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¡Que Vida!
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Libro electrónico306 páginas3 horas

¡Que Vida!

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Información de este libro electrónico

Despertar y darse cuenta de que uno ya tiene veintitantos años es una cosa, pero percatarse de que además existen diferentes grupos socioeconómicos en la ciudad conocida como Bogotá, en Colombia, y descubrir que las diferencias entre estos grupos son muy marcadas, es otra completamente distinta.
Nos llaman la nueva generación, la famosa generación Y, pero luego de todo lo que ha pasado en Bogotá, ¿será que una persona puede considerarse normal viviendo en esta ciudad?
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento10 sept 2020
ISBN9781506533292
¡Que Vida!
Autor

Jairo Alejandro Gomez Hernandez

Nacido en Bogotá, Colombia. Hijo de padres colombianos (de Norte de Santander). Realizó sus estudios primarios en la Jakarta International School en Jakarta, Indonesia, y terminó sus estudios secundarios en el Colegio Nueva Granada en Bogotá, Colombia. Asistió a la Universidad de los Andes, en Bogotá, donde obtuvo el título de pregrado en Ingeniería Electrónica con especialización en Empresariado y Administración de Empresas. Obtuvo su segundo título universitario de pregrado en The Ohio State University, en Columbus, Ohio, en Ingeniería Eléctrica, y realizó un MBA en Virginia Polytechnic Institute and State University, en Blacksburg, Virginia. Su vida profesional ha tenido lugar principalmente en los Estados Unidos, en Texas, Arkansas, Louisiana, Pensilvania y Virginia. Su vida literaria comenzó cuando empezó a coordinar un club de lectura en español en el 2015.

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    ¡Que Vida! - Jairo Alejandro Gomez Hernandez

    Copyright © 2020 por Jairo Alejandro Gomez Hernandez.

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o son usados de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, acontecimientos, o lugares es pura coincidencia.

    Fecha de revisión: 09/09/2020

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    815095

    ÍNDICE

    Sebastián

    Valeria

    Vicky

    Banco Ganadero

    ¿Quién será esa?

    Graciela

    Feliz cumpleaños

    Andrés Carne de Res, Chía

    Gavanna

    Los travestis y el sida

    El misterioso pepino

    Citas que van de mal en peor

    Amor enfermizo y suicidio

    El amor y la poción de amor

    Una nueva oportunidad

    Pilatunas de exnovias

    Concretando las cosas

    Esmeralda y el club El Nogal

    ¿Servicio al cliente?

    ¿Nuevo cuento a la vista?

    Restaurante Pozzeto

    En busca de un buen goce

    Theatron

    Cómo se desvanece el amor

    Bernardo y Germán andan de huevas

    ¿Sueño hecho realidad? o ¡Qué pena eso!

    ¿Ser lanzado o pasarse de la raya?

    Respeto

    Deisy, ¿y eso?

    El arte de la seducción

    ¿Será que está despegando mi carrera de modelo?

    Nuevo trabajito y autosecuestro

    Rock al Parque, ¿y un nuevo goce?

    ¿Justicia en Colombia? y los requisitos del Bogotá Fashion

    Las cosas van bien con Bernardo y ¿será que esos dos vuelven?

    Chaíto, Fer

    ¿Y eso?

    El Bogotá Fashion

    Otro día en el Bogotá Fashion

    ¿Será que estoy soñando?

    Cómo no se deben hacer préstamos

    ¿Valeria anda de tumbalocas?

    ¡Por fin! Una luz al final del túnel

    Alistándonos para lo que venga

    Ahora sí, ¡pongámonos a practicar!

    A la de Dios: lo que fue, fue

    ¿Qué pasó?

    49042.png

    SEBASTIÁN

    Siento un bienestar en general que va acondicionando mi cuerpo. Miro hacia arriba y no veo nada más que una completa oscuridad que me envuelve y me hace sentir tanto indefenso como seguro. Se me eriza la piel tan solo pensar en todo lo que esa oscuridad tanto esconde como complementa. Me atrae esa oscuridad. ¿Cómo puede ser que algo tan sencillo y simple tenga tanto poder sobre mí, sobre mi cuerpo, sobre mi mente? Estoy mirando a mis alrededores y no veo nada más que oscuridad.

    Comienzo a sentir ganas de pararme, pero me deja atónito tener que pasar a través de esa oscuridad que me vigila tanto como me cubre. Voy escuchando un chirrido pequeño que no logro identificar, pero me da curiosidad saber qué o quién lo estará produciendo. Un insecto o quizás una persona ponzoñosa que está jugando con mis sentidos.

    Sigo observando a mi alrededor y poco a poco mis ojos se van acostumbrando al ambiente en el que me encuentro. Veo que esa oscuridad completa se comienza a desvanecer y ahora puedo identificar mejor todo lo que me rodea. Los objetos poco a poco van tomando forma. Pero sigo sin saber qué son ni de quién son esos objetos que se encuentran en el espacio en el cual me despierto. Me empiezo a desesperar; ¿por qué me encuentro en este espacio? ¿Qué fue lo que hizo que me despertara?

    Siento que algo metálico me toca la espalda y, al voltearme, veo una cadena gruesa, de textura negra, que me tiene atado tanto en los tobillos como en las manos. Distingo un objeto cerca de mí. Es una piedra rodeada por un aro negro . El mismo objeto que me mantiene en este estado, que no me permite moverme con facilidad. Voy mirando el horizonte y comienzo a sentir un leve viento que me acaricia el rostro. ¿Cómo puede ser que me encuentre atado a una piedra en medio de una cueva?

    Intento liberarme, pero me duelen las manos y los tobillos cada vez que me muevo. Es como si las cadenas se encogieran a medida que intento soltarme. Si esto es un juego, debo esperar un rato hasta que termine y los otros jugadores me liberen. Pero si es así, ¿por qué no me acuerdo de cómo comenzó o quién decidió meterme en este juego macabro?

    Espero que los participantes hagan acto de presencia y me cuenten que todo lo que me estoy imaginando es cierto. Estoy en medio de un juego perverso, que tiene un final cercano. Pero si es así, ¿por qué todavía siento que las cadenas me aprietan la piel con más fuerza que antes? El dolor inicial era como una leve rasquiña, como cuando uno se quema al sol y le da por rascarse. Pero estoy sintiendo que las cadenas se van encogiendo y el dolor aumenta casi exponencialmente. Ahora es igual al de una picadura de avispa, aunque todavía es manejable.

    Grito: ¿Alguien está ahí?. No obtengo ninguna respuesta. Sigo gritando, pero todo lo que escucho es puro silencio y ni una gota de luz resplandece por ninguna parte. El sudor se me comienza a acumular en la frente y continúo intentando liberarme frenéticamente. Pero sigo en las mismas. Atado a una piedra sin poder moverme del todo y víctima tanto de los elementos como de mis captores, si es que esto no es un juego.

    Continúo observando a mi alrededor, intentando deducir si voy a estar atado por mucho más tiempo o solo por unos momentos más. Siento un poco de humedad en el aire y, al mirar hacia arriba, distingo una leve acumulación de agua sobre mi cabeza, que ha estado cayendo sobre mí. Me muevo a un lado para evitar mojarme.

    Al cabo de un rato, me recuesto contra la piedra y dejo de moverme. Así siento que las ataduras que me mantienen ahí me sofocan menos. Sin darme cuenta, me duermo; quizás lo hago para ver si toda esta situación no es nada más que un mal sueño…

    Me despierto y veo que las persianas de mi cuarto están completamente cerradas, pero aun así el sol logra atravesarlas como una hoja de papel de arroz. Me levanto y noto que estoy empapado de sudor de la cabeza a los pies. Miro a mi alrededor y, en vez de estar rodeado por una grata oscuridad a las 6 de la mañana, me encuentro rodeado por mis cosas y a pleno sol. Debería comprar unas cortinas gruesas que no dejen penetrar la luz. Aunque estoy todo sudado, termino por agradecer estar debajo de mi colcha azul, aunque la cama está más caliente de lo normal. Siento un leve olor a berenjena y coco, aunque no son ingredientes que yo use.

    Por ahora, mis tarjetas están al límite y no puedo endeudarme más. Como siempre, tengo un montón de trastos sin lavar y me está dando pereza prepararme algo para el desayuno. Pero lo bueno es que hoy es sábado y no tengo que ir al trabajo. Recuerdo que en una época me tocó alojar a un atleta y la reacción de mi mamá: fue curioso. Nos habíamos anotado para hospedar a un deportista de talla internacional o nacional. Al llegar al estadio para recogerlo, mi mamá vio que el tipo que nos habían asignado era bastante musculoso. Enseguida frenó, se preocupó y en un frenesí, me dijo: ¡Ese tipo va acabar con la comida de la casa!. Y de una vez me mandó a que pidiera que nos lo cambiaran por otro. Los organizadores del evento deportivo lo terminaron cambiando por un tipo que era más bien de talla normal, y con ese mi mamá se contentó. ¡Imagínense los trastos que me hubiese tocado lavar con el primer deportista! Pero bueno, al final no fue tan grave la situación.

    Al mirar la revista de una universidad local, noto que han ocurrido varios incidentes en la ciudad que involucran a hombres que les arrojan ácido a mujeres en la cara. Algunas víctimas en ocasiones consiguen echarse agua unos minutos después del incidente, pero terminan con media cara quemada e irreconocible. Al agresor no siempre logran capturarlo.

    Quemadas en vida

    Periódico digital 070, 2 de abril, 2013.

    Me da vergüenza ajena ver que ocurren cosas de este estilo en el siglo XXI. En las últimas décadas, las autoridades colombianas han convertido esta clase de actos en un delito. Pero muchos de estos crímenes no se han hecho públicos y no se ha llevado a los culpables a la Justicia. Pero bueno, la vida sigue y afortunadamente no doy papaya como para encontrarme en una situación de esas.

    Voy caminando y, al entrar a un cafecito, veo que una niña primípara de la universidad o una colegiala de último año con el pelo liso, ojos marrones y gafas me mira con los ojos completamente llorosos, como si nunca hubiese visto a un hombre en su vida. Debe haber salido de un colegio femenino. Le sonrío, pero sigo mi curso y compro un café. Al poco rato, escucho que mi celular está timbrando. Veo que es mi amiga intensa preferida de toda la vida.

    —Aló. Sí, ¿cómo estás?

    —Sebastián, me encuentro esperándote hace un huevo de tiempo. Por fa, necesito que llegues rápido.

    —Bueno, voy en camino. No te imaginas el tráfico tan horrible que hay en este momento.

    —Bueno, vale, te espero. Pero por fa, no te descares.

    —Listo, nos vemos ahora.

    Cojo el café y de prisa busco un taxi en la calle más cercana. Nada peor que todos estos taxis que van llenos a esta hora del día. Con mi mala suerte, casi todos están ocupados, o ya los han reservado, o simplemente se hacen los locos al ver a un hombre con jeans, camiseta polo y tenis levantando el brazo para llamarlos. Luego de unos minutos, por fin un taxi decide parar y llevarme a mi destino.

    —Buenos días. ¿A dónde quiere que lo lleve?

    —Pues necesito que me lleve a la carrera 15 con calle 93.

    —Bueno, ahí vamos.

    Voy mirando por la ventana y aunque la conversación con el taxista está interesante, no puedo dejar de pensar en cómo voy a terminar este proyecto de vida que ha sido un tedio total. Por alguna razón, paso de pensar en algo serio y me desvío al notar la pobreza que se ve por algunas partes de la ciudad. Miro un edificio que está un poco hundido en la carrera 11 con calle 98 y no puedo creer que, en nuestra época, los arquitectos y los ingenieros civiles no hayan podido determinar de antemano si la tierra podría aguantar el peso de la construcción. Según el periódico, fue por fallos en la excavación.

    "Obra de un edificio, la causa del

    hundimiento en carrera 11 con 98"

    Periódico El Tiempo, 11 de abril, 2012.

    Pero bueno, yo no soy nadie para criticar ya que todavía no he logrado absolutamente nada tan importante como construir aunque sea un edificio.

    Al llegar a destino, el conductor para el taxímetro y me indica lo que le debo. Entrego el dinero y procedo a salir del taxi. Tras caminar por algunas de las calles destapadas y llenas de huecos que existen en la ciudad, por fin me encuentro con mi amiga. Se nota lo ansiosa que está por andar metida en un restaurante de moda y, para peor de colmos, sola. Me pregunto en qué anda pensando, ya que está mirando el celular y tecleando una variedad de mensajes a toda prisa.

    —Hola Sebastián. Cada día llegas más a tiempo, ¿no?

    —Bueno, pues ya me conoces. La hora latina es parte de mi estilo de vida.

    Nos ponemos a hablar de los últimos chismes de los cuales nos hemos enterado desde la última vez que nos vimos. Aunque le presto atención, sigo pensando en ese olor a coco y berenjena que no deja de acecharme. ¿De dónde vendrá ese olor? ¿Será que la tipa esa de anoche me regó algún trago encima cuando estaba en la mala?

    Me siento mal porque si bien debería estar prestando atención absoluta a la conversación, mi mente está deambulando por otros lares, donde no debería estar, aunque estoy dichoso porque el sitio que escogió Valeria tiene un cóctel brandy alexander de lujo. Sigo pensando si no habrá sido la india esa, como decía mi abuela, la que me regó algo, o si fue más bien alguno de esos inciensos extraños que pusieron en el apartamento de anoche.

    —Bueno, Vale, te tengo que dejar que tengo algunas cosas por hacer.

    —Vale, Sebastián. Hablamos luego.

    Mientras camino por la calle, recibo un mensaje de texto en mi celular.

    Número no identificado: TQM.

    Me quedo pasmado. ¿Quién putas me estará mandando estos mensajes? Debe ser alguna persona a quien le dieron mal el teléfono. Bueno. Presiono borrar mensaje. A los pocos minutos, vuelve a vibrar el teléfono.

    Número no identificado: No me ignores.

    Nada peor que esto. Voy a las herramientas del celular, esas que todo el mundo conoce, pero nadie sabe en realidad cómo manejar, y me pongo a ver cómo bloquear los mensajes provenientes de esta persona. Después de media hora de ponerme en modo McGyver, no logro nada. Necesito conocer el número, pero como mi celular no lo identifica, no tengo forma de bloquearlo.

    Bueno, va a tocar simplemente ignorar los mensajes y esperar que la otra persona se dé por enterada de que lo que pasó anoche no fue nada más que un buen goce. Sigo caminando y pensando en qué debo hacer para terminar el proyecto cuando me llega un tercer mensaje.

    Teléfono no identificado: ¿Estás bravo conmigo?.

    Ay, no. Me ha tocado mamarme los mensajes que le deberían haber llegado otra persona. Bueno, por lo menos voy a poder reírme con Vale la próxima vez que la vea. Al poco rato me pongo a llamar a algunos de mis panas para ver qué andan haciendo.

    —Aló. Sí, por favor, el tipo más bobo de la ciudad.

    —Uuuuuhhhh, pendejo. Voy a colgar si se pone con huevonadas.

    —Oiga, no sea tan resentido. ¿Cuándo nos vemos?

    —Pues no sé, diga usted.

    —Bueno, pues cuadremos algo para la otra semana.

    —Listo, vale. Nos hablamos.

    Recibo a los dos segundos un mensaje de texto.

    De: Rodrigo

    Sebastián, veámonos la próxima semana en la cervecería artesanal que acaban de abrir en la zona G.

    Le envío un mensaje de texto de respuesta: Bueno Rodrigo, me parece bien. Me avisa a qué hora nos vemos.

    Al llegar al centro comercial Andino, me da por comerme un helado. Es curioso cómo la ciudad ha ido adentrándose hacia el exterior. Ahora todo lo que es extranjero está de moda. ¿Pero será una moda pasajera? Bueno. Me pongo a gozar de lo que considero las calorías necesarias para terminar el día o, al menos, las que puedo disfrutar.

    Al salir de la heladería, siento una mano sobre mi hombro izquierdo que lentamente se desliza hasta llegar a la parte baja de la espalda. Al voltearme veo a una mujer esbelta, curvilínea, con los ojos cafés y el pelo largo café y liso. Se nota que acaba de alisarse el pelo, se ve despampanante.

    —Hola, Sebastián.

    —Hola…

    Intento acordarme del nombre, pero por alguna razón no se me viene el nombre a la cabeza y trato de actuar normal.

    —¿Cómo estás?

    —Qué mal, no te acuerdas de mí, ¿verdad?

    —¿Cómo así? Me extraña que digas eso, obvio que sé cómo te llamas.

    —Bueno, pues dímelo.

    —¿Dime qué?

    —Cómo me llamo.

    —Ay no, no se ponga con esas cosas. ¿Cómo anda todo con Vale?

    Se me viene a la cabeza que la conocí en la casa de Vale, durante su cumpleaños. Es la amiga de Vale de la infancia, pero tuvieron algún tipo de choque porque esta tipa le trató de quitar el novio hace nada.

    —Pues ni idea. Vale anda toda perdida. No sé si pensó que yo andaba detrás de Germán. No me ha querido volver a hablar.

    —Bueno, pues yo, que conozco a Vale, sé que debe estar simplemente muy ocupada.

    —Tal vez.

    Al poco tiempo se me viene el nombre de esta vieja a la cabeza. Vicky.

    —Pues, Vicky, odio tener que dejarte. Pero fue un gusto verte de nuevo. No te pierdas.

    —Vale, Sebastián. Nos vemos luego. ¿Por qué no hacemos un ‘plan light’ en estos días?

    —Pues, Vicky, no sé si tenga tiempo.

    —Sebastián, espero que no me estés dureando por un malentendido, ¿no?

    —Bueno vale. Yo te marco. ¿Cuál es tu número?

    Vicky me termina enviando un mensaje de texto con su nombre y su número de celular. Espero que todo esto funcione, porque no quiero terminar metido en medio del bollo entre ella y Vale. Al alejarme de Vicky, siento un olor leve a berenjena.

    Voy llegando a la casa de mi abuela, donde me atienden de lujo.

    —Sebastián, ¿qué terminaste de hacer en el día de hoy?

    —Nada, abuela. Solo tuve un plan light con Valeria y me encontré con una examiga de ella.

    —Bueno, ¿y qué pasó?

    —Nada en realidad. Solo nos pusimos a hablar pendejadas y a pasarlo rico como siempre.

    —¿Con Valeria o con la amiga?

    Mientras me como las empanadas de carne y me tomo el mute que sobró del fin de semana pasado, hablo con mi abuela acerca de todas las cosas que sucedieron durante la semana.

    49042.png

    VALERIA

    Estábamos con Germán en la sala viendo tele. Pero el bobo, como siempre, miraba futbol y me ignoraba. Me ha tocado ponerme camisetas de la selección para apoyarlo, pero no me da gracia ver partidos locales. Los partidos internacionales o mundiales son los únicos que me animo a mirar.

    —Gordo, ¿cómo anda Millonarios?

    —Pues más o menos. Ahí le vamos ganando a Nacional. Pero al paso que vamos, quizás nos bajen a la categoría B.

    —Ah, chévere.

    No sé porque terminé peleándome con Vicky por culpa de Germán. Ya estamos saliendo hace más de seis meses y aunque me gusta que me respete, no ha intentado ni tocarme los senos. Me acordé de la última conversación que tuvimos con Vicky antes de la pelea.

    —Vicky, marica, estoy en la mala.

    —¿Qué pasó, Vale?

    —Pues, marica, ando con Germán hace unos meses y no sé si me respeta demasiado.

    —¿Por qué lo dices?

    —Pues hemos salido por un tiempo. Ha estado en mi casa, yo he estado en la casa de él y nos besamos a toda hora. Pero otros novios que he tenido al poco rato me quieren desvestir aunque no los dejo.

    —Pues, ¿será gay?

    —No creo porque me las ha mirado, pero se queda como un bobo y termino de mal genio porque no hace nada.

    —¿Y por

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