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El Sanador: Trilogía de Fraude o Milagro, #1
El Sanador: Trilogía de Fraude o Milagro, #1
El Sanador: Trilogía de Fraude o Milagro, #1
Libro electrónico270 páginas4 horas

El Sanador: Trilogía de Fraude o Milagro, #1

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Información de este libro electrónico

Cuando la publicista Erica Whittaker es diagnosticada con cáncer terminal, la medicina occidental falla. La única esperanza que le queda para sobrevivir es el controvertido sanador Arpan. Ella localiza al hombre cuyos métodos podrían sanarla, pero se da cuenta de que se ha retirado del ojo público y se niega a tratarla. Erica, consumida por el cáncer de páncreas en fase cuatro, está desesperada, y las personas desesperadas no son sensatas ni están dispuestas a aceptar un no por respuesta. Arpan se ha retirado por buenas razones. proyectando más que la sombra de una duda sobre sus habilidades. Así comienza un viaje que los desafiará a ambos, pues el pasado amenaza con alcanzarlos. ¿Puede sanarla realmente? ¿Puede ella confiarle su vida? ¿Y lograrán lo que se propusieron antes de que se acabe el tiempo?
 

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento20 may 2021
ISBN9781667400853
El Sanador: Trilogía de Fraude o Milagro, #1

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    El Sanador - Christoph Fischer

    Parte I

    Capítulo 1

    El destartalado Fiesta golpeó una roca pequeña en el borde de la banqueta y se detuvo de manera inesperada y abrupta. Erica no había visto el obstáculo escondido en el pasto sin cortar de la carretera. Apagó el motor y salió del auto. Parecía no haber daños significativos en su vieja carcacha. Honestamente, le importaba muy poco en ese momento y decidió dejarlo estacionado allí de todos modos. Esa era la parte más profunda del campo, algo que la mujer londinense no había visto en años y que definitivamente no extrañaba. Mala señal telefónica, kilómetros hasta el siguiente supermercado, su suministro de cigarrillos y una botella de champaña, eso era lo que esto significaba para ella. Se preguntó si el auto estaba lo suficientemente orillado y fuera del camino de los demás. ¿Quién pasa por aquí, de todos modos? Es poco probable que dos autos encuentren este remoto rincón de Gales al mismo tiempo, pensó. Buscó en su mochila el mapa del lugar que Hilda, su asistente, había dibujado para ella. Sin duda parecía que estaba en el lugar correcto: estaba el pequeño sendero al pie de la colina, también las dos puertas paralelas que daban a dos campos: uno con caballos y uno con ovejas. Todos los cruces de camino que había pasado desde que dejó el hostal, no muy lejos de aquí, que habían sido fáciles de reconocer y había una pequeña cuneta a un lado de la carretera, donde Hilda le había recomendado a Erica estacionar el auto.

    Erica miró a su alrededor: Ni un alma a la vista, ni una casa ni vehículo, se encontraba completamente sola. No había puntos de referencia significativos; todos los paisajes estaban bloqueados por grandes sicomoros, arbustos y la vegetación normalmente baja del terreno. Lloviznaba un poco y aunque ya había pasado la hora del almuerzo, había una neblina que le recordaba los amaneceres. El viento había hecho que las temperaturas de primavera bajaran más de lo que ella había previsto y tenía frío con la ropa que llevaba puesta.

    Erica afirmó una vez más que este era el camino correcto de acuerdo con el mapa de Hilda y luego se dio ánimos para subir por la colina empinada frente a ella. La parte difícil, le había explicado Hilda, era encontrar la puerta algo oculta que la llevaría hasta el hombre, pero Hilda no tenía cáncer de páncreas ni posibilidades de agua en el pulmón, ni se estaba recuperando de sus últimas sesiones de quimioterapia, así que no tenía idea de lo difícil que sería para Erica subir esa colina. No era para nada la caminata sencilla que su asistente había relatado.

    Erica se miró en el espejo retrovisor del Fiesta antes de prepararse para su encuentro con el hombre. No había perdido su cabello a causa de la quimio, pero este se había tornado gris y la hacía ver mucho mayor de lo que era. Tenía arrugas en su rostro a pesar de la hinchazón, realmente no era justo; lo peor de ambos mundos. La gente solía pensar que Erica era al menos cinco años más joven de lo que realmente era. Ahora la gente pensaba que tenía cincuenta años, aunque todavía faltaban seis años para que así fuera, si es que superaba las expectativas y lograba vivir hasta entonces. Solamente este hombre podría mejorar sus posibilidades.

    La idea de subir la colina en su pobre condición física estaba lejos de ser reconfortante. Erica había perdido mucho peso, a pesar del efecto que algunas de las tabletas esteroideas habían tenido en ella. Con su baja estatura de 1.62, se veía pequeña y se sentía delgada y débil. Se consideraba afortunada de haber podido llegar hasta donde estaba. Su auto se encontraba en terribles condiciones también, y no pasaría mucho tiempo antes de que tuviera que desecharlo; las carreteras estaban llenas de baches y grietas y Erica había temido tener que terminar su viaje mucho antes de llegar a ese punto. Viviendo en Londres, rara vez tenía la necesidad de utilizar su auto y había estado tentada varias veces a venderlo de todas formas.

    Deseaba desesperadamente que el viaje valiera la pena. Si el hombre realmente era quien Hilda creía, había una pequeña oportunidad para ella. Si acaso ella podía lograr que el hombre hablara con ella, estaba segura de que podría persuadirlo para que le ayudara, si acaso él aún poseía esos poderes. Eran demasiados si acaso.

    Erica cerró el auto y comenzó a caminar por la empinada colina cubierta de árboles. Sus tenis se resbalaban sobre el musgo húmedo. Sólo había un pequeño sendero, que parecía fácil de perder de vista, curvándose entre los árboles colina arriba. Se alegraba de tener el mapa. Hilda se merecía un premio por organizar este viaje; si Erica alguna vez volvía a su puesto de trabajo, se aseguraría de encontrar alguna manera de compensarla. Sus propios fondos estaban disminuyendo últimamente y después de pagarle al hombre se quedaría prácticamente con las manos vacías. Su asistente había estado en ese lugar hacía unos días y había explorado el lugar a la manera de un talentoso detective. Hilda había sido un ángel durante los últimos meses con una lealtad y devoción que Erica sentía no merecer en absoluto.

    Si tan sólo hubiera sabido como cambiaría su vida, habría tomado muchas decisiones de manera diferente y definitivamente habría tratado a Hilda con más respeto y humanidad. Bueno, era demasiado tarde para arrepentirse, sólo podía esperar hacer las cosas bien en el futuro, si tenía uno. Por ahora era momento de seguir adelante, avanzar y salvar lo más que pudiera.

    Un alambre triturado de gallinero se deslizaba paralelo al camino. Luego lo reemplazó una pared alta de fuertes paneles de valla de madera. Estaba tan densamente cubierta de hiedra para Erica habría sido prácticamente imposible encontrar la puerta, de no haber sido por las indicaciones en el mapa.

    Para su sorpresa, la puerta estaba abierta; Erica la abrió y pudo caminar directamente a través de ella.  Un perro ladró y aulló a lo lejos, pero se mantuvo alejado, a una distancia segura. El ruido no era muy estridente de todos modos y la conclusión de Erica era que se trataba de una mascota más que de un perro guardián; un indicio más de que se encontraba en el lugar correcto. Dudaba que este gurú espiritual llamado Arpan tuviera perros guardianes agresivos y entrenados para morder como modo de protección. Ese no sería el estilo de alguien tan ostentosamente pacífico y serio. Lo que recordaba de aquel hombre era, sin duda, extremadamente vago y distorsionado por lo que Hilda le había contado. Había aparecido en algunos titulares hacía bastante tiempo y Erica había visto su foto con frecuencia en ese entonces. Si tan solo hubiera prestado más atención a los asuntos del momento... pero sus circunstancias personales la habían mantenido preocupada y ahora no estaba segura de cómo lo había descrito la prensa. Hilda opinaba que esto era algo bueno, ya que Erica debía conocerlo y descubrirlo por sí misma de todos modos. A Arpan probablemente tampoco le gustaría dar una impresión tan desfavorable; Erica creía recordarlo como una persona que cuidaba su imagen. Se aseguraría de mantener una imagen exterior amable y cordial, por muy ermitaño que se hubiera vuelto en estos días. Su otra conclusión fue que Arpan probablemente sería demasiado arrogante y seguro de sí mismo para confiar en un perro como sistema de alarma.  Desde los inicios de la humanidad, los gurús se comportaban como si fueran invencibles.

    Se recordó a sí misma que tenía que mantener una mente abierta sobre esto y que era mejor tener una idea positiva del hombre. Después de todo, no tenía nada más que perder.

    Erica tuvo que abrirse paso por un camino entre unos arbustos muy crecidos hasta que por fin llegó a un pequeño claro. Un domo se encontraba al otro extremo del claro, hecho de madera, concreto y lo que parecían ser partes de tiendas de campaña.  Paneles solares, lechos de verduras y animales de corral habitaban el claro: cabras, gallinas y ovejas. Erica debió haberlo adivinado. Una vida moderna, supuso.

    ─ ¿Arpan? ─gritó Erica─. ¿Hola?

    Un perro alsaciano salió saltando de la cúpula, lleno de emoción y comenzó a olfatear y lamer la mano de Erica. No parecía ser un cachorro, pero a decir verdad se comportaba como tal. Ella se arrodilló y lo acarició con suavidad. El perro movió su cola con entusiasmo y se tiró al piso, invitándola a frotarle la barriga, y ella obedeció gustosa. ¡Qué perrito tan feliz! Había olvidado lo divertidos que podían ser los perros.

    ─ ¡Ashank, vuelve aquí! ─gritó una voz masculina desde el interior del domo─. ¡Ven aquí!

    ─ ¿Arpan? ─Erica repitió tímidamente─. Hola, ¿eres tú, Arpan? Necesito hablar contigo... por favor.

    Un hombre joven, de veinte años tal vez, delgado, con la cara cubierta de granos y vestido con ropa holgada de color rojo y rosa, salió por un instante de la construcción y llamó al perro. Ashank rodó de costado, se levantó de un salto y corrió hacia su amo. Antes de que Erica pudiera hablar con él, el hombre se dio la vuelta y cerró la entrada. Por lo que veía, no era su voz la que había escuchado, Erica estaba segura de eso. La persona que había llamado al perro desde el interior del domo se escuchaba como una persona madura, mucho más como la de Arpan. Exactamente como lo había imaginado.

    ─Necesito hablar contigo, Arpan. Es urgente ─gritó Erica de nuevo, sin saber cuál era la mejor manera de proceder. Deseaba que él saliera del domo, para poder leer su lenguaje corporal y descubrir la mejor manera de trabajar con él. Sus años en el negocio de la publicidad le habían enseñado a manejar ciertas situaciones y se enorgullecía de sus habilidades en esa área. El hecho de que él no saliera del lugar también era lenguaje corporal, y dictaba las normas de combate, que ella tendía que romper y transformar en una conversación más agradable.

    ─Vete. Has llegado al lugar equivocado ─gritó la voz, con un tono de cansancio y un poco de malestar.

    ─Arpan, necesito de tu ayuda. ¡Por favor, háblame! ─suplicó─. Escúchame. Unos minutos de tu tiempo es todo lo que pido. Escúchame y me marcharé.

    ─ ¿Cómo me encontraste y quién eres, de todos modos? ─preguntó el hombre, todavía sin mostrarse, pero ella pensó que había visto una parte de la cúpula moviéndose. Al menos ahora él la había visto. En su frágil estado actual, eso tenía que funcionar a su favor. Se veía enferma y tal vez esto apelaría a su lado caritativo. El hombre debía tener sentimientos y un corazón enorme para haber hecho todo lo que hizo alguna vez. Incluso si ahora era un hombre diferente, como implicaba la brusca interrupción de su práctica como sanador, tenía que haber un poco de su antigua personalidad debajo de ese exterior helado, y ella haría todo lo posible para llegar allí.  

    ─Estoy muy enferma. Tú eres mi única esperanza ahora ─dijo ella con tranquilidad, cuidando no exagerar para obtener su simpatía. 

    ─Como dije: has venido al lugar equivocado ─fue su cortante respuesta─. No puedo ayudarte.    ─Tienes un don, Arpan, sé que así es. Y sé que no puedes dejarme morir así. Tienes un buen corazón, ¿o me equivoco? Una vez dijeron que eras una ofrenda para el mundo, ese es el significado de tu nombre, Arpan, ¿no es así? Incluso si te escondes ahora, tienes la responsabilidad de compartir este don con el mundo, la capacidad de salvarme. ¡Sálvame, por favor!

    ─Tengo responsabilidades, es cierto, pero no contigo ni con nadie más ─respondió Arpan con el tono de voz de un niño malhumorado─. Tienes que irte ahora.

    ─Te lo suplico ─dijo Erica, y se puso de rodillas. La abrupta caída lastimó sus rodillas y sus demás articulaciones. El suelo lodoso le empapó el pantalón inmediatamente, pero apenas le importó.

    ─Me pareces familiar. No eres una periodista, ¿verdad? ¿Cómo dijiste que te llamas?

    ─ María Miller ─mintió Erica─. Así que realmente eres Arpan ─añadió aliviada y esperanzada. Había encontrado al hombre correcto o, mejor dicho, lo había hecho Hilda. Si fuera religiosa, agradecería al Señor.

    ─ ¡No he dicho tal cosa! ─gritó el hombre enfadado─. Me llamo Amesh. Un nombre completamente diferente, un hombre y una vida distintos. Algo más adecuado para mí ahora. Por favor, levántate y vete.

    ─No importa el nombre que uses. Estoy muriendo, Amesh, así que no me queda tiempo para persuadirte de que me ayudes. 

    ─El hombre que estás buscando ya no existe. Desearía poder ayudarte, pero simplemente no puedo. Él desapareció con su nombre. Ve a casa y haz lo único que puedes hacer: hacer las paces con tus enemigos, decirles a tus seres queridos lo mucho que significan para ti y resolver todos tus pendientes de una manera que te haga sentir orgullosa. Si es tu momento de morir, no debes desperdiciar el regalo del tiempo buscando milagros que no llegaron a ti por sí solos. No muchos tienen la oportunidad de corregir sus errores. Úsalo con sabiduría.

    ─Tal vez tengas razón ─dijo Erica, después de unos segundos de reflexión─. Si realmente es mi momento de morir, lo haré. Ya he comenzado el proceso de corregir mis errores, como dices. Había perdido toda esperanza y me había resignado a morir. Pero luego te encontré y creo seriamente que es posible que te haya encontrado por una buena razón. Muchas otras personas deben haber intentado encontrarte y no lo lograron. Si las cosas están destinadas a ser, entonces este encuentro entre nosotros ahora podría no ser una coincidencia, así que deberíamos hablar. Déjame al menos mirarte mientras tú me miras. Permanezcamos frente a frente y observémonos. Tal vez eso me ayude a enterrar la ilusión de que habrías sido el único hombre capaz de salvarme que quedaba en el planeta.

    Escuchó un susurro dentro de la cúpula, luego el joven salió por debajo de ella y la miró de arriba abajo. Era delgado, pero más musculoso de lo que había pensado, no tan alto como se veía momentos antes, con rastas rubias y una barba que ocultaban algunos de sus granos, con piercings, tatuajes y un andar arrogante. Aunque tenía un rostro joven, se comportaba como alguien que había pasado por muchas cosas y sabía cómo manejar la vida. Estaba concentrado, pero no lo suficientemente tranquilo como para llevarlo a cabo de manera completamente convincente.

    ─No tienes un micrófono o algo así, ¿verdad? ─preguntó y la revisó. No era tímido para tocarla─. Déjame mirar en tu mochila ─dijo y buscó dentro de ella cuando Erica se la ofreció sin dudarlo. Todo lo que Erica traía era un papel, un lápiz, unos bocadillos y su monedero.

    ─Está limpia ─gritó al hombre que aún se escondía dentro.

    ─ ¿Qué es lo que Amesh significa? ─preguntó Erica─. Si Arpan significa ofrenda, seguramente Amesh debe tener un significado, ¿cuál es?

    ─Hombre Cobarde ─dijo la voz del hombre mayor.

    Erica se sintió sorprendida y guardó silencio.

    Por fin, el hombre mismo salió de la carpa, con el perro alsaciano bailando a su alrededor.

    ─El nombre es una representación de lo que soy ahora. 

    Amesh no se parecía en nada a lo que Erica esperaba. Se había afeitado la barba y también su cabello largo y oscuro, como el de Jesús. Audaz y demacrado, era una sombra de su antiguo yo. Tendría sesenta años y mirándolo, su rostro parecía desencajado, sus hombros estaban encorvados y no quedaba nada de la persona carismática que Arpan había sido alguna vez. Erica podía ver por qué había elegido Amesh como su nuevo nombre, había algo tímido en él. Le sentaba mejor que Arpan, la ofrenda, como se le conocía.

    ─Verás ─dijo Amesh encogiéndose de hombros ─. ¡Despojado de todo el glamour y de todos los poderes! Sólo soy un ermitaño común en el bosque, cultivando verduras y hablando con los árboles.

    Un indicio de reconocimiento de deslizó por su rostro. 

    ─Me recuerdas a alguien ─dijo, pero Erica negó con la cabeza─. Bueno, tal vez sea la enfermedad que tienes lo que me hace pensar que te conozco ─agregó─. Pasé años conviviendo ella y la he visto en todas sus formas y facetas. ¿Estás segura de que no nos hemos visto antes?

    ─Sé que no lo hemos hecho ─dijo Erica rápidamente.

    ─ ¿Cómo me encontraste? ─preguntó, mirándola fijamente como si escaneara sus pensamientos mientras lo hacía─. Es bastante preocupante en cierto modo ─agregó─. Finalmente tendré que sucumbir a la necesidad de instalar sistemas de seguridad una vez más. ¿No pueden simplemente dejarme en paz? Han pasado años desde que alguien me prestó atención. Pensé que por fin estaría en paz.

    ─Lo lamento ─respondió Erica tímidamente─. Supongo que fue la cantidad exacta de desesperación y suerte. Si sirve de algo, puedo asegurarte que las personas que me ayudaron no revelarían tu secreto fácilmente.

    ─Eso espero. No muchos deben tener idea de dónde vivo en estos días. Créeme, los silenciaré yo mismo tan pronto como me sea posible ─dijo con fuerza, pero Erica no creyó que lo dijera en serio.

    ─Bueno, ahora que me has visto en mi nueva encarnación terrenal, espero que puedas volver a tu vida en paz, sabiendo que no te perdiste de algún milagro que estaba destinado a suceder para ti. Puedes darte cuenta de que no soy el hombre que estás buscando. Abrió los brazos en un gesto de revelación e incluso se dio la vuelta para que ella pudiera verlo bien.

    ─ ¿Qué le pasó a Arpan? ─preguntó Erica, esperando atraer su vanidad o miseria. Mientras ella siguiera hablando con él, estaba construyendo una relación. Al igual que las víctimas de secuestros que intentan sacar a la luz tanta información personal sobre ellos como sea posible para que los secuestradores tengan más dudas al momento de matarlos. Cuanto más supiera de ella, más probable sería que sintiera pena y cambiara de opinión. Si alguna vez tuvo los poderes para curar el cáncer de páncreas con las manos, entonces tendría que tener esa habilidad todavía. Por más arriesgado que fuese el intento, si lo había hecho una vez, tenía que poder hacerlo una vez más por ella.

    Él negó con la cabeza.

    ─Arpan ya no existe, el mundo lo ha transformado a él y a su don, y me ha puesto en su lugar.

    ─Eso es muy misterioso. ¿Qué quieres decir con eso en realidad?

    ─ ¿Sabes? suenas como una periodista ─dijo Amesh con una sonrisa─. Si no pudiera ver la enfermedad en tu cara, diría que estás aquí solamente buscando una exclusiva. De cualquier manera, lo que dije significa simplemente que no tengo los poderes que buscas.

    ─Sanaste a cientos de personas ─insistió Erica.

    ─Ese no era yo, era Arpan, la ofrenda. Él era algo completamente diferente. No puedo sanarte, por mucho que me gustaría hacerlo ─dijo Amesh resignado.

    ─Al menos podrías intentarlo.

    ─María, no sabes nada de mí, de Arpan o de los supuestos milagros que hizo. Te hice un favor al dejarte verme, como me pediste. Te ruego que te vayas ahora y mantengas mi ubicación en secreto. Arpan le ha dado suficiente al mundo, ahora es momento de que Amesh viva su vida para satisfacer sus propias necesidades.

    ─No puedes renunciar a un llamado como el tuyo ─dijo Erica con creciente desesperación.

    ─Amesh puede y Arpan lo hizo también. Si supieras más, probablemente lo entenderías.

    ─Tengo dinero, en abundancia, y puedo conseguir más, si eso es lo que se necesita ─balbuceó Erica en pánico. Sabía que era la estrategia equivocada, pero no pudo evitarlo.

    ─ ¿Te parece que necesito dinero? ─dijo Amesh, negando con la cabeza y señalando a su alrededor─. Esta no es la vida de alguien que ansía tener mucho dinero, eso debería ser obvio para cualquiera.

    ─En realidad, parece la propiedad de alguien a quien le vendría bien una gran cantidad de dinero, para ser honesta ─contradijo Erica─. Podrías comprar más espacio para vivir, más protección contra la lluvia y el viento, por mencionar algo, y seguridad o una recepcionista para ayudarte.

    ─No deseo nada de eso ─dijo Amesh con desdén ─, y realmente no necesito ni quiero tu dinero, muchas gracias.

    ─Arpan tomó el 50% de todo lo que poseían sus pacientes ─, dijo Erica en tono acusatorio. ─ ¿Cómo encaja eso con lo que dijiste?

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