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El Lujo De La Castidad
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Libro electrónico338 páginas5 horas

El Lujo De La Castidad

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A la Agencia de la Amistad llegó un hombre de sobremanera tímido con mucho dinero, solicitando la amistad de un hombre que le gustaran las flores, en particular, las orquídeas. Un deseo de tal naturaleza desconcertó a la dueña de la agencia, pero prometió complacerlo. De ahi surge una activa búsqueda que forma un enjambre de personas, incluyendo una astróloga.
IdiomaEspañol
EditorialXlibris US
Fecha de lanzamiento24 sept 2020
ISBN9781984587497
El Lujo De La Castidad
Autor

Darcia Moretti

Darcia Moretti es una autora Cubana Americana. Fue ganadora de un premio literario auspiciado por la Universidad de Miami por su novel Los Ojos del Paraso. Ha publicado en ingles Paulina under the Sun of August. La autora vive en Jacksonville, FL.

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    El Lujo De La Castidad - Darcia Moretti

    2

    La hora endemoniada del gran tráfico exasperaba a Cristian Canfoldo y aceleraba su malestar a medida que veía en el reloj del auto que el tiempo transcurría y estaba varado en la avenida con otros cientos de autos encima y choferes como él que intercambiaban miradas, hablaban solos y tenían un ánimo de verdaderos asesinos.

    La jungla de autos venía a echar a perder un día perfecto. ¿Cuántas cosas no había logrado en este día? Para comenzar, había vendido tres pólizas de salud, anotando en su agenda dos entrevistas que prometían mucho para el día siguiente, una visita a su astróloga, y ya por último pudo servirle con gran eficiencia a los Soler en un encargo muy especial. El día fructífero concluía en este arrebato de congestión catastrófica. No culpaba su temperamento ardiente ni la inclinación que tenía de ver y sentir las cosas en grande, más grandes que la vida misma, como tampoco se detenía a analizar sus bruscos cambios de humor. Bastó que se diera inicio al rodar en hileras los autos para que Cristian experimentase un poco de alivio. Apúrate idiota. Cuidado, imbécil, ¿crees que todo el camino es tuyo así continuaba insultando a los que no lo escuchaban y como él se concentraban en el tormento de llegar a alguna parte a tiempo. Su protesta era una rutina, igual que golpear el manubrio repetidamente y sacudir la cabeza con la total desesperanza de que el mundo cobrase la razón y los hombres no se comportaran como fieras. Llegó con quince minutos de retraso al café-bar donde lo esperaba Paula. Ella lo vio entrar enseguida. Estaba sentada en una mesa del fondo que le permitía ver la puerta, y además, conocía el color mostaza del impermeable que llevaría puesto, el ardiente estupor de su mirada y los pasos agresivos con que hacía su aparición. Cristian tenía una gran personalidad y encanto. En la escuela militar había adquirido un porte de centurión romano. Era muy joven, atractivo, y daba a entender enseguida con su voz, ademanes y seguridad en sí mismo, que era un ejemplar a tomar en serio, porque en la selva humana, él era un tipo de monarca a punto de ser coronado con gran júbilo.

    Paula lo amaba tato como a su hijo. No en balde Cristian había sido el mejor amigo de Andrés. No estaba segura si todavía lo eran. La ausencia influía mucho en los afectos y ambos habían tomado rumbos distintos en la vida, o eso indicaban las actividades que habían escogido. Reconocía que Andrés era modesto y Cristian sumamente vanidoso, pero durante la adolescencia se habían apreciado como hermanos, no obstante la diferencia de carácter entre ellos.

    Saludándola y quitándose el impermeable con un gesto de malestar que acentuó mientras colocaba su prenda de vestir cuidadosamente en una silla vacía al lado de ellos, comenzó a proferir disculpas y quejas. Le gustaba hablar mucho y justificar cualquier acto de informalidad echándole la culpa al prójimo.

    -Bueno, Paula, no puedo por menos decirte que esta cuidad se está volviendo inaguantable. El tráfico aumenta día por día, mientras la gente se queja de la situación económica. ¿En qué estamos? ¿Cuánto cuesta un auto? ¡Un ojo de la cara! Y ahí tienes a millones frente al manubrio…

    Paula lo interrumpió divertida.

    -No tanto, Cristian, no tanto. Más son los pobres que andan en el servicio público y a pie que los que tienen autos. Tú exageras todo como Gastón. A veces me da por pensar que los hombres carecen del equilibrio mental que se requiere para ver una situación como se presenta. Para ustedes todo es grande, portentoso: las guerras, la política… si desean entrar en un negocio, se les va la mente por la fantasía y no ven un simple kiosko de verduras ni una carnicería pequeña… ah, no, todo en grande.

    -¿Por eso progresamos, no?

    -Sí, por eso tenemos un tráfico tremendo. Pide algo, querido mío, y cálmate. Bebo un vermouth. Sí, Cristian, mi manera de pensar te puede parecer femenina o estúpida, pero sé de lo que hablo. Cuando entramos en el negocio de la Agencia, Gastón no estaba muy convencido de que se trataba de algo bueno. Primero, desconocíamos el giro y él no tiene paciencia ni entiende los conflictos humanos. No quiere decir eso que no sea observador y le falte inteligencia, no, querido mío, ambas cosas le sobran, pero tienen su momento de manifestarse, y sobre todo comunicarse. No lo apures mucho, no lo aturdas con tu manera simple de ver las cosas, porque de entrada no las entiende o se hace el tonto. Discutimos mucho el negocio. No es un negocio extraordinario, lo admito, y admito también que lo sabía desde el principio y me da gusto que se mantenga en una línea comedida. Menos dolores de cabeza. Nos ha ido bien sin ser nada sensacional, pero no creas que no me ha costado trabajo mantener a Gastón en la raya, esa raya de prudencia que delimita lo portentoso de lo suave. Creo en la eficiencia de la gotita de agua cae constantemente y perfora sin hacer ruido. A nuestra edad, eso le hice a ver a Gastón, ¿para qué apurarnos? Andrés está haciendo su mundo aparte y nosotros dos hemos trabajado duramente; un negocio legal, interesante, no nos mata, y nos trae algunas monedas para echar en el bolsillo.

    Cristian, que ya había pedido un Whiskey con agua, se echó a reír. Su dentadura era blanca y pareja. La irritación que expresó al encontrarse con Paula había desaparecido. Paula no cesaba de examinar su hermoso rostro. Cristian traía con su presencia un perfume exótico, una piel lisa, refrescante, y la alegría de su juventud; la encantadora y necia juventud absorbía toda su alma. Ante un joven con tales características, daba deseo de pedirle a los dioses que lo tocaran con la inmortalidad, lo congelaran o le permitieran llegar a los ochenta años con el mismo porte, el mismo rostro. Daba grima pensar lo que haría el paso del tiempo con su físico. Paula pensó en Gastón, delgado y bastante petimetre cuando se conocieron, y ahora no era la sombra de sí mismo. Mirando las viejas fotografías de la boda y después, las del bautizo de Andrés, se preguntaba adónde había ido a parar su buen mozo marido. No le deseaba el mismo fin a Cristian, pero sus deseos no se tomaban en cuenta. La rueda de la vida proseguía. Ella no lo vería a los ochenta años, si es que los vivía. Además, había aprendido a disfrutar el momento, y como Cristian reía y tomó la palabra, se propuso escucharlo.

    -Me rio porque recuerdo el proverbio que solía mencionar mi abuela a menudo: Una cosa ve el comerciante y otra el cliente Dices que el negocio es suave y no los mata. Ah, Paula, otra cosa piensa Gastón. ¿Conoces bien a tu marido? – le preguntó abriendo sus hermosos ojos marrones y pícaros- cuando hablamos me manda una ensarta de quejas y me explica que está agobiado con las obligaciones del trabajo. Si me sigo por lo que me dice, me hago la idea de que vives en un patín, sin un momento de descanso…

    Paula, sin proponérselo, lo interrumpió. Le gustaba ser justa en medio de su optimismo.

    -Te he dicho la verdad, de una cierta manera. Ambos tenemos obligaciones y responsabilidades, pero en menor grado. Hay cuentas por pagar, cerrar los libros a fin de mes, mantener una agenda diaria, poner al día los casos, seguir el desarrollo de cada uno, y aunque yo me ocupo de la parte humana, como le llama Gastón, él también participa de ellos. Todo en la vida trae una responsabilidad y un precio a pagar, pero, Cristian, no es tan fiero el león como lo pintan. Hoy, por ejemplo, Gastón no está con nosotros, tenía una cita de antemano con un amigo, y este se lo ha llevado a su casa a cenar. Es el aniversario de bodas de su amigo, ya ves, el nuestro lo ha olvidado.

    -¿Cumplen años de casados también?

    -Oh, no, el aniversario de nuestro negocio. Hace cinco años que lo compramos. Gastón no lo recuerda y no creo que le interese. Sus cálculos son económicos. Está bien así. Nos compensamos. Yo pienso en la poesía y él en el oro. Yo veo un cliente y escucho su vida y sus deseos, hasta donde desee contármelos. Gastón pregunta directamente: ¿Hay solidez financiera?

    -Caramba, el yin y el yang se acoplan. Por eso hacen ustedes una pareja formidable. Si hay un aniversario olvidado y Gastón se ha ido a otro, tú, y yo, Paula, nos vengaremos, y después de beber otra copa nos vamos a cenar a un restaurante a todo dar.

    Conociendo la generosidad y el ímpetu de Cristian, ella trató de contenerlo.

    -Válgame Dios, Cristian, te he contado una ligera decepción que sufrí para describirte una situación… no, no tienes que llevarme a cenar.

    -Pues te llevo porque está escrito en los astros. Esa mona es una verdadera reina. Mona es mi astróloga…

    Él nunca había hablado de ella. A Paula le pareció candoroso escuchar a un joven vital y activo con una juventud frenética y presurosa, adepto a la astrología. Si ya a su edad tenía una astróloga, eso quería decir que dando la impresión que lo hacía todo por su propia cuenta y voluntad, confiaba su destino a lo imponderable. Le hizo mucha gracia su revelación.

    -Vamos, vamos, ¿entendí bien? ¿Tienes una astróloga? Me sorprendes, Cristian, sí que me sorprendes.

    -¿Y por qué? –replicó él tornándose serio- Me parece lo más natural del mundo. Soy del signo Leo y sé que mi futuro es brillante y no espero que los astros me mangoneen ni me pongan a comer verduras porque el planeta Saturno, el maléfico, me acecha. Pero si creo que, en general, la astrología presenta una pauta, una posibilidad, una influencia a la que hay que prestarle atención. Cada año, Mona revisa mi carta natal y me pone alerta sobre el desenlace de mi futuro. Sé que estoy en el negocio que está hecho para mí, y con el tiempo tendré mi propia compañía de seguros o seré presidente de ésta que me ocupa ahora. Mona ve la posibilidad de una enfermedad que me va a mantener en la cama unos días, tan solo unos días, nada grave. Pero en eso, ¿ves? No pienso. Y si me llega, confirmo lo dicho por ella y me pongo menos impaciente. Ya sabes que no tengo mucha paciencia. Me gusta hacer las cosas ahora y rápidamente. Por otra parte, como la consulté hoy, me dijo que iba a tener una tarde muy agradable con una persona de Tauro, Géminis o Virgo. ¿Cuál es tu signo?

    -Virgo.

    -Chócala, Paula- le dijo extendiendo la mano para alcanzar la suya- Ahí tienes. Nos iremos a cenar y hablaremos hasta que no tengamos aliento. Si algún día quieres ir a consultarte con Mona, dímelo.

    -Y Gastón me mata. No cree en esas cosas.

    -¿Y por qué tiene que saberlo Gastón?

    -Nunca engaño a mi marido.

    -Te inicias ahora.

    Ambos rieron, no del chiste porque no lo era, sino por el mundano indecoro que los emparejaba en la edad y el gusto por compartir una ingenua posibilidad de traición.

    -Hoy ha sido un día muy bueno, Paula, muy bueno. Mona estaba muy atractiva. Yo sería incapaz de ir a un astrólogo hombre. Mona es del signo Aries, hecho para mí, mujer fuerte, fiel, que sigue a su hombre y lo admira.

    -¿Tengo que recordarte que estás comprometido ya, Gastón?

    -Nunca lo olvida, mamá- repuso él con ironía- pero entre dos buenas astrólogas: una fea y otra bella, me voy por la última.

    -¿Y tuviste tiempo para ocuparte de lo mío?

    -¿Y qué crees? ¿No me ves aquí? Si hoy ha sido un día de suerte para mí, también lo ha sido para ti. No recuerdo nunca haberte escuchado pedirme con tanta exigencia…

    -Fue una súplica, Cristian- le aclaró Paula.

    -Lo que fuese lo entendí perfectamente y entre nosotros no hay problemas, no las habrá nunca. Traté de colocarte en mi agenda que estaba bastante constreñida, pero en cuanto me diste la dirección del sujeto, se iluminó la lucecita de mi cerebro y traté de recordar… bueno, un revisión por encimita a la lista de mis citas, y allí estaba muy claro que la calle Rama, la de tu individuo, no se hallaba lejos de la del cliente que iba a visitar en ese momento. Te preguntarás porqué le doy tanta importancia a esa cercanía geográfica si tengo un auto que corre a una velocidad de mil millas, pero en esta maldita cuidad no se puede correr. Por eso me gustan las afueras, las autopistas, en fin, volvamos a lo nuestro- hizo un breve pausa y prosiguió- Mi cliente no resultó nada latoso ni me agotó con preguntas, lo que no es lo común en este giro. Creo que ya estaba decidido a comprar la póliza de salud. Sabría de nuestra compañía por alguien, porque al mostrarle los folletos los hojeo con la displicencia del que ya conocía mucho de lo que allí se explicaba. A veces se hacen ventas muy rápidas. La propaganda en la prensa o la TV tiene su lugar, es buena, pero hay otra propaganda verbal entre amigos, que por Dios, te juro, Paula, que es mucho más eficiente. ¿No ocurre lo mismo con tu Agencia?

    Ella asintió, susurrando: Naturalmente pero no agregó otra palabra. Estaba demasiado interesada en el resultado de la gestión de Cristian.

    El continuó.

    -Otro punto de suerte: un bar en la esquina y un Kiosko de revistas al lado. En el bar bebí una cerveza, no porque la apetecía, sino para lanzarme… Nada, un punto de suerte bastante negativo que me reveló solamente que a tu hombre lo conocía la camarera por verlo pasar en la calle. Al parecer es un tipo extraño, camina lentamente, nunca ha entrado en el bar a beber una copa… primer indicio: no es alcohólico ni comilón. Siempre anda solo. Y ahí se redujo la información. Pero tuve plena suerte con el dueño del kiosko. Está establecido en el barrio desde hace veinte años y el hombre, al parecer, no, por seguro, vive en una vieja casa desde tiempos inmemorables. Nunca se ha casado. Pegado a la madre como un bebé recién nacido. La madre murió hace tres o cuatro meses. El tipo continúa solo en la casa. No tiene problemas de dinero, aunque el hombre no me dijo si era rico o no. Se sospecha que la vieja, que era un lince para sus negocios… propietaria de casa, creo, lo dejaría muy próspero, pero si tiene riqueza no lo aparenta: tímido, solitario, habla muy poco, compra revistas de esas de botánica y arreglos florales, lo que el hombre me informó que era un síntoma malo, y me guiño el ojo insinuando con un ademán, cierta flojera de carácter o inclinaciones… ¿Es un perverso sexual el hombre? ¿No te llegan casos así?

    La pregunta sacó a Paula de un breve ensimismamiento en el que calculaba la dificultad de buscarle compañía a un paranoico. No le gustaba manejar casos de este tipo. Había tratado de despacharlo sutilmente a otra agencia, pero el conejito se había mostrado firme en quedarse con ella.

    -Ah… sí… -replicó como despertando de un sueño- Es inevitable tropezarse con ellos. Si me sospecho algo muy turbio, le dejo el caso a Gastón. Es, hombre, se impone, conoce a esa relea y se deshace de ella, además, consulta a Baldomero sobre los tipos, y también mujeres que nos llegan. Hay que ser cauteloso, Cristian. En cuanto a éste…

    Se frotó la mejilla, alargó la mano derecha para enderezar el cuello del impermeable de Gastón que estaba doblado. Fue una acción automática.

    -Este me asustó mucho- dijo.

    -Oh, diablos, ¿es tan horrible el tipo?

    -No, no horrible en la manera que piensas. Estaba bien vestido, tiene un sentido de cortesía anticuado, muy tímido…hay que sacarle las palabras con un tirabuzón. Quiere algo, busca algo y tiene miedo o no sabe expresarlo. Parece congelado en un tiempo sin expresión, y pensándolo bien no me inspiró miedo, sino lástima. Parecía tan desolado, tan hambriento de… quiere una amistad, la amistad de un hombre… colecciona orquídeas y busca un amigo que como él guste de las flores. Pero, claro ya me has dicho que fue un hijito de mamá. Pobre hombre, debe de sentirse en el aire sin ella. Deduje por su respuesta que no está buscando jovencitos que le den placer, sino compañía, tierna compañía. En eso encaja bien en la política de nuestra Agencia, pero es tan rara su presencia, tan fuera de lo común, que sentí pánico, y no porque como te dije antes, le tuviera antipatía o miedo, sino por la dificultad de encontrarle alguien. ¿Quién? ¿Quién? No tengo en mi lista a nadie que pueda ni remotamente parecerse a lo que busca, y le prometí encontrarle a alguien muy pronto… bueno, él me forzó. Me dio la impresión de que está perdido, desesperado… y yo pienso, ¿quién? A menos que encuentre a un viejo jardinero, alguien que como él ame las flores y no le importe un bledo su miserable apariencia, que no es miserable por falta de dinero. No tiene tarjeta de crédito, Cristian, pero sí una billetera forrada con dinero. ¿Peculiar, eh? Me atormenta que haya puesto toda su esperanza en mí. Puedo imaginármelo pendiente del teléfono, esperando la llamada milagrosa, y yo no soy hechicera ni puedo hacer milagros.

    -¡Caray! Este es un caso peliagudo. ¿No sabías tenido ninguno como él?

    -Exactamente como él, ninguno. Aunque a la Agencia nos llegan personas de diferentes clases sociales, algunas muy originales. Es un negocio movido, siempre excitante, y yo tengo buena intuición y soy intensamente cuidadosa en escoger y combinar a las parejas. A veces fracaso. Al principio un fracaso me sacaba de las casillas, pero en eso Gastón me ha ayudado mucho. El es menos emocional. Trata los casos como la venta de una mercancía, mientras yo trato y veo almas. Pero con este hombre me siento perdida y muy apenada. No puedo ocuparme por ahí a un jardinero medio tiempo o viejo. Ah, no, es absurdo. Ya con tu información y lo que he visto de él, comprendo que no puedo manejarlo, le tengo que asestar un duro golpe, desengañarlo. Es una acción cruel. Quizás podría entretenerlo, pero no es justo. ¿Ves? Te dije que estábamos más libres de dolores de cabeza y no es así.

    -¿Piensas que es peligroso?

    Paula se llevó su tiempo en responder y terminó sacudiendo la cabeza con convicción.

    -No, pero sí creo que es obsesivo y maniático. No habla y necesita de alguien que hable por él. Puede aburrir a cualquiera y nos llegan bastante aburridos que no quieren serlo y desean encontrar algo que les anime la vida. A veces pienso que la soledad y la desolación baten al mundo como los vientos de otoño que nos llegan. Nunca son furiosos pero son permanentes y tristes. Gracias por todo, Cristian, pero tengo que desengañarlo. Dura tarea.

    -¿Y por qué te precipitas tómate tu tiempo, quizás aparezca alguien por ahí…

    -Tiempo me sobra, pero él me forzó a prometerle que le buscaría a un amigo muy pronto y espera que sea mañana y yo le dije, con diplomacia, que haría lo posible…

    -Entonces está desesperado.

    -Pienso que sí.

    -¡Caray!- exclamó Cristian- si en algo puedo ayudarte…

    Ese era Cristian Canfoldo, con ella y con todos sus amigos. Se ofrecía, se entregaba a resolver problemas ajenos. Todo corazón, un corazón impulsivo, generoso.

    -Mira, Paula, vámonos a cenar. Tengo una hambruna que ya me está enviando al cadalso. Quizás se me ocurra algo. Da por seguro que conozco a mucha gente dentro y fuera del negocio, y en mi giro tengo que escuchar tanto como tú aunque ya quisiera tener tu paciencia.

    Se puso de pie, pagó la consumición a pesar de que Paula se opuso firmemente, pero él no le hizo caso, y echándose por encima de los hombros el impermeable, le dijo.

    -No te des por vencida, yo nunca digo: hasta aquí, sino, vayamos hacia delante. Sé tu buena intención. Te gustaría darle a ese pobre diablo una linda sorpresa, viejos conversadores, simpáticos y solitarios los hay a montones. El problema es uno: que le gusten las flores. Sí, tiene que ser un maniático. ¡Orquídeas! ¿No cuestan mucho dinero? ¿Tú crees que sea generoso?

    Paula hundió los hombros.

    -No puedo afirmar nada y siempre hay un peligro. La gente, en general, no se deja conocer fácilmente. Las intenciones se ocultan… ¿No te da una corazonada, Cristian, que las personas que aman las flores, y en particular, las orquídeas, tienen que ser buenas en el fondo?

    -¿Quizás, pero no te aturdas, vamos a seguir buscando caminos, soluciones, continuaremos hablando.

    Quiero ayudarte. Tengo que pensar. Te sugiero que lo llames y le digas que ya estás a punto de encontrarle el amigo…

    -Oh, no- protestó ella- no puedo hacerlo, Cristian, porque si fracaso, entonces…

    -¿No tienes a este león fiero a tu lado? Ese infeliz saldrá con la suya, porque yo, Cristian Canfoldo, me propongo que así sea.

    -Eres mi ángel- susurró Paula.

    Estaba convencida de que removería mar y tierra para encontrarle un amigo a su cliente. Cristian era sano y optimista. Nada apreciaba más en la vida que dar mucho, solucionar problemas, animar, y de paso, demostrar que era invencible, otro atributo de increíble vanidad.

    Salieron para ir a cenar.

    Paula le dijo eutrófica.

    -Oh querido mío, tienes la preciosa juventud. Sí, son los jóvenes los que cambian todo, hacen revoluciones, van a la guerra, excitan con los deportes, tienen la energía…

    -Hay algo más que eso- la interrumpió él- Y es el optimismo, la convicción de que el mundo está hecho para nosotros y no hay que perder tiempo. Atacamos, no sólo por ser fuertes, sino decididos. Amamos, somos dulces palomitas- hizo una pausa- Eh, tú cretino- le gritó al hombre, que dando una marcha hacia atrás en su auto, rasguñó el suyo- ¿Has visto, Paula? Este es un mundo perro, estamos rodeados de fieras, malditos. Eh, canalla, para o te voy a romper la crisma…

    Pero el hombre ya estaba en marcha, y escuchándolo, alzó el dedo del medio, una verdadera injuria, mandándolo al infierno donde el diablo cocina gustosamente a sus devotos.

    3

    Al subir la escalera junto con Gastón para alcanzar la gran sala de recepción, topándose en el camino con amigos y desconocidos, sonriendo a todos como lo merecía la feliz ocasión, Paula se sentía tensa con el peinado rígido por la laca, el vestido largo de chifón, la pequeña carterita plateada colgando de su brazo y los zapatos de puntas afiladas y tacones elevados, vieja joya del pasado que sacaba del armario para ocasiones espaciales. Las bodas proporcionaban entre los participantes (incluso los hombres, pero de una manera más aguda en las mujeres) una gran ansiedad que se enfocaba exclusivamente en la apariencia, en salirse de la rutina diaria en el estilo de vestir y lanzarse a buscar la indumentaria apropiada, la que nunca satisfacía plenamente ya fuese por la originalidad o lo común de la prenda, quedaba la sensación de que no se estaba bien. Uno de los dichos más acertados era que a la ópera y a las bodas se asistía para exhibir modelos, factor de vanidad al que no se escapó Gastón, porque tan pronto alcanzaron el vestíbulo, se miró de refilón en un espejo y le susurró disgustado.

    -Tengo que rebajar algunas libras. Esta chaqueta me queda muy apretada.

    -Ah- exclamó Paula, sabiendo que a la hora del gran buffet, su marido olvidaría lo que reflejaba el espejo.

    Los novios no habían llegado todavía a la recepción y entre saludos exclamaciones frívolas sobre la maravilla de tal peinado y la exquisita combinación de un traje descotado con un chal de raso, los concurrentes parecían demasiado inquietos para permanecer en un grupo, y ante la expectativa de la entrada de los recién casados, miraban la puerta sin escuchar la respuesta a la pregunta que habían hecho antes a su interlocutor. Además, frente a la mesa de buffet, las copas, bebidas, la habilidad del camarero para escuchar lo que pedían entre los sonidos discordantes de la orquesta y las voces de los asistentes, suplía de alcohol a los tímidos y a los que no eran tímidos.

    Las mesas estaban reservadas. Paula y Gastón se sentaron con algunos familiares de Cristian, primos y primas que venían de otra cuidad. En la mesa principal decorada con guirnaldas de lirios sujetos en los bordes del mantel blanco con presillas doradas, los asientos vacíos del centro capturaban la atención. Bolsitas de arroz fueron distribuidas por un jovencito sudoroso de altos pómulos que parecía descendiente de los mongoles de Gengis Kan.

    Los novios no tardarnos en llegar. Fueron recibidos con la marcha nupcial, lluvia de arroz, grititos de admiración y algunas lágrimas que se exhibieron como muestra de amor porque como le dijo una tía de Cristian a Paula. También de alegría se llora Intercambiaban frases comunes escuchadas muchas veces que resultaban frescas y apropiadas a la hora de juzgar los sentimientos propios, los ajenos y el evento que precipita a darles una insólita actualidad.

    Cristian bailó con su esposa. Una salva de aplausos cayó sobre ellos en reconocimiento de la belleza, la juventud de los novios y la estupenda prestancia con que bailaron un vals. Cristian bailó con su mamá, y luego sacó a bailar a Paula, quien se ruborizó y nunca supo porque no cedió inmediatamente a su invitación, luchó contra ella justificando una serie de naderías sobre el deber de que la familia iba primero, a lo que Cristian no le hizo el menor caso, la fuerza de su carácter decidido, y Paula, aún con el rostro congestionado, trataba de sonreír cuando tenía unos deseos enormes de llorar.

    Y más tarde lloró con lágrimas silenciosas cuando el iluminado salón se oscureció con los múltiples colores de los enormes globos plásticos, y de cristales que emitían un suave sonido. Paula pensaba en su hijo Andrés, en la adolescencia de él y Cristian cuando estudiaban y jugaban juntos y ella les preparaba espléndidas meriendas, aleccionándolos sobre el futuro, la necesidad de que se condujeran con honestidad en la vida, sermones, por supuesto, que ambos ignoraban, pero ella persistía en creer que habían hecho buen efecto pues los dos eran jóvenes sanos y trabajadores. Ahora Cristian se casaba, pronto tendría una familia y aleccionaría a sus hijos como ella lo había hecho antes con él.

    La pena de Paula surgía más que por la emoción que producían las bodas, por la ausencia de Cristian, quien después de la luna de miel en Bahamas, con el boleto de viaje regalo de ella y Gastón) iba a ocupar el puesto de vice-presidente de la compañía de Seguros en una región de provincia. Cristian se había anotado un gran éxito con ese nombramiento. Comenzaba a ascender. En la historia de la compañía nunca se había nombrado un vice-presidente tan joven, de solo veinte y cuatro años. Por supuesto, Cristian parecía más joven

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