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Recursos curativos y patrimonio biocultural en Suchitlán, Comala, Colima
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Recursos curativos y patrimonio biocultural en Suchitlán, Comala, Colima
Libro electrónico814 páginas9 horas

Recursos curativos y patrimonio biocultural en Suchitlán, Comala, Colima

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Se develan conocimientos que abarcan desde la relación de respeto entre el hombre y la naturaleza que construyen los indigenas para pedir y agradecer aquello que se les brinda, hasta el valor de los ciclos de los astros y las estaciones en cuanto al impacto que ambos producen sobre la agricultura, la vida y la muerte.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 ago 2021
ISBN9786075394145
Recursos curativos y patrimonio biocultural en Suchitlán, Comala, Colima

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    Recursos curativos y patrimonio biocultural en Suchitlán, Comala, Colima - Edith Yesenia Peña Sánchez

    Portada

    RECURSOS CURATIVOS Y PATRIMONIO

    BIOCULTURAL EN SUCHITLÁN, COMALA, COLIMA

    COLECCIÓN ETNOLOGÍA Y ANTROPOLOGÍA SOCIAL

    SERIE ENLACE

    RECURSOS CURATIVOS

    Y PATRIMONIO BIOCULTURAL

    EN SUCHITLÁN, COMALA, COLIMA

    Edith Yesenia Peña Sánchez
    Lilia Hernández Albarrán

    SECRETARÍA DE CULTURA

    INSTITUTO NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA


    Peña Sánchez, Edith Yesenia y Lilia Hernández Albarrán Recursos curativos y patrimonio biocultural en Suchitlán, Comala, Colima [recurso electrónico] / Edith Yesenia Peña Sánchez y Lilia Hernández Albarrán. – México : Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2020.

    10.8 MB : il., fotografías, tablas, dibujos y mapas. – (Colec. Etnología y Antropología Social, Ser. Enlace)

    Notas: url

    ISBN: 978-607-539-414-5

    1. Conocimiento ecológico tradicional – México 2. Indios de México – Medicina – México – Suchitlán (Colima) 3. Medicina tradicional – México – Suchitlán (Colima) 4. Plantas medicinales – México – Suchitlán (Colima) I. Hernández Albarrán, Lilia II. t. III. Ser.

    RS173.M6     P562


    Primera edición: 2020

    Producción:

    Secretaría de Cultura

    Instituto Nacional de Antropología e Historia

    D. R. © 2019, Instituto Nacional de Antropología e Historia

    Córdoba, 45; 06700, Ciudad de México

    informes_publicaciones_inah@inah.gob.mx

    Las características gráficas y tipográficas de esta edición son propiedad

    del Instituto Nacional de Antropología e Historia de la Secretaría de Cultura

    Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción

    total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento,

    comprendidos la reprografía y el tratamiento informático,

    la fotocopia o la grabación, sin la previa autorización

    por escrito de la Secretaría de Cultura/Instituto

    Nacional de Antropología e Historia

    ISBN: 978-607-539-414-5

    Hecho en México

    logo_inah2020resolucion

    ÍNDICE

    Agradecimientos

    Prólogo

    Introducción

    Breve historia de la utilización de recursos naturales aplicados a problemas de salud

    Recursos curativos ancestrales

    Recursos empleados en las prácticas curativas de Suchitlán, Comala

    Patrimonio biocultural y recursos curativos tradicionales

    Glosario

    Anexo

    Bibliografía

    Índice de recursos curativos

    Todo lo que es verdadero (lo que tiene raíz),

    dicen que no es verdadero (que no tiene raíz).

    Nezahualcóyotl

    AGRADECIMIENTOS

    Agradecemos el apoyo para la realización de esta obra a las diferentes instancias que conforman el Gobierno del Estado de Colima, en especial a la pasada administración del licenciado Jesús Silverio Cavazos Ceballos†, gobernador constitucional del estado de Colima, y a la licenciada Idalia González Pimentel, presidenta del DIF estatal de Colima, cuyas autoridades y personal operativo demostraron plena confianza en la ejecución del Proyecto Estrategias de supervivencia doméstica y sus consecuencias en la salud adscrito a la Dirección de Antropología Física del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), y su empate con el Suproyecto Rescate y conservación biocultural del patrimonio colimense. Un esfuerzo que consideramos aportó elementos a la integración de un acervo biocultural propio del estado, en el que apoyaron el secretario de Salud, doctor José Salazar Aviña, y el doctor Carlos César Romero, lo que abre una brecha hacia la recuperación de tradiciones ancestrales y prácticas contemporáneas, así como del bagaje genético y ambiental que han permitido a nuestras familias y comunidades su existencia y sustento mediante la confluencia y actual integración de diferentes formas de ver y andar por el mundo.

    De igual manera agradecemos el apoyo incondicional y facilidades que brindó el INAH a través de su directora general Teresa Franco, del doctor Diego Prieto y del doctor José Antonio Pompa, director de Antropología Física, para el desarrollo de la presente investigación, testimonio de que la salud es y será una necesidad sentida de los pueblos y, además, conformada como un derecho en la actualidad. Por ello, la biodiversidad es uno de los componentes esenciales de las prácticas culturales de los pueblos indígenas, por lo que existe un bagaje de saberes, técnicas y usos entre los que destacan la elaboración de recursos curativos, cuyo rescate y conservación se torna una tarea impostergable. Vaya nuestra gratitud también para el personal de la Secretaría de Salud y Bienestar Social del estado de Colima por su apoyo administrativo, técnico y crítico sobre el proyecto, en particular a la licenciada Norma H. Baltazar Zamora y su equipo de trabajo; a Citlali Ríos de la Mora, expresidenta del Patronato de la Beneficencia Pública de la Secretaría de Salud; al doctor Alberto Maldonado, a la licenciada Ma. Magdalena Valdés Velasco, al licenciado Ramón Ruiz Magaña, a Verónica Gaytán Durán, a Josefina Curiel Aguayo y a Florida Beatriz Torres Espinosa.

    A la Dirección de Servicios de Salud del Estado de Colima, sobre todo al personal que conformaba la Subdirección de Enseñanza, Capacitación e Investigación: los doctores José Luis Rodríguez, Maurilio Jiménez, Roberto Rangel y Susana Vera, las enfermeras Wendoline Guerrero y Perla Jiménez; la trabajadora social Delia Carrillo; la partera Maya Pineda y al personal de apoyo administrativo, Rosa Elena Aguayo, Glenda Margarita Ramírez y José Luis Ramos. A todos gracias por la amistad, atención y ayuda que en todo momento nos brindaron, así como por su compromiso institucional y social.

    Agradecemos el impulso del gobierno municipal de Comala e instancias locales de Suchitlán que se han generado desde la pasada administración con el ingeniero Óscar Valencia Montes, presidente municipal de Comala; a José Guadalupe Elizondo, presidente de la Junta Municipal de Suchitlán, y a la licenciada Juana Andrés Rivera, comisionada de los pueblos indígenas del municipio de Comala. Ellos compartieron con nosotros su sentido de compromiso comunitario, nos brindaron su confianza y casa, además de acercarnos y llevarnos con los informantes que hicieron posible recopilar este acervo en la presente obra. En dicho municipio se observa el esfuerzo por poner en marcha planes de desarrollo socioeconómico y turístico que impacten en el positivo crecimiento de la comunidad de Suchitlán, gracias a los cuales, así como a la integración de los proyectos en conjunto podemos hablar ahora del rescate de las tradiciones en la comunidad de Suchitlán. No podemos pasar por alto a este respecto la convicción de apoyo institucional e incondicional a la gente de la comunidad y a esta investigación del personal del Centro de Salud de Suchitlán, Comala, en especial al doctor Héctor Ayax y a la enfermera Natividad de los Santos.

    Nuestro agradecimiento al equipo de trabajo de campo que en diferentes momentos nos apoyó en la recuperación de información en la comunidad en esta segunda fase del proyecto: Yesenia Santos, Mitzi Salazar Castañeda y Luisa Fernanda Vargas Ceballos por su auxilio en los recorridos y visitas realizadas a las comunidades, por la captura de datos y revisión editorial y sobre todo por su valiosa amistad y disposición humanística; a Armando Záizar Soto, Ana Mirna Flores y a los investigadores de la Facultad de Química de la Universidad de Colima en Coquimatlán, al exrector de la Universidad de Colima, Miguel Ángel Aguayo; al licenciado Humberto Muñiz Mercado, del Archivo Histórico de Salud del Estado de Colima; al doctor Guadalupe Rosales, exdirector del Centro de Salud de Suchitlán, y al maestro Jesús Pimentel, presidente de la Organización Civil Suchitlán Vive, por compartir amenas charlas sobre proyectos comunes, problemáticas asociadas a la salud y críticas constructivas a la investigación. La revisión exhaustiva del catálogo etnográfico de recursos curativos que integramos en esta obra fue revisada por las biólogas Margarita Avilés Flores y Macrina Fuentes Mata, investigadoras adscritas al Centro INAH-Morelos. Gracias por sus observaciones y críticas constructivas, por su compromiso, solidaridad y confianza en esta investigación.

    Finalmente, nuestro reconocimiento al entusiasmo, tesón y amor que se expresa de manera comunitaria o profesional por apoyar a otros con sus problemas de salud. A ellos, los que saben del cuerpo y ciclos, de la recolecta, preparación y uso de recursos curativos elaborados con base en plantas, animales, minerales, alimentos, bebidas y más... nuestro agradecimiento por compartir sus saberes y conocimientos. A ellos nuestro respeto, cariño y admiración: a Jacinta Andrés, Sebastiana Martínez, Francisco Covarrubias, Basilia Campos Santos (†), Arcadia Covarrubias, Miguel Ángel Pascual, Antonio García, Gregoria Andrés, Daniel de Jesús Carrillo, Eduarda de la Cruz (†), Micaela Vicente Romero, Refugio Andrés Máximo, Elvira Rodríguez, Édgar Elizondo Fuentes, Virginia Lizama Guzmán, Lucía Cruz Ignacio, José Trinidad Ávalos Torres, Ignacio Elizondo Fuentes, Juana Andrés Rivera, Dolores Fuentes de Elizondo, Martha Leticia Cristóbal, Teresa Andrés Hernández, Julián Andrés Máximo, Bernardina Candelaria Martínez, Consuelo Ayala Aguilar, Margarita Ávalos Andrés, Ismael Martínez Guzmán, María Luis Romero Fuentes, María Félix Rivera Andrés, Luz Barrera Cervantes, Socorro Sánchez, Juan Ávalos, María Ávalos Andrés, Anastasia Rivera Andrés, Prudencia Murillo Martínez, María Calvario, Rosendo Castro, Ojitocina Andrés Ignacio, Elena Barbosa de Cárdenas, Eric Fernando Hernández Martínez, Benjamín Martínez de León, Pablo Ceja Pérez, Jesús Vargas Juárez y Adriana Zamora de Elizondo, además de todas aquellas personas que de una u otra manera apoyaron con información sobre recursos curativos utilizados para solucionar los problemas de salud de los pobladores de Suchitlán, Comala, Colima.

    PRÓLOGO

    Por su ubicación geográfica, México es un país en el que es posible encontrar la mayoría de los ecosistemas que se han descrito en el mundo. En sus diferentes condiciones ambientales es proyectada una amplia diversidad florística, faunística, edafológica, mineralógica y de otros tantos recursos más que conforman la riqueza natural del territorio nacional, gracias a lo cual se fueron estableciendo, a través de los siglos, asentamientos humanos de gran diversidad cultural a todo lo largo y ancho del territorio que hoy es México. Así, cada cultura produce y reproduce sus condiciones materiales, intelectuales y espirituales, fundando numerosos tipos de relaciones entre este universo natural y las tantas culturas que dieron origen a la pluriculturalidad, que no es otra cosa más que riqueza de saberes en nuestra región.

    A pesar de los cambios tan extremosos que hemos experimentado en nuestro país, Suchitlán, lugar de las flores, es todavía una comunidad con tradición ancestral que se destaca como cuna de curanderos y brujos. Es uno de los tantos sitios de condiciones semejantes, como Tepoztlán, Morelos, y Catemaco, Veracruz, por citar algunos, adonde acuden las personas ya sea para sanarse o comprar los diversos recursos naturales con los que elaboran sus remedios tradicionales para curar los problemas de salud propios o de extraños.

    Este libro que tiene usted entre manos forma parte de una investigación más amplia sobre el rescate y la conservación del patrimonio biocultural colimense, cuyo producto inicial fue la obra Entre saberes ancestrales y conocimientos contemporáneos: las prácticas y representaciones curativas en Suchitlán, Comala, Colima, editado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (Peña y Hernández, 2014). Por ello nos atrevemos a asegurar que éste es su continuación a manera de segundo volumen, en el cual las autoras dan evidencia de la biodiversidad en torno a los recursos naturales que son utilizados para la salud en la comunidad de Suchitlán, donde estos saberes tradicionales y populares están dirigidos a la atención de la salud-enfermedad.

    Las dos partes que forman esta obra contienen información de diversa índole que nos proporciona un panorama amplio sobre el tema. El trabajo etnográfico aquí presentado les ha permitido a las autoras incursionar en otros campos de la investigación científica, como son la botánica, la etnobotánica y la zoología, disciplinas del campo de la biología, base para reunir este acervo, y qué decir de las terapias, recetas y preparados elaborados por las manos de los curanderos de Suchitlán, quienes participaron plenamente en las entrevistas y colectas realizadas por las autoras. Así, el patrimonio cultural de esta región queda engarzado al binomio biocultural, de gran importancia en la actualidad.

    Ardua tarea la que se han impuesto tanto la doctora Edith Yesenia Peña Sánchez como la maestra Lilia Hernández Albarrán. La red de contactos que han establecido para alcanzar sus objetivos en favor del rescate y valoración de este conocimiento empírico permitirá no sólo preservar un saber social y cultural de mucha trascendencia, sino también realizar nuevas investigaciones en este tema, ya que son consideradas fuentes potenciales de muy variadas aplicaciones para el ser humano, sobre todo para la salud y la alimentación.

    El empleo de las sustancias de uso medicinal que nos da la naturaleza —contenidas en las diferentes plantas, animales y minerales—, comprobadas o no su eficacia, es un aspecto cultural todavía vigente en esta comunidad. Las autoras hacen gala del conocimiento herbolario del que han hecho acopio; un ejemplo es el uso del zapote blanco (Casimiroa edulis) o de la cola de tlacuache (Didelphis sp.), ambos con una amplia distribución en México y de los cuales existen referencias en fuentes históricas relacionadas con las plantas y animales de uso curativo empleados desde época prehispánica. Es el caso también del acervo terapéutico: tizanas, pomadas, agua de uso, baños, lavados, frotaciones, sahumerios y emplastos, enjuagues y demás aquí reunidos. Sin soslayar la evidente introducción de elementos de uso curativo de diversas partes del mundo a lo que hoy es el territorio mexicano, iniciada principalmente en la época colonial, ya sea de plantas, animales u otros recursos de muy variados orígenes.

    Hay que destacar que el material reunido por las investigadoras integra el saber empírico y el científico, al establecer la relación entre el nombre popular y el nombre científico de los recursos naturales utilizados para resolver los problemas de salud que enfrenta cotidianamente la población heredera de tradiciones indígenas de Suchitlán. Esperemos que los aportes de esta exhaustiva investigación sirvan de pauta para llevar a cabo futuros trabajos que valoren la potencialidad existente en este acervo biocultural.

    Biólogas Margarita Avilés Flores

    y Macrina Fuentes Mata

    Centro INAH-Morelos.

    INTRODUCCIÓN

    Esta obra es el segundo volumen de la Colección Rescate y Conservación Biocultural del Patrimonio Colimense, que surge por la necesidad de fortalecer la identidad pluricultural y valorar el saber tradicional y popular que sobre salud tienen las comunidades herederas de tradiciones indígenas del estado de Colima. Esta iniciativa se crea de manera conjunta por la Secretaría de Salud y Bienestar Social del Estado de Colima, a través del doctor José Salazar Aviña, y la Dirección de Antropología Física del Instituto Nacional de Antropología e Historia por conducto de la doctora Edith Yesenia Peña Sánchez, quien empata el Proyecto Estrategias de supervivencia doméstica y su impacto en la salud, adscrito a dicha institución, y lo fortalece por medio de la campaña estratégica impulsada por el DIF estatal: Colima, identidad que nos une, al frente de la cual se encontraba la licenciada Idalia González Pimentel de Cavazos. De esta manera se integran acciones en un esfuerzo por conocer y difundir el patrimonio del estado, constituido como un bagaje que brinda elementos sobre la identidad colimense heredados de generación en generación y enriquecidos por la experiencia y creatividad de sus pobladores.

    En el primer volumen: Entre saberes ancestrales y conocimientos contemporáneos: las prácticas y representaciones curativas en Suchitlán, Comala, Colima, se encuentra una amplia descripción y análisis de las prácticas y representaciones curativas que desarrolla una comunidad para dar solución a sus problemas de salud, así como los sistemas y ofertas en salud, los mecanismos y las estrategias que generan la comunidad y las familias para resolver sus problemas de salud asociados a padecimientos y enfermedades, además de la relación que guardan con el uso ecológico de los recursos utilizados en la práctica terapéutica. Un acervo sobre los 141 problemas de salud más recurrentes en la comunidad de Suchitlán, Comala, Colima, por medio del cual se recupera el relato personal o el testimonio narrado por un familiar de 18 poseedores del conocimiento ancestral y contemporáneo sobre las representaciones en torno a la salud-enfermedad, el cuerpo-persona, las prácticas terapéuticas y recursos curativos que aplican según el problema de salud, padecimiento o enfermedad, sus iniciaciones como curanderos, doctores o personas que participan en acciones que conllevan a un bienestar social y espiritual.

    En este segundo tomo usted contará con una amplia recopilación de información de campo que sin duda amplía nuestro conocimiento del actual uso ecológico de los recursos útiles para sanar, de la relación de respeto, peticiones y agradecimientos que se realizan para tomar elementos de la naturaleza y, sobre todo, de los ciclos de los astros y las estaciones, todas relacionadas con la agricultura, con la vida, la muerte y su continuidad. Saberes útiles que trascienden el tiempo a través de la oralidad y la observación, que fortalecen el saber popular legitimado en nuestras comunidades herederas de tradiciones indígenas y que promueven y refuerzan el sentido de la autogestión y desarrollo sustentable por medio del rescate, la transmisión y la promoción de las prácticas y representaciones e innovaciones curativas.

    Consideramos pertinente continuar la investigación en la comunidad de Suchitlán dada su historia y legitimidad entre los colimenses como cuna de curanderos y brujos, lugar al que acuden las personas de la región y de fuera de ésta para componerse o comprar algunos recursos curativos, como las plantas para elaborar sus remedios caseros, ya que como dicen: no hay mejor yerbería o botica que la cocina, el traspatio y el potrero. Entremos pues a estos espacios a partir de un recorrido por los cuatro capítulos de este libro, que pretenden brindar un amplio panorama descriptivo y relacional de los actuales recursos curativos (plantas, animales, minerales, bebidas, alimentos y más…) que utiliza una de las comunidades herederas de tradiciones indígenas del estado de Colima: Suchitlán, Comala. Una comunidad que atesora una tradición ancestral y potencializa su desarrollo y permanencia mediante sus representaciones y prácticas curativas, donde la biodiversidad del entorno es eje, a la vez que mantiene su vulnerabilidad debido a la desigualdad social y experiencias negativas en su desarrollo comunitario. De ahí que hayamos dado un paso en la recuperación cuidadosa de parte del patrimonio tangible e intangible que promueva el rescate, la memoria y la conciencia de un territorio con raíces indígenas que valora el saber de las prácticas curativas.

    Breve historia de la utilización

    de recursos aplicados a problemas de salud

    Se brinda un breve recorrido de cómo ha sido la relación hombre-naturaleza-sociedad, de cómo se han generado representaciones culturales que integran un amplio conocimiento, el cual incluye la observación de los astros y de los fenómenos climáticos y ciclos de vida de plantas y animales, así como la propia experiencia de reconocimiento, prueba y error, lo cual permitió a los primeros humanos distinguir los recursos que ofrecía su medio ambiente, mismos que se enriquecieron con la domesticación de plantas y animales, con la agricultura y el sedentarismo. Por su parte, la integración de tradiciones culturales (egipcia, greco-romana, árabe, china y mesoamericana, entre otras) dio pie a la sistematización de dichos recursos, su enseñanza y legitimización. En el caso de México, las prácticas curativas de sus pueblos originarios sufrieron una fractura en su manera de transmisión formal debido a la persecución, si bien algunos de sus significados lograron sobrevivir y se combinaron con la medicina europea y con ideologías religiosas de origen cristiano durante la Colonia. Además, recibió la influencia de más migrantes europeos, asiáticos y africanos, generando así una práctica curativa denominada por Anzurez (1981) mestiza, la cual ha sido objeto de grandes debates y cambios, entre los que se cuentan sobre todo el de la institucionalización de un sistema de salud oficial y de las formas de regulación de quienes practican dicho saber tradicional y los recursos que utilizan, pasando de su recolección y venta en mercados a la botica y la industria farmacéutica de sustancias activas sintetizadas en laboratorio. No obstante, así como se motivó el interés por conocer más sobre los recursos empleados en las prácticas curativas de los grupos indígenas hasta llegar a no usarlos sino de manera sintética, también se ha distorsionado su importancia, eficacia y sentido cultural, devaluándose con ello nuestro pasado histórico, las poblaciones indígenas contemporáneas y sus saberes sobre el aprovechamiento del medio ambiente en beneficio de la salud y la alimentación. Sin embargo, siguen siendo reproducciones culturales que incluyen a su vez innovaciones que siguen siendo operativas para un gran número de pobladores del México contemporáneo.

    Recursos curativos ancestrales

    En este apartado se describe el sentido que la cosmovisión indígena ha dejado como una herencia reconocida a través de sus representaciones y prácticas curativas en varias poblaciones, las cuales se han adaptado generacionalmente a su entorno, experimentado y hecho propios los recursos de una amplia biodiversidad que ofrece, en este caso, la región de occidente, mismos que han sido útiles no sólo como abrigo, cobijo y alimento, sino también como particulares formas de tratar sus padecimientos, restaurando el equilibrio perdido en el cuerpo, la mente, el espíritu y la comunidad. Elementos que conforman gran parte de la tradición curanderil o reconocida como medicina tradicional, cuyos practicantes a lo largo de la historia han pasado por muchas influencias, persecuciones y transformaciones. Saberes y conocimientos que se mezclan e integran en mayor o menor medida debido a su historia pero que continúan vigentes en la memoria de las gentes, de esos, los poseedores del conocimiento ancestral que conocen los secretos de tratar el padecimiento o la enfermedad a través del manejo de recursos naturales útiles para la curación y alimentación de los pueblos de ascendencia indígena de la zona.

    Recursos empleados en las prácticas

    curativas en Suchitlán, Comala

    Aquí se recopila el amplio saber de curanderos y conocedores de las antiguas tradiciones de la zona sobre recursos curativos útiles para su aplicación en la solución de problemas de salud. Se integra un acervo de 316 recursos curativos narrados por 46 informantes, divididos en los siguientes rubros: plantas, animales, minerales, alimentos, bebidas, fluidos corporales, productos químicos, medicamentos y otros recursos, establecidos por el carácter etnográfico obtenido a partir de la tradición oral de la comunidad. En cada cédula de recurso curativo se presentan las denominaciones coloquiales y se anexa nombre científico, fotografía, descripción, especificándose la parte utilizada de dicho recurso, las observaciones para su obtención, la enfermedad o padecimiento con que se le asocia como remedio, el modo de preparación del recurso y la forma de usarlo, así como su posible utilización por otros grupos, las observaciones del caso y el nombre de la persona que proporcionó la información. Dichos datos se compararon con las clasificaciones de flora y fauna de la región provenientes de diversas obras documentales y herbarios para ubicar su nombre científico, origen, usos y, de ser posible, rastrear la utilización de dichos recursos como elementos curativos entre poblaciones indígenas pretéritas o contemporáneas de nuestro país.

    Patrimonio biocultural

    y los recursos curativos tradicionales

    En este capítulo se abordan las temáticas sobre la conformación de un patrimonio biocultural, regulación, producción y comercio de plantas medicinales, ya que la existencia de la medicina tradicional y la utilización de sus recursos curativos han motivado el interés del Estado, instituciones académicas y organizaciones civiles por realizar esfuerzos conjuntos para que este acervo patrimonial no desaparezca. Se trata de un saber tradicional heredado que actualmente es considerado una herramienta útil para la elaboración de fármacos y el desarrollo de los campos biomédicos, respecto del cual sus herederos indígenas reclaman apoyo sustentable para su conservación y el desarrollo de sus pueblos, en tanto que estos recursos son útiles para el mejoramiento social, cultural y de la salud no sólo de sus poblaciones actuales sino de las generaciones futuras. De modo que es patente la preocupación por la regulación de dichos recursos y los productos que de ellos emana, en lo general frente a otros países y en particular sobre la explotación de los mismos por parte de los grupos originarios y demás personas interesadas.

    BREVE HISTORIA DE LA UTILIZACIÓN DE RECURSOS NATURALES APLICADOS A PROBLEMAS DE SALUD

    Tenían mucha experiencia y conocimiento los Toltecas

    en cuanto que conocían las cualidades y las virtudes

    de las hierbas, y dejaron señaladas y conocidas las

    que ahora se usan para curar, porque también eran

    médicos y esencialmente los primeros de esta arte...

    Sahagún, 1907: 190.

    Antecedentes del uso de recursos naturales

    Hablar de la relación entre los primeros habitantes del continente americano y los recursos naturales utilizados como alimentos y remedios curativos, es remitirse a su origen y movimientos migratorios. Existe una gran diversidad de teorías al respecto, siendo la más aceptada la del estrecho de Bering, la cual postula que durante la última glaciación, hace aproximadamente 40000 años antes del presente (a.p.),¹ se formó un puente continental por el que grupos humanos se desplazaron del noroeste asiático hacia América que ya tenían un cierto desarrollo cultural, que de acuerdo con las evidencias de restos óseos, esta antigüedad se reduce a 15000 años.²

    En México los restos óseos humanos más antiguos son llamados precerámicos (previos a la cerámica y agricultura), y casi todos se han encontrado en la cuenca del Valle de México y sus rasgos biológicos indican la presencia de individuos con características distintas.³ Se considera que fueron grupos de cazadores-recolectores, la mayoría de cuyos descendientes se volvieron agricultores con el transcurso del tiempo. En el caso del occidente mexicano, donde se localiza actualmente el estado de Colima, la presencia de estos vestigios es mesoamericana⁴ y refiere al periodo conocido como Clásico⁵ de 292 a 900 años d.p. Sin embargo, se cuenta con evidencia arqueológica fechada hacia 1 500 años a.p. (Reyes, 2001: 12).

    La observación de fenómenos naturales relacionados con el ciclo de vida de plantas y animales, el consumo de plantas realizado por otras especies animales y la propia experiencia a través de la prueba y reconocimiento del medio ambiente, permitió a los primeros humanos de América distinguir plantas y animales comestibles y curativos. Saberes intuitivos y de desarrollo empírico que hicieron posible la supervivencia de dichos grupos a partir de los recursos que ofrecía su entorno, mismos que se enriquecieron con la domesticación de plantas y animales, el sedentarismo y la agricultura. Proceso que permitió el desarrollo paulatino y la transformación de las relaciones de inmediata utilidad, determinadas por las necesidades biológicas y del ecosistema para mantenerse con vida y por la creación de nuevas necesidades sociales para poder desarrollarse, a partir de lo cual se generaron interrelaciones más complejas entre los individuos, lo que adquirió un carácter grupal y de construcción de una tradición cultural e histórica.

    Las evidencias de la revolución agrícola en otras partes del mundo datan de aproximadamente 10000 años. En México, se considera que este evento se llevó a cabo entre los 5500 y 7000 años a.p., según investigaciones sobre arqueobotánica,⁶ paleodieta⁷ y polinología.⁸ No obstante, las evidencias de los recursos naturales aplicados a problemas de salud se llegan a rastrear para toda la humanidad a través de unas tablillas egipcias en cuyos jeroglíficos se hace mención de plantas curativas, e incluso en la cultura oriental hacia el año 3000 antes de la era cristiana (Forès, et al., 2001). Sin embargo, los primeros documentos históricos aceptados sobre dichos usos medicinales y prácticas curativas de los que se tiene conocimiento son el papiro de Ebers⁹ y el de Smith, que se considera fueron escritos hace 2 400 años a.p. (Font, 1962) y dos obras clásicas asiáticas recopiladas durante la dinastía Zhou (1027-256 a.p.) de las más veneradas en la medicina china que recuperan el conocimiento previo y los avances alcanzados durante las dinastías Qin y Han (abarca filosofía, ecología, terapéuticas y acupuntura), las obras Huang Di Nei Jing (clásico interno de medicina del Emperador Amarillo) y Shen Nong Ben Cao Jing (Gran libro clásico de las plantas medicinales) en la que se describen los fundamentos de la farmacopea china, describiendo a detalle 365 drogas naturales, clasificadas en tres categorías (superior de naturaleza nutritiva, intermedia con valor terapéutico general e inferior de naturaleza antitóxica y antibiótica) y recomienda 170 tipos de remedios para enfermedades (Kiew, 2003). A su vez, según información disponible se sabe que en el bajo Nilo durante el siglo III, en la zona conocida como Edfu, cerca de Assuan, se estableció la primera escuela de medicina (Forès et al., 2001).

    Aunque la medicina china llega a Japón, Corea del Norte, Vietnam, India y el Imperio árabe, es el conocimiento egipcio sobre recursos curativos el que se expande por Mesopotamia y Grecia, lo que permite a los griegos y romanos integrar una serie de pautas para el uso de recursos naturales y su administración, como el método utilizado por Asclepio o Esculapio (en torno al 1200 a.p.) que consistía en baños, aire puro, alimentación, compuestos de plantas, descanso y ejercicios así como la práctica conocida de la incubación¹⁰ (Kiew, 2003). Hipócrates (430-357 a.p.) trata de diferenciarse de las prácticas anteriores y desarrolla modelos sobre el uso de un recurso para una enfermedad específica con dosis de administración delimitada¹¹ (Forès et al., 2001). Herófilo de Calcedonia (alrededor del 300 a.p.) realizaba compuestos de polifarmacia y la aplicación de la terapia de la sangría. Erasístrato Quío de Roma (alrededor del 330 a.p.) no era partidario de las dos terapéuticas mencionadas y se basaba en terapias de alimentación correctiva, masaje y ejercicio (Kiew, 2003). Teofrasto, en el área de Botánica y Farmacognosia (372-287 a.p.) describe plantas medicinales en dos de sus grandes obras que se titulan De historia plantarum y De causis plantarum. Mientras que Galeno (131-210 a.p.) realiza la mezcla y preparación de algunos compuestos curativos (Forès et al., 2001), para lo que se basaba en la patología humoral de Hipócrates y empleó el sistema de remedios fríos contra enfermedades calientes y viceversa (Kiew, 2003). Sin embargo, es con Plinio (23-27 d.p.) que integra la obra Naturalis historia (la mitad de los 37 volúmenes dedicados a la botánica) en la que se compila el conocimiento de la época de griegos y romanos sobre plantas medicinales. A su vez Pedacio Dioscórides Anazarbeo (40-90 d.p.) elabora la obra De Materia Médica,¹² la cual conjunta descripciones, usos y dosificaciones de más de 600 especies vegetales, obra que se convertiría en consulta básica para naturalistas, médicos y botánicos por los siguientes 1 500 años (Forès et al., 2001 y Rey, 2008).

    También se encontraba en amplio desarrollo la materia médica india o del periodo védico anterior al 800 a.p., y la bramánica del 800 a.p., al 1000, cuyos conocimientos y tratamientos médicos se basaban fundamentalmente en plantas y su farmacopea se componía de elixires, afrodisíacos, cosméticos y antídotos. Utilizaban como principales métodos terapéuticos la respiración, el vómito, la purga, los estornudos, los baños y la introducción de agua o aceite en el intestino. En el siglo III a.p., el emperador Asoka el grande, construyó hospitales para personas y animales (Kiew, 2003). Cabe hacer mención, que los griegos y romanos también desarrollaron baños y gimnasios públicos, tratamientos de aguas residuales y hospitales. Tenían su experto en herboloristería conocido como rhizotomo y al conocedor de medicamentos llamado pharmacopola, distinguidos por tener un conocimiento culto del resto de la sabiduría popular, sobre todo, de personajes que conocían sobre remedios y eran considerados malignos, los cuales llegaron a generar conflictos de competencias sobre el control de dichos conocimientos, el uso de recursos y la diferencia de costo para el pueblo en tiempos que la Europa de la Edad Media fue sorprendida por catástrofes naturales que propiciaron sequías, hambres, epidemias (lepra y sífilis) y todo tipo de problemas de salud producto de sus formas de organización social y estilos de vida. Era un periodo en que la medicina sólo se hacía en las iglesias, utilizando rezos y agua bendita y en los monasterios¹³ transcribiendo escritos médicos árabes al latín, y en su momento en las Universidades como la de Salerno y Bolonia¹⁴ desde la caída de la Roma Occidental en el 476 d.p., hasta el siglo XV, recayendo así todo el peso de la medicina en los eruditos religiosos durante la prolongada Edad Media con aportes de los árabes¹⁵ que enriquecieron la práctica médica occidental¹⁶ (Antaki, 1989).

    Por ello, la gente acudía en busca de alternativas para sobrevivir; iban al encuentro de las damas de la naturaleza, es decir, de las sagas o mujeres sabias conocida como brujas. Personajes que dadas las condiciones inquisitoriales no podían pronunciar su nombre, que por cada mago había cien de ellas, que guardaban los secretos de las fuerzas vegetales, animales y minerales del campo, con los que hacían remedios y venenos, que actuaban sobre el destino de los vivos y evocaban a los muertos, que lanzaban sortilegios, ayudaban en las cosas del amor y se transformaban en animales. Seres que transgredían las costumbres y parecía que hacían todo al revés del mundo sagrado, arriesgándose para ayudar y curar a otros, a la gente del pueblo que no tenía acceso a los médicos de Salerno, Italia, musulmanes y judíos como los nobles. Además de que no perdían nada por intentar sacar adelante el problema (Michelet, 2006).

    La confrontación entre ambos saberes se agudiza cuando en 1484 el Papa Inocencio VIII firma la bula Summis desiderantes affectibus, donde se legitima la persecución inquisitorial de las mujeres sospechosas de brujería, al equiparar el maleficio con la herejía. A su vez, los inquisidores alemanes Heinrich Kraemer y Jacob Sprenger publican un manual de asesoramiento legal sobre las causas de brujería (pacto con el diablo, reunión nocturna colectiva o aquelarre, posibilidad de volar y práctica de malefiicum —donde se incluía curar—) con soporte teológico conocido como el Malleus maleficarum o Martillo de brujas (Reyes 2008). En el siglo XV declaró la Iglesia: Que si la mujer se atrevía a curar, sin haber estudiado, sería considerada bruja y debería de morir (Michelet, 2006: 40).

    El retroceso que marcó la Edad Media europea, reconfiguró el sentido de la enfermedad como castigo al pecado, cuyo origen era la posesión del demonio u obra de la brujería. Las únicas terapias curativas permitidas eran la oración, el arrepentimiento y la invocación de los santos, desarrollándose un culto terapéutico hacia ellos como el caso de San Erasmo que curaba el dolor de estómago, San Blas los pulmones y garganta, San Vito los temblores, entre otros (Kiew, 2003). Santos a los que se les oraba una jaculatoria ejemplo del canto popular andaluz para curar la garganta y problemas de espinas clavadas en ella: Hombre bueno, mujer mala, serón roto, albarda mojá, cúrame de la garganta, señó San Blas. Otra y quizás más popular es la oración de San Blas bendito, que se ahoga este angelito (Castillo, 1943). Las curaciones eran consideradas verdaderos milagros.

    No hay que olvidar que este periodo es contemporáneo a los constantes descubrimientos y viajes que abrieron brecha para conocer e identificar pautas sociales y culturales entre los grupos humanos, hechos que interpusieron nuevas interrogantes en torno a la naturaleza, evidentes en el ámbito empírico de la época, cuando poco a poco comenzó a surgir un ambiente racional en el que se reconocía que el universo estaba gobernado por leyes, y que muy probablemente el hombre —tanto en su estructura física como social— estaría también regido por ellas, visualizando una explicación más allá de un sentido ideológico y dogmático.

    En el Renacimiento, que comenzó aproximadamente en 1453, se producen acontecimientos y descubrimientos espaciales que replantean el origen de los pueblos y su estado natural o de desarrollo, a partir de los cuales se generaron discursos en los que la biología, la anatomía y la geografía impulsarían el surgimiento de disciplinas cuyo objeto de estudio y métodos derivaron en la consolidación del conglomerado de las ciencias naturales. Las leyes de la naturaleza se constituyeron como un sistema lógico y, posiblemente, controlable (Peña, 2012), a la par que la Iglesia comienza a aceptar la necesidad de conocer la creación divina de Dios: la naturaleza y el hombre, destronando así a la bruja y a su amante el diablo de su poder y fortaleciendo al naturalismo que permitirá afianzar su propio esencialismo dogmático. A la par, la medicina sale de la clausura de los monasterios y las universidades para volver a la cama de los enfermos.

    Sin embargo, todavía en el siglo XVI, en pleno desarrollo del humanismo se siguió asociando el conocimiento del uso de algunos recursos curativos naturales con el desarrollo de cultos y prácticas herejes, por lo que las personas continuaron escondiendo su saber; se les marginaba por un conservadurismo hostil o se les exiliaba como a Fracastro (1478-1552), de quien se burlaron al proponer que la enfermedad se trasmite por aire o por contacto, por lo que requiere desarrollarse la limpieza personal y de las calles; Paracelso (alrededor de 1490-1541) fue marginado cuando estaba en la búsqueda de remedios específicos para determinadas enfermedades mezclando la alquimia y la terapéutica con base en semejanzas (Kiew, 2003). Se llegó incluso a la condena y muerte; tal es el caso del médico y teólogo Miguel Servet (1511-1553), quien por tener una postura crítica sobre el dogma y proponer y describir algunos sistemas del cuerpo, como el pulmonar, fue considerado blasfemo y ejecutado. Algo similar le ocurrió al anatomista y fisiólogo Andreas Vesalius (1514-1564), inicialmente condenado por sus controversiales disecciones en cadáveres humanos y tiempo después exonerado (Valdés, 1992). No obstante, dentro de los conventos y bajo la protección de los monjes se dio continuidad a esta práctica (Forès et al., 2001), que además se enriqueció con la influencia de los árabes, que dominaron a España durante más de siete siglos. Aunque para dicha época aún no se había incorporado en la medicina europea, el conocimiento sobre plantas de África y el sudeste de Asia (Viesca, 1986), ya comenzaba a desarrollarse la medicina química o espagírica, la búsqueda de la quinta esencia y la piedra filosofal, mezcla de alquimia y terapéutica (Rey, 2008). En este siglo se lleva a cabo el descubrimiento del continente americano y los europeos comenzaron a escribir numerosas obras donde se describen los usos alimenticios, alucinógenos y medicinales de las plantas de dichas tierras y a desarrollar jardines botánicos en las universidades y casas de nobles, tomando como base el desarrollo de los huertos medicinales ya presentes desde la Edad Media y seguramente los jardines que observaron en otras partes del mundo como es el caso del territorio recién nombrado como la Nueva España.

    Todo este conocimiento europeo acompañó a los médicos que llegaron al Nuevo Mundo, quienes tampoco estaban exentos del manejo de antiguas terapéuticas y supersticiones. En este contexto la Iglesia Católica observa que los nativos de estas tierras no dejan sus antiguas prácticas, por lo que los considera culpables de idolatría, generando así una confrontación religiosa que no cedería sino hasta que se cristianiza la Colonia, y entonces al ticitl o curador indígena, a través de sus especialidades, se le denominaría curandero, sobador, huesero, yerbero, pulsador y hechicero, entre otros tantos calificativos, e iría poco a poco perdiendo estatus.

    En Europa es hasta los siglos XVII y XVIII cuando comienzan a desarrollarse las primeras clasificaciones raciales y lingüísticas junto a descripciones de usos y costumbres, las cuales permitieron establecer regularidades biológicas y culturales entre los grupos humanos conocidos (Poirier, 1987), y dieron paso a una nueva concepción de carácter dinámico hacia la naturaleza. Referencia central de las ciencias naturales y biológicas, que tienen como propósito explicar la realidad de la naturaleza y su relación con el ser humano. Al mismo tiempo se intenta buscar un sistema único que ayude a erradicar todos los problemas de salud, y se desarrolla una controversia ente los iatrofísicos (que consideraban que el cuerpo era una máquina) y los iatroquímicos (que consideraban que la vida era una serie de procesos químicos) posturas que no florecieron y se volvió a la propuesta hipocrática de la observación clínica defendida por el inglés Thomas Sydenham (1624-1669). Sin embargo, continuaron apareciendo numerosas prácticas médicas asociadas a la utilización de un sinfín de recursos curativos como la obra Ramillete de plantas de fray Esteban Villa impresa en Burgos en 1637 que hace mención de la influencia de los astros sobre las virtudes de las plantas (Rey, 2008); las curas magnéticas de Greatrake, la medicina astrológica de Culpeper, el polvo fantástico de Digby, el magnetismo animal de Franz Anton Mesmer (1745-1815) (Kiew, 2003). Finalmente, el médico sueco Carl Von Linné (1707-1778) desarrolla una clasificación y propone un sistema en latín sobre la familia de plantas y animales, contribución que con el tiempo continuó desarrollándose y favoreció la identificación universal de dichos recursos (Rey, 2008), disminuyendo la confusión sobre determinadas especies.¹⁷ Hacia la mitad del siglo XVIII los médicos europeos¹⁸ comienzan a abandonar algunos preceptos antiguos e integran otros de carácter más científico, separándose paulatinamente de creencias dogmáticas, de modo que quienes practicaban cualquier tipo de curación tradicional fueron estigmatizados como idólatras y después como supersticiosos e ignorantes por los médicos españoles, aunque ambos utilizaban como principal terapéutica las plantas medicinales (Lozoya, 1994).

    El uso de los recursos naturales

    entre los grupos mesoamericanos

    Los diferentes grupos humanos siempre han estado en interacción con el entorno natural del que forman parte, en el que se han sustentado, fascinado y atemorizado, a la vez que lo han integrado a su construcción simbólica, por lo que se considera que comparten la materia sutil con la que fueron creados todos los seres vivos: los hombres y las mujeres, los animales y las plantas, que tienen en conjunto un fin sagrado y se complementan con los demás elementos del ambiente para dar sentido y movimiento al universo. Las acciones y observaciones de los eventos y hechos de la naturaleza permitieron a los pueblos antiguos, tanto cazadores-recolectores como agricultores, sobrevivir y generar engranajes que conformarían una herencia cultural, expansiva hacia la generación de diversas cosmovisiones, como lo menciona López Austin:

    los hombres se forjaron una visión del mundo a partir de necesidades similares solventadas con recursos similares [...] lo que permitió la construcción conjunta de una historia y una tradición cultural comunes [...] de una gran formación sistémica, compuesta por múltiples sistemas heterogéneos y cambiantes en la interacción de los distintos grupos humanos (López, 2001: 49 y 56).

    Ejemplo de ello es la región mesoamericana en la que se desarrollaron diferentes culturas (olmeca, tolteca, zapoteca, maya y nahua, entre muchas otras) algunas de las cuales no se conocieron, otras heredaron conocimientos y unas más fueron contemporáneas a través de las cuales se conformó un núcleo original (dinámico, diverso y pluricultural). Integración de elementos que han permitido estructurar un conglomerado de tradiciones¹⁹ y conocimientos con contrastes y variaciones sobre el mundo visible, entidades divinas, espacios sagrados y dimensiones distintas a la ordinaria que se entrecruzan mediante una urdimbre ideológica que algunos consideran mágica y religiosa. Estos grupos humanos conformaron un espacio pluricultural y diverso a través del tiempo con una forma particular de regular la interacción mediante la producción y el intercambio. Este núcleo original, generado por los primeros pueblos antiguos, fue retomado y enriquecido por los olmecas y posteriormente por los toltecas, entre otros, quienes legaron profundas bases que fueron apropiadas, difundidas y extendidas entre los antiguos nahuas (Sejourné, 1957), y no sólo nos referimos a los mexicas.

    Los toltecas eran considerados por los nahuas como la cultura que brinda el cimiento de la ciencia sacerdotal y de cuyo reino mítico, el Tollan, provenían todos los seres vivos, recursos de la tierra y medios de sustento, por lo que se configuraba como el fundamento de toda la ideología política y religiosa a donde se peregrinaba para aprender esa cultura (Krickerberg, 1961). Sahagún menciona que tenían una visión del universo muy armónica y que conocían de las propiedades de plantas, animales y minerales, además de distinguir las enfermedades y poseer terapéuticas curativas; en conjunto, eran conocidos como Oxomocoipactonal Tlatetecuin Xochicauca, por su gente, cultura y arte (Valdés, 1992). Los aztecas o mexicas se reconocían herederos de esta cultura, ya que los relatos tradicionales de las tribus nahuas coinciden en que sus antepasados comunes habían sido chichimecas que migraron del norte a la Meseta Central, quienes adoptaron los cultos de las poblaciones más antiguas y desarrollaron dicha civilización, cuya expansión permitió seguir absorbiendo inmigrantes chichimecas, los cuales se adaptaban rápidamente a las costumbres e ideologías, capacidad gracias a la que lograron transformarse de cazadores-recolectores en agricultores, sin perder su sentido belicoso, que más tarde demostrarían al causar el decaimiento del Imperio Tolteca y el surgimiento del Mexica, mismo que reinaba en los tiempos de la conquista europea (Krickeberg, 1961).

    Sin lugar a dudas, antes de la llegada de los españoles los grupos indígenas de nuestro país, independientemente de los contrastes y conflictos entre ellos, tenían un amplio conocimiento de la naturaleza que formaba parte de su manera de ver el mundo, el cuerpo, la mente, el espíritu y su compleja interacción. Por tal razón, al existir algún desequilibrio en cualquiera de estas instancias, tenían el saber y se especializaban en diferentes artes curativas, como el ticitl o tepati (curandero) quien administraba recursos curativos naturales según el caso.

    En el México antiguo ya se contaba con jardines o herbarios, que seguramente se componían de plantas de ornato, medicinales y rituales, además de animales, aves y seres señalados por los dioses, como enanos, jorobados y albinos, así como estanques de agua llenos de peces. Entre los jardines destacan los de Nezahualcóyotl (Tetzcozinco, Quauhyaac, Tzinacanoztoc, Cozcaquauhco y Acatelco), Tezcoco, Huaxtepec, Chapultepec y Atlixco (Lozoya, 1986).

    La utilización de los recursos naturales por los antiguos pueblos mesoamericanos tiene una concordancia con su cosmogonía²⁰ y equilibrio frío-calor.²¹ Estos se agrupan y describen a continuación:

    Las plantas que en el proceso de conocimiento fueron observadas se relacionaron con el tiempo y el espacio por medio de los ciclos agrícolas y la fertilidad y, por tanto, con la tierra, la luna y la lluvia (reflejo del nacimiento, crecimiento, reproducción y muerte propiciatoria del siguiente ciclo). Se les adjudicó un significado simbólico, alimenticio, curativo o para alguna otra utilidad cotidiana. Antes de la Conquista, las poblaciones nahuas ya contaban con una clasificación de sus recursos naturales, en la que destaca la distinción de las plantas según sus características y propiedades; una situación similar a la de los hongos, de los cuales, además de saber el lugar donde se desarrollaban y reproducían, se reconocían sus propiedades alimenticias, medicinales y tóxicas (Ocaranza, 1995).

    Los animales también fueron observados e integrados a complejas construcciones simbólicas, ya que poseían habilidades como volar, vivir bajo el agua y la tierra o tener fuerza; destrezas y capacidades que el hombre admiraba, en tanto que por otra parte presentaban también un ciclo regeneracional, un valor alimenticio, curativo, útil para la vestimenta y ornamento, entre otras tantas aplicaciones (González, 2001).

    Sobre los animales se sabe que se tenía una clasificación por descripción, habilidades y usos que se le daba a diferentes partes de su cuerpo, fluidos o excretas para aliviar padecimientos. En el caso de algunas aves, se utilizaban las piedras extraídas de la molleja o estómago (Valdés, 1992), así como las piedras de hormigueros, los panales de avispa, las plumas de pájaros y los pelos de mamíferos pequeños para preparar remedios. Determinados animales eran asociados con la anunciación de enfermedad o muerte, como el graznido del tecólotl, el aullar del cóyotl, el ladrar del itzcuintli y el canto de algunas aves (Ocaranza, 1995).

    Se dio atención a los efectos de los alimentos, sobre el cuerpo, se observó que algunos eran de carácter frío o caliente, aromáticos o sin aroma, coloridos o con poco color, cuyas combinaciones eran útiles para controlar malestares ya fuera a través de su ingesta, frotación, unto o colocación en las partes afectadas, o por su relación con momentos específicos de la vida: recién nacido, niñez, menstruación, embarazo y vejez, en los cuales se estimula el consumo de cierto tipo de alimentos que ayudan a fortalecer la salud y se prohíben otros que pueden causar malestar.

    Los minerales son recursos conformados en el seno de la tierra, rocas y mar, considerados por los grupos indígenas útiles para aliviar diversos padecimientos asociados a la anemia, la fatiga, los dolores menstruales e infecciones de la piel, entre otros malestares, además se utilizaban mezclas de éstos para generar emplastos y pastas para inmovilizar huesos rotos, poner fajas, hacer ungüentos y preparar baños. Entre los principales recursos de origen mineral que empleaban, se cuentan la cal, la obsidiana, el azufre, el alumbre, el tequezquite, la ceniza

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