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Papá Piernaslargas
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Libro electrónico220 páginas3 horas

Papá Piernaslargas

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Información de este libro electrónico

Judy Abbot, que ha vivido toda su vida en un orfanato, tiene un misterioso benefactor que está dispuesto a pagarle los estudios. A cambio, ella solo tiene que enviarle una carta al mes, no hacer preguntas, y nunca esperar respuestas. Pero sus cartas están muy lejos de ser las de una modosa huerfanita. Judy mezcla las anécdotas universitarias con sus ideas, dibujos y teorías sobre quién será su benefactor, al que llama Papá Piernaslargas. Una novela epistolar llena de ternura, sentido del humor y un romanticismo muy poco convencional, que nos lleva hasta un final sorprendente y, por supuesto, feliz.
IdiomaEspañol
EditorialTurner
Fecha de lanzamiento1 abr 2016
ISBN9788416354627
Papá Piernaslargas
Autor

Jean Webster

Jean Webster (1876-1916) was a pseudonym for Alice Jane Chandler Webster, an American author of books that contained humorous and likeable young female protagonists. Her works include Daddy-Long-Legs, Dear Enemy, and When Patty Went to College. Politically and socially active, she often included issues of socio-political interest in her novels.

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    Papá Piernaslargas - Jean Webster

    Título original:

    Daddy-Long-Legs

    Jean Webster, 1912

    Traducido a partir de la edición original (1912), de The Century Company

    De la traducción:

    María Sierra, 2015

    Del poema de la página 59:

    Traducción de José Luis Rey. Incluido en Poesías completas, Emily Dickinson, Visor Libros, 2013

    De los versos de la página 127:

    Traducción de José Antonio Montano

    De esta edición:

    © Turner Publicaciones S.L., 2015

    Rafael Calvo, 42

    28010 Madrid

    www.turnerlibros.com

    Ilustración de cubierta y rotulación:

    María Luisa Fruns

    Primera edición: septiembre de 2015

    ISBN: 978-84-16354-62-7

    La editorial agradece todos los comentarios y observaciones:

    turner@turnerlibros.com

    Reservados todos los derechos en lengua castellana. No está permitida la reproducción total ni parcial de esta obra, ni su tratamiento o transmisión por ningún medio o método sin la autorización por escrito de la editorial.

    Para ti

    Índice

    Miércoles negro

    Las cartas de Miss Jerusha Abbott a Mr Papá Piernaslargas Smith

    Jean Webster

    Miércoles negro

    El primer miércoles de cada mes era la Perfecta Jornada Horrible: un día que se esperaba con temor, se superaba con valentía y se olvidaba con premura. Había que dejar los suelos impecables, las sillas sin una mota de polvo y las camas libres de la menor arruga. Los noventa y siete huerfanitos, por más que se resistieran, quedaban bien limpios, peinados y abotonados dentro de los mandilones de cuadros recién planchados con almidón, y a los noventa y siete se les recordaba que cuidadito con las buenas maneras, y que se decía sí, señor o no, señor cada vez que un patrono les dirigía la palabra.

    Era un día de lo más angustioso, y la pobre Jerusha Abbott, que para eso era la mayor de los huérfanos, siempre cargaba con la peor parte. Pero aquel primer miércoles del que estamos hablando, como todos, iba llegando lentamente a su fin. Jerusha se escapó de la trascocina, donde había estado haciendo emparedados para los invitados del hospicio, y se dirigió al piso de arriba para realizar sus tareas habituales. Tenía asignada a su cuidado personal la habitación F, donde once nenes de entre cuatro y siete años ocupaban once camitas puestas en fila. Jerusha reunió a toda la tropa, les alisó el mandilón arrugado, les sonó la nariz y los hizo ponerse en marcha, bien formalitos y en línea de a uno hacia el comedor, donde finalmente la iban a dejar disfrutar de media hora de paz mientras tomaban pan, leche y pastel de ciruelas.

    Entonces por fin se sentó junto a la ventana y apoyó contra el cristal helado la sien que le martilleaba. Llevaba de pie desde las cinco de la madrugada, haciendo recados para todo el mundo, aguantando los regaños, las prisas y los nervios de la gobernanta. En privado, Mrs Lippett no siempre guardaba esa dignidad pomposa y esa contención con las que se enfrentaba al público de patronos y señoras de visita. Jerusha dejó vagar la vista por la amplia pradera helada que alcanzaba a ver tras la verja de hierro que rodeaba el orfanato, al pie de los montes salpicados de grandes residencias campestres y tras las torrecillas del pueblo que despuntaban entre las ramas desnudas de los árboles.

    Había acabado el día y, hasta donde ella podía saber, no había pasado nada malo. Los patronos y el comité visitante habían hecho su ronda de reconocimiento, se habían leído los informes, habían tomado el té, y ahora abandonaban el edificio a toda prisa para ir a calentarse delante de sus alegres chimeneas, olvidándose de aquella mínima pero fastidiosa carga durante al menos otro mes. La curiosidad, y un poco de nostalgia, la hicieron inclinarse para contemplar la procesión de carruajes y automóviles que cruzaba el portón del orfanato, siguiendo con la imaginación primero a un coche, y luego a otro, hasta las grandes casonas que punteaban la ladera. Ya se veía con un abrigo de pieles y un sombrero de terciopelo adornado con plumas, recostándose en el asiento y diciendo con toda naturalidad: Lléveme a casa. Pero la imagen perdía detalle y se hacía borrosa cuando llegaba a la entrada de la casa en cuestión.

    Jerusha tenía imaginación: una imaginación que, según Mrs Lippett, le traería más de un problema si no tenía cuidado, pero por mucho que la usara no conseguía ver más que el umbral del hogar al que quería entrar. Tenía diecisiete años, era pobre, decidida, de espíritu aventurero, pero nunca había puesto el pie en el interior de una casa normal. No era capaz de pintar en su mente la vida diaria de aquellos otros seres humanos, los que seguían con sus cosas sin huérfanos que los incomodaran.

    Jerusha Abbott,

    te llaman al despacho

    y creo que deberías ir rápido la-la-la.

    Tommy Dillon, que había empezado a cantar en el coro, subió las escaleras y recorrió el pasillo entonando esta melodía, cada vez a más volumen a medida que se acercaba a la habitación F. Muy a su pesar, Jerusha se separó de la ventana, dispuesta a enfrentarse de nuevo a las penalidades de la vida.

    –¿Quién me llama? –le preguntó a Tommy, con tal tono de angustia que lo hizo callar.

    Te llama Mrs Lippett

    que vayas al despacho

    y parece enfadadaaaa…

    …amén.

    Tommy dijo esto cantando, pero sin regodearse: hasta el huerfanito más pendenciero se compadecía de una compañera de fatigas cuando la llamaban al despacho para enfrentarse a la gobernanta enfadada. Y a Tommy le caía bien Jerusha, aunque a veces lo agarrase por el brazo y le sonase la nariz con tanta fuerza que parecía a punto de arrancársela.

    Jerusha echó a andar sin decir nada más, pero con el ceño fruncido, preguntándose qué habría hecho mal. ¿Sería que los emparedados estaban muy gruesos? ¿Alguien habría encontrado un trozo de cáscara en el pastel de nueces? ¿Se habría dado cuenta alguna de las señoras visitantes de que Susie Hawthorn llevaba un agujero en los leotardos? No se atrevía ni a pensar que alguno de sus angelitos de la habitación F –horror de los horrores– le hubiera dejado un regalo a algún patrono.

    El pasillo del piso inferior era largo y no estaba iluminado: al llegar al pie de la escalera, Jerusha vio todavía al último de los patronos, a punto de irse, en la puerta que conducía a las cocheras. La imagen fue rápida y solo le dejó la impresión de que el hombre era muy alto: con el brazo levantado, le hacía señas a un vehículo que lo esperaba en la curva del camino y, al echar a andar para abordarlo, los faros lo iluminaron por un instante y arrojaron contra la pared a su espalda la sombra nítida, grotesca, de unas piernas y unos brazos larguísimos que recorrían el suelo y subían por las paredes del pasillo. A Jerusha le pareció la viva imagen ampliada de una de esas arañitas que son todo patas y que en inglés se llaman papá piernaslargas.

    El gesto de preocupación que llevaba dio paso a una rápida carcajada. Jerusha era alegre por naturaleza, y se reía por todo a la menor ocasión: verle el lado gracioso a un patrono era algo inesperado, pero bienvenido fuera. Llegó así a la puerta del despacho de muy buen humor tras ese pequeño incidente, y saludó a Mrs Lippett con una sonrisa. Se sorprendió al ver que también la gobernanta parecía contenta; no tanto como para sonreír, pero con una expresión al menos tan afable como la que les mostraba a las visitas.

    –Siéntate, Jerusha, tengo que hablar contigo.

    Jerusha se dejó caer en la silla que encontró más cerca, casi sin aliento. Las luces de un vehículo destellaron al pasar junto a la ventana, y Mrs Lippett las siguió con la vista.

    –¿Te has fijado en el caballero que acaba de salir?

    –Lo vi de espaldas.

    –Es uno de nuestros patronos más acomodados, y ha donado grandes sumas de dinero para el sostén de esta casa. No estoy autorizada a mencionar su nombre, porque ha dado órdenes expresas de que quede en el anonimato.

    Jerusha abrió un poco los ojos: no era costumbre que la llamaran al despacho para que la gobernanta le contara las manías de los patronos.

    –Este caballero ha mostrado interés en otras ocasiones por algunos chicos de aquí. ¿Recuerdas a Charles Benton y a Henry Freize? Los dos fueron a la universidad con la ayuda de Mr…, en fin, de este patrono, y los dos le han devuelto la suma que con tanta generosidad invirtió en ellos aplicándose mucho y sacando buenas notas. El caballero no desea que se le pague de ninguna otra forma. Hasta ahora, su espíritu filantrópico se ha dirigido siempre a los chicos: nunca he sido capaz de despertarle el menor interés en ninguna de nuestras niñas, por mucho que lo merecieran. Debo decir que a este señor no le gustan nada las chicas.

    –No, señora –dijo Jerusha muy bajito, creyendo que en ese punto de la conversación tenía que decir algo.

    –Hoy, en el curso de la reunión ordinaria, salió el tema de tu porvenir.

    Mrs Lippett dejó aquí un momento de silencio, antes de retomar la palabra con una parsimonia que puso muy de punta los nervios ya tensos de su interlocutora.

    –Como sabes, aquí los niños solo pueden estar hasta los dieciséis años, pero contigo se hizo una excepción. Acabaste la escuela primaria a los catorce y, como destacaste tanto en los estudios –mucho más, he de decirlo, que en conducta–, se decidió dejarte ir al instituto de secundaria del pueblo. Ahora estás a punto de terminar el bachillerato y esta casa no puede seguir manteniéndote más. Ya has disfrutado de dos años más que la mayoría.

    A Mrs Lippett se le olvidó mencionar el hecho de que Jerusha se había pagado la estancia trabajando sin cesar durante esos dos años, que siempre se daba preferencia a las necesidades del orfanato antes que a los estudios, y que en días como aquel la obligaban a quedarse allí para fregar.

    –Como iba diciendo, se habló del asunto de tu porvenir y se analizó tu expediente con todo detalle.

    Mrs Lippett miró a Jerusha como a un acusado en el banquillo, y la acusada puso cara de culpable porque le pareció que era lo que se esperaba de ella, aunque no recordara qué delito había cometido.

    –Por supuesto, en condiciones normales, a una joven en tu situación se le buscaría algún empleo en el que pudiera empezar a ganarse la vida, pero tus notas han sido muy buenas en algunas asignaturas. De hecho, parece que en lengua han sido excelentes. Miss Pritchard, una de las señoras de nuestro comité visitante, es miembro también de la junta escolar; ha hablado con tu profesor de oratoria y nos ha cantado largamente tus alabanzas. Hasta leyó en voz alta una redacción escrita por ti y titulada Miércoles negro.

    La expresión de culpabilidad de Jerusha, esta vez, fue del todo sincera.

    –En mi opinión, muestras muy poca gratitud poniendo así en ridículo a esta casa que tanto ha hecho por ti. Si no hubieras logrado que el texto tuviera gracia, no creo que te lo hubieran perdonado. Pero, por suerte para ti, Mr… en fin, este señor que se acaba de ir, parece tener un sentido del humor inagotable. Tras leer esa redacción tan impertinente, se ha ofrecido a mandarte a la universidad.

    –¿A la universidad? –Jerusha abrió unos ojos como platos. Mrs Lippett asintió.

    –Este señor se ha quedado al final para hablar conmigo de las condiciones, que son muy poco habituales. El caballero, he de decir, es algo excéntrico. Pero tú le has parecido original, y tiene el objetivo de que estudies para ser escritora.

    –¿Escritora? –Jerusha no podía pensar, solo repetir las palabras de Mrs Lippett.

    –Ese es su deseo; si se hace realidad o no, ya lo veremos. Quiere darte una asignación mensual muy generosa… yo incluso diría que, para una chica de tu edad que nunca ha tenido que gestionar el dinero, demasiado generosa. Pero me ha explicado su plan con todo detalle, y no me pareció que quisiera oír mis sugerencias. Durante este verano, te quedarás aquí, y Miss Pritchard se ha ofrecido amablemente a ayudarte en la preparación de tu guardarropa. Tu matrícula, tu alojamiento y las comidas se le pagarán directamente a la universidad y, durante los cuatro años que pases allí, recibirás treinta y cinco dólares al mes para tus gastos. Esta cantidad te permitirá mantener el mismo tren de vida que tus compañeras de estudios; te

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