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El verdugo de Rothenburg: asesinato en Rothenburg
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El verdugo de Rothenburg: asesinato en Rothenburg
Libro electrónico353 páginas4 horas

El verdugo de Rothenburg: asesinato en Rothenburg

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Información de este libro electrónico

Primavera de 1526

Eckhard Steiner, el anterior y popular corregidor de Rothenburg, ha muerto.

La mujer de su sucesor acusa a la criada Marie de haberlo asesinado mediante las artes de la brujería.

Cuando Marie ya está de rodillas en el cadalso, Matthias Wolf, el verdugo de Rothenburg, pide la mano de la joven y bella mujer. A pesar del gran miedo que siente por el hombre más temido de la ciudad, Marie acepta la oferta.

Juntos, Marie y Matthias intentan descubrir el trasfondo del asesinato y se ven atrapados en un torbellino de intrigas, malicia y asesinato.

«Asesinato en Rothenburg»: una historia sobre la crueldad de una época pasada, pero también sobre la humanidad y la esperanza.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento15 jul 2019
ISBN9781547594351
El verdugo de Rothenburg: asesinato en Rothenburg

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    El verdugo de Rothenburg - Martina Noble

    El verdugo de Rothenburg: Asesinato en Rothenburg

    Por Martina Noble / Werner Diefenthal

    Primavera de 1526

    Eckhard Steiner, el anterior y popular corregidor de Rothenburg, ha muerto.

    La mujer de su sucesor acusa a la criada Marie de haberlo asesinado mediante las artes de la brujería.

    Cuando Marie ya está de rodillas en el cadalso, Matthias Wolf, el verdugo de Rothenburg, pide la mano de la joven y bella mujer. A pesar del gran miedo que siente por el hombre más temido de la ciudad, Marie acepta la oferta.

    Juntos, Marie y Matthias intentan descubrir el trasfondo del asesinato y se ven atrapados en un torbellino de intrigas, malicia y asesinato.

    «Asesinato en Rothenburg»: una historia sobre la crueldad de una época pasada, pero también sobre la humanidad y la esperanza.

    Sobre los autores:

    Martina Noble:

    Nacida en 1979 en Maguncia, Alemania, le gusta explicar y escribir historias desde que era una niña. Desde 2014 escribe junto con Werner Diefenthal y ha publicado varios libros con él.

    ––––––––

    Werner Diefenthal:

    Nacido en 1963 en Renania, Alemania, escribe desde hace varios años y publicó su primera novela en 2010. Desde 2014 colabora con su co-autora Martina Noble, con la que ha publicado varias novelas.

    El verdugo de Rothenburg: Asesinato en Rothenburg

    Por Martina Noble / Werner Diefenthal

    Traducción: Montserrat Varela Navarro

    c/o 

    Club de autores Payrus,

    R.O.M. Logicware GmbH

    Pettenkoferstr. 16-18

    10247 Berlin.

    Teléfono: +49 175 2672918

    wdiefenthal@wdiefenthal.de

    www.wdiefenthal.de / www.martina-noble.com

    Modelos del título:

    Valerie Matthey

    https://www.facebook.com/The-art-of-Valley-409182422597077/

    Marco Röhlich

    https://www.facebook.com/Bradley-Blackwater-742119889205680/?fref=ts

    Diseño gráfico y diseño de portada:

    Sandra Limberg

    http://www.sollena-photography.de

    1.ª edición 2019

    ©  Werner Diefenthal / Martina Noble. Todos los derechos reservados.

    Cualquier reproducción, incluso parcial, requiere el consentimiento previo de los autores.

    Primera parte:

    Asesinato en Rothenburg

    ––––––––

    Todas las personas y todos los acontecimientos de esta historia son ficticios. Cualquier similitud con personas vivas o fallecidas es puramente accidental y no intencionada.

    El corregidor de Rothenburg y su mujer también son ficticios. El verdugo es un producto de nuestra fantasía. A pesar de nuestras intensas investigaciones, no pudimos encontrar ninguna prueba fehaciente de la existencia de un verdugo en Rothenburg.

    Un hecho histórico fue la expulsión de los judíos, que vivían en el barrio judío, alrededor de 1520, pero lo que pasó después es ficción.

    Relatamos los acontecimientos locales según nuestro leal saber y entender, pero los adaptamos parcialmente para el transcurso de la historia que escribimos aquí. Por ejemplo, no existió ninguna institución como la del corregidor, y también el restaurante ›Cisne dorado‹ es ficticio. Al nombrar las calles, las plazas y las puertas de la ciudad, tomamos como referencia mapas antiguos. En caso de que no se correspondan en todos sus aspectos con la realidad, pedimos disculpas.

    En la medida de lo posible, los procesos y los acontecimientos históricos se usaron conforme a la verdad. En algunos casos, sin embargo, se cambiaron de manera que puedan encajar en el contexto de la novela.

    Los métodos de interrogación y los castigos por parte del verdugo y más adelante por la Inquisición que se relatan en esta novela se corresponden lo más fielmente posible con la jurisprudencia y las nociones que prevalecían en la justicia de la época. También las herramientas de tortura que aparecen en la novela eran habituales en esa época, aunque algunos historiadores dudan de que se usaran. Los castigos impuestos en la novela no reflejan de ningún modo la opinión o el parecer de los autores.

    Por ello, sean advertidas las mentes sensibles: correrá la sangre.

    En nuestras investigaciones sobre la vida de esa época nos han soprendido algunas cosas. Sobre todo la vida no precisamente mojigata de entonces. Tuvimos que tener en cuenta también este aspecto e integramos esta parte de la vida en la trama.

    También adaptamos el idioma a los tiempos modernos para que sea más fácil de entender. Nos dimos cuenta de que nadie nos entendía cuando intentábamos hablar como la gente de esa época. Por eso decidimos utilizar un lenguaje comprensible para el público en general de hoy en día. Les pedimos su comprensión también para este aspecto.

    Nota sobre la nueva edición:

    La presente versión fue revisada cuidadosamente. Adaptamos tanto el contenido del lenguaje como el contenido de las escenas sexuales para que no fueran tan explícitas. También mitigamos la drástica representación de las escenas de la versión original en las que Matthias lleva a cabo los castigos del verdugo.

    La mayoría de los cambios, sin embargo, tiene que ver con el fomateo o con el aspecto del libro, ya que no estábamos contentos con el aspecto de la primera edición. Esperamos que esta vez la lectura sea un placer desde el punto de vista óptico.

    Índice de personas

    Bernhard Steiner:

    Corregidor de Rothenburg

    Elsa Steiner:

    La mujer del corregidor

    Eckhart Steiner

    Padre del corregidor, el anterior corregidor

    Matthias Wolf

    Verdugo de Rothenburg

    Marie

    Criada del corregidor

    Popolius Harthrath

    Escribano

    Magdalena Holzapfel

    Dueña del ›Cisne Dorado‹

    Greta Dinkelsbraun

    Amiga de Marie

    Helga Bonnekamm

    Amiga de Marie

    Klaus Bonnekamm

    Maestro panadero, padre de Helga

    Agatha Bonnekamm

    Mujer de Klaus Bonnekamm, madre de Helga

    ––––––––

    Meginhard von Scharfenstein

    Cabeza de familia de una familia adinerada, padre de Jakob

    Margarethe von Scharfenstein

    Mujer de Meginhard, madre de Jakob

    Jakob von Scharfenstein

    Hijo de Meginhard y Margarethe von Scharfenstein

    Karl Schwattner

    Amigo de Helga Bonnekamm, mozo del corregidor

    Nikolaus von Brümme

    Médico y cirujano, sanador

    Pater Remigius

    Párroco de Rothenburg

    Heinrich Meisner

    Capitán de la guardia municipal

    Irmtraud Wallner

    Prostituta en el ›Cisne dorado‹

    Prólogo

    Había sido un frío invierno en 1525. Ya en octubre había habido la primera helada, a la que le siguieron en noviembre abundantes nevadas. Gracias a las buenas cosechas de los últimos años y de un almacenamiento de provisiones inteligente, nadie en Rothenburg tuvo que pasar hambre. También las existencias de madera fueron suficientes para mantener las casas calientes. En algunos casos aislados hubo alguna muerte que no se debió a ninguna causa natural. Algunos hombres, por ejemplo, murieron de frío una noche después de salir de juerga, porque no encontraron el camino hacia casa y se durmieron en la calle. Uno de ellos fue el verdugo de Rothenburg, Malachias Steigner. Lo encontraron todavía vivo, pero sufrió unas fiebres tan altas que murió al cabo de unos días.

    Su asistente, Matthias Wolf, fue nombrado nuevo verdugo por el corregidor Bernhard Steiner. Hasta entonces, Matthias no había llevado a cabo ninguna ejecución por su cuenta, pero gracias a la formación con Malachias, el corregidor era del parecer que Matthias ya estaba preparado. Sin embargo, este se reservó la posibilidad de sustituir a Matthias en caso de que lo decepcionara y de que no llevase a cabo como era debido los castigos que el verdugo estaba destinado a realizar.

    Durante ese frío invierno no hubo muchos castigos. Pero Matthias llevó a cabo todas las sentencias a la satisfacción de su señor, aunque no ejecutó a nadie. El corregidor opinaba que no nombraría a Matthias verdugo de por vida hasta que no hubiera ejecutado a la perfección a un condenado.

    Los muertos de ese invierno no se pudieron enterrar porque el suelo estaba demasiado duro, así que fueron colocados en ataúdes y almacenados en un granero a las afueras de la ciudad. Estaban congelados como si fueran piedras. Cuando en el año 1526, en marzo, subieron las temperaturas y la nieve se derritió, se celebraron enterramientos en varios días consecutivos.

    El día del entierro de su maestro, Matthias se quedó solo con el párroco en el lugar de la sepultura. Ese día se dio cuenta de que no formaría nunca parte de los ciudadanos de la ciudad.

    Vivía en una casa directamente fuera de los muros de la ciudad, detrás de la Puerta de la Horca. Matthias era un chico joven y fuerte, de tan solo veinticinco primaveras, grande como un árbol y fuerte como un toro,

    Nadie en la ciudad sabía a ciencia cierta de dónde era. El maestro Malachias simplemente lo había acogido y le había dado formación. Era hábil en todo lo que hacía, y tenía la humildad suficiente de no faltar al respeto a los condenados. En algunos días y en casi todas las noches, sin embargo, se sentía solo, ya que la mayoría de la gente lo evitaba. La gente lo respetaba, e incluso tenía miedo de él, pero nadie lo quería.

    Su maestro le dijo siempre que tendría una vida solitaria: las hijas burguesas nunca podrían casarse con él, y a su cama solo llegarían mujeres fáciles u otras que no podían albergar ninguna esperanza más de encontrar un marido de una familia bien situada.

    Cuando hacía sus rondas, la gente lo saludaba con educación y respeto, pero en otros casos lo evitaban. La superstición era muy fuerte entre la gente, y se consideraba que cualquier contacto más estrecho de lo necesario con el verdugo acarreaba infortunios. Este hecho hacía que Matthias se sintiera muy mal algunas noches, pero ya se había resignado a esta situación.

    Después de la nieve llegó la lluvia. El mundo estaba sumido en un gris monótono, y todo se transformó en lodo y fango. Parecía que el sol no quería salir nunca más, y algún que otro habitante de Rothenburg entrado en años lo interpretó como un mal agüero. La celebración del mercado de primavera no estaba asegurada, y algunos campesinos ya estaban preocupados por si podrían sembrar sus cultivos a tiempo. Pero poco a poco el tiempo fue mejorando. La ciudad despertó de la hibernación y todo el mundo siguió con sus quehaceres. En el »Cisne Dorado«, el restaurante donde las prostitutas ofrecían sus servicios, estaban haciendo la limpieza a fondo de principios de año. Olía a pan fresco, a carne frita, a vida. El olor a muerte se iba desvaneciendo cada día un poco más a medida que el sol salía un poco antes y se ponía un poco más tarde. Los acontecimientos que ocurrieron hacía unos años, cuando se expulsaron a los judíos de Rothenburg, cayeron lentamente en el olvido, y solo unos cuantos edificios vacíos eran testigos de esos acontecimientos.

    Entonces llegó abril de 1526. Un mes que cambiaría la vida del verdugo de Rothenburg y de todos sus habitantes.

    Abril 1526

    Primer capítulo

    Un radiante sol de primavera brilló desde el cielo y sumergió las torres de Rothenburg en el primer calor real desde hacía semanas. Aunque ya hacía tiempo que la nieve se había derretido, solo habían tenido un tiempo gris y lluvioso en vez de primavera, y los estrechos caminos que rodeaban la ciudad se habían transformado en senderos de barro en los que los carros apenas podían pasar. Ese día, sin embargo, daba la impresión de que la madre naturaleza por fin se había acordado de que el mes de mayo estaba a la vuelta de la esquina. Puso mucho empeño en ello: no se veía ninguna nubecita en el cielo, un viento suave secaba los charcos en el suelo y susurraba entre las primeras hojas verdes de los árboles, mientras que los pájaros celebraban la llegada de la primavera con sus cantos a viva voz.

    El río Tauber brillaba a la luz del sol. Fluía lentamente por Rothenburg alrededor de la ciudad, situada un poco por encima de él, formando estrechos meandros. Algunos habían intentado ya pescar peces, pero hasta entonces ninguno había mordido el anzuelo.

    En un día así, no había nada que pudiera retener a Marie dentro de los muros de la ciudad. Desde que trabajaba como criada en el hogar del corregidor municipal, apenas ponía el pie en la naturaleza que tanto amaba. Así que aprovechó el buen tiempo para lavar la colada en la pasarela que estaba a orillas del Tauber, en vez de hacerlo en el lavandero de la bailía. Salió de la ciudad por la puerta del patíbulo para no tener que pasar por el anterior barrio judío. Le parecía inquietante que los ojos vacíos de las ventanas la mirasen fijamente, y prefería dar un rodeo por la ciudad. Sus mejores amigas, Helga y Greta, la acompañaban. Las voces claras de las chicas, cuando bromeaban y se reían, se mezclaban con el canto de los pájaros mientras descendían hacia el río.

    Las tres mujeres eran cada una de ellas una belleza, muy jóvenes y de buena figura, cada una con el pelo largo, y sus melenas ondeaban con el viento como si fueran una bandera de colores.

    Helga, la hija del panadero, era pelirroja, mientras que Greta, cuyo padre era el propietario de la taberna municipal, tenía el pelo negro como el azabache. Pero la mayoría de los hombres jóvenes que pasaban por allí solo tenían ojos para Marie. Con sus casi dieciocho años era de una belleza deslumbrante. Sus ojos azules radiantes relucían al sol. Su piel brillaba como una manzana fresca y su pelo rubio como el oro y ligeramente rizado enmarcaba su hermosa cara.

    No pocos hombres de Rothenburg, casados o solteros, perdían la cabeza por ella, porque Marie no solo era guapa, sino también inteligente, un poco coqueta y no tenía pelos en la lengua. Aunque no le faltaban pretendientes, no tenía intención de casarse. Ninguno le parecía lo suficientemente bueno para ella. Y en Rothenburg se cuchicheaba a puerta cerrada que al corregidor ya le iba bien que no se casase, pero a su mujer no tanto.

    —¿Lo habéis oído? —les dijo entusiasmada a sus amigas. El corregidor quiere volver a celebrar un mercado de primavera en la ciudad para atraer a comerciantes y para poder llenar un poco las arcas de la ciudad después del largo invierno. ¡Será muy divertido! ¡Hace tanto tiempo que no bailo!

    —¡Tú solo esperas que Jakob von Scharfenstein te vuelva a sacar a bailar! —se burló Greta, riendo. No sé qué es lo que esperas de él. ¡Como si un patricio fuera a casarse con una simple criada!

    —No tiene que casarse enseguida conmigo —replicó Marie, ofendida—. Besa de maravilla y con eso tengo suficiente.

    Greta quiso replicar, pero Helga se paró de repente y las hizo parar con la mano con la que no llevaba la cesta de la colada. Sus ojos estaban abiertos como platos, y susurró. 

    —El maestro Matthias está fuera...

    Los ojos de las otras dos siguieron la mirada asustada de Helga, aunque sus palabras susurradas ya delataban de qué tenía miedo: el verdugo de la ciudad, Matthias Wolf, tenía su casa fuera de los muros de la ciudad, directamente al lado del camino que se alejaba de la Puerta del Patíbulo. Normalmente no se dejaba ver fuera de su casa cuando no había ninguna ejecución o un castigo público. Y si lo hacía, la gente evitaba mirarlo a los ojos: se decía que traía desgracia tener contacto visual con el verdugo, o incluso hablar con él. La gente incluso cambiaba el lado de la calle cuando se encontraba con él, porque era un proscrito como las mujeres que ofrecían sus servicios amorosos en la ciudad.

    Hoy estaba sentado en el banco delante de su casa y disfrutaba del sol. También Marie sintió un escalofrío que recorrió su espalda, aunque solo lo viera desde lejos. Después de todo, no asociaba precisamente situaciones agradables con ese hombre. Sin embargo, no pudo dejar de burlarse de sus amigas.

    —¿Y qué? ¿Qué va a hacer? ¿Quizás crees que solo con chasquear los dedos ya se te va a caer la cabeza?

    Las tres chicas se rieron nerviosas.

    —No ... Pero ... ¡Esperemos un poco hasta que vuelva a entrar! —pidió Helga con una mueca de incomodidad.

    —¡Qué tontería!

    Marie sacó pecho.

    —¡Quién sabe cuánto tiempo vamos a tener que esperar! Si no vuelvo a tiempo para el almuerzo, ¡la corregidora me va a castigar otra vez! Vamos a pasar, ¡no nos va a comer!

    Siguió su camino sin más. Las otras dos chicas siguieron a la rubia vacilantes y le echaron al verdugo miradas nerviosas una y otra vez.

    Matthias Wolf no era un hombre repulsivo. Al contrario, era alto, ancho de hombros y tenía una cara atractiva, enmarcada por un pelo oscuro medio largo, y con un mentón cubierto por una barba corta y siempre cuidada. Si no fuera precisamente el verdugo, las mujeres de la ciudad se hubieran partido el pecho para casarse con él, pero aunque ya tenía veinticinco años, todavía estaba soltero.

    Cuando las tres chicas, que habían cambiado su alegre conversación por un silencio obstinado, pasaron por delante de su casa, él levantó la vista y las miró a las tres. De repente, las tres se detuvieron y se quedaron de piedra, como si realmente tuvieran miedo de que sus cabezas pudieran caerse milagrosamente de sus hombros. Marie se dio cuenta de que había contenido la respiración, y pensó que era una locura, una estúpida superstición. En público, la gente evitaba al verdugo como si fuera el diablo, pero al amparo de la oscuridad, más de un habitante de Rothenburg entraba a hurtadillas en su casa para comprarle alguna que otra tintura miraculosa que se suponía que ayudaba a curar todos los males. ¿Por qué tendría que dar menos mala suerte este hecho que un encuentro público en la calle? 

    Matthias ya había oído a las tres muchachas antes de que las hubiera visto. Las conocía a las tres y sospechaba por qué iban más despacio. Suspiró. Cuando fue nombrado verdugo después de la muerte del viejo maestro, ya sabía lo que le esperaba. Con quince años entró al servicio del maestro Malachias, primero como mozo, más tarde como ayudante. Al principio solo había limpiado las celdas de los presos, les había llevado la comida y les había vaciado los retretes. Pero el viejo maestro se dio cuenta enseguida de que valía para mucho más. Dotado de una fuerza física tremenda, pronto ayudó a efectuar los castigos. En un principio solo ayudó en castigos pequeños, como colocar la piedra de la vergüenza o cerrar la picota con llave. Pronto pasó a los castigos corporales. Azotaba a los adúlteros, destrozaba las manos de los usureros o las rodillas de los deudores que se habían escapado. Poco a poco iba aprendiendo a llevar a cabo los castigos que dictaba el alto tribunal. 

    Cuando tuvo que cortar la primera mano, se sintió mal. Pero con el tiempo se le pasó. El maestro le había enseñado a fabricar todo tipo de bebidas y tinturas. Algunas de ellas hacían sucumbir al reo en una especie de estado de semiinconsciencia para que se dejase castigar de manera voluntaria como los corderos cuando van matadero.

    El invierno anterior había muerto el maestro de Matthias. Malachias solo había querido descansar un rato cuando volvía borracho de una taberna, y cogió un resfriado del que ya no se recuperó más. En Nochebuena siguió los pasos de sus antepasados, y después de las Navidades, el corregidor hizo llamar a Mathias para decirle que a partir de entonces asumiría las obligaciones de su maestro.

    Cuando Matthías entendió qué significaba eso, se quedó sin aire. Viviría en la casa de su maestro, ya que dentro de la ciudad no había sitio para él. Todo el mundo pediría la ayuda del lacayo del corregidor cuando habría que hacer justicia, pero nadie lo querría tener cerca de él. Pero Matthias asumió sus obligaciones.

    Hasta entonces no había tenido que hacer mucho, solo alguna pequeña escaramuza que tuvo que castigar con unos cuantos golpes de palo y un campesino que no podía pagar sus deudas: este pobre desgraciado tuvo que pasar dos días atado a la picota en la plaza delante de la bailía.

    Matthias escuchó la voz de las muchachas. Parecía que se estaban atreviendo a acercarse. Observó a las tres bellezas. Cómo le hubiera gustado tener a una de ellas como novia. Se sentía sobre todo atraído por la chica rubia, Marie. Era la criada del corregidor y solo por eso ella era un completo tabú para él. Rechinó los dientes y quiso levantarse, pero entonces no pudo creer lo que oyó. Marie, armada de valor, dijo con voz clara:

    —Buenos días, ¡maestro Matthias!

    Marie se dio cuenta del asombro en la cara del maestro, y sus amigas, que se llevaron un susto de muerte, la agarraron por la derecha y por la izquierda y la arrastraron tan rápidamente como pudieron, pasaron de largo por la casa del verdugo, y giraron a la izquierda para seguir por el camino alrededor de la muralla que iba al río. Matthias las siguió con la mirada y sintió que su pantalón de cuero le apretaba entre las piernas. ¿Debería seguirlas, quizás? Entonces sintió fuertes gritos que provenían de la ciudad.

    —¡Reténganlo!, ¡parad a ese canalla!

    Se giró y vio cómo una horda de personas salía de la ciudad corriendo y perseguía a un hombre que iba literalmente lanzado. La multitud parecía estar furiosa.

    —¡Asesino!, ¡detenedlo! ¡Ha violado a mi hija!

    Matthias calculó la distancia entre él y el fugitivo, unos cincuenta pasos. Se acuclilló rápidamente y esperó. Cuando el fugitivo pasó delante de él, Matthias saltó y tiró al hombre al suelo con todo su peso.

    Resbalaron por la hierba mojada.

    El hombre se defendió, pero Matthias era más fuerte, y sobre todo tenía más experiencia. Con la pierna izquierda apretó el brazo derecho del hombre hacia el suelo, y su mano derecha agarró la muñeca del fugitivo. Luego apretó la cabeza del hombre con la mano izquierda en la hierba mojada, mientras que su rodilla derecha apretaba las partes pudientes del hombre, que maldecía. 

    —Estate quieto o lo que te hace hombre se va a convertir en papilla, —dijo entre dientes.

    La gente se acercó y un hombre se separó de la multitud

    —Maestro Matthias, gracias.

    —¿De qué le acusáis?

    Matthias observó a la gente. Por las caras vio que debía de haber ocurrido algo terrible.

    El hombre, que era el dueño del restaurante «El Buey Rojo», escarbaba con el pie en la suciedad.

    —Lo hemos pillado después de haber violado y matado a la hija pequeña de la costurera.

    Matthias miró al hombre fugitivo, que todavía estaba tumbado en el suelo.

    —¿Es verdad eso, muchacho?, ¿es verdad lo que me dicen?

    Su voz era tan afilada como un latigazo. Pero el hombre no dijo ni una palabra. Matthias, sin embargo, pudo reconocer por su cara que le estaban diciendo la verdad. De repente se dio cuenta de que la primera ejecución sin la ayuda y la supervisión de su maestro solo sería cuestión de pocas horas.

    —¡Colgadlo!, ¡lapidadlo!, ¡cortadle los huevos!

    Matthias se puso en pie y tiró con fuerza del pelo del hombre para que se levantara.

    —¡Esto lo decide el corregidor! —gritó.

    Por el rabillo del ojo vio que las tres muchachas se habían detenido. Sus caras estaban pálidas. Marie estaba casi al lado de su casa.

    —Tú —la señaló—, allí en la valla, la cuerda.

    Tráemela.

    Marie primero se quedó quieta como una piedra, pero luego dejó caer su cesta de la colada e hizo lo que le había ordenado el maestro Matthias.

    Este cogió la cuerda, le sonrió agradecido y empezó a atar las manos del hombre por la espalda. Marie no pudo apartar la mirada ni pudo dejar de observar cómo Matthias le ponía la cuerda al presuntamente asesino por las piernas y se la colocaba en los hombros, de manera que el hombre tenía que arrastrarse, aunque hubiera sido más educado girarse y no clavar los ojos en la escena como lo hacía toda esa gente ávida de sensacionalismos. Solo por mirar se sintió mareada.

    El delincuente se sentía igual de mal, pero por otras razones. Colocada de esta manera, la cuerda presionaba sus testículos contra el hueso púbico y le causaba unos dolores atroces. Además, como sus manos estaban maniatadas, tenía que estirar extremadamente su zona lumbar. Matthias había aprendido esta manera de atar a un preso de su maestro.

    —Créeme, nadie que arrastres de esta manera va a pensar ni por un momento en huir o en resistirse. Ya tiene suficiente trabajo intentando salvar sus huevos.

    Así que el delincuente fue andando como un pato detrás del verdugo, que fue con pasos rápidos hacia la bailía para escuchar la sentencia del corregidor.

    Los habitantes de Rothenburg iban detrás, a una distancia respetuosa del verdugo, que no necesitaba ninguna ayuda para mantener a raya al asesino. Despacio, sin apartar los ojos de lo que estaba pasando, Marie se acuclilló y recogió su colada tirada en el suelo. Greta y Helga la miraron primero a

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