Luna de Otoño
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Una joven en problemas recibe ayuda de una misteriosa duquesa que le permite pasar la noche en su mansión... sin imaginar que dicha duquesa es, en realidad, una vampira que busca una nueva aprendiz y que esa noche se espera una importante visita.
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Luna de Otoño - Jerzy P. Suchocki
1
La Duquesa y la Joven
Dentro de la cafetería Dennings era donde aquella hermosa mujer de largo vestido negro yacía sentada en una mesa y bebía un té con pay, al inicio del anochecer. De silueta pequeña, pero fina, tenía una semblanza que la hacía lucir como alguien respetable y con clase; y su vestido no era para menos. Yendo desde las muñecas, hasta el cuello y hasta la altura de los tobillos, era un vestido negro de tela fina, que incluso resplandecía un poco ante las luces artificiales de la cafetería donde se encontraba.
Su nombre ─o al menos como era conocida─, era Isabella Vinsonneau, aunque muchos se referían a ella como la Duquesa
; y era de piel clara, casi tan blanca como la nieve; sus ojos eran oscuros y profundos y su boca era pequeña, teniendo los labios pintados en un tono rojizo oscuro, que le daban un aspecto respetable y a su vez, algo intimidante, a pesar de su tamaño y figura.
Como casi cada anochecer, gustaba de acudir a ésta pequeña cafetería a las salidas de la ciudad, a ordenar meramente un té negro, un pay de manzana y fumar un buen cigarrillo francés, mientras leía alguna vieja novela. Pero ésta noche, era algo diferente y no se hallaba interesada en lecturas, sino más bien en contemplar el panorama que dicho sitio podía ofrecer.
Se hallaba pues, sentada en una esquina al fondo, junto a una ventana que daba vista al bosque, cuando su mirada se distrajo ante algo al otro lado del negocio. Ahí, sentada igualmente a solas, en una pequeña mesa y con un aspecto de desconsolada, se hallaba una mujer joven, de no más de 25 años; y la cual, por alguna razón había atraído la atención de los oscuros ojos de la Duquesa Vinsonneau.
─Excuse moi ─le dijo a una mesera que pasaba a lado─, ¿quién es esa señorita sentada allá, a solas? No creo haberla visto por aquí, antes.
La mesera echó un vistazo hacia la desconsolada joven, que apenas y daba algún sorbo a su café negro.
─No sé ─respondió la mesera─. Llegó aquí, hace unos minutos. Creo que viene de la ciudad. Pero no parece local.
─Merci ─contestó la Duquesa y dejó ir a la mesera, aun fijándose en la joven.
La desconsolada joven yacía recargada contra su asiento, con una mirada perdida en el vacío, claramente afligida. Llevaba el cabello recogido en cola y estaba húmedo además; vestía una chamarra negra, junto a pantalones de mezclilla y un par de botas del mismo color que la chamarra.
Sin duda pensaba en algo que la había afectado, recientemente. Los dedos de sus manos sujetaban y daban lentas vueltas a su taza de café, mientras arrojaba algún suspiro de momento en momento y apretaba sus labios, como si se contuviese de llorar.
─Excuse moi ─oyó de pronto, detrás suyo─. ¿Se encuentra bien?
La mirada de la joven se desvío hacia su costado izquierdo, por donde aparecía ahora la respetable Duquesa, mirándole con cierta preocupación que parecía sincero y curioso, a su vez.
─No, no lo estoy ─respondió la joven, apretando su garganta.
─Eso pensé ─exclamó la Duquesa, con una pequeña sonrisa de simpatía─. ¿Puedo tomar asiento? Me gustaría tomar una taza de té con vous.
─Sí, supongo ─respondió la joven, titubeando con la cabeza y encogiéndose en hombros.
─Merci ─continuó la Duquesa, ahora tomando lugar frente a ella─. ¿Qué le acontece, mademoiselle? ¿Por qué su expresión de dolor?
La joven le miró y se encogió en hombros, como si prefiriese no responder.
─Cosas que pasan ─respondió ella─. Cosas sin sentido... ni importancia.
─Oh, nada pone a una mujer en el estado que vous se encuentra, así como así. Créame. Sé al respecto ─respondió la Duquesa, pidiendo por la mesera otra vez─. Vi su silueta, desde el otro de la cafetería y no pude evitar intrigarme en saber qué la había puesto así; y que podría hacer, para ayudarle.
─No creo que haya nada, que se pueda hacer ─respondió la joven─. Además, no sé quién es usted; y no me sentiría cómoda, explicándole mi problema a una desconocida. Sin ofender.
─No lo estoy, descuide ─respondió la Duquesa─. Entiendo a lo que se refiere; y lo enmendaré. Soy la Duquesa Isabella Vinsonneau; puede preguntar a quién guste y le confirmará quién soy y mi reputación. Puede creerme, que no tengo intenciones hostiles con vous, sino sólo una descorazonada preocupación ante su malestar.
Había algo en su voz, que sin duda la hacía sentir confiable. La joven le miró y aguardó a que la mesera llegase, para preguntar por su identidad.
─Es la Duquesa Vinsonneau ─indicó la mesera─. Es una de las figuras más importantes, en la región.
─Ahí tiene, mademoiselle ─indicó la Duquesa, confiada─. Ahora sabe quién soy; pero