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El sendero celeste
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Libro electrónico160 páginas2 horas

El sendero celeste

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La Orden del Temple, antaño poderosa y reconocida, se ve cada vez más asediada por las persecuciones. Antes de que sea demasiado tarde, deberán esconder el Santo Grial. Son diez los caballeros elegidos que guiados por las estrellas se embarcarán en una aventura épica llena de magia, honor y amor.-
IdiomaEspañol
EditorialSAGA Egmont
Fecha de lanzamiento15 nov 2021
ISBN9788726870589

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    El sendero celeste - Angel de Aluart

    El sendero celeste

    Copyright © 2017, 2021 Ángel De Aluart and SAGA Egmont

    All rights reserved

    ISBN: 9788726870589

    1st ebook edition

    Format: EPUB 3.0

    No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

    www.sagaegmont.com

    Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

    Lo verdadero puede, a veces,

    no ser verosímil.

    Nicolás de Oresme

    (Francia 1323-1382)

    Prólogo

    Esta novela narra una de las leyendas más conocidas y bellas sobre la Orden de los Caballeros Templarios, el viaje de estos siguiendo el Camino Celestial hasta su final, ocultando y protegiendo el Santo Grial.

    La Orden del Temple, cuyo nombre original fue Orden de los Pobres Compañeros de Cristo y del Templo de Salomón, fue la orden militar cristiana más poderosa de la Edad Media. Sus miembros, los caballeros templarios, tenían como objetivo inicial proteger a los peregrinos cristianos que visitaban Jerusalén tras la primera Cruzada. Desde su nacimiento tuvo un fin eminentemente militar, lo que la diferenciaba de otras grandes órdenes religiosas del siglo XII, fundadas como instituciones de caridad.

    Aprobada oficialmente por la Iglesia católica en 1129, la Orden del Temple creció rápidamente en tamaño y poder. Tenía un doble carácter, religioso y militar. Los templarios vivían en conventos o monasterios, en los que ingresaban después de una ceremonia de iniciación, y hacían votos de pobreza, castidad y obediencia. Fueron caballeros honestos y creyentes, que seguían estrictas reglas de vida monástica, comunitaria y poseían una férrea disciplina.

    Los caballeros templarios tenían como distintivo un manto blanco con una cruz paté roja dibujada en él. Militarmente, sus miembros se encontraban entre las unidades mejor entrenadas que participaron en las Cruzadas. En el ámbito no combatiente, gestionaron una compleja estructura económica dentro del mundo cristiano. La Orden, además, edificó una serie de fortificaciones por todo el mar Mediterráneo y Tierra Santa, llegando a ser muy poderosa. Y el poder, como siempre, trae problemas e injusticias y genera la envidia de los mandatarios a los que sirven.

    Su fama empezó a crecer y se les empezó a idealizar como la esencia del verdadero espíritu de los caballeros cruzados. Así, poco a poco, se fueron convirtiendo en un mito, apoyado por descripciones increíbles de sus hazañas. Se les llegó a presentar como seres portentosos, afirmando que habían descubierto importantes tesoros en el Templo de Salomón y en algunas cuevas de Jerusalén, de los cuales se convirtieron en sus guardianes.

    Esta Orden se mantuvo activa durante casi dos siglos. Sin embargo, una serie de circunstancias ocasionó la desaparición de los apoyos a la Orden: la pérdida de Tierra Santa, los rumores en torno a la secreta ceremonia de iniciación de los templarios, que generaron una gran desconfianza, y, sobre todo, la persecución del rey Felipe IV y del Papa Clemente V.

    El último gran maestre, Jacques de Molay, se negó a aceptar el proyecto de fusión de las órdenes militares bajo un único rey a pesar de las presiones papales. El destino de la Orden quedó así ya decidido. Felipe IV de Francia, fuertemente endeudado con la Orden y atemorizado por su creciente poder, convenció al Papa Clemente V para que iniciase un proceso contra sus miembros. En 1307, año en que se sitúa la trama de este relato, un gran número de templarios, incluido el propio Jacques de Molay, fueron apresados, inducidos a confesar bajo tortura y quemados en la hoguera. En 1312, Clemente V cedió a las presiones de Felipe IV, disolvió la Orden y se requisaron todos sus bienes.

    Sin embargo, y a pesar de los rumores y de las investigaciones llevadas a cabo por el Papa, nunca pudo probarse que la Orden profesara doctrina herética alguna o que practicase una regla secreta, distinta de la oficial.

    Su abrupta erradicación y el secretismo que rodeaba a la Orden dieron lugar a multitud de leyendas que han mantenido vivo hasta nuestros días el nombre de los caballeros templarios. Hay quien sostiene que la Orden nunca ha dejado de existir y que se mantiene en la actualidad, especialmente relacionada con la Masonería. El aura de leyenda que los rodea les relaciona con el mito del

    Santo Grial y con el de la lanza con que fue herido Cristo en el costado.

    Y en este contexto histórico transcurre la novela que tienes entre tus manos, lector. Una historia épica que se desarrolla en los bárbaros tiempos de la Edad Media, concretamente en 1307, en plena persecución de los caballeros templarios por parte del rey y del Papa.

    No se trata de una novela histórica. Nos encontramos ante una hermosa leyenda llena de magia, aventuras, luchas en nombre de Dios... Es el apasionante viaje de unos valientes templarios en busca de un lugar donde ocultar y proteger el Santo Grial, un viaje envuelto en la bruma de la magia y los designios divinos. Un viaje en el que los fervorosos guerreros se enfrentarán a traiciones, demostrarán su valentía, su fe en Dios y sus mandatos, su sentido del honor y de la justicia. Descubrirás en sus personajes unos valores humanos y divinos tan arraigados que nada ni nadie pudo destruir, a pesar de la persecución a la que fueron sometidos.

    Una historia épica y llena de maravillas, de magia, de honor y, cómo no, de amor.

    Adéntrate en el bárbaro y despiadado mundo de la Edad

    Media y de sus legendarias historias.

    Espero que la disfrutes como yo la he disfrutado.

    Victoria Ballesteros Garrido

    Correctora de textos

    LIBRO PRIMERO

    48°51'23.81N 2°21'8.00E

    En aquel tiempo ocurrió un acontecimiento en la historia que muy pocos conocieron con exactitud. Sucedió a principios del siglo XIV en Francia, y el relato corrió como una exhalación de boca en boca hasta que se convirtió en leyenda...

    El camino a París se mostraba cada vez más ancho y cenagoso, lo que hacía muy difícil guiar la vieja carreta dentro de las roderas de una vía romana cubierta de lodo y excrementos varios.

    La carreta, guiada por Odón, coronaba el montículo cuando aparecieron al fondo las primeras casas de piedra y madera que anunciaban los suburbios de París.

    Mateus, que despertó del sopor producido por la monotonía del traqueteo, recobró la guía de la carreta (por algo era el templario de superior dignidad), y Rufus abría camino con su imponente presencia, muy atento a los posibles atascos de la carreta en el lodo. Odón y Madeleine viajaban junto a Mateus fingiendo ser una familia de campesinos cualquiera, y Astruc cerraba la comitiva, siempre alerta.

    —Debemos llegar a Le Marais antes de la hora tercia. Lo ordena el Gran Maestre y no debemos ser vistos, pues correríamos un gran peligro. Han puesto precio a nuestras cabezas, ¿sabéis? —advirtió Mateus a sus compañeros de viaje. Todos lo aprobaron con una ligera inclinación de cabeza y procuraron concentrarse en lo que hacían.

    Al comenzar a subir una pequeña pendiente, Rufus, el que abría paso, oyó un silbido largo y otro corto. Reconoció la señal templaria utilizada en las Cruzadas. Espoleó a su montura, esta se encabritó y obligó a Mateus a reaccionar, frenando el eje de las ruedas delanteras de la carreta para que los caballos bretones se detuvieran bruscamente.

    Un jinete con uniforme de soldado del Rey se acercó a Rufus. Este, por si acaso, se preparó para entablar un combate en plena calle si el soldado resultara hostil, pero el soldado mostro la cruz paté roja de su atuendo y Rufus le permitió acercarse.

    —¿Sois el preceptor de la Orden, el hermano Mateus? —preguntó.

    —Yo soy —dijo Mateus desde la carreta.

    —Benedictus qui venit in nomine Domini. Preceptor, me ordenaron entregar este mensaje; destruidlo cuando lo hayáis leído, os lo ruega el Gran Maestre Jacobo. Que Dios os guíe.

    El templario, que portaba ropas de soldado del Rey Felipe cubriendo su hábito de turcoples, se alejó al trote para fingir incorporarse a la guarnición y, en cuanto tuvo ocasión, galopó hábilmente por el bosque y desapareció.

    Mateus leyó el pergamino y bajó de la carreta para incinerarlo junto a dos cortezas de cedro, evitando así el olor de cuero quemado.

    —¿Qué ocurre, hermano Mateus? —preguntó intrigado Astruc.

    —No podemos ir a Le Marais. El mensaje lo envía el hermano Jacobo, dice que el Papa Clemente ha firmado un decreto de excomunión para todos los portadores de la cruz templaria y que debemos reunirnos en Notre Dame. No podemos arriesgarnos, y por eso debemos entrar en la catedral por la puerta roja que está en el crucero norte. El Gran Maestre y los hermanos nos esperan en la sala de mapas en la hora sexta a más tardar, y no tocarán las campanas. ¡Ahora sí que somos realmente proscritos! — aseveró Mateus, aunque su semblante continuaba altivo y provocador por lo indignado que estaba con la Iglesia por haberse corrompido ante las falsas promesas de un Rey ruin y vengativo.

    Continuaron el camino. Algunos soldados de Felipe IV patrullaban atropellando a los campesinos que querían comerciar en plena calle. Las casas solitarias habían dado paso a grupos de casas construidas de cualquier manera, y las calles estrechas que las dividían rebosaban un barro negruzco del que las gentes que las transitaban quedaban cubiertas hasta los tobillos. Al fondo se divisaba el pequeño puente de Au Double, y no parecía haber mucho movimiento sobre él.

    —Este es el único puente de intendencia, los demás tienen edificaciones y están llenos de soldados —explicó Mateus a Madeleine un momento antes de que ella le preguntara por qué cruzaban por allí. Esta solo le miró con cierto desdén y frunció el ceño.

    —¿Dónde está Le Marais? ¿Por qué no podemos reunirnos allí? —preguntó Madeleine.

    —Está en la zona de la marisma, donde tenemos el templo y también los campos de cultivo. Abastecemos a toda la ciudad, ¿sabes? Pero ahora quieren destruirnos, malditos, quieren nuestras posesiones y los tesoros que custodiamos.

    —Pero no lo permitirás, ¿verdad?

    —¡Por los clavos de Cristo, claro que no!

    La carreta de Mateus esperó en la entrada del puente mientras Rufus y Astruc lo cruzaban lentamente, como si de unos peregrinos se trataran, pero sin quitar ojo a los soldados, que por fortuna dormían sin preocuparse demasiado de la gente que lo cruzaba.

    Se acercaba la hora sexta. Mateus observó la sombra de su daga, que utilizaba también como reloj de sol, para estar seguro de que con toda puntualidad llegarían a la cita con el Gran Maestre Jacobo. Desde el otro lado del puente, con una señal convenida, Rufus avisó a Mateus de que podía cruzar sin peligro, así que arreó a los bretones para que cruzasen el puente con rapidez.

    Mientras lo cruzaban, Madeleine tenía la mirada fija en la gran catedral de Notre Dame, que dominaba el paisaje desde una legua de distancia. Era increíblemente grande, nunca había visto nada parecido; a medida que se acercaban por el puente, mayor le parecía. Mateus advirtió lo fascinada que estaba Madeleine con la catedral.

    —El Señor iluminó a los arquitectos de este templo, que dedicaron a María Santísima —dijo Mateus sin apartar la vista del puente. De pronto, un rayo de sol perdido entre las nubes dio vida a algunos vitrales, que proyectaron un potente haz de color violáceo que iluminó por un instante la carreta de Mateus, y los tres miraron instintivamente al vitral de roseta y se miraron uno al otro.

    —¡Es la señal! El Señor nos ha llamado, vayamos a su encuentro —exclamó Mateus.

    Cruzaron por fin el puente adoquinado, que les condujo a las

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