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Cupcake Girl (Un Extraño Viaje)
Cupcake Girl (Un Extraño Viaje)
Cupcake Girl (Un Extraño Viaje)
Libro electrónico210 páginas2 horas

Cupcake Girl (Un Extraño Viaje)

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Verano de 1969; Mary Claire Dennings es una joven de 17 años a la que su novio, Corrigan Bloom, invita a un concierto que juntará varios músicos en California. Sin embargo, lo que debiese ser un romántico escape, se convierte en una extraña odisea cuando la joven pareja pierde el tren y termina involucrándose con una caravana hippie en una misión secreta, lo cual les hará pasar todo tipo de particulares experiencias, propias de la década que cambió la historia.

 

"Cupcake Girl: Un Extraño Viaje" es una comedia ligera que hace referencia y homenajea varios aspectos de los 60s; y se recomienda especialmente para quien guste de esa época y busque distraerse un rato con las curiosas y absurdas experiencias de una joven pastelera, su novio y una caravana de hippies en su largo y extraño viaje a un concierto.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento29 abr 2021
ISBN9798201902742
Cupcake Girl (Un Extraño Viaje)

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    Cupcake Girl (Un Extraño Viaje) - Jerzy P. Suchocki

    1

    La Pareja del Rincón Sucio

    Su cuerpo se movía al rápido ritmo –que algunos aún llamarían twist – de aquella canción que había colocado hacía un momento y que pertenecía a una generación que se consideraba revolucionaria, al menos entre la gente de su edad. Su nombre era Mary Claire Dennings, tenía 17 años y se deslizaba de aquí a allá en meras calcetas negras que acompañaban un vestido azul marino, correspondiente al verano de 1969, mientras danzaba al compás de uno de los tantos covers de rock n’ roll interpretados por alguno de esos varios grupos británicos que fuerte dominación e influencia habían impuesto a lo largo de la misma. No daban aún ni las siete de la mañana, ni las cortinas habían sido abiertas, cuando la música ya sonaba a todo volumen allá adentro.

    Había colocado el pan recién salido del horno en sus respectivas bandejas y ahora se hallaba colocándole los diferentes tipos de glaseado o decoros a unos pastelillos recién hechos, mientras la canción continuaba y, con ésta, su baile. Quizá le ayudaba a concentrarse o quizá sólo le inspiraba a moverse más a esa temprana hora de un día de verano. Cual fuese el caso, al tener tal música a tal volumen, realizaba con un mayor agrado lo que tenía que hacer, fuese preparar la masa, meterle al horno, decorarle o acomodarle en estantes... aunque manteniéndole esto igualmente distraída de otras cuestiones.

    Una de ellas, el ring-ring de la pequeña campanita sobre la puerta del local ante la entrada de un trío de mujeres que habían acudido a comprar pan fresco y se topaban ahora con la danza en calcetas de una chica de 17 años, con el largo cabello negro agitándose sobre su espalda y hombros y con una música que su generación aún no comprendía o aceptaba del todo.

    –Oh... –exclamó, sorprendiéndose de su presencia al terminar de su baile y siendo pronto invadida por pena–, ¿vieron eso?

    El trío no respondió nada, aún pese a la amable actitud de Mary Claire, dedicándose únicamente a su compra y a murmurar entre sí sobre la conducta desenfrenada de las nuevas generaciones – y de la cual acusaron a la joven servidora con su patrón y tío.

    –Aunque sabes que a mí no me molesta lo que a ti o a tu generación les guste –empezó a decirle, al final de la jornada y sentado detrás de la caja registradora y rascándose su frondosa barba canosa–, algunas personas por aquí se asustan; y no sólo es contigo o con los de aquí, sino que es algo que está pasando en todas partes. Sea lo que sea que esos músicos y los movimientos que han provocado se traigan ha alterado a todos. Así que, de preferencia, trata no hacer cosas así. Sé que sólo estabas bailando, pero la gente... tú sabes, se altera fácil. ¿De acuerdo?

    –Sí, tío Alfred –respondió Mary Claire, respetuosa.

    Desde luego, su reacción a ese reclamo era la de un desanimo combinado con molestia. Si siempre había procurado ser amable y atenta en su trabajo, una crítica hecha por sus gustos era injusta – cuando menos, así lo consideraba. Sin embargo, no protestaba a este tipo de comentarios cuando su tío se los expresaba. Después de todo, le consideraba un hombre de buena actitud y calma difícil de alterar. Podía no hacer mucho en su panadería (cuando menos no cuando Mary Claire estaba presente), pero trataba a la joven con la misma amabilidad que tuviese con cualquier otra persona, lo que creaba un ambiente agradable en el cual laborar durante la temporada vacacional... en especial si era sólo un trabajo con el que buscase cubrir gastos menores y personales.

    Como casi toda joven de su edad, admiraba y disfrutaba de la música de grupos como The Beatles o Bob Dylan; y mucho de sus ingresos se habían convertido en una amplia colección de afiches y discos de vinilos que, de no ser tan pesados y teniendo la seguridad de ponerles en cualquier lado, les llevaría consigo a todas partes. Naturalmente, esto sería algo imposible, pero se compensaba asistiendo a algunos clubes locales (que no eran muchos, residiendo en una pequeña ciudad pesquera del norte de Estados Unidos), tales como El Rincón Sucio, lugar que soliese frecuentar casi cotidianamente durante los últimos tres años en compañía de su novio, Corrigan Bloom – y aquella tarde no sería la excepción.

    Casi inmediatamente a recibir la llamada de atención de su tío, la campanita sobre la puerta sonó y debajo de ella apareció la alta y esbelta figura de Corrigan, vistiendo un suéter negro de cuello de tortuga y acampanados pantalones azules.

    –Buenas tardes, Sr. Dennings –dijo tan pronto abrió la puerta y se volvió objeto de la mirada del tío y sobrina ahí presentes–. Vengo por...

    El tío Alfred, sin embargo, no respondió, bajando la cabeza y enfocándose en contar los billetes de las ganancias del día. No tenía tan agrado por Corrigan... o por quien saliese con Mary Claire, realmente, ni por la mayoría de la gente de la edad de su sobrina, excepto por ella. Con el entusiasmo típico de la circunstancia, la joven pastelera volteó hacia él, pero antes de que pudiese decir algo, el tío Alfred, apenas alzando su mirada hacia Mary Claire sólo dijo:

    –Ya vete...

    –¡Gracias! –respondió Mary Claire, concediéndole un veloz abrazo, antes de ir corriendo hacia Corrigan, con quien dejase el local apresuradamente.

    –Hasta luego –se despidió Corrigan, sin recibir más respuesta de Alfred Dennings que el de un sacudir desaprobatorio de su cabeza.

    La pareja caminó calle arriba, rumbo al centro, con el sol cayendo a sus espaldas, pero sin que nada llamase más sus atenciones que las de la presencia del otro; y al poco rato llegaron al dichoso Rincón Sucio. Como cualquier otro club de música, tal era el pequeño espacio de escape local para todo joven incomprendido por generaciones previas y donde se podía disfrutar de aquella música en varias ocasiones malinterpretada como alborotadora, pero que más que nada, señalaba y denunciaba varios de los conflictos sociales de la época.

    Originalmente una fábrica, luego convertida a carnicería, abandonada y transformada así por su actual dueño, el Sr. Ruffalo, en un club de rock & roll, se trataba de un espacio amplio, con techos nunca ausentes de altas nubes de humo de cigarro y paredes grises con pinturas groovies que se esparcían alrededor de las varias bancas y mesas dispersas a su interior. Una de estas mesas, situadas en un punto céntrico del bar, se había convertido en un punto de costumbre para la joven pareja y ahí se situaban, como cada tarde, comentando de lo acontecido en el día de cada uno.

    –Si no les gusta algo, está bien –se quejaba Mary Claire de los señalamientos de aquel trío que el tío Alfred le comentase rato antes– pero ¿por qué criticar y quejarse de alguien a quien le gusta de ese algo? ¿En qué les afecta?

    Corrigan echó una risa.

    –Ya, no te exasperes –respondió, dándole un trago a la espumosa cerveza delante suyo–. Los problemas entre nuestra generación con las anteriores son muy comunes entre toda persona de nuestra edad; o, al menos, entre quienes disfrutamos de ciertas cosas. Es sólo cuestión del ambiente en el que estás. Si estuviésemos en un lugar con gente de pensamiento más abierto o similar al nuestro, sería distinto.

    –Sí, bueno, ya no importa –contestó Mary Claire, encogiéndose en hombros–. Es sólo que a veces es molesto que digan cosas de una, sin que se haya hecho nada malo.

    –Lo sé –suspiró Corrigan–. En fin, cambiemos de tema. Como sabes, la siguiente semana es nuestro aniversario. Tercer aniversario...

    –Oh, lo sé –repuso Mary Claire, ahora con entusiasmo–. He estado pensando qué hacer...

    –Yo también, yo también –contestó Corrigan, bajando la mirada y con un tono misterioso que intrigase a propósito a la joven.

    –¿Qué te traes? –cuestionó, en esa actitud.

    –Bueno, es una propuesta –siguió el chico, dándole otro sorbo a su bebida y cambiando su posición en el sillón, presumidamente haciéndose de un cigarro de una cajilla sacada de su pantalón y moviendo las cejas como un galán de Hollywood de los años 40s.

    –¡No fumes! –exclamó Mary Claire, quitándole el cigarro de los labios.

    –Pero el lugar está lleno de humo y tú sabes que lo hago –protestó su novio.

    –Aun así, no es necesario tener más humo en nuestra mesa –dijo, luego arrojando el cigarro desinteresadamente hacia algún lugar detrás suyo.

    Cayó en el alimento de un pobre cliente distraído.

    –No te pongas presumido –siguió Mary Claire–. Sólo di lo que tienes en mente.

    –Bueno –repuso Corrigan, aún presumido y dando un largo, largo, largo a su cerveza, casi hasta el punto de terminársela y teniendo a Mary Claire en la contemplativa y fastidiosa espera–. ¡Ah! ¿Has oído de un pequeño concierto por ahí, en el que tocarán varias importantes bandas del momento?

    –¿Woodstock?

    –No, similar, pero otro... Uno que será en la siguiente semana –explicó, sin que Mary Claire pareciese saber de ello–. Se llama The Trip. No sé por qué se llama así, si no es un concierto ambulante, ni nada similar, sino que se dará en un parque en California.

    –¿The Trip? –exclamó Mary Claire, pensativa–. Supongo que algún hippie le habrá puesto así. Debes admitir que es un nombre intrigante. Bueno, ¿qué hay con él?

    –Iremos a él –contestó, mostrándole en el momento un par de boletos.

    La impresión de sorpresa en el rostro de Mary Claire fue considerable. Había ido a conciertos antes, pero no como ese. Incluso los boletos eran diferentes. En uno sólo se veían los nombres de los varios grupos a tocar ahí. Los aproximó hacia sí, curiosa.

    –¿Iremos? –preguntó–. Pero queda del otro lado del país...

    –Así es –siguió Corrigan–. Pero ¿tienes idea de quiénes tocarán ahí? Aerodinamic Love, Karen Stacy, Alexandra y los Salvajes, Cabra Williams, Mental Crack Carlos y un par más... pero los que te deben importar a ti, son unos cuyo nombre empieza con B y termina con S...

    –¡¿The Beatles!? –exclamó Mary Claire, asombrada–. Pero creí que...

    –No, no –corrigió su novio–. Cerca por el nombre, pero lejos por el tipo de letra: The Blamies.

    El dúo musical conformado por Liam Buckson y Brie Rickman, una pareja de amantes conocidos por la elaboración de letras difíciles de descifrar y que acompañaban con tonos psicodélicos (aunque casi siempre enfocados en relaciones románticas, más en particular en su propia relación disfuncional que llegaba a crearles una considerable tensión entre ambos al momento de tocar sus canciones en vivo) era el segundo grupo musical favorito de Mary Claire (sólo precedidos por la banda cuestionada por ella) – y su reacción fue una atónita ante lo dicho por su novio.

    –¿Contenta? –preguntó Corrigan con su actitud presumida y luego alzando su vaso–. ¡¿Alguien podría traerme otra cerveza!?

    –Es... es... precioso –exclamó Mary Claire, no sabiendo qué más decir hasta luego de casi un minuto, cuando la lógica vino a ella–. Pero... pero queda lejos... y... y no creo que me dejasen ir.

    –Primero pide permiso y luego dices eso –contestó él–. No obstante, así sea el caso... –continuó–, piénsalo bien.

    –¿A qué te refieres?

    –Es un concierto que junta diez agrupaciones (incluyendo tu segunda favorita) por unos cuantos días, entre los que se cruza nuestro aniversario –dijo–. Así que yo creo que habría que ir a aprovechar eso...

    –¿Y qué? ¿Me escapo? –bromeó Mary Claire, escéptica.

    Corrigan, alargando una sonrisa, asintió con la cabeza.

    –Tienes 17 años –dijo– y eres más madura que varias de las personas aquí; estarías en compañía de alguien legalmente adulto –se señaló a sí mismo– y el recorrido sería en tren, volviéndolo más seguro que algún camión. Será algo calmado. No digo que me respondas ahora, pero sí que lo pienses. De cualquier forma, ya conseguí los boletos y puedo venderlos de la misma manera en que los adquirí.

    Los había comprado a un compañero de clases, dos días antes.

    Mary Claire, insegura de qué responder, contempló los boletos en sus manos, pensando en la propuesta y sin decir nada por un rato. La idea de ir al concierto le invadía con interés, pero su lógica le hacía cuestionarse la posibilidad de ello.

    –No te preocupes –le reiteró Corrigan más tarde, a la entrada de la casa de la joven–. Piénsalo con calma y me dices cuando sepas. ¿Sí?

    –Sí... –respondió la joven–. Pero gracias, sea cual sea el caso, el boleto en sí ya es un grato regalo.

    Compartieron un beso y se separaron.

    Durante toda la cena, Mary Claire se mantuvo pensando en ese mismo asunto.

    –Mamá –comentó en cierto punto de la cena–, habrá un concierto llamado The Trip dentro de unos días. Se dará en California y durará cuatro días, pero reunirá a muchos músicos que me gustan... Hipotéticamente, ¿podría ir?

    Una sola mirada de su madre bastó para que la negativa respuesta se diera por cuenta propia, sin indagarse más en el tema y dejando a la joven en esa penumbra de duda otro rato...  y toda la noche.

    Con insomnio trabajó al día siguiente. Los pastelillos y demás panes resultaron fuera de forma y de tiempo adecuado en su preparación; y aun así, apenas llegó a darse cuenta de ello. Su pensamiento se mantenía distraído, no por la ausencia del sueño, sino la duda del aceptar o no la idea de su creído, pero bienintencionado novio.

    –¿Y a ti qué te pasa? –le preguntó el tío Alfred, rumbo al final del día.

    Mary Claire posaba su cabeza contra la mesa, mirada perdida en el vacío ante ella.

    –Estoy indecisa –respondió, luego de fijar su atención brevemente en su tío.

    –Bien... –continuó el tío–. ¿Respecto a qué?

    –Una propuesta... –siguió Mary Claire.

    –Si es laboral, te pagaré el doble y compraré uno de esos discos que tanto te gustan –dijo el tío Alfred, con falsa prisa para animar a su sobrina.

    Una sonrisa se dibujó en el rostro de Mary Claire, luego sacudiendo la cabeza.

    –No, es algo de Corrigan... –contestó.

    –Oh,

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