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Decepción del polvo en la tormenta
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Libro electrónico88 páginas1 hora

Decepción del polvo en la tormenta

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Información de este libro electrónico

El hijo de un mago, parejas en crisis que se acuchillan con palabras, un agente secreto en decadencia, una niña y su cachorro, un viajero perdido en una estación vacía, un hombre proyectando un crimen, un fantasma, un fotógrafo o un escritor que duda de sus palabras son algunos de los personajes que pasan por estas páginas; seres humanos frente a la soledad, el deseo, la rutina de la vida, la esperanza, el amor, la infancia y el futuro. Miradas en las que reconocer parte de lo que somos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 jun 2021
ISBN9788413867724
Decepción del polvo en la tormenta

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    Decepción del polvo en la tormenta - Francisco J. Becerra

    1500.jpg

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Francisco J. Becerra

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1386-772-4

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    La mayor parte del tiempo

    un faro no sirve

    para gran cosa.

    Los libros

    y

    los faros

    son parecidos.

    Pequeño truco de desaparición

    Él está allí, de pie en la cocina, con su frac negro desvaído, el chaleco blanco apagado, la pajarita salpicada con un puñado de lentejuelas dispersas. La pajarita es de color rojo, del rojo de un tomate secado al sol. Sostiene la chistera en la mano derecha. Ella, de pie frente a él, le grita.

    —¡Hueles a coño!

    Él es mi padre, ella mi madre. Saco la galleta que sostengo de dentro del vaso de leche, tiembla un poco y se rompe. Me quedo entre los dedos sólo con una esquina.

    —¡Eres un cabrón! ¿Lo sabes?

    —No he estado con ella. No he estado con ninguna.

    Cojo la cucharilla para pescar la galleta invisible del fondo del vaso.

    —Quiero que te vayas.

    —Mujer…

    —No quiero verte más. Estoy cansada, cansada de las mentiras, de que te pases las noches fuera de casa, de todo. Estoy cansada, cansada. —Ella le da la espalda, cruza los brazos y mira al suelo. Cerrando los ojos, aprieta los dientes como si le hubiesen dado una patada en la espinilla.

    —Podemos arreglarlo, sé que podemos.

    —Esto no es como uno de tus trucos de mierda. No puedes romper algo por la mitad y luego unirlo como si nada —ella casi susurra y llora.

    No consigo pescar la galleta. Muevo la cucharilla de un lado a otro hasta dar con el trozo sumergido. Lo levanto con cuidado pero se deshace poco a poco. Minúsculas manchas marrones flotando.

    —Vete. —Ella se gira y pasa junto a él sin dejar de mirarse los zapatos. Cierra de golpe una puerta.

    Dejo la cucharilla. Levanto el vaso. Trago la leche tibia. Dentro, un grumo de galleta se arrastra por mi lengua. Él me mira. Se acerca desde el fondo del cristal marrón del vaso. Más cerca mientras la leche hace olas en sus rodillas y desciende. Me acaricia el pelo.

    —Tengo que irme unos días, hijo. Mamá está… Debo ensayar un truco nuevo y necesito tiempo para prepararlo —sonríe pero no parece contento.

    —¿Qué clase de truco es? —Me paso la mano por la boca. Noto leche y galleta pegadas en mi palma.

    —Uno muy difícil. Ya lo verás. Cuando esté listo, te lo enseñaré el primero de todos.

    —¿No puedes prepararlo en el sótano como siempre?

    Pone la chistera sobre la mesa y se agacha. Al pasar por delante de mis ojos las lentejuelas de la pajarita vacilan como las luces exhaustas de una aldea lejana en la enorme oscuridad.

    —Hay veces en que el público ha visto tantas veces al mago hacer el mismo truco que ya no les impresiona, se aburren y se enfadan. En ese momento, el mago debe preparar un nuevo truco más grande e impresionante. Si no lo consigue, debe buscar un lugar —se para y mira mi vaso vacío—, una persona, que todavía no conozca sus trucos.

    Yo cabeceo, no lo he entendido del todo, pienso en los tres conejos blancos de la jaula del sótano, en que no tengo que olvidarme de darles de comer o se morirán.

    Me besa la frente y me abraza. Coge la chistera, se la pone con cuidado dando un golpecito hueco con la punta de los dedos sobre ella para ajustarla. Toc. Al salir de la cocina se agacha un poco para no dar en el marco de la puerta. Me quedo sentado pasándome la lengua por el paladar donde tengo pegado un trozo de galleta.

    Thonka

    —¿No es más oscuro? —preguntó ella mirando al perro.

    —Es idéntico —respondió él.

    La pareja miraba con una expresión de duda intensa el maletero abierto del monovolumen. El cachorro de Schnauzer era de color gris oscuro y brillante, tenía las orejas gachas y abundante pelo en el hocico, justo debajo de la nariz. El pelo que rodeaba la boca era gris claro, casi blanco sucio. Ladeó un poco la cabeza y les miró seriamente con los ojillos brillantes color carbón. Abrió la boca, la lengua rosa pálido le daba todavía más aspecto de juguete. Estaba tendido sobre una manta de lana de cuadros blancos y marrones. Se levantó, apoyó las patas delanteras para hacer fuerza y comenzó a mordisquear la manta.

    —Yo creo que es un tono más oscuro. Y es más grande —suspiró la mujer.

    —El criador dijo que tenía un mes. Es más o menos igual que Thonka.

    —No digas eso —recriminó ella dejando de mirar al perro—. No digas igual que Thonka, porque es Thonka —enfatizó.

    —Tienes razón, perdona.

    —Pero es más vivaracha. ¿No?

    —Es un cachorro, hace lo que todos.

    —¿El rabo no es más largo?

    Él entrecerró los ojos, metió la cabeza dentro del maletero. El cachorro parecía desfilar de una esquina a otra levantando las patas delanteras.

    —Es más largo, ¿verdad? —insistió ella.

    —No lo parece.

    —Se dará

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