Miradas plurales al fenómeno humano
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Miradas plurales al fenómeno humano - Michael Schultz Schultz
MIRADAS PLURALES
AL FENÓMENO HUMANO
pleca_1COLECCIÓN INTERDISCIPLINA
•
SERIE LOGOS
MIRADAS PLURALES
AL FENÓMENO HUMANO
pleca_1Josefina Mansilla Lory
Xabier Lizarraga Cruchaga
Editores
SECRETARIA DE CULTURA
INSTITUTO NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA
Mansilla Lory, Josefina y Xabier Lizarraga Cruchaga, eds.
Miradas plurales al fenómeno humano [recurso electrónico] / ed. de Josefina Mansilla Lory y Xabier Lizarraga Cruchaga. – México : Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2019.
5.7Mb. : il., fots., tablas, dibujos y mapas. – (Colec. Interdisciplina, Ser. Logos)
Notas: url
ISBN: 978-607-539-369-8
1. Etnoarqueología – México 2. Evolución humana – Filosofía 3. Restos humanos (Arqueología) – Estudios interculturales I. Lizarraga Cruchaga, Xabir, ed. II. t. II. Ser.
CC79.E85 M328
Primera edición: 2019
Producción:
Secretaría de Cultura
Instituto Nacional de Antropología e Historia
D. R. © 2019, Instituto Nacional de Antropología e Historia
Córdoba, 45; 06700, Ciudad de México
informes_publicaciones_inah@inah.gob.mx
Las características gráficas y tipográficas de esta edición son propiedad
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comprendidos la reprografía y el tratamiento informático,
la fotocopia o la grabación, sin la previa autorización
por escrito de la Secretaría de Cultura/Instituto
Nacional de Antropología e Historia
ISBN: 978-607-539-369-8
Hecho en México
logo80PARTITURA
pleca_1Obertura a modo de prólogo
PRIMER MOVIMIENTO:
DEL AYER Y EL PATRIMONIO BIOARQUEOLÓGICO
Pre-texto primer movimiento
Xabier Lizarraga Cruchaga y Josefina Mansilla Lory
Vertientes de estudio en restos óseos antiguos
Lourdes Couoh Hernández
De la intervención pericial a la protección del patrimonio arqueológico. Un estudio de caso en Bella Vista del Río, Querétaro
Israel D. Lara Barajas y Gloria Islas Estrada
Urnas funerarias en el montículo 28 del sitio arqueológico de Los Toriles
, municipio de Ixtlán del Río, Nayarit
Jorge Arturo Talavera González, Nancy Gelover Alfaro y Silvia Teresa Díaz de la Cruz
Ignacio Castera. El panteón del convento de San Francisco de México
Marcela Salas Cuesta y María Elena Salas Cuesta
Análisis de huellas de comportamiento agresivo en tres muestras óseas del norte de México
Josefina Mansilla Lory, Carmen María Pijoan Aguadé y Gerardo Valenzuela Jiménez
Santa Blandina o la frontera está en los labios
Carmen María Pijoan Aguadé y Xabier Lizarraga Cruchaga
Muerte infantil en Jaina, Campeche: aspectos bioculturales
Josefina Mansilla Lory, Carmen María Pijoan Aguadé, Tyede H. Schmidt-Schultz y Michael Schultz Schultz
Huellas de la tuberculosis en los huesos
Stefano de Luca, Paola Mastrangelo, Rosa M. Maroto y Miguel Botella
Bubas y bubosos durante la época prehispánica
Silvia Murillo Rodríguez y María Teresa Jaén Esquivel
Las momias de las exploraciones de Richard MacNeish en Tamaulipas
Ilán Leboreiro Reyna y Josefina Mansilla Lory
Una mujer momificada en la iglesia de Epazoyucan, Hidalgo
Josefina Mansilla Lory, Elsa Malvido Miranda,Ilán Leboreiro Reyna, Xabier Lizarraga Cruchaga y Carmen María Pijoan Aguadé
SEGUNDO MOVIMIENTO
DE ASPECTOS EVOLUTIVOS, SOCIALES Y COMPORTAMENTALES
Pre-texto segundo movimiento
Josefina Mansilla Lory y Xabier Lizarraga Cruchaga
Pensar la evolución y el comportamiento como procesos encadenados
Xabier Lizarraga Cruchaga
Un asunto de sangre
Juan Comas, el evolucionismo bio-info-molecularizado y las nuevas vidas de la ideología indigenista en México
Francisco Vergara-Silva
Tres consideraciones problemáticas para la psicología evolutiva
Juan Manuel Argüelles San Millán
El cuerpo experiencial significado una reflexión teórica-empírica
Anabella Barragán Solís
Evolución, sexualidad y cultura
Florence Rosemberg y Estela Troya
Pensar-comprender la sexualidad
Josefina Mansilla Lory,Carmen María Pijoan Aguadé y Gerardo Valenzuela Jiménez
La cornucopia conceptual del sida algunos apuntes sobre sus implicaciones y consecuencias Bernardo Adrián Robles Aguirre
El enfoque biocultural aplicado al problema de la obesidad
Edith Yesenia Peña Sánchez y Lilia Hernández Albarrán
Análisis del proceso biocultural alimentación-nutrición en una población indígena de México
Edith Yesenia Peña Sánchez
¿Por qué hablar de ecología y antropología al estudiar el cambio climático global?
Édgar Gaytán Ramírez
POSLUDIO A MODO DE APÉNDICE
Los núcleos académicos. La titulación en la ENAH y su dinámica
Bernardo Robles Aguirre y Axel Baños Nocedal
In memoriam
Javier Romero Molina
Nos queda mucho por investigar y sólo se puede prever que al final sabremos más que al principio.
Stuart Kauffman: Investigaciones
OBERTURA A MODO DE PRÓLOGO
pleca_1La inquietud antropológica es quizás la mayor evidencia de una cualidad específicamente humana: preguntarnos sobre nosotros mismos, nuestropasado, nuestro hoy y nuestro mañana. ¿Es la antropología la más egocéntrica de las disciplinas? Probablemente sí, en la medida en que su epicentro temático somos nosotros mismos; aunque quizás lo es tanto como cualquier otra, como la astronomía, la química o la geología, porque todos nuestros haceres académicos finalmente orbitan en torno a preguntas en las que de alguna manera somos protagonistas, referentes o destinatarios: queremos comprender el universo y el planeta porque es donde estamos, y deseamos conocer el microcosmos porque nos permitirá saber cómo sómos, qué puede afectarnos y qué provecho podemos sacarle al entorno. Nos seduce entender mecanismos, emergencias y transformaciones de la vida porque nos permite aproximarnos a un tema que nos atemoriza: cuándo y por qué podemos dejar de ser y estar… Aunque nos resulta más o menos sencillo y poco amenazante pensar un universo y un planeta en los que aún no estábamos como especie biológica, un pasado remoto incluso sin formas de vida, nos resulta muy difícil y traumático pensar el planeta y el universo ya sin nosotros, cuando dejemos de ser la especie hegemónica porque hayamos desaparecido. Y es que, si bien el Homo sapiens no es el único animal inteligente y curioso, y tampoco el único consciente, tal vez sí es el único que, siendo consciente de que es consciente, deviene ansioso por conocerse, comprenderse y explicarse, y al que no sólo le resulta satisfactorio vivir y permanecer, sino que está obsesionado por trascender.
Por todo ello hemos querido reunir en este volumen una pluralidad de temas y maneras de tratar problemáticas que tienen como eje gravitacional, no al animal humano, sino a ese fenómeno que deriva de ser ese primate inquisitivo del que hablaba Santiago Genovés. ¹ Sin duda, para acceder a conocernos como especie es imprescindible dejarnos llevar por la curiosidad y hacernos mil y una preguntas cuyas posibles respuestas plurales nos provoquen otras nuevas mil y una preguntas… y así sucesivamente. Podemos acotar temas y optar por ciertos marcos teóricos y técnicas para respondernos alguna pequeña pregunta, pero toda pregunta, toda técnica, toda teoría y todo tema se significan como una mirada superficial o profunda a algo de lo que somos como individuos, grupos o especie, hacemos, sentimos o padecemos como organismos, sujetos sociales, culturales o emocionales… y el fenómeno humano es ese otro universo en expansión, más allá y más acá del cosmos que apasionaba a Carl Sagan,² y que sólo existe porque el animal humano existe, siente, hace y deshace, propone y provoca.
Los autores que aportan sus trabajos, por otra parte, dan muestra de la diversidad de problemáticas que confluyen en la inquietud que nos mueve como antropólogos, más allá de parcelas disciplinarias, tales como Arqueología, Antropología Social, Etnología, Etnohistoria, Lingüística y Antropología Física, así como Historia, Sociología, Filosofía, Psicología, Biología, Ecología, entre otras. La intención es ofrecer todo un panorama de reflexiones y haceres que nos permitan reconocer los entrecruces que, como académicos, investigadores y profesores nos unen, nos permiten intercambiar ideas, retroalimentarnos unos a otros. La formación y las diferentes experiencias de cada uno de nosotros invitan a presentarnos unos a otros y a un público amplio el rico panorama de temas, fenómenos, procesos e inquietudes que a cada uno nos lleva, en distintos momentos de nuestro devenir académico, a explorar e interrogarnos sobre una amplitud de temas prácticamente ilimitado. Ello hace evidente que si bien en algunos puntos podemos coincidir entre nosotros, también son claras e importantes las distancias que abren campo a debates y confrontación de ideas. En el mismo sentido, si bien como editores de esta obra buscamos una cierta homogeneidad en las formas en que se presentan los textos y las bibliografías, también hemos querido respetar las singularidades autorales. Un ejemplo de ello lo podemos ver en cómo cada autor decide incluir sus referencias y citas, bien entre paréntesis en el texto mismo o por medio de notas a pie de página. Unos y otros tienen razones que consideramos válidas: los primeros porque buscan coincidir con una forma que deviene la mayor de las veces hegemónica entre distintos autores en el ámbito internacional, los segundos porque argumentan que los paréntesis de referencia sienten que interrumpen la fluidez de la lectura, a veces fracturando incluso el estilo literario que buscan imprimirle a sus textos.
Finalmente, fue un trabajo difícil darle al cuerpo de la obra una estructura que reflejara ese carácter transdisciplinar que nos mueve como editores, y caer en la estructura dogmática que suelen proponer los programas de estudio en las escuelas. De ahí que abramos, invitando a un concierto de ideas, con una Obertura
, en la que queremos recordar que todos comenzamos con la experiencia de formarnos como profesionistas, atendiendo a aquellas voces e ideas que nos antecedieron, para llegar al lugar que hoy ocupamos, tras lo cual también nos sumamos al coro de las experiencias ofreciendo nuestras miradas y reflexiones para la revitalización del hacer académico como profesores o como referentes en algún tema o campo del pensar-hacer-comprender. Tras esa introducción, quisimos ofrecer un Primer movimiento
con el que invitamos al lector a un viaje al pasado, donde sin duda se encuentran algunas evidencias de nuestro ahora y aquí. Lo que nos conduce a un Segundo movimiento
en el que, sin dejar de hacer referencia a tal pasado, se plantean acordes que nos recuerdan que sólo con el hacer del presente se puede reflexionar sobre el pasado. Reconocemos que ello es posible porque la retroalimentación, los bucles y las resonancias, hacen de nosotros una especie en un presente prolongado. Consecuentemente, no podíamos menos que terminar con un Postludio
, en el que se abre el coro de voces hacia una conciencia de que el animal humano no se encuentra ni puede pensarse en el vacío, sino necesariamente en interacción con un entorno. Este concierto, por tanto, es una invitación a unir voces, partituras e instrumentos, con el fin de permanecer siempre en movimiento reflexivo y propositivo.
Josefina Mansilla Lory
Xabier Lizarraga Cruchaga
Febrero de 2012
¹ Santiago Genovés (1978), El mono inquisitivo, Planeta, Barcelona.
² Carl Sagan (1980), Cosmos, Planeta, Barcelona.
P
RIMER MOVIMIENTO
DEL AYER Y EL PATRIMONIO BIOARQUEOLÓGICO
Las estructuras y artefactos de un asentamiento y la norma que evidencian pueden utilizarse como clave para la reconstrucción de los patrones de comportamiento de sus ocupantes.
Champion, Gamble, Shennan y Whittle
PRE-TEXTO PRIMER MOVIMIENTO
pleca_1Xabier Lizarraga Cruchaga
y Josefina Mansilla Lory
En esta primera parte se reúnen trabajos que tienen como epicentro temático el estudio, análisis y significación de una diversidad de materiales: restos óseos, urnas, documentos, momias, etc., correspondientes a individuos, grupos y poblaciones desaparecidas o a momentos históricos anteriores al presente, dado que es importante tener una visión más o menos amplia de ese tipo de problemáticas que generan numerosas preguntas de investigación, y porque además ésa es una de las funciones y obligaciones de una institución como el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), responsable del manejo, estudio, difusión y conservación del patrimonio cultural, material e inmaterial, de los grupos sociales y de los momentos históricos de lo que hoy podemos denominar México
, en su calidad de país, de sociedad y de fenómeno histórico en sí mismo.
En los trabajos se abordan una gama de temas e inquietudes relativas a estudios de materiales bioarqueológicos, rasgos observables y analizables en ellos sobre posibles usos, manejos y significaciones de los cuerpos, en función de creencias, rituales y la cosmovisión de las culturas prehispánicas (no sin establecer, en algunos casos, relaciones e incluso reflexiones sobre hechos históricos en otros momentos y lugares). Así, tenemos diferentes abordajes desde una diversidad de perspectivas que nos permiten contrastar reflexiones y propuestas sobre fenómenos, momentos históricos, estados de salud y una serie de aspectos bioculturales que facilitan la posibilidad de hacer conscientes no sólo la magnitud y los alcances que pueden tener los estudios antropofísicos, sino la necesidad transdisciplinar de interactuar con distintos tipos y estilos de interpretación del fenómeno humano.
Otro aspecto por valorar en cuanto a estos estudios es su trascendencia, más allá de la curiosidad académica, para la observación de fenómenos que dejan huellas en los restos humanos y que no son evidentes para otro tipo de miradas. Por ello suele decirse que los antropólogos físicos leen en los huesos, en las momias y aun en los contextos arqueológicos cosas distintas de las que pueden leer otros especialistas y ello nos permite claramente reconocer que tanto la vida cotidiana como el devenir ontogenético y el devenir histórico derivan en una pluralidad de posibles narraciones: todo resto de origen biológico o cultural es, finalmente, un texto susceptible de otras numerosas lecturas, el punto final siempre está bastante más allá de nosotros mismos.
VERTIENTES DE ESTUDIO
EN RESTOS ÓSEOS ANTIGUOS
pleca_1Lourdes Couoh Hernández
Con una evolución paulatina y marcada y con un origen que se remonta a 750 millones de años, el tejido esquelético llegó a conseguir su característica fundamental: un endoesqueleto mineralizado con una estructura compuesta por cristales de hidroxiapatita y fibras colagénicas (Franz-Odendaal et al., 2003). Desde un principio el arreglo y la disposición de ambos no fueron fortuitos ni independientes porque siempre se ha encontrado en estrecha relación con el patrón de crecimiento y con el metabolismo general de las especies. Gracias a estudios histológicos en restos óseos fosilizados, se ha descubierto que los elementos estructurales de los primeros vertebrados tuvieron la misma especialización que los del presente (Mathews, 1975).
En el caso de los seres humanos, en la materia ósea se encuentran repercusiones directas de las condiciones generales de todo el organismo debido a que su desarrollo y conservación dependen de vínculos y procesos que actúan en torno a la acción concomitante de factores de tipo fisiológico, ecológico, psicológico, económico y sociocultural. En las sociedades desaparecidas los restos humanos son la principal fuente de información sobre algunos procesos tanto de la vida como de la muerte. No obstante, los cambios que tienen lugar en el individuo después de muerto, en su paso de la biosfera a la litosfera, ocasionan que múltiples factores incidan en el estado final de conservación del mismo, lo que es determinante para acceder, leer e interpretar dicha información.
Adentrándonos en el universo de la macro, micro y nanoestructura del hueso, se abre una gama de posibilidades para estudiarlo desde diferentes perspectivas. Tenemos un primer nivel de análisis basado en la morfología de su macroestructura, en donde el mantenimiento de ciertos elementos óseos facilita la caracterización del individuo que se estudia. Como ejemplo de ello cabe mencionar que para la identificación del sexo se requiere la presencia de ciertos caracteres propios del dimorfismo sexual o que para estimar la edad a la que sucumbió el sujeto se hace uso de la sínfisis púbica, carilla auricular, sinostosis craneal, brote dental, entre otros. Además, se pueden reconocer algunas huellas patológicas o modificaciones corporales de tipo cultural.
En un segundo nivel, el microscópico, se observa la estructura básica de los elementos mineralizados de la matriz del hueso cortical, que en los mamíferos y grandes tetrápodos se conoce como osteona. Un grupo de osteonas forma lo que se conoce como Sistema de Havers. Las osteonas primarias tienen un canal central menor de 100µm de diámetro y contienen dos o más vasos sanguíneos, y al carecer de las líneas de cemento no se pueden delimitar unas de otras. Por otro lado, las osteonas secundarias pueden tener un arreglo concéntrico o intersticial cuando son remanentes de osteonas antiguas, su canal central es más grande e incluye un vaso sanguíneo; a diferencia de las primarias, éstas están limitadas por una línea de cemento y se ubican entre las láminas intersticiales. La vida de las osteonas es extensa, en humanos es de 15 años; el tiempo que se requiere para producir una de ellas depende de la especie y del grupo. A un gato de dos años le lleva 50 días hacer una osteona, mientras que un hombre de 45 años necesita 100 días. El ritmo de la mineralización de las osteonas es uniforme: 70 por ciento de la mineralización ocurre dentro del primero o segundo día a partir de la deposición del osteoide y el restante 30 por ciento puede tomar muchos meses, de esta manera sólo 0.05 por ciento del esqueleto se recambia por día (Hall, 2005). Es importante considerar lo anterior cuando se valoran estados patológicos, en especial en enfermedades óseas metabólicas. El hueso cortical humano contiene tres tipos de osteonas secundarias con un tiempo similar de vida biológica.
Se piensa que en todos los mamíferos hay hueso laminar fino con numerosas osteonas secundarias, pero en realidad esto sólo sucede en el hueso humano y no en todos los elementos de su esqueleto. La variación incluye áreas que carecen de osteonas primarias o secundarias, áreas acelulares o avasculares y áreas de hueso necrosado. Se ha demostrado que a partir de la apariencia histológica del hueso cortical es posible diferenciar a humanos de otras especies de mamíferos (Hillier y Bell, 2007). De igual manera, diversos estudios han descrito las diferencias que hay entre la estructura del hueso cortical masculino y femenino. Se ha mostrado que los huesos femeninos tienen sistemas haversianos más grandes, mientras que los masculinos los tienen en menor tamaño pero en mayor número por milímetro cuadrado (Burr, Ruff y Thompson, 1990; Mulhern y Van Gerven, 1997).
En lo que se refiere a la edad biológica, conforme ésta avanza tienen lugar cambios significativos en la estructura cortical. El hueso fetal, dependiendo de su estado de desarrollo, puede consistir en tejido cartilaginoso, tejido reticular o hueso haversiano (Burton, Nyssen-Behets y Dhem, 1989; Baltadjiev, 1995; Scheuer y Black, 2000). En los subadultos los cambios radican en el paso de hueso laminar y de osteonas primarias a la formación de sistemas de Havers, así como a la subsiguiente remodelación (Kerley, 1965). En el hueso cortical adulto se observa un aumento en el número de Sistemas de Havers (Kerley, 1965; Currey, 1964; Evans, 1976), una disminución en el tamaño de los mismos (Jowsey, 1966; Currey, 1964; Evans, 1976) y un aumento en el diámetro de sus canales (Thompson, 1980), así como de su perímetro (Jowsey, 1966). Estos cambios reflejan una creciente remodelación conforme se eleva la edad biológica, así como un aumento en la porosidad. En esta misma línea encontramos que en el hueso cortical de individuos de mayor edad la microestructura tiene una apariencia desorganizada debido al mayor número de sistemas de Havers y de hueso intersticial fragmentados. En lo concerniente a los jóvenes, los sistemas de Havers tienen una apariencia completa y regular, además de que cada uno de ellos está limitado por hueso intersticial (Currey, 1964).
En el tercer nivel, el nanoscópico, se observa la disposición en racimos de las fibras mineralizadas de colágeno. Éste constituye aproximadamente 90 por ciento del total de la materia orgánica, mientras que el restante 10 por ciento se conforma por otras proteínas, entre las cuales resaltan la osteocalcina, la osteopontina y la osteonectina. El colágeno tipo I maduro está compuesto por casi mil aminoácidos; cada subunidad de polipéptido o cada cadena α gira sobre su eje formando una hélice orientada hacia la izquierda, y en cada giro hay tres residuos de aminoácido. Tres de estas cadenas α vuelven a girar hacia la derecha para formar una súper hélice, la que al final queda conformada como una molécula de 1.4 nm de diámetro y casi 300 nm de largo. Su alta estabilidad térmica se debe al arreglo estructural, a los entrecruzamientos y a los enlaces químicos, débiles y fuertes, como son los puentes de hidrógeno mediados por las moléculas de agua. Éstos se encuentran entre las cadenas que forman la triple hélice, formados entre los grupos amino y carboxilos del esqueleto de la cadena polipeptídica. Existen enlaces covalentes entre las triple hélices adyacentes cuando forman fibrillas, y en la región de los espacios entre el final de una triple hélice y el inicio de la siguiente. Estos últimos son importantes para la fuerza de tensión de las mismas. Si la hélice de colágeno se desnaturaliza, ya sea por calentamiento o por ruptura, las cadenas del aminoácido se relajan y causan que las fibrillas se encojan a lo largo, pero se extiendan en diámetro, lo que conduce a que se desenrede la hélice y a que se produzca gelatina soluble. La presencia de hidroxiapatita del hueso restringe físicamente la posibilidad de que la hélice se extienda (Nielsen-Marsh et al., 2000a).
La cantidad de materia orgánica varía entre los huesos de un mismo individuo; entre las porciones cortical y reticular de un hueso en particular y también entre los restos esqueléticos de diferentes especies, pero en general es del orden de 25-35 por ciento. El uso de un análisis enfocado en el componente orgánico en el hueso está dirigido a servir como un indicador del estado de conservación, de la antigüedad relativa del resto o como un reservorio imprescindible de información genética.
En cuanto a la porción mineral, el hueso adulto tiene de 70 a 65 por ciento de materia inorgánica distribuida por toda la matriz orgánica. Está formada en su mayoría por cristales de fosfato de calcio [Ca10(PO4)6(OH)2] con la estructura que corresponde a los minerales del tipo apatita. Los cristales, prismas hexagonales, están incluidos dentro de las fibras de colágeno con el eje de los prismas alineado en forma paralela al eje mayor de las fibras. Éstas a su vez se colocan en paralelo para formar laminillas sucesivas, donde la orientación de la fibra forma una estructura aglomerada torcida o girada (Giraud-Guille, 1988; Weiner y Traub, 1992). La fuerza de un tejido calcificado es dependiente, en parte, de la estructura molecular y de la organización de sus cristales constitutivos en la matriz orgánica. El tamaño excepcionalmente pequeño de los cristales, donde los valores típicos para el hueso humano son de 2-3 × 5 × 35 nm, le da al mineral del hueso una gran área de superficie, que oscila entre 85-170 m²g–1. La madurez biológica y las especies determinan el tamaño y la forma de los cristales de hidroxiapatita in vivo; el tamaño promedio del cristal aumenta con la edad hasta que la madurez es alcanzada y aunque después haya una continua remodelación, el tamaño promedio del cristal permanece constante.
Dentro de la estructura mineral el fosfato constituye de 15.5 a 16.4 por ciento, mientras que el calcio comprende como promedio 37.3 por ciento; también se dan lugar elementos como magnesio (Mg), potasio (K), sodio (Na), y compuestos como bicarbonato y citrato en pequeñas cantidades. Existen otros elementos químicos incorporados, los llamados elementos traza, que se encuentran en pequeñas proporciones en el organismo, el contenido en el hueso es inferior a 0.01 por ciento de la masa corporal, y desempeñan funciones vitales como cofactores enzimáticos, electrolitos en líquidos corporales y componentes de macromoléculas sin acción enzimática, entre otras (Linder, 1988). No obstante, en los estudios de paleodieta esta definición incluye otros paleoelementos que no cubren este perfil de manera estricta pero que son importantes en cuestiones metabólicas, como es el caso del calcio (Ca) y el manganeso (Mn). Para que un elemento sea válido como indicador de paleodieta debe ser incorporado dentro de la estructura de la hidroxiapatita (Ezzo, 1994a, b).
La cantidad de elementos traza en el organismo depende, de manera fundamental, de la concentración presente en la dieta, es decir, algunos elementos se incorporan a la estructura esquelética en porcentajes variables en relación directa con la cantidad ingerida de cada uno de ellos. Por esto, a partir de un análisis elemental del hueso se puede inferir, a razón de las concentraciones de cada elemento, la naturaleza de la dieta dominante: vegetariana, carnívora u omnívora. Además, se distingue el origen terrestre o marino de los componentes básicos de la dieta y la proporción de cada uno de los recursos (Schoeninger y Peebles, 1981; Burton y Price, 1999). El elemento al que se le ha prestado mayor atención en estudios de paleodieta ha sido el estroncio (Sr), por tratarse de un metal alcalino con lugar en la litosfera y por ser absorbido por organismos en cantidades que varían de manera inversa a su jerarquía a lo largo de la cadena alimenticia. Debido a que las plantas no discriminan entre el Sr y el Ca para su consumo y aprovechamiento, el índice Sr/Ca que presentan es alto. Los herbívoros que comen dichas plantas tienen un índice menor. A su vez, los carnívoros, al incorporar en su cuerpo la carne de los herbívoros, en su tracto digestivo discriminan contra el Sr en favor del Ca, por lo que presentan niveles muy bajos de Sr/Ca. En cuanto a los omnívoros, las cantidades absorbidas se encuentran en un nivel intermedio entre los dos antes mencionados. La mayor parte del Sr absorbido se deposita en el tejido óseo y una vez que madura como cristal sólo puede ser removido como resultado de la actividad osteoclástica durante la vida del organismo (Odum, 1951; Schoeninger, 1979). Los factores que determinan las diferencias locales y la disponibilidad de los elementos son las concentraciones de los elementos traza en el suelo, en su drenaje y en su pH; de igual forma, la velocidad y extensión del intemperismo son aspectos importantes a considerar (Sillen y Kavanagh, 1982).
El Sr, a diferencia del Ca, no cumple ninguna función metabólica independiente en los mamíferos, pero es capaz de sustituir al Ca en varios procesos de esta índole (Shroeder et al., 1972, citado por Rodríguez, 2004: 39). En los adultos la absorción del Ca ingerido es de 40 a 80 por ciento, mientras que la del Sr es de 20 a 40 por ciento. Esto se explica en parte porque los riñones de los mamíferos excretan más rápido el Sr que el Ca. Empero, lo anterior está supeditado por la edad, el sexo, la salud y el estado nutricional del sujeto, así como por componentes propios de la dieta y determinadas sustancias químicas que pueden alterar de forma importante la absorción y la biodisponibilidad de los elementos.
A través de los años se ha incorporado el análisis de un mayor número de elementos químicos con el objetivo de discernir con mayor precisión el origen de los alimentos en la reconstrucción de la dieta en poblaciones antiguas. A lo largo de varias décadas de estudio se ha relacionado la presencia de zinc (Zn), cobre (Cu), selenio (Se) y molibdeno (Mo) con el consumo proteínico de origen animal, mientras que los elementos que se asocian con la ingesta vegetal, además del Sr, son el manganeso (Mn), bario (Ba), magnesio (Mg) y vanadio (V). No obstante, el Sr y el Zn son los minerales más representativos de la calidad de la dieta, ya que el primero se localiza en concentraciones significativas en todas las especies de vegetales, en tanto que el zinc se encuentra principalmente en la carne y los mariscos. Las legumbres y productos de grano entero, como el maíz, también contienen cantidades elevadas de zinc, pero su absorción es muy ligera. Por ello, los individuos que tienen una dieta basada en vegetales llegan a sufrir una deficiencia de zinc que suele ser menos frecuente en omnívoros.
La interpretación de las concentraciones de los elementos traza en el hueso no puede tener un carácter unilineal a consecuencia de la complejidad de los mecanismos de absorción, discriminación y excreción de cada uno de ellos (Armelagos et al., 1989; Ezzo, 1994b). A esto ha de sumarse la propia composición química de los alimentos, ya que las concentraciones pueden variar en función de las especies consumidas, la combinación de éstas en la dieta, así como de las características propias del organismo (Sandford, 1993; Gilbert, Sealy y Sillen, 1994; Ezzo, Larsen y Burton, 1995; Burton y Wright, 1995). La deficiencia de algunos elementos traza en poblaciones antiguas también se ha relacionado con ciertos síndromes o enfermedades (Aufderheide, 1989), pero sólo el hierro (Fe) y el plomo (Pb) han recibido mayor atención. Fornaciari et al. (1982) estudiaron una población con anemia ferropénica y con el análisis de elementos traza identificaron que tenían niveles de Fe muy bajos, por lo que se confirmó la etiología de la enfermedad representada por la cribra orbitalia. Por otra parte, el contenido anormal de Pb se ha asociado con prácticas culturales o de toxicidad.
Como se mencionó al principio de este apartado, para poder tener acceso al banco de información intrínseco al hueso es preciso entender los procesos que impiden y permiten su conservación a lo largo de millones, miles y cientos de años. En la demarcación del cuerpo de conocimiento de la tafonomía, la categoría diagenética se refiere a todas las alteraciones que experimentan los restos en el subsuelo desde el momento del entierro hasta su recuperación: la degradación de la fase orgánica y las alteraciones de la hidroxiapatita. El inicio de la degradación colagénica comienza con la descomposición provocada por distintos organismos presentes en el sustrato, los cuales son capaces de secretar distintas colagenasas y peptidasas específicas para destruir a la proteína. A su vez, la matriz orgánica está sujeta a sufrir hidrólisis por la presencia del agua interna, por lo que los péptidos se escinden hasta llegar a descomponerse en los aminoácidos constituyentes (Child, 1995). De manera simultánea, se produce un reordenamiento de la estructura cristalina en la fracción mineral, lo que provoca un debilitamiento de la función de ambas fases. La consecuencia de esto último es la susceptibilidad del hueso ante la acción de agentes internos y externos.
Existe una hipótesis en la que frente a la enzimólisis (autólisis y degradación microbial) el colágeno mineralizado queda protegido por los cristales de hidroxiapatita en un sentido físico. Pero al haber una pérdida parcial de la fase mineral el colágeno queda expuesto a las enzimas colagenolíticas, las que fomentan su solubilidad y sensibilidad a la proteólisis (degradación de la proteína). De esta manera, la pérdida del colágeno desprotegido
es ineludible. En este sentido, si en el hueso arqueológico se encuentran residuos de colágeno es por la acción protectora de los cristales de hidroxiapatita frente al ataque enzimático (Nielsen-Marsh et al., 2000b).
En lo que se refiere al ataque microbiano, se ha demostrado que la alteración bacterial es dos veces más común en hueso humano que en otra especie animal. Los huesos dentro de una fosa, sin un tratamiento previo, son más susceptibles a la invasión bacterial que los descarnados antes de enterrarse (Bell, Skinner y Jones, 1996). El hueso es un tejido vascular con muchos canales que pueden funcionar como conductores de bacterias (Hedges, 2002). Por el contrario, el ataque por hongos es más común en animales (Jans et al., 2004). Muchas de estas características post mórtem guardan una relación directa con el medio ambiente en el que los restos óseos fueron enterrados y pueden ser vistas claramente en las secciones histológicas del hueso (Turner-Walker y Jans, 2008).
En el caso del colágeno, aun cuando las condiciones están dirigidas a una buena conservación, la vida media de esta proteína es más corta que la de la hidroxiapatita. Sin embargo, en varios estudios se ha demostrado que el colágeno puede sobrevivir bajo óptimas condiciones más de 100 000 años (Jones et al., 2001) y que la osteocalcina puede conservarse más tiempo (Nielsen-Marsh et al., 2005). La mayor parte de las investigaciones que se enfocan a medir las alteraciones estructurales y químicas del mineral en el hueso arqueológico comprueban que los datos obtenidos de colágeno remanente son fiables como recurso científico, pero los factores que rigen la degradación mineral son cruciales para la conservación del mismo (Nielsen-Marsh et al., 2000a).
Por otro lado, las alteraciones minerales se determinan por la magnitud de disolución de la hidroxiapatita del hueso. En el contexto del enterramiento, la acción del agua del suelo sobre el hueso disuelve y lixivia el componente mineral y el cambio más común que resulta de ello es el incremento de la porosidad. El hueso moderno es un material muy poroso, cerca de 12 por ciento de hueso cortical fresco es ocupado por espacios porosos, pero no se compara con la situación que puede presentar un hueso antiguo mal preservado. La estructura y tamaño del poro óseo determinan el tipo de interacción establecida con el agua del suelo, es decir que junto con el régimen hidrológico del sitio y la química del agua la porosidad es un factor crítico para determinar la tasa de disolución mineral o de recristalización (Hedges y Millard, 1995; Pike, Nielsen-Marsh y Hedges, 2001). El incremento de la porosidad comienza en la fase temprana diagenética y de manera proporcional provoca la pérdida del colágeno (Nielsen-Marsh y Hedges, 2000; Smith et al., 2002). Cuando se rompe el lazo proteico-mineral del hueso, las fracciones por separado quedan más expuestas a los agentes diagenéticos, en especial al agua de suelo, cuyos procesos favorecen el aumento de la porosidad, lo que al mismo tiempo permite que grandes volúmenes de agua entren a la estructura ósea ocasionando así una mayor degradación (Nielsen-Marsh et al., 2000a; Pike, Nielsen-Marsh y Hedges, 2001; Collins et al., 2002).
El ataque microbiano también se presenta en las fases iniciales de la tafonomía del hueso (Trueman y Martill, 2002; Jans et al., 2004) y es causa de considerables cambios en la estructura del poro (Nielsen-Marsh y Hedges, 1999; Turner-Walker et al., 2002; Jans et al., 2004). El perfil de distribución de los poros puede estar ligado a ciertos tipos de procesos de degradación. La distribución del tamaño del poro permite indagar acerca de los factores diagenéticos que han afectado el hueso. Por ejemplo, el daño del hueso aparece cuando los poros tienen un diámetro de ~0.1-10 µ; cuando el colágeno se pierde por medios no microbianos, el incremento del poro es de < 0.1 µm de diámetro (Nielsen-Marsh y Hedges, 1999; Smith et al., 2002; Jans et al., 2004). Además, se debe enfatizar que determinar la manera en que el hueso interactuó con el agua del suelo (Hedges y Millard, 1995) depende de cómo esté distribuida la porosidad, en cuanto a los diferentes diámetros del poro. Entender los cambios estructurales de la porosidad permite reconstruir y comprender la trayectoria diagenética del hueso (Hedges, 2002).
Otro aspecto en el hueso arqueológico, uno de los más consistentes pero ambiguo, es el aumento en la cristalinidad de la hidroxiapatita respecto del hueso fresco, pues varios procesos pueden contribuir a ello. Es posible distinguir entre aquellos que actúan a través de la disolución y los que lo hacen por recristalizacion. Cualquier cambio en la cristalinidad de la hidroxiapatita implica cierta dinámica que ayuda a entender el curso de la disolución del hueso, así como los cambios de porosidad que lo acompañan. Los cristales de apatita del hueso tienen superficies muy reactivas, donde los iones Ca+2 o PO4³– están expuestos. Después de la muerte, el mineral biológicamente formado se vuelve inestable, y dado que todavía es muy reactivo, esta característica lo hace muy susceptible a la alteración por el ambiente de la deposición. La hidroxiapatita es isomorfa en relación con otro tipo de apatitas, por lo consiguiente puede sufrir reemplazo completo de alguno de sus iones sin cambiar su estructura. Por ejemplo, el reemplazo de OH– con F– conduce a la formación de fluorapatita. También es posible reemplazar Ca²+ con Sr²+, Ba²+, Pb²+, Cd²+ o Sn²+ y la sustitución parcial de Ca²+ ocurre con Zn²+, Cu²+, Co²+, Ni²+,Na¹+ y Mn²+ y con muchos otros iones, incluyendo los lantánidos y actínidos, que a su vez pueden sustituirse en la estructura (Nielsen-Marsh y Hedges, 2000).
Por otro lado, desde una escala nanométrica también se pueden determinar características físicas de la fracción mineral del hueso que ayudan en la reconstrucción de la historia diagenética (Reiche, Vignaud y Menu, 2002). Se identifican tres tipos de cristales en tejido óseo antiguo: tipo I, con morfología discoidal muy similar a la encontrada en hueso moderno pero de mayor tamaño, 10-30 nm, se debe a un proceso de disolución parcial de la apatita en un entorno de equilibrio químico; tipo II, los cristales están alargados como agujas y son termodinámicamente estables, no son circulares y están dispuestos de manera paralela entre unos y otros, su longitud puede alcanzar los 200 nm, debido a la disolución o desmineralización de algunos cristales y a la recristalización total de otros; c) tipo III, presentan una morfología poliedral y tienen 80-150 nm de diámetro, su morfología y tamaño es causada por la activación generada de los procesos de calentamiento (Susini, Baud y Lacotte, 1988; Reiche, Vignaud y Menu, 2000).
Son diversas las técnicas analíticas que se han explorado con la finalidad de encontrar respuestas, cuantitativas y cualitativas, en torno a los procesos de alteración que sufrió el hueso en sus fracciones constitutivas. Sin embargo, no debe dejarse de lado que el objetivo primordial de este tipo de estudios es obtener información que pueda traducirse en implicaciones de orden antropológico. Por fortuna los análisis arqueométricos dirigidos al estudio del hueso antiguo en México han ido en aumento. Los trabajos realizados se han encaminado a cuestiones diagenéticas (Brito, 1992; Gómez, 2000; Canto, 2004; Leboreiro, 2006; Arenas et al., 2007; Couoh y Ruvalcaba, 2007; Couoh y Hernández, 2008; Couoh, 2009), al estudio y aplicación del colágeno residual como método de fechamiento relativo (Jang, 2000; Heredia, 2000; Lozano, 2002; Peña Rico, 2002; Lozano et al., 2003; Couoh y Ruvalcaba, 2007; Couoh y Hernández, 2008; Couoh, 2009), a la resolución de incógnitas dentro de algunas prácticas culturales (Pijoan et al., 2004a; Pijoan, Schultz y Mansilla, 2004b; Leboreiro, Pijoan y Mansilla, 2005; Argáez et al., 2011; Batta et al., 2007; Pijoan et al., 2007; Medina et al., 2006) y al estudio de paleodieta por medio de la cuantificación de los elementos traza (Brito 2000; Ochoa, 2002; Rodríguez, 2004; Mejía, 2008; Couoh, 2009).
Por todo lo anterior se hace patente la necesidad de abordar problemas antropológicos con un enfoque interdisciplinario que incluya la arqueometría, de modo que la interpretación de los eventos del pasado se haga de una manera integral. Además, es deseable que los análisis arqueométricos en hueso antiguo se reproduzcan en distintos sitios, para que en el futuro se puedan hacer comparaciones entre diferentes colecciones óseas, ya que con ello la discusión sobre los procesos diagenéticos y la variada información que resguarda el hueso antiguo se verá enriquecida.
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