Toda una vida cazando
Por Ronald Palma
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Esta obra está basada en algunas de las aventuras de caza que fueron recopiladas por su autor Ronald Palma quien es un fanático empedernido e implacable cazador y amante de la naturaleza, quien vive en Lima, Perú. Es dueño de la armería y polígono de tiro Safari Ranch, también es instructor de tiro en todas sus modalidades deportivas, competidor
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Toda una vida cazando - Ronald Palma
PRÓLOGO
Con estas memorias quiero que puedan conocer y tratar de entender a todos los personajes del libro, que se transporten a cada lugar donde estuve y sientan cada sentimiento y vivencia compartida con un grupo de gente especial, conformada por una raza excepcional denominada «cazadores» .
Considero que esta raza de personas lleva en su sangre el Gen intacto de nuestros antepasados, que estoy seguro de que no sólo cazaban por necesidad o por satisfacer la necesidad de sus comunidades, sino porque sentían el mismo llamado de la naturaleza que sentimos nosotros sus descendientes hasta el día de hoy, ese llamado que tal vez pueda describirse en un susurro constante de la naturaleza que nos hace hervir la sangre y acelerar nuestros corazones para hacernos salir a mezclarnos con ella.
Quiero que entiendan que la cacería no es un deporte, sino una manera de vivir, que cada cazador, cuando decide salir a cazar, se convierte en un administrador, contador, caminador, rastreador, mecánico, cocinero, alpinista, sniper, médico, en fin, en amigo de todos y todo lo que lo rodea, es aquel individuo incansable que sortea todas las dificultadas que se presentan en la naturaleza para poder recolectar a su presa.
Quiero que entiendan que los cazadores no somos felices por matar, pero lo hacemos porque nuestro instinto ancestral nos lleva a compenetrarnos con nuestro alimento, saber el esfuerzo que cuesta obtenerlo y sobre todo, guardarle el debido respeto que se merece y que no sea sólo el frío gancho de un camal o un triste embudo de degolladero que tenga el recuerdo del animal que nos alimentará .
Honramos el recuerdo de la caza con esa foto con el animal abatido, que muchos no comprenden, pero que cada cazador entiende, que te hace recordar todas las horas que empleaste y todo lo que hiciste para obtener esa presa, desde que te sentaste en una mesa a pensar qué llevarías o necesitarías en esa aventura, hasta el día que compartiste la carne con tus familiares y amigos contándoles cada detalle vivido de aquella cacería, para que todos lleven en su recuerdo algo del animal cazado que los alimenta y no quede su existencia solamente en el triste y frío olvido de un cuarto de frigorífico o pasillo de mercado.
No existe cazador que haya olvidado a alguna de sus presas, no existe cazador que no contemple la belleza de la naturaleza en su máxima expresión, desde una simple hoja, una flor, un insecto, una piedra, una quebrada, un paisaje, los animales, en fin, todo lo que lo rodea, no existe cazador que no luche a morir por la conservación de la naturaleza, no existe cazador que no se agache a recoger la basura que contamina el campo.
El cazador goza en su máxima plenitud, ver el rostro del campesino que te recibe al llegar a su casa con la inmensa felicidad reflejada en su rostro, que comparte su humilde mesa como si fuera el más grande y hermoso de los salones, que ofrece un pedazo de pan con cachipa con amor y alegría, aunque tal vez no tenga qué comer el día siguiente. El cazador comprende y aprende de esta hermosa gente, que no sabe de racismo y peleas absurdas, que lo ves a la cara al llegar a su casa y le dices mirándolo directamente a los ojos: «Cómo estás mi cholo lindo», lo cargues y abraces.
Soy cazador porque me preocupo del bosque y sus animales, peleo por su subsistencia desde el bosque mismo, no desde un cómodo escritorio sin saber qué es lo que defiendo.
Soy cazador, definitivamente, porque lo llevo en la sangre y en el alma, absolutamente moriré siendo cazador.
Soy cazador porque me gusta, lo llevo en lo más profundo de mi ser y no busco que nadie me entienda, sólo quiero que lo respeten.
¡Saludos a mis hermanos cazadores!
AGRADECIMIENTOS
Quiero agradecer a mi esposa Ibett, a quien amo con toda el alma, agradecerle por su eterna paciencia y por todo el amor demostrado en el transcurrir de los años, a mis amadas hijas Gabriela, Fabiana y Carla por mis innumerables ausencias y por llegar a comprender y perdonar las lejanías constantes, a Charo por criarlas prácticamente sola en las primeras etapas de su vida.
A mis hermanos Roxana, Johnny y Susan, porque teniendo nuestras altas y bajas, siempre han estado y estarán presentes en mi mente y corazón.
Un agradecimiento a la eternidad para mis padres Coto y Coco a quienes amé, amo y amaré y que deseo con toda mi alma que algún día pueda volver a abrazarlos y sentir nuevamente el amor inmenso que me dieron.
Agradecer a mi hijo putativo Mariano, que sin él no estaría aquí, por brindarme su amistad abierta y sin miedo y por demostrarme ese cariño cada vez que lo veo.
Finalmente agradecer a cada uno de mis familiares y amigos, que sin ellos jamás hubiera tenido la vida plena que tengo.
EL CHINCHILICO Y BUSCA SANGRE
Un lunes por la tarde, hace unos 26 años, sentados en la oficina en un plan H
de esos, de los buenos, nos pusimos a conversar Tolo y yo de la próxima cacería de Semana Santa y tallar hasta el último de los detalles, así es que decidimos salir de cacería el martes por la noche a eso de las 7.00 p.m. para poder tener cinco días completos para perdernos en el cerro. Llamamos por teléfono a Luis y Conejo que se encontraban en Nasca, para que estuvieran listos y esperando nuestra llegada. Gildo, Tolo y yo saldríamos de Lima y los cinco formaríamos la partida de caza.
Salimos el día y la hora prevista, para variar, Tolo se la pasó contando chistes con Gildo todo el viaje, los dos son los cómicos de la caza, realmente todo un cague de risa, tienen el mejor humor sin importar la adversidad que se presente.
Llegamos a Nasca cerca de la una de la madrugada, según lo calculado. Recogimos a Luis y Conejo, subimos las provisiones a la camioneta y nos enrumbamos al cerro. Queríamos llegar a un lugar nuevo de cacería que le habían dateado a Conejo, antes de que amaneciera. Subimos por la carretera que va hacia Ayacucho y giramos a la izquierda después de unos 40 minutos, un poco antes de Pampa Galera, era una trocha que más parecía camino de herradura. Llegamos a una zona donde esta trocha se abría como si fuera una especie de óvalo y decidimos descansar un rato ahí, ya que teníamos el cuerpo hecho trizas por las horas de viaje y supuestamente ya nos encontrábamos en la zona de caza.
Habremos dormido un par de horas cuando nos despertó el amanecer, recién ahí pudimos ver cómo era la zona, abrimos el termo, compartimos una taza de café y nos dispusimos a subir al cerro, Conejo, Luis, Tolo y yo. Gildo se quedaría en la camioneta, avanzaría unos cuatro kilómetros y esperaría a que nosotros le diéramos el encuentro.
Comenzamos a subir el cerro, éste estaba lleno de cascajo y huevo de diablo, difícil de caminar. Después de casi tres horas de caminata y de sacarnos unos cuantos huevos de diablo de las botas y del pantalón camuflado, llegamos a la camioneta sin siquiera haber visto una sola huella de venado, ni un solo mojoncito seco, sólo nos salieron unas cuántas perdices chillando casi del lado de la bota. Gildo nos esperaba con unos sándwiches de atún que sabían a dioses.
Después de comer los sándwiches de atún continuamos por la trocha tratando de llegar al pueblo que, según Conejo, debería de estar cerca de donde nos encontrábamos.
Serían aproximadamente las 10.30 u 11.00 de la mañana cuando nos encontramos con un niñito de 7 años que caminaba con su palo por el camino, su nombre es Nilo, era bajito, chaposo, color morado costra; por el frío de la sierra, vestía una camisa blanca con chompa ploma de colegio, un pantaloncito plomo oscuro y remendado, con sus ojotas y sin medias, al cual, cariñosamente, más adelante lo bautizamos como el Chinchilico
.
Tolo preguntó: —Nilo ¿hay venados por esta zona?
Nos miró muy seriamente y señalando la parte alta del cerro dijo: —Vinadus me habla siñor, claru qui sí hay, tinemos qui ispantarlos con el palo para que no ti pisen.
Al escuchar esto, todos nos miramos y pensamos a la vez «¡éste es el lugar!». Le preguntamos nuevamente si sabía exactamente dónde estaban los venados. A lo cual nos contestó:
—Siñor, conozco isti lugar como la palma de mi mano.
—¿Por dónde subimos Nilo? —preguntamos.
—Por aquí numás siñor —contestó.
Estacionamos la camioneta a un lado de la trocha, sacamos las carabinas y las balas con cantidad extra.
—Nilo, ¿hay perdices? —preguntó Tolo nuevamente.
—¿Pirdicis mi habla señor?, hay cumu piedras, hay que patiarlas para caminar.
Al escuchar esto, carajo, todos sacamos las escopetas y cartuchos y dijimos: «Cazamos dos venados y unas veinte perdices por cazador y la hacemos linda». Regresamos a Nasca, descansamos y salimos al día siguiente nuevamente a cazar a nuestro lugar habitual que eran las aguas termales. No se diga más, Tolo, Luis, Conejo y el que escribe, subimos con la carabina a la bandolera y las escopetas en la mano y los bolsillos rebosantes de balas y cartuchos, Gildo se quedó en la camioneta para seguirnos los pasos desde la trocha.
Subimos hasta la cima del cerro y caminábamos por la fila que formaban unas lomadas con olladas muy bonitas, todo pintaba hermoso, pero no encontrábamos nada, ni huellas de venado, ni ninguna perdiz que saliera chillando y volando a nuestros pasos, le preguntábamos a Nilo dónde estaban los animales, «más allacitu siñor». Habremos caminado hasta las cuatro de la tarde cuando le preguntamos nuevamente a Nilo:
—¿Los venados y las perdices?
—Ayyy patruncito, nu sé que habrá pasadu hoy, ista muy raro este día. Un favorcitu ¿mi carga?, que istoy muy cansado, ya no puido caminar —dijo.
Nos echamos a reír a carcajadas, Tolo se lo puso en la espalda y nosotros nos repartimos sus armas y municiones, bajábamos riéndonos y diciendo: «Un niño nos agarró de cojudos y para cerrar con broche de oro la caminata de todo el día lo tenemos que bajar cargado, éste resulto ser un pendejo, es todo un chinchilico».
Llegamos casi muertos de cansancio a la camioneta, llevamos a Chinchilico a su casa, nos despedimos, le dejamos unos caramelos de limón, un dinerito por la anécdota vivida y nos fuimos directo a nuestro lugar de siempre.
Cada vez que vemos a Nilo, él ya con más de 30 años, todo un hombre y ya sin su dejo de la sierra, nos dice que ese día estaba aburrido y que le hicimos vivir el mejor día de su infancia y siempre terminamos riéndonos y ahorcándolo cuando recordamos esa anécdota.
Llegamos a las aguas termales alrededor de las diez de la noche, bajamos las cosas, hicimos una fogata, preparamos una sopa de sobre y