su gran pasión por las mesas de póker, su buen gusto por el licor de marca y las chicas lindas.

    Y agregó con ironía:

    Demasiado chicas, diría yo. Espero tener pronto noticias positivas suyas.

    Y concluyó con tono amenazante:

    No me haga llamarlo de nuevo.

    Y colgó, sin esperar respuesta.

    El conductor del auto recibió la advertencia con desazón. Tiró el teléfono en el asiento del pasajero y golpeó con furia e impotencia el volante.

    El auto continúo en la solitaria carretera, al ritmo de la incesante lluvia y el ruido pertinaz de las limpias brisas. Después de unos minutos salió de la carretera y tomó un desvío. En la curva se observaba un aviso que decía:

    Nuestra Señora de Redland, Internado católico para señoritas especiales. Fe, amor y educación.

    A tan solo unos metros de distancia se podía divisar la portada de una gran edificación de arquitectura victoriana, con balcones y ventanales en el primer y segundo piso. Tenía una capilla al costado y una profunda arboleda en el fondo. El conductor bajó el cristal de su ventanilla y saludó al guardia en la garita:

    Buenas noches Joseph.

    El guardia se incorporó y caminó hacia el enorme portón metálico. Lo abrió y contestó el saludo:

    Buenas noches Padre Gerard.

    Padre Gerard era el nombre del conductor del automóvil, el mismo que hacía unos minutos había sido amenazado por un miembro del crimen organizado, por incumplimiento de pagos de una supuesta deuda de juego y consumo en un casino clandestino.

    El padre Joel Gerard era un reconocido clérigo católico, director y capellán de un conocido internado para señoritas, en las afueras de la ciudad de Miami; el cual pareció haber rasgado su investiduras de sacerdote, traicionado su doctrina espiritual y olvidado sus valores como ser humano. Se desvió del buen camino y conducía su vida por un atajo que podría llevarlo rumbo al infierno.

    Gerard condujo lentamente hasta el estacionamiento en frente a la propiedad, se detuvo y se mantuvo allí pensativo por unos segundos. Comprimió sus manos contra el volante suspiró profundamente, y apagó el motor. Luego, retiró las llaves, alcanzó un portafolio del asiento de atrás y salió del automóvil. Ajustó su gabardina y se cubrió de la lluvia con el portafolio, mientras apuraba la marcha hasta llegar a la puerta del lugar. Cuando se aprestaba a sacar sus llaves para abrir la puerta, se sorprendió al ver que alguien la abrió desde adentro:

    ¡Oh Cielos madre! Me asustó.

    Exclamó Gerard:

    Una monja con semblante circunspecto, complexión delgada, mediana estatura, de unos sesenta años de edad y con voz grave y soñolienta, le contestó:

    Ha llovido todo el día y toda la noche. Me preocupaba que hubiese sufrido un accidente o algún contratiempo en la vía. Ya las otras religiosas están en sus habitaciones y todas las muchachas están en los dormitorios descansando, y ya que usted llegó, yo también voy a dormir. Que tenga una buena noche.

    Gerard la miró y le respondió:

    Gracias Madre, vaya a descansar. Yo cierro la puerta y reviso los alrededores.

    No es necesario.

    Dijo la monja.

    Yo ya lo hice. Eddie el jardinero me acompañó. La puerta de la capilla se abre y se azota con el viento; y el me ayudo a asegurarla… En fin, vaya usted también a descansar.

    Y diciendo así, se dio vuelta y se perdió en el pasillo que conducía al interior de la casa.

    Gerard se hurgó los ojos, suspiró y murmuró haciendo mofa de ella:

    -¡Heil Hitler!

    Luego subió hacia el segundo piso, por las encorvadas escaleras, caminó por el pasillo abalconado hasta llegar a la puerta de una habitación, abrió la puerta, y encendió la luz. Era una habitación muy amplia, rodeada de estantes y libreros; parecía más que una recámara, una pequeña biblioteca. Había un enorme escritorio en el centro, equipado con un ordenador y artefactos de oficina. Las paredes estaban decoradas con algunas imágenes santorales y un crucifijo vigilante que se erguía al lado de una ventana en un costado del recinto. Gerard siguió hasta el interior, descargó el portafolio en un sofá que hace parte de una pequeña sala al frente del escritorio. Se quitó la gabardina y la colgó en un perchero. Tiró las llaves en el escritorio, se dirigió hacia el fondo del lugar y entró en otra habitación donde estaba su dormitorio. Caminó lentamente hacia su cama y murmuró entre dientes:

    ¡Oh, qué día más terrible! Como para borrarlo del calendario.

    Se sentó en el borde de la parte baja de la cama, cerró sus ojos y dejo desplomar su cuerpo sobre ella. Dejó la mente en blanco por unos segundos, en pausa, como queriendo escapar del mundo real. Respiró profundo y abrió los ojos parpadeando lentamente. Con su visión nublada por el sueño, percibió una silueta blanca que estaba allí de pie, inmóvil sólo a un par de metros en frente suyo. El sueño y la fatiga fueron más fuertes que el interés por dicha presencia. Cerró sus ojos por un par de segundos y cuando volvió a abrirlos lentamente, la silueta estaba entonces casi sobre él. De un solo brinco, exaltado y nervioso se incorporó, diciendo:

    ¡Carambas! ¿Qué haces aquí? ¿Quieres matarme de un infarto? ¿Cómo entraste aquí? Deberías estar durmiendo como todo el mundo.

    Se puso de pie, respirando profundo, como tratando de recuperar el aliento, que pareció escapársele de su pecho. La silueta espectral se trataba de una adolescente de escasos diecisiete años, de figura delgada, cabello largo ligeramente rizado, rostro pálido y ojos verdes. Vestía un blusón blanco de dormir hasta sus rodillas, con los pies descalzos. Se comportaba con una actitud infantil y le susurraba entre sollozos algo al cura, de forma casi incoherente:

    Usted me dijo que todo estaría bien. Usted me lo prometió y nada está bien, algo terrible me sucede, me siento muy mal y mi vientre está creciendo.

    Él la miró sorprendido, se le acercó y trató de callar su voz:

    Shhh shsss, tranquila Victoria. No sucede nada, dime qué te pasa.

    Él la sentó en el borde de la cama y ella continuó balbuceando en sollozos, al tiempo que se abrazaba a la cintura de Gerard:

    Usted siempre me dijo que lo que hacíamos estaba bien y que este era nuestro secreto, pero algo muy malo me sucede.

    Gerard acarició su cabeza y pensó por un instante:

    ¿Dices que tu vientre está creciendo? ¿Cuándo tuviste tu último período?

    Ella lo miró confundida y le respondió:

    ¿De qué habla? no sé de qué me habla, ¿Cuál período?

    Él se inclinó hacia ella, la tomó por los brazos y con insistencia le preguntó:

    ¡Tu menstruación! ¡Cuando sale sangre de entre tus piernas! ¿Cuándo sucedió eso por última vez?

    Ella respondió confundida con sus ojos en lágrimas:

    Nunca desde que lo hicimos la última vez.

    Gerard sintió como si un bloque gigante de concreto le hubiese caído encima. Le levantó el blusón a la chica, miró su vientre y murmuró en pánico:

    ¡Cielo santo! debe tener por lo menos cuatro meses de embarazo. Ahora si estoy hundido.

    La miró a los ojos y le dijo con voz desesperada:

    ¡Victoria esto no puede estarnos pasando!

    Ella le contestó inocentemente:

    ¿Hice algo malo?

    Él se paró, se tomó el rostro y en tratando de disimular su desesperación le respondió:

    No pequeña, no has hecho nada malo.

    Se inclinó hacia ella una vez más, la hizo recostar y le subió los pies sobre la cama. Después cubrió su cuerpo tembloroso con una manta y le susurró al oído, mientras acariciaba su cabeza:

    Shhh, descansa, descansa, todo va a estar bien. Voy a traerte algo para que te sientas mejor. Tú sabes que yo te amo, que eres mi preferida y que no quiero que nada malo te suceda; solo quiero que te sientas bien.

    Las palabras del cura cumplieron su objetivo, consiguiendo calmarla, hasta hacer que se quedase adormilada y tranquila. El entonces le murmuró al oído:

    Mantén silencio mientras regreso. No quisiéramos que alguien supiera que estas aquí y se descubriera nuestro secreto. ¿Verdad?

    Y ella le respondió con una dulce voz infantil, mientras abrazaba la almohada:

    Está bien Padre, lo espero.

    Y cerró sus ojos.

    Gerard salió nervioso hacia su oficina. Allí caminaba de un lado para el otro como una hiena enjaulada, mientras maldecía con rabia:

    ¡Maldición! ¿Por qué a mí?

    Y se acercó al crucifijo y reclamó: ¿Qué más quieres de mí? renuncié a mi vida, vivo en esta cárcel entre mujeres feas y traumatizadas, que se han negado a vivir con la excusa de amarte y entregarse a ti. Comparto mis días, horas y minutos con niñas y adolescentes taradas y retardadas, que sus propios padres no toleran y las abandonan… Y tan solo cometo un error y ya me condenas a este calvario.

    De momento sintió una brisa congelada, seguida de un extraño olor a brea o tabaco agrio, que pasaba por su cuerpo y escuchó el crujir de la puerta que se abrió por sí sola. La miró y caminó sorprendido hacia ella, la abrió por completo y revisó por afuera. El lugar estaba completamente desierto, en un silencio sepulcral. De pronto sintió una vez más la brisa que luego se convirtió en una densa bruma de un gris casi negro, que flotaba a ras de piso, saliendo de la recámara y corriendo hacia el barandal por las escaleras. Él la siguió confundido y temeroso hasta llegar a la enfermería. Enseguida la bruma se deslizó por debajo de la puerta y la puerta se abrió por sí sola, como invitándolo a entrar. La bruma subía cual fantasma por la pared hacia los gabinetes y los compartimentos con puertas de cristal, los cuales se encuentran asegurados con candados. Repentinamente y para su sorpresa, uno de los candados se soltó, cayendo al piso y la puerta de cristal se abrió. Gerard aún sorprendido por lo que estaba sucediendo, miró hacia el interior y vio un sin número de frascos con fármacos. Se acercó y leyó las etiquetas percatándose que se trataba de sedantes y narcóticos de alta concentración y potencia. Pensó por un momento, mientras observaba los envases. De pronto le pareció ver el reflejo de alguien más en el cristal. Se dio vuelta asustado, pero no vio a nadie, creyó reconocer una silueta humana formada por la bruma. Inmediatamente lo azotó un insoportable dolor de cabeza, el cual debilitaba todos sus sentidos. Hizo un esfuerzo por mantenerse consciente, pero sintió que perdía el conocimiento por un instante. Un rato más tarde, recuperó el sentido, se restableció y volvió su atención al gabinete. Reaccionó con desconcierto al ver que una vez más las puertas cerradas, con todos los candados puestos en su lugar. Miró a su alrededor y no vio a la bruma oscura, ni sintió el mal olor. Hizo un gesto de confusión, puso una mano sobre su rostro y dijo para sí:

    ¡Debo estar alucinando, quizás estoy volviéndome loco!

    Cuando se aprestaba a salir del lugar, advirtió la presencia de algo sobre el mesón, que no recordaba haber notado anteriormente. Se dirigió allí y vio que se trataba de una jeringuilla llena con un extraño líquido azul. La cogió y la observó a trasluz. Miró también el reflejo de su rostro en el cristal. Suspiro profundo, y sin cuestionar este extraño acontecimiento, puso el inyector en su bolsillo, apagó la luz y salió del cuarto. Se aseguró de que no estuviera siendo visto por nadie y apuro su paso hacia las escaleras. Entró a su recamara y siguió por su despacho en dirección del dormitorio. Evitó tener contacto visual con el crucifijo, pero le resultó imposible. Se detuvo frente a él y en tono despectivo y agresivo le dijo:

    ¡Esto va a ser tu culpa, yo te pedí ayuda y nunca llegaste a salvar a tu siervo!

    Y continúo hacia la cama donde dormía Victoria. Se acercó lentamente a la chica, se sentó a su lado y mientras la miraba, fluía la perversidad por su pensamiento, maquinando su plan macabro:

    "La idea es que después que le aplique la inyección a Victoria, ella caerá en un profundo sueño, del cual no tendrá retorno. Luego sin que nadie se dé cuenta, la llevó a su habitación, la colocó en su lecho y plantó la jeringa en sus manos como si ella hubiese cometido suicidio.

    Sí, es perfecto. No entiendo de donde me ha salido esta idea tan terrible, pero es la única solución."

    Parecía el plan perfecto. Así que decidió darle camino. Mientras Victoria aún dormía, Gerard le descubrió el brazo izquierdo y acercó la aguja a milímetros de su piel. Lo pensó por última vez y sin perder más tiempo, le insertó la aguja. Mientras presionaba el émbolo de la jeringa e inyectaba el letal líquido azul, sentía correr por su cuerpo una macabra emoción. Victoria despertó de inmediato aquejada por el dolor que le produjo el pinchazo, se puso de rodillas en la cama y le dijo con una mezcla de dolor y desconcierto:

    ¿Qué hace? ¿Qué me ha inyectado?

    Gerard trató de acallar su reacción:

    Shhh Shhh, tranquila Victoria, todo va a estar bien, pronto te sentirás mejor.

    Pero eso no fue exactamente lo que sucedía en el cuerpo de Victoria. La alta dosis del narcótico, contrario a calmarla y hacerla dormir, la puso en agudo estado angustia y desorientación. Sentía que su cuerpo hervía por dentro como a punto de explotar y sus pupilas se dilataban sin control. Victoria estaba a punto de convulsionar, diciéndole a Gerard con desesperación:

    ¿Que me ha hecho? ¿Por qué me ha hecho esto? Siento que voy a morir, la cabeza me va a reventar.

    Gerard trató de contenerla, pero Victoria forcejeaba incontrolable, tratando de liberarse del abrazo con su victimario la contenía. Él intentó enmudecer sus gritos, amordazando su boca con una de sus manos, mientras la sujetaba con la otra. Un segundo después, Victoria, cual animal atrapado, apeló al último y único recurso que le restaba para liberarse de las garras de su captor; mordió la mano de Gerard y este de inmediato la soltó.

    Ella entonces, huyó desenfrenada y sin control, tratando de alcanzar la puerta, en busca de auxilio. La abrió, corrió desbocada y al momento que salía en dirección de las escaleras, dio un traspié, perdió el equilibrio y se precipitó por ellas. Su cuerpo rodó sin control, golpeándose inmisericordemente con violencia con cada uno de los escalones, hasta detenerse en el descanso que marcaba el primer piso. El ruido y los gritos parecieron despertar a las monjas que dormían en sus habitaciones de la primera planta. Gerard sintió sus pasos y se ocultó en su habitación, cerrando la puerta. Tan solo un minuto después escuchó un grito desgarrador de una de las religiosas que encontraron el cuerpo inmóvil y vapuleado de Victoria. Luego escuchó sus voces y lamentos que decían:

    ¡Santa madre de Dios! Ha caído por las escaleras. Victoria ha muerto.

    Después golpearon en la puerta de la habitación de Gerard. Él se acercó a la misma, no dándose por enterado de la calamidad que acontecía y contestó fingiéndose soñoliento:

    Bueno ¿Qué sucede hermana? ¿Cuál es el motivo de ese escándalo a esta hora de la noche?

    A lo que la monja contestó:

    "Padre abra la puerta. Ha sucedido un accidente horrible. Parece que una de las chicas caminaba dormida y cayó por las escaleras. Creemos que ha muerto.

    Él pensó por unos segundos, sintió alivio y respondió:

    Estaré allí en un segundo. Voy a vestirme. Estoy inapropiado.

    Minutos más tarde llegó hasta las escaleras. De inmediato pudo apreciar a Victoria en el fondo de la escalera. Bajó uno por uno los escalones como sumido en trance. No apartaba de su vista el cuerpo de Victoria, ni a la romería de monjas que la rodean entre sollozos y desconsuelo. La miró y pidió a las monjas que se retiraran. Se inclinó ante el cuerpo y susurró:

    ¡Dios mío, pobre chica!

    La hermana superiora lo miró con los ojos en lágrimas y le dijo:

    Padre, no respira… Creo que debería encomendarla al Señor.

    Gerard tomó la mano de Victoria, se persignó y le hizo lo mismo a ella. Las monjas que permanecían de pie alrededor, al igual que la Madre superiora se sumaron en oración.

    Gerard cerró sus ojos y pretendió murmurar una plegaria. Luego se quedó en silencio y dirigiendo su mirada hacia una imagen de la Virgen María, empotrada en la pared, suspiró con un gesto de aflicción. Pero cuál no sería su sorpresa cuando sintió que Victoria apretaba su mano, y segundos después, su cuerpo se empezó a mover convulsionando, quedando finalmente estático. Las monjas gritaban sin cesar en una algarabía jubilaste:

    ¡Milagro, es un milagro, aún está con vida!

    La hermana superiora se dirigió a Gerard que se mantenía allí mudo y atónito:

    ¡Oh Santo Dios! No había muerto y si murió, es un milagro.

    Gracias al cielo, ya la ambulancia viene en camino.

    Gerard despertó de su asombro y exclamó con tono autoritario:

    ¡A ver hermanas! retírense de aquí y ni una palabra a las alumnas… Hermana quédese usted con Victoria, que yo voy a mi despacho para comunicarme con el seguro médico de Victoria.

    Entró a su cuarto y no logró contener su rabia y descontento. Pateó los muebles de su despacho con violencia y tiró al piso todo lo que encontró a su paso. Luego trató de calmarse, diciendo para sí:

    Cálmate Gerard, debes serenarte y pensar

    Recordó donde había dejado la jeringa, fue de inmediato a buscarla, limpió sus huellas de ella, la envolvió en una servilleta y la metió en su bolsillo. Enseguida, se dirigió como un fantasma hacia la habitación que Victoria compartía con otra de las internas y asegurándose que estas permanecieran completamente dormidas, entró a oscuras tranquilamente, guiándose tan solo por la tenue luz que entraba por la ventana. Finalmente colocó la jeringa sobre la mesa de noche de Victoria y miró alrededor, mientras escuchaba la respiración de las muchachas que dormían. Suspiró aliviado y se retiró sin que nadie haya notado su presencia y sin dejar rastros que delataran su delito.

    La ambulancia llegó y una romería de monjas la esperaban impacientes a la entrada del lugar. Todavía un ligero rocío bañaba la noche. Dos paramédicos se bajaron apurados del frente y uno de la parte posterior de la ambulancia. Corrieron hacia la puerta cargando una camilla y los equipos de urgencias y caminaron hacia el pie de la escalera donde yacía Victoria inmóvil. Allí vieron a la madre superiora que rezaba a su lado, mientras le tomaba una de sus manos. Los paramédicos de inmediato comenzaron a atender a Victoria, examinaron sus signos vitales y uno de ellos mirando a la monja le dijo:

    Está muy mal. Sus signos vitales están demasiado débiles.

    Seguidamente la trasladaron a la camilla, le colocaron una férula en el cuello, le administraron una bolsa de suero y la condujeron a la salida.

    El paramédico miró alrededor con sospecha y desconfianza, dirigiéndose una vez más a la Madre superiora:

    No sé cómo pudo suceder esta caída. No creo que viniese dormida, más bien pareciera que se precipitó con mucho impulso, como si hubiese sido lanzada o algo por el estilo. No toquen nada, pues muy seguramente la policía efectuara una investigación exhaustiva de este incidente. No sé cómo aún no han llegado aquí.

    ¿A la Policía? No entiendo ¿Por qué a la policía, si esto fue un accidente?

    Respondió con sorpresa la monja:

    El Paramédico la miró incrédulo y se despidió dejando la duda en el aire:

    Debemos apresurarnos o esta chica va a morir.

    Si, dese prisa por favor, Vayan con Dios.

    Dijo la monja con consternación, al tiempo que los acompañaba hasta la ambulancia.

    Segundos después, la ambulancia salió del internado envuelta en la penumbra de la noche, dejando atrás un mar dudas, mientas se llevaban consigo a la víctima inocente de un terrible crimen. De esta tragedia solamente fueron testigos Dios, el culpable y todos sus demonios.

    Capítulo 2

    CAMINO HACIA EL SILENCIO

    Una o dos horas después, aún con el cielo en penumbras, Gerard y la madre superiora llegaron al hospital donde había sido llevado Victoria. Caminaban apresurados y en silencio por los corredores solitarios, hasta llegar a la recepción. Allí Gerard se acercó a una enfermera y le preguntó:

    Hola, Buenos días, soy el Padre Gerard. Hace una hora aproximadamente, la unidad de emergencia condujo a este lugar a una adolescente llamada Victoria Rose, que sufrió un accidente en nuestro internado.

    La enfermera miró en la pantalla del ordenador y les contestó:

    Sí. Victoria Rose. Ella se encuentra en la unidad de cuidados intensivos.

    Seguidamente les indicó como llegar al lugar y ellos se dirigieron allí de inmediato. Gerard se identificó con otra enfermera que se encontraba en el despacho de la unidad de cuidados intensivos, la cual les pidió que tomaran asiento y que esperaran unos segundos mientras ella hacía una llamada. Ellos siguieron sus indicaciones y se sentaron a la espera de alguna noticia. Lucían preocupados e impacientes, pero permanecían en silencio. Gerard contenía los nervios que le producían todos los pensamientos que pasaban por su mente. La monja susurraba una oración entre labios, mientras pasaba lentamente las camándulas de su rosario. Minutos más tarde, un hombre joven, vestido de médico se aproximó a ellos y los saludó:

    Soy el doctor O’Brien. Buenas noches, mejor dicho, buenos días. Perdón, ha sido una larga jornada. Hemos estado muy ocupados. Usted debe ser el Padre Gerard?

    De inmediato Gerard respondió al saludo y le presentó a la Madre superiora. El médico les pidió que tomasen asiento y se dirigió a los dos:

    Victoria llegó aquí casi sin signos vitales. Se le ha estabilizado, pero aún está en una condición muy grave. Permanece inconsciente, presenta muchos golpes y magulladuras causadas por la caída, sin embargo, no presenta fracturas. Victoria muestra señales de un estado comatoso agudo y se le están haciendo más exámenes para determinar con más seguridad su estado.

    Y enseguida les preguntó:

    ¿Cómo sucedió este accidente?

    A lo que la monja respondió:

    "La mayoría de nuestras niñas tienen muchos problemas. Algunas tienen problemas psicológicos severos o problemas psiquiátricos menores. También hay otras con problemas de comportamiento los cuales sus padres son incapaces de controlar. Así que aparte de educarlos y tratarlos como seres humanos, les enseñamos disciplina, control y les brindamos mucho cariño y supervisión. Pero el caso de Victoria es muy particular. Ella no tiene a nadie y es una seguradora quien costea su manutención. La pobre ha estado con nosotros desde los 9 años, cuando sus padres murieron en un terrible accidente en un elevador y desde que llegó, absolutamente nadie la ha visitado.

    A pesar de su huerfanidad, siempre tiene una buena actitud y es muy cariñosa. También es muy lista, hábil e inquieta; quizás mucho más activa que cualquiera de nosotros o que sus compañeritas. Sabe dónde se encuentra todo, conoce todos los rincones del internado, sube sin temer hasta la torre de la capilla y toca las campanas, abre los candados de las alacenas de la cocina… conoce cada centímetro del jardín y de la arboleda del internado. Debo confesarle que un par de veces se ha escapado, burlando la custodia de las hermanas, pero siempre ha regresado por su propia cuenta, diciendo que solo había ido a un parque en la cercanía.

    La madre sonrió con melancolía y continuó:

    "Parece un ratoncillo. A veces entra en depresiones malísimas, no quiere levantarse de su cama por días y dice que quiere morir. No duerme y se pasa en vela las noches enteras y hay que darle un sedante; lo peor es que entonces se levanta y camina dormida. Sus compañeras o las monjas la encuentran divagando sonámbula y la devuelven a la cama. Pero anoche parece que nadie la vio y cayó por las escaleras.

    Las monjas escucharon unos gritos y luego la encontraron en los primeros escalones. Creíamos que había muerto y cuando el Padre Gerard le encomendaba su alma a Dios, ella igual que en las dos veces que se escapó, regresó a la vida."

    El médico compasivo le cogió la mano y se dirigió a los dos:

    Bueno, por ahora no podrán verla, como les dije se le están haciendo unos exámenes, así que pónganse cómodos, vayan y tomen un café o un refresco, y como en un par de horas les daremos más información.

    El médico se retiró y los religiosos se quedaron allí, preocupados y sin producir palabra alguna por unos minutos; hasta que la monja repentinamente se puso de pie y le dijo al cura:

    No puedo quedarme aquí sentada, me comen viva los nervios. Voy a la capilla a orar. Por favor búsquenme allí cuando tenga noticias de Victoria.

    Vaya tranquila madre. Yo le aviso cuando sepa algo.

    Respondió Gerard.

    Gerard prefirió quedarse allí, pendiente de alguna noticia. Su mente era un remolino de pensamientos de preocupación, confusión, temor e incertidumbre:

    ¿Por qué rayos me está sucediendo esto? ¿Si ella ya estaba muerta, no respiraba? Todo parecía resuelto y ahora todo se ha complicado. Los médicos pronto descubrirán su embarazo y la inyección con la droga que le puse. ¡Cielo santo, estoy perdido! Aunque tal vez ya nunca más despierte, pues la dosis de la droga era suficiente para matar un buey; sin descontar el testimonio que le dio la madre superiora, que les haría pensar que se trató de un suicidio.

    Después de un largo rato de esperar y cansado de luchar con su conciencia, se quedó dormido. Soñaba que se encontraba en una amplia recamara, en donde todo era lujo y opulencia. Él estaba de pie y se colocaba en el dedo anular de su mano izquierda un precioso anillo de oro con un rubí y diamantes, al tiempo que dos pajes con capuces negros, lo ayudaban a vestir un suntuoso atuendo papal y otro le colocaba una a mitra blanca en la corona de su cabeza. Luego escuchó a través de los ventanales a la multitud que ovacionaba su nombre. Se puso de pie y caminó hacia un balcón que miraba hacia una enorme plaza y saludó a la muchedumbre, extasiado por el poder. Segundos después la expresión en su cara se tornó en una mueca de espanto, pues no podía creer lo que veían sus ojos. Aquellas voces que coreaban en júbilo su nombre, eran las de una inmensa legión de horribles demonios, que se extendía hasta donde terminaba el horizonte, en un mundo sombrío y humeante. Intentó retroceder para refugiarse en la recamara, pero sintió que alguien lo agarraba por el brazo. Miró hacia su costado y vio como una gigantesca y abominable bestia ovina, que transpiraba fuego, con cuerpo de humano y alas de dragón, levantaba su brazo señal de victoria. El pánico que sintió era incontenible. Pensó huir pero no lograba producir el menor movimiento de su cuerpo Escuchaba las horribles carcajadas de la bestia y los gritos de los demonios que retumbaban dentro de su cabeza. Sintió su corazón desfallecer, hasta que por fin pudo desgarrar un grito de lo más profundo de su alma:

    ¡Noooo! Aléjense de mí, demonios. Yo no soy uno de ustedes, Aléjense.

    Entonces, alguien lo tomó por el hombro:

    ¡Padre, Padre despierte! Parece que tenía usted una pesadilla.

    Le decía con insistencia el médico O’Brien, tratando de tranquilizarlo.

    Gerard se incorporó aún y trémulo por la pesadilla y con voz entre cordada preguntó:

    ¿Alguna noticia sobre el estado de Victoria?

    El médico lo miró enigmático y le respondió:

    Acompáñeme a la sala de cuidados intensivos.

    De inmediato lo condujo hasta el final del pasillo. Se detuvo en frente de una entrada de dos puertas, digitó la clave de seguridad y ellas se abrieron. Gerard lo siguió mientras observaba la rutina del cuerpo médico y los diferentes cubículos donde yacían los enfermos. Después de unos segundos volvió a preguntarle al médico:

    ¿Dónde está Victoria, podría verla?

    A lo que el doctor le respondió:

    Ello puede esperar. Hay algo de mucha importancia que debo comunicarle y al mismo tiempo hacerle algunas preguntas sobre Victoria.

    Gerard siguió al doctor que lo llevó a una pequeña oficina y lo invitó a tomar asiento. Él se sentó del otro lado de un escritorio y sin esperar comenzó su relato:

    Los exámenes de toxicología tomados de la sangre Victoria dieron como resultado una extrema sobredosis de un medicamento antidepresivo, mayormente utilizado en pacientes con niveles de epilepsia muy avanzados. ¿Sabe usted si ella estaba en algún tratamiento en el cual se le medicaba con alguna droga de este tipo?

    Gerard respondió dubitativo:

    Tenemos varias niñas con este trastorno de epilepsia, pero no creo que Victoria fuera una de ellas. Como le explicó la madre superiora, Victoria sufría de estados depresivos severos y tenía la facultad o el defecto de colarse en todo lugar y asumo que la enfermería no era la excepción.

    El doctor lo miró fijo a los ojos y preguntó:

    Escuché de la madre superiora que Victoria no recibía visitas, ¿verdad?

    ¡Es correcto!

    Respondió Gerard presintiendo cual era la noticia que el médico tenía para él. El doctor continuó interrogando:

    ¿Sabe usted si Victoria se ha escapado fuera del internado recientemente y si tiene alguna amistad masculina a la cual frecuente?

    Gerard contestó un poco agitado:

    No Doctor, ¿Cómo podría saberlo? Siempre que se ha ido ha regresado por sí misma. Yo dirijo y administro el internado; y a pesar que quisiera estar al tanto de todo, es la Madre superiora, las monjas y las maestras quienes se encargan del manejo de las niñas.

    Lo entiendo, no se exalte, son preguntas de rigor, ¿le molesta si continuo?

    Preguntó cortésmente al Médico.

    Gerard pretendió escucharlo con atención e interés por esclarecer las dudas del doctor.

    ¿Fuera de usted, hay algún otro hombre que trabaje o visite el internado?

    Gerard contestó:

    "Bueno, no tenemos maestros, solamente maestras. Los únicos varones fuera de mí, que podrían de una forma u otra frecuentar las premisas del internado son, primeramente, Eddie, nuestro jardinero, que se crió entre nosotros, es un muchacho muy decente y de toda nuestra confianza. Y segundo están los guardas de la portería, que no tienen acceso al interior de la propiedad, ni contacto con las niñas.

    Con respecto a los visitantes, si hay padres de familia y hermanos que visitan a las internas.

    Y luego preguntó con insistencia:

    Pero dígame de una vez, ¿Cuál es el motivo de todo este interrogatorio?"

    El doctor juntó sus manos, lo miró a los ojos y soltó la bomba:

    ¡Victoria está embarazada! Y de acuerdo a los resultados de los exámenes, podría tener entre catorce y dieciséis semanas de embarazo.

    Gerard fingió estupor y consternación. Se puso de pie, se colocó las manos sobre su rostro y exclamó:

    ¡No puede ser posible! Ella va a cumplir diecisiete años, pero tiene la mente de una niña de diez. ¿Quién podría haber abusado de ella? Las monjas cuidan a las niñas intensamente y especialmente a ella. ¿Qué monstruo pudo haber abusado de esta pobre muchacha?

    Y agregó:

    ¿Existe alguna forma de saber clínicamente, quien cometió esta atrocidad?

    El doctor se sintió conmovido por la reacción del cura y respondió:

    "No, al menos no por ahora. Cuando el bebé nazca, si llega a nacer, se le podría hacer un análisis de sangre y compararlo con todos los varones que tuvieron acceso al internado en los últimos 4 meses.

    Por último, debo informarle que es mi deber poner a las autoridades al tanto de todo lo referente a Victoria, su supuesto abuso sexual, el accidente y su estado actual."

    Gerard fingía consternación por lo sucedido a la joven, cuando en verdad temía por sí mismo:

    Solo le pido que mantenga a la prensa se fuera de esto, podría perjudicar a inocentes.

    Gerard se quedó pensativo por unos segundos y recordó algo que el doctor le había dicho entre letras:

    Hay algo que no entiendo. ¿Por qué dice usted que el bebé podría no nacer?

    El doctor se puso de pie, lo tomó amistosamente por el brazo y lo condujo hacia el cubículo donde se encontraba Victoria. Ella parecía estar como en el más profundo de todos los sueños, conectada a un respirador mecánico por boca y nariz, cables y monitores por todo el cuerpo y se le administraban suero y medicamentos. El doctor miró a Gerard y le dijo:

    Victoria ha sido estabilizada, pero su vida aún corre peligro, al igual que la de su bebé. Aparte de ello, nos preocupa que presenta muy poca o ninguna actividad cerebral.

    ¿Qué quiso decir con todo eso? ¿Va a morir?

    Preguntó Gerard.

    El doctor lo miró compasivo y respondió:

    Haremos todo lo que nos sea posible, pero él pronóstico no es bueno… si rebasa el estado comatoso en que se encuentra, su cerebro podría no responder positivamente. Estuvo sin él oxigeno necesario por mucho tiempo y las consecuencias podrían ser muy graves.

    Pero dígame, no me deje en ascuas. ¿Cuáles podrían ser dichas consecuencias?

    Preguntó Gerard simulando desesperación y ansiedad. A lo que doctor le respondió con preocupación.

    Un retardo severo, un estado vegetativo o quizás catatónico.

    Gerard se tomó la cabeza y con voz de desconsuelo exclamó:

    ¡Pobre chiquilla! Espero que el malvado que abusó de esta criatura y la hizo cometer este suicidio sea descubierto y reciba el peor de los castigos.

    La voz de Gerard sonaba enfadada, pero dentro de su mente había un monólogo completamente diferente. Parecía influenciado por el mismísimo demonio:

    ¡Ay qué alivio! Por fin una buena noticia. Este imbécil me ha dado la mejor noticia del mundo. Por el contrario, es un alivio saberlo. Espero que no sobreviva ni ella, ni su bastardo.

    Se despidió del doctor y salió del cuarto:

    Gracias doctor por darnos su tiempo y compasión en un día tan triste para nosotros. Por favor, manténganos informados. La madre superiora y yo estaremos en contacto y visitaremos a Victoria frecuentemente, somos lo único que tiene en el mundo.

    Estrechó la mano del doctor, le envío una bendición a Victoria, se dio la vuelta y salió por entre las puertas. Caminó ya relajado por el pasillo del hospital, estirando su cuerpo, hasta que escucho la voz de la madre superiora que lo llamó apresurada e impaciente:

    ¿Dónde estaba Usted? me quedé esperándolo. ¿Sabe cómo esta Victoria? ¿Llegó a verla?

    Gerard la tomó de brazo y le respondió mientras seguían en la marcha:

    Está muy mal, aunque según el médico, estable. Vamos a casa Madre, ha sido una larga y tormentosa madrugada. Por el camino, en el auto, le contaré los detalles.

    Y agrego;

    Quiero que esté sentada cuando le cuente otra noticia, pues creo que se va a desmayar. La situación después de su retorno a la vida, es más complicada que si hubiese fallecido. Y según como se ven las cosas en el horizonte, va a ser un proceso muy largo y complicado.

    La monja lo miró con curiosidad, pero prefirió esperar a llegar al automóvil y que él de su propia voluntad le contara. Entonces, simplemente suspiró fatigada y exclamó:

    Más grave que la muerte no podría ser, así que sea lo que Dios quiera.

    Capítulo 3

    LA LEY ES CIEGA

    Habían pasado dos o tres días desde el supuesto accidente de Victoria, Gerard atendía en el teléfono algunos asuntos administrativos del internado, cuando alguien llamó a la puerta de su despacho:

    Padre Gerard… ¿Puedo seguir?

    Preguntó la madre superiora.

    Adelante.

    Respondió Gerard y la religiosa entró y se aproximó hasta el escritorio, pero se mantuvo de pie en silencio hasta que el terminó su conversación telefónica y la atendió.

    Buenos días Madre ¿Cómo la puedo ayudar? tome asiento por favor.

    La monja se mantuvo de pie y le dijo:

    Padre Gerard, solo quería informarle que abajo en el recibidor está un caballero que dice ser un investigador de la policía. Me dio a entender que quiere saber algunos detalles sobre el accidente de Victoria. ¿Lo hago pasar?

    Gerard la miró atento y respondió:

    Madre, mi preocupación, la hora en que ocurrió el accidente y el levantarme casi dormido, me impidieron hacer un recuento mental detallado de cómo fueron las cosas; sin descontar el hecho de que usted y las hermanas están en mayor contacto con las muchachas que yo, lo que hace que yo pueda ser de poca utilidad para dar un testimonio. Así que antes de hacer entrar al policía, por favor haga venir a las hermanas que descubrieron el accidente y a la que encontró la jeringuilla en el dormitorio. Y le pido que usted permanezca aquí conmigo todo el tiempo, para que pueda repetirle al investigador lo que le contó al médico del hospital acerca de Victoria. Nadie más que usted, podría dar una mejor y más fidedigna información.

    La monja halagada por el elogio de Gerard, le respondió:

    No se preocupe. Ya regreso con las hermanas, deje todo en mis manos.

    Se dio vuelta y caminó hacia la puerta, pero Gerard interrumpió su marcha:

    Madre, por favor dígale al señor policía que puede venir a hablar conmigo.

    La monja sonrió y levantó su dedo pulgar en señal de aceptación.

    Gerard se quedó allí pensativo:

    La Madre superiora sin saberlo, se está convirtiendo en mi cómplice y creo que también en mi abogado defensor. Si conmueve y convence al policía, como lo hizo con el médico en el hospital, creo que no tendré ningún problema.

    Un par de minutos más tarde la monja tocó la puerta de nuevo y Gerard le invitó a entrar. La Madre superiora entró en compañía de un hombre de aproximadamente cincuenta y cinco años de edad, tez clara, muy colorado, ojos verdes, alto y grueso; que vestía un traje azul, camisa blanca y corbata roja. La monja se adelantó, invitándolo a seguir y lo introdujo a Gerard, que de inmediato se puso de pie y estrechó su mano.

    Bienvenido, soy el Padre Gerard, por favor tome asiento.

    Mientras tomaba asiento, el policía sacó una tarjeta de presentación de su bolsillo y se la presentó al cura.

    Es un placer Padre, soy el Teniente Roy Zhermack del Departamento de policía del condado. Recibimos un reporte de la oficina de paramédicos y del hospital regional, en el cual se nos informó que una de sus estudiantes resultó herida de gravedad en un accidente doméstico y que casualmente presenta señales de abuso sexual.

    Gerard lo recibió con cordialidad, pero se dio cuenta de inmediato que Zhermack parecía ser uno de esos policías que iban al grano y sin rodeos, así que inteligentemente le rebotó la bola de la misma forma:

    Esperábamos su visita. En verdad nos sorprendió que cuando llegó la ambulancia, no llegara una patrulla de policía. Reportamos un accidente de una menor, que hasta ese momento creíamos que había fallecido. La ambulancia llegó, la atendió, la condujo al hospital, pero la policía nunca apareció.

    Zhermack sonrió y diciendo:

    Si, tiene razón, en casos como estos, la despachadora del servicio de emergencia tiene la obligación de enviar una patrulla para que acompañe a los paramédicos, para que tomen notas, fotos, muestras, aseguren la escena y hagan un reporte. Pero por algún motivo no sucedió. La escena ya está fría y es muy poco lo que se puede averiguar ahora. Sin embargo es nuestra obligación averiguar que sucedió y el porqué de que hoy haya en el hospital una menor en estado comatoso y con un embarazo sin previa detección.

    Y agregó, cambiando su actitud:

    Doy excusas Padre por mi conducta. Hay veces que resulto demasiado apresurado cuando hago una indagatoria. Pero no crea que soy arrogante o irrespetuoso, por el contrario, tengo un enorme respeto por sus investiduras; pues soy un católico practicante.

    Luego continuó con un tono ya más cordial:

    Pienso que se sorprendería si le contara que fui monaguillo en mi niñez. Siempre he sentido a la iglesia como mi segundo hogar. Nunca pondría en entre dicho sus valores, su proceder, ni sus métodos; es más, cuando recibimos la noticia de lo sucedido, mi jefe quiso que fuera yo quien viniera a hacer la investigación, y yo personalmente hice las averiguaciones sobre este lugar, sobre usted, sobre la madre superiora y solo encontré elogios acerca del internado y la labor de sus líderes, no solo con sus discípulos, sino también por la obra social en la comunidad. Así que esto es un algo completamente rutinario, a lo cual lamentablemente debo darle proceso y espero tener su cooperación.

    Gerard pensó con alivio:

    Creo que este hombre está de nuestro lado y es hora de usar mi ficha más importante, la reina que venza a este peón.

    No se preocupe Teniente, lo entendemos, tendrá toda nuestra colaboración.

    El policía sacó una agenda, comenzó con su cuestionario y a tomar anotaciones:

    Necesito hacerles unas cuantas preguntas sobre el accidente y sobre la chica. Tengo su nombre completo…a ver… ¿Victoria Rose?

    Y como salido del mismo guion, el policía les hizo las mismas preguntas que el médico les había hecho en el hospital. Así que la madre superiora respondió y fue la voz de Gerard.

    Zhermack anotó cada palabra, sin perder detalle de lo dicho por la monja y el cura:

    ¿Dijo usted que Victoria sufría de ataques de depresión y ansiedad con frecuencia? ¿Estaba diagnosticada con depresión clínica? ¿Estaba bajo algún medicamento?

    Sí.

    Respondió la monja:

    El estado anímico de Victoria era como un yoyo, subía y bajaba. Pasaba unos días muy contenta y eufórica, cantaba, bailaba, parecía un cascabelito y luego, sin causa alguna, el día siguiente no quería levantarse de su cama y se convertía en el ser más triste sobre la tierra. Yo, aparte de ser maestra, soy enfermera registrada y psicóloga clínica, así que de inmediato me di cuenta que no era solo un problema con su estado anímico típico de un adolescente y la referí al psiquiatra para que la examinara y allí la diagnosticaron como depresiva.

    ¿Intentó quitarse la vida alguna vez?

    Preguntó el policía:

    Realmente no.

    Respondió la monja y continuó:

    Pero muchas veces dijo que quería morir.

    ¿Quién está a cargo del botiquín donde se guardan los medicamentos?

    Preguntó el policía.

    Tenemos un Médico que nos visita los lunes y los miércoles en la mañana. Verifica que los tratamientos se estén aplicando apropiadamente, formula, prescribe y dosifica los medicamentos para cada paciente específicamente y chequea a alguna de las niñas, si fuese necesario. Todo ello queda guardado y bajo llave en la enfermería, solo yo tengo una copia y acceso a ese botiquín. Pero aunque aun no comprendo cómo logro extraer la jeringuilla y el medicamento que se aplicó, no me extraña que lo hiciera. Pues con ella no existen cadenas, candados, ni cerrojos y además últimamente había estado en una tristeza muy severa.

    Uhmm ¿Y que supieron de su embarazo?

    Preguntó Zhermack.

    Hay dos asuntos que se tienen que tener en cuenta y este es un tema que produce en mi incomodidad como mujer que soy y como religiosa. Especialmente cuando tengo que plantearlo ante dos caballeros; a un sacerdote al que le debo respeto como hombre en hábitos y a usted que es un desconocido para mí y que representa la ley. Así que para decirles lo siguiente, se los diré como Sor Verónica la psicoterapeuta, no como la Madre Superiora.

    Adelante Sor Verónica.

    Le dijo Gerard, expectante y con interés.

    La monja comenzó su explicación:

    Victoria esa una muchacha que sufrió un tremendo trauma psicológico con la muerte tan violenta de sus padres. Ello escalo hasta ser un trastorno mayor, convirtiéndose en un tipo de demencia. Al momento de quedar huérfana ella creó un bloqueo mental y dentro de su mente se mantuvo en esa edad, ello como un sistema de defensa que la aislaba de su penosa realidad. Mientras su mente y desarrollo intelectual funcionaban como el de una niña de ocho o diez años, su cuerpo nunca dejó de crecer. Su sistema hormonal funcionaba a la perfección como dicta la naturaleza y se presenta el subsecuente desequilibrio. Victoria en los dos últimos años ha florecido de un simple retoño hasta ser una exuberante y hermosa muchacha, pero dentro de su cabeza vive una infanta. La depresión es una enfermedad mental muy difícil de detectar que lleva a la muerte por suicidio a cientos de personas anualmente, especialmente a adolescentes. Se cree que es provocada por un desbalance químico en el cerebro. Por múltiples causas y para su tratamiento se prescriben medicamentos conocidos como antidepresivos. Estos funcionan reduciendo los niveles de ansiedad y depresión, con sus componentes psicoestimulantes, pero en algunos pacientes con algún tipo de demencia o bipolaridad, se producen efectos secundarios muy peligrosos, tales como insomnio, ataques de pánico, irritabilidad, excitación e hiperactividad frenética excesiva y el peor de todos, tendencias suicidas. En otros casos se presenta un efecto secundario, que consiste en un incremento de la psicoestimulacion sexual y esto sumado al desarrollo hormonal de una joven, puede derivarse en…

    Se detuvo por unos segundos y aclarando su voz, estando avergonzada por el tema en curso, pero continuó.

    Bueno, aumenta el apetito sexual inconscientemente y en adolescentes con problemas y discapacidades mentales o de comportamiento, esto se convierte en un inconveniente de otras magnitudes. Recordemos que ella se escapó dos veces fuera del internado y aunque siempre la vimos como una chica buena, dulce e inocente, ¿Quién sabe qué pudo suceder y con quien pudo encontrarse en una de esas oportunidades? El caso es que se embarazó y hoy su situación es muy triste.

    El policía escuchó perplejo la disertación de la monja y recibía con aceptación la explicación. Gerard fingía ecuanimidad, pero hubiese podido besar a la monja y levantarla en hombros por la forma que había manejado el tema y por ende, le había salvado el pellejo, mejor que uno de esos abogados de las películas de Hollywood. La monja terminó su relato y por un segundo todos quedaron en silencio. Gerard rompió el hielo, abriendo una de las gavetas de su escritorio, cogió una bolsa de plástico transparente y se la entregó al policía.

    Aquí está el inyector que las hermanas encontraron en la habitación de Victoria.

    El policía lo tomó y se levantó del asiento:

    Creo que no tiene sentido seguir quitándoles el tiempo. Voy a tomar un par de fotografías de las escaleras y del lugar donde dicen ustedes que encontraron a Victoria y creo que no sería más lo que tendría que hacer aquí. Debo tomar el testimonio del paramédico que la atendió y del médico en el hospital. Tendré un reporte listo como en un par de semanas, en caso que necesitase una copia para sus archivos. Lamento una vez más el accidente, la situación de la chica y doy excusas si los molesté de alguna forma.

    Extendió su mano y se despidió del cura y la monja. Gerard se puso de pie, dio la vuelta al escritorio y estrechó la mano de Zhermack y lo llevó hasta la puerta

    No se preocupe, entendemos que usted está haciendo su trabajo, además ha sido un placer conocerle teniente. Esta es su casa. Visítenos alguna vez para que participe en la misa y el almuerzo dominical.

    Zhermack respondió afirmativamente con agrado:

    Gracias Padre Gerard, un día les haré una visita; pero esta vez como un feligrés más.

    La monja entonces lo acompañó a la salida:

    Padre, quédese usted aquí, yo acompañare al teniente hasta la salida.

    Cerró la puerta, dejando al cura allí solitario en el umbral.

    Gerard regresó hasta su despacho, se dejó caer en su silla como un plomo, estiró su cuerpo y dijo para sí mismo:

    ¡Ay Madre superiora! De hoy en adelante, te prometo no volver a llamarte nazi. Te debo una. Me salvaste la vida

    Y se quedó allí, con la tranquilidad y el alivio de saber que su crimen quedaría finalmente impune, pues una vez más, la ley fue ciega.

    Capítulo 4

    LOBO VESTIDO DE OVEJA

    Después de casi veinte días del terrible accidente de Victoria, el Padre Gerard recorría una vez más por los pasillos del hospital, en dirección a la unidad de cuidados intensivos. Unos minutos más tarde se detuvo en frente al recibidor de información, para preguntar la localización donde estaba recluida Victoria. De repente, vio a la Madre superiora que venía emocionada a su encuentro y cogiéndolo de la mano, lo condujo a rastras hasta el cuarto donde tenían a Victoria. Llegaron hasta la puerta y Gerard se sorprendió al ver que la cama estaba vacía, miró a la monja y le hizo un gesto de interrogación. Ella sonrió y le señaló que mirara hacia el costado. En una silla reclinable, que estaba ubicada al lado de la ventana, se encontraba sentada Victoria. Lucía inexpresiva, con la vista perdida a través del cristal de la ventana y completamente inmóvil. Gerard sintió de inmediato, un escalofrío que congeló su sangre. Su vida era definitivamente una montaña rusa; un día las cosas parecían estar a su favor, como si sus demonios se quedaran encerrados en su armario para siempre, pero el día siguiente se escapaban para molerlo vivo. No podía pronunciar palabra alguna, víctima de la sorpresa. Se mantuvo allí de pie, atónito, como en un trance; aunque por unos segundos, llegó a sentir que sus piernas flaqueaban. La madre superiora le hablaba emocionada, pero él parecía no escucharle. De momento el Doctor O’Brien se les acercó y le puso una mano en su espalda y lo saludó:

    Buenas tardes Padre Gerard, me imagino que estará sorprendido de ver a Victoria. La madre Superiora le acompañó por la noche y dice que en la madrugada la venció el sueño por unos minutos y que al despertarse, casi muere de un infarto al ver a Victoria sentada en la cama con los ojos abiertos.

    Gerard escuchaba al médico sin musitar palabra alguna, miraba a Victoria como a un fantasma, al tiempo que la monja sonriente, acariciaba la cabellera de la muchacha.

    El médico invitó al cura a salir del cuarto y lo condujo a la recepción, donde le dijo:

    Padre, voy a ser muy claro y le pido excuse mi frialdad. Pero no deben hacerse falsas expectativas con respecto a la salud y el estado de Victoria.

    El cura lo miró y señaló en dirección de Victoria:

    Pero ella se sentó, está allí con sus ojos abiertos…está mejor, ¿no?

    El médico le explicó:

    Padre, yo los entiendo. Cuando uno tiene un ser querido enfermo de gravedad, uno quiere un milagro que lo sane y en cada reacción positiva de su cuerpo contra la enfermedad, vemos uno, pero este no es el caso. Lamento decírselo, pero esta es la confirmación de lo que temían los neurólogos que tratan a Victoria.

    Gerard levantó su rostro y miró interrogante al médico:

    "No entiendo doctor. ¿Quiere decir, que aunque despertó del coma, su condición es aún grave?

    Pero ella está allí sentada, luce bien, sin ayuda de nadie, como usted y como yo."

    El médico suspiró profundamente y continuó:

    Creemos que Victoria sufre de un síndrome conocido como catatonía, un trastorno coloquialmente llamado locura de la tensión. La catatonía se presenta como un trastorno psicológico y neurológico. Esto no se considera una enfermedad, sino un síndrome, así que su cura es incierta. Se presenta mayormente en pacientes diagnosticados con algún tipo de demencia, de origen genético, o por una lesión cerebral provocada por trauma físico o químicamente inducida, como en aquellos pacientes con historial de abuso y/o sobredosis de drogas. Todos los análisis efectuados a Victoria, indican que puede tratarse de una derivación muy complicada de la catatonía, que se caracteriza por una alteración en el estado de conciencia, hipertermia, rigidez, llamado el síndrome neuroléptico maligno, que en más de la mitad de los casos es causa de muerte en dichos pacientes.

    Gerard fingió recibir la noticia con consternación, pero por dentro era todo alivio. De momento recordó el embarazo de Victoria e indagó al respecto:

    ¿Y él bebe?

    El doctor contestó con una sonrisa en su rostro:

    "Creo que su actitud y la de la madre superiora me contagian. ¿Pudiera usted creer que hay algo milagroso que sucede en Victoria? A pesar del tremendo accidente que sufrió esta muchacha, el químico que puso

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