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Músico etéreo
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Libro electrónico153 páginas1 hora

Músico etéreo

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Información de este libro electrónico

Alayna vive como una reclusa en el bosque de secuoyas gigantes lejos de miradas indiscretas. Cuando los intrusos irrumpen en su casa con la intención de robarle y utilizarla, un hombre de vívidos ojos verdes se convierte en su inesperado salvador.

En el instante en que se ven, sus destinos están sellados. Ben y Alayna tienen el tipo de atracción que huele a mandato celestial. Alayna se da cuenta de lo que es Ben realmente , pero es demasiado joven para conocerse a sí mismo. Ella lo envía a descubrir su destino, esperando su regreso.

Su atracción, sin embargo, es tan visceral y abrumadora que Ben regresa una y otra vez, y cada vez le resulta más difícil dejar a la única mujer que ha encendido su alma. Alayna también lo siente, porque Ben posee un beso capaz de romper mundos.

Sus ojos verdes son una magnificencia etérea en medio de las secuoyas, alumbrando el camino para que el amor, la música, los sueños y el destino marquen sus vidas, pero tal conexión tiene un precio.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 oct 2021
ISBN9781667403465
Músico etéreo

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    Músico etéreo - Elaina J. Davidson

    Soy de la tierra y de las estrellas, del diluvio y del torbellino, y soy de la cacofonía y del rayo. Yo soy de la creación.

    YO SOY UN ETÉREO.

    Capítulo uno

    EL ASFALTO BRILLABA tras la lluvia, una serpiente oscura desplegándose a través del bosque de secuoyas. Ojos de gato brillaban como si pequeñas criaturas poblaran las líneas amarillas.

    El olor acre de la rica tierra competía con el distintivo aroma del asfalto húmedo, y gotas de agua fresca se escurrían a través del follaje. Cerca de allí, un cárabo californiano emitió su característico canto.

    Aunque todavía era temprano por la tarde, la penumbra del cielo daba la sensación de que se acercaba la noche.

    Apartada un poco de la carretera en zigzag, había una pequeña cabaña apiñada, casi cubierta de hiedra, acurrucada bajo los gigantes que pueblan el norte de California, volutas de humo saliendo de una chimenea de piedra. Las azaleas y el rododendro competían por el espacio con los prolíficos helechos en un pequeño jardín.

    En el porche, un banco antiguo miraba pasar los días, ya fueran secos o húmedos. Una ardilla roja se posaba en el poste de la puerta, inmóvil hasta que una mujer salió por la puerta principal, y luego se precipitó hacia el tronco más cercano.

    Sonriendo, Alayna dio un silbido y dejó una ofrenda de nueces y frutas en el plato de piedra sobre el muro bajo. Cuando se dio la vuelta, la ardilla se deslizó hacia abajo. Sabía que pronto se uniría su peluda familia.

    ––––––––

    NADA ESPECIAL pasaba nunca en la pequeña ciudad de Legget, aparte de los turistas que llegaban para sacar fotos de sus coches conduciendo a través del Árbol del Candelabro, o de ellos mismos de pie delante del arco tallado en el enorme tronco.

    Se detenían para comer algo, a veces echar un poco de gasolina, y luego la mayoría se iban al camping más cercano. En ciertas épocas del año estaba lleno, pero en otras no ocurría gran cosa.

    Jack y Shaun discutían con Ben fuera del restaurante local. El lugar estaba cerrado y con un letrero de Se Vende pegado a la ventana.

    —Necesitamos dinero en efectivo, amigo, o nunca llegaremos a San Francisco —espetó Jack, irritado porque tenía que repetirlo—. Esta ciudad de mala muerte está acabada para nosotros; la temporada turística ha terminado, tío. Yo digo que cojamos unos dólares de la gasolinera y nos dirijamos al sur.

    Su escuálido cuerpo se estremeció de excitación.

    —Sí, deambular por aquí solo nos dejará atascados y aburridos —dijo Shaun—. Tampoco hay nada que comer.

    Jack y Shaun eran opuestos en todo, porque Shaun estaba gordo. También era estúpido.

    —Cállate —le gruñó Jack—. ¿Tú qué sabrás? —Desvió su atención al tercer miembro de su trío—. Vamos, Ben. Shaun y yo cogeremos la gasofa, solo para mantener el motor en marcha, tío, como siempre. Tío, no es difícil.

    Ben lo miró fijamente.

    —¿Y hasta dónde nos llevarán unos pocos dólares? Te lo digo, es malgastar energía.

    —Solo eres un cobarde de mierda. Encontraremos otros sitios por el camino, conseguiremos más. Joder, tío, ¿quieres quedarte en este agujero de mierda?

    Ben levantó sus ojos verdes hasta el bosque que los rodeaba por todas partes. Una ligera brisa prometía lluvia más tarde, mientras despeinaba su cabello rubio. Sí, podría quedarse. Anhelaba un poco de paz y tranquilidad. Jack, sin embargo, le apuñalaría si se atrevía a sugerirlo. Esa comadreja tenía un ramalazo mezquino y nada de consciencia. Le gustaba demasiado ese maldito cuchillo.

    —Esperaré afuera —dijo Ben finalmente.

    Jack le dio una palmada en la espalda y Shaun se rió.

    —Coge el coche. Vamos a entrar —Jack agarró el tembloroso brazo de Shaun y cruzaron la calle.

    Su risa tonta perturbó el silencio del ambiente.

    Idiotas. La gente se acordaría de ellos.

    Ben frunció el ceño, se subió al asiento del conductor y giró la llave de arranque. El viejo Chevy azul chisporroteó dos veces y luego se encendió. Observando el avance de los otros dos, odiándose a sí mismo por ceder una vez más, cronometró su derrape y aterrizó con un chirrido de frenos ante las puertas de vidrio mientras estos desaparecían en la tienda.

    No miró. No quería ver a otro crío desprevenido manejando la caja registradora asustado por el loco de Jack y la estupidez de ese idiota de Shaun.

    Era hora de dejar a esos dos atrás, pero no en este tranquilo lugar. Harían demasiado daño aquí. Los abandonaría en algún lugar más poblado o sencillamente se marcharía cuando Jack no estuviese mirando.

    Las puertas traseras se cerraron de golpe cuando los dos entraron en el coche.

    —¡Empieza a conducir! —chilló Jack.

    El Chevy aceleró, en dirección norte.

    ––––––––

    ALAYNA TERMINÓ DE COMER la sopa de verduras que había preparado para la cena y guardó los restos en el frigorífico, junto con la mantequilla. La cena de mañana por la noche. Envolvió el resto de su pan recién horneado y lo puso en la vieja caja de madera.

    Mientras enjuagaba sus pocos platos, miró hacia el bosque que se oscurecía. Ahora era otoño y la niebla siempre presente del verano comenzaba a competir con los aguaceros que anunciaban la llegada del invierno. Siempre hacía algo más de fresco aquí, pero ella lo prefería. El calor nunca le había gustado, no tenía ningún encanto. El calor no le sentaba bien, punto. Estaba cómoda en la niebla, en el aire vigorizante de un fértil bosque.

    La niebla se espesó. Pronto estaría tan silencioso que uno se creería que estaba completamente solo en el universo. El camino permanecería vacío, aislado y sin movimiento, excepto por algún alce que cruzara su extensión en un viaje a través del bosque nocturno. Esta era la perfección. Silencio y aislamiento.

    Después de la vida que había tenido, no deseaba nada más.

    Este era un sitio y un lugar para recuperarse. La gente la drenaba a una de su energía.

    Terminó los platos, encendió dos lámparas y se llevó una a su escritorio de la sala de estar, dejando la otra en la ventana de la cocina. Apartándola a un lado, acercó su portátil, abrió la pantalla, y cargó su trabajo en progreso. Disfrutaba de la vida rústica, pero su portátil era su apoyo tecnológico.

    Este libro estaba tardando un poco más que los demás. Descubrió que la vida salvaje ofrecía una mayor distracción en estos días que lo que su mente solía sacar de la nada.

    Aun así, tenía que comer.

    Le faltaba poco para terminar. Empezó a teclear.

    ––––––––

    —¡PARA! —GRITÓ SHAUN, y Ben pisó el freno de golpe, casi arrancándole la cabeza de los hombros

    —¿Qué cojones, tío? —preguntó Jack, estirándose hacia atrás. Antes se había subido al asiento del pasajero, casi causando un maldito accidente cuando su codo golpeó accidentalmente a Ben en la mandíbula.

    —He visto una luz —murmuró Shaun tímidamente.

    Ben respiró hondo. Otra vez no. Alguna casa desprevenida estaba a punto de ser robada.

    —Aquí no vive nadie —dijo—. Esto es una pérdida de tiempo.

    Jack lo miró de refilón.

    —Te estás volviendo un blando, hermano. Puede que tengamos que enseñarte una lección, endurecerte un poco —después miró a Shaun—. ¿Dónde la viste?

    —Más atrás —Shaun señaló con un pulgar carnoso por encima del hombro.

    —Marcha atrás, Ben —ordenó Jack—. Esto está aislado, tal vez tengan tanques de gasolina en la parte trasera, por si acaso.

    Sí, los idiotas no lo habían pensado demasiado bien. No es que alguna vez lo hubieran hecho. Así que robaron la caja registradora, consiguieron unos dólares, pero el papel no creaba gasolina, ¿verdad? Deberían haber llenado el tanque antes de dejar atrás Legget y, en cambio, ahora corrían por un camino oscuro tan vacío como pronto lo estaría el tanque.

    Esos dos capullos todavía no se habían dado cuenta de que deliberadamente había conducido hacia el norte hacia las tierras altas, sabiendo que había poco que hacer por el camino. Tenía la intención de planear su marcha. Ya estaba harto de ellos y no quería acabar tras las rejas por robo o algo peor. ¿Los tres a pie? Los dejaría atrás en cuestión de minutos.

    Ben dio marcha atrás y allí estaba, una luz.

    Una lámpara en la ventana de una cabaña.

    Parpadeando, la miró fijamente. Lo llamaba, como una lámpara proverbial en la tormenta.

    Su corazón se aceleró rápidamente.

    Esto no le gustaba.

    Había algo raro. Algo no encajaba.

    —¿Remordimientos, colega? —Jack le dio un fuerte puñetazo en el brazo.

    —Vete a la mierda —dijo Ben, deteniendo el coche.

    ––––––––

    ALAYNA LEVANTÓ la cabeza y se apartó mechones de cabello rubio oscuro de la cara. ¿Se acababa de parar un coche fuera?

    Levantándose, alzó la linterna de su escritorio. Tal

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