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El último cigarro
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El último cigarro
Libro electrónico65 páginas51 minutos

El último cigarro

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Información de este libro electrónico

El último cigarro (Ed. Plexus, 2000) es un puñado de relatos breves que profundizan en la vida de la gente común. Vicios, sexo, depresión, violencia, entre otros temas, son tratados provocativamente por el autor. La sencillez con que están escritos los relatos permite que sean leídos con facilidad y avidez. Gustavo Laborde publicó además el libro de poesía El gato negro (Ed. Plexus, 1998)

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 may 2021
ISBN9781005681630
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    El último cigarro - Gustavo Laborde

    Gustavo Laborde

    El último cigarro

    Frame1

    2000

    Copyright 2021 Gustavo Laborde

    Smashwords Edition

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    a la memoria de mi madre

    Contador Cook

    El tic-tac del reloj parecía una bomba a punto de explotar. Julio estaba tirado en la cama, boca arriba, mirando a su alrededor, reconociendo que todo se encontraba en su lugar. Había pasado una noche muy dura y la estaba pagando con una resaca traicionera en incómodas cuotas. Se incorporó lentamente, se vistió a medias, se lavó la cara y apreció sus ojeras. Un desastre. Recién entonces pudo recordar la entrevista de trabajo. Sacó de su bolsillo una tarjeta: Lunes 16 de octubre, 15 hs. Hablar con el Cdor. Eugenio Cook. Miró su reloj; marcaba las 14:20.

    -Puta madre -pensó.

    Había mentido en las referencias diciendo que tenía conocimientos de PC, además de terminado el ciclo secundario. Pero lo único que sabía era robar radios de autos y lo que había terminado eran nueve meses en la cárcel de Santiago Vázquez. Pero para él esa etapa era pasado. Ahora sería un hombre honrado en busca de trabajo.

    Cerró la puerta y corrió apurado hasta la parada del ómnibus. Apenas llegó a la esquina un mareo tremendo lo hizo frenar. La saliva ácida comenzó a segregarse en su boca y fue inevitable. Se apoyó en un árbol y vomitó hasta la última gota de cerveza de la noche anterior. Una pasta maciza quedó en su garganta, ahogándolo. Se encaminó al bar lentamente, todavía mareado.

    -Hola, José -le dijo al mozo.

    -¿Qué hacés, Julio? -dijo el otro.

    -Mal. Traéme una cerveza.

    -Enseguida.

    Volvió a mirar el reloj; marcaba las 14:35.

    -Servíte, Julio. ¿Qué te pasa? no te ves bien -dijo el mozo mientras destapaba la cerveza.

    -Ayer anduve de joda con la gorda María. Nos emborrachamos tanto que no me la pude coger del pedo que tenía.

    -Y bueno, a veces pasa -comentó el mozo, como obligado a decir algo.

    Julio miró fijo la botella pensando ésta es la última de mi vida. Pero esa frase era su preferida para engañarse. Así que sirvió apurado un vaso lleno y lo terminó de un solo trago, sintiendo correr la cerveza bien helada por su garganta. Mientras terminaba el resto pagó con las últimas monedas que le quedaban y se fue.

    Por fuera tenia mal aspecto, arrugada, como la mayoría de las casas viejas sin reciclar. Las paredes mezclaban un verde claro de fondo con pequeñas manchas de humedad esparcidas por los rincones superiores. Tocó timbre y a los cinco minutos, un hombre mayor, de unos sesenta y pico de años, atendió.

    -¿En qué lo puedo ayudar, joven?

    -Tengo una cita con el contador Eugenio Cook -contestó Julio.

    -Ah, sí, adelante -dijo el viejo, haciendo un gesto con su mano izquierda.

    Todo el aspecto mediocre de la fachada se desvaneció en el interior de la casa. Una oficina central bastante amplia, decorada con un estilo moderno, sillas futuristas, alfombras rojas cubriendo el piso y pinturas abstractas llenas de rayas y colores, eran demasiado lujo comparado con lo externo.

    -Sofía -dijo el viejo-, este joven viene por el trabajo.

    -Ah, sí. Hola, yo soy Sofía, la secretaria del contador. Tomá asiento.

    -Gracias -respondió Julio, un tanto nervioso.

    -El señor Cook no puede atenderte -siguió ella-, pero me mandó tomarte los datos.

    Sofía era algo más que la secretaria perfecta. Ojos azules, pelo largo, lacio y rubio, y un aire de mujer feliz que la embellecía todavía más. Sin embargo lo que más impactó a Julio fue su minifalda, casi inexistente, y sus piernas muy existentes. Las pudo apreciar de a ratos, mirando por debajo del escritorio, recostándose en la silla y fingiendo limpiarse el pantalón de pana.

    -¿Nombre completo? -preguntó ella.

    -Julio Fernández.

    -¿Edad, Julio?

    -Veintidós años.

    -¿Sos casado?

    -No, gracias a Dios.

    -¡Uy! no

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