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El Arte de Mandar
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El Arte de Mandar

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El Arte de Mandar es un libro de liderazgo militar y de estructuración de la personalidad de los comanadantes de tropas en actividades operacionales y administrativas, basadas en el ejemplo, la autoridad moral, la educación integral de los oficiales y la visión de los fenómenos bélicos dentro del entorno político interno y externo del Estado al que pertenecen las Fuerzas Militares.

Aunque el libro fue redactado y publicado en 1899, con énfasis en términos de dinámicas militares y bélicas, dados los avances de la vida económica, social, política, comercial, diplomática y geopolítica del mundo contemporaneo, es evidente que este texto tiene perfecta aplicación en todos los ámbitos de la vida civil, en especial para los hombres y mujeres que dirigen grupos humanos para mejorar el alcance de los objetivos empresariales, institucionales, sociales y gubernamentales.

Esta obra aporta a los lectores herramientas prácticas para aplicar orientaciones basadas en la sociología política, social o militar y la sicología de los seres humanos en desarrollo de sus labores cotidianas laborales o sociales.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 mar 2018
ISBN9781370381517
El Arte de Mandar
Autor

André Gavet

General del Ejército francés, experimentado en conducción de tropas en diferentes guerras europeas del siglo XIX.

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El Arte de Mandar - André Gavet

ADVERTENCIA DEL AUTOR

Los principios del mando pueden ser formulados en unas cuantas líneas. Algunas páginas son necesarias cuando se pretende demostrarlos e inculcar su convicción en el alma del lector. Tal objeto tienen estas páginas que publico.

Este estudio se divide en dos partes:

Es la primera un estudio experimental, un examen directo de las propiedades del mando, según observaciones que todo oficial ha tenido ocasión de hacer en el ejercicio de sus funciones.

La segunda parte coordina las nociones así adquiridas, reconstituye el organismo del mando y lo muestra en su funcionamiento.

La naturaleza del mando no se comprende del todo, sino cuando se tienen previamente ideas claras respecto al medio orgánico dentro del cual aquél funciona.

No obstante su sencillez, estas primeras nociones están bastante mal establecidas y poco difundidas.

He debido ponerlas en evidencia y en orden. Así es como he procurado definir el rol del ejército, del oficial, de los cuerpos de oficiales, etc.

Los estudios de detalle o las justificaciones razonadas de ciertos puntos, han sido dispuestos al fin del volumen, bajo la forma de notas enlazadas al texto por medio de referencias. Aligerado así el texto, es más fácil seguir el encadenamiento lógico de las ideas; la demostración se desarrolla mejor en el espíritu del lector.

No he podido evitar, a veces, proceder por comparación o emplear un estilo figurado. Estas imágenes eran necesarias para hacer comprender ciertas ideas que las explicaciones teóricas son impotentes para exhibir a plena luz.

Tales esfuerzos de expresión, que pasarían fácilmente por presunciones ambiciosas de estilo, son simplemente un deseo de mayor claridad.

La única ambición que me queda es explicar y vulgarizar el arte de mandar, elemento de fuerza esencial del ejército, que no es ni tan conocido ni tan practicado como pudiera desearse.

Le Raincy, Enero 1° de 1899.

ESPÍRITU GENERAL EN QUE SE INSPIRAN LAS DIVERSAS PARTES DE LA OBRA.

La función del ejército es la ejecución del deber nacional de guerra que se impone a veces a los pueblos. El sacrificio del ejército, del soldado, del oficial, es un deber cívico para con la nación.

El deber del soldado no es sino una forma del deber del ciudadano; es el deber del ciudadano para con la patria, cuando desempeña su función de soldado.

La disciplina es, no un servilismo, sino un deber del hombre libre. No es más que el deber militar del ciudadano hacia la Nación, claramente formulado y garantizado en su ejecución por las sanciones necesarias.

La subordinación es este mismo deber libremente aceptado por los buenos ciudadanos, bajo la forma impuesta por la disposición jerárquica del ejército, cuando cumplen su deber de soldados.

El oficial es el maestro ejemplar y autorizado del deber cívico de guerra. Este título le da derecho a la obediencia y al respeto de los jóvenes a quienes está encargado de facilitar los medios de cumplir su deber cívico de guerra.

No hay misión más hermosa que la del oficial. No hay autoridad más evidente, legítima e indiscutible que la suya; no hay otra más altamente moral.

En tiempo de paz, hace fábrica el ejército.

Es el perpetuo enmendador de todo aquello que puede malearlo.

Los cuerpos de oficiales son los centros de vida y de moralidad del ejército. El valor moral de estos medios constituye la fuerza del ejército.

La bandera es el emblema personal que la nación confía a sus soldados para hacerse presente entre ellos y para reanimarlos en ciertos momentos, como una orden imperiosa de cumplir el deber.

El oficial es quien sabe siempre donde está el deber, y quien está siempre listo para señalarlo.

La represión no tiene otro objeto que constreñir a la práctica del deber a aquellos que a él se sustraen, o eliminarlos en caso necesario, si llegan a ser elementos perjudiciales para el ejército.

Obrar por intimidación es enseñar a los soldados a tener miedo. Es necesario apelar constantemente sentimientos del deber, del valor, de altivez, energía, de dignidad personal.

Lo que el soldado y el oficial deben comprender es que colaboran en común, jerárquicamente, pero en un pie de igual dignidad cívica, en un mismo deber nacional.

André Gavet, París 1899.

PRIMERA PARTE

OBSERVACIÓN Y ANÁLISIS

Observaciones razonadas sobre la naturaleza y las propiedades del mando.

I

EL MANDO, ARTE PROFESIONAL DEL OFICIAL

El arte de mandar es el arte profesional del oficial. — Cada oficial debe buscar o verificar un esfuerzo de reflexión personal los principios de mando.

Considero, en primer lugar, el arte de mandar por su lado práctico y lo defino: el arte profesional del oficial.

El oficial es aquel cuya profesión consiste en mandar. Si no sabe mandar, no es sino un simulacro de oficial, un porta galones. La ineptitud para mandar es para él el vicio redhibitorio absoluto, aquel que es precisamente exclusivo de la función.

El mando es ciertamente la función característica del oficial. Fuera del ejército, no hay mando propiamente tal en ninguna parte; en el ejército, el oficial solamente manda, y el mando es su oficio.

Sólo el oficial manda, en la acepción completa de este término; sólo él ejerce el arte de mandar. El suboficial tiene, sin duda, también, cierta parte de mando; a veces, en ciertas circunstancias de guerra, o cuando se eleva por su mérito personal por sobre las funciones de su grado, puede ser que alcance a la concepción y al ejercicio del arte del mando; pero sus atribuciones normales son más restringidas. Su papel es, en general, hacer ejecutar las órdenes, observar las consignas, aplicar las prescripciones de detalle, asegurar el funcionamiento del servicio cotidiano.

La acción del oficial es diferente. Si se considera a los suboficiales como contramaestres de una fábrica, los oficiales son los ingenieros. Los primeros hacen observar estrictamente las consignas de los diferentes talleres; los otros son los verdaderos señores de las fuerzas que obran en derredor de ellos; tan solo ellos saben dirigir su empleo, y solo ellos conocen su origen, naturaleza y efectos.

El oficial está obligado, por su título mismo, a ejercer el mando, no como una rutina, sino como una ciencia especial que debe conocer a fondo, cualquiera que sea el grado más o menos elevado que él ocupe.

En materia de mando, debe estar, como suele decirse, en el secreto de los dioses, es decir, estar en posesión de los principios fundamentales, encontrar la luz de estos principios, bajo las fórmulas de las prescripciones reglamentarias, y poder recurrir directamente a ellas para fijar o determinar su conducta. Él es maestro en las artes del mando; éste y no otro, es el significado del galón que lleva.

La autoridad del suboficial descansa, sin duda, tanto como la del oficial, en el principio de la subordinación disciplinaria absoluta; es, si se quiere, tan sagrada como la del segundo; el Código Militar reprime indistintamente la negativa a la obediencia, el insulto, la amenaza, las vías de hecho del soldado respecto a su superior, sin lomar en cuenta el grado más o menos elevado, ocupado por el último.

La autoridad de los superiores de todo grado tiene el mismo origen y la misma base; es idéntica en su naturaleza, igualmente imperiosa en todos los grados de la jerárquica escala; pero esta fuerza común, el oficial y el suboficial la consideran y la emplean de manera diferente.

Esta diferencia resulta, por otra parte, de la naturaleza misma de las cosas y, en todos los ejércitos, se la encuentra igualmente caracterizada. En todas partes, en suma, se entiende que el oficial, por la calificación que ha recibido, no ejerce únicamente su función como un oficio ordinario, sino como un arte, cuyos principios posee.

En todas partes también, se atribuye a la calidad del oficial la idea de una sólida educación previa. Los individuos que carecen de ella están condenados casi inevitablemente a sufrir una infinidad de influencias; la influencia de las tradiciones, de los usos buenos o malos, de la rutina y sobre todo del medio en que viven.

La personalidad moral no está formada, por decirlo así; no han adquirido la facultad de regular sus actos según principios razonados. Todo lo que se les puede exigir es tener buenos instintos, valor, energía en la acción y aceptar dócilmente los impulsos que se les impriman.

Para mandar se necesita algo más: es preciso tener un hábito bastante fuerte de la vida intelectual, para pasar con seguridad del pensamiento a la acción. Es preciso ser ágil para tomar resueltamente por guías los principios superiores, los únicos que quedan en pie en tiempo de guerra, cuando ya no subsiste ninguno de los procedimientos acostumbrados en tiempo de paz, cuando los prácticos del cuartel y del campo de maniobras permanecen desorientados, impotentes e inertes.

Hay, por lo demás, circunstancias en la guerra que la autoridad del jefe está basada evidentemente en la confianza que inspira su valer intelectual y moral. Se le siente dueño de un principio superior de decisión; se piensa que sabe todavía lo que es preciso hacer cuando fallan todas las reglas habituales; se le obedece aún sin emprenderlo, como en una fábrica que se incendiase, el obrero obedecería ciegamente al ingeniero si lo oyese gritar: Aplastad este tubo, romped esta comunicación, abatid este soporte...

En estas graves circunstancias, el jefe se encuentra en estado de mandar, en medio del extravió general, por dos razones: primera, porque posee el principio teórico que hay que aplicar; segunda, porque su sólida educación le ha dado una facultad sumamente escasa; el poder de pasar inmediatamente, con confianza y resolución, de la concepción teórica a la acción.

Nuestros suboficiales, en general, no han tenido antes de ingresar al ejército ni tiempo ni medios para adquirir los primeros elementos de esta sólida constitución moral. Capaces de los más hermosos sacrificios, son dignos de nuestra estimación; pero han menester de reglas expresas y de la dirección constante del oficial para encaminar debidamente sus actos.

No hay, pues, nadie que, como el oficial, pueda ser definido con mayor razón: aquel que sabe mandar.

¿Dónde y cómo aprende el oficial este arte de mandar, que es su arte genuino, profesional?

Lo más evidente de su bagaje, en semejante materia, nos parece consistir en los principios de la subordinación, que forman el preámbulo del reglamento del servicio interno. Estas reglas son perfectas y admirablemente formuladas.

Pero esta es la subordinación y no el mando. Es claro, a priori, que estos dos conceptos designan cosas diferentes aunque relacionadas; sólo que como los principios de la subordinación aparecen en primer término y bien definidos; como, por lo demás, no se encuentran, en parte alguna, enunciados los principios del mando, uno se siente naturalmente inclinado a servirse constantemente de los primeros, tan claros, tan cómodos y tan bien enunciados, y a aplicarlos siempre y en todas las circunstancias y sobre todo allí donde se necesitaría aplicar los principios de mando que faltan.

El error resulta de mucha gravedad: así disfrazado, el mando se transforma en un ejercicio mecánico de subordinación jerárquica, llegando paulatinamente el oficial a considerar como un deber el subordinar lo más posible a sus subalternos y subordinarse él mismo, en toda instancia, a sus superiores. El servicio consiste entonces en negarse a sí mismo toda inicia impidiendo absolutamente tenerla a sus subalternos, ya que la iniciativa es un concepto extraño a la subordinación.

Así es como un oficial, con las mejores intenciones, pero falto de estudio y de reflexión, puedo llegar a ejercer su mando de una manera detestable.

No estando formulados en ninguna parte los principios del mando, corresponde a todo oficial establecerlos por su cuenta personal y por sus propias reflexiones.

Por lo demás, si estos principios estuviesen formulados, todavía nos sería indispensable estudiarlos, para establecerlos de nuevo, digámoslo así, por medio de un esfuerzo intelectual personal. Están destinados, en efecto, a tomar la forma de reglas prácticas, a determinar nuestra modalidad y las direcciones de nuestra acción.

No basta que estas reglas sean sostenidas por una autoridad exterior; es preciso que nos las hayamos apropiado, que se arraiguen en nuestro espíritu en forma de convicciones definitivas como otros tantos resortes morales, listos para obrar en la primera ocasión que se presente, sin que exijan esfuerzo alguno y sin que causen el menor trastorno.

Cuando los principios del mando no se nos presentan sino como reglas impuestas o como rutinas, las aplicamos maquinalmente, sin parar mientes en ellas, mientras nos parecen cómodas y la acción no es de mucho alcance.

Se las respeta como se respeta una infinidad de prescripciones o usos de valor secundario que nos obligan, por ejemplo, a tener un uniforme de un corte y de un color determinados, o a pasar lista a cierta hora.

Pero cuando se trata de algún acto grave; si nos vemos, por ejemplo, en el caso de tener que comprometer la vida de los hombres que nos están confiados, o arriesgar una derrota..., el principio de acción que nos debe determinar, carece ya a nuestros ojos de una certidumbre suficiente, si no lo hemos establecido o verificado personalmente. En las circunstancias críticas, no nos es posible obrar inmediatamente y a fondo sino a condición de encontrar en nuestra cabeza —o en nuestro corazón—, un principio del cual nuestro ser moral esté, por decirlo así, personalmente seguro.

Esta convicción, resultante de la reflexión personal, es igualmente necesaria en las circunstancias ordinarias del servicio, para dar a la acción del mando la persistencia que la hace eficaz. Un hombre inteligente no se consagra a una tarea sino cuando la comprende.

Es pues, indispensable que el mando sea, por parte del oficial, objeto de un estudio personal. Este estudio vamos a hacerlo por nuestra cuenta; pero corresponderá a cada uno de nuestros lectores, si quiere apropiarse sus resultados, el controlar poco a poco con sus propias meditaciones.

II

ELEMENTOS DEL MANDO

Primeras nociones analíticas. Mandar es gobernar. — Los primeros elementos morales del jefe son: la inteligencia, el carácter y sobre todo la abnegación.

Hasta ahora me he limitado tan solo a dejar bien sentado lo siguiente: que el mando es lo peculiar del oficial. Estudiémoslo ahora en sus manifestaciones y procuremos distinguir la naturaleza y los elementos de tal peculiaridad.

¿El arte de mandar?... Es seguramente el arte de hacerse obedecer, pero es también otra cosa. Cuando un coronel dice: Tal compañía está bien mandada, tal otra está mal mandada. ¿Quiere dar a entender con ello que se obedece en la una y no en la otra?

—Seguramente que no. Se obedece en todas partes. Solo que, por un

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