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Julián En Busca Del Nasca Perdido
Julián En Busca Del Nasca Perdido
Julián En Busca Del Nasca Perdido
Libro electrónico239 páginas3 horas

Julián En Busca Del Nasca Perdido

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Todos los veranos Julin viaja a su lugar favorito, una pequea villa llamada El Paso, construida durante la poca del podero Espaol y localizada en una isla del Mar Caribe. En todas sus visitas, Julin se encuentra con Mitle, quien ha sido su mejor amigo desde que eran nios a pesar de verse nicamente en los veranos. Sin embargo, en su ltima visita a El Paso, la vida de Julin cambia para siempre cuando descubre la existencia del Nasca, una mquina capaz de hacerlo viajar a travs del tiempo.

Sintiendo que vive en un mundo de fantasa, Julin es capaz de experimentar la vida de los Mayas de hace cientos de aos -caminando por las calles de Palenque, encontrndose frente a frente con jaguares sagrados y conociendo al Chamn responsable de gobernar el Imperio Maya. Pero el encanto se rompe cuando se entera que la seguridad del Imperio est amenazada por el ataque de mercenarios, que no pararn hasta ver la gran civilizacin Maya convertida en ruinas. Para sorpresa de Julin, el destino del Imperio Maya depende de l, al ser el elegido para detener la amenaza de los mercenarios y salvar la grandiosa civilizacin.

Junto con su amigo Mitle y otros viajantes en el tiempo de diferentes pocas y civilizaciones, deber otorgar paz al Imperio y prevenir que los mercenarios lleven a cabo su plan. En una historia de amistad y aventura, Julin debe descubrir si tiene lo necesario para ayudar a la civilizacin Maya, o ver a la gran civilizacin sucumbir. Julin en Busca del Nasca perdido es el primer libro de la triloga Julin: Enigmas en el Tiempo
IdiomaEspañol
EditorialAuthorHouse
Fecha de lanzamiento21 sept 2016
ISBN9781524640354
Julián En Busca Del Nasca Perdido
Autor

Ricardo Ibarra

Ricardo Ibarra es un escritor mexicano que siempre se ha fascinado con las culturas Mesoamericanas y la historia Latinoamericana. Mientras trabajaba en la vida corporativa descubrió su pasión por la escritura y la importancia de mostrar a los niños la maravilla de las culturas Mesoamericanas. Su madre es maestra de Historia y su padre Escritor, dando como combinación una pasión por estos temas. Después de vivir en diferentes países de América Latina, hoy reside en la Ciudad de México con su esposa y dos hijos.

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    Julián En Busca Del Nasca Perdido - Ricardo Ibarra

    Julián en busca del Nasca perdido

    Libro 1

    Ricardo Ibarra

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    AuthorHouse™

    1663 Liberty Drive

    Bloomington, IN 47403

    www.authorhouse.com

    Teléfono: 1 (800) 839-8640

    ©

    2016 Ricardo Ibarra. Todos los derechos reservados.

    Ninguna página de este libro puede ser fotocopiada, reproducida o impresa por otra compañía o persona diferente a la autorizada.

    Publicada por AuthorHouse 09/21/2016

    ISBN: 978-1-5246-4036-1 (tapa blanda)

    ISBN: 978-1-5246-4034-7 (tapa dura)

    ISBN: 978-1-5246-4035-4 (libro electrónico)

    Numero de la Libreria del Congreso: 2016915639

    Las personas que aparecen en las imágenes de archivo proporcionadas por Thinkstock son modelos. Este tipo de imágenes se utilizan únicamente con fines ilustrativos.

    Ciertas imágenes de archivo © Thinkstock.

    Debido a la naturaleza dinámica de Internet, cualquier dirección web o enlace contenido en este libro puede haber cambiado desde su publicación y puede que ya no sea válido. Las opiniones expresadas en esta obra son exclusivamente del autor y no reflejan necesariamente las opiniones del editor quien, por este medio, renuncia a cualquier responsabilidad sobre ellas.

    Indice

    Capítulo 1 El Avión

    Capítulo 2 La Isla

    Capítulo 3 El reencuentro

    Capítulo 4 El viaje

    Capítulo 5 Palenque

    Capítulo 6 La fiesta

    Capítulo 7 El Nasca perdido

    Capítulo 8 La Habana

    Capítulo 9 El rescate

    Capítulo 1

    El Avión

    Cada vez que Julián viajaba en avión tenía el mismo presentimiento, que aquel pobre aparatejo metálico sufriría algún desperfecto a medio vuelo y terminaría por convertirse en mil pedazos al chocar contra tierra firme.

    Este viaje parecía ser el peor de todos. Los tuvieron en una calurosa sala por más de dos horas haciendo la espera lenta y angustiosa. Finalmente, de una pequeña puerta apareció el representante de la aerolínea para informarles que era hora de partir.

    "Su atención, por favor. El avión designado para llevarlos a su destino final ha tenido un pequeño problema mecánico, por lo que hemos buscado otro que lo sustituya y pueda realizar el viaje. Este avión es un poco más pequeño, pero estamos seguros que su viaje será placentero. Necesito que todas las personas tomen sus pertenencias, pues vamos a comenzar el abordaje.

    Ah… otra cosa, en nombre de la aerolínea les pido una disculpa, pues el autobús que comunica esta terminal con los aviones tampoco está disponible, por lo que deberán ir caminando. Por favor, diríjanse hasta donde está estacionada aquella camioneta amarilla y den vuelta a la izquierda. Allí podrán ver el avión que les fue asignado. Gracias y disfruten su viaje.

    ¡Cómo es posible! Después de tenernos horas aquí ni siquiera se toman la molestia de llevarnos a la puerta del avión, dijo la mamá de Julián, recogiendo su bolso y una pequeña maleta de mano.

    Julián, sin decir nada, se levantó del asiento y caminó detrás de los demás pasajeros que abandonaban la ‘Sala B’, siguiendo las indicaciones recién recibidas.

    Al llegar a la camioneta y dar la vuelta Julián, levantó la vista para ver qué clase de avión les habían asignado.

    Qué extraño, parece que el señor de la aerolínea se equivocó. Aquí no hay ningún avión.

    Seguramente es aquél, respondió su madre, señalando una pequeña avioneta.

    ¿Tú crees que nos vamos a ir en esa cosa? preguntó Julián, analizando rápidamente las características de aquel artefacto.

    Era una avioneta para menos de veinte personas, tan pequeña, que los pasajeros tendrían que agacharse para entrar, pues no cabrían de pie; el tamaño de las llantas era exageradamente ridículo, eran más chicas que las del coche de su mamá, y si no le fallaba el cálculo podría asegurar que eran hasta más pequeñas que las de su bicicleta. Nadie en su sano juicio creería que esas minillantitas pudieran soportar el peso de algo que supuestamente debía atravesar cientos de kilómetros y llevarlos a salvo a su destino.

    ¿Cómo era posible que el encargado de la aerolínea les dijera ‘disfruten su viaje’? ¿Quién iba a poder disfrutar el viaje en esa cosa?

    Mamá, si crees que voy a subirme a eso, estás muy equivocada, exclamó Julián, jalándola del brazo para insinuarle que abordar el avión tendría el mismo fin trágico que tirarse de cabeza de un edificio de más de cien pisos de altura.

    Su mamá lo tomó de la mano para abordar la nave al mismo tiempo y le dijo: Vamos, Julián, no está tan mal. Yo he viajado en este tipo de aviones en varias ocasiones y te aseguro que no pasa nada.

    Te aseguro que no pasa nada. Te aseguro que no pasa nada, repitió Julián en voz baja para que no lo escuchara su madre. Cómo me lo puede asegurar. ¿Acaso sabe si el motor está en buen estado? ¿Cómo sabe que no nos tocará una tormenta que haga pedazos esta cosa?

    Después de discutir por más de cinco minutos Julián no tuvo más remedio que abordar el avión. Supo que era su fin. Mientras subía los dos escalones que separaban la nave del piso se sintió como una de esas vacas resignadas que caminan lentamente en fila, esperando su turno para ser sacrificadas.

    La pequeña aeronave comenzó a avanzar lentamente por la pista. Las manos de Julián sudaban mientras se sujetaba fuertemente de los descansabrazos. Los motores iban ahora a su máxima potencia; el ruido era ensordecedor. Julián tuvo la pésima idea de asomarse por la ventana, y no pudo creer lo que sus ojos vieron. Las pequeñísimas llantas iban sujetas de un eje que vibraba como si estuviera hecho de plastilina; Su único consuelo ahora era que si el eje se rompía no despegarían, y la cosa no pasaría de un buen susto… Pero no fue así, de repente las llantas dejaron de tocar el piso y el pequeño aeroplano se elevó por los aires.

    Después de un rato de vuelo Julián empezó a tranquilizarse. Primero sobrevolaron la ciudad en la cual Julián había crecido, cruzaron unas altas montañas hasta llegar a las grandes extensiones de tierra cubierta con plantaciones de henequén. El paisaje cambió drásticamente en un abrir y cerrar de ojos, la tierra firme había quedado atrás y empezaron a volar sobre el mar Caribe. Los colores que se apreciaban ofrecían un espectáculo extraordinario: las tonalidades del agua variaban de un azul cristalino a un verde puro, pasando por el turquesa.

    Al igual que en todos sus viajes anteriores Julián seguía minuciosamente el recorrido. Pasaron tres pequeñas islas con poca vegetación; posteriormente apareció la isla que él conocía como ‘Banana’ por su forma curva y alargada, y después de esta rara extensión de tierra estarían cerca de su destino. Fijó la vista en el horizonte esperando que apareciera… ahí estaba, a lo lejos se divisaba una enorme mancha color negro, la cual fue tomando forma mientras se acercaban. Era una enorme isla, la más grande de toda la región.

    Los últimos kilómetros antes de llegar, Julián quedo hipnotizado por los colores del mar y las infinitas formas que se le podían encontrar a las nubes. De tantas veces que había realizado este vuelo conocía perfectamente la geografía de tan magnífico lugar. Sabía que sólo restaba bordear la costa este y después de dos pequeñas bahías, aparecería ante sus ojos el pequeño aeropuerto. Faltaba poco para llegar sano y salvo a su destino.

    Julián iba muy tranquilo recostado en su asiento, esperando que aquella pesadilla terminara, cuando una tremenda explosión lo tomó por sorpresa. El ruido que escuchó fue como si alguien hubiera aventado una enorme piedra al fuselaje del avión; se asomó nuevamente a la ventana y volteó rápidamente a ver los motores.

    ¡Oh, no! exclamó en voz baja.

    El motor que estaba de su lado ardía en llamas, la hélice estaba rota y perdía velocidad rápidamente, seguramente habían chocado contra una enorme gaviota o algún otro animal. De inmediato comenzaron a perder altura. Claramente se podía observar cómo la punta del avión se dirigía a toda velocidad para chocar contra la isla. No cabía la menor duda, iban en picada. ¿Por qué no le había hecho caso su mamá? El siempre lo había sabido: este mosquito de metal no podía afrontar un viaje de tantos kilómetros… Su fin se acercaba, los árboles se hacían cada vez más grandes, las demás islas desaparecían del horizonte, lo cual dejaba claro la baja altura a la que volaban. Sólo faltaban unos segundos más… ¡Qué mala manera de terminar su vida!

    ¿Qué pasa, Julián? ¿Porqué vas tan tenso? le preguntó su mamá. Ya casi llegamos; estamos a punto de aterrizar.

    Sí, sí. Claro… respondió Julián, dándose cuenta que todo había sido un pequeño truco de su imaginación.

    ***

    Los habitantes de la región conocían este lugar como ‘El Paso’. El pequeño pueblo dentro de la enorme isla había sido construido cientos de años atrás como refugio para los grandes galeones que llegaban de España al Nuevo Mundo. En aquella época, la distribución había sido muy parecida a como se podía apreciar en la actualidad, sin embargo, las calles habían estado abarrotadas por tabernas y hostales que recibían a los marinos que, después de haber pasado meses en alta mar, lo único que querían al llegar a tierra firme era un lugar en donde comer algo que no fuera pescado, un poco de diversión y dormir en una cama suave y acolchonada que no se moviera al gusto de las olas.

    Desafortunadamente, aquella época no se caracterizó por su seguridad. El puerto fue atacado en varias ocasiones por barcos piratas que llegaron a saquear las grandes bodegas en donde se guardaban valiosos cargamento de porcelanas, sedas y en algunos casos, oro y plata.

    Con el paso de los años la actividad de los hombres y mujeres cambió. Los grandes barcos dejaron de llegar al puerto y la gente que no quiso mudarse a otro sitio tuvo que dedicarse a la pesca o al cultivo de frutas típicas de la región, como mango, piña o plátano.

    Fue en esta época que el pueblo adquirió su aspecto actual. Las tabernas y los hostales cerraron sus puertas, las bodegas desaparecieron dando paso a plazas y parques, todas las calles se empedraron, las casas se pintaron de color blanco, los techos se cubrieron con teja roja y, para darle el toque final, las ventanas se protegieron con balcones adornados con macetas en las cuales crecían flores multicolores.

    De unos veinte años a la fecha las cosas habían cambiado nuevamente. Cosechar y comercializar fruta seguía siendo un buen negocio, sin embargo, ahora la economía de la isla se centraba en dos actividades. La primera era la pesca; esta isla se había convertido en el centro del comercio de todos los productos que se sacaran del mar, y sus enormes bodegas-congeladas podían guardar miles de toneladas de pescado.

    El turismo era la segunda; todo el año, este paradisíaco lugar era visitado por turistas que venían en busca de los cálidos rayos del sol durante los fríos meses de invierno, así como por numerosas familias que, sabiendo del excelente clima, llegaban dispuestas a gastar sus ahorros a cambio de disfrutar las bondades de este magnífico lugar.

    El taxi que Julián y su mamá abordaron en el aeropuerto, avanzaba lentamente por un camino de terrecería lleno de hoyos después de recorrer las pequeñas calles del pueblo. A lo lejos se veía una pequeña casa color blanco sobre una loma. Esta era la casa que Julián y su familia habitaban cuando visitaban la isla.

    La familia Muñoz estaba formada por Don Carlos, la señora Antonia y su hijo Julián. Ellos visitaban la isla todos los veranos desde hacía varios años, pues Don Carlos, un experimentado comerciante de pescado y mariscos, venía a atender sus negocios. Desde pequeño había acompañado a su padre y a su abuelo a pescar y vender todo lo que lograban sacar del mar, pero con el paso de los años hizo crecer el negocio hasta convertirse en uno de los caciques más importantes de toda la región, razón por la cual pasaba la mayor parte de su tiempo viajando, recorriendo los principales puertos y comerciando con las grandes compañías que se encargaban de sacar millones de pescados todo el año.

    Don Carlos y su esposa, Antonia, siempre soñaron tener una familia numerosa, pero no sucedió así. La señora Antonia tuvo problemas con sus dos primeros embarazos y no fue hasta el tercero que finalmente nació un precioso bebé a quién bautizaron con el nombre de Julián. Actualmente tenía doce años y aunque a él también le hubiera gustado tener hermanos, siempre se las arreglaba para hacer buenos amigos y estar acompañado.

    Una de las cosas que desde pequeño Julián más disfrutaba era estar con su papá. Gozaba enormemente pasar los domingos enteros en la playa construyendo sofisticados castillos o cavando enormes hoyos en donde enterrarlo, dejando al descubierto únicamente su cabeza para decorar su enorme calva con pequeñas figuritas de arena.

    Entre semana solía acompañarlo a ver a sus clientes, pero sobre todo cuando sabía que su padre visitaría Fish-Mn Co., la compañía más grande que Julián jamás hubiera visto y con la que su padre hacía el mayor número de negocios. Aún recordaba el olor que se impregnaba en su ropa después de recorrer aquellos inmensos pasillos rebosantes de pescado congelado.

    El verano anterior, por perseguir a una pequeña perrita que pertenecía al encargado de la bodega, Julián se había quedado atrapado por más de media hora en un enorme congelador a menos ocho grados centígrados. Afortunadamente Folly se quedó atrapada con él, y su amo comenzó a buscarla desesperadamente. Cuando los encontró, ambos estaban a punto de convertirse en paletas. Julián estaba seguro que, de no haber sido por Folly, habría quedado igual de tieso que todos los amigos con escamas que estaban en ese congelador.

    A últimas fechas, y para mala suerte de Julián, su padre, además de comerciar con pescado, ahora salía junto con los barcos pesqueros para ayudarlos a encontrar los enormes bancos de peces y supervisar la calidad del producto que capturaban. En una ocasión Julián decidió acompañarlo, pero ese día resultó ser el peor de su vida. Julián pasó todo el tiempo recargado en un pasamanos, viendo el ir y venir de las olas, y vomitando todo lo que había comido durante el día. Desde muy pequeño se mareaba en los aviones, al mecerse en un columpio o en cualquier otro lugar que se moviera más que un coche estacionado dentro del garaje. A partir de ese día y pese a la insistencia de Don Carlos para que lo acompañara, Julián prefería quedarse en tierra firme.

    ¡Hola, papá! gritó Julián, bajando ansiosamente del taxi para saludarlo.

    Hola, hijo. ¿Cómo les fue de vuelo? preguntó Don Carlos, abrazando fuertemente a su hijo. ¿No te dio miedo?

    No, para nada. Estuvo muy tranquilo.

    La señora Antonia, al oír la respuesta de su hijo, miró a Don Carlos mientras le sonreía y le guiñaba un ojo.

    Capítulo 2

    La Isla

    Hacía una semana que la familia Muñoz había llegado a la isla. Don Carlos llevaba dos días fuera de casa visitando a todos sus clientes, la señora Antonia estaba ocupadísima arreglando la casa, que, después de un año de estar deshabitada, siempre tenía varios desperfectos por arreglar.

    Julián, a diferencia de otros veranos estaba solo y aburrido. A la mañana siguiente Julián decidió levantarse temprano para ver si esta vez lograba encontrar a Mitle.

    Era una mañana ideal para las personas que pasaban sus vacaciones de verano. El cielo estaba más azul que nunca, no se veía ninguna nube que pronosticara lluvia por la tarde y una suave brisa refrescaba el ambiente.

    Nuevamente Julián recorrió todas las calles del pueblo, pero al igual que en los días anteriores, su búsqueda no había sido exitosa. Ahora, decepcionado y aburrido, caminaba sin rumbo fijo, pateando cuanta pequeña piedra se le cruzaba en su camino.

    Al pasar por una pequeña plaza oyó el claxon de un coche y a dos señores discutiendo fuertemente. Julián volteó para ver lo que sucedía y sin darse cuenta tropezó con alguien.

    Buenos días, Julián. Si no te fijas por donde vas algún día tendrás un accidente.

    Buenos días, respondió Julián, levantando la vista para ver al dueño de tan conocida voz.

    Era el señor Plump, un viejo gruñón que se dedicaba a hacer todo tipo de arreglos en las casas de la isla. Era el plomero, electricista, pintor y en algunos casos hasta jardinero.

    Todo lo que el señor Plump arreglaba, por lo general quedaba relativamente bien, a excepción de la gotera del cuarto de Julián, la cuál había que arreglar más de cuatro veces cada verano.

    ¿Está tu mamá en casa? preguntó el señor Plump, mostrándole su vieja caja de herramientas. Me pidió que fuera a revisar el fregadero.

    Sí, creo que sí. Cuando salí estaba cocinando unas galletas.

    Gracias, y no olvides mi consejo, agregó el señor Plump mientras en su cara se dibujaba una falsa sonrisa, dejando ver un diente de oro que brillaba con el reflejo del sol.

    Julián bajó nuevamente la vista buscando otra piedra para patear. Le parecía muy extraño que Mitle no hubiera ido a su casa. En otras ocasiones aunque Julián no le avisara cuando regresaría, no pasaban más de dos días de su llegada a la isla cuando Mitle ya había ido a buscarlo. ¿Por qué este verano no sabía nada de él? ¿Por qué no había ido temprano a despertarlo para ir juntos a la playa a cazar cangrejos? ¿Se habría olvidado de él?

    Transcurrida casi una hora de su encuentro con el señor Plump, tiempo suficiente para que terminara de revisar el fregadero y cualquier otra descompostura que hubiera en la casa, cuando Julián decidió volver.

    Hola, pequeño, dijo su mamá. Qué bueno que llegas temprano a casa, así podrás acompañarme al mercado a recoger las manzanas que encargué para prepararte un delicioso pay, luego pasaremos con Doña Rosa a comprar unas flores, para que cuando llegue tu papá encuentre la casa tal como le gusta, y también quisiera pasar a saludar a la señora Blanca, ella siempre ha sido muy atenta con nosotros y no quiero que piense que somos unos mal agradecidos.

    La señora Antonia era conocida en la isla como la señora Tony. Ella era feliz platicando con cualquier persona que se cruzaba en su camino. Al llegar a la isla siempre aprovechaba las primeras dos semanas para visitar a sus amigas y saludar a la ciudad entera, y las dos últimas semanas para despedirse de todas las personas que ahí conocía: al vendedor de periódicos, a la señora del mercado que cada verano le vendía fruta, a la costurera que hacía unos vestidos preciosos -o cuando

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