A PESAR DE SU RECHAZO A TODO TIPO DE VIOLENCIA, LOS SEGUIDORES DE BOGOMIL NADA PUDIERON HACER PARA EVITAR LA IRA DE LOS CONQUISTADORES OTOMANOS, POR LO QUE SU MOVIMIENTO EMPEZÓ RÁPIDAMENTE A DECRECER. Muchos acabaron sucumbiendo ante las amenazas y terminaron por convertirse al islam. El final del movimiento parecía cercano, porque los ya escasos seguidores de la nueva religión marcharon hacia la inhóspita Bosnia, para vivir en pequeñas comunidades ocultas entre las frías montañas de los Balcanes, esperando un final que se intuía inminente.
Cuando todo parecía acabado para ellos se produjo un hecho asombroso; el bogomilo Niketas decidió, en 1167, partir de la ciudad de Constantinopla para protagonizar un viaje épico, recorriendo los peligrosos caminos de media Europa para llegar a la lejana Occitania, una región enclavada en los Pirineos y que en seguida se convirtió en el lugar elegido en donde establecer una nueva iglesia. Esta pretendía asimilar las enseñanzas paganas que los primeros bogomilos aprendieron en Oriente, con las tesis más conservadoras del catolicismo occidental; una extraña simbiosis que, sin duda, tuvo muchos adeptos en Francia, España e Italia, pero cuyo centro espiritual se situó en el corazón de unas montañas mágicas, que fueron testigo de unos hechos dramáticos que aún hoy no se han olvidado.
EL PRINCIPIO DE TODO
Sin lugar a dudas, el éxito de este movimiento pronto empezó a