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El abstracto mundo de la nada
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Libro electrónico355 páginas6 horas

El abstracto mundo de la nada

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La siguiente historia tiene dos protagonistas principales: Evaristo Vilanoba y Samuel Marchesini. Ambos, periodistas del Diario de la Mañana de Coronel Pineda, la ciudad donde transcurrieron los hechos que los vinculan.

El primero, Evaristo Vilanoba, fue un periodista especializado en las noticias policiales, y por añadidura también en las del ámbito judicial. Oriundo de General Lorea, llegó a Pineda a principios de los años 70, con una nota de recomendación para el director del diario, Escribano Américo López Zanabria. Vilanoba empatizó inmediatamente con López Zanabria, un hacendado metido a empresario periodístico siguiendo el mandato familiar que tomaría, a su muerte, la mayor de sus hijas: Berta López Báez. El Doctor Mérico, como cariñosamente le decían sus allegados más íntimos, era un conservador de rancia estirpe en materia política, y administraba la empresa familiar con igual impronta. Aunque manejaba ciertos códigos y principios que con el advenimiento de su hija al mando del diario se fueron perdiendo. Esos códigos eran los que le permitían tejer relaciones más cercanas con sus empleados. Tal era el caso de Vilanoba, que solía compartir con su jefe largas charlas en el despacho principal del diario, café o whisky de por medio.

En sus primeros meses en el Diario de la Mañana, Vilanoba cubrió la información deportiva. Pero ante la jubilación de Osiris Gandulla, tomó la posta a pedido de López Zanabria. Fue el encargado de la información policial y judicial desde los primeros días de setiembre de 1972 hasta el día de su muerte, ocurrida el 18 de febrero de 2009 en plena redacción del diario. Su estilo marcó una época. Su prosa particular forma parte del acervo cultural de Coronel Pineda. Sus latiguillos lo acompañaron también cuando, paralelamente a su labor gráfica, comenzó sus intervenciones en Radio Textual, la emisora en frecuencia modulada inaugurada en 1998 por los propietarios del diario, justo un mes después de la muerte del Escribano López Zanabria. La desaparición de una joven pinedense llamada Sofía Heredia sería determinante en la historia periodística de Evaristo Vilanoba. Y también en su vida.

El segundo, Samuel Marchesini, también es periodista. Nacido en 1979, ingresó al Diario de la Mañana a los 20 años, graduado de la carrera de Comunicación Social en el Instituto Clemente Moya de la cercana ciudad de Villa Laferrara. Su padre era el electricista de confianza de la familia López, y conocía desde muy chica a Berta, la nueva directora del periódico. Ella fue quien hizo entrar a Samuel en el diario para cubrir la información deportiva, específicamente todo lo concerniente al automovilismo, una disciplina que cuenta con muchos fanáticos en Coronel Pineda.

Luego de una década cubriendo el automovilismo y -en épocas de vacaciones de otros periodistas- también encargarse de la cobertura de la actividad político institucional de la ciudad, las circunstancias determinarían su nuevo destino periodístico: a la abrupta muerte de Evaristo Vilanoba, la directora del diario lo pondría a cargo de la información policial y judicial. Un desafío que el joven tomó con especial entusiasmo por dos motivos: su afición por el cine noir francés y su indisimulada aversión personal y periodística por Evaristo Vilanoba.

El caso de la desaparición de Sofía Heredia, ocurrida el 23 de junio de 2006, fue una bisagra en la historia periodística y personal de Evaristo Vilanoba. Los acontecimientos se sucederían de tal manera que también la carrera periodística de Samuel Marchesini se vería afectada por esa misteriosa desaparición. "El Caso Heredia" fue un hecho resonante en la historia de Coronel Pineda. Y es, además, el título del libro que Evaristo Vilanoba dejó a manera de testamento periodístico. Ese libro sufrió la denostación, la reprobación y por último el olvido de la comunidad pinedense. Por esas cosas del destino, el encargado de rescatar aquella investigación del ostra...

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 ago 2019
ISBN9780463719565
El abstracto mundo de la nada
Autor

Pablo Rozadilla

Pablo Rozadilla nació el 13 de diciembre de 1965 en San Nicolás (ciudad donde reside) pero se crió en la localidad de Conesa. Periodista deportivo desde hace más de tres décadas, siguió la campaña de Boca Juniors durante más de 15 años, y cubrió, entre otros eventos, el Mundial de Francia 1998. Coautor junto a Aldo Ruffini de "Los cuentos del tío y el sobrino" (2003), "El tío y el sobrino son puro cuento" (2007) "En cuentos cercanos del tercer libro" (2013), y también junto a Sergio Petri, "Cuarto creciente" (2018), todos relatos costumbristas de anécdotas en su mayoría verídicas, siempre mediante el sello Yaguarón Ediciones. En 2011 publicó "Rozadilla Versero", un libro de poemas que incluye entre otros, el poema que dio lugar a un video que el propio Diego Maradona publicó en su cuenta personal de Facebook, el 22 de junio de 2016. Desde hace 10 años incursiona en la realización audiovisual, dirigiendo cortometrajes, documentales y videos institucionales. Su cortometraje "Munch, el arte en un grito" ganó una mención en el Arte Non Stop International Film Festival de Buenos Aires, y dos premios en el 12 Months Film Festival de Cluj-Napoca, Rumania, además de haberse proyectado en México, Venezuela, Bielorrusia, Canadá y en Mallorca, España. "La Batalla de Mailén", su primera obra de teatro, recibió el Primer Premio en el Certamen Nacional de Humor "1º Fiesta del Cigomático Mayor", organizada por la Secretaría de Cultura de la Municipalidad de Santa Rosa, La Pampa, conjuntamente con Argentores, el Instituto Nacional del Teatro, la Fundación Solarys y la Universidad Nacional de La Pampa. Publicó dos novelas en formato eBook: "El abstracto mundo de la nada" y "Schachtel Pralinen", y tiene dos novelas más, aun inéditas.

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    El abstracto mundo de la nada - Pablo Rozadilla

    EL ABSTRACTO MUNDO DE LA NADA

    PABLO ROZADILLA

    Copyright © 2019 Pablo Rozadilla

    Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

    Introducción

    La siguiente historia tiene dos protagonistas principales: Evaristo Vilanoba y Samuel Marchesini. Ambos, periodistas del Diario de la Mañana de Coronel Pineda, la ciudad donde transcurrieron los hechos que los vinculan.

    El primero, Evaristo Vilanoba, fue un periodista especializado en las noticias policiales, y por añadidura también en las del ámbito judicial. Oriundo de General Lorea, llegó a Pineda a principios de los años 70, con una nota de recomendación para el director del diario, Escribano Américo López Zanabria. Había trabajado en el periódico La Voz de Lorea, como cronista de información deportiva, y era precisamente el director de aquella publicación quien lo recomendaba al dueño del tradicional diario pinedense, fundado en 1912. Vilanoba empatizó inmediatamente con López Zanabria, un hacendado metido a empresario periodístico siguiendo el mandato familiar que tomaría, a su muerte, la mayor de sus hijas: Berta López Báez. El Doctor Mérico, como cariñosamente le decían sus allegados más íntimos, era un conservador de rancia estirpe en materia política, y administraba la empresa familiar con igual impronta. Aunque manejaba ciertos códigos y principios que con el advenimiento de su hija al mando del diario se fueron perdiendo. Esos códigos eran los que le permitían tejer relaciones más cercanas con sus empleados. Tal era el caso de Vilanoba, que solía compartir con su jefe largas charlas en el despacho principal del diario, café o whisky de por medio.

    En sus primeros meses en el Diario de la Mañana, Vilanoba cubrió la información deportiva. Pero ante la jubilación de Osiris Gandulla, el legendario cronista de policiales, tomó la posta a pedido de López Zanabria. Fue el encargado de la información policial y judicial desde los primeros días de setiembre de 1972 hasta el día de su muerte, ocurrida el 18 de febrero de 2009 en plena redacción del diario. Su estilo marcó una época. Su prosa particular forma parte del acervo cultural de Coronel Pineda. Sus latiguillos lo acompañaron también cuando, paralelamente a su labor gráfica, comenzó sus intervenciones en Radio Textual, la emisora en frecuencia modulada inaugurada en 1998 por los propietarios del diario, justo un mes después de la muerte del Escribano López Zanabria. La desaparición de una joven pinedense llamada Sofía Heredia sería determinante en la historia periodística de Evaristo Vilanoba. Y también en su vida.

    El segundo, Samuel Marchesini, también es periodista. Nacido en 1979, ingresó al Diario de la Mañana a los 20 años, graduado de la carrera de Comunicación Social en el Instituto Clemente Moya de la cercana ciudad de Villa Laferrara. Su padre era el electricista de confianza de la familia López, y conocía desde muy chica a Berta, la nueva directora del periódico. Ella fue quien hizo entrar a Samuel en el diario para cubrir la información deportiva, específicamente todo lo concerniente al automovilismo, una disciplina que cuenta con muchos fanáticos en Coronel Pineda.

    Empero, Samuel era más adepto a la literatura, la música clásica y el cine independiente que a las carreras de autos, preferencia que se notaba en su estilo periodístico. Era habitual que titulara sus columnas parafraseando libros, canciones o películas. Luego de una década cubriendo el automovilismo y -en épocas de vacaciones de otros periodistas- también encargarse de la cobertura de la actividad político institucional de la ciudad, las circunstancias determinarían su nuevo destino periodístico: a la abrupta muerte de Evaristo Vilanoba, la directora del diario lo pondría a cargo de la información policial y judicial. Un desafío que el joven tomó con especial entusiasmo por dos motivos: su afición por el cine noir francés y su indisimulada aversión personal y periodística por Evaristo Vilanoba.

    Como quedó dicho, el caso de la desaparición de Sofía Heredia, ocurrida el 23 de junio de 2006, fue una bisagra en la historia periodística y personal de Evaristo Vilanoba. Los acontecimientos se sucederían de tal manera que también la carrera periodística de Samuel Marchesini se vería afectada por esa misteriosa desaparición. El Caso Heredia fue un hecho resonante en la historia de Coronel Pineda. Y es, además, el título del libro que Evaristo Vilanoba dejó a manera de testamento periodístico. Ese libro sufrió la denostación, la reprobación y por último el olvido de la comunidad pinedense. Por esas cosas del destino, el encargado de rescatar aquella investigación del ostracismo sería Samuel Marchesini, con el libro de su autoría que compartimos a continuación.

    Capítulo I

    (a manera de prólogo)

    VILANOBA

    Nunca me cayó simpático Evaristo Vilanoba. No sólo a partir del día en que lo conocí, cuando ingresé a trabajar en el Diario de la Mañana. Me empezó a desagradar cuando leí por primera vez una de sus columnas. Su estilo estaba plagado de giros y lugares comunes, de frases hechas y recursos periodísticos remanidos. Era la síntesis del periodismo que a mí no me gustaba. Ese periodismo de escritorio que con tal de llenar la columna diaria extiende de manera forzada y tediosa una simple información. De una gacetilla judicial de cinco renglones Vilanoba era capaz de hacer una nota central para el diario del sábado. Se iba en derivaciones vacuas y desprovistas de todo interés, haciendo referencia a cuestiones a todas luces secundarias, cuando no totalmente innecesarias en la crónica. Lo hacía en las páginas policiales y ni que hablar en su columna diaria. La misma se titulaba El abstracto mundo de la nada, y según su propia explicación el título aludía a una supuesta frase de Nietzche, aunque la inexistencia de Google lo favorecía haciendo menos refutable la cita.

    En esa columna hablaba de cosas triviales, de nimiedades y superfluas cuestiones del diario acontecer pinedense. El significado del nombre de la calle por donde caminaba cuando venía para el diario, los colores de una bandera que vio flamear en un ventanal perdido en la altura de un edificio (a la que seguía toda la elucubración del motivo que podía haber existido), la deprimente historia de vida de un triste almacenero de barrio, y así. Si bien desde el título mismo de la columna se convocaba al lector a introducirse en historias mínimas pero significativas, tratando de encontrarle la belleza a la vida en la simpleza, el tiro le salía habitualmente por la culata. De tan simples, las historias terminaban siendo insulsas. A veces, en el montón de sus 20 columnas mensuales, embocaba una o dos historias más o menos interesantes. O muy interesantes. Como cuando contó la historia de un ciudadano croata residente en Pineda. Don Gregorio (Gregorz, según su documento) era un afilador de cuchillos y herramientas que se paseaba por toda la ciudad haciendo sonar una minúscula armónica. Todo el mundo lo quería. Vilanoba indagó en su historia y resultó que Gregorz Kosic –ese era su verdadero nombre- había sido integrante de la temible Legión Negra croata, una organización paramilitar creada en la década del 40 para proteger a Croacia de la infiltración yugoslava, aunque en realidad también apuntó las armas contra la población civil de su propio país, cometiendo numerosos crímenes. Don Gregorio, siendo muy joven y casi sin instrucción escolar, fue reclutado para la Legión, pero poco a poco fue advirtiendo que los métodos y los fines de la organización distaban mucho de la defensa nacional. Como le resultaba imposible apartarse de las filas legionarias, comenzó a gestar junto a otros compañeros, un movimiento de insurrección. Fue detenido y logró escapar el día antes de su ejecución. Su fuga fue una odisea que incluyó pasos clandestinos por fronteras, noches durmiendo en los pajonales eslavos, hambre, sed y cruces de ríos a nado en pleno invierno del este europeo. Llegó a la Argentina en un tren carguero de cereales, y por alguna carambola de la vida terminó en Coronel Pineda.

    Eso tenía Vilanoba. Era capaz de escribir un día sobre el ruido de los amortiguadores según el empedrado de qué calle transitaran, y al otro día despacharse con una historia cinematográfica como la de Gregorz Kosic, o mejor dicho el afilador Don Gregorio. Pero lo peor de Vilanoba no era su forma de escribir, ni la insignificancia de algún tema que pudiera abordar, ni la forzada extensión de sus columnas policiales. Lo peor de Evaristo Vilanoba era su arrogante forma de ser.

    Vestía siempre de saco, chaleco de lana y corbata vistosa. En verano dejaba el saco y el chaleco pero jamás la corbata. Las alternaba en colores rojos, naranjas, celestes. Nunca metía un amarillo porque decía que era mufa. Andaba con un portafolios de cuero negro, repleto de papeles y carpetas, del que sacaba también manzanas, bananas y turrones Arcor. No fumaba pero siempre tenía olor a cigarrillo. Era por sus charlas interminables en el Café Esloveno, que quedaba en la esquina, a media cuadra del diario. Allí se juntaba con los buchones que le pasaban data, o con policías de civil, o con sus fuentes generalmente dignas de crédito, que al sólo estipendio de un cortado contaban historias y puteríos baratos. Vilanoba los escuchaba y anotaba en una libretita bordó que llevaba en uno de los bolsillos interiores del saco. Además del café les pagaba medialunas, familares de jamón y queso y cigarrillos. Porque a fuerza de ser sincero, no era miserable. Era arrogante y soberbio, pero al contrario de la inmensa mayoría de los periodistas del diario, y de otros medios también, no era tacaño. Si había que poner para algún regalo, o para comprar el billete de fin de año, era el primero que ponía y no exigía ninguna rendición de cuentas. No le interesaba mucho la guita. A él lo que le interesaba era tener razón. Siempre. Hasta en la discusión más banal e intrascendente, se esforzaba intrépidamente por hacerse de esa minúscula victoria: tener razón. Calculo que en cada victoria de esa naturaleza, cada vez que se alzaba con la razón, su núcleo accumbens recibía un masaje incomparable.

    - Sí, era como decía Evaristo, Monzón peleó dos veces con Griffith. En Buenos Aires en el 71 y en Montecarlo en el 73...

    El Tucán Peracca dio por ganada la discusión que se había armado en el diario, y gracias a los servicios de una –por entonces- incipiente Internet, dio cierre a una recordada trifulca oratoria en la redacción. La cara de satisfacción de Vilanoba superó a la de Monzón en las dos veces que le levantaron la mano en aquellas peleas. O como cuando vaticinaba que la selección argentina se volvería en primera ronda del Mundial 2002.

    - Los equipos de Bielsa son muy predecibles. En el fútbol la sorpresa es un factor clave. Este tipo se cree que solamente él mira videos... los otros no son giles... Acuerdensé, nos volvemos en una semana...

    Recuerdo que el día de la eliminación argentina ante Suecia, la redacción era un velorio. Nadie hablaba, todos amargados. Yo hacía tres años que estaba en el diario, y aunque mucho el fútbol no me importa, me sentía contagiado por ese estado de ánimo general que trasuntaba en la redacción y también en la calle. La selección argentina había llegado a Japón-Corea para comerse los chicos crudos, y la desilusión era muy grande. El único argentino contento era Evaristo Vilanoba. A él no le importaba si Argentina había quedado afuera, él se sentía triunfante porque se habían cumplido sus vaticinios. Ese mediodía después de la eliminación, entró a la redacción con una sonrisa canchera. Dejó el portafolios en su escritorio, colgó el saco en el perchero y miró el televisor colgado en la pared que da al archivo de fotos. Un canal de noticias repetía incesantemente el final del partido. En primer plano el llanto de Gabriel Batistuta, goleador argentino que dejaba brotar su tristeza por la eliminación. Vilanoba miraba con arrogancia la imagen.

    - Yo sé porqué llora Batistuta... Porque no alcanzó a comprar alfajores para la familia, jajaja...

    Pedro Gaona, el cronista de espectáculos, lo quería pelear, lo tuvimos que agarrar entre tres, estaba indignadísimo. No podía entender que un argentino disfrutara aquel momento de derrota colectiva. Yo sí lo entendía. En los tres años que llevaba en el diario me había percatado perfectamente de la personalidad de Vilanoba. Aunque se manifestara hincha de Lanús, en realidad era hincha de sí mismo. Fanático, diría yo.

    Otro aspecto que me resultaba deleznable de él era su manía de hacer bromas a los compañeros. Debo confesar que es una costumbre muy arraigada entre los periodistas gráficos, y no solamente una cualidad exclusiva de Vilanoba. Nunca me gustaron y nunca participé de alguna, ni siquiera de las que le hacían a él –algunas de las cuales son todavía célebres en el diario-. A mí me hizo una sola, y de entrada, apenas había ingresado. Fue mi primer día en la redacción. Era todo sorpresa, temor y prudencia. Berta, la directora, me llamó a su despacho, me presentó al jefe de redacción -en ese momento ya estaba Franco Sosa- y éste, luego de llevarme hasta el escritorio que iba a ocupar, me fue presentando uno a uno a los demás compañeros, quienes me recibieron con una medida amabilidad. Vilanoba aun no había llegado. Llegó media hora después, a eso de las cinco y media de la tarde. Saludó escuetamente como después supe que hacía siempre -Salú los cagatintas...-, tiró el portafolios en su escritorio y se sentó. Empezó a teclear con ese semblante soberbio que tenía siempre. No habían pasado 5 minutos cuando sonó el teléfono interno que estaba en su puesto. Vilanoba atendió.

    - Diario... sí, ¿quién habla? Ah qué hacés Gutiérrez, cómo andás... –pausa de aproximadamente 30 segundos-. Bueno, ahora le digo al que cubre automovilismo que vaya para allá. Dale, sí, en media hora empieza la conferencia de prensa. Chau Gutiérrez...

    Colgó, y haciéndose el boludo preguntó al resto.

    - Che... ¿quién reemplaza a Domínguez en automovilismo?

    - El pibe nuevo –contestó Solano Pereda, uno de los fotógrafos-.

    - Ah pibe... en el Municipio van a dar una conferencia de prensa el Intendente con Carlos Reutemann... Van a presentar un proyecto de autódromo en la ciudad...

    Carlos Reutemann era en ese momento senador nacional por Santa Fe, y yo supuse que el proyecto tenía que ver con un asunto institucional del cual Reutemann participaba en su condición de ex automovilista y figura encumbrada del deporte argentino. Con rapidez agarré el grabador de mano Sony que me había regalado mi vieja cuando terminé la carrera de Comunicación Social, y me dirigí al edificio de la Municipalidad de Coronel Pineda, sito en la esquina de Menéndez y Rojas. Me llamó la atención el poco movimiento que había, teniendo en cuenta que venía una figura tan importante. Pero faltaban quince minutos para la hora indicada, por ende pensé que empezarían a llegar en cualquier momento. Me quedé en la puerta, esperando un rato. Como no entraba ni salía nadie, ingresé al edificio. Pregunté en la recepción a la persona que atendía, en qué lugar era la conferencia de prensa, y si Reutemann ya había llegado, ilusionándome con una exclusiva previa a su encuentro con los demás colegas, lo que sin dudas sería empezar con el pie derecho mi carrera en el diario.

    - ¿Reutemann? ¿Estás seguro, pibe? Que yo sepa no hay nada anunciado. Pero esperá que consulto en la oficina de Prensa.

    Resumiendo, era la joda de recibimiento a la redacción. Una costumbre tradicional, especie de bautismo a los recién llegados. Para mí, una costumbre muy pelotuda. Pero no quería darles el gusto a los otros de que me vieran mascullar bronca. En las cinco cuadras de regreso al diario traté de enfriarme. Entré como quien viene de comprar cigarrillos en el kiosco, me senté, y empecé a hurgar en la computadora cualquier cosa. Los demás compañeros se rieron un rato. No me afectó demasiado. Me la banqué con dignidad. Ahora, la sonrisa de Vilanoba era insoportable.

    El estilo Vilanoba

    Su estilo periodístico era casi inclasificable. Sus columnas, artículos y notas eran un conglomerado de palabras extrañas tratando de ser beneficiadas con una coma de vez en cuando, y con un punto de alguna vez por todas. Tenía giros característicos que de algún lado habrá copiado, ya sea periodismo gráfico o radial. Y también utilizaba muchas expresiones populares. Aunque muchos de sus latiguillos tradicionales eran propios de integrantes de las fuerzas policiales o bien de las fuentes tribunalicias. El argot de la Policía parecía caerle al dedillo. Cuando me hice cargo de la sección policiales descubrí muchas de sus frases y expresiones en boca de comisarios, inspectores, oficiales, instructores, fiscales, jueces y hasta presos. Hacer un listado aquí de alguno de esos latiguillos vilanobescos sería redundante, ya que es intención de este libro transcribir varios fragmentos de su investigación del denominado Caso Heredia. Pero a modo de anticipo o como una especie de trailer o avance del vocabulario de Evaristo Vilanoba, podríamos citar los más emblemáticos.

    - Trato inverecundo: la palabra inverecundo refiere, según la Real Academia Española, a alguien que no tiene vergüenza, que actúa de manera desvergonzada. Vilanoba la utilizaba para describir el trato que un victimario o delincuente le dispensaba a su víctima. Aplicaba la expresión fundamentalmente para los delitos de carácter sexual o con connotaciones sexuales. Pero también solía utilizar el modismo en otros casos, como por ejemplo el reincidente hampón no conforme con sustraer efectos personales de valor pecuniario a su desprotegida víctima la sometió luego de perpetrado el delictivo hecho a trato inverecundo esto es le propinó una decena de puntapiés en la zona baja a efectos de minarle las posibilidades de resistencia.

    - El delito de marras: la expresión de marras hace referencia a algo que es conocido sobradamente. Entoces Vilanoba suponía que al cabo de varios párrafos en los cuales él informaba sobre un hecho delictivo, el lector ya estaba sobradamente en conocimiento de la existencia del mismo. Aun cuando la información no pasara del segundo renglón. Este modismo le jugó una divertida mala pasada en oportunidad de un robo a mano armada cometido en una financiera de Coronel Pineda. El cabecilla del atraco se llamaba Oscar Marras, con lo cual el delito de marras utilizado casi reglamentariamente por Vilanoba, debía diferenciarse del delito de Marras (o sea cometido por) que también citaba, solamente por la letra mayúscula.

    - Sin hesitar: el vocablo hesitar implica dudar, vacilar. Por lo tanto sin hesitar es sin dudar, sin permitirse la más mínima inseguridad respecto de la acción a cometer. Es una expresión muy utilizada en el periodismo gráfico tradicional, en especial por los cronistas de policiales. Vilanoba llegaba a repetirla hasta 5 veces en una página. Con tal de estirar una nota y llegar a los caracteres necesarios para completar su página utilizaba el sin hesitar sin hesitar, valga la redundancia (la mía y la de Vilanoba).

    - Sin decir agua va: en la Edad Media no había baños. Las personas hacían sus necesidades en bacinillas o adminículos similares. Cuando estos se llenaban arrojaban su contenido por las ventanas, directamente a la vía pública. Era un gesto de cortesía gritar agua va para que algún transeúnte no se viera sorprendido por tal descarga. En el idioma corriente, la costumbre quedó, pero en su modalidad negativa, por ende sin decir agua va significa sin advertir a alguien de la realización de determinado acto. En el vilanobismo periodístico, todos los delincuentes cometían sus actos criminales sin decir agua va, es decir, sin avisar. Una vez se me ocurrió decirle que la carencia de aviso es una cualidad indispensable en un delincuente. ¿Qué ladrón avisa que va a robar? Me miró con el desprecio habitual y me dijo: Vos no sabés nada, pibe. Cuando aprendas a escribir en una de esas hablamos.

    - Quedarse en agua de borrajas: significa perder repentina y quizá sorpresivamente las esperanzas que se habían depositado en alguna cuestión. Es un dicho muy común, pero lo novedoso de la utilización de Vilanoba estaba dado en su aplicación al ámbito policial. Entonces en sus crónicas podía dar cuenta que el temerario malhechor en definitiva se quedó en agua de borrajas al no poder alzarse con el jugoso botín que momentos antes había apañado al ser sorprendido por las implacables fuerzas del orden.

    - A la sazón: modo adverbial que quiere decir en aquel tiempo. Vilanoba lo usaba con cualquier significado menos con ese. En realidad echaba mano a la expresión para estirar caracteres, sin dudas.

    - Esto es: dos palabras utilizadas hasta el hartazgo por Vilanoba para unir frases o conceptos, y que jamás estaban antecedidas o seguidas por coma o punto alguno.

    Las fuentes de Vilanoba

    Como de la mayoría de sus cosas (ya fueren sus informaciones o sus camisas), Evaristo Vilanoba se jactaba de sus fuentes. Y la verdad, en este caso le asistía la razón. Tenía llegada a todos los estratos del escalafón tanto policial como tribunalicio. Hablaba con el juez de la causa, pero también con el que sirve café en el juzgado. Siempre decía no hay que subestimar a nadie, a veces el dato fundamental te lo da el ordenanza. Entonces en ese razonamiento tejía aceitadas relaciones con jueces, fiscales, comisarios, autoridades políticas, eclesiásticas, sindicales, deportivas, etc., y también con mozos, barrenderos, kiosqueros, albañiles, taxistas, colectiveros, floristas y lavacoches. Además, lo conocía todo el mundo. Caminar con Vilanoba por la calle era la oportunidad propicia para comprobarlo. Lo saludaban diez personas por cuadra, le gritaban desde los autos, lo conocían los vendedores ambulantes, le gritaba el afilador, lo cargaba el vigilante de la esquina. Y él a todos los retribuía con su saludo clásico, toda una marca registrada: Adiós... leyenda viva del balompié nacional. Aunque el tipo no jugara al fútbol.

    Así entonces, munido de esa red interminable y variopinta de relaciones sociales, laborales y amistosas, Vilanoba se las ingeniaba para hurgar en datos que necesitaba, o simplemente adoptaba una actitud pasiva y escuchaba chismes, secretos y trascendidos, aunque ninguno de ellos le sirviera para algo concreto en ese momento. Era como un cartonero de la información. Juntaba lo que encontraba, y se lo llevaba con él. ¿Dónde?, en su libreta bordó. Ahí apuntaba con letra chica -y sólo por él descifrable- los datos, puteríos y rumores que sus fuentes le iban entregando. Cuando la libreta bordó explotaba de información, y no le cabía más una letra ni en los retiros de tapa, la guardaba y sacaba otra de su portafolios, para seguir recolectando minúsculas apostillas del diario acontecer de Pineda. Todos datos que Vilanoba recibía, la mayoría de las veces, a cambio de nada. Porque más allá de los cafés, facturas, sandwichs y cigarrillos que solía pagar a sus fuentes más importantes (buchones y policías), sabía perfectamente que a la gente le encanta pasar datos, contar cosas. Y si se las cuenta a un periodista de renombre público, mejor. Es como si contar algo los hiciera sentir más importantes, como si a partir de ese acto servil de buchoneo pasaran a ser partícipes de las fuerzas del bien.

    A veces me resulta difícil entender con qué poca cosa la gente logra sentirse importante. Y eso que luego de su muerte pasé a encargarme del mismo trabajo que Vilanoba, es decir la información policial. Pero si bien necesito de datos, me resulta chocante la actitud de una persona que pasa un dato, que cuenta algo, que buchonea. Reconozco que es un sentimiento totalmente contradictorio con mi ocupación. Pero en el fuero íntimo, cuando alguien me dice el que afanó el kiosco de la esquina andaba en una motito Honda color azul metalizado, patente tanto..., se me revuelve un poco el estómago. No porque considere que sería más loable proteger a los que delinquen, sino porque a mí nunca me salió el papel de buchón. De última si tengo conocimiento de ese tipo de informaciones, y soy consciente que contando esa información se puede corregir una injusticia, se las suministro a un fiscal, no a un periodista. Pero la gente se siente importante si se lo dice a un periodista, les gusta sentirse amigo de ellos, les parece que se ganan la amistad de señores importantes. En fin, son cosas que no termino de entender nunca. Repito, sé que es contradictorio porque estudié periodismo y trabajo de periodista. Pero prefiero rastrear la información de otra manera, hurgando en documentos, en datos objetivos de tiempo, espacio y lugar, en las contradicciones de los protagonistas, en evidencias irrefutables. Pero nunca explotando el lado buchón de la gente, algo en lo que Vilanoba era un experto. Entraba en confianza en dos minutos, y al tercero la gente le contaba pelos y señales propias y ajenas. Ni un psicólogo lograba en tan poco tiempo hacerle decir a una persona las cosas que Vilanoba les hacía contar. Ni hablar con funcionarios policiales, judiciales o políticos. En el mundo periodístico es conocido el enraizado hábito de los funcionarios de hablar cuando hay un periodista cerca. A veces para hacerle pisar el palito. Pero la mayoría de las veces para congraciarse. Otra vez, como si los periodistas fuéramos una raza superior. En fin...

    Los códigos de Vilanoba

    Un código no es solamente un compendio codificado de leyes o normas jurídicas. O una representación numérica que forma parte de un lenguaje técnico específico, como puede ser el informático. O un acuerdo comunicativo entre el emisor y el receptor de un mensaje verbal. El código, en el argot de la calle, es el principio moral por el cual una persona cumple con normas no escritas de convivencia. Sobre todo entre amigos, entre colegas o entre personas que integran un cierto círculo social. Vilanoba –otra más a favor de él- los tenía. Podía ser una persona soberbia y engreída, incapaz de darle ganada una a nadie. Pero no era lo que se dice un chanta, un cagador. Y yo, Samuel Marchesini, así como puedo dar acabado testimonio de su soberbia y su petulancia, de su engreimiento y su arrogancia, de su insoportable autosuficiencia, puedo dar fe también de sus códigos. Y lo digo, también por experiencia propia.

    Año 2005. Un jueves a la tarde me llama Berta, la directora, al despacho. Me dice que en el Hotel Embajador estaba hospedado Pino Solanas, el famoso cineasta argentino. Estaba de gira promocionando su película La dignidad de los nadies, filme que profundiza sobre la realidad argentina posterior al cimbronazo económico e institucional de 2001. Iba a dar una conferencia de prensa al día siguiente en la sede de la Federación Industrial, pero Berta era muy amiga del dueño del Embajador, Orlando Medina Insfrán, y había conseguido que me permitieran el ingreso luego de la cena, a efectos de abordarlo a Solanas y conseguir una exclusiva. Quería que la nota ocupara las dos páginas centrales del suplemento cultural del sábado. El fotógrafo Pereda iba a ir directamente al hotel desde su casa, ubicada en un barrio cercano al Embajador, en las afueras de la ciudad. Me fui del diario a casa, comí algo al paso y salí en busca de un remise o taxi que me llevara al hotel. Al cruzar Boulevard Colman en dirección al centro me toca bocina una amiga. Para ser más precisos, una chica con la que yo había salido durante algunos meses, hacía unos siete años. Me invitó a subir a su auto en un primer momento, y a ir a su departamento después. Y uno sabe que a veces la vida no presenta demasiadas oportunidades. Las que presenta deben ser aprovechadas. Y si bien siempre fui cumplidor con mi trabajo en el diario, ahora que -como se verá más adelante- ya no lo conservo, no tengo motivos para ocultar el hecho, el cual viene a cuento no ya para servir como panegírico de mis escasas dotes amatorias, sino para graficar el respeto de los códigos que tenía un colega a quien yo no le tenía ningún aprecio personal. En definitiva, el encuentro con esta chica se extendió hasta entrada la madrugada del viernes, y por ende la nota con Solanas no se concretó. Al otro día llegué al diario y Solano Pereda me estaba esperando en la recepción. Me llevó al bar de la esquina, y allí me dio un sobre. Lo había encontrado a Solanas tomando un café en el restaurante del hotel, y le había pedido algunas imágenes para ilustrar una nota sobre la película. Un fenómeno también el Flaco Solano, por supuesto. Pero ¿dónde entra en esta anécdota la intervención de Vilanoba y sus códigos? Solano me contó que en el hotel se festejaba el cumpleaños del Presidente del Círculo Policial de Coronel Pineda, Comisario José Luis Tesare, un amigo de Evaristo. Éste lo vio a Pereda en el hotel y le preguntó qué hacía. Pereda le contó la más estricta verdad: que yo tenía que hacer la nota central del cultural del sábado y no había aparecido. Vilanoba se sentó un rato con Solanas, le hizo algunas preguntas sobre la película, habló también un rato de política (el cineasta sería candidato a presidente dos años después), y hasta charlaron de cine e historia en general. El sobre que me dio Pereda tenía el cassette con la grabación de esa nota.

    El sábado al mediodía estaba escribiendo sobre la actividad automovilística prevista para ese fin de semana. Cuando llegó Vilanoba a la redacción, me levanté y fui a agradecerle el gesto. No había llegado a su escritorio cuando apareció Berta en la redacción.

    - Te felicito por la nota, Samuel. Solanas debe haberse sentido muy cómodo con vos porque el diálogo fue muy rico. De veras está excelente el reportaje...

    No alcancé a musitar un escueto gracias, y seguí derecho para el baño. Cuando volví a mi lugar, fui derecho a darle la mano a Vilanoba. Sin dejar de teclear, me miró con su habitual arrogancia, y me disparó un seco y cortante:

    - Pibe... hoy por ti,

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