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Habilidades sociales para personal militar
Habilidades sociales para personal militar
Habilidades sociales para personal militar
Libro electrónico479 páginas6 horas

Habilidades sociales para personal militar

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Información de este libro electrónico

Profesores, policías, militares y profesionales sanitarios son los principales grupos de riesgo del síndrome del quemado, una afección del entorno laboral que genera agotamiento, desmotivación y angustia. Agotamiento progresivo, desmotivación para el trabajo y cambios repentinos del estado de ánimo con sentimientos de tristeza, pena, angustia, malestar psíquico acompañado de melancolía, pesimismo e insustancialidad. Las personas, como seres sociales, se ven obligadas a establecer relaciones con sus semejantes, ya sea en el entorno familiar, educativo, laboral o de ocio. Sin embargo, no siempre es fácil desenvolverse en un determinado contexto social. Y no es debido a la falta de capacidades, sino porque no se han adquirido las habilidades necesarias para hacerlo. Dentro del ámbito de la salud, se ha demostrado que enseñar a desarrollar estas habilidades es la forma más eficaz para establecer comportamientos saludables, tanto de manera individual como colectiva.



El libro incorpora información sobre los siguientes asuntos:

- La resiliencia
- Relaciones de pareja en el trabajo
- Dominio de las emociones
- Afrontar los conflictos
- El arte de conversar
- El lenguaje corporal
- Caer bien a los demás
- Sobredimensionar los problemas
- Amargarse la vida es fácil
- Trabajos que queman
- La amistad
- Hablar en público
- Técnicas de persuasión
- El psicólogo, un especialista que puede ayudarnos
- Autocontrol
- Hacer y recibir críticas
- La envidia
- Los celos
- Ser débiles
- La felicidad
- Reflexión
- Acoso laboral
- Asesor de imagen
-Etc..





Este libro fue creado para el entretenimiento, sin más pretensiones.
IdiomaEspañol
EditorialSelect
Fecha de lanzamiento14 ago 2021
ISBN9791220835787
Habilidades sociales para personal militar

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    Vista previa del libro

    Habilidades sociales para personal militar - Trainera Abel Castro

    Emociones descontroladas

    El sentimiento de tensión que experimentan los cleptómanos se intensifica cuando se exponen a una situación en la que pueden llevarse algún objeto. Este nerviosismo evoluciona en estas personas de forma desagradable a medida que el robo está a punto de consumarse. La emoción es tan intensa que el afectado no ejerce un control sobre su voluntad, aunque sí es consciente de que está a punto de cometer un acto discordante con sus valores, pero es incapaz de plantearse otra solución para reducir el grado de ansiedad que le lleva a consumar el hurto. Por eso sólo cuando sustrae el objeto experimenta una sensación de liberación y alivio por haberse quitado de encima un malestar tan intenso.

    Sin embargo, esta sensación cercana al bienestar -que puede resultar adictiva- apenas dura unos minutos, ya que el malestar inicial se sustituye por un sentimiento de culpabilidad que no tarda en aparecer. Esta situación genera un círculo vicioso en el que el desasosiego forma parte de la vida de estos enfermos, de la misma manera que sucede en otros casos de alteraciones adictivas e impulsivas.

    Tratamiento

    Es necesario consultar cada caso a un profesional para que elabore un diagnóstico completo en el que no sólo valore la cleptomanía como la manifestación más evidente. En general, suele administrarse antidepresivos por la relación de los síntomas con niveles bajos de serotonina en el cerebro.

    El primer paso pare recuperarse es realizar un registro detallado de los episodios vividos. Después de cada robo involuntario se debe anotar en una libreta la fecha, la hora, el lugar, el estado anímico previo al hurto y el objeto robado. De este modo, se fomenta el control de una conducta que en el momento en que se lleva a cabo parece no estar sometida a ninguna pauta. Así, mediante este control se pueden observar secuencias repetitivas que permiten prevenir situaciones similares. Por otro lado, el individuo es más consciente de lo que ocurre y adquiere una novedosa y placentera sensación de control sobre las conductas impulsivas, llegando a ser capaz de sustituir la forma habitual de actuar por otra que no acabe en un hurto. Se trata de una técnica útil ante cualquier trastorno del control de los impulsos y adicciones porque permite una mayor concienciación del problema. Además, es habitual que cuando se anota cada episodio, se constata que estos son más frecuentes de lo que se estimaba en principio, y que con la ayuda del terapeuta estos impulsos se podrán sustituir por conductas más controladas.

    Otra técnica útil y cargada de sentido simbólico es destruir todos los objetos robados . Con su destrucción se consigue romper con una etapa de la vida en la que se han cometido actos involuntarios y que han causado gran malestar. De esta forma tan alegórica se inicia una nueva etapa en la que se pretende actuar de forma diferente ante la ansiedad y la depresión.

    Es muy importante que un cleptómano comparta la experiencia vivida con personas de confianza. De esta manera se comparte el problema y la vergüenza desaparece poco a poco. Reconocer el problema es siempre el primer paso para solucionarlo y, además, se aconseja realizar un ejercicio muy útil con las personas que comparten el secreto: pedirles que sirvan de acompañantes para acudir a los lugares donde se cometieron los robos y les vigilen para evitar nuevos episodios. No sentirse culpables les resulta una experiencia muy reparadora y les alienta a que ellos, más adelante, acudan solos al mismo centro y experimenten la misma sensación.

    Por último, se recomienda que el afectado trabaje en la búsqueda de sensaciones positivas mediante otras actividades , como practicar deporte al aire libre, disfrutar de algún pasatiempo y mantener relaciones sociales activas para prevenir el aislamiento. El mayor antídoto para las conductas impulsivas y adictivas es vivir emociones intensas y positivas que provoquen sensación plenitud. De este modo, mejora el estado de ánimo y desaparece casi de forma espontánea la necesidad de cometer pequeños hurtos que hacen a la persona esclava de sus emociones, perpetuando su malestar de forma constante.

    Tipología de la cleptomanía

    Cleptomanía esporádica. Se producen episodios breves y con largos intervalos de tiempo entre un robo y otro.

    Cleptomanía episódica. Aparece de una forma más constante en el tiempo, aunque se pueden apreciar remisiones puntuales.

    Cleptomanía crónica. Se sufre a lo largo de la vida con pequeñas fluctuaciones en su frecuencia y con una dificultad importante para deshacerse del trastorno.

    La cólera

    Este comportamiento es aún más exagerado cuando la situación se vive como una provocación. La emoción que emerge entonces es la cólera y el sujeto impulsivo tiende a actuar con agresividad. Aunque puede obtener beneficios a muy corto plazo (un cambio de la situación, cierta sensación de control y la disminución de la tensión fisiológica tras el arrebato), esta inadecuada expresión de sentimientos negativos se materializa en consecuencias muy dañinas a medio y largo plazo: sentimiento de culpa por los daños causados, baja autoestima por no haber sido capaz de autocontrolarse, pérdida de confianza del entorno (con la etiqueta de ‘agresivo y problemático’ para siempre) y potenciales problemas legales.

    Según el psicólogo Raymond W. Novaco hay cuatro clases esenciales de provocación que pueden desencadenar nuestra indignación y propiciar una reacción impulsiva. Todas ellas se pueden ilustrar con un sinfín de ejemplos:

    La frustración. Por ejemplo, tras obtener un suspenso o después de un plantón.

    Sucesos irritantes, como extraviar un documento importante, no poder dormir a causa del ruido o estar atrapado en una retención de tráfico.

    Sentirse provocado por un comentario irónico de un compañero de trabajo o por un coche que nos adelanta por la derecha en la autopista.

    La falta de corrección de la pareja que relata un aspecto privado de la relación en una cena de amigos o la supuesta injusticia de una multa.

    La angustia

    Muy diferente a la reacción impulsiva de las personas coléricas es la de la mayoría de niños, adolescentes y adultos con Trastorno por Déficit de Atención con o sin Hiperactividad (TDA-H). Cuando se enfrentan a un problema ante el que han fracasado antes, la dolorosa emoción que aparece es la angustia. Ante su conciencia de ser ‘incapaces’ de abordar el problema con éxito, intentan reducir el tiempo de incertidumbre y se precipitan en su propuesta de solución. Es la impaciencia la que retroalimenta el problema: si no hay reflexión, la posibilidad de errar aumenta y, con ella, la conciencia de incapacidad que dispara la angustia y le lleva a responder de manera impulsiva. Las consecuencias negativas de su impulsividad se centran en la continua pérdida de autoestima y en la injusta imagen social que genera: a pesar de ser individuos con capacidades en general superiores a la media, su dificultad para estructurar la información, aplicar métodos de resolución y darse tiempo para todo ello, les lleva a parecer menos capaces que los demás.

    Impulsividad funcional

    Un tercer grupo de sujetos ‘impulsivos’ lo componen aquellos que manifiestan una impulsividad funcional. Su característica principal es que sólo toman decisiones rápidas y no meditadas en aquellos casos en que hacerlo de esta manera les aporta algún tipo de beneficio. Es característico en personas creativas (dedicadas al arte, al deporte o a los negocios) y seguras de sí mismas, que asumen cierto nivel de riesgo y con un alto nivel de actividad y de audacia.

    Por último, y en el extremo opuesto, están aquellos sujetos en los que la impulsividad agresiva se ha convertido en una reacción incontrolable, cuyos factores estresantes no justifican la intensidad de su violencia o de los daños que pueden causar a terceros. A estos sujetos, incapaces de distinguir las situaciones donde la impulsividad es contraproducente, se les diagnostica un Trastorno Explosivo Intermitente.

    Actuar o no actuar

    Frente a las personas reflexivas, las impulsivas muestran menos ansiedad por cometer errores (porque no se dan tiempo para analizar y prever) y todas sus acciones están orientadas hacia el éxito rápido más que a evitar el fracaso. Es evidente que su rendimiento es bajo y muestran menor motivación por tareas que implican un aprendizaje. El hecho de que ante situaciones similares reaccionen con el mismo patrón de respuesta sugiere que han automatizado sus reacciones, lo que impide el desarrollo de tres pasos básicos en el proceso de toma de decisiones, en especial cuando se enfrentan a situaciones percibidas como peligrosas y se acelera el factor tiempo:

    La determinación de objetivos razonables a la situación, las necesidades y capacidades del sujeto.

    La creación de estrategias y acciones para resolver los problemas.

    La autoobservación de su propia conducta y de los resultados para la mejora en próximas ocasiones.

    Identificar para prevenir

    Según E.D. Copeland y V.L. Love (1995) hay que atender a los siguientes indicadores para determinar que un sujeto puede tener problemas en el control de sus impulsos -siempre que experimenten más de cuatro- cuando:

    Busca experiencias excitantes y arriesgadas.

    Muestra una baja tolerancia a la frustración y al aburrimiento.

    Actúa antes de pensar con independencia de la situación-problema.

    Es desorganizado y casi nunca planifica actividades.

    Es muy olvidadizo y/o llega tarde por falta de previsión.

    Cambia de una actividad a otra con mucha frecuencia.

    Se muestra incapaz de guardar su turno para hablar en aquellas situaciones grupales en las que se necesita paciencia.

    Requiere de mucha supervisión para evitar problemas.

    Tiene problemas por actuar de forma inapropiada.

    Es muy creativo, aunque muchas de sus propuestas son esbozos que necesitan ser pulidos.

    Estamos familiarizados con la palabra estrés. La mayoría de nosotros piensa que estrés es sinónimo de preocupación (pérdida de empleo, fallecimiento de alguien querido…). Sin embargo, para el cuerpo, la palabra estrés tiene un significado mucho más amplio; es sinónimo de cambio. Cualquier cosa que cause un cambio en nuestra vida causa estrés. No importa si es un cambio bueno o malo, ambos son estresantes. Aún los cambios imaginarios son estresantes: si teme que no tendrá suficiente dinero para pagar la renta, si le preocupa la posibilidad de que le despidan de su trabajo, si cree que le darán un aumento; todo eso es estrés.

    El estrés puede causar enfermedades

    Las células cerebrales se comunican entre sí mediante mensajeros químicos. Cuando la persona está expuesta a niveles altos de estrés ésta comunicación comienza a deteriorarse. Cuando éstos mensajeros fallan la persona comienza a sufrir síntomas tales como: insomnio, dolores generalizados, depresión, angustia, etc... A ésta condición se le llama sobre-estrés y puede ser la causa de enfermedades.

    Cargar con demasiado estrés es como manejar el coche con solo la reserva de gasolina, dejar el tostador prendido, o manejar un reactor nuclear mas allá del nivel permitido. Tarde o temprano algo dejará de funcionar adecuadamente.

    Numerosos estudios han relacionado el sobre-estrés con afección gastrointestinal (úlceras, cólicos, diarreas, gastritis…), cerebral (fatiga, dolores, llanto, depresión, insomnio, ataques de angustia…), cardiovascular (presión alta, taquicardia o palpitaciones irregulares…), inmunitario (resistencia disminuida a las infecciones…), piel (enrojecimiento, eccemas...). Recientemente se ha descubierto que el sobre-estrés causa cambios físicos en el cerebro. La fatiga, llanto, depresión, angustia, e insomnio típicos son causados por una disfunción química cerebral.

    Mensajeros químicos cerebrales

    Existen ciertos químicos vitales que llevan los mensajes entre las células cerebrales. En esencia, éstos químicos permiten que las células nerviosas cerebrales se comuniquen entre sí. En un día típico dentro del cerebro, trillones de mensajes se mandan y se reciben. Los mensajes que son positivos, son llevados por los mensajeros alegres . Otros mensajes son sombríos y depresores y son llevados por los mensajeros tristes. La mayor parte de los centros nerviosos reciben ambos tipos de mensajes. Mientras ésta transmisión esté en balance todo funciona con normalidad.

    Cuando existe demasiado estrés en el cerebro, los mensajeros alegres comienzan a atrasarse en sus entregas. En la medida que continúa el estrés, los mensajeros alegres comienzan a fallar. Esto causa que centros importantes del cerebro reciban tan solo mensajes tristes. La persona ha entrado en un estado de desbalanciamiento químico cerebral conocido como sobre-estrés.

    La dieta ayuda a combatir el sobre-estrés

    - Mantenga su nivel de glucosa estable. Una consideración dietética importante es evitar las variaciones en la glucemia (nivel de glucosa en sangre). Para ello, no deben faltar de la alimentación diaria alimentos ricos en hidratos de carbono complejos tales como: pan, arroz y otros cereales, pasta, patatas, legumbres. Estos alimentos, están compuestos por móleculas de glucosa de enlaces fuertes, y estos enlaces son descompuestos por el cuerpo de manera más lenta, lo que permite que la glucosa se libere paulatinamente.

    - Distribuya la alimentación en varias tomas. Comer menos pero con mayor frecuencia también ayuda a mantener estable la glucemia.

    - Tome alimentos ricos en triptofano. La producción cerebral de serotonina, uno de los mensajeros alegres, es muy sensible a la dieta. El aumento se debe a una mejor absorción del aminoácido triptofano. Las fuentes dietéticas más importantes son: carnes rojas, pescados, leche y derivados, huevos, nueces, almendras, plátano y lechuga. En el organismo, la síntesis y liberación de serotonina dependen de la relativa proporción de hidratos de carbono y proteínas consumidos con la dieta. Al ingerir una mayor proporción de hidratos de carbono cambia el patrón de los aminoácidos plasmáticos aumentando la utilización cerebral de triptofano y por lo tanto la síntesis y liberación de serotonina.

    - Incluya diariamente al menos una ensalada al día y dos frutas frescas. Estos alimentos constituyen las principales fuentes de vitamina C. Las necesidades de esta vitamina aumentan en caso de estrés de cualquier tipo. Además, este nutriente estimula las defensas, lo cual resulta muy conveniente en caso de estrés.

    - Valore la posibilidad de tomar un suplemento de vitaminas y minerales. Puede que su cuerpo precise un aporte extra de estos nutrientes, en forma de suplemento que puede adquirir en cualquier farmacia. Asegúrese de que no lleva añadido sustancias excitantes (ginseng, cafeína…), ya que le puede provocar un efecto contraproducente. Mantenga el tratamiento varios meses para que su organismo pueda recargar las reservas de estos nutrientes.

    - Reduzca e incluso elimine de su dieta sustancias tóxicas y excitantes como las bebidas estimulantes, bebidas alcohólicas, cafeína, tabaco... Los productos estimulantes, excitan pero no nutren, y aunque momentáneamente pueden proporcionar una cierta ayuda, su uso continuado acaba produciendo desgaste nervioso, agotamiento y falta de adaptación al estrés.

    Las personas, como seres sociales, se ven obligadas a establecer relaciones con sus semejantes, ya sea en el entorno familiar, educativo, laboral o de ocio. Sin embargo, no siempre es fácil desenvolverse en un determinado contexto social. Y no es debido a la falta de capacidades, sino porque no se han adquirido las habilidades necesarias para hacerlo. Dentro del ámbito de la salud, se ha demostrado que enseñar a desarrollar estas habilidades es la forma más eficaz para establecer comportamientos saludables, tanto de manera individual como colectiva.

    Definiciones que ilustren el significado de habilidades hay muchas. Algunos autores se refieren a ellas como las destrezas para conducirse por la vida de manera hábil y competente , dentro de las posibilidades sociales y culturales de cada uno: actúan como enlace entre los factores que motivan el conocimiento , las actitudes y los valores ; promueven que se generen factores de protección frente a problemas psicosociales derivados del entorno; y ayudan a saber cómo enfrentarse a las exigencias y desafíos que la vida pone delante.

    En general, se identifican tres clases de habilidades: las sociales o interpersonales (como la comunicación asertiva o la empatía), las cognitivas (como la toma de decisiones o el pensamiento crítico) y las habilidades para el manejo de las emociones (como el estrés).

    Las habilidades han sido adoptadas como estrategia de promoción de la salud , sobre todo en países de América Latina y Caribe, como línea de trabajo de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) , que en la década de los años 90 -y solo centrado en destrezas psicosociales- comenzó a difundir materiales pedagógicos diseñados en promover estas habilidades en los centros educativos.

    A partir de entonces, la evidencia científica ha ido señalando que la enseñanza y el aprendizaje de estas habilidades son herramientas más eficaces para prevenir comportamientos dañinos , que las intervenciones aisladas dirigidas a problemas específicos. De hecho, la OMS reporta que los programas diseñados con el objetivo de que los adolescentes adquieran habilidades para una vida saludable, además de evitar el tabaquismo, mejoran las relaciones con los profesores y el rendimiento académico y disminuyen las faltas de asistencia al centro educativo. Incluso, han demostrado ser mediadoras en las conductas problemáticas.

    Así, dentro del enfoque de promoción de salud , las habilidades para la vida inciden en los determinantes de salud -circunstancias en que las personas nacen, crecen, viven, trabajan y envejecen, incluido el sistema de salud, las políticas, la repartición del poder y los recursos- y favorecen que las personas sean capaces de elegir modos de vida saludables y un óptimo bienestar físico, social y psicológico. Por ejemplo, contribuyen a mejorar el entorno, a interactuar con los semejantes y a adquirir buenas prácticas de alimentación y actividad física, entre otras.

    Según la OMS, las habilidades para la vida diaria son las siguientes:

    1. Autoconocimiento . Capacidad de conocerse, de saber las propias fortalezas, debilidades, actitudes, valores y recursos personales y sociales con que uno cuenta para la vida y para enfrentarse a la adversidad. Es descubrir aquello que se quiere y aquello que no.

    2. Manejo de emociones y sentimientos . La habilidad para explorar las propias emociones y saber cómo gestionarlas influye en el comportamiento de las personas. Las de más difícil manejo, como la ira y la violencia, pueden tener resultados nocivos para la salud, sobre todo, en los más jóvenes.

    3. Manejo de la tensión y el estrés . Es la habilidad de reconocer las circunstancias de la vida que causan estrés para afrontarlas de manera constructiva y eliminarlas o reducirlas de forma saludable.

    4. Comunicación asertiva . Capacidad de expresar con claridad lo que se piensa, siente o necesita, autoafirmando los propios derechos, sin dejarse manipular ni manipular a los demás. Es la forma de comunicación más eficiente.

    5. Empatía . La habilidad para imaginar cómo es la vida de otra persona y qué siente y ponerse en su lugar para comprender mejor sus reacciones, emociones y opiniones. Tener empatía ayuda a aceptar la diversidad y mejora las relaciones interpersonales. Ser empático también involucra las emociones propias: si se siente lo que sienten los demás es porque se comparten sentimientos.

    6. Relaciones interpersonales . Capacidad de establecer y mantener relaciones interpersonales para interactuar de modo positivo con las personas de su entorno, sobre todo familiar, y, a la vez, terminar con las relaciones que sean tóxicas, esto es, que bloqueen el propio crecimiento personal.

    7. Manejo de conflictos . Aceptando que el conflicto es parte de la condición humana, el reto está en desarrollar estrategias constructivas, es decir, que ayuden a manejarlos de manera que sean un estímulo para el desarrollo y favorezca el cambio y el crecimiento personal. Esta habilidad, en los jóvenes, ayuda a reducir la ansiedad.

    8. Toma de decisiones . La habilidad de escoger ayuda a evaluar las posibilidades y a tener en cuenta las consecuencias asociadas a elecciones, tanto sobre uno mismo como en las personas del entorno.

    9. Pensamiento creativo . Para tomar decisiones y solucionar conflictos es necesario explorar todas las alternativas y consecuencias, más allá de la propia experiencia personal.

    10. Pensamiento crítico . Es la habilidad que permite analizar de manera objetiva la información disponible junto con la experiencia para llegar a conclusiones propias. Esto ayuda a los más jóvenes a reconocer qué factores influyen en su comportamiento, como los medios de comunicación o su grupo de iguales.

    La empatía es la capacidad de una persona de vivenciar la manera en que siente otra persona y de compartir sus sentimientos. La habilidad para entender las necesidades, sentimientos y problemas de los demás, poniéndose en su lugar y responder correctamente a sus reacciones emocionales, se conoce como empatía. Las habilidades sociales no exigen simpatía, pero sí empatía. Un investigador francés y una investigadora suiza averiguan cómo el cerebro nos hace más sociales y mejor adaptados a la relación con los demás. Somos animales sociales, lo confirman tanto los etólogos (investigadores del comportamiento animal) como los neurocientíficos que desentrañan las claves del cerebro humano. Frederique de Vignemont (Bron, Francia) y Tania Singer (Zurich) se han servido de técnicas de espectrometría para medir el impacto de las emociones en el cerebro y cómo las emociones expresadas por un individuo que habla afectan al de quien le escucha. De este modo han podido medir, asimismo, lo que hasta hace poco era casi sólo una sensación de validez social: la empatía.

    Vignemont y Singer han ido más allá y han postulado incluso algunos factores que pudieran modular tanto las emisiones como las recepciones de empatía desde la base cerebral. Los científicos aseguran que estos factores desempeñan una labor fundamentalmente epistemológica, procurando información orientativa sobre lo que el contertuliano piensa o se dispone a pensar, así como circunstancias tales como su estado de ánimo y su mayor o menor complicidad con lo que se dice.

    La habilidad de experimentar emociones ajenas como si fuesen propias es la base de la empatía. Averiguar qué emociones alberga nuestro interlocutor, cuán fuertes son dichas emociones y qué las ha desencadenado puede parecer una labor de adivino, pero hay muchas personas que en un grado u otro pueden acometer esta tarea. Para los psicólogos resulta casi una facultad sine qua non . No se trata sólo de ser simpáticos. Invitamos a alguien a tomar el té, escuchamos atentamente sus exposiciones y nos mostramos congruentes con su estado de ánimo, aliviando pesares o reforzando euforias... Eso es sólo simpatía. Si no entendemos las emociones que nuestro invitado expone hasta el punto de identificar su origen, no seremos capaces de cuadrar el círculo empático. La simpatía es un proceso puramente emocional, que tiene con la empatía la misma relación que puede tener un dibujo con el objeto que representa. La empatía involucra las emociones propias; sentimos lo que sienten los demás porque compartimos los mismos sentimientos; no captamos solamente la emoción ajena, la sentimos propia y la razonamos con nuestra propia razón. Incluye perspectivas, pensamientos, deseos o creencias que importamos de quien está sentado ante nosotros. Pero el té con empatía puede también atragantarnos.

    Una persona tremendamente empática vive expuesta a un complejo universo de información emocional, dolorosa y puede que intolerable, que los demás simplemente no perciben. Los muy empáticos triunfan en labores de enseñanza, asistencia sanitaria o ventas, pero también deben hacer frente a una constante fuente de estrés. «Primero, trata de entender al otro, después trata de hacer que te entiendan a ti», decía Stephen Covey. Hace falta recordar que la empatía no hace buenas a las personas. Ver lo que los demás ven, oír lo que los demás oyen, pensar lo que los piensan o sentir lo que los demás sienten puede ser también un requisito importante para convertirse en timador.

    La mayoría de nosotros habla prestando más atención a las propias emociones que a lo que nos dicen las emociones de los demás; escuchamos pensando en lo que vamos a decir nosotros a continuación, o pensando en qué tipo de experiencias propias podemos aportar a la situación. Aprender a escuchar supone enfocar toda la atención hacia el otro cuando habla, dejar de pensar en lo que queremos decir o en lo que nosotros haríamos en su lugar. Cuando se escucha con atención se escucha, además, con todo el cuerpo. Las personas con gran capacidad de empatía son capaces de sincronizar su lenguaje no verbal al de su interlocutor. Son capaces de interpretar indicaciones no verbales por medio de cambios en los tonos de voz, gestos o movimientos que realizamos inconscientemente pero que proporcionan gran cantidad de información.

    Un ejemplo: permaneciendo sentados en una cafetería y poniéndonos a observar a las personas de nuestro alrededor con atención notaremos con facilidad quienes son amigos y quienes no. Las personas que sintonizan demuestran su sintonía físicamente y acompasan gestos, expresiones, tono de voz, etcétera. En su libro Frogs into Princes (sapos convertidos en príncipes) Bandler y Grinder aseguran que los magos de la comunicación se caracterizan por tres grandes pautas de comportamiento: tienen claro el mensaje que reciben, son capaces de dar con la respuesta adecuada en medio de muchas respuestas posibles y presentan una agudeza sensorial capaz de advertir las emociones de otra persona sin que ésta las haya verbalizado.

    No tenemos cualidades empáticas y, no obstante, sobrevivimos. No pasa nada. Sin embargo, hay personas para quienes la dificultad de entablar una relación empática se convierte en verdadera pesadilla. Hay incluso quien no sale de casa o no habla con nadie por miedo a no entender o a no ser entendido. Es el otro extremo de la empatía y provoca una ansiedad enfermiza bautizada con el nombre de fobia social. Se calcula que entre un 3 y un 13 % de la población general experimenta fobia social, pero es probable que estas proyecciones de prevalencia se difuminen entre muchos casos aún por diagnosticar.

    La fobia social consiste en un miedo persistente y acusado a situaciones sociales, entrevistas o actuaciones en público por temor a que resulten embarazosas. El fóbico social teme que la empatía de otros identifique las debilidades propias y dibuje el retrato de una persona ansiosa, débil, rara o tonta. Su ansiedad, además, toma forma de palpitaciones, temblores, sudoración, pirosis, falta de aire, rubor y confusión. En muchas ocasiones, el temor es tan intenso que las personas evitan completamente las situaciones sociales que temen. En otras, las soportan pero con considerable angustia y malestar. En cualquier caso, tanto el miedo como la evitación limitan las posibilidades de desarrollo personal y afectan profundamente la calidad de vida.

    Los cuadros de fobia social suelen aparecer a mediados de la adolescencia y no es raro que la persona acredite desde entonces y por muchos años una gran timidez o inhibición social. Muchos fóbicos sociales creen incluso que son así y que no hay nada que puedan hacer para superar el problema, ignorando que existen tratamientos que han demostrado solventemente su capacidad para socializar al más huraño. En el tratamiento de la fobia social, la empatía del terapeuta se encargará de identificar, desafiar y combatir los pensamientos muchas veces desfigurados acerca de la situación social concreta de cada persona.

    Un pequeño respiro al día beneficia el equilibrio psíquico y permite un mayor autoconocimiento. En el devenir cotidiano hay tantas cosas que hacer y tanto a lo que atender que el poco tiempo que resta de las obligaciones se dedica al descanso. Pero ese lapso que bien sirve para reparar las fuerzas perdidas no trae necesariamente en momentos de ocio, ni procura una tregua para mimarse a uno mismo. Es más, la dinámica nos lleva muchas veces a ceder las horas libres de las que disponemos para satisfacer a los demás y cumplir con guiones sociales, aparcando deseos y necesidades. Somos capaces de olvidarnos de nuestras apetencias interiores para que lo exterior funcione. Esta actitud, mal tildada de altruista, no respeta o desconoce los límites en que uno se mueve con satisfacción, lo que genera una negación personal y termina provocando enfado y rabia.

    No en vano, el hábito de dejarnos postergados a un segundo plano nos vuelve incapaces de vernos y de atender nuestras apetencias y gustos. Esta falta de interés propio nos lleva a ocultarnos, por lo que dejamos de mostrarnos ante los demás. Nos encaminamos a un espacio donde nuestras aspiraciones no caben, pues les hemos quitado importancia y hemos dejado de procurárnoslas.

    Tenemos que buscar momentos para hacer lo que nos gusta de verdad

    Habrá momentos en que reclamemos atención, más como una exigencia que como una petición, pues percibimos a los demás como deudores aunque hayamos sido nosotros mismos quienes nos hemos mutilado. Nosotros mismos somos quienes hemos olvidado guardar un tiempo para hacer actividades que nos satisfagan o para estar con aquellas personas con quienes nos apetece estar. Más aún. Existe una parcela olvidada y dejada de lado que ni echamos de menos: la de estar centrado uno consigo mismo durante un tiempo, aunque sea reducido, al día.

    Programar nuestro tiempo

    Diez escasos minutos son suficientes para recuperar esa parcela. Poner una cifra y que sea tan reducida puede parecer ridículo, pero al igual que programamos el resto de nuestras actividades, ¿por qué no programar ésta? El tiempo concreto que acordemos, y más aún, el hecho de hacerlo implica:

    Tenernos en cuenta.

    Darnos un lugar en las prioridades de nuestras acciones.

    Pensar que somos importantes.

    Cuidarnos al igual que cuidamos de los demás.

    Mimar nuestra existencia.

    Si un familiar o un buen amigo nos solicitase diez minutos diarios casi de seguro que no dudaríamos en concedérselos. ¿Por qué no tener la misma atención y cuidado para con nosotros mismos? ¿Por qué nos cuesta tanto vernos y sentirnos como lo que somos: una persona importante? ¿Será que qué no nos valoramos ni queremos?

    Aceptarnos como somos

    La gran mayoría de las personas nos forjamos un ideal sobre quién queremos ser, y como ocurre con todos los ideales, no logramos que se convierta en realidad. Esto en sí no es negativo, pues esa diferencia entre lo ideal y la realidad se percibe en muchos órdenes de la vida. El problema surge cuando la dicotomía desencadena una frustración y nos lleva a enfadarnos con nosotros mismos por no ser capaces de alcanzar aquello que perseguimos, y que erróneamente pensamos que nos haría felices. El no vernos reflejados como creemos que nos gustaría ser nos lleva a sentirnos frustrados y a perder la confianza en nosotros mismos, lo que es sinónimo a no aceptar nuestros defectos, ni tampoco nuestras virtudes. Si no nos gustamos, difícilmente querremos estar a solas con nosotros, ni dedicarnos tiempo, aunque sean sólo 10 minutos. Pero esto no puede servirnos de excusa para no intentarlo.

    ¿Cómo disfrutar de nuestro tiempo a solas?

    Diez minutos con nosotros mismos NO son para:

    Agobiarnos con todo lo que deberíamos haber hecho o nos falta por hacer.

    Recordar nuestros malestares, tanto físicos como emocionales.

    Dar vueltas a cualquier hecho que nos tiene preocupados.

    Buscar soluciones para problemas que tenemos pendientes.

    Pensar, analizar y hacer trabajar la mente.

    Aislarnos con nuestras preocupaciones o pensamientos recurrentes.

    Diez minutos con nosotros SI son para:

    Aislarnos de nuestros problemas, darnos un respiro de las preocupaciones y una tregua de las obligaciones.

    Darnos un tiempo por el que constatamos la importancia que nos otorgamos.

    Conectar con nuestra propia soledad.

    Estar físicamente solos con nuestro cuerpo y nuestra mente.

    Sentirnos y conocernos más y mejor.

    Abandonarnos a nada.

    Durante esos diez minutos:

    En ocasiones, se agolparán los pensamientos y otras nos vendrán de uno a uno, o

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