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Habilidades sociales para personal educativo
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Libro electrónico592 páginas7 horas

Habilidades sociales para personal educativo

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Los cambios que se están produciendo en la sociedad actual están dando lugar a que surjan problemas que afectan a la labor docente, llegando a incidir en su salud: la indisciplina del alumnado, la delegación de responsabilidades educativas propias de la familia al docente, el cambio de los valores y las relaciones sociales, la escasa valoración del profesorado, la diversidad de alumnado, el trasvase de responsabilidades al docente por falta de personal especializado etc.. Profesores, policías y profesionales sanitarios son los principales grupos de riesgo del síndrome del quemado, una afección del entorno laboral que genera agotamiento, desmotivación y angustia. Agotamiento progresivo, desmotivación para el trabajo y cambios repentinos del estado de ánimo con sentimientos de tristeza, pena, angustia, malestar psíquico acompañado de melancolía, pesimismo e insustancialidad. Las personas, como seres sociales, se ven obligadas a establecer relaciones con sus semejantes, ya sea en el entorno familiar, educativo, laboral o de ocio. Sin embargo, no siempre es fácil desenvolverse en un determinado contexto social o profesional. Y no es debido a la falta de capacidades, sino porque no se han adquirido las habilidades necesarias para hacerlo. Dentro del ámbito de la salud, se ha demostrado que enseñar a desarrollar estas habilidades es la forma más eficaz para establecer comportamientos saludables, tanto de manera individual como colectiva.
IdiomaEspañol
EditorialSelect
Fecha de lanzamiento14 ago 2021
ISBN9791220835794
Habilidades sociales para personal educativo

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    Habilidades sociales para personal educativo - Trainera Abel Castro

    Identificar para prevenir

    Según E.D. Copeland y V.L. Love (1995) hay que atender a los siguientes indicadores para determinar que un sujeto puede tener problemas en el control de sus impulsos -siempre que experimenten más de cuatro- cuando:

    Busca experiencias excitantes y arriesgadas.

    Muestra una baja tolerancia a la frustración y al aburrimiento.

    Actúa antes de pensar con independencia de la situación-problema.

    Es desorganizado y casi nunca planifica actividades.

    Es muy olvidadizo y/o llega tarde por falta de previsión.

    Cambia de una actividad a otra con mucha frecuencia.

    Se muestra incapaz de guardar su turno para hablar en aquellas situaciones grupales en las que se necesita paciencia.

    Requiere de mucha supervisión para evitar problemas.

    Tiene problemas por actuar de forma inapropiada.

    Es muy creativo, aunque muchas de sus propuestas son esbozos que necesitan ser pulidos.

    Las personas, como seres sociales, se ven obligadas a establecer relaciones con sus semejantes, ya sea en el entorno familiar, educativo, laboral o de ocio. Sin embargo, no siempre es fácil desenvolverse en un determinado contexto social. Y no es debido a la falta de capacidades, sino porque no se han adquirido las habilidades necesarias para hacerlo. Dentro del ámbito de la salud, se ha demostrado que enseñar a desarrollar estas habilidades es la forma más eficaz para establecer comportamientos saludables, tanto de manera individual como colectiva.

    Definiciones que ilustren el significado de habilidades hay muchas. Algunos autores se refieren a ellas como las destrezas para conducirse por la vida de manera hábil y competente , dentro de las posibilidades sociales y culturales de cada uno: actúan como enlace entre los factores que motivan el conocimiento , las actitudes y los valores ; promueven que se generen factores de protección frente a problemas psicosociales derivados del entorno; y ayudan a saber cómo enfrentarse a las exigencias y desafíos que la vida pone delante.

    En general, se identifican tres clases de habilidades: las sociales o interpersonales (como la comunicación asertiva o la empatía), las cognitivas (como la toma de decisiones o el pensamiento crítico) y las habilidades para el manejo de las emociones (como el estrés).

    Las habilidades han sido adoptadas como estrategia de promoción de la salud , sobre todo en países de América Latina y Caribe, como línea de trabajo de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) , que en la década de los años 90 -y solo centrado en destrezas psicosociales- comenzó a difundir materiales pedagógicos diseñados en promover estas habilidades en los centros educativos.

    A partir de entonces, la evidencia científica ha ido señalando que la enseñanza y el aprendizaje de estas habilidades son herramientas más eficaces para prevenir comportamientos dañinos , que las intervenciones aisladas dirigidas a problemas específicos. De hecho, la OMS reporta que los programas diseñados con el objetivo de que los adolescentes adquieran habilidades para una vida saludable, además de evitar el tabaquismo, mejoran las relaciones con los profesores y el rendimiento académico y disminuyen las faltas de asistencia al centro educativo. Incluso, han demostrado ser mediadoras en las conductas problemáticas.

    Así, dentro del enfoque de promoción de salud , las habilidades para la vida inciden en los determinantes de salud -circunstancias en que las personas nacen, crecen, viven, trabajan y envejecen, incluido el sistema de salud, las políticas, la repartición del poder y los recursos- y favorecen que las personas sean capaces de elegir modos de vida saludables y un óptimo bienestar físico, social y psicológico. Por ejemplo, contribuyen a mejorar el entorno, a interactuar con los semejantes y a adquirir buenas prácticas de alimentación y actividad física, entre otras.

    Según la OMS, las habilidades para la vida diaria son las siguientes:

    1. Autoconocimiento . Capacidad de conocerse, de saber las propias fortalezas, debilidades, actitudes, valores y recursos personales y sociales con que uno cuenta para la vida y para enfrentarse a la adversidad. Es descubrir aquello que se quiere y aquello que no.

    2. Manejo de emociones y sentimientos . La habilidad para explorar las propias emociones y saber cómo gestionarlas influye en el comportamiento de las personas. Las de más difícil manejo, como la ira y la violencia, pueden tener resultados nocivos para la salud, sobre todo, en los más jóvenes.

    3. Manejo de la tensión y el estrés . Es la habilidad de reconocer las circunstancias de la vida que causan estrés para afrontarlas de manera constructiva y eliminarlas o reducirlas de forma saludable.

    4. Comunicación asertiva . Capacidad de expresar con claridad lo que se piensa, siente o necesita, autoafirmando los propios derechos, sin dejarse manipular ni manipular a los demás. Es la forma de comunicación más eficiente.

    5. Empatía . La habilidad para imaginar cómo es la vida de otra persona y qué siente y ponerse en su lugar para comprender mejor sus reacciones, emociones y opiniones. Tener empatía ayuda a aceptar la diversidad y mejora las relaciones interpersonales. Ser empático también involucra las emociones propias: si se siente lo que sienten los demás es porque se comparten sentimientos.

    6. Relaciones interpersonales . Capacidad de establecer y mantener relaciones interpersonales para interactuar de modo positivo con las personas de su entorno, sobre todo familiar, y, a la vez, terminar con las relaciones que sean tóxicas, esto es, que bloqueen el propio crecimiento personal.

    7. Manejo de conflictos . Aceptando que el conflicto es parte de la condición humana, el reto está en desarrollar estrategias constructivas, es decir, que ayuden a manejarlos de manera que sean un estímulo para el desarrollo y favorezca el cambio y el crecimiento personal. Esta habilidad, en los jóvenes, ayuda a reducir la ansiedad.

    8. Toma de decisiones . La habilidad de escoger ayuda a evaluar las posibilidades y a tener en cuenta las consecuencias asociadas a elecciones, tanto sobre uno mismo como en las personas del entorno.

    9. Pensamiento creativo . Para tomar decisiones y solucionar conflictos es necesario explorar todas las alternativas y consecuencias, más allá de la propia experiencia personal.

    10. Pensamiento crítico . Es la habilidad que permite analizar de manera objetiva la información disponible junto con la experiencia para llegar a conclusiones propias. Esto ayuda a los más jóvenes a reconocer qué factores influyen en su comportamiento, como los medios de comunicación o su grupo de iguales.

    La empatía es la capacidad de una persona de vivenciar la manera en que siente otra persona y de compartir sus sentimientos. La habilidad para entender las necesidades, sentimientos y problemas de los demás, poniéndose en su lugar y responder correctamente a sus reacciones emocionales, se conoce como empatía. Las habilidades sociales no exigen simpatía, pero sí empatía. Un investigador francés y una investigadora suiza averiguan cómo el cerebro nos hace más sociales y mejor adaptados a la relación con los demás. Somos animales sociales, lo confirman tanto los etólogos (investigadores del comportamiento animal) como los neurocientíficos que desentrañan las claves del cerebro humano. Frederique de Vignemont (Bron, Francia) y Tania Singer (Zurich) se han servido de técnicas de espectrometría para medir el impacto de las emociones en el cerebro y cómo las emociones expresadas por un individuo que habla afectan al de quien le escucha. De este modo han podido medir, asimismo, lo que hasta hace poco era casi sólo una sensación de validez social: la empatía.

    Vignemont y Singer han ido más allá y han postulado incluso algunos factores que pudieran modular tanto las emisiones como las recepciones de empatía desde la base cerebral. Los científicos aseguran que estos factores desempeñan una labor fundamentalmente epistemológica, procurando información orientativa sobre lo que el contertuliano piensa o se dispone a pensar, así como circunstancias tales como su estado de ánimo y su mayor o menor complicidad con lo que se dice.

    La habilidad de experimentar emociones ajenas como si fuesen propias es la base de la empatía. Averiguar qué emociones alberga nuestro interlocutor, cuán fuertes son dichas emociones y qué las ha desencadenado puede parecer una labor de adivino, pero hay muchas personas que en un grado u otro pueden acometer esta tarea. Para los psicólogos resulta casi una facultad sine qua non . No se trata sólo de ser simpáticos. Invitamos a alguien a tomar el té, escuchamos atentamente sus exposiciones y nos mostramos congruentes con su estado de ánimo, aliviando pesares o reforzando euforias... Eso es sólo simpatía. Si no entendemos las emociones que nuestro invitado expone hasta el punto de identificar su origen, no seremos capaces de cuadrar el círculo empático. La simpatía es un proceso puramente emocional, que tiene con la empatía la misma relación que puede tener un dibujo con el objeto que representa. La empatía involucra las emociones propias; sentimos lo que sienten los demás porque compartimos los mismos sentimientos; no captamos solamente la emoción ajena, la sentimos propia y la razonamos con nuestra propia razón. Incluye perspectivas, pensamientos, deseos o creencias que importamos de quien está sentado ante nosotros. Pero el té con empatía puede también atragantarnos.

    Una persona tremendamente empática vive expuesta a un complejo universo de información emocional, dolorosa y puede que intolerable, que los demás simplemente no perciben. Los muy empáticos triunfan en labores de enseñanza, asistencia sanitaria o ventas, pero también deben hacer frente a una constante fuente de estrés. «Primero, trata de entender al otro, después trata de hacer que te entiendan a ti», decía Stephen Covey. Hace falta recordar que la empatía no hace buenas a las personas. Ver lo que los demás ven, oír lo que los demás oyen, pensar lo que los piensan o sentir lo que los demás sienten puede ser también un requisito importante para convertirse en timador.

    La mayoría de nosotros habla prestando más atención a las propias emociones que a lo que nos dicen las emociones de los demás; escuchamos pensando en lo que vamos a decir nosotros a continuación, o pensando en qué tipo de experiencias propias podemos aportar a la situación. Aprender a escuchar supone enfocar toda la atención hacia el otro cuando habla, dejar de pensar en lo que queremos decir o en lo que nosotros haríamos en su lugar. Cuando se escucha con atención se escucha, además, con todo el cuerpo. Las personas con gran capacidad de empatía son capaces de sincronizar su lenguaje no verbal al de su interlocutor. Son capaces de interpretar indicaciones no verbales por medio de cambios en los tonos de voz, gestos o movimientos que realizamos inconscientemente pero que proporcionan gran cantidad de información.

    Un ejemplo: permaneciendo sentados en una cafetería y poniéndonos a observar a las personas de nuestro alrededor con atención notaremos con facilidad quienes son amigos y quienes no. Las personas que sintonizan demuestran su sintonía físicamente y acompasan gestos, expresiones, tono de voz, etcétera. En su libro Frogs into Princes (sapos convertidos en príncipes) Bandler y Grinder aseguran que los magos de la comunicación se caracterizan por tres grandes pautas de comportamiento: tienen claro el mensaje que reciben, son capaces de dar con la respuesta adecuada en medio de muchas respuestas posibles y presentan una agudeza sensorial capaz de advertir las emociones de otra persona sin que ésta las haya verbalizado.

    No tenemos cualidades empáticas y, no obstante, sobrevivimos. No pasa nada. Sin embargo, hay personas para quienes la dificultad de entablar una relación empática se convierte en verdadera pesadilla. Hay incluso quien no sale de casa o no habla con nadie por miedo a no entender o a no ser entendido. Es el otro extremo de la empatía y provoca una ansiedad enfermiza bautizada con el nombre de fobia social. Se calcula que entre un 3 y un 13 % de la población general experimenta fobia social, pero es probable que estas proyecciones de prevalencia se difuminen entre muchos casos aún por diagnosticar.

    La fobia social consiste en un miedo persistente y acusado a situaciones sociales, entrevistas o actuaciones en público por temor a que resulten embarazosas. El fóbico social teme que la empatía de otros identifique las debilidades propias y dibuje el retrato de una persona ansiosa, débil, rara o tonta. Su ansiedad, además, toma forma de palpitaciones, temblores, sudoración, pirosis, falta de aire, rubor y confusión. En muchas ocasiones, el temor es tan intenso que las personas evitan completamente las situaciones sociales que temen. En otras, las soportan pero con considerable angustia y malestar. En cualquier caso, tanto el miedo como la evitación limitan las posibilidades de desarrollo personal y afectan profundamente la calidad de vida.

    Los cuadros de fobia social suelen aparecer a mediados de la adolescencia y no es raro que la persona acredite desde entonces y por muchos años una gran timidez o inhibición social. Muchos fóbicos sociales creen incluso que son así y que no hay nada que puedan hacer para superar el problema, ignorando que existen tratamientos que han demostrado solventemente su capacidad para socializar al más huraño. En el tratamiento de la fobia social, la empatía del terapeuta se encargará de identificar, desafiar y combatir los pensamientos muchas veces desfigurados acerca de la situación social concreta de cada persona.

    Un pequeño respiro al día beneficia el equilibrio psíquico y permite un mayor autoconocimiento. En el devenir cotidiano hay tantas cosas que hacer y tanto a lo que atender que el poco tiempo que resta de las obligaciones se dedica al descanso. Pero ese lapso que bien sirve para reparar las fuerzas perdidas no trae necesariamente en momentos de ocio, ni procura una tregua para mimarse a uno mismo. Es más, la dinámica nos lleva muchas veces a ceder las horas libres de las que disponemos para satisfacer a los demás y cumplir con guiones sociales, aparcando deseos y necesidades. Somos capaces de olvidarnos de nuestras apetencias interiores para que lo exterior funcione. Esta actitud, mal tildada de altruista, no respeta o desconoce los límites en que uno se mueve con satisfacción, lo que genera una negación personal y termina provocando enfado y rabia.

    No en vano, el hábito de dejarnos postergados a un segundo plano nos vuelve incapaces de vernos y de atender nuestras apetencias y gustos. Esta falta de interés propio nos lleva a ocultarnos, por lo que dejamos de mostrarnos ante los demás. Nos encaminamos a un espacio donde nuestras aspiraciones no caben, pues les hemos quitado importancia y hemos dejado de procurárnoslas.

    Tenemos que buscar momentos para hacer lo que nos gusta de verdad

    Habrá momentos en que reclamemos atención, más como una exigencia que como una petición, pues percibimos a los demás como deudores aunque hayamos sido nosotros mismos quienes nos hemos mutilado. Nosotros mismos somos quienes hemos olvidado guardar un tiempo para hacer actividades que nos satisfagan o para estar con aquellas personas con quienes nos apetece estar. Más aún. Existe una parcela olvidada y dejada de lado que ni echamos de menos: la de estar centrado uno consigo mismo durante un tiempo, aunque sea reducido, al día.

    Programar nuestro tiempo

    Diez escasos minutos son suficientes para recuperar esa parcela. Poner una cifra y que sea tan reducida puede parecer ridículo, pero al igual que programamos el resto de nuestras actividades, ¿por qué no programar ésta? El tiempo concreto que acordemos, y más aún, el hecho de hacerlo implica:

    Tenernos en cuenta.

    Darnos un lugar en las prioridades de nuestras acciones.

    Pensar que somos importantes.

    Cuidarnos al igual que cuidamos de los demás.

    Mimar nuestra existencia.

    Si un familiar o un buen amigo nos solicitase diez minutos diarios casi de seguro que no dudaríamos en concedérselos. ¿Por qué no tener la misma atención y cuidado para con nosotros mismos? ¿Por qué nos cuesta tanto vernos y sentirnos como lo que somos: una persona importante? ¿Será que qué no nos valoramos ni queremos?

    Aceptarnos como somos

    La gran mayoría de las personas nos forjamos un ideal sobre quién queremos ser, y como ocurre con todos los ideales, no logramos que se convierta en realidad. Esto en sí no es negativo, pues esa diferencia entre lo ideal y la realidad se percibe en muchos órdenes de la vida. El problema surge cuando la dicotomía desencadena una frustración y nos lleva a enfadarnos con nosotros mismos por no ser capaces de alcanzar aquello que perseguimos, y que erróneamente pensamos que nos haría felices. El no vernos reflejados como creemos que nos gustaría ser nos lleva a sentirnos frustrados y a perder la confianza en nosotros mismos, lo que es sinónimo a no aceptar nuestros defectos, ni tampoco nuestras virtudes. Si no nos gustamos, difícilmente querremos estar a solas con nosotros, ni dedicarnos tiempo, aunque sean sólo 10 minutos. Pero esto no puede servirnos de excusa para no intentarlo.

    ¿Cómo disfrutar de nuestro tiempo a solas?

    Diez minutos con nosotros mismos NO son para:

    Agobiarnos con todo lo que deberíamos haber hecho o nos falta por hacer.

    Recordar nuestros malestares, tanto físicos como emocionales.

    Dar vueltas a cualquier hecho que nos tiene preocupados.

    Buscar soluciones para problemas que tenemos pendientes.

    Pensar, analizar y hacer trabajar la mente.

    Aislarnos con nuestras preocupaciones o pensamientos recurrentes.

    Diez minutos con nosotros SI son para:

    Aislarnos de nuestros problemas, darnos un respiro de las preocupaciones y una tregua de las obligaciones.

    Darnos un tiempo por el que constatamos la importancia que nos otorgamos.

    Conectar con nuestra propia soledad.

    Estar físicamente solos con nuestro cuerpo y nuestra mente.

    Sentirnos y conocernos más y mejor.

    Abandonarnos a nada.

    Durante esos diez minutos:

    En ocasiones, se agolparán los pensamientos y otras nos vendrán de uno a uno, o ninguno. A los pensamientos hay que dejarlos pasar, sin pararnos en cada uno de ellos ni concederles interés.

    Al principio puede que ese tiempo incomode e inquiete, igual que la primera vez que compartimos un espacio y un tiempo con alguien a quien no conocemos.

    Nos habituamos a escucharnos para dejar de ser extraños de nosotros mismos.

    Encontraremos el gusto y el placer de disfrutar de nuestra propia compañía, y valorarla más.

    La característica más significativa de quienes consideran que ocupan el centro del mundo es la grandiosidad y la maravillosa imagen que tienen de sí mismos, hasta el límite de exagerar sus logros y esperar que se les trate de forma exclusiva.

    Siempre que advertimos que los rasgos de personalidad son rígidos e inflexibles hasta el punto de dificultar la adaptación del individuo a su entorno, decimos que sufre un ‘trastorno de la personalidad’. Esa peculiar forma de ser le causa un malestar importante y le dificulta la satisfacción de sus necesidades y objetivos personales, sociales o laborales, desazón que se extiende también a las personas de su entorno. Así sucede con las personalidades narcisistas. Este adjetivo se nutre de la mitología clásica, ya que Narciso se llamaba el personaje que se ahogó en un estanque, extasiado de tanto contemplar su belleza reflejada en el agua.

    La personalidad del Narciso

    La característica más significativa de la estructura de personalidad narcisista es la grandiosidad: son sujetos que se sobrevaloran, que exageran sus logros y que esperan -y llegan a exigir- que se les trate de forma exclusiva. Las normas y convenciones sociales no están hechas para ellos sino para los demás. Por eso no dudan en saltárselas cuando están seguros de que no les traerá consecuencias y les facilitará satisfacer sus necesidades.

    Consideran que son tan especiales y complejos que pocas personas pueden entenderlos. De ahí que tiendan a mirar a los demás por encima del hombro. Pero la realidad es que son ellos los que se muestran incapaces de ponerse en el lugar del otro, por lo que no muestran ningún reparo en relacionarse de forma explotadora. Se caracterizan porque siempre piden y no sienten que deban hacer o dar algo a cambio.

    Paradójicamente, su autoestima es voluble y precisan de la valoración y el reconocimiento continuado sobre lo bien que hacen las cosas. Prueba de ello es que las amistades y la propia pareja deben rendirles pleitesía a través de su gratitud y valoración, y siempre escogen a rendidos admiradores para sus viajes cotidianos.

    El patrón de conducta más habitual del narciso también se concreta en que a menudo suelen esconder sus sentimientos, aunque con una marcada tendencia a expresar rabia o vergüenza cuando se les critica o se conoce un fracaso, incluso a través de un contraataque feroz y destructivo. Otro sentimiento muy común en ellos (aunque no lo reconozcan) es la envidia: no pueden soportar a aquellos que han triunfado o que despiertan la admiración de los demás, y que les quitan -injustamente- protagonismo.

    Como son personas que toleran muy mal la insatisfacción y los errores, se dejan llevar por una florida capacidad para la fantasía, donde exageran sus capacidades y minimizan sus defectos. En ellas siempre son los mejores y nunca fallan, pero cuando la evidencia del fracaso no les deja otra opción que la de rendirse, se suelen sentir avergonzados y vacíos, y hasta deprimirse por periodos breves, porque más pronto que tarde son capaces de activar sus estrategias racionalizadoras y de recuperarse.

    Esta racionalización es su mecanismo de defensa frente al dolor de no triunfar o en caso de haber cometido una acción inaceptable: o bien derivan la culpa a los demás o distorsionan la realidad mediante la construcción de una explicación alternativa a aquélla que les causa dolor. «Han rechazado mi proyecto porque me tienen envidia» o «porque hay intereses ocultos». En su argumentario nunca admitirá que el suyo no sea un proyecto suficientemente bueno.

    Es un perfil fácil de encontrar entre personas a las que, durante su infancia y adolescencia, no se les ha enseñado a cooperar, a responsabilizarse, a considerar los derechos, intereses y el bienestar de los demás, en general con referentes adultos con perfil similar. Los narcisos adultos se sienten capacitados para todo, por ello no sienten la necesidad de llevar a cabo un entrenamiento previo, con lo que aumentan las posibilidades de errar. Como esta situación es muy dolorosa, se refugian en fantasías de éxito de tal manera que pueden llegar perder el contacto con la realidad y aislarse.

    Las personas con este tipo de personalidad se suelen resistir a recibir un tratamiento terapéutico, excepto cuando las sesiones adoptan un cariz de reconocimiento. En este caso sólo se perpetuaría su patrón narcisista, ya que acudirían a terapia sólo por el reconocimiento obtenido. Las interpretaciones de sus conductas les llevan a padecer una fuerte tensión por los sentimientos negativos que les generan: tienen miedo a ser descubiertos en sus debilidades y no lo pueden soportar, razón por lo que suelen abandonar el tratamiento.

    Estrategias de intervención

    La tendencia a buscar un culpable de sus errores se puede contrarrestar por efecto del modelado: si el terapeuta o la persona que convive con el narciso asume los errores, el paciente aprende -de alguien a quien valora en cierto grado- que no es necesario sentirse incómodo por haber cometido pequeños fallos ni buscar culpables que reduzcan el malestar.

    A través de la terapia de pareja o familiar una persona narcisista puede aprender a negociar con los demás y a entender sus necesidades, así como desarrollar formas adecuadas de promover el reconocimiento de la pareja o los hijos.

    Frente a su hipersensibilidad a la evaluación y la crítica, podemos ayudarle si conseguimos que afronte estas situaciones de forma progresiva y graduada a través de comentarios de baja intensidad y en un marco mayor de reconocimiento («el trabajo que has desarrollado ha sido espectacular, aunque pienso que lo mejoraría aún más si…»), o haciendo que sea él mismo quien realice esa crítica sobre su trabajo («¿se te ocurre alguna forma más de mejorar?»).

    Para corregir su tendencia a los pensamientos dicotómicos (o está perfecto o es una basura), hay que enseñarle a valorar lo que está bien y mal. Es el paso de esta expresión: «la paella ha salido fatal», -con independencia de quien la haya cocinado- a la siguiente: «tiene muy buen gusto, pero le sobra sal».

    Resultan muy útiles las intervenciones paradójicas que redirigen la patología contra sí misma, creando un círculo sin salida: si le ayudamos a que perciba el sentimiento de grandeza como una necesidad, ésta entra en conflicto con su autoimagen de fortaleza.

    Los pensamientos de Narciso

    Si pudiéramos ‘escuchar’ los pensamientos más característicos de las personas narcisistas, nos encontraríamos con afirmaciones que sonarían así:

    Soy una persona muy especial.

    Puesto que soy superior, tengo derecho a un trato y privilegios especiales.

    A mí no me obligan las reglas que valen para los demás.

    Es muy importante obtener reconocimiento, elogio y admiración.

    Si los demás no respetan mi estatus, deben ser castigados.

    Todos deben satisfacer mis necesidades.

    Es intolerable que no se me tenga el debido respeto o que no consiga aquello a lo que tengo derecho.

    Las otras personas no merecen la admiración o la riqueza que tienen.

    Las personas no tienen ningún derecho a criticarme.

    Mis necesidades están por encima de las de cualquier otro.

    Sólo me comprenden las personas tan inteligentes como yo.

    Si se necesita hacer las cosas de una manera rutinaria, bajo un nivel de ansiedad muy elevado, se está cautivo de una manía patológica. ¿A quién no le ha asaltado alguna vez la manía de no pisar las líneas de las baldosas cuando pasea por la calle? Fijarse en las matrículas de los coches, contar filas de butacas, volver una y otra vez a comprobar si los grifos no gotean, si la luz está apagada o la puerta bien cerrada… Todas ellas son pequeñas manías que llevadas a un extremo pueden convertirse en un problema serio para quien los sufre y para su relación con quienes le rodean. De tener una tendencia extravagante se puede pasar a estar sometido a conductas compulsivas, es decir, a sentir una necesidad imperiosa de realizar una acción más allá la propia voluntad.

    La existencia de ciertas manías es algo normal. El problema surge cuando comienzan a coartar el tiempo y la estabilidad de la persona y convierten en problemática la convivencia con ella. La comprobación del gas no es negativa, pero hacerlo tres, cuatro veces o más, aun después de ver que no estaba abierto, empieza a ser para la persona un problema cada vez más angustiante. De hecho, estas manías suelen ir acompañadas de otras similares, por lo que la vida cotidiana acaba plagándose de comportamientos ritualizados.

    La primera sorprendida y molesta por el ritual de las manías es la persona que las tiene. No se explica por qué le sucede ni de dónde le viene. Siente que no puede vivir sin someterse a esos rituales y se sabe esclava de ellos. ¿Por qué se ha convertido en una maniática? En unos casos deriva de personalidades obsesivas, de motivos inconscientes o hábitos culturales aprendidos, pero la mayor parte de las veces no se llega a saber por qué se padecen. Lo que sí es común es un cierto grado de rigidez en la estructura de la personalidad, una rigidez que puede llegar a atormentar a la persona y dificultar sus relaciones sociales. Si se preguntara al maniático para qué lo hace, cuál es el objeto de sus actos, no sabría contestar. Sin embargo, sí es consciente de que sólo se queda tranquilo si cumple con su rito, pues sólo así calma su ansiedad. Lo que sucede es que también consigue sacar de quicio a los que le rodean, que sufren su ansiedad pero no la calman.

    ¿Hay personas o momentos de la vida más proclives a las manías?

    Parece ser que las manías o los rituales de comportamiento son más frecuentes:

    En personas primarias y de escaso nivel cultural – y no es siempre lo mismo tener estudios, fama o nivel económico que tener cultura-, los amuletos, las estampitas, los gestos estereotipados pueden determinar sus actos.

    En personas mayores. A medida que una persona se va sintiendo mayor, el temor a la propia inseguridad le impulsa a aferrarse a hábitos rígidos, que convierten en inflexibles: la hora de comer, la de leer, la de pasear, la de…

    Las personas acostumbradas a vivir solas se han ido elaborando su propio espacio vital plagado de costumbres, usos y hábitos. Mientras no se vayan a poner en común por medio de la convivencia circunstancial o continua con otra u otras personas, no hay problema. Pero para convivir es necesaria la flexibilidad y algo de renuncia de las propias costumbres.

    Personas muy ordenadas, perfeccionistas y proclives al escrúpulo en el trabajo pueden convertir un buen hábito en comportamientos inflexibles, es decir, en manías.

    Las personas extravagantes suelen tener sus rarezas, pero no tienen por qué ser manías, y menos patológicas.

    ¿Hay manías o rarezas más frecuentes que otras?

    Casi podría decirse que existen tantas como tipos de personas. Pero si hubiera que hacer algún tipo de clasificación, se harían presentes la imposición exagerada de orden, la limpieza, los escrúpulos, la necesidad de seguridad y el perfeccionismo.

    Manías relacionadas con el orden

    Necesidad de que todas las cosas de la casa estén en su sitio. El orden en el hogar es positivo, pero cuando se comprueba y se exige que cada objeto ocupe su espacio y si no sucede así se sufre ansiedad y conflicto, se padece una manía.

    La tendencia a colocar los objetos de manera simétrica y alineada.

    La preocupación por hacer recuentos una y otra vez, por la necesidad de numerar y clasificar.

    La rigidez extrema con la puntualidad propia y ajena.

    Manías en torno a la limpieza, los escrúpulos y la salud.

    Miedo irracional a enfermar que conduce a tomar precauciones exageradas, a visitar herboristerías, a acudir a médicos por síntomas leves, a consultar curanderos, a protegerse con temor de las corrientes, de los contagios, de todo lo que se atisba como un peligro.

    Necesidad de lavarse continuamente las manos o la boca.

    Temor a tocar cosas que hayan tocado otros.

    Aversión a dar la mano a otras personas.

    Costumbre compulsiva de limpiar una y otra vez la casa.

    Miedo exagerado a contaminarse con productos alimenticios y sus componentes.

    Asco de las propias secreciones corporales.

    Manías relacionadas con la seguridad

    Tendencia a comprobar una y otra vez que puertas, ventanas, grifos, llaves, luces están debidamente cerrados o apagados.

    ¿Cómo se sabe si una persona padece una manía patológica?

    El Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales de la American Psychiatric Asociation señala unos criterios para el diagnóstico del trastorno obsesivo-compulsivo de la personalidad relacionado con los ritos compulsivos.

    La aparición de cuatro o más de los siguientes síntomas puede ser motivo consulta a un profesional.

    Preocupación por los detalles, las normas, las listas, el orden, la organización o los horarios hasta el punto de perder de vista el objeto principal de la actividad.

    Perfeccionismo que interfiere en la finalización de las tareas. Se es incapaz de acabar un proyecto porque no cumple sus propias exigencias.

    Dedicación excesiva al trabajo y a la productividad con exclusión de las actividades de ocio y las amistades (no atribuible a necesidades económicas evidentes).

    Excesiva terquedad, escrupulosidad e inflexibilidad en temas de moral, ética o valores.

    Incapacidad de tirar los objetos gastados o inútiles, incluso cuando no tienen un valor sentimental.

    Recelo a delegar tareas o trabajos en otros, a no ser que éstos se sometan a su manera de hacer las cosas.

    Parquedad en los gastos propios y ajenos; el dinero se considera como algo que hay que acumular en previsión de catástrofes futuras.

    Rigidez y obstinación de carácter.

    Hace tiempo que los profesionales y las autoridades en el ámbito de la salud aúnan sus esfuerzos en la prevención de enfermedades. No obstante, más allá del énfasis en reducir los factores de riesgo y de la educación para la salud, están la promoción de la salud y la teoría salutogénica, que esgrimen el papel activo de cada persona en el cuidado de su salud y en la modificación de conductas hacia estilos de vida saludables. Salutogénesis es un término acuñado por el doctor en Sociología Aaron Antonovsky (1923-1994) a finales de los años setenta. Este nuevo paradigma, que deriva de Salus (del latín, salud) y Genesis (del griego, origen), quiere recuperar la visión integral de la persona como ser físico, anímico y espiritual, y el papel activo y responsable de cada uno en su salud y, por consiguiente, en su calidad de vida.

    De hecho, esta teoría surgió en contraposición a la supremacía de la " patogénesis ", a la búsqueda del origen de las patologías (saber por qué enferma un individuo) y al conocimiento de la enfermedad en sí, que ha sido uno de los objetivos clave en la medicina durante siglos.

    Una de las figuras representativas en estos momentos a nivel mundial es el doctor Bengt Linström, pediatra de la Nordic School of Public Health, en Gothenburg (Suecia). Linström ha publicado numerosos estudios que aportan evidencia científica a la investigación salutogénica y en los que demuestra que este enfoque podría tener un peso específico en la salud pública , además de en la investigación y la práctica de la promoción de la salud. También aporta datos que sustentan que proporcionaría soluciones a problemas que, en el ámbito de la salud pública, son considerados los más urgentes en la actualidad, como la salud mental .

    El foco principal de la salutogénesis, tal como el propio término indica, es generar salud, pero cada persona la suya propia : cada uno tiene la capacidad de reconocer y utilizar sus recursos para mejorar su salud y calidad de vida.

    En este escenario, el reto de los profesionales de la salud pasa por ofrecer los instrumentos necesarios . Linström explica el cambio de paradigma entre educación para la salud y promoción de la salud: la primera lleva explícito que el profesional de la salud sabe qué es lo correcto, cómo se hace y lo enseña; y en la promoción, es el individuo el que quiere aprender algo y quiere hacerlo por sí solo, y los profesionales de la salud solo le ofrecen las ideas y las herramientas necesarias para que consiga el objetivo.

    La salud física es un estado y una capacidad de recuperar y mantener la energía que posibilita hacer lo que uno desee y disfrutarlo. Linström aconseja interrogarse sobre el o los motivos que a uno le dan fuerza para vivir, que es, en definitiva, lo que genera salud y felicidad.

    La experiencia vital de cada uno, con las experiencias negativas y positivas, insiste, hace aumentar el repertorio de recursos para afrontar la vida y los infortunios . Así, la autoestima, el optimismo y el apoyo familiar , entre otros, protegen de los efectos negativos de las adversidades . Por este motivo, ante situaciones desfavorables, cada uno evoluciona de manera diferente. La enfermedad no debe ser una perspectiva dominante en la vida de una persona; a pesar de que siempre cabe la posibilidad de caer enfermo o de perder la vida, lo que, en general, es un estado excepcional. La promoción de la salud es un proceso que permite a las personas ganar control sobre su salud y, en consecuencia, tener una buena calidad de vida.

    Para este especialista, es importante empezar cuanto antes. Como pediatra, recomienda a progenitores y profesionales, desde la infancia , ofrecer recursos a los pequeños para que puedan abordar sus problemas de manera lo más autónoma posible, sin sobreprotegerlos ni actuar antes de que necesiten o pidan ayuda; es una manera de ayudar a su desarrollo.

    La promoción de la salud es un paso más allá de la educación y se sustenta de otras muchas disciplinas como son la medicina, la sociología, la psicología , la pedagogía y la comunicación, entre otras. Es un transcurso que permite a las personas aumentar el control sobre su salud para mejorarla.

    La Carta de Ottawa para la Promoción de la Salud, elaborada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) durante la celebración de la Primera Conferencia Internacional para la Promoción de la Salud, en 1986, ya definió entonces que el objetivo de la promoción de la salud era "proporcionar a la gente los medios necesarios para mejorar la salud y ejercer un mayor control sobre la misma".

    Así, pues, en este documento se propuso que las áreas de acción principal fueran el desarrollo de políticas públicas saludables, la creación de ambientes saludables, el refuerzo de la acción comunitaria y el desarrollo de habilidades personales y la reorientación de los servicios de salud.

    Ser profesor de Secundaria o Bachillerato es una opción que se plantean los titulados universitarios al finalizar sus estudios. Para ejercer la docencia en un centro de titularidad pública, es imprescindible superar una oposición previa que da acceso a una plaza docente. Sin embargo, quienes no quieran pasar por esta prueba, pueden aspirar a un puesto de profesor en un centro privado. Para ello, además de superar el Máster en Secundaria vigente en la actualidad, deben cumplir determinados requisitos, como tener experiencia previa en la enseñanza o una formación superior adecuada a la asignatura que desean impartir. La docencia es una de las salidas profesionales por la que optan los universitarios de nuestro país una vez finalizados sus estudios. Para acceder a los centros educativos que no son de titularidad pública, no se

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