Quizá un pub irlandés no sea el lugar más obvio para encontrarse con el corazón cultural de Japón. Por eso, con cierta inquietud, me acomodo en una mesa de una esquina de Field, un pub irlandés situado encima de un restaurante de udon en el centro de Kioto, donde el cartel de la puerta anuncia la clásica combinación “Guinness de barril, buena música irlandesa y pan con curry de Noharaya”.
Mi aprensión resulta totalmente fuera de lugar. Durante las dos horas siguientes, una sucesión de músicos japoneses de gran talento sube al escenario para tocar el violín, la flauta, el banjo y el silbato de hojalata en una serie de jigs, reels y slides que no desentonarían en los pubs de Dublín. “Los europeos y estadounidenses que vivían en Kioto iniciaron las sesiones de música irlandesa en los pubs en la década de 1990 –me cuenta entre melodía y melodía el gerente Hikaru Sato–. Unos cuantos japoneses curiosos se unieron a ellos y así nació la escena musical irlandesa”.
El género fue aprovechado con aplomo por las siguientes generaciones de músicos japoneses, que lo han asumido con la pasión, el brío y la destreza típicos de esta nación de aficionados. “Los japoneses suelen creer que el dominio de algo conduce a su disfrute, tanto en el trabajo como en los pasatiempos”, dice el violinista y flautista de lata Ryo Kaneko, tras una entusiasta interpretación de la “Polka de Egan”. Incluso hay una palabra para ello en japonés: ikigai, la sensación de motivación y fuerza vital provocada por la búsqueda de las propias pasiones. “Aquí las aficiones son enormes –lo confirma mi guía, Van Milton, de InsideJapan–. Y cuando encuentras una, vas por ella, con todo”.
La modesta escena folclórica irlandesa es solo la