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La cuidadora
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Libro electrónico44 páginas33 minutos

La cuidadora

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Una cuidadora se convierte en la confesora de una paciente infame.

Emma Reed es la enfermera a cargo de una unidad de cuidados paliativos. Cuando ingresan a Celeste Harwood, sospecha de los motivos de la mujer. ¿Ha venido Celeste a esconderse del mundo? Si es así, no es justo; su cama debería ir a alguien que la merezca.

Cuando Emma ve lo cautelosas que son las enfermeras con la señorita Harwood, comprende que algo está pasando. Su médico llega y cuenta la historia de un asesinato, de una mujer a punto de sufrir una muerte terrible, y a Emma se le despierta la curiosidad.

Afortunadamente, Celeste quiere compartir su historia...

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento13 oct 2021
ISBN9781667400204
La cuidadora

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    La cuidadora - Elaina J. Davidson

    Capítulo 1

    MIENTRAS SONABA el coro de pájaros mañanero, antes de que llegara la luz del sol propiamente dicha para anunciar el nuevo día, Emma, en su pequeña cocina, ya daba sorbos a su café.

    Su turno era de siete a siete durante los siguientes tres días, como enfermera a cargo de la unidad de cuidados paliativos local, y eso significaba largas horas de pie, y amaneceres que la sacaban de la cama. Por suerte, de todas formas era una madrugadora. La llegada de la primavera hizo todo más llevadero, ya que conforme pasaban los días, la luz la acompañaba al trabajo.

    Después de terminarse su té negro, instantáneo porque no tenía tiempo para filtrarlo, enjuagó su taza, cogió su fiambrera llena de aperitivos saludables, comprobó que su móvil y sus gafas de sol estaban en el bolso, encontró las llaves del coche y salió, cerrando la puerta de su piso con llave.

    Los zapatos de trabajo apenas hacían ruido sobre la alfombra raída del pasillo mientras caminaba rápidamente hacia la salida principal del bloque. No tenían portero, ni siquiera un sistema de llamada; la puerta nunca se cerraba con llave, algo que la mayoría de los vecinos lamentaban, dado lo problemático que era el barrio. Pero no era esa su preocupación actual.

    A la grisácea luz, Emma se dirigió a su pequeño automóvil y miró a su alrededor para ver las plazas del aparcamiento asignado completamente llenas. La mayoría salía a trabajar en unas dos horas, y tuvo que admitir que prefería el silencio que había ahora. No era necesario saludar a la gente; no necesitaba interactuar con nadie.

    Las calles, sin embargo, no estaban tan tranquilas. Los trabajadores por turnos entraban y salían de servicio, y los camiones y furgonetas ya estaban entregando los paquetes diarios. Los autobuses también corrían, aunque todavía no tan llenos como estarían más tarde.

    Veintitrés minutos después entró en el aparcamiento de la unidad. Con tráfico de hora punta habría tardado más de una hora, otra razón por la que prefería una hora tan temprana.

    Se dio cuenta de que llegaban las enfermeras más jóvenes, así como dos médicos. Nadie saludó, si no que se apresuraron para liberar al turno de noche.

    El primer rayo de sol golpeó las ventanas cuando subía la rampa hacia la entrada del personal, creando múltiples espejos en el edificio de dos pisos. Emma apartó la mirada y entró. Los pacientes pronto estarían despiertos.

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    SOBRE LAS 9:30 el ajetreo del desayuno, la medicación y las rondas se calmaron lo suficiente como para que Emma prestara atención a su lista de nuevos pacientes, los que llegarían más tarde ese día. Parte de su trabajo era acomodarlos.

    Tres residentes de larga estancia habían muerto durante la noche anterior

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