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Manual del cazador
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Manual del cazador

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Perros de caza, técnicas y modalidades, armas y municiones, terrenos libres, cotos, reservas, con la legislación vigente sobre práctica de la caza y la propiedad de armas.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 jul 2016
ISBN9781683250968
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    Manual del cazador - J. M. Mundet

    útiles

    La caza como deporte

    Sobre si la caza es esencialmente un deporte habría mucho que escribir. Ortega y Gasset decía en el famosísimo prólogo a Veinte años de caza mayor del conde de Yebes: «La caza no se puede definir por sus finalidades transitivas —utilidad o deporte—». La afirmación es evidente si tenemos en cuenta que el concepto de caza era válido tanto para definir la que practicaban nuestros antepasados prehistóricos —manifiestamente utilitaria— como la que practicamos nosotros —con una intención «deportiva», de solaz y distracción de nuestras ocupaciones habituales—. En la primera deberíamos incluir la actividad cinegética de los actuales cazadores profesionales y la de los aborígenes de algunas regiones africanas y asiáticas.

    En cualquier caso, este libro no va destinado a quienes buscan en la caza un provecho material o utilitarista, aunque se ha de convenir que la modalidad que practicamos casi todos los cazadores resulta un deporte muy especial, ya que se trata de una distracción en la cual las motivaciones personales suelen primar sobre las utilitarias. A este propósito debemos aclarar que damos por muy buena la definición que da el propio Ortega y Gasset: «Caza es lo que un animal hace para apoderarse de otro, vivo o muerto, que pertenece a una especie vitalmente inferior a la suya» (con la salvedad de que la superioridad del cazador sobre su caza no es absoluta, ya que la presa puede zafarse y salvar la vida). Esta definición es la más general que podría darse, puesto que en ella tiene cabida tanto la caza que practica el hombre como la del águila respecto del gazapo. Esto es lo que hacemos todos los cazadores, pero no son iguales los motivos por los que lo hacemos: afición a la naturaleza, deseo de distracción, necesidad de hacer ejercicio o reafirmar la personalidad. Estas aficiones, que en principio, parecen extrínsecas a la caza en sí, y otras muchas que podríamos citar, modelan otras tantas maneras de entenderla y practicarla. Y la modelan de una manera mucho más profunda que las motivaciones que nos inclinan a practicar el montañismo, el fútbol o la navegación a vela.

    De esta diversidad se deduce lo difícil que resulta averiguar dónde está lo deportivo en las distintas maneras de cazar, en un ojeo, en una montería, o en una jornada de caza en solitario. No se halla en lo que tienen en común —el intento de apoderarnos de una pieza—, sino que debe estar en la manera y estilo con el que cazamos. En una palabra, lo deportivo consistirá en respetar las reglas del juego, que en una parte importantísima aparecen en el Boletín Oficial del Estado (BOE); reglas que junto con otras no escritas, al menos en España, forman el conjunto de normas necesarias para que la caza tenga un aire deportivo y no sea una batalla de exterminio de las especies o una guerra declarada entre los cazadores. Y es que la caza, junto con la pesca, es el único deporte que puede practicarse sin estar relacionado con la posesión material de algo, en este caso la pieza. Pensemos por un momento en lo que ocurriría si no existieran unas reglas de juego muy concretas.

    Al llegar a este punto no podemos dejar de discrepar de Ortega y Gasset, aunque sea en un aspecto para él marginal que aporta como ejemplo. Este autor dice: «Que la caza sea un deporte es indiferente a la caza. Porque hay una caza puramente utilitaria, que practicaba el hombre de la época paleolítica y que practica el cazador furtivo de todas las épocas. Ahora bien, esta caza, nada deportiva, no es menos caza que la otra». Pero, ¿y la caza furtiva no utilitaria? ¿Es un deporte? Porque existe el furtivo que siembra de cepos nuestros bosques —y su acción encaja perfectamente dentro de la definición de caza dada por Ortega— para vender en los bares y tabernas los pajarillos que logra atrapar. Y su caza es verdaderamente utilitaria. Pero hay también otro furtivo, cuyo único pero grave furto consiste en hacerse un calendario o un horario a su conveniencia, o en utilizar métodos contrarios a los establecidos. Ahora bien, este hombre, cuando se encamina hacia el lugar de caza, con la escopeta desmontada dentro de un saco, no piensa en el provecho que pueda obtener. Simplemente está tan obsesionado con la caza, que no puede resistir la tentación de la escopeta y la pólvora. Y si esta caza no es utilitaria (como es evidente) ni deportiva (como dice Ortega, y debemos reconocerlo todos los cazadores), ¿qué clase de caza es? Simplemente, es una caza no deportiva.

    ¿Hay algún deporte más apasionante que la caza? ¿Hay un deportista más entusiasta que el cazador? Decimos de un deportista cualquiera que es apasionado con sólo ver su manera de actuar o de hablar de su afición. El cazador es quizás el único que puede disimular su pasión —no queremos decir que siempre lo haga— detrás del silencio o el sosiego. Pero no hay otro como el cazador que quede más fuera de sí, más inhibido, más ausente de todo lo que no sea su «deporte». Esto no se ve desde fuera; hay que vivirlo. ¡Sí hay motivos para decir que la caza es un deporte muy especial! Tantos como para ver que la única manera de que pueda practicarse y mantenerse es que se juegue deportivamente, con reglas de juego, nos gusten o no. Y hay que reconocer que el cazador es el deportista más tentado a «incurrir en falta».

    Este sería el momento de intentar descubrir el porqué de esa tendencia del cazador hacia la pasión o hacia la irracionalidad. Tendría mucho que ver con el fundamento del cazador, un hombre que sin motivos demasiado comprensibles arremete a tiros contra unos animales. Pero estas averiguaciones, que rozan disciplinas más serias, las dejaremos para los especialistas. Nosotros nos quedaremos con la necesidad, si queremos seguir cazando —lo cual es más difícil cada día—, de dar a la caza un toque de racionalidad y disciplina.

    La caza en España

    España había sido siempre paraíso para los cazadores. Una especie podía desaparecer, por un periodo más o menos largo, de una zona determinada y sin que se supieran las causas, pero volvía a aparecer también de modo imprevisto y muchas veces con caracteres de verdadera invasión. Había abundancia y variedad de piezas, y el cazador podía escoger: perdices por la mañana, conejos por la tarde y jabalíes en cualquier momento. La caza era privilegio de unos pocos. No un privilegio de nobles como en la Edad Media, pero sí un privilegio originado por la falta de comunicaciones. Aparte de quienes tenían dinero y tiempo para trasladarse desde las ciudades —y eran una minoría—, cazaban únicamente los campesinos ricos y pobres porque les bastaba salir a la puerta de su casa para encontrarse con la caza. Las leyes se respetaban a medias, pero la abundancia de caza era tal y los cazadores tan pocos, que las irregularidades apenas se notaban.

    Sin embargo, a partir de los años cincuenta, este idílico panorama cambia por completo: a medida que aumentan los cazadores, disminuye la caza. Actualmente hay en España más de 1.300.000 licencias de caza. Aumentan los cazadores porque sube el nivel de vida y mejoran las comunicaciones, lo cual facilita el desplazamiento de la ciudad al campo. Y aumentan porque las aficiones son contagiosas, y personas que en su vida apenas han pisado un bosque se pertrechan de escopeta y cartuchos y, buenos o malos, se convierten en cazadores.

    Los motivos que influyen en la disminución de la caza son muy variados. Debe tenerse en cuenta el aumento de cazadores, pero también las vicisitudes por las que pasa nuestro campo: abandono de los cultivos en muchas zonas con la consiguiente desaparición de alimentos; abandono también de la limpieza de los bosques, que provoca en primer lugar la invasión de la maleza y después facilita la propagación de incendios; y la aparición de fertilizantes e insecticidas en la agricultura, letales para muchas especies silvestres.

    Junto a esto, algunas enfermedades han diezmado ciertas especies, como ha ocurrido con la mixomatosis, contraída por el conejo. Aunque durante muchos años ha podido aplicarse una vacuna con buenos resultados, el virus ha mutado, y ha dejado de manifestarse mediante tumores que afectaban a la cabeza y los genitales para pasar a hacerlo como una forma de neumonía hemorrágica que provoca la muerte en dos o tres días y ha obligado a los expertos a preparar un nuevo tratamiento.

    Además, entre los enemigos de la caza, están los pesticidas, los grandes incendios forestales, las talas abusivas, las autopistas y las pistas forestales, que permiten el acceso del gran público a todos los terrenos, ya sea en turismos o en vehículos todo terreno y motos, turbando la tranquilidad del monte durante todo el año y la procreación de las especies.

    Añádase, además, en otro orden de cosas, la mayor efectividad de las armas y las municiones, súmense otras causas desconocidas y se obtendrá un cuadro aproximado de las causas de la disminución de la caza.

    Es muy cierto que no hace muchos años se podía salir de caza, sin grandes pretensiones y con pocos medios, y regresar con una buena percha, compuesta por perdices, conejos, torcaces y alguna liebre. Precisamente en esta variedad estaba uno de los mayores alicientes de la caza. Hoy, en grandes regiones la abundancia se ha tornado escasez y hay que confiar en una buena migración de aves de paso para poder disparar cuatro tiros. El panorama, como ocurre siempre, les parecerá acertado a unos y exagerado a otros. Estos últimos argüirán que, en muchas zonas de la meseta castellana, de la Mancha y de varias provincias de Andalucía, la caza es tanto o más abundante que en años anteriores, sobre todo en lo que respecta a algunas especies, como la perdiz. Esto es muy cierto pero no para los terrenos libres, sino para los acotados y aun entre estos hay que distinguir los privados de los locales.

    Hemos tocado un tema espinoso, como es el de los acotados. El anuncio de una nueva Ley de Caza despertó en muchos la esperanza de que su aplicación se traduciría en una mejora del panorama cinegético español. De un modo especial, se esperaba una solución al problema de los acotados y la consiguiente o paralela protección al cazador modesto. Pero este ha visto cómo los terrenos iban desapareciendo en beneficio de los acotados. Ciertamente, no todos son acotados privados. Lo que sí se ha desarrollado en gran medida durante los últimos años es la creación de cotos locales, patrocinados por las sociedades de cazadores. Sin embargo, estas no suelen contar con los medios económicos de que disponen la mayoría de propietarios de cotos particulares, que entienden muchas veces el acotado como un negocio. Las repoblaciones en los cotos locales son modestas y no cubren las necesidades de los socios, hasta el punto de que en muchos casos el cupo de beneficiarios está cerrado.

    Hasta aquí lo que se refiere a la caza menor. En cuanto a la caza mayor, prácticamente sólo el jabalí se encuentra en terrenos libres. De hecho, su presencia ha aumentado de manera espectacular en toda la Península, sobre todo en Galicia, Aragón y Cataluña.

    Otro caso similar, aunque menos acentuado, es el del corzo, un animal cuya caza es bastante difícil a causa de su gran timidez, sus portentosas facultades y su costumbre de vivir en los grandes bosques. En las masas forestales se ha reproducido en abundancia y si no decrece su ritmo reproductivo, pronto podrá verse en los llanos de cereales o hierbas forrajeras, lo cual facilitará su captura. En Cataluña, y durante los últimos años, la Federación de Caza, con el patrocinio de la Consejería de Agricultura del gobierno autonómico, ha llevado a cabo importaciones anuales desde Francia (concretamente de La Camargue) tanto en reservas nacionales de caza como en otros terrenos (Pallars, Valle de Arán, Sierra del Cadí, Maresme, Sierra de Prades, etc.). Los resultados han sido, hasta el momento, excelentes.

    El resto de las especies de esta categoría origina unos dispendios económicos que muy pocos pueden permitirse.

    Lo peor es que no se vislumbra ninguna solución posible, lo que hace que los problemas de la caza se conviertan en insolubles. El aumento del número de cazadores provoca la insuficiencia de caza para todos, y cada día habrá menos. En cambio, el partidario de los cotos dirá que si no fuera por su existencia ya se habría acabado la caza en España, y ello puede ser cierto. Por su parte, el defensor de las reservas y cotos de caza mayor dirá que los gastos son muy elevados y que sólo así pueden existir en España ciervos, gamos y muflones.

    Así pues, ¿qué perspectivas presenta la caza para el cazador modesto? El principiante puede deducirlas de lo dicho hasta aquí. Al veterano le basta con su experiencia. Ambos llegarán a idénticas conclusiones: la abundancia de caza puede fluctuar; unos años serán mejores que otros, pero la venturosa abundancia de la primera mitad de este siglo no volverá jamás. ¿La falta de alicientes hará disminuir esta extraordinaria afición que vivimos en la actualidad? Las modas son imprevisibles. Quizás el aburrimiento haga colgar la escopeta a algunos, pero no debe olvidarse que la afición a la caza es muy intensa en quienes han sentido alguna vez el olor a pólvora.

    Puede que llegue un día en que, gracias a repoblaciones masivas y muy controladas, vuelvan a abundar las especies autóctonas. Pero entonces ocurrirá lo que sucede en algunas zonas de Estados Unidos descritas por Delibes en el prólogo de Alegrías de la caza: que las perdices y los conejos habrán nacido en una granja y ya no tendrán nada de la bravura de nuestros animales salvajes. Serán como perdices o conejos domésticos, y la caza se convertirá en algo muy distinto de lo que es actualmente.

    La caza y el campo

    Hemos dicho antes que una de las motivaciones o, si se prefiere, uno de los alicientes de la caza, es la posibilidad de entrar en contacto con nuestros campos y bosques. Y no es poco motivo para quien sabe disfrutar de ese magnífico espectáculo que es la naturaleza. Aunque parezca una paradoja, hay que colocar en primer término las mismas piezas que intentamos cazar. Las astucias del conejo, la bravura de la perdiz, la potencia y fiereza del jabalí, el vuelo rápido de la agachadiza son un regalo para la vista que muchas veces se asemeja al goce de un disparo acertado.

    Pero junto a esto, no hay que olvidar los demás animales y las plantas que pueblan nuestros bosques; en una palabra, toda la vida que rodea al cazador. Después, el paisaje, que unas veces puede ser monótono pero que otras será magnífico; una salida del sol, si somos madrugadores, o una puesta; una mañana de invierno de atmósfera limpia que nos permite alcanzar con la vista profundas lejanías. El cazador que sabe unir a su afición cinegética los gustos del naturalista y del excursionista, disfrutará por partida doble. No hay que despreciar esta posibilidad.

    Todo esto se ve aumentado en la caza de montaña. Es el terreno más característico para el rececho de los rebecos y machos monteses. En ella se puede cazar, hasta un cierto límite de altura, la codorniz y la liebre.

    Para apreciar la caza de montaña en su justo valor hay que tener algo de poeta. En esa alegría participan todos los sentidos: la vista puede extasiarse con el encanto de las panorámicas; el oído recoge las más sutiles voces del bosque; abetos y pinos componen olores que embriagan; la sangre corre más veloz por las venas y los pulmones parecen dilatarse gracias a la pureza del aire que los llena y vivifica.

    El cazador ha pasado fatigas para alcanzar las cumbres, pero le espera una hermosa recompensa además de la caza. También el perro parece transformado; se ha vuelto más cauteloso en la búsqueda, más serio y reflexivo, como si advirtiera la solemnidad del ambiente que le circunda. Puede que la caza no abunde en la montaña, pero los escasos ejemplares que el cazador pueda conseguir son más apreciados debido a los esfuerzos que ha realizado para lograrlos.

    Exhortamos a los cazadores a disfrutar de tanta belleza, porque merece ser disfrutada. Debemos añadir, sin embargo, que la caza en la montaña exige del cazador sabiduría y mesura. El cazador debe ser, más que ningún otro si cabe, amigo y protector de la caza. Algunas especies se han cazado tanto que están próximas a la extinción. En la montaña, la caza indiscriminada es un delito de lesa naturaleza. La conciencia del cazador debe llegar allí donde no llegue la ley y no arruinar una fauna que es el más bello ornato de la montaña.

    No estará de más que al llegar a este punto hagamos algunas consideraciones prácticas. Conviene tomarse la montaña con calma. Observemos al montañés: nunca corre. Su caminar es calmoso hasta la exasperación. Sabe que la fatiga le acecha a cada momento, y procura igualar el paso con el ritmo del corazón.

    Después de la fatiga, el mayor tormento es la sed. No siempre es posible encontrar en la montaña el riachuelo o la fuente reconfortantes. No hay que olvidar llevarse una cantimplora llena de café u otra bebida.

    Para quien va a la montaña, la prudencia es una imperiosa necesidad. Poner un pie en falso al borde de un barranco puede costar la vida, pero también una simple torcedura, lejos de quien pueda prestarnos ayuda, se convierte en una fuente de sufrimientos atroces. Por esto se requiere prudencia, cautela y tener siempre la cabeza bien asentada sobre los hombros. Que no nos lo hagan olvidar ni la persecución de una pieza codiciada ni la contemplación de un bello paisaje.

    Las aves rapaces

    Según la Orden de Vedas, algunas especies están protegidas, lo que significa que su caza está penada por la ley. Entre esas especies se encuentran prácticamente todas las aves rapaces. Volveremos a insistir sobre este punto en el capítulo siguiente, al hablar de la legislación. Pero si lo hacemos aquí es porque nos da pie para tratar un tema que todo cazador debe conocer, como es el del equilibrio ecológico de la naturaleza.

    El cazador es propenso a disparar a todo lo que se mueve y, en especial, a todo lo que vuela. Las rapaces, cuando planean lentamente en busca de alimento, son un blanco propicio. Por suerte para ellas, las distancias engañan bastante y la mayoría de los disparos queda corta. Pero siempre se puede recurrir a las esperas y la destrucción de los nidos. Y es que, además del gusto por disparar, existe en muchos cazadores el convencimiento de que con su acción contribuyen a la conservación de las especies que normalmente suelen ser víctimas de las aves rapaces y a retrasar la llegada del poco esperanzador panorama que hemos dibujado antes. Si conocieran las ordenanzas legales, indagarían en la causa de su existencia. De hecho, no son pocos los cazadores que piensan que la caza responde al intento de proteger unas especies que, en algunos casos, se hallan en vías de extinción.

    No obstante, las aves rapaces desempeñan un papel importante en la naturaleza, puesto que limitan la proliferación de ciertos animales como las víboras y ciertos roedores, por ejemplo, y eliminan, sobre todo, animales heridos o enfermos, tarados o anormales, que son las presas más fáciles de capturar. De este modo se eliminan las lacras y se evita la degeneración de las especies.

    Todos los animales que pueblan nuestro planeta se han adaptado a unas colosales cadenas alimentarias; desde las simples hierbas de los campos y los insectos, a los grandes carnívoros y rapaces. Si un eslabón se rompe debido a la intervención equivocada del hombre, toda la cadena puede resultar afectada y sobrevenir una catástrofe.

    Indudablemente, las rapaces capturan también piezas que gozan de buena salud e incluso algunos pollitos y gallinas de las que picotean en los alrededores de nuestras casas de campo, pero de estos casos no puede hacerse un drama de enormes e injustas proporciones. En realidad, las rapaces son preciosos auxiliares de nuestra agricultura y de los mismos cazadores. Sus raras fechorías están largamente compensadas por su labor sanitaria y selectiva sobre la caza, y por frenar la peligrosa proliferación de roedores y de serpientes venenosas.

    Por otra parte, el temor de verlas pulular pavorosamente, si no son destruidas, es sencillamente ridículo. Sus puestas anuales son de pocos huevos, y una pareja de halcones necesita para alimentarse un territorio que tenga al menos un diámetro de cinco o seis kilómetros. Por otra parte, los polluelos de algunas de estas especies no alcanzan la madurez hasta los cuatro o cinco años.

    Ni la ley ni la voz de los naturalistas han sido escuchadas. Los cazadores no ahorran nunca un disparo contra un halcón, un mochuelo o un milano. Pero muertas las rapaces, los topos, ratones y serpientes aumentarán de manera alarmante, con los efectos desastrosos que pueden suponerse para la agricultura.

    Si hemos expuesto el tema en el presente capítulo es para citar un aspecto, sólo uno de tantos, en que el cazador puede contribuir a la mejora de nuestro entorno.

    Legislación

    Textos fundamentales

    En este capítulo pretendemos ofrecer un claro resumen de las disposiciones legales que pueden tener un mayor interés para el cazador y que no se incluyen en otras partes del libro. En este sentido, cabe señalar que hemos procurado limitarnos a las contingencias más normales y frecuentes.

    No haremos casi nunca referencia a leyes o decretos de aplicación muy reducida ni a aquellos aspectos de la ley que no se refieren al cazador, sino a organismos públicos o privados. Tampoco hay que buscar en estas páginas algunas normas de compleja aplicación, como pueden ser, por ejemplo, los trámites para crear un coto de caza o para instalar una explotación turístico-cinegética. Entendemos que en estos casos el interesado debe buscar asesoramiento jurídico en otro lugar. Por último, no incluimos las penalizaciones por delitos o faltas contra la ley en el ejercicio de la caza, limitándonos a reseñar las prohibiciones. El resto es labor de un abogado.

    Quien quiera conocer con más detalle los textos legales fundamentales referidos a la caza deberá consultar, entre otros, los siguientes:

    — la Ley de Caza vigente, de 4 de abril de 1970, aparecida en el BOE del día 6 del mismo mes; el Reglamento apareció en el BOE los días 30 y 31 de marzo de 1971;

    — el Reglamento del Seguro Obligatorio de Responsabilidad Civil del Cazador, de 20 de julio de 1971, publicado en el BOE el 23 del mismo mes.

    Los textos básicos sobre la reglamentación del uso y tenencia de armas para la caza están contenidos en el Real Decreto del Ministerio del Interior, 137/1993 del 29 de enero, y que fue publicado en el BOE del 5 de marzo de 1993.

    Como dato interesante para el cazador, hacemos constar que este nuevo Reglamento de Armas, entre otras novedades dispone en su artículo 100, apartado 5a, que las armas de la categoría 2.a 2 (rifles para la caza mayor) deberán ser guardadas «en los propios domicilios de sus titulares, en cajas fuertes o armeros homologados, con las medidas de seguridad necesarias, aprobadas por el servicio de Intervención de Armas de la Guardia Civil, que podrá comprobarlas en todo momento».

    La caza en las reservas y en los cotos nacionales está regida por una Orden del Ministerio de Agricultura de 16 de noviembre de 1972 y publicada en el BOE de 27 del mismo mes.

    También debe considerarse muy importante la Orden de Vedas de cada temporada de caza, que suele aparecer en el BOE en el mes de junio. Aparte de la Orden de Vedas nacional, cada comunidad autónoma fija la suya propia, de acuerdo con lo que acuerdan los Consejos de Caza regionales y provinciales, en función de las condiciones climáticas y ecológicas propias de cada provincia y temporada.

    La caza, en sus más variados aspectos, depende del Ministerio de Agricultura, el cual desde el Decreto-ley de 28 de octubre de 1971 y hasta 1995 la ha organizado a través del organismo llamado ICONA (Instituto Nacional para la Conservación de la Naturaleza). Antes de esta fecha la caza dependía del Servicio de Pesca Continental, Caza y Parques Nacionales, que como tal aparece en toda la legislación anterior a la creación del ICONA. Así ocurre en la ley y reglamentos de caza.

    Después de la desaparición de ICONA las competencias han sido traspasadas a las comunidades autónomas. Para evitar confusiones y repeticiones, nos hemos permitido sustituir, tanto en este capítulo como en el resto del libro, la palabra servicio por ICONA, incluso cuando reproducimos, más o menos textualmente, textos legales anteriores al 28 de octubre de 1971.

    Hay que tener en cuenta que las temporadas de veda y caza varían cada año según las disposiciones de los gobiernos autónomos. Por ello, y aun siendo fiables los datos consignados en los cuadros siguientes, lo más recomendable es ponerse en contacto con las entidades que gestionan la caza en cada comunidad autónoma. Al final del libro puede consultarse un apéndice donde se recogen todas las direcciones necesarias.

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