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Ludwika
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Libro electrónico276 páginas4 horas

Ludwika

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Información de este libro electrónico

Es la Segunda Guerra Mundial y Ludwika Gierz, una joven polaca, se ve forzada a abandonar su familia e ir a la Alemania nazi a trabajar para un oficial de las SS. Allí, su vida pende siempre de un hilo, y aprende a vivir como una ciudadana de segunda clase en un mundo en el que una palabra equivocada puede llevar al desastre, y donde cada día puede ser el último. 

Basada en hechos reales, es una historia de esperanza en medio de la desesperación; de amor en medio de las pérdidas...en fin, es la historia de supervivencia de una mujer.

Comentarios editoriales:

"Este es el mejor tipo de ficción: una historia basada en la vida real. La historia de Ludwika resalta la magnitud del sufrimiento humano causado por la Segunda Guerra Mundial, dolor que atravesó muchas generaciones y naciones.

La Segunda Guerra no perdonó a nadie; todos salieron heridos, y la vida de Ludwika ilustra este hecho trágico; pero también nos recuerda cuánto puede brillar el espíritu humano cuando cae la oscuridad durante una guerra.

Este libro es como un viaje en una montaña rusa, lleno de emoción y acción, narrado con mucha habilidad por el Sr. Fischer, autor que consiguió aportar algo nuevo y fresco al relatar un tema que ha sido narrado tantas veces".

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 jun 2020
ISBN9781071539668
Ludwika

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    Ludwika - Christoph Fischer

    A través de los años, el azar se llevó muchos buenos

    amigos de mi vida. Este libro está dedicado a dos

    que pudieron volver:

    Ofer Hamburger y Anni Kunzmann.

    Toda mi gratitud y mis mejores deseos para Andy,

    Maxine, Christina, Lisa y las familias Gierz y Florko.

    Índice de contenidos

    Parte I ................................................................................................................

    Capítulo 1 ..........................................................................................................

    Capítulo 2 ..........................................................................................................

    Capítulo 3 ..........................................................................................................

    Capítulo 4 ..........................................................................................................

    Capítulo 5 ..........................................................................................................

    Capítulo 6 ..........................................................................................................

    Capítulo 7 ..........................................................................................................

    Capítulo 8 ..........................................................................................................

    Capítulo 9 ..........................................................................................................

    Capítulo 10 ........................................................................................................

    Capítulo 11 ........................................................................................................

    Capítulo 12 ........................................................................................................

    Capítulo 13 .........................................................................................................

    Parte II .................................................................................................................

    Capítulo 14 ..........................................................................................................

    Capítulo 15 ..........................................................................................................

    Capítulo 16 ..........................................................................................................

    Capítulo 17 ..........................................................................................................

    Capítulo 18 ..........................................................................................................

    Capítulo 19 ..........................................................................................................

    Parte III ...................................................................................................................

    Capítulo 20 ..........................................................................................................

    Capítulo 21 ...........................................................................................................

    Epílogo ...................................................................................................................

    Lo que hay que saber ...................................................................................

    Agradecimientos y otras obras .........................................................................

    Biografía .................................................................................................................

    Parte I

    Capítulo 1

    Octubre, 1939

    Había un silencio muy denso en Przedborów. En una tarde soleada de octubre, todos estaban cosechando en la aldea polaca. Ludwika Gierz cuidaba a los animales, junto con Irena, su hija de cinco años de edad, y con otros niños cuyos padres no los podían cuidar porque era la época de mayor trabajo.

    A los niños les gustaba Ludwika porque tenía una actitud alegre, sabía muchas canciones y las cantaba con mucho entusiasmo. Ella no necesitaba cuidar a los pequeños para tenerlos bajo control, como hacían los otros padres. Ludwika podía seguir con sus tareas e incluso, a menudo encontraba un voluntario que la ayudaba; era la niñera perfecta.

    Tenía 22 años, era alegre y siempre estaba de buen humor. Eso era contagioso y la convertía en el duende de la aldea, ya que atraía la atención de los niños sin esfuerzo. Los otros padres estaban asombrados y, con frecuencia, sacaban provecho de su talento.

    Hoy, las calles de la adormecida aldea de frontera estaban casi desiertas. Muchos habían huido durante la reciente invasión alemana y habían ido a probar suerte hacia el este. Había sido en vano: unas pocas semanas más tarde, todo el país sucumbía ante los agresores.

    Como era la época de la cosecha, los campesinos no podían abandonar fácilmente sus hogares para ir a buscar seguridad con los parientes que vivían alejados de la frontera; por eso muchos se quedaron. Pensaron que el país tendría que defender sus fronteras por poco tiempo, hasta que las fuerzas aliadas, que habían garantizado la protección de las aldeas, pudieran movilizar sus tropas y atacar al ejército alemán. Un frente múltiple de guerra y tropas extranjeras que provenían de Francia pronto harían que Hitler entrara en razón y se retirara; esa había sido la esperanza.

    La resiliencia polaca inicial tambaleó cuando las regiones de frontera comenzaron a ser invadidas. El padre de Ludwika había desaparecido junto con las tropas en retirada, y desde entonces ella no sabía nada de él. Los alemanes habían anexado gran parte del país y se comportaban tan brutalmente como habían temido los polacos. Disparaban a los civiles, incluso si sospechaban que estaban con la resistencia, y muchos fueron arrestados y nunca más se los vio. Las esperanzas de un bombardeo británico sobre las ciudades alemanas, junto con un ataque de Francia, no se dio, y cuando Rusia empezó a invadir Polonia desde el este, el destino de la nación pareció sellado.

    Ahora, todo el ejército polaco había sido derrotado y desarmado, pero Ludwika no tenía manera de saber si su padre había sido asesinado, encerrado o deportado. Circulaban rumores de que algunos soldados habían escapado y que eran parte de la resistencia. Algunos pocos de los que se habían ido en busca de mayor seguridad, al principio de la guerra, se las habían arreglado para regresar a Przedborów, pero ahora los alemanes no permitían entrar a lo que ya era parte del Reich. Los aldeanos que se habían quedado tuvieron que soportar actos de violencia por parte de los invasores; muchos fueron echados de sus hogares para hacer lugar a las fuerzas de la ocupación, y el resto tuvo que intentar seguir con el trabajo en los campos con una mano de obra muy reducida.

    No saber nada de su padre era una tortura para Ludwika, y si no hubiera sido por su hija Irena, no lo hubiera resistido.

    Ludwika se sentía joven, pero había reemplazado a su madre como líder femenina en la casa. Las mujeres Gierz eran atractivas, y tres de sus hermanas se habían casado y ya se habían ido del hogar.

    Ahora, Ludwika, Stasia, su hermana menor, y su madre Agnieska tenían que trabajar en el campo por su cuenta, y lo hacían con dedicación y sentido del deber por la familia y el país.

    Sin su padre ni algunos otros que siempre ayudaban, era imposible hacer todo; las mujeres tenían que tomar decisiones difíciles. Lo más importante había sido mantener a los animales con vida. En teoría, su padre vencería a los pesimistas y volvería, y no iba a ser muy tarde para pedir prestada maquinaria agrícola y así levantar la cosecha. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo y no tenían noticias de él ni de los otros hombres de la aldea, y sin señales de una mejora en la situación política, la presión para recoger la mayor cantidad posible de cultivos era cada vez mayor.

    Las hermanas Gierz comenzaron a cosechar el trigo. Era agotador tener que hacerlo con guadañas, pero era lo único que podían hacer. Ludwika había visto a Karol Wojick, uno de los granjeros vecinos, esconder parte de su maquinaria en un cobertizo en el bosque, antes de unirse a la defensa. Muchos de los que habían decidido huir de la invasión se habían llevado todas las cosas de valor que habían podido y habían escondido el resto, con la esperanza de recuperar todo a la vuelta. Eso había provocado la falta de materiales de trabajo y, junto con la escasez de mano de obra, hacía que el trabajo en el campo fuera mucho más duro.

    —No vamos a poder salvar la cosecha si seguimos así —dijo Stasia, mirando la guadaña con frustración, arrojándola al suelo—. Si llega a llover, perderemos todo.

    Ludwika entendía.

    —Tienes que ser más optimista —dijo—. Mira lo que ya hemos hecho. Podemos sentirnos orgullosas.

    Señaló el trigo recogido.

    —Pero también tenemos que guardarlo —agregó Stasia, casi al borde del llanto.

    —No te preocupes —dijo Ludwika, intentando ser positiva. Sin embargo, su hermana tenía razón. Tenían que hacer algo pronto. Aun así, por más que lo intentara, no podía encontrar ninguna solución aceptable. Y entonces se iluminó: la maquinaria que Wojick había escondido en el bosque.

    —Tengo una idea —dijo, y le contó a su hermana sobre el cobertizo.

    —Te estás pasando de la raya —la alertó Stasia, cuando escuchó su plan. Sin embargo, su voz reflejaba más admiración por la audacia de Ludwika que preocupación o temor.

    —Tarde o temprano los szkopy encontrarán el cobertizo y se llevarán lo que hay adentro —respondió Ludwika, desafiante.

    Al oír a su hermana llamar a los alemanes con una mala palabra, Stasia se rio. Aunque estaban solas, miró con cuidado a su alrededor para ver si alguno de los carneros castrados podía oírlas.

    —Entonces, será mejor que usemos eso —dijo Ludwika, seria a pesar del chiste.

    —Le prometimos a mamá que no íbamos a correr riesgos —dijo Stasia, pero su advertencia no sonó muy convincente.

    —Sabes que tengo que hacerlo —dijo Ludwika, y Stasia asintió—. Hay tanto trigo —siguió Ludwika—. No podemos permitir que se pierda. No tenemos otra alternativa. Recolectarlo a mano llevaría demasiado tiempo, y tú dijiste que si llueve todo se va a arruinar. No tenemos alternativa, y los Wojick no lo están usando, ¿verdad?

    Stasia tomó la guadaña y se inclinó para cortar más trigo.

    —Te espero con las fanegas —dijo ella.

    Stasia siempre tenía mucha energía y optimismo, y Ludwika se sintió agradecida porque el momento de debilidad había pasado.

    —Ten cuidado —agregó su hermana sin darse vuelta—. Todos te necesitamos.

    —Lo tendré —contestó Ludwika, pero no sabía si con ser cuidadosa sería suficiente.

    No fue difícil romper el candado del cobertizo de Wojick, y mucho menos apoderarse del viejo tractor que encontró allí. Su hermano Franz lo había pedido prestado a menudo en el pasado. Ya habían pasado dos años desde que se ahogara en el río. El recuerdo de su muerte todavía le dolía a Ludwika; lo extrañaba más que nunca. Pero gracias a que lo había observado atentamente cuando había usado el tractor, ella podría levantar las fanegas del campo y ponerlas a salvo en un galpón.

    El pelo enrulado de Ludwika le caía sobre la cara mientras guiaba el tractor desde el bosque hacia la carretera. Había perdido la bandita para el cabello en el camino, y luchaba para tener la vista despejada. Para ella, era una agradable distracción del peligro inminente en el que no podía dejar de pensar. El motor hacía un ruido terrible y le preocupaba llamar la atención. Se preguntaba si los szkopy le permitirían manejar en la ruta. ¿Le confiscarían el tractor si la veían? ¿La golpearían, como habían hecho con tantos otros, sin ningún motivo? Parecía que todo lo que hacían los polacos era automáticamente prohibido. Si la encontraban, seguro que los alemanes entenderían: tenía que levantar la cosecha. Ya estaba avanzada la estación y estaban atrasados, porque la guerra había retrasado la cosecha. ¿Qué querían hacer los invasores? ¿Dejarían que la cosecha se arruinara? ¿Acaso ellos no necesitaban provisiones?

    Mantenía la vista fija en el camino e intentaba no pensar en el peligro.

    Durante unos días, no habían visto alemanes en las cercanías de su diminuta aldea, razón por la cual Ludwika siguió adelante con su arriesgada idea.

    De buena estatura, ojos de un azul intenso, buena estructura ósea y silueta con curvas, Ludwika hacía que muchos se dieran vuelta para mirarla. Su belleza, alguna vez un bien preciado, había atraído la atención de los brutales soldados. Deseaba tener la bandita del pelo para que se le vieran los rasgos, distraerlos, y así evitar que se fijaran en el tractor.

    Los caminos que llevaban a la aldea estaban desiertos; solo había algunas mujeres cosechando papas. Las granjas de piedra de Przedborów, con sus techos de teja, salpicaban el bosque y estaban rodeadas de cobertizos, establos y huertas. Era difícil saber qué sucedía en cada granja.  Lo que antes había sido una atmósfera silenciosa y pacífica, antes de la invasión, ahora daba miedo. Las mujeres que trabajaban en el campo se aliviaron visiblemente cuando se dieron cuenta de que el ruido del motor que oían venía del tractor de Ludwika y no de un tanque alemán. Pronto se encontraría con Stasia en el campo. Ludwika no se había quedado tranquila al dejar a su hermana sola, pero hoy era inevitable. Para sus 17 años, Stasia aparentaba más y era muy linda. También era demasiado confiada, chillona y atropellada. Ludwika tenía miedo de que esas características la convirtieran en el blanco ideal de los soldados; ese era su temor y el de la familia.

    Aun así, Ludwika no sabía qué haría sin su hermana menor. Se apoyaban mutuamente en estos tiempos difíciles y se daban ánimo. Se rehusaban a creer en el rumor de que todos los polacos serían echados de sus propiedades, deportados, y que sus tierras y propiedades serían entregadas a los alemanes. Con tantas casas y campos vacíos alrededor, ¿cómo harían los alemanes para para conseguir mano de obra para trabajar la tierra? Seguro que los polacos que se habían quedado y que no habían sido deportados podrían quedarse con sus posesiones. Ludwika no podía imaginar que esa limpieza se llevara a cabo, como muchos temían. A pesar de la violencia que habían demostrado los ocupantes hasta ahora, las cosas tenían que calmarse y pronto iba a prevalecer el sentido común. Todas las cosas malas pasarían pronto y todo volvería a la normalidad, se decía a sí misma. Cada vez que su madre creía en esos rumores y se ponía nerviosa, las hermanas se apoyaban entre ellas para mantener la calma.

    Hoy, si la aldea estaba desierta se debía a uno de esos rumores. Más al norte, se decía que los alemanes estaban limpiando aldeas enteras y que forzaban a los habitantes a marchar hacia el este. Algunos informes más frenéticos incluso decían que llevaban personas al bosque y que los mataban a quemarropa. Otros contaban que separaban a los niños de sus padres y los entregaban a parejas alemanas que no tenían hijos. ¿Cómo podía ser cierta semejante crueldad?

    Al ver a otros campesinos polacos, Ludwika se convencía de que ella no era la única que pensaba que esas historias eran exageraciones para sembrar el pánico.

    Ya casi llegaba a su campo, y podía ver a Stasia que la saludaba con la mano, cuando oyó el sonido de una motocicleta por detrás. Sobre ella montaba un soldado alemán que le hizo señas de que se apartara del camino. Ella le cedió el paso, esperando que él se bajara para hablarle, pero él le hizo señas para que saliera por completo del camino. Faltaban unos pocos metros para el próximo cruce, y en seguida llegaría a su campo. Cuando intentó seguir manejando, el hombre le bloqueó el camino y extrajo un arma. Ludwika se agachó y perdió el control del vehículo, que se desvió hacia la zanja, al costado del camino. El soldado guardó el arma, subió al tractor y la arrancó con fuerza del asiento. Ella hacía señas hacia su campo, con la esperanza de que él entendiera. Ludwika no hablaba alemán. Se señaló a sí misma y dijo Ludwika, y señaló al campo y dijo Ludwika. Al fin, él se subió al tractor, lo sacó de la zanja y lo manejó hasta el campo, como ella había intentado. Ludwika corrió tras él y llegó junto al vehículo justo cuando el hombre se estaba bajando. Él se señaló a sí mismo y dijo Manfred, hizo una reverencia, seguida por el saludo de Hitler y volvió a su motocicleta. Pero no lo suficientemente rápido. Él se acababa de subir a la moto y había empezado a manejar cuando apareció un convoy de vehículos del ejército que entró en la aldea.

    Esa aparición súbita era para preocuparse. Por otro lado, se decía Ludwika, el soldado Manfred había sido muy amable, y no lo hubiera sido si los alemanes pensaban hacer algo terrible. Hasta le pareció buenmozo: de su edad, ancho pero alto y muy fuerte. Tenía cabello oscuro, al igual que la piel. Le pareció que podría ser austríaco o de Bavaria, como el primo de Lena, su amiga de la escuela.

    Sonrió, pensando en el alemán tan apuesto, se volvió a subir al tractor y manejó hasta el final del campo.

    Stasia la miró con una mirada sugestiva. Era típico de ella que intentara suavizar una situación tensa. Las hermanas rieron y comenzaron a llenar el acoplado del tractor con las fanegas. Algunas estaban pasadas: tendrían que haber sido cosechadas semanas antes. Cuando ya no pudieron subir más trigo, condujeron hasta la casa. Se veían soldados alemanes en varias casas. ¿Sería un control de rutina o se trataría de la limpieza de la que hablaban los rumores?

    Ludwika se puso nerviosa, pero siguió manejando. Tenía que hacerlo. Estaba contenta porque había convencido a Stasia de que se escondiera entre el trigo. Su hermana no vio lo que ella presenció: vio cuando los Melnik, una pareja de ancianos, fueron empujados fuera de su casa por un soldado alemán que daba órdenes a los gritos, gritos que se mezclaban con los gritos de miedo de la señora Melnik, mientras la arrastraban hacia un camión. Ludwika siguió la marcha, contenta de que nadie parecía prestarle atención. Estaba preocupada por lo que encontrarían al llegar a su casa.

    Llegaron a la granja de los Gierz a salvo: no era grande, pero, a diferencia de tantas otras, la casa principal estaba construida en piedra, lo que era una enorme ventaja en el invierno, y tenía un granero de buen tamaño, con establos. Su padre siempre se había sentido orgulloso de su propiedad, y la mantenía en buen estado. Ludwika se dirigió de inmediato al granero, que no se veía desde la calle porque estaba detrás de la casa. No quería que vieran el tractor. Corrieron a unirse con su madre, Agnieska, y con Irena, la hija de Ludwika, y se aliviaron cuando las encontraron a las dos entretenidas en el establo. Ninguna de las hermanas mencionó lo que estaba pasando en la aldea. Su madre ya había quedado bastante preocupada cuando Stasia le contó de la mala calidad de la cosecha. Irena estaba feliz de ver a su madre, y luego de jugar con ella, la niña les pidió que cantaran su canción favorita: la del ganso, el zorro y el cazador.

    Su canto se vio interrumpido por el sonido de disparos y máquinas de guerra provenientes de la aldea.

    —Ay, Dios mío... —Agnieska empezó a entrar en pánico, pero Ludwika le lanzó una mirada de alerta, señalando con la cabeza a Irena.

    —Qué extraño —dijo Ludwika a su hija, que se veía más curiosa que asustada, a juzgar por su expresión—. Deben estar lanzando fuegos artificiales otra vez.

    —Los alemanes siempre andan con fuegos artificiales —dijo Stasia, y se obligó a sonreír.

    —Qué tontos —dijo Irena, y también se rio.

    Ludwika le devolvió la sonrisa y dijo: —Sí, realmente; qué tontos.

    Agnieska sacudió la cabeza, desaprobando el comentario; hacía rato que había dejado de intentar persuadir a Ludwika de que le dijera la verdad a la  niña. Agnieska siempre había sostenido que proteger tanto a la niña solo le haría daño. En su opinión, Irena tenía que saber cómo eran realmente los alemanes, porque de lo contrario, podría ponerse en peligro. Ludwika no estaba de acuerdo.

    Hubo más fuegos aritificiales y los ojos de Agnieska se abrieron enormes, presa del terror. Se aferró a su hija más joven. Su pánico empezó a contagiar a Stasia, cuyo labio inferior empezó a temblar, presa del miedo. Ludwika actuó rápido.

    —Ahora vamos a jugar un juego —dijo, haciendo un guiño a Irena—. Vamos a escabullirnos a la casa grande sin que los alemanes nos vean. Te voy a mostrar cómo: voy a arrastrarme en cuatro patas por detrás del chiquero, voy a ver si alguien nos ve y entonces voy a correr rápido hasta la puerta trasera. Luego, tú vas a hacer lo mismo, después Stasia y por último, la abuela. ¿Qué te parece?

    Irena sonrió y asintió.

    Cuando Ludwika llegó al borde del chiquero, vio que los alemanes todavía no habían venido a la casa. Todas entraron en la casa principal a salvo, y comenzaron a preparar la cena. Asustadas y con mucha tensión, se abocaron a hacer sus tareas, esperando que los soldados golpearan a la puerta en cualquier momento. Cuando lo hicieron, Agnieska insistió en abrir la puerta y les dijo que se escondieran. Un oficial alemán mayor y de aspecto sombrío, dos asistentes jóvenes sin uniforme y un traductor polaco entraron por la fuerza en la casa y registraron las instalaciones. Las risitas de Irena delataron el escondite de las mujeres, y los alemanes les ordenaron que salieran y las obligaron a bajar, donde el oficial se puso a leer los documentos de la familia. En comparación con lo que Ludwika había visto en lo de los Melnik, ellas recibieron un trato mucho más respetuoso.

    El hombre escribió los detalles muy despacio, consultando con el traductor. Irena sonreía todo el tiempo y escondía su cara en el delantal de cocina de su madre, como si todavía estuvieran jugando.

    Cuando el oficial vio el nombre de Ludwika, sonrió. Dijo algo en alemán y le mostró el documento al traductor, quien asintió. Ludwika estaba segura de que había oído el nombre de Manfred.

    —Es un placer informarles que ustedes han sido seleccionadas para el proceso de germanización y se les permite quedarse aquí —dijo el traductor—. Esperamos que comprendan este gran honor que se les concede. Pronto sabrán de la nueva administración.

    —¿Germanización? —preguntó Stasia. Agnieska miró a su hija, preocupada por si la pregunta era tomada como una provocación. Por fortuna, al hombre pareció no importarle.

    —Ahora son parte del Reich —explicó y sonrió afectuosamente—. Todos los ciudadanos polacos van a abandonar la aldea y se mudarán al sudeste del país, ahora llamado el Gobierno General.

    Los asistentes volvieron de su inspección por la granja y dieron la aprobación al oficial.

    —¡Heil Hitler! —dijo el oficial, y extendió su brazo para saludar.

    Miró expectante a las mujeres que estaban frente a él.

    El traductor dijo

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