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Vida de maniobras
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Libro electrónico203 páginas3 horas

Vida de maniobras

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En Vida de maniobras –novela descompuesta en tres movimientos o tres movimientos componiendo una novela–, Dupont vuelve a lo que mejor sabe hacer: cantar riendo. Invirtiendo los tediosos presupuestos de la llamada literatura de yo –transponer lo más fiel posible, no sin ingenuidad, la experiencia vivida–, en este nuevo divertimento Dupont crea la experiencia, la imagina, tomando como punto de partida personajes, situaciones y escenarios reales, que, en el transcurso del relato, sufren, inexorablemente, peculiares y continuas metamorfosis.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento12 oct 2023
ISBN9789873876219
Vida de maniobras

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    Vida de maniobras - Bettina Bonifatti

    Imagen de portada

    Vida de maniobras

    Vida de maniobras

    Mariano Dupont

    Índice de contenido

    Portadilla

    Legales

    ESTO NO MARCHA

    FLORIDA IMPROMPTU

    LA MÁQUINA ROTA

    Dupont, Mariano

    Vida de maniobras / Mariano Dupont

    1a ed. Ciudad Autónoma de Buenos Aires :

    Editores Argentinos, 2023.

    Ilustración de tapa: Mariano Dupont

    © 2023, Editores Argentinos.

    Editores Argentinos: www.eeaa.com.ar

    Contacto: info@eeaa.com.ar

    Digitalización: Proyecto451

    Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático.

    ISBN edición digital (ePub): 978-987-3876-21-9

    ESTO NO MARCHA

    Empiezo por la tristeza de mi madre. Todo un tema. Tema importante si los hay. Mi madre, entonces. Está mal, muy mal. Llora todo el día. Y a veces ni eso, a veces no puede ni llorar. Está muy mal, pobrecita. En tratamiento. Yo, por mi lado, intento ayudarla. Hago todo lo que está a mi alcance, que es poco, la verdad. Lloro con ella, por ejemplo, he llorado. Nos agarramos de la mano, nos miramos a los ojos, y nos ponemos a llorar. Ella siempre llora. Yo no. No es fácil llorar. A veces puedo, a veces no, escribí. Años más tarde aprendí a llorar por cualquier estupidez. Ayer, por ejemplo, vi un video de un perrito rescatado por los bomberos y me largué a llorar. Pero en ese momento era distinto, me costaba. El asunto de las emociones, escribí, escribo. Y ahora también. Hago literatura. No poder evitar hacer literatura. Mi lenguaje (mi cuerpo) deformado por la literatura.

    Poner una coma, después un par de palabras, otra coma, y cinco palabras, y así: la sintaxis, esa pereza. La pereza de ordenar, de disponer. Escribir. Cada vez me aburre más escribir. Dibujar es distinto. Y encima lo que sale es malo, al escribir, siempre malo. Y no tiene importancia, al fin de cuentas, tampoco. Es una pavada, escribir, al lado de la tristeza de mi madre.

    El resto no es ningún tesoro recobrado: una palabra y otra y otra y así llenando renglones. Ningún valor, en fin. Eso escribí. O tal vez el valor de lo que no tiene valor. Nunca estaremos seguros de nada.

    Mamá: no está pasando, se decía, no está pasando, y de golpe, así, de un día para al otro: pasó. ¡Al pozo! ¡Me caigo! Y cayó. Igual que yo hace como veinte años. Pero ella está, me parece, peor que yo, su caso es más grave aún. Llora escondida detrás de las puertas. Su lenguaje es una cárcel minúscula, la mía era más grande. Sufre, mamá, y repite, repite, se repite: estoy mal, estoy mal, estoy mal. Y yo la amo, amo a mi madre. Y acá con la literatura, con las palabras, con la odiosa sintaxis, evitándome, evadiéndome. Nada nuevo. Una forma al fin: siempre detrás. O una maldición: mi personaje más quebradizo.

    ESTO NO MARCHA.

    Más o menos malo y a veces muy malo. Lo que no impide por momentos no entusiasmarme. Y a veces en cambio me digo directamente: es malo. No puedo decir: es malo, ergo: es bueno.

    Mamá queriendo mejorar, cuesta arriba. Hoy me dijo: Creo que estoy un poco mejor. Pero después de un silencio agregó: Aunque no sé. Y sonrió.

    El domingo, camino al sanatorio a visitar a mi madre, choqué con una moto. Doblé, o mejor dicho: fui a doblar, y choqué con la moto. Pegó la moto en el guardabarros delantero derecho y le hizo un cráter al coche. En la moto iban un muchacho y su hija, una nena de ocho años (sin casco los dos, el padre: un pelotudo importantísimo). Me pegué terrible susto. Le pregunté como veinte veces a la nena: ¿Estás bien?. No pasó a mayores. Pero vino la policía y tuvimos que ir a la comisaría. Me había tomado unas copas de más en el cumpleaños de mi primo Santiago. Pero no estaba borracho, solo al límite. No me hicieron alcoholemia. Vino Lucho, que es abogado, a rescatarme. Zafé de pedo. Hay que cuidarse.

    Mamá sigue internada, pero anda mejor. Hoy me preguntó: ¿Te parece que me saque la bombacha?. Al ver mi cara de sorpresa, agregó: Para dormir. Porque yo duermo sin bombacha. Desde siempre, desde antes de casarme. Le dije que mejor se la dejara puesta, por las dudas. Al menos que quieras que los médicos te vean en bolas. Le guiñé un ojo. Si serás boludo, me contestó, divertida por el chiste.

    Apenas un minuto, treinta segundos, tal vez un poquito más, cuarenta segundos, no más, pongamos cuarenta y cinco segundos, escribir lo primero que salga de los dedos en apenas cuarenta y cinco segundos, antes de que venga la enfermera reglamentista, insoportable, de la noche, a sacarme a patadas, no puede estar acá a esta hora, ¿cuántas veces se lo tengo que decir?, etc., lo que se puede escribir en cuarenta y cinco segundos, mientras mamá duerme, ronca ahora un poco, la medicación la voltea, el Staedtler HB llenando los renglones, la letra estirada, prolijísima, prolongándose, prolongándose, prolongándose.

    ESTO NO MARCHA.

    Me tomo un café con leche en Santa Fe y Fitz Roy, escribí. Escribo: la gente pasa por la calle con sus regalos, con sus compras, con sus paquetes de Navidad. Vengo de ver a la bruja Melanie. A la que llegué por Úrsula, que se la recomendó a Silvia hace un tiempo. A Silvia le encanta, le parece una grosa. Yo no la conocía, me cayó diez puntos, la verdad. Más tarde demostraría ser una estafa, la Melanie. Pero en ese momento, escribí, me cayó diez puntos. Vine a consultarla por el tema de mi madre, para que me diera algún pronóstico. Tu madre va a estar bien, hay que tener paciencia. Tiene que volver a conectarse con sus cosas, con la cocina, con la jardinería, eso es muy importante, me dijo.

    Escribo ahora en Alsina un poquito antes del almuerzo. Unos segundos nomás que le robo al día. El Staedtler, la Moleskine, nada para decir. Nada, vacío, mente en blanco. El mejor estado para escribir, cuando salen las mejores cosas. Desde el entrepiso Silvia me grita: ¡Tengo hambre!. Ya voy, le digo, y salgo para la cocina a preparar alguna cosa.

    Vino una señora del seguro (una abogada que trabaja para la compañía de seguros) a casa a hacerme unas preguntas a raíz del accidente con la moto. Circunvaló el tema del alcohol varias veces. ¿Le hicieron dosaje en sangre? No. Ahí tiene, dijo, y anotó algo en un cuaderno. A ellos, a la policía, no les conviene hacer alcoholemia porque si sale positivo es más trabajo. Ajá. Le ofrecí café, mate, agua. No quiso nada.

    Atascado en un embotellamiento, embotellado. Aprovecho para avanzar un poco, para escribir. Lleno lo más bien, de eso se trata, de llenar renglones, la libreta. Ningún pensamiento, nada. De golpe, uno: una idea muy buena: acentuar lo malo. Cada vez más malo, más malo. Escribir cada vez peor. ¿Hasta dónde se podría llegar? Quizás a lo Nuevo. Al fondo de lo Malo para encontrar lo Nuevo. Que incluso podría acercar lectores. Porque, al fin y al cabo, aventuro, escribo, escribí, el tiempo da vuelta todo, lo acomoda todo, con los años todo se da vuelta, ya ha pasado, ya ha pasado, y así de golpe miles y miles de lectores empiezan a leer eso que hasta ayer nadie había leído por malo, precisamente. Lo malo pasando a ser bueno, todo se da vuelta, se ha visto mil veces.

    El problema con el llamado artista incomprendido no es que nadie lo comprende, sino, por el contrario, que se lo comprende demasiado. Al comprenderlo demasiado, nadie lo lee. Todo el mundo se da cuenta de lo que es –ilegible– y por eso le rajan.

    ESTO NO MARCHA.

    Madre ya está en Pedro Goyena. Salió de la internación, escribí, medio voleada por el tratamiento. En la cena de Navidad, en lo de Jorgelina, mis sobrinos juegan al fútbol. El pelotazo de uno de ellos golpea la botella de vino tinto Catena Zapata medio llena depositada sobre la mesa, cae la botella y desparrama todo el vino por el mantel y a continuación mancha la blusa y el pantalón blancos inmaculados de mamá, que, después del estupor y de una sarta de interjecciones soeces (¡puta!, ¡carajo!, ¡mierda!), empieza a reír, a carcajadas. ¡Vamos, madre! Todos festejamos. Uno de mis sobrinos, Pedrito, se pone incluso a aplaudir.

    Quiero a mi madre.

    Todo es así, sale así: todo prolijito, ni una tachadura, nada de nada. Todo de un tirón. ¡Limpísimo! Sale así, así, así, redondo: una palabra imantando a la otra y esa otra a otra y así. El mejor método de escritura inventado jamás. Avanzar y avanzar y avanzar. Escribir mirando siempre hacia adelante. Y nunca mirar hacia atrás porque te quedás duro como la mujer de Lot. ¡Vamos!

    ESTO NO MARCHA.

    Pasamos de año. Proyecto para este año: especializarme en la institución literaria. Saber con qué se cuenta y con qué no se cuenta. Hacer balances permanentemente. Sumas y restas. No perder el tiempo en cosas que no llevan a ninguna parte. Si es necesario replegarse, replegarse. O al revés: avanzar, avanzar. Pero siempre estudiando previamente el campo de batalla. Si me repliego, no olvidar nunca las consecuencias. Porque demasiado repliegue es lectores = 0. Lo sabe cualquiera. Eliminar todo lo accesorio, eso sí. La literatura está llena de accesorios que no llevan a ninguna parte.

    Madre evoluciona favorablemente. Por el momento todo le importa un pito, está en una fase de nihilismo radical. Pero ya va a salir. Tiene que volver a interesarse por sus cosas, por sus ocupaciones (cocina, jardinería), como dijo Melanie. Solo así saldrá adelante.

    Silvia me dijo ayer: Vos te creés un genio, pero te lo digo para que te enteres: no lo sos. Me entró por una oreja y me salió por otra. Hay que escribir contra todas esas voces hostiles. ¡A pesar de esas voces!

    ESTO NO MARCHA.

    No puedo, no puedo liberarme. Le digo al lector que me siga, le miento: Seguime, seguime, seguime a pesar de este calor insoportable, 37 grados Celsius, el ventilador en los testículos: completamente desnudo. Seguime, lector, tendrás tu recompensa.

    Retomo la idea. Si todo escritor se permitiera, aunque sea en un solo libro, ser el peor escritor del mundo, si se esforzara por ser el peor escritor del mundo, si al menos lo intentara, la literatura tal vez no sería tan mala. Darle la espalda al maldito Ideal. Escribir –al menos una vez, una sola vez– de la peor manera posible. Tal vez de ahí salga un buen libro.

    De afuera, visto de afuera: muy prolijo, muy lindo; adentro: un caos.

    En cuanto a mamá, ahí va, con lagunas pero ahí va, en clara recuperación.

    Con un lector, un solo lector, uno podría arreglárselas. Uno solo. Pero tendría que ser un buen lector, no los lectores de ahora que son uno peor que el otro.

    Madre en una meseta, estable.

    Es nomás ponerse a escribir y enseguida quedar atrapado como una mosca en la telaraña del lenguaje. Me enredo. Y pierdo lectores. Siempre los pierdo, no importa lo que haga, en realidad. La maldición del lenguaje.

    Leo entrevista en conocida revista cultural a escritora de renombre. Diáfana, confiada, segura, la señora. Segura sobre todo de que sus lectores la siguen como las ratas al flautista de Hamelin. Idea: es muy importante para ser un autor de grandes ventas confiar en que tus lectores no te van a abandonar mientras vos no los descuides. Quien duda de su capacidad de captar lectores, los pierde. Confiar: esa es la clave. Escribir sabiendo que me van a leer: porque lo que escribo vale la pena de ser leído. El lector tiene que sentir esa confianza. Si dudás, se van.

    Esto es una novela. Me lo tengo que repetir una y mil veces hasta que me entre en la cabeza: esto sí es una novela, esto sí es una novela, etc.

    Una escritura sin tanteos, nunca tanteando: un escritor de grandes ventas (esto hay que aprenderlo) no duda, no tantea, no va al garete, no escribe a tientas jamás: porque en cuanto duda, adiós lector, se te rajó el lector, y atrás de ese lector se te van los otros, en fila, no queda nadie leyéndote, y el flautista ahí se da vuelta y se da cuenta de que ya no lo sigue ninguna rata, las perdió a todas por culpa de sus tanteos, sus dubitaciones. Por eso es muy importante no vacilar, no enredarse en la telaraña del lenguaje, no quedar atrapado en todas las pérfidas trampas que nos tiende el lenguaje, no embarullarse.

    Voy caminando, voy por un camino cualquiera y me distraigo con cualquier estupidez, me pongo a levantar piedritas, las agarro y me pongo a contemplarlas, y me olvido de todo, del camino en primer lugar, y cuando me quiero acordar (porque siempre en algún momento uno se quiere acordar), estoy en cualquier parte, perdí por allá atrás vaya uno a saber cuántos lectores. Axioma: un autor de grandes ventas jamás se extravía.

    La culpa la tiene la idea. Cuando uno se concentra en la idea, la inspiración desaparece, y con ella la emoción. Las ideas son buenas para pintar, pero no para escribir.

    Falto de inspiración.

    ESTO NO MARCHA.

    No hay peor tedio que el tedio que produce la inteligencia. El inteligente cree que su inteligencia es muy entretenida, cautivante. Y no, no lo es. El aburrido inteligente: el peor de los aburridos, el más pesado.

    Podría decir que mi obra completa se divide, como la de Pierre Menard, en mi obra visible (que también podría llamar buena) y en mi obra invisible (que podría llamar mala). Lo publicable versus lo impublicable, en un constante enfrentamiento. Ahora en La Sarita. Levanto el dedo. Claudio, ¡un café!. Staedtler HB y libreta. Escribo parte de mi obra impublicable (invisible, mala, secreta). Obra que me tengo que aguantar. Tengo que aprender a convivir con esta parte de mi obra como quien convive con una deformidad. Deformidad que viene a mancillar mi obra visible (o buena), la parte de mi obra que supo ganarse la atención benevolente de los lectores. Esos cincuenta, cien, no más que cien. Bueno, a esos lectores la obra invisible no les interesa. En la obra invisible vive un solo lector. Vos.

    Escribo todo esto para no pensar demasiado en mi madre, para distraerme un poco. El jardín de su casa, de la casa de mis padres, requiere su atención. La atención que le dio durante casi cuarenta años. Un jardín hermoso. Ahora las plantas crecen a su antojo, urgen podas, tratamientos, trasplantes, etc. Madre, ¿pensás hacer algo con el jardín? Ya va siendo hora de que te ocupes un poco. Me tiene sin cuidado.

    Retomo lo de ayer: me había metido en una de las tantas encrucijadas de mi obra invisible de las que siempre salgo airoso. O semiairoso. Así que sigo. De casi cien lectores de la obra visible pasé a uno solo de la obra invisible.

    ESTO NO MARCHA.

    Me atrapa, me atrapa, quedo atrapado como una mosca en la telaraña del lenguaje, y doy vueltas y vueltas, y más me enredo, más me pegoteo, soy como una momia, el ser envuelto en la telaraña, el ser morando en la telaraña, y así con todas estas disquisiciones te pierdo, te alejás, ya sé, lector. Pero no puedo evitarlo. Hago intentos de salir de ahí, te escribo en la cabeza, ahí (muy bajito, muy bajito), te susurro estas frases espasmódicas, y si me disperso, como me pasa a menudo, trato de volver, de aferrarme a mi boya (vos), ¡nunca me olvido de vos!, de concentrarme, trato, trato, hago todos mis esfuerzos, pero mirá ahora, mirá, trato de atraparte y vos en cambio te me vas, huís, te rajás –¡turrito!–, y no hay nada, nada que pueda hacer, nada de nada.

    ESTO NO MARCHA.

    Para entretenerla y sacar conversación le cuento a mamá todas estas cosas. Me escucha atentamente. Toma su té y me escucha. Le leo algunos fragmentos. De golpe se pone a mirar el jardín, y ahí se queda, flotando en el espacio. Madre, ¿en qué pensás?. En que eso que decís de la telaraña es un poco lo que a mí me pasa, ¿no te parece?.

    Tres días acá sin escribir, escribí. Debería escribir todos los días, sí o sí. Porque me pierdo, no sé, es como que me pierdo y te pierdo, a la pasada, al no saber dónde estoy, qué hago acá, ¿qué hago acá? Por otro lado, he llegado a un nuevo punto ciego del que no sé cómo salir, no sé cómo seguir variando este tema del lector, del único lector versus los cien, etc. Con el correr de la pluma te me fuiste convirtiendo en tema, ¡en leitmotiv! Te convertiste en protagonista. Te hablo sin que te lo merezcas. Y he llegado al punto en que no sé si podría hablar de otra cosa. Me secaste, me chupaste toda la inspiración. Hijo de puta.

    ESTO NO MARCHA.

    Tuve una idea que en un principio me pareció genial: comprarle un iPod a mi

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