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Una decisión equivocada
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Libro electrónico240 páginas7 horas

Una decisión equivocada

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Una decisión equivocada es una novela que le hace justicia a Anita, quien fue enviada por su padre de Sonora, donde vivían, a Alemania, cuando tenía doce años, en 1938, meses antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial, acompañada de sus dos hermanas menores: Martha e Irene, de diez y de ocho años respectivamente.
Ser mujer, alemana, o incluso mexicana con pasaporte de su país de origen, podía traducirse en terribles condenas para la población civil que sobrevivió a la barbarie de la Segunda Guerra Mundial y el período de la posguerra. Eso le sucedió a la mexicana Anita Lawrenz Tirado (1925-2008), hija de padre berlinés y madre sonorense, admirable protagonista de esta historia recreada por su sobrina, la escritora Verónica Ortíz Lawrenz, quien tras una escrupulosa investigación periodística que incluyó entrevistas, viajes y pesquisas documentales, sacó a la luz ese espeluznante y conmovedor capítulo de una historia que por mucho tiempo no pasaba de conversaciones familiares, aunque exigía casi a gritos ser contada para el mundo.
La narración de su historia en este libro fascinante apegado a la realidad, le rinde tributo a los hombres y mujeres que en las peores condiciones son capaces de dar lo mejor de sí y aferrarse a la vida sin perder su integridad y dignidad. Un testimonio impresionante y verídico sobre la condición humana.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 feb 2021
ISBN9781005587055
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    Excelente historia, me mantuvo con todos los sentimientos ha flor denpuel

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Una decisión equivocada - Verónica Ortíz Lawrenz

Introducción

¿Dónde empieza una historia de vida? ¿Qué elementos se suman para determinar el futuro de una persona? Las guerras, enfermedades, muertes son hechos que casi siempre rebasan nuestra comprensión; no obstante, definen vidas, personalidades, conductas.

¿Cómo explicar y tal vez comprender las razones por las que tres niñas mexicanas son enviadas por su padre, de Sonora a un pequeño pueblo en Alemania, un año antes de que iniciara la Segunda guerra mundial?

Anita, Martha, mi madre, e Irene son las tres hijas mayores de Hans Lawrenz y Laura Tirado, mis abuelos. La decisión es un cisma familiar, pero mi abuelo tiene la idea fija desde hace tiempo. Es lo mejor que puede hacer por ellas en esos momentos que la familia enfrenta serios problemas económicos. Alemania es el futuro. Ahí están sus raíces, su herencia. Ellas podrán aprender otro idioma, estudiar, prepararse para la vida, piensa Hans. En el campo donde viven no hay escuelas cercanas y la siembra de arroz y trigo les deja poco para comer, menos para enviar a sus hijas a estudiar.

Imprecisas y lentas llegan las noticias sobre los conflictos en Europa central. Las cartas de las primas, quienes administran el dinero familiar en Berlín, insisten que Alemania vive su mejor momento. Tal vez por eso mi abuelo decide enviarlas. Está seguro que muy pronto, junto con su mujer y sus otros dos hijos menores, Enrique y Erick, podrán reunirse con las tres niñas y vivir en mejores condiciones. Pero los deseos pocas veces se cumplen. Deseos como sueños, sueños como pesadillas. Hans nunca intuye el significado de una medida desesperada que marcará a la familia Lawrenz Tirado por generaciones. ¿Cómo entender sin juzgar? Una decisión equivocada es una sentencia de vida.

Los juicios personales estorban, distorsionan. Por eso, desde hace tiempo, busco información relacionada con ese momento y los años que siguieron: hechos, conversaciones, cartas, lecturas, entrevistas con familiares y personas involucradas. Imposible borrar el pasado, exorcizar esta historia. Explicar, comprender tal vez, pero nada cambia.

Las vivencias de cada una de las hermanas, de diferentes edades y personalidades, durante sus primeros años infantiles en México y después en Alemania, fueron muy distintas. Por lo mismo, el impacto de este viaje tendrá consecuencias diversas y determinará su forma de relacionarse y de vivir.

Anita, la mayor, después de una larga reflexión que le llevó años, y cuidando no afectar a sus familiares que aún vivían en el lado ocupado por los soviéticos, fue quien decidió contar detalladamente lo vivido después de la caída del Muro de Berlín. Lo hizo ordenadamente en una larga entrevista con su amiga Mayita Bamberger. Pero al mismo tiempo fue refiriendo esta historia a familiares y amigos cercanos reiteradamente.

Muchos pasajes de la entrevista con Mayita se repitieron en largas conversaciones que mantuve con ella. Me quedaba claro que mi tía Anita necesitaba revelar el horror que le tocó vivir, pero sobre todo exponer las consecuencias que para los vencidos significó esta guerra: los que se quedan sin voz y sin derechos. Su memoria, su insistencia en contar fue contra el olvido.

En estos tiempos en que los autoritarismos regresan, los dictadores construyen bardas y sofisticados armamentos; en que vemos grupos radicales enfrascarse en guerras fratricidas, la historia y la memoria son armas de paz necesarias.

Historia de una decisión equivocada

En los meses previos a la partida de sus tres hijas, Laura, su madre, intentará por todos los medios a su alcance cambiar la decisión de su marido. Mujer sin palabras, educada para obedecer, sufre el futuro que intuye: muere por dentro, se desgarra, vive el dolor de una pérdida incomprensible. Ellas son sus tres primeras hijas, sus tres pequeñas, mujeres como ella. Si tan sólo fueran mayores, piensa, se rebela, suplica. Nada impide la férrea convicción paterna. Frente a otras opciones posibles es, a través de las niñas, como Hans Lawrenz vive este viaje-puente hacia su propio regreso a Alemania.

Las hermanas son muy distintas. Mi tía Anita, la mayor, nacida el 9 de diciembre de 1925, es quien más se parece a las Tirado: cabello oscuro, de piel muy blanca y vivaces ojos negros, la más inteligente. Mi madre, Martha, nacida el 23 de mayo de 1928, con sus pequeños ojos verdes, pelirroja, pecosa, nunca puede estarse quieta. Irene nació casi dos años después, el 20 de marzo de 1930. Es la rubia, delgada y alta, casi albina de tan güera, la más alemana. Seria, tranquila pero curiosa. Lloró mucho de bebé. Tal vez porque mi abuela Laura no tuvo suficiente leche que darle, por eso le hacía sus atoles de sémola, de arroz o trigo con piloncillo. Le sigue mi tío Enrique, un niño dorado de cabello rizado, siempre risueño, la alegría de todos, nació el 15 de julio de 1932. Erick llegó tres años después, el 3 de julio de 1935, el más travieso, sin duda, el de carácter fuerte, un niño hermoso de cabello muy negro. Ambos hermanos no paraban de jugar y correr por toda la casa. Les gustaba esconderse, que sus hermanas los buscaran. Con sus competencias de cosquillas, de besos y abrazos alegraban la pobre vivienda.

Ninguno imagina lo que vendrá, las niñas saben que harán un viaje a Alemania parecido al anterior, pero esta vez sin sus padres. Se quedarán a vivir con las amigas paternas, a quienes llaman tías alemanas, en el pueblo de las macetas con flores en las ventanas.

Hans Lawrenz, mi abuelo alemán

Johannes Herbert Ferdinand Lawrenz Ludwig, mi abuelo, nació en una familia acomodada de comerciantes luteranos en Berlín, en abril de 1898. Fue el menor de tres hijos. Al igual que su hermano Erick, nueve años mayor, soñaba con entrar a las Fuerzas armadas alemanas. Muy joven externó a su padre, Ferdinand, su interés. Anna, mi bisabuela, intentó por todos los medios a su alcance desanimar a su joven hijo. Intuición materna sobre la Primera gran guerra que llegaría en pocos años.

La hermana de mi abuelo a los ocho años murió asfixiada por meterse una alubia en la fosa nasal. Este y otros acontecimientos forjaron el carácter fuerte y decidido de Hans. El hermano mayor de mi abuelo, mi tío abuelo Erick, entró a la marina en 1912; y no volvieron a saber de él. Poco después, su madre, Anna, falleció de pulmonía. La institutriz y nueva mujer del padre de Hans no lo quería cerca. Ya nada detendrá a mi abuelo en esa casa. Muy joven decide enrolarse como grumete en la Marina imperial alemana.

Después de dos años de clases en tierra, con dieciséis años cumplidos, Hans se convierte en un marinero más en el velero escuela Lazbek, al mando del capitán L. Beckmann, embarcación que desde hacía años transportaba carbón mineral para abastecer la mina de oro francesa de la familia Poulin, llamada el Boleo, en Baja California; y regresaba cargado de algodón al puerto de Hamburgo.

En travesía rumbo a tierras mexicanas, en el verano de 1914, estalló la Primera guerra mundial. El velero Lazbeck, junto con otros diecisiete barcos, fue detenido en alta mar por un barco francés, que de inmediato facilitó su llegada a la bahía de Santa Rosalía para descargar su vital carga negra. Hans Lawrenz Ludwig, acababa de cumplir diecisiete años cuando el velero fondeó en Guaymas (Sonora). Muchos otros navíos de distintas nacionalidades, además de alemanes, fueron llegando a la bahía sonorense. La Primera guerra mundial obligó a las tripulaciones, durante casi dos años, a mantener como prisioneros a sus marinos en sus propios navíos. La mayoría eran jóvenes entre los dieciséis y veintitrés años, estudiantes de buenas familias. Pasado ese tiempo y sin saber cuánto más duraría la guerra, muchos marineros, apoyados por alemanes residentes de la zona, quienes llevaban algunos años viviendo en granjas y haciendas en el Valle del Yaqui, urgidos de manos fuertes y jóvenes para apoyarlos con el pesado trabajo de los nuevos campos, desertaron y descendieron desertando, ante la indiferencia cómplice de los capitanes y oficiales de sus veleros y embarcaciones.

Hans Lawrenz, junto con otros compañeros, llegó al Campo

65, a pocos kilómetros al oeste del Valle del Yaqui. Los jóvenes marineros se fueron integrando a las haciendas, para convertirse en peones, labradores, herreros, cocineros. Entre los nuevos pobladores había yugoeslavos, húngaros, canadienses, hindúes, franceses, norteamericanos, además de alemanes.

Extraño el destino. Ninguno pudo alistarse en sus países de origen para luchar en sus propias batallas. En el Valle del Yaqui se peleaba otra guerra desde hacía años, por la propiedad de las tierras contra los primeros pobladores: los indios yaquis. La violencia era una forma de vida. Ellos, los intrusos, sin nada más que su juventud e inexperiencia, añorando hogar y familia, tomaron las armas contra los locales.

En una tierra muy rica y vasta rodeada de ríos, se vivieron cruentas rebeliones armadas. No obstante que el gobierno del general Porfirio Díaz, desde 1890, había otorgado terrenos en concesión a distintas familias de colonos para deslindar los valles de los ríos Fuerte, Mayo y Yaqui, con suficiente agua para irrigar un millón de hectáreas. Aun así, por años, las concesiones gubernamentales a los extranjeros fueron letra muerta. Entonces se formó la primera empresa méxico-norteamericana: la Sonora & Sinaloa Irrigation Company, finalmente en quiebra en 1896.

Por años se recrudecieron las rebeliones yaquis. Fue hasta 1904 cuando se constituye otra nueva empresa norteamericana con intenciones de construir las vías de los ferrocarriles de Sonora, que derivarían en la Sub-Pacífico, y se recupera la empresa quebrada en

1896 para crear la Yaqui Delta Water & Land Company, la cual, finalmente se convierte, con la anuencia de Porfirio Díaz, en la fraccionadora del Valle del Yaqui.

La Primera guerra mundial y la oferta de tierra trajeron nuevos colonos de todas partes del mundo, que se sumaron a aquellos marineros y oficiales de los barcos fondeados en Guaymas y Santa Rosalía. Decenas de aventureros llegaron para ayudar a levantar las cosechas, cuidar cerdos, abrir los caminos. El trabajo era duro, incesante, había que extraer a la tierra nueva su propia vida. En los siguientes años, muchos se casaron con las hijas de residentes de la zona: los Mendivil, Ramírez, Almada, Ayón, Tirado, Quirós.

Entre 1915 y 1945, se establecieron cien familias alemanas, auspiciadas por el gobierno de Porfirio Díaz. El general Álvaro Obregón (presidente de 1920 a 1924), se involucró activamente como accionista en el desarrollo del Valle del Yaqui. Y se comprometió, al término de su mandato, a que todos sus bonos y acciones pasarían a ser parte del gobierno federal. Plutarco Elías Calles era presidente cuando la Yaqui Delta Land and Water Co. fue adquirida en seis millones de dólares por el gobierno mexicano.

Fue hasta mayo de 1927, siendo gobernador el general Topete Almada, que la comisaría de Cajeme, del municipio de Cócorit, se convierte en Ciudad Obregón. El nombre es en honor al general Obregón, quien sería asesinado al año siguiente en el Bar La Bombilla (en San Ángel, en ese tiempo un pueblo al sur de la ciudad de México), dos meses después de ser elegido presidente para un segundo periodo.

La familia Lawrenz Tirado

Hans Lawrenz decidió no regresar a Alemania durante esos años de la posguerra. La libertad con la que vivía y la aventura de trabajar junto con otros jóvenes como él, en las nuevas haciendas y campos, eran un reto estimulante y vital. En Alemania, su padre, enfermo de gravedad, dejó a su nueva esposa el control del hogar y de todas sus propiedades. Por eso prefirió probar futuro en esas tierras generosas. Regresaría a Alemania después, cuando demostrara haberse convertido en un hombre productivo e independiente.

Mi abuelo españolizó su nombre. Hans se convirtió en Juan, un campesino más del Valle del Yaqui. Alto, fuerte, bien parecido, empezó a salir con algunas muchachas de las familias de la zona. Siete años después de desertar del velero escuela Lazbeck en Guaymas, mi abuelo administraba el Campo 93, cercano al río Yaqui, propiedad de la familia alemana Bernabetke. El dinero que ganaba le alcanzaba para viajar constantemente a Álamos y asistir a los bailes de sociedad. Por ese tiempo conoció a la familia Tirado Quirós. Después de un año de noviazgo con una de las hijas, Laura, cuatro meses menor que él, se casaron en Álamos, en febrero de 1925.

Mi tía Anita, la primogénita, nació ese mismo año; diez meses después llegó su primer hijo varón, a quien llamaron Juan, igual que su padre. Pero el niño murió de escarlatina a días de cumplir los dos años. Juan y Laura hicieron todo lo que estaba en sus manos para salvarlo, pero en el Campo 93 no había médicos ni medicamentos adecuados.

En los siguientes siete años, nacerán Martha, Irene y Enrique. La familia va saliendo adelante, ayudados en parte por la decisión del padre de Juan, Ferdinand, quien después de una larga enfermedad, antes de fallecer, hereda a su único hijo vivo un hotel y edificio de rentas con panadería, confitería y bar, en el centro de Berlín, dejando como administradoras a tres primas, hijas de uno de sus hermanos.

En los años siguientes, las primas insisten, carta tras carta, en hacerle saber a Juan que Alemania está en la cúspide. Lo entusiasman para que viaje a Berlín con toda la familia; además, es necesario que mi abuelo se haga cargo de los papeles de su herencia.

Los primeros periódicos de Sonora, El Pueblo y El Tiempo se publicaron en Hermosillo hasta 1934 y 1936, respectivamente. Sin noticias, tanto Juan como los familiares de Laura en Álamos y Ciudad Obregón, poco sabían del nazismo y del poder que ganaba Hitler, quien muy pronto se convertiría en un dios para los alemanes; debido, en parte, a una muy bien orquestada campaña mediática en su favor que resaltaba su gran capacidad para unificar al pueblo alemán y recuperar el orgullo nacional, restañando las humillaciones sufridas después de la Primera guerra mundial.

Los sucesos, como el que a continuación se relata, evidencian a qué grado la sociedad, incluidas las universidades y sus académicos, se rendían ante los designios del Tercer Reich.

A cuatro meses de la llegada de Hitler al poder, el 10 de mayo de 1933, su ministro de propaganda, Joseph Goebbels, ordenó la quema de libros de intelectuales como Heinrich Mann, Ernst Glaeser y Erich Kästner. La primera hoguera se realizó en la Plaza de la Ópera, hoy Plaza de Babel, para después replicarse en 22 ciudades universitarias. Profesores y alumnos lanzaron al fuego la obra de más de trescientos autores, no sólo judíos, también comunistas, socialistas, pacifistas alemanes y extranjeros. Como en la inquisición, el dogma hitleriano logró destruir la identidad cultural, religiosa, étnica y política de los alemanes libres, instaurando poco a poco el nazismo, guiado por la Providencia, basado en el triunfo de la voluntad y la supervivencia del más apto y el más fuerte.

Convencido por sus primas en Alemania, Juan decide viajar con su familia a Berlín en 1934, dejando a sus pequeños hijos con amistades de la familia Lawrenz en el pueblo de Flatow. Durante el viaje, Juan intentó convencer a Laura de quedarse en Alemania. Ella tenía muchas dudas, no sabía el idioma, extrañaba a su familia, sus padres y hermanos en Álamos y Ciudad Obregón y sobre todo sus costumbres. Le pidió a mi abuelo que le diera más tiempo para decidir. De regreso a Sonora, Laura venía embarazada una vez más. Su quinto hijo nació el 3 de julio de 1935. Lo nombraron Erick en honor al hermano mayor de Juan. Era un niño muy parecido a la primogénita Anita.

A finales de 1936, las entradas económicas de la familia se vieron afectadas debido al decreto del gobierno alemán que prohibía la salida de divisas del país. Sin el dinero de la herencia, la familia Lawrenz Tirado sobrevivía

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